Papa
Clemente XI
EnciCato
(GIOVANNI FRANCESCO ALBANI).
Nacido en Urbino el 23 de Julio de 1649; elegido el 23 de Noviembre de 1700;
murió en Roma el 19 de Marzo de 1721. Los Albani (vid.) eran una noble familia
de Umbría. Bajo Urbano VIII, durante trece años el abuelo del futuro Papa ocupó
el honorable cargo de Senador de Roma. Un tío suyo, Annibale Albani, fue un
distinguido erudito y fue Prefecto de la Biblioteca Vaticana. Giovanni Francesco
fue enviado a Roma a los once años para proseguir sus estudios en el Colegio
Romano. Hizo rápidos progresos y a los dieciocho años era un autor conocido,
traduciendo del griego a un elegante latín. Llamó la atención de la mecenas de
los literati romanos, la reina Cristina de Suecia, quien antes de cumplir la
edad lo incluyó en su exclusiva Accademia. Con igual ardor y éxito se aplicó a
ramas más profundas del saber, la teología y el derecho, y fue creado doctor en
derecho civil y canónico. Una mente tan brillante, unida a una moral y piedad
intachables, le aseguró un rápido ascenso en la corte papal. A la edad de
veintiocho años fue hecho prelado, y gobernó sucesivamente Rieti, Sabina, y
Orvieto, haciéndose grato en todas partes por su reputación de justicia y
prudencia. Llamado a Roma, fue nombrado vicario de San Pedro, y a la muerte del
cardenal Sluse le sucedió en el importante cargo de Secretario de Breves
Papales, que ocupó durante trece años, y para el cual le capacitaba
singularmente su dominio del latín clásico. El 13 de Febrero de 1690, fue creado
cardenal-diácono y más tarde cardenal-presbítero del Título de San Silvestre, y
fue ordenado sacerdote.
El Cónclave de 1700 habría terminado rápidamente con la elección del cardenal
Marescotti, si el veto de Francia no hubiera hecho imposible la elección de este
cardenal tan capaz. Tras deliberar durante cuarenta y seis días, el Sacro
Colegio se unió para escoger al cardenal Albani, cuyas virtudes y capacidad
contrapesaban la objeción de que sólo tenía cincuenta y un años. Se necesitaron
tres días de esfuerzos para vencer su resistencia a aceptar una dignidad cuyo
pesada carga nadie conocía mejor que el experto miembro de la curia (Galland en
Hist. Jahrbuch, 1882, III, 208 y ss.). El periodo era crítico para Europa y el
Papado. Durante el Cónclave, Carlos II, el último de los Habsburgo españoles,
había muerto sin hijos, dejando sus vastos dominios presa de la ambición de
Francia y Austria. Su testamento, que hacía a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV,
único heredero del Imperio español, fue impugnado por el emperador Leopoldo, que
reclamaba España para su segundo hijo Carlos. El difunto rey, antes de hacer
este testamento, había consultado al Papa Inocencio XII, y el cardenal Albani
había sido uno de los tres cardenales a quienes el Pontífice había consultado el
caso y le aconsejó pronunciarse secretamente a favor. Esto era en ese momento
ignorado por el emperador, de otro modo Austria habría vetado la elección de
Albani. Éste fue persuadido finalmente de que era su deber obedecer la llamada
del Cielo; el 30 de Noviembre fue consagrado obispo, y el 8 de Diciembre fue
entronizado solemnemente en el Vaticano. El entusiasmo con que fue saludada su
elevación en todo el mundo es la mejor prueba de su valía. Incluso los
protestantes recibieron la información con alegría y la ciudad de Nuremberg
acuñó una medalla en su honor. Los reformadores sinceros católicos saludaron su
acceso como el toque de difuntos del nepotismo; pues, aunque tenía muchos
parientes, se sabía que había instigado y escrito la severa condena de ese abuso
publicada por su predecesor. Como Pontífice no contradijo sus principios. Otorgó
los cargos de su corte a los sujetos más dignos y ordenó a su hermano mantenerse
a distancia y abstenerse de adoptar ningún título nuevo o de interferir en
asuntos de estado. En el gobierno de los Estados de la Iglesia, Clemente fue un
administrador capaz. Proveyó diligentemente a las necesidades de sus súbditos,
fue extremadamente caritativo con los pobres, mejoró la condición de las
prisiones, y aseguró la alimentación del pueblo en época de escasez. Conquistó
la buena voluntad de los artistas prohibiendo la exportación de obras maestras
antiguas, y la de los científicos encargando a Bianchini trazar en el pavimento
de Sta. Maria degli Angioli el meridiano de Roma, conocido como Clementina. Su
capacidad de trabajo era prodigiosa. Sólo dormía poco y comía tan escasamente
que bastaban unos céntimos por día para su mesa. Cada día confesaba y celebraba
Misa. Entraba minuciosamente en los detalles de cada medida que se le
presentaba, y preparaba de su propia mano las numerosas alocuciones, Breves, y
Constituciones después reunidas y publicadas. También encontraba tiempo para
predicar sus hermosas homilías y se le veía frecuentemente en el confesionario.
