Destino
EnciCato
(Lat. fatum, de fari, decir o predecir).
Esta palabra es poco menos que redundante en el vocabulario de los católicos,
tanto que su significado como primera causa de los acontecimientos es mejor
expresado por el término Divina Providencia, mientras que en su acepción de
fuerza continúa operando en el universo físico, no es ni más ni menos que la ley
natural. Por lo tanto, San Agustín dice (De Civit. Dei, c. i): “Si alguno llama
a la influencia o al poder de Dios por el nombre de Destino, déjenle mantener su
opinión, pero corrijan lo que dice”. Destino, en su significado popular, es algo
opuesto a casualidad, en tanto que el último término implica una causa actuando
acorde a leyes no fijas. El poder invisible que regula los destinos de los
hombres fue personificado por los antiguos griegos bajo el nombre de Moira, o,
más generalmente, como tres hermanas Moirai, o Destinos, cuyos nombres eran
Clotho, Lachesis, y Atropos. A veces el destino es descripto considerando un
ilimitado influjo sobre los dioses y los hombres, mientras otras veces los
dioses, especialmente, Zeus, son descriptos como los rectores del destino
humano, o como teniendo el poder de cambiar el curso del destino. Con los Moirai
los Romanos identificaron sus propios Parcce o Fata.
La idea de destino como un poder en el mundo se origina, como Santo Tomás nos
dice (C.G., III, xciii), en el intento por encontrar una causa para los hechos
que aparentan seguir una ley no definida y ser el resultado de mera casualidad.
Algunos, que no estuvieron satisfechos con la explicación de poetas y
mitologistas, volvieron sus pensamientos hacia los astros, de los que se supuso
que actuando de acuerdo a sus propias leyes, exactas e inmutables, afectaban con
su influencia en los hechos que ocurrían en el mundo inferior (ver ASTROLOGÍA).
Santo Tomás, quien no creía en la astrología, evidentemente supuso que, mientras
la Providencia actúa acorde a leyes fijas en el cosmos, no hay tal uniformidad
en el caso de los fenómenos naturales sobre la tierra. Por lo tanto, esto último
es con frecuencia el resultado del azar, en la medida en que estén involucradas
causas secundarias, aunque no tanto en relación con la Providencia de Dios.
PRIMERAS ESPECULACIONES
El filósofo griego Diodoro de Iasus intentó probar la universalidad del destino
por una fundamentación a partir de la verdad de los posibles (perì dunatô). La
argumentación fue que ningún hecho puede suceder a menos que sea eternamente
verdadero que fuera a suceder. La verdad de cada proposición no puede ser
cambiada, y por lo tanto el hecho al cual refiere debe necesariamente tener
lugar. Esto es algo similar al argumento que San Agustín empleó para demostrar
el intelecto eterno de Dios, pero la falencia de esto como Destino es señalada
por Cicero (De Fato IX 18, 19), quien muestra que la verdad de la proposición
depende de la actualidad del hecho. La definición que Cicero puso en boca de su
hermano Quintus identifica Destino con la necesidad de ley natural (De
Divinatione I, 55, par. 125). Sus palabras son: “Fatum autem id appello quod
Græci heimarménen, id est, ordinem seriemque causarum, quum causa causæ nexa rem
ex se gignat”, o, como deberíamos decir, el destino es el resultado de la ley
natural en el mundo físico. Cicero mismo, sin embargo, dice además (ibid., II,
3, par. 6), “¿Qué utilidad tiene sostener la existencia del Destino cuando, sin
el Destino, pueden encontrarse una explicación a todo en la Naturaleza o el
Azar?”
La doctrina del destino posee una importante posición en el sistema monístico de
los Estoicos. Su existencia universal fue una consecuencia lógica de sus
supuestos en consideración del universo físico, por los que no admitían nada que
no fuera reducible en último término a la materia y a las leyes naturales. En su
sistema ético, sin embargo, el problema del determinismo presentó grandes
dificultades; para su mandato predilecto, de vivir de acuerdo a la naturaleza,
pareció implicar que “los hombres algunas veces son dueños de sus destinos”, al
menos en lo que refiere a forjar sus espíritus según esa conformidad con la
Naturaleza, de lo cual se supuso que consistía la virtud. Los Epicureanos
negaron tenazmente la existencia del destino, y el inexplicable “swerve” de los
átomos, como fue postulado por el fundador de su secta, intentó evitar la ley de
la necesidad, no sólo en el caso de la voluntad humana, sino hasta en los
movimientos elementales de la sustancia primordial.
