EDUCAR HOY EN CRISTIANO


Olegario GONZALEZ DE CARDEDAL
Profesor de la 
Universidad Pontificia de Salamanca


INTRODUCCION

Me dirijo a quienes, día a día, están en la brecha, que tras un 
esfuerzo de formación y palpitación profesional, saben mucho más de 
esto que lo que sé yo. Por tanto, déjenme que les diga de entrada 
que mis reflexiones van a ser absolutamente elementales, es decir, 
voy a hablar de esas realidades consabidas, es decir, de lo que 
justifique la trama profunda de una vocación educadora que está 
siempre detrás, que es anterior y premio a la acción docente 
profesional, que cada día ejercitamos.

No voy a hacer otra cosa más que elevar a palabra explícita lo que 
es la raíz fundamental, desde la cual se ejerce nuestra profesión de 
educador. Por tanto, se trata de saber de manera explícita lo que de 
manera implícita está en el fondo de nuestra alma y que quizá por el 
diario rodar, por el trabajo concreto, por las prisas institucionales, por 
el peso organizativo, terminamos olvidando.

Presento el tema con una introducción que luego se explícita en 
tres partes exactamente. La primera hablará del quehacer educativo; 
la segunda, este quehacer educativo situado en un hoy y por tanto lo 
que llamo la contemporaneidad necesaria del educador, y en tercer 
lugar, en qué medida esa misión educadora está cristianamente 
conformada, determinada y exigida históricamente.

a) La peculiar situación actual del educador y del educador 
cristiano

Es una misión histórica que hoy está amenazada por distintos 
problemas coyunturales. Recientemente el periódico francés "Le 
Monde" dedicaba su número monográfico al tema de la enseñanza, 
con un subtítulo bien significativo: "La tristeza de los enseñantes". 
Con ello he de sugerir la difícil tarea de una vocación que está hoy 
día acosada por otros factores, por otros programas, por otras 
instancias de la sociedad, que apenas le dejan ser esa misión 
específica vivida desde dentro y desde ella misma. Situados entre la 
programación técnica implacable que exige productos eficaces y 
rentables, y el diario quehacer de conformar un ser personal que 
siempre es un enigma, un sentido, y un misterio para el otro.

Situado frente y al lado de la injusticia de los manipuladores y el 
entusiasmo de los captadores y adeptos, cuando aquí se trata no de 
manipular sino de dejar florecer y no de hacer suscitar adeptos, sino 
de suscitar personas; en este sentido, es una misión difícil. Esa 
dificultad se agrava en un sentido y se dificulta en otro, cuando se 
trata de conformar hombres desde una perspectiva del Evangelio, que 
significa la apertura a un horizonte nuevo, pero significa a la vez el 
despegue, la ruptura, la distancia con ciertas evidencias históricas 
socialmente impuestas.

b) Perspectiva de la persona a la persona

Yo voy a hablar de esta misión educativa en la perspectiva de la 
persona, es decir, yo voy a prescindir hoy de lo que es la acción 
educativa en los contextos institucionales, sociales o políticos; no voy 
a hablar de las instituciones educativas, ni siquiera directamente de la 
responsabilidad de la persona sobre las instituciones educativas. Me 
voy a dirigir a la persona, en cuanto a persona,, en orden a ayudarla 
a que ella se cualifique y tenga la densidad, la ilusión, la cualificación 
necesaria, para luego asumir esas otras acciones históricas.

Y permítanme que en este contexto les lea de la tercera página de 
ABC, unas líneas donde Julián Marías, glosando la figura de una gran 
educadora española, de Jimena Menéndez Pidal, de ella, a parte de 
su significación histórica, como hija de quien fue, significándose como 
iniciadora, en tiempos difíciles, en la dirección del colegio Estudio. De 
ella dice Julián Marías, en relación a Angela Garcés y Carmen García 
de Diestro con quien ella inició su estudio: "Las tres han sido 
extraordinarios casos de vocación en un campo en que empieza a 
escasear la fe. La más grave de las causas de crisis del sistema 
educativo es la infrecuencia de las vocaciones, sin la cual todos los 
recursos, incluso los intelectuales, sirven de muy poco. La absoluta 
dedicación de estas tres mujeres a su empresa, a las personas a 
quienes contagiaron esta vocación durante muchos años, apenas es 
imaginable".