Aunque su poderosa constitución más de una vez se hundió bajo el peso de sus
trabajos y preocupaciones, continuó manteniendo rigurosamente los ayunos de la
Iglesia, y generalmente no se concedió a sí mismo sino el descanso más corto
posible de sus labores.
En sus esfuerzos para establecer la paz entre las potencias de Europa y defender
los derechos de la Iglesia, encontró escaso éxito; pues el Siglo XVIII fue
eminentemente la edad del egoísmo y la infidelidad. Uno de sus primeros actos
públicos fue para protestar contra la asunción (1701) por el Elector de
Brandenburgo del título de rey de Prusia. La acción del Papa, aunque a menudo
ridiculizada y malinterpretada, era bastante natural, no sólo porque la
concesión de títulos reales había sido siempre considerada como privilegio de la
Santa Sede, sino también porque Prusia pertenecía por antiguo derecho a la
institución político-militar conocida como la Orden Teutónica. En los conflictos
excitados por la rivalidad de Francia y el Imperio por la sucesión de España, el
Papa Clemente resolvió mantener una actitud neutral; pero esto se reveló
imposible. Por tanto, cuando el Borbón fue coronado en Madrid como Felipe V, en
medio de las universales aclamaciones de los españoles, el Papa mostró su
aquiescencia y reconoció la validez de su título. Esto amargó al hosco emperador
Leopoldo, y las relaciones entre Austria y la Santa Sede se hicieron tan tensas
que el Papa no ocultó su satisfacción cuando las tropas francesas y bávaras
comenzaron esa marcha sobre Viena que terminó tan desastrosamente en el campo de
batalla de Blenheim. La victoria de Marlborough, seguida de la exitosa campaña
del príncipe Eugenio en Piamonte, colocó a Italia a merced de los austriacos.
Leopoldo murió en 1705 y fue sucedido por su hijo mayor, José, digno precursor
de José II. Comenzó en seguida una disputa sobre la cuestión conocida como Jus
primarum precum, que implicaba el derecho de la corona a proveer los beneficios
vacantes. Los victoriosos austriacos, dueños ahora de la Italia del Norte,
invadieron los Estados papales, tomaron posesión de Piacenza y Parma, se
anexionaron Comacchio y sitiaron Ferrara. Clemente al principio ofreció una
animosa resistencia, pero abandonado por todos, no podía esperar éxito, y cuando
un fuerte destacamento de tropas protestantes al mando del Príncipe de Hesse-Cassel
alcanzó Bolonia, temiendo una repetición de las terribles escenas de 1527,
finalmente cedió (15 de Enero de 1709) y reconoció al Archiduque Carlos como rey
de España.”sin detrimento de los derechos de otro”, y le prometió la investidura
de Nápoles. Aunque los monarcas de la casa de Borbón no habían hecho nada para
ayudar al Papa en su desigual lucha, tanto Luis como Felipe se indignaron mucho
y respondieron con todos los medios en su poder (ver Luis XIV). En las
negociaciones que precedieron a la Paz de Utrecht (1713) los derechos del Papa
fueron cuidadosamente dejados de lado; no se concedió audiencia a su nuncio; sus
dominios fueron repartidos para acomodarse a la conveniencia de cada partido.
