Galileo Galilei
EnciCato
Generalmente conocido como Galileo. Nació en Pisa el 18 de febrero de 1564,
murió el 8 de enero de 1642. Su padre, Vincenzo Galilei perteneció a una familia
de notables quienes poseyeron una importante fortuna, él había ganado cierta
distinción como músico y matemático. A temprana edad Galileo manifestó su
aptitud por las matemáticas y la mecánica, pero sus padres deseaban que se
alejara de estos estudios que no prometían mayores ingresos y se dedicara a la
profesión médica. Todo fue en vano, y durante su juventud decidió seguir la
senda de su genio original, lo que le colocó rápidamente entre la primera
categoría de los filósofos de la naturaleza.
Fue un gran mérito que Galileo felizmente combinara la experimentación con los
cálculos, con ello se opuso al sistema prevaleciente en su tiempo. El mismo
consistía en que en lugar de ir directamente a la naturaleza y la investigación
de sus leyes y procesos, se hacía el aprendizaje por medio de la autoridad,
especialmente la derivada de Aristóteles, quien se suponía había dicho la última
palabra en esos asuntos. Basándose en esos planteamientos se arribó a muchas
conclusiones erróneas, las cuales dominaron durante mucho tiempo. Contra ese
estado de circunstancias y de supersticiones se mantuvo Galileo de manera
resuelta y vehemente. Eso hizo que lograra desacreditar muchas creencias que se
consideraban incuestionables, pero a la vez se granjeó una tormentosa oposición
e indignación por parte de quienes había desacreditado.
No sólo llegó generar formidables controversias sino también a refutar y
confundir a sus adversarios. Por si fuera poco Galileo tenía una buena pluma y
con ella ridiculizó a sus oponentes, llegando a exasperarlos. Todo esto conllevo
que enfrentara los innumerables problemas por los cuales es mayormente recordado
en la actualidad. Tal y como Sir David Brewster (Martyrs of Science) indica, "La
brillantez, por no decir la imprudencia, con la cual Galileo insistió en hacerse
de enemigos, sirvió aún más para que estos últimos se alienaran de la verdad".
No obstante que en la mente popular, Galileo es recordado principalmente como un
astrónomo, no fue precisamente en esta área en la cual realizó sus más
substanciales contribuciones al conocimiento humano, tal y como es testificado
por autoridades de la talla de Lagrange, Arago y Delambre. Sus mayores logros
fueron en el campo de la mecánica y especialmente en dinámica, ciencia que se
considera llegó a fundar.
Antes de cumplir 20 años de edad, sus observaciones en la oscilación de una
lámpara colgante en la Catedral de Pisa, le condujeron al descubrimiento de los
movimientos isocrónicos del péndulo, teoría que utilizaría unos cincuenta años
más tarde en la construcción de un reloj astronómico. En 1588, la formulación de
un tratado sobre gravedad en los cuerpos sólidos le valió la denominación del
Arquímedes de su tiempo, y le aseguró una cátedra en la Universidad de Pisa.
Durante los siguientes años, aprovechando la existencia de la torre inclinada,
condujo la experimentación de la caída de los cuerpos y demostró la falsedad de
una máxima peripatética, aceptada sin ninguna duda hasta entonces, según la cual
la velocidad de caída era proporcional al peso de los objetos.
Esto provocó una tormenta en la reacción por parte de los aristotélicos quienes
no aceptaban ni aún hechos que contradijeran los dictados de su maestro.
Galileo, en vista de estos problemas y de otros que había generado, consideró
prudente dejar Pisa y trasladarse a Florencia, el lugar de origen de su familia.
Debido a la influencia de amigos del Senado de Venecia, fue nombrado en 1592
como presidente del área de matemáticas de la Universidad de Padua, posición que
ocupó, con creciente renombre, durante 18 años.
A partir de allí se estableció definitivamente en Florencia donde fue nombrado
filósofo y matemático extraordinario del Gran Duque de Toscania. Durante todo
este período, y ya próximo a concluir su vida, fue infatigable su investigación
de la naturaleza en sus múltiples campos. Dando seguimiento a sus experimentos
de Pisa y otros respecto a planos inclinados, Galileo fue capaz de establecer
las leyes de caída de los cuerpos tal y como se conocen en la actualidad.
