Gabriel García Moreno
EnciCato
Patriota y estadista ecuatoriano, nacido en Guayaquil el 24 de diciembre de 1821
y asesinado en Quito el 6 de agosto de 1875. Su padre, Gabriel García Gómez,
natural de Villaverde en Castilla La Vieja, se dedicaba al comercio en El Callao
antes de mudarse a Guayaquil, donde se casó con doña Mercedes Moreno, la madre
del futuro presidente mártir ecuatoriano. Gabriel García Gómez falleció cuando
su hijo era todavía muy joven y la educación del muchacho fue dada al cuidado de
su madre, quien parece haber sido una mujer con una habilidad inusual para esta
tarea; además fue bastante afortunada al tener como tutor de su hijo a Fray José
de Betancourt, el famoso mercedario bajo cuya tutela el joven Gabriel García
Moreno haría rápidos progresos. Habiéndose perdido gran parte de la fortuna
paterna, el joven logró, no sin considerables esfuerzos, asistir al curso
universitario en Quito. Una vez superadas estas dificultades materiales, pasó
brillantemente por las distintas escuelas, descollando por sobre todos sus
contemporáneos, y el 26 de octubre de 1844 recibió el grado de Doctor en
Jurisprudencia por la Facultad de Leyes de la Universidad de Quito.
Menos de un año después de su graduación, el joven García Moreno había empezado
a tomar parte activa en la política ecuatoriana, uniéndose al movimiento
revolucionario que finalmente remplazó la administración de Flores por la de
Roca (1846). Pronto se distinguió como satírico político por sus colaboraciones
en “El Zurriago”, pero lo que pronto presagiaría los logros de su madurez fue su
útil y eficaz labor en el Consejo Municipal de Quito. Al mismo tiempo estaba
estudiando práctica legal y el 30 de marzo de 1848 fue admitido como abogado.
Inmediatamente después el depuesto Flores, apoyado por el gobierno español,
intentó reconquistar la presidencia de Ecuador. García Moreno salió
indubitablemente en defensa del gobierno de Roca y cuando esa administración
cayó en 1849, ingresó a su primer periodo de exilio. Después de pasar unos meses
en Europa, retornó a su república natal, trabajando en una empresa mercantil y
fue entonces que tomó el paso decisivo que lo marcaría conspicuamente como
enemigo de los anticatólicos o liberales, como preferían llamarse. En Panamá se
encontró con un grupo de jesuitas que habían sido expulsados de la República de
Nueva Granada y deseaban encontrar asilo en Ecuador. García Moreno se constituyó
en protector de estos religiosos y zarparon con él a Guayaquil; pero en el mismo
navío que transportaba a los jesuitas y su campeón, viajaba también un enviado
de Nueva Granada con el propósito expreso de influenciar diplomáticamente al
dictador Diego Noboa para asegurar la exclusión de los religiosos de territorio
ecuatoriano. No bien entró el navío en el puerto de Guayaquil, García Moreno
logró introducirse un bote y desembarcar algún tiempo antes que el enviado
neogranadino; el permiso necesario fue otorgado por el gobierno de Ecuador y los
jesuitas ingresaron al país. La prontitud con la que la noticia de esta hazaña
se esparció entre los anticatólicos de Sudamérica se demuestra por el hecho de
que en menos de un año el neogranadino Jacobo Sánchez atacó a García Moreno en
el panfleto “Don Félix Frías en París y los Jesuitas en el Ecuador”; cuya
réplica por parte de García Moreno fue una hábil “Defensa de los Jesuitas”.
En 1853 empezó a publicar “La Nación”, un periódico que, acorde a su prospecto,
estaba dirigido a combatir la tendencia existente en el gobierno de explotar a
las masas para el beneficio material de los que tenían el poder. Al mismo
tiempo, el programa de García Moreno apuntaba clara y abiertamente a defender la
religión del pueblo. Ya era conocido como amigo de los Jesuitas; asumió ahora el
papel de amigo de la gente común, con la que permaneció sincera y tenazmente
hasta el día de su muerte. La facción de Urbina, entonces en el poder,
rápidamente reconoció la importancia de “La Nación”; siendo suprimido antes de
la aparición de su tercer número; y su propietario, exiliado por segunda vez.