He leído estas páginas por compartir con él la convicción de que en 
todo proyecto educativo hay algo absolutamente primordial, sagrado, 
insustituíble, que es la vocación personal. Sin ella todos los recursos, 
todos los medios, todas las técnicas, todas las instituciones terminan 
siendo infecundas. Por eso acepto este límite de mis palabras, hablo 
de persona a persona, en orden a alimentar y a fecundar esa 
vocación que es previa y posterior a los medios.

c) Contexto espiritual y cultural

También como introducción déjenme que les diga que prescindo del 
contexto español inmediato en que ahora vivo y me sitúo en un 
contexto espiritual y cultural que trasciende estrictamente a problemas 
actuales o principales. Con esto no hago un juicio de valor sobre la 
importancia, gravedad o relieve que estos problemas tienen porque 
tienen otro lugar; no es mi intención hablar de ellos, ni sobre ellos.

1. EL QUEHACER EDUCATIVO

Hablamos del quehacer educativo a diferencia de la profesión 
docente. El quehacer educativo tiene siempre como destinatario a la 
persona en su lugar, realidad y totalidad, mientras que la profesión 
docente tiene como destinatario primordial a la inteligencia. Consigu 
jentem ente educar no es una formación material o técnica sino un 
proyecto moral de conciencia a conciencia, de libertad a libertad, de 
destino a destino. Quien educa no sólo mira a la recepción intelectiva 
de los saberes transmitidos, sino que mira a la situación y 
determinación personal de esa conciencia, de esa libertad y de ese 
testigo.

1. Grandeza y debilidad del ser humano

El hombre es ese extraño ser situado entre las otras dos grandes 
virtudes de la realidad, el misterio de Dios y el instinto del animal. Algo 
participa del primero y algo arrastra del segundo y enigmáticamente 
es mucho más frágil y es mucho más débil que el animal. El animal, 
como sabéis todos, nace adaptado al medio; el hombre es un ser 
indigente y nace indefenso. Su anatomía es mucho más deficiente 
que la anatomía del animal. Con esto estamos diciendo que llegar a 
ser hombre depende no del propio sujeto sino sobre todo de los 
demás.

El hombre nace desde su propio origen confiado, remitido y 
dependiente en su propia libertad sacratísima, a otra libertad que le 
precede, que le previene, que le transforma y que en el fondo le 
constituye.

Evidentemente, la existencia antes que conquista es don en el 
origen y en la realización interior, y antes que el hombre, es 
posibilitación y la educación es justamente la posibilitación generosa y 
gratuita para que el prójimo logre como resultado de su propia 
líbertad, su destino.

Consiguientemente el destino de cada hombre es fruto de esos dos 
órdenes, naturaleza que nos precede e historia externa que nos 
determina por un lado, y sólo en un momento posterior, es fruto de la 
libertad e iniciativa ordinarias de cada uno.

En un momento histórico de gozosa reconquista de libertades 
tendríamos que ser mucho más realísticamente conscientes de los 
límites de la educación. Esa libertad como personalísima 
posesión-tarea, sin embargo, tiene que ser despertada y posibilitada 
tanto por el ejercicio de otras libertades individuales como por la 
oferta de conocimientos teóricos y de posibilidades prácticas, para 
que cada sujeto se adecué personalmente a su proyecto humano. La 
experiencia enseña que la vida de cada hombre queda medida y 
fundamentalmente condicionada por las posibilidades materiales, los 
diálogos espirituales, los proyectos morales, el marco cultura¡, el 
horizonte geográfico y humano que aparecen en su infancia y primera 
juventud; aquí no valen ilusiones superfluas.

Lo que es la trama y urdimbre de los primeros años, en el sentido 
biológico para el niño, empezando por los primeros meses, es para el 
joven el conjunto de experiencias y esperanzas que aparecen en su 
vida entre los 8 y los 18 años.