También formuló las leyes de los proyectiles, y en gran medida anticipó las
leyes del movimiento, las que finalmente fueron formuladas por Newton. Galileo
estudió las propiedades de ondas cíclicas e intentó resolver el problema
asociado con su cuadratura, también utilizó los "infinitesimales", siendo el
primero que introdujo su uso y con ello creando uno de los principios en que
posteriormente se desarrollaría el cálculo en matemáticas. En el campo de la
estática Galileo dio la primera demostración directa y completa de las leyes del
equilibrio y del principio de las velocidades virtuales. En hidrostática, él
estableció las bases para el principio de la flotación, inventó el termómetro
(termómetro lento). Aunque algunas veces se sostiene lo contrario Galileo no
inventó el microscopio.
Aunque son muy famosos sus descubrimientos astronómicos, no son ellos los que
constituyen su aporte más substancial. En este sentido su mayor aporte fue
indudablemente la práctica invención del telescopio. A principios de 1609
Galileo tuvo noticias de que un óptico holandés llamado Lippershey, había
producido un instrumento que permitía ver de manera ampliada objetos distantes.
Galileo estudió los procesos que estaban involucrados y sus principios, y se
dice que luego de una noche completa de estar trabajando en los principios de la
refracción de la luz, tuvo éxito en construir un objeto capaz de aumentar tres
veces la visión de objetos distantes. Esa capacidad de visión rápidamente se
aumentó a treinta y dos veces.
Este instrumento permitió a Galileo desarrollar sus observaciones y sus
descubrimientos en el firmamento, los cuales fueron adquiriendo cada vez mayor
significado. La luna, por ejemplo, fue vista, no como lo creían los antiguos
astrónomos, como una esfera perfecta, o bien de naturaleza diferente a la de la
tierra, sino que nuestro satélite posee colinas y montañas similares a los de
nuestro planeta. Fue posible ver que el planeta Júpiter tiene satélites, como
demostrando la existencia de un sistema solar en miniatura. Con ello se apoyaba
la doctrina de Copérnico. Se había indicado para ese entonces, que si los
planteamientos de Copérnico eran ciertos, esto implicaba que los planetas
interiores -mercurio y venus- debían tener fases similares a las de la luna.
Antes de los aportes de Galileo la controversia llevó a establecer que esos
planetas interiores eran transparentes y que los rayos del sol pasaban a través
de ellos. Con los descubrimientos de Galileo se pudo detectar las fases de esos
planetas y se volvió a replantear el debate en torno al Copernicanismo.
Finalmente, se pudo ver con claridad las manchas solares. A partir de ello,
Galileo pudo probar la rotación de la estrella y que por tanto la misma no tenía
una posición inamovible, tal y como algunos aseguraban.
Antes de esos descubrimientos, ya Galileo había abandonado los preceptos de
Ptolomeo para adherirse a los planteamientos de Copérnico. Pero, tal y como lo
confesó posteriormente a Kepler en 1597, él había evitado tal identificación por
temor a ser víctima del ridículo, tal y como había ocurrido con Copérnico. Con
sus descubrimientos, Galileo se sintió con la seguridad de salir públicamente en
defensa de los postulados de Copérnico. Con ello no sólo se aseguraba la
creencia más generalizada en los aportes copernicanos, sino que también Galileo
ganaba la más prominente posición como astrónomo de sus época. Quizá el más
grande astrónomo de todos los tiempos.
Esos elementos fueron la causa de su lamentable controversia con las autoridades
eclesiásticas, lo que levantó graves cuestionamientos. Es necesario entender en
este punto la posición exacta. Los brillantes descubrimientos que Galileo
realizó mediante el descubrimiento del telescopio dieron, sin embargo, poco
empuje al avance teórico de esta ciencia. Como se ha dicho en varias ocasiones,
los aportes más teóricos en astronomía fueron hechos por un astrónomo
contemporáneo de Galileo: Kepler. Este avance kepleriano no fue completamente
reconocido o bien fue ignorado. Es casi inconcebible, tal y como lo refiere
Delambre, que Galileo no hiciera mención de las leyes keplerianas. Las primeras
dos de ellas fueron dadas a conocer en 1609 y la tercera 10 años más tarde.