Mientras tanto, habiendo sido elegido senador por su provincia natal de
Guayaquil, se le impidió ocupar su curul debido a que había regresado a Quito
sin pasaporte. Después de una temporada en Paita, García Moreno visitó una vez
más Europa. Tenía ahora treinta y tres años y su experiencia en la vida política
de Ecuador lo había convencido profundamente de la necesidad de ilustración de
su gente. Es indudablemente con esta convicción como su guía e incentivo que
pasa más de un año en París, antes que en cualquier deleite, como estudiante
infatigable no sólo de ciencias políticas, sino también de matemáticas
superiores, química y del sistema de educación pública de Francia. Después de
regresar a casa bajo una amnistía general en 1850, se convirtió en rector de la
Universidad de Quito, posición de la que se valió para comenzar a dar clases
magistrales de ciencias físicas. Al año siguiente estuvo en el senado, en activa
oposición al Partido Masónico que había ganado el control del gobierno, a la vez
que luchó enérgica y persistentemente, aunque sin éxito, para promulgar una ley
que establecía un sistema de educación publica modelado según el de Francia. En
1858 fundó nuevamente un periódico, “La Unión Nacional”, que resultó pernicioso
para el gobierno por su audaz exposición de la corrupción y su oposición al uso
arbitrario de la autoridad; y una vez más sobrevino una crisis política.
García Moreno era por principios un defensor del los procesos ordenados de
gobierno, la sinceridad de sus afirmaciones en este aspecto fue justamente
demostrada en su subsiguiente carrera política, pero en esta coyuntura tuvo que
darse cuenta de que su país permanecía oprimido por una corrupta oligarquía,
empeñada en la supresión de la Iglesia de la que la masa absoluta de sus
compatriotas era devota, dispuesta además a mantener a las masas en la
ignorancia para así controlarlas más fácilmente. Nuestro personaje había
atacado, años atrás, la “industria revolucionaria”, una frase probablemente
usada por primera vez por él, en el prospecto de “La Nación”; ahora tornóse
necesario descender a métodos revolucionarios. Además la pequeña república de
Ecuador se hallaba en aquel tiempo amenazada por su vecino más poderoso del sur:
Perú.
García Moreno, si bien seguro de la oposición de los dizque liberales, era
reconocido en ese momento por las masas como un líder fiel tanto a su fe común
como a su patria, y de esta forma fue capaz de organizar la revolución que lo
convirtió en jefe del gobierno provisional establecido en Quito. La república
estaba ahora dividida: el general Franco encabezaba un gobierno rival en
Guayaquil.
En vano, García Moreno ofreció compartir su autoridad con su antagonista por el
bien de la unidad nacional. Como una medida defensiva contra la amenaza de la
invasión peruana, entró en negociaciones con un enviado francés con la intención
de asegurar la protección de Francia, un error político del que sus enemigos
sabrían valerse hasta el extremo. Se vio obligado ahora a asumir el papel de
líder militar, para el que poseía por lo menos las cualidades de coraje personal
y decisiva y rápida resolución. Mientras que García Moreno inflingía derrota
tras derrota a los partidarios de Franco; éste, como si representase a Ecuador,
firmó con el Perú el tratado de Mapasingue. El pueblo ecuatoriano se levantó,
indignado por las concesiones hechas en ese tratado; y Franco, alejado incluso
de sus propios seguidores, fue derrotado en Babahoya (7 de agosto de 1860) y
nuevamente en Río Salado, donde terminó refugiado en un barco peruano. Cuando su
adversario ya había sido expulsado enérgicamente del país, García Moreno mostró
su magnanimidad en una proclama en la que buscaba sanar lo más rápidamente
posible las heridas de la guerra civil: “La república debe considerarse a sí
misma como una familia; las antiguas demarcaciones de los distritos deben ser
eliminadas, para así hacer imposibles las ambiciones particulares”. Durante la
reorganización de la Asamblea Constituyente, que fue convocada para enero de
1861, insistió en que el sufragio no debía ser territorial, sino “directo y
universal, bajo las garantías necesarias de inteligencia y moralidad, y el
número de representantes deberá corresponder proporcionalmente al de los
electores representados”. La Convención, que se reunió el 10 de enero, eligió a
García Moreno como presidente; dando éste su discurso inaugural el 2 de abril
siguiente. Entonces comenzó con una serie de reformas entre las que se
encontraban la restitución de los derechos de la Iglesia y una radical
reconstrucción del sistema fiscal. Inmediatamente tuvo que lidiar con las
maquinaciones de su antiguo adversario Urbina, quien desde su refugio en el
Perú, mantenía incesantes intrigas junto con la oposición local e inclusive con
las repúblicas vecinas. García Moreno pronto llegó a un acuerdo sensato y
honorable con el gobierno peruano.
