Es el nombre que
corrientemente se da a las renuncias exigidas al bautizando adulto justo antes
de conferirse el sacramento. En el caso del bautismo de niños, los padrinos
las hacen en nombre del infante. Es obvio que estas promesas no tienen el
mismo valor teológico del voto propiamente dicho. Según el ritual romano, que
actualmente se usa, al bautizando han de hacérsele las siguientes tres
preguntas: «¿Renunciáis a Satanás? ¿Y a todas sus obras? ¿Y a todas sus
pompas?». A cada una de ellas responde la persona, o el padrino en nombre de
ella: «Renuncio». La práctica de exigir y hacer esta renuncia formal
parece remontarse al principio del culto cristiano en su forma organizada.
Tertuliano entre los latinos y san Basilio entre los griegos juzgan que dicha
costumbre, aun cuando no está explícitamente justificada en las Escrituras, no
obstante ha sido consagrada por una tradición venerable. San Basilio dice que
esta tradición desciende de los Apóstoles. Tertuliano, en De Corona,
parece insinuar que en su tiempo era común hacer doble renuncia: una al
momento del bautismo y otra, poco antes, públicamente en la iglesia y en la
presencia del obispo. La forma de esta renuncia, tal como se halla en las
Constituciones Apostólicas (VIII, 4), es algo curiosa. Dice así: «Dejad, por
tanto, que el bautizando declare así en su renuncia: “Renucio a Satanás, a sus
obras, a sus pompas, a su culto, a sus ángeles, a sus designios y a todas las
cosas a él sujetas”. Y tras su renuncia, que diga en su asociación: “Y me
asocio a Cristo, y creo, y me hallo bautizado en un solo ser no enjendrado”»,
etcétera.
Donde había baptisterio, las
abjuraciones se hacían en el proaulion oikon, el vestíbulo o
antecámara, de manera que se distinguiera del esoteron oikon, el cuarto
interior donde se administraba el bautismo en sí. El catecúmeno acostumbraba a
hacer su abjuración parado, vuelto hacia el Oeste, que simbolizaba la morada
de la oscuridad, y con la mano extendida o a veces escupiendo como en acto de
rebeldía y aversión al mal. También era costumbre después de esto que el
candidato hiciera una promesa explícita de obediencia a Cristo. Esto los
griegos lo llamaban syntassesthai Christo, el entregar la vida
al control de Cristo. San Justino mártir testifica que el bautismo era
administrado únicamente por aquellos que, junto con su profesión de fe, habían
hecho una promesa o voto de que vivirían en conformidad con el código
cristiano. De ahí viene la generalmente empleada fórmula
syntassomai soi, Criste
(Me rindo a vos, Cristo, para ser gobernado por vuestros preceptos). Esto
ocurría inmediatamente después de la apotaxis, o renuncia al demonio, y se le
ha descrito de forma muy diversa por los latinos: a veces como promissum
y a veces como pactum o votum. Durante esta declaración de
adhesión a Jesucristo, el bautizando se voltea hacia el Este, hacia la región
de la luz.
La práctica de renovar las
promesas del bautismo está más o menos extendida, y se hace en circunstancias
de solemnidad especial, tales como en los últimos ejercicios de una misión,
después de la administración de la primera comunión a los niños o cuando se
confiere el sacramento de la confirmación. De esta manera se hace con la
intención de reafirmar la lealtad de la persona a las obligaciones asumidas
cuando se hizo miembro de la Iglesia cristiana.
JOSEPH F. DELANY
Transcrito por Janet Grayson
Traducción de Manuel Rodríguez Rmz.