Estos últimos aportes fueron determinantes en establecer las bases que
posteriormente permitirían a Newton formular los principios de la mecánica
celeste.
Con los descubrimientos de Galileo se tuvo clara prueba de la mayor validez de
los principios de Copérnico -base heliocéntrica- por sobre los de Ptolomeo y
otros astrónomos antiguos los que sostenían el principio geocéntrico del
universo. Sin embargo, esos aportes no pudieron convencer a otros ilustres e
importantes astrónomos como Tycho Brahé (quien no vivió para ver el telescopio),
y Lord Bacon, quien murió aún no creyendo la validez de los planteamientos
galileanos. Milton, por su parte, quién visitó a Galileo ya a avanzada edad
(1638), aparece como mediatizado en su criterio. Existen pasajes en su gran
poema que favorecen planteamientos de ambos sistemas.
Entretanto, la explicación del fenómeno de las mareas, permitió a Galileo dar
una prueba del fenómeno de rotación de la tierra sobre su eje. Hoy día este
aporte es universalmente reconocido como un grave error. Galileo falló en
establecer la influencia de la luna en tal fenómeno tal y como posteriormente lo
demostraría Newton. Respecto a los cometas también Galileo sostuvo erróneamente
que se trataba de fenómenos atmosféricos, tales como los meteoros. Tycho ya
había adelantado la falsedad de esos planteamientos que se presentaban como una
solución para el sistema anti-copernicano.
A pesar de las deficiencias de sus argumentos, Galileo planteó sus propuestas
con tal vehemencia que logró convencer a muchos, contribuyendo de esa manera a
crear las condiciones que amargaron buena parte de su vida. En este sentido, no
obstante, es conveniente subrayar dos aspectos. Primero el aspecto quizá más
conocido, que la hostilidad que recibieron las teorías copernicanas se debió al
deseo de la iglesia de mantener a la gente en la ignorancia. Ese punto no tiene
sólida sustentación si se toma en cuenta que la iglesia fue la institución por
excelencia que estuvo preocupada por el conocimiento durante siglos, todo ello a
pesar de los errores de método en que la iglesia haya caído. La representación
más clara de esto es que los religiosos insistían en el carácter geocéntrico del
sistema solar.
Aún así fue un hombre de iglesia: Nicolás Copérnico quien avanzó la idea de que
el sistema solar giraba no en torno a la tierra sino con respecto al sol y que
nuestro planeta se mantenía en rotaciones sobre su propio eje. Su trabajo más
representativo "De Revolutionibus orblure coelestium", fue publicado a
requerimiento de dos influyentes hombres de la iglesia: el Cardenal Schomberg y
del Arzobispo de Culm, Tiedemann Giese. La obra contó con la autorización del
Papa Paulo III, a efecto de que –tal y como lo reconoció Copérnico- la obra
fuera protegida del casi seguro ataque que iba a enfrentar por los "matemáticos"
(filósofos), debido a su aparente contradicción contra lo que percibía la
percepción humana y el sentido común. Se agregó también que no se tenía recuento
de objeciones que se podía hacer con base en las escrituras.
Ciertamente, durante unos 75 años no se originaron contrapropuestas por parte de
la Iglesia Católica, aunque Lutero y Melanchthon condenaron el trabajo de
Copérnico en términos desmedidos. Ni Paulo III, ni ninguno de los nueve papas
que le siguieron, ni la Congregación de Roma, hicieron ver ninguna alarma, tal y
como si fue originado por el propio Galileo en 1597. Quien, hablando de algunos
de los riesgos que podría tener el apoyo a Copérnico, ridiculizó planteamientos
sin decir nada de persecución. Aún cuando él ya había realizado sus grandes
descubrimientos, nada cambió en este sentido.
Por el contrario, cuando Galileo llegó a Roma en 1611, fue recibido con pompa de
triunfador. Todos, tanto clérigos como laicos trataron de verlo y su telescopio
fue colocado en los jardines Quirinales pertenecientes al Cardenal Bandim.