Una violación del territorio ecuatoriano por parte de Nueva Granada, que si bien
condujo a una colisión hostil en la que el mismo García Moreno tomó parte, no
tuvo consecuencias serias hasta que la administración de Arboledo fue sucedida
por la del general Mosquera, cuya ambición era hacer de Nueva Granada el núcleo
de una gran “Confederación Colombiana”, en la que Ecuador sería incluido. Urbina
escribía cartas animando al dictador neogranadino o colombiano que maquinaba
contra la independencia de Ecuador. Una invitación a García Moreno para
conferenciar con Mosquera evidenció con indicios muy claros de que en lo que
respectaba a la desaparición de Ecuador como nación no había nada que
conferenciar. Mientras tanto la República de Ecuador había ratificado un
concordato con el Papa Pío IX (1862); y el descontento del partido regalista
local con las estipulaciones de aquel instrumento dio un pretexto excelente a
Mosquera para abusar de los derechos de sus vecinos. Los regalistas eran, sin
saberlo, un tipo de erastianos que sostenían que la designación de beneficios
eclesiásticos era una potestad inalienable del poder civil. El presidente
ecuatoriano fue acusado de “despreciar a Colombia, encadenado a los pies de
Roma”; Urbina emitió manifiestos desde el Perú, en el sentido de “Sudamérica
para los Sudamericanos”; mientras que exponía punto por punto la proclama del
presidente Mosquera, junto con otros aspectos que parecían introducidos sólo
para aparentar; sus verdaderos motivos de protesta contra García Moreno eran
tres: que había ratificado el Concordato, que mantenía un representante de la
Santa Sede en Quito y que había traído jesuitas al Ecuador. Debe remarcarse
ahora, dicho sea de paso, que si Mosquera hubiera añadido a su catálogo de
ofensas la insistencia en la educación primaria gratuita para las masas, las
estrictas auditorías sobre las cuentas fiscales y una considerable inversión en
caminos y otros bienes públicos, su proclamación habría servido adecuadamente
como el veredicto por el cual García Moreno fue condenado y eventualmente
asesinado por esos a los que Pío IX llamó irónicamente “valientes sectarios”.
Mosquera estaba determinado a tener una guerra y todos los esfuerzos del
gobierno ecuatoriano no valieron para prevenirla. En la batalla de Cuaspud,
huyeron ignominiosamente todos los batallones ecuatorianos con excepción de dos.
Resulta sorprendente, considerando los motivos por los cuales declaró la guerra,
que Mosquera, en el tratado de paz de Pisanquí que siguió a esta victoria, haya
dejado el Concordato de 1862, el Delegado Apostólico y a los Jesuitas tal y como
estaban antes. En marzo de 1863, García Moreno presentó su renuncia a la
Asamblea Nacional; que insistió en que permaneciese en el cargo hasta la
expiración de su periodo. No obstante tuvo que enfrentar durante los siguientes
dos años repetidos alzamientos y ataques filibusteros. Después de haber
perdonado la vida a los líderes de uno de estos movimientos, a pesar de que
habían incurrido tanto por ley como por costumbre en un crimen merecedor de la
pena capital, fue severamente criticado por ordenar la ejecución de otro rebelde
cuando resultaba evidente que un ejemplo así era necesario para la paz de la
república. En la batalla naval de Jambelí (27 de junio de 1865), en la que
estuvo presente García Moreno, la derrota de las fuerzas de Urbina fue completa,
y la tranquilidad reinó hasta que el periodo presidencial expiró el 27 del
siguiente agosto.
Al año siguiente comenzó lo que podría considerarse como una serie conectada de
atentados que terminarían, nueve años después, con el asesinato de García
Moreno. La disputa entre España y Perú por las Islas de Chincha condujo a una
guerra en la que, siguiendo el consejo de García Moreno, su sucesor Jerónimo
Carrión había impulsado a Ecuador a compartir la suerte de su república hermana
y de su entonces aliado Chile. El
ex presidente fue enviado como ministro plenipotenciario a Chile, con una
comisión para pactar en el camino un negocio con el presidente Prado del Perú. A
su llegada a Lima ocurrió un atentado para asesinarlo que acabó con la muerte
del asaltante. Su misión diplomática resultó un éxito para las relaciones
amistosas entre Ecuador y sus vecinos; la estadía en Santiago también le inspiró
una profunda admiración hacia Chile, e incluso concibió un cambio en la
constitución ecuatoriana para hacerla más parecida a la de Chile, proyecto que
llevó acabo en la Convención Nacional de 1869. Regresando a Ecuador, se encontró
por segunda vez en el desagradable papel de líder de una revolución. Para
anticipar un complot que se sabía que los liberales preparaban, liderados por un
partidario de Urbina, los conservadores de Ecuador se habían sublevado,
declarando depuesto a Carrión, y nombrando a García Moreno como jefe del
gobierno provisional. La justicia de los motivos que llevaron a esta acción
extrema se demostraron por el atentado de Veintemilla, en Guayaquil, sólo dos
meses después, en marzo de 1869.