Sicilia se le dio a Víctor Amadeo II de Saboya, con quien desde los primeros
días de su pontificado estaba Clemente envuelto en disputas sobre asuntos de
inmunidades eclesiásticas y provisión de beneficios vacantes. El nuevo rey
emprendió ahora revivir la así llamada Monarchia Sicula, un antiguo pero muy
discutido y abusivo privilegio de origen pontificio que prácticamente excluía al
Papa de cualquier autoridad sobre la Iglesia en Sicilia. Cuando Clemente
respondió con la proscripción y el entredicho, todo el clero de la isla, en
número aproximado de 3.000, que permaneció leal a la Santa Sede fue desterrado
de la isla, y el Papa se vio forzado a darles comida y alojamiento. El
entredicho no se levantó hasta 1718, cuando España volvió a obtener la posesión,
pero la vieja controversia fue reanudada repetidamente bajo los Borbones. Por
las maquinaciones del cardenal Alberoni, Parma y Piacenza se concedieron a un
Infante español sin consideración al señorío papal. De algún consuelo fue para
el muy afligido Papa que Augusto de Sajonia, rey de Polonia, volviera a la
Iglesia. Clemente trabajó mucho para restaurar la armonía en Polonia, pero sin
éxito. Los turcos habían sacado ventaja de las disensiones entre los cristianos
para invadir Europa por tierra y por mar. Clemente proclamó un jubileo, envió
dinero y barcos en ayuda de los venecianos, y concedió un diezmo de todos los
beneficios al emperador Carlos VI. Cuando el Príncipe Eugenio ganó la gran
batalla de Temesvár, que puso fin al peligro turco, no se dio por el mundo
cristiano la más ligera parte del crédito al Papa y al Santo Rosario. Clemente
envió al gran general un sombrero y una espada bendecidos. La flota que Felipe V
de España había reunido a instigación del Papa, y con subsidios recaudados de
las rentas eclesiásticas, fue desviada por Alberoni para conquistar Cerdeña; y
aunque Clemente mostró su indignación pidiendo la destitución del ministro, y
comenzando un proceso contra él, tuvo mucha dificultad en convencer al emperador
de que no estaba secretamente enterado de la traidora operación. Dio generosa
hospitalidad al exilado hijo de Jacobo II de Inglaterra, Jacobo Eduardo
Estuardo, y le ayudó a obtener la mano de Clementina, la hábil nieta de Juan
Sobieski, madre de Carlos Eduardo. La pastoral vigilancia de Clemente se sintió
en cada rincón de la tierra. Organizó la Iglesia en las Islas Filipinas y envió
misioneros a todos los lugares distantes. Erigió Lisboa en patriarcado, el 7 de
Diciembre de 1716. Enriqueció la Biblioteca Vaticana con los tesoros manuscritos
reunidos a expensas del Papa por José Simeón Assemani en sus investigaciones por
Egipto y Siria. En la desafortunada controversia entre los misioneros dominicos
y jesuitas en China relativas a la permisividad de ciertos ritos y costumbres,
Clemente decidió a favor de los primeros. Cuando los jansenistas provocaron un
nuevo choque con la Iglesia bajo la dirección de Quesnel, el Papa Clemente
publicó sus dos memorables Constituciones, “Vineam Domini”, de 16 de Julio de
1705, y “Unigenitus”, de 10 de Septiembre de 1713 (ver UNIGENITUS; VINEAM DOMINI;
JANSENISMO).Clemente XI hizo de la fiesta de la Concepción de la Santísima
Virgen María una fiesta de precepto, y canonizó a Pío V, Andrés Avelino, Félix
de Cantalicio, y Catalina de Bolonia.
Este santo y gran pontífice murió apropiadamente en la fiesta de San José, por
quien tenía una particular devoción, y en cuyo honor compuso el Oficio especial
que se halla en el Breviario. Sus restos descansan en San Pedro. Sus actos
oficiales, cartas, y Breves, como también sus homilías, fueron reunidas y
publicadas por su sobrino, el cardenal Annibale Albani (2 vols., Roma, 1722-24)
POLIDORI, De vita et rebus gestis Clementis XI libri sex (Urbino, 1724), también
en FASSINI, Suplemento a NATALIS ALEXANDER, Historia Ecclesiastica (Bassano,
1778); REBOULET, Histoire de Clément XI (Aviñón, 1752); LAFITEAU, Vie de Clément
XI (Padua, 1752); BUDER (no católico), Leben und Thaten des klugen und beržhmten
Papstes Clementis XI. (Francfort, 1721); NOVAES, Elementi della storia dei sommi
pontefici da S. Pietro fino a Pio VI (Roma, 1821-25); LANDAU, Rom, Wien, Neapel
wehrend des spanischen Erbfolgekrieges (Leipzig, 1885); HERGENR…THER-KIRSCH,
Kirschengeschichte (4ª ed., Friburgo, 1907), III. Ver también sobre los Albani,
VISCONTI in Famiglie di Roma (I), and VON REUMONT en Beitrage zur ital.
Geschichte, V, 323 y ss., y Gesch. d. Stadt Rom (Berlín, 1867), III, ii, 642 y
ss. Cf. ARTAUD DE MONTOR, History of the Roman Pontiffs (Nueva York, 1867), II.
JAMES F. LOUGHLIN
Transcrito por Gerald Rossi
Traducido por Francisco Vázquez