2. El hombre a merced de su prójimo

Experiencias y esperanzas establecen el horizonte, los confines 
dentro de los que uno se va a hacer. Si aquellas experiencias dan el 
troquel biológico, estas segundas dan lo que llamaremos el 
troquelado espiritual del habitáculo. Con ello estamos glosando la 
afirmación de este apartado: el hombre está a merced de su prójimo y 
el prójimo tiene que saber que en este sentido, reviviendo la pregunta 
del Génesis, es guardián, es responsable, es destinación de su 
hermano. Visto esto, ¿en qué orden de realidad tiene que ser 
introducido para que él, por sí mismo, se adecúe? El hombre tiene 
que ser introducido en los diversos órdenes de realidades; el mundo 
es el conjunto de universos de valor y de sentido que son posibles a 
los humanos. Para muchos hombres sólo les es asequible el 
inmediato mundo físico de la naturaleza en medio de la que viven.

Una sociedad, una institución, una persona, son fecundas y 
humanizadoras en la medida que abren a más mundos y dan la 
posibilidad de experimentarlos como reales. Esos nuevos mundos son 
la naturaleza física, el prójimo, la sociedad, la historia, el arte, el orden 
moral, la religión, la ciencia y la política. La introducción a cada uno 
de esos mundos tiene su momento en la vida de cada persona, y en 
el descubrimiento sugestivo de ellos descubrirá cuál es aquel en que 
va a habitar como en morada y a realizar su misión religiosa.

3. Las preguntas fundamentales

La educación es aquel quehacer por el cual los seres humanos 
introducen a otros en cada uno de esos mundos, para que cada 
hombre o mujer descubran su lugar y puedan responder a las tres 
preguntas fundamentales que formulaba Cervantes en su obra 
cumbre, Don Quijote; vamos a enunciarlas en indicativo y luego las 
pondremos en iinterrogativo.

Recuerden el capítulo V de la primera parte, en uno de esos 
momentos donde D. Quijote y Sancho hacen esos diálogos 
absolutamente geniales, donde locura y realismo cambian de sujeto y 
no se sabe quién es el loco y quién el cuerdo, si Sancho o D. Quijote; 
en un momento donde Sancho le arguye, le invita a que se sitúe en la 
realidad, D. Quijote dice: "Yo sé quién soy"; en otro momento 
posterior dice: "Yo sé qué puedo ser', y en un final termina diciendo: 
"Yo sé de qué estoy necesitado". .

Volvamos a estas tres afirmaciones del momento máximo de nuestro 
humanismo hispánico y digamos: la escuela tendría que cualificar e 
introducir en esos mundos, de tal forma que cada alumno dijera o le 
pudiéramos preguntar, o él pudiera preguntar, ¿sé yo quién soy?, 
segundo ¿sé yo qué puedo ser?, tercero ¿sé yo de qué estoy 
necesitado?

En la primera pregunta estamos provocando a que cada hombre o 
mujer sepa de su origen, sepa de los límites desbordables e 
indesbordables en los que nace, sepa en última instancia de las 
fidelidades y solidaridades originales a las que cada uno nos 
debemos. Esa es la primera realidad y horizonte a que la escuela y la 
educación deben responder, a que cada hombre y mujer diga: yo sé 
quién soy.

En la segunda, ¿yo sé qué puedo ser?, hay que descubrir el 
universo de ínsitas posibilidades y de posibilidades abiertas al entorno 
humano. Hay que descubrir aquel último misterio que si está 
circundado por el origen, no está condicionado nunca por el origen. Y 
finalmente, ¿yo sé de qué estoy necesitado? Es verdad que nadie 
elegimos nuestra misión. Recuerden el texto de Machado: "Nadie elige 
su amor, llegó a mí un día con destino a mis altos palpitares". Pero 
cada hombre y mujer en un momento dado de la vida tienen que 
poder descubrir cuál es su mejor ilusión, su más profunda necesidad, 
aquello que podríamos expresar con una frase muy vulgar pero muy 
profunda de nuestro castellano, ¿cuál es su real dama? 
Evidentemente no en el sentido biológico o espiritual, sino aquella 
más profunda necesidad, aquello que es su destino y que en el fondo 
es la fase de su plenitud.