EL DESTINO EN EL CORÁN
La idea de destino entre los mahometanos ortodoxos está fundada en la doctrina
del designio absoluto de Dios y de la predestinación tanto para el bien como
para el mal. El Profeta animó a sus seguidores pelear sin miedo, y aún con
desesperanza, para asegurarles que ni la falta de coraje ni la cautela podrían
salvar sus vidas en la batalla o impedir su inevitable destino. Controversias
sobre esta doctrina dieron origen a varias sectas entre los mahometanos, algunos
explicando y otros negando la naturaleza absoluta de la Divina Voluntad. El
Corán mismo no da a conocer la impresión si los puntos de vista de Mahoma sobre
el tema fueron claros o consistentes.
BUDISMO
Aunque el Libre Albedrío no es enteramente ignorado en el Budismo (q.v.), éste
es, de todos modos, prácticamente suprimido. De acuerdo a este sistema, “El
hombre obra”, dice St-Hilaire, “durante toda su vida bajo el peso, no
precisamente de la fatalidad, sino de una incalculable serie de existencias
moldeantes” (The Buddha and his Religion, v 126).
MATERIALISMO
En la teoría de quienes dan una explicación puramente materialista del universo
y mantienen que la voluntad humana está tan sujeta a leyes constantes y
necesarias como lo son todos los otros fenómenos, el imperio universal del
destino está implicado en el absoluto reino de las leyes físicas.
ENSEÑANZA CATÓLICA
De acuerdo con la enseñanza Católica, Dios, quien es el Autor del universo, lo
ha hecho sujeto a leyes fijas y necesarias, de tal manera que, donde nuestro
conocimiento de esas leyes es completo, somos capaces de predecir hechos físicos
con certeza. Por otra parte, lo ordenado en forma absoluta por Dios es
irrevocable, pero, como Él no puede querer lo que es malo, el abuso del libre
albedrío no es en ningún caso predeterminado por Él. El acompañamiento físico
del libre actuar de la voluntad así como sus consecuencias, son dispuestos por
Dios condicionalmente por encima del acto mismo, y todos igualmente son objeto
de Su eterna clarividencia. La naturaleza de esta clarividencia es materia
todavía en discusión entre las escuelas opuestas de Bañez y Molina. Por lo
tanto, aunque si bien Dios conoce desde toda la eternidad todo lo que va a
suceder, Él no desea todo. Él no desea en ningún sentido; sólo permite los
hechos. Él quiere ciertas cosas absolutamente, y otras condicionalmente, y Su
supervisión general, por la cual estos decretos son consumados, es llamada
Divina Providencia. Como Dios es un agente libre, el orden natural no es
necesario en el sentido de que podría haber sido de otra manera que la que es.
Es necesario en tanto opera de acuerdo con leyes definidas y uniformes, y es
predeterminado por un orden que, si bien absoluto, fue sin embargo libre.
Además, en el caso de los milagros, Dios interfiere en el curso ordinario de la
naturaleza; y la suposición de que, en ciertos períodos de la evolución del
mundo, como, por ejemplo, cuando aparece el primer hombre sobre la tierra, ha
habido otras intervenciones providenciales involucrando nuevos desvíos en el
proceso de evolución del mundo, propiciando ciertos hechos en el ámbito de la
vida orgánica, una explicación no menos científica que la de los antagónicos
supuestos materialistas. Santo Tomás distinguió destino de Providencia, y lo
llamó orden o disposición de causas secundarias de acuerdo a que actúan en
obediencia a la Primera Causa.
A partir de lo dicho, resulta, en la perspectiva Católica, que la idea de
destino – palabra que desagrada a Santo Tomás– debe carecer de la nota de
absoluta necesidad, puesto que los decretos de Dios son libres, mientras que
preserva el carácter de necesidad relativa considerando que tales decretos, una
vez ocurridos, no pueden ser negados. Aún mas, Dios sabe qué va a suceder porque
va a suceder, y no viceversa. Por consiguiente, el futuro de un hecho es una
consecuencia lógica pero no física de la clarividencia de Dios. Ver LIBRE
ALBEDRÍO, DIOS, MILAGRO, PROVIDENCIA.
JAMES KENDAL
Transcribed by Rick McCarty
Traducido por Ricardo Pablo Salvador