Galileo exhibió las manchas solares ante un pontífice admirado. No fue sino
hasta unos cuatro años más tarde que surgieron los problemas entre los clérigos
debido a la vehemencia con la cual en ese entonces, Galileo defendía las tesis
de Copérnico. Es absurdo mantener que la oposición se debió a que se oponían a
que las gentes fueran iluminadas por la verdad científica. Existen evidencias
firmes de que para Bacon y otros, las nuevas enseñanzas eran radicalmente falsas
y acientíficas. Galileo además no contaba con suficientes pruebas para lo que
afirmaba de manera tan vehemente. Según el profesor Huxley, después de examinar
esta situación concluía que los oponentes de Galileo tenían en cuanto a
argumentos, "lo mejores".
Sin embargo lo más notorio, fue la insistencia con la que se deseaba dar
créditos a los planteamientos con base en las sagradas escrituras, quienes
representaban la máxima autoridad en asuntos de amplio alcance incluyendo
planteamientos científicos. Por lo tanto, al establecerse el curso del sol en la
Oración de Josué, o que la tierra era inmovible, se asumió que las doctrinas de
Copérnico y Galileo estaban contra las escrituras, y por lo tanto eran herejías.
Era evidente ya aún en los días de Copérnico, que la Reforma se mantenía
sospechosa ante toda interpretación de la Biblia, lo que no fue exactamente
suavizado por Galileo y su aliado Foscarini en el sentido de encontrar
argumentos positivos para el Copernicanismo.
Foscarini era un fraile Carmelita de noble linaje que había dirigido los
destinos de Calabria como provincial y tenía considerable reputación como
predicador y teólogo. El mismo se lanzó a la defensa de Copérnico con gran
evidencia y lo hizo buscando argumentos en el Candelabro de Siete Velas de la
Antigua Ley. Especialmente él provocó la alarma al publicar trabajos en lenguaje
vernáculo lo que contribuyó a no pocas confusiones entre el pueblo incapaz de
formarse una opinión y de hacer juicio de los planteamientos. En ese tiempo
había un partido de escépticos en Italia, quienes se oponían toda forma de
religión, y tal y como David Brewster lo reconoce (Mártires de la Ciencia), no
hay duda de que este partido lanzó su apoyo tras las posiciones de Galileo.
En esas circunstancias, sabiendo que su doctrina había sido presentada como
contra la Iglesia, Galileo viajó a Roma en diciembre de 1615. Allí fue
cortésmente recibido. Ante el tribunal de la Inquisición él fue oído y luego se
declaró que sus postulados eran científicamente falsos y contra las escrituras,
es decir heréticos. Con base en ello se declaró que Galileo debía abandonar sus
teorías, cosa que hizo, prometiendo que no insistiría en esas enseñanzas. Luego
se firmó el decreto de la Congregación del Indice del 5 de marzo de 1616. En el
mismo se prohibían varios trabajos considerados heréticos a los cuales fueron
agregados cualquiera que apoyara el sistema de Copérnico. En ese documento no se
mencionan los trabajos de Galileo. Tampoco se tiene el nombre del papa, aunque
se sabe que se contaba con la aprobación del pontífice en las sesiones previas
de la Inquisición.
En este sentido es indiscutible que las autoridades eclesiásticas cometieron un
grave y deplorable error, y sancionaron junto con falsos principios, el propio
uso de la escritura. Tanto Galileo como Foscarini promovieron que la Biblia
tenía por intención enseñar como la humanidad va al cielo, no como el cielo
funciona. Al mismo tiempo debe recordarse que no se hacían objeciones al sistema
copernicano y que el mismo mostraba en esa época pocas pruebas. No se ponía por
otro lado objeción a que esa hipótesis explicaba en términos más simples lo que
constituía el tema de presentación del sistema de Ptolomeo, y que para motivos
prácticos podría ser adoptada por los astrónomos. Lo que si se objetaba era que
el sistema de Copérnico era la verdad, "lo que contradecía la escritura".