4. Los impulsos fundamentales

Para que un ser humano pueda ser introducido en esos universos 
de realidad en los que pueda realizarse a sí mismo, necesita de 
impulsos exteriores, ¿cuáles son?: medios naturales en un grado 
mínimo posibilizador, en esto los creyentes tenemos que aprender de 
lo que ha sido la historia del último siglo. La libertad y la conciencia 
son un absoluto pero un absoluto que nace, que se entrecruza, que 
está condicionado por la historia, por la cantidad, por tantos 
condicionamientos materiales que tienen que ser superados.

Si algo es la cultura, es la capacitación del sujeto personal en orden 
a que se vuelva reactivamente frente a los límites naturales y los 
desborde. Si la materia condiciona la inteligencia, la inteligencia 
condiciona y reconstruye la materia.

Y finalmente, junto a medios materiales, horizontes y posibilidades 
intelectuales, es necesario lo que yo llamaría el entusiasmo moral, el 
apoyo afectivo, el contexto personal que sostenga al sujeto, el que 
confiere reciedumbre al sujeto, para que no se sienta ahogado y 
limitado por esos límites de origen y para que esos saberes tengan 
consistencia y estén alumbrados para la necesaria ilusión, de tal 
forma que supere las dificultades históricas con que el sujeto se 
hunde.

Estos son por tanto los impulsos fundamentales que la escuela 
transmite a un ser personal para que él asuma su destino con ilusión 
y con gozo, es decir, que perciba la vida como una inmensa gracia y 
no como una triste desgracia.

Una generación, una sociedad, una institución o familia es 
equitativamente rica y fecunda en la medida en que es consciente de 
todos esos mundos a los que tiene que abrir, y en la medida en que 
ofrece esos tres órdenes de vida para que el sujeto pueda abrirse a 
ellos y en ellos realizarse.

A la luz de esto podemos examinar el valor o las carencias de las 
instituciones en medio de las que realizamos nuestra propia vocación. 
Es verdad que cada institución estará dedicada primordialmente a un 
orden de valores y promoverá a su realización, pero todas ellas tienen 
que tener todos estos como horizonte abierto, porque nunca sabemos 
en qué momento concreto puede descubrir su vocación y con ella su 
destino.

5. Ser hombres

La escuela y la familia, son en este orden el complemento y lugar 
en que el sujeto tiene que descubrir el ancho mundo con todos sus 
contenidos y posibilidades, descubrirse a sí mismo en diálogo, en 
reflexión informada y crítica, y sobre todo, recibir el apoyo moral, la 
consistencia personal para que toda esta oferta no sea una oferta 
teórica sino que sea una oferta con sentido como práctica y como 
proyecto. Y cuando se ha hecho todo esto, el educador deja al sujeto 
en aquella libertad, en aquella especie de inseguridad, como futuro, 
consciente de que la aventura humana de ser hombre, es una tierra 
siempre incógnita y que, por lo tanto, la educación es un bello riesgo y 
una aventura que no dominamos nosotros porque en última instancia 
se decide y se resuelve en aquel misterioso diálogo que cada hombre 
hace consigo mismo y que cada hombre hace con el misterio absoluto 
que llamamos Dios. Por eso la tarea educativa tiene, diríamos, como 
ese impulso de empeño absoluto y a la vez ese sentimiento confiado 
de quien habiéndolo dicho todo, al final nunca puede predecir ni 
saber qué va a ser el fruto de la obra de sus manos.

Con ello hemos terminado la primera parte del quehacer 
educativo.

II. LA CONTEMPORANEIDAD NECESARIA DEL EDUCADOR

La educación no acontece en el vacío: los saberes siempre se 
transmiten en una sociedad y ese horizonte de experiencia y de 
esperanza ambientales, históricas y sociales hacen de filtro y rémora 
o de trampolín e impulso para la recepción de unos valores y de unas 
propuestas.