Habiendo sido debidamente confirmado como presidente interino por la Convención
Nacional de mayo de 1869, García Moreno reasumió su labor por la ilustración y
el bienestar religioso de su pueblo. Fue durante esos últimos años de su vida
que hizo tanto por la enseñanza de ciencias físicas en la universidad al colocar
allí a los padres alemanes de la Compañía de Jesús. Las escuelas médicas y
hospitales de la capital se beneficiaron grandemente por estos inteligentes y
celosos esfuerzos. En septiembre de 1870 las tropas de Víctor Manuel ocuparon
Roma; y el 18 de enero de 1871; García Moreno, solo entre todos los gobernantes
del mundo, envió una protesta al Rey de Italia por la expoliación de la Santa
Sede. El Papa demostró su aprecio por este arranque de lealtad al conferir al
presidente de Ecuador la condecoración de Primera Clase de la Orden de Pío IX
con una Breve de elogio fechada el 27 de marzo de 1871. Por otro lado era
notorio que ciertas logias habían decretado formalmente la muerte de García
Moreno, quien, en una carta al Papa, usó en ese momento las casi proféticas
palabras siguientes: “¡Qué riqueza es para mí, Santísimo Padre, ser odiado y
calumniado por mi amor a Nuestro Divino Redentor! ¡Qué felicidad si vuestra
bendición habrá de darme la gracia celestial de derramar mi sangre por Él, que
siendo Dios, quiso derramar Su Sangre por nosotros en la Cruz!”. Objeto de
innumerables complots contra su vida, García Moreno prosiguió su camino con
tranquila confianza en su futuro y en el de su patria. “Los enemigos de Dios y
de la Iglesia pueden matarme”, dijo una vez, “pero Dios no muere”.
Había sido reelecto presidente y pronto entraría en otro periodo en ese cargo,
cuando, hacia finales de julio de 1875, la policía de Quito fue informada que un
grupo de asesinos había empezado a seguir los pasos a García Moreno. El jefe de
policía, no obstante, advirtió a la potencial víctima; pero ésta desalentó todos
los intentos de protegerla con precaución, hasta casi excusar el descuido de sus
guardianes oficiales. Se reveló que durante la quincena que precedió al atentado
exitoso, los mismos asesinos habían fracasado al menos dos veces debido a la
ausencia del presidente en ocasiones en las que se le esperaba. Finalmente la
tarde del 6 de agosto los asesinos encontraron desprotegida a su presa, que
salía de la casa de unos amigos muy queridos; lo siguieron hasta que llegó a la
Tesorería y ahí Faustino Rayo, el líder de la banda, lo atacó repentinamente con
un machete inflingiéndole seis o siete heridas, mientras los otros asistían a su
propósito disparando sus revólveres. Al enterarse de la muerte de García Moreno,
el Papa Pío IX ordenó una solemne Misa de Réquiem celebrada en la Iglesia de
Santa María en Trastevere. El mismo Soberano Pontífice erigió un monumento a su
memoria en el Collegio Pio-Latino en Roma, donde es designado:
Religionis integerrimus custos
Auctor studiorum optimorum
Obsequentissimus in Petri sedem
Justitae cultor; scelerum vindex.
Los materiales para este artículo se derivan de una biografía, extremadamente
rara en la actualidad, escrita por un amigo personal y socio político de García
Moreno: HERRERA, Apuntes sobre la Vida de García Moreno. Ver también: BERTHES,
Gabriel García Moreno (Paris); Les Contemporains (Paris, s. d.), I; MAXWELL-SCOTT,
Gabriel García Moreno, Regenerator of Ecuador in St. Nicholas Series (London and
New York, 1908).
E. MACPHERSON
Transcrito por Kenneth M. Caldwell
Dedicado a don Andrés Moncayo de Cuenca
Traducido por César Félix Sánchez Martínez
Por la reconstrucción del Ideario Socialcristiano en el Perú