Es claro además que los autores de ese escrito no pretendían ser absolutistas ni
irreversibles. El Cardenal Bellarmino, el más influyente miembro del Colegio
Sagrado, escribió a Foscarini promoviendo que tanto este último como Galileo
debían demostrar como su sistema explicaba los fenómenos celestiales –una
propuesta no excepcional y que estimula las aplicaciones prácticas- sin embargo
se indicaba que no se debía contradecir a la Biblia:
Si se indica que el sol está en una posición central, inamovible y que es la
tierra la que gira alrededor de él, se hace necesario, entonces, cuidadosamente,
proceder a la explicación de los pasajes de la escritura que aparecen contrarios
a este principio, y debemos decir más bien que estos principios han sido mal
interpretados, en lugar de declararlos falsos en la demostración.
Por medio de este decreto tanto el trabajo de Copérnico fue prohibido como el de
la "Epitomía" de Kepler, pero en ambos casos solamente donec corrigatur, la
propuesta era presentar los sistemas como hipótesis y no como hechos
definitivos. Se estableció luego que esos trabajos bien podrían ser leídos
completamente por los entendidos en la materia "los preparados y hábiles en la
ciencia" (de Remus a Kepler).
De acuerdo a von Gebler, parece que Galileo tomó el decreto de la Inquisición
con frialdad hablando con satisfacción acerca de los cambios en el sistema de
Copérnico. El se fue de Roma, evidentemente, con la promesa de violar la promesa
que había hecho, y mientras desarrollaba otras ramas de la ciencia, no perdió
oportunidad de manifestarse por el sistema que había declarado no aprobar. No
obstante, cuando visitó Roma de nuevo en 1624, fue atendido con lo que se
describió como una "noble y generosa recepción". El papa actual de ese momento
Urbano VIII, había sido su amigo, tanto como el Cardenal Barberini y se habían
opuesto a la condenación de 1616. Se le concedió una pensión a la que como
extranjero no tenía derecho, y que de acuerdo a Brewster, debe considerarse como
un respaldo a la ciencia en si misma. Pero para decepción de Galileo, Urbano no
anuló el juicio de la Inquisición.
Luego de su regreso a Florencia, Galileo se dedicó a componer el trabajo que
reavivó y agravó las viejas animosidades. Se trató de un diálogo entre un
ptolomista que es confundido por dos copernicanos. El libro fue publicado en
1632 y era plenamente inconsistente con su promesa anterior. La autoridades en
Roma lo consideraron como un reto. Por tanto fue citado de nuevo frente a la
Inquisición y otra vez falló en mantener el valor de sus opiniones, declarando
que desde 1616 no había apoyado la teoría de Copérnico. Tal declaración como era
de esperarse, no fue tomada con seriedad y a pesar de ello, fue encontrado
"vehementemente sospechoso de herejía" y a ser encarcelado a disposición del
tribunal, además debía recitar los Siete Salmos Penitenciales una vez a la
semana durante tres años.
Aunque la condena de prisión se mantuvo hasta la muerte de Galileo en 1642, no
es apropiado hablar de él como de un prisionero. Como su "biógrafo protestante",
von Gebler, nos dice: "un vistazo a lo que verdaderamente ocurrió en los hechos
de este famoso juicio, convencería a cualquiera de que Galileo estuvo veintidós
días en el edificio del Santo Oficio (la Inquisición), y no en una celda con
rejas, sino en un cómodo apartamento de un oficial de la Inquisión". Por lo
demás se le permitió el uso de otros lugares como de retiro tales como casas de
amigos, siempre confortables y lujosas. No es cierto, como insistentemente se ha
dicho, que fue torturado y enceguecido por sus prisioneros, aunque en 1637,
cinco años antes de su muerte, llegó a quedar completamente ciego. En todo caso
él rechazo ser enterrado en un lugar bendecido. Al contrario, aunque el papa
(Urbano VIII) no autorizó que se construyera un monumento en su tumba, si envió
sus bendiciones al hombre agonizante, quien fue finalmente enterrado en suelo
bendecido en Florencia, en la iglesia de Santa Croce.
Finalmente, el famoso dicho de "E pur si mouve", supuestamente dicho por Galileo
al levantarse luego de estar arrodillado, al renunciar al movimiento de la
tierra, es una ficción, de la cual no se obtiene ninguna mención sino después de
un siglo de su muerte, la que tuvo lugar el 8 de enero de 1642, el mismo año en
que nació Newton.