1. Las nuevas escuelas, los nuevos educadores, los nuevos textos

Hablamos ahora de las nuevas escuelas, los nuevos educadores, y 
los nuevos textos. No necesita comentarios, la diferencia en que se 
hallan las instituciones y las personas educadoras hoy respecto a 
hace 30 años es, que hace 30 años la escuela era la única escuela, el 
educador era casi el único educador y el texto que se leía era el único 
texto. Hoy las escuelas no son sólo aquellas que llamamos escuela: la 
calle, la información, el ambiente, tienen tal fuerza de transmisión por 
ósmosis que se convierten realmente en las reales propuestas de 
sentido, frente a las cuales por la limitación del tiempo, por la dureza 
de saberes objetivos que hay que transmitir, apenas es capaz la real 
escuela de competir o de conformar; por tanto, esta es la primera 
percepción que tenemos que llevar a cabo: no somos los educadores 
únicos, no somos la escuela única; es la sociedad, es la información, 
por eso nuestra primera pregunta es: ¿cómo identificamos ese 
contexto?, ¿cómo lo valoramos axiológicamente?, ¿y cómo lo 
mejoramos?

No podemos educar como si esas otras realidades no existieran, 
porque esas otras realidades están ejerciendo de rechazo o de 
afirmación de las propuestas, tanto intelectuales como morales, que 
nosotros ofrezcamos. Eso dicho, tendríamos que analizar ahora, 
cuáles son las grandes luces y sombras de nuestro hoy que facilitan o 
dificultan nuestra misión educativa con las cuales, en última instancia, 
estamos nosotros colaborando y dialogando. Nuestra misión sería en 
última instancia, ser capaces de integrar, criticar y hacer fecunda esa 
inmensa carga educadora que, la llamadas "escuelas exteriores", 
ejercen sobre nuestra propia escuela.

2. Luces de nuestra época en materia educativa

En esta materia cada generación tiene sus luces y sus sombras 
propias; ni las unas ni las otras prevalecen tanto que hagan 
innecesaria la búsqueda o el olvido. El hombre es indestructible, 
siempre es posible la verdad, vivir en la verdad y en la idea del amor. 
Para un creyente, Dios es contemporáneo de cada generación y no 
abandona en ninguna época a ningún pueblo, ni a ningún grupo.

¿Cuáles son, diríamos, las grandes luces o grandes valores de 
nuestra época intelectual? Enumero sin más.

1ª La valoración del sujeto discente frente al objeto. Es tan 
importante el sujeto que aprende, tan sagrado, como el objeto o 
contenidos que se transmite; por tanto, la preocupación del educador 
no es sólo lo que tiene que enseñar, sino la ocupación por aquel a 
quien tiene que enseñar, que no es sólo inteligencia, sino que es 
persona.

2º La valoración del sujeto receptor a la vez que el sujeto emisor en 
una escuela, no es sólo el profesor el decisivo, es también el alumno 
el decisivo; por eso, el acogimiento, el descubrimiento de en qué 
contexto está, de qué familia proviene, a qué acosos paralelos está 
sometido, qué realidades apesadumbran o ilusionan esa vida, es un 
factor absolutamente decisivo que la nueva situación nos ha ayudado 
a descubrir.

3º La iniciativa creadora frente a la recepción pasiva.

El redescubrimiento de que la verdad se logra en diálogo, es decir, 
acogiendo una implícita pregunta o suscitando una implícita 
necesidad para que nuestra palabra, como respuesta, encuentre o 
sea respuesta a una pregunta, de quien tenía ya o que nosotros 
hemos sido capaces de suscitar, para que nuestra verdad se 
encuentre con el interés de la búsqueda y sea por tanto, en ese 
sentido, fundamentalmente valiosa.

4º La integración de todas las dimensiones del niño: la inteligencia, 
la afectividad, las manos. Todo el sujeto debe ser educado, desde la 
inteligencia, racionalidad y aprendizaje conceptual, a la memoria, a la 
afectividad, a la condición física.

5º La recuperación del sentido crítico preparando no sólo para la 
acumulación de saberes, sino para la iniciativa, para la inserción 
creadora en la sociedad, y no sólo para el plegamiento a esa 
sociedad. La formación y la cultura no sólo preparan a los hombres y 
mujeres para que humildemente se enclaven en un tejido hecho, sino 
para que sean capaces de enclavar y desenclavar, de aceptar, y 
reconstruir, para acoger llamadas y provocar llamadas a esa 
sociedad.