Tal es en breve esta historia acerca de un famoso conflicto entre autoridades
eclesiásticas y la ciencia. En relación a la misma, especial importancia se le
ha dado a la conección de los hechos con la infalibilidad papal. ¿Se puede decir
entonces que tanto Paulo V como Urbano VIII estaban tan comprometidos con la
doctrina del geocentrismo que la impusieron como algo de fe, a partir de la
iglesia, y que la decisión papal no fue cierta? Que ambos papas se mantuvieron
contra Copérnico, es claro. Ellos creyeron que el sistema de Copérnico no estaba
de acuerdo con la escritura y lo suprimieron. La pregunta, sin embargo, es si
alguno de ellos condenó la doctrina ex cathedra. Esto no se hizo por parte de
ambos pontífices.
En cuanto al decreto de 1616, hemos visto que fue promulgado por la Congregación
del Indice, la cual no tiene ningún problema en cuanto a que se le demuestre su
capacidad de falibilidad, este tribunal estaba absolutamente incompetente de
hacer un decreto dogmático. Tampoco el caso está alterado por el hecho de que el
papa aprobará la decisión de la Congregación in forma communi. Es decir que el
propósito fue la prohibición en cuanto a circular los escritos que se
consideraron hirientes. Tanto el papa como sus asesores pudieron haberse
equivocado en ese juicio, pero eso no altera el carácter del pronunciamiento, o
convierte al mismo en un decreto ex cathedra.
En referencia al segundo juicio, el de 1633, el mismo no tuvo un enfoque tan
directo en la doctrina, como en la persona de Galileo, y en su actitud de no
mantenerse fuera de la divulgación de las doctrinas copernicanas. La sentencia
que se le dio claramente implicaba una condenación a las ideas de Copérnico,
pero no se hizo un decreto formal acerca de este punto, y el mismo no tuvo la
firma del papa. Esto no es solamente una opinión de teólogos, sino que también
es corroborado por escritores quienes no pueden ser acusados de estar
tendenciosamente a favor del papa. El profesor Augusto De Morgan (Budget of
Paradoxes) declara:
Es claro que lo absurdo fue el acto de la Inquisición Italiana, para la
satisfacción privada y personal del papa –quien sabía que cualquiera que fuera
el curso que las acciones tomaran no lo implicarían a él como papa- y no a la
institución de la Iglesia.
Yvon Gebler (Galileo Galilei):
La Iglesia nunca condenó (el sistema copernicano) en absoluto, debido a que los
Calificadores del Santo Oficio nunca significaron la Iglesia.
Conviene agregar que a Riceloll y a otros contemporáneos de Galileo se les
permitió, luego de 1616, que la definición copernicana había sido dada a conocer
por el pontífice. Más vital aún es la pregunta que originó el debate:
"¿Significa la condena de Galileo que la Iglesia mantiene una oposición
implacable al progreso científico y la ilustración?" Se puede indicar al
respecto, junto al Cardenal Newman, que esta instancia prueba lo opuesto,
explícitamente, que la Iglesia no ha interferido con las ciencias físicas, y que
para el caso, lo de Galileo, es "el argumento de valor" (Apología 5). El
profesor De Morgan reconoce ("movimiento de la tierra" en la English Cyclopedia):
El poder papal ha sido utilizado moderadamente en cuestiones de filosofía, tal y
como puede deducirse si se juzga la gran tensión en el caso de Galileo. Se trata
de una prueba real de que la autoridad que ha durado más de mil años ha estado
todo el tiempo monitoreando el progreso del pensamiento.
El doctor Whewell hablando de este mismo caso, indica (History of the Inductive
Sciences):
No sería entendido el alegato de que la condena de las nuevas doctrinas, fue
algo característico y general en la Iglesia Romana. Ciertamente la inteligencia
y las mentes más cultivadas de Italia, y muchos de sus personalidades
eclesiásticas entre ellas, han sido las más sobresalientes en promover y dar la
bienvenida al progreso de la ciencia, y pueden encontrarse entre muchos de los
eclesiásticos del tiempo de Galileo, los primeros y más ilustrados casos de
adherentes al sistema copernicano.
JOHN GERARD
Transcrito por Carl H. Horst
Traducido por Giovanni E. Reyes