6º Ensanchamiento de saberes objetivos más allá de los 
consagrados. Nunca sabemos del todo qué saberes tiene que 
transmitir la escuela; del inmenso campo de conocimientos que la 
inteligencia humana ha logrado, qué es lo que la escuela debe 
ofrecer. En cualquier caso hemos descubierto que la escuela debe 
preparar para reconocer como horizonte posible ese inmenso mundo 
de saberes. La clásica división en ciencias y letras, se ha quedado 
corta para describir toda la gama de posibilidades cognoscitivas que 
la escuela tiene que ofrecer.

Y última afirmación

7º Conciencia de que en la escuela transmitimos no sólo saberes 
teóricos, sino ideales de vida y que por eso, la enseñanza no es 
nunca neutra, y esto, todos, unos y otros, tenemos que reconocerlo.

Quien educa, sea enseñando Matemática, Biología, Historia o 
Religión, configura la identidad personal de aquel que recibe esos 
saberes.

La educación nunca puede, nunca es, ni nunca será neutra. 
Reconocer eso es el punto de partida para aceptar el problema y para 
encontrar la solución; quiere decir que habrá que arbitrar y tipificar las 
condiciones para que ese insuperable partidismo no se convierta en 
instancia violenta, o en puro proselitismo. El reconocimiento de este 
hecho me parece evidente, también para los cristianos, porque 
tampoco podemos nosotros reclamar que nuestra enseñanza sea 
única ni la más eficaz.

Finalmente, aunque sea en último lugar, habría que reconocer 
como grandes luces de nuestra época, la inmensa abundancia de 
instrumentos técnicos y pedagógicos, que facilitan el hacer educador; 
si bien es verdad, que la abundancia de recursos no lleva consigo 
automáticamente la seguridad del aprendizaje, y que posiblemente un 
exceso de recursos se convierta en una amenaza a la apropiación 
personal, porque las cosas se logran no simplemente con la 
proposición inmediata delante de los ojos, sino de la inteligencia; se 
logra sobre todo cuando son fruto de una lenta, consciente y 
generosa conquista.

Habría que ver otros muchos aspectos, dejemos de momento estas 
iluminaciones sobre lo que es la gran conquista positiva del mundo 
educativo.

3. Sombras de nuestra época en materia educativa

Veamos otros campos no tan luminosos, lo que podíamos llamar la 
sombra de nuestra época.

Nuestra generación ha asistido al descubrimiento del ancho mundo, 
toda la tierra, el descubrimiento del poder transformador de la razón 
humana, de la capacidad transformadora de la técnica, de la 
información total y puntual sobre cada uno de los órdenes de la 
realidad. A estos admirables logros históricos van unidos unas 
páginas y unas pérdidas o silencios de valores, por ejemplo a la 
prevalencia del objeto sobre el sujeto, de la cantidad sobre la calidad, 
del número sobre la persona, va unida la insignificancia del individuo 
en medio de las masas, ya ninguna parte asombra, y este valor 
absoluto y sagrado de la persona queda relativizado entre tanta 
masa. El olvido de las diferencias constituyentes: la liberación, la 
uniformación, la explotación, la unisexuacíón, hasta en el vestido, con 
la consiguiente reacción de las minorías, tanto raciales, como 
culturales, como religiosas, que no se quieren dejar estandarizar.

La pérdida del valor de la obra aislada, de la creación individual, 
frente a la producción en serie, la soledad del individuo que queda así 
minimizado y obligado a la desesperanza de todo.

Nuestra cultura contemporánea a la vez que descubrimiento de las 
masas y del prójimo lejano pobre, de los continentes desamparados y 
sometidos, está dejando sin éxito al sujeto personal en su irreductible 
soledad, sin darle capacidad para conocerse y ejercitarse como sujeto 
moral que necesita sabiduría, fortaleza, a la vez que ciencia, que 
necesita esperanza, a la vez que poder.

Juan Pablo II en la Encíclica Solicitudo Rei Socialis, nos recordó la 
existencia del cuarto mundo, es decir, de esas inmensas minorías que 
dentro de las sociedades desarrolladas perviven en la indigencia, en 
la exclusión social, o en la soledad personal. Nuestra cultura, en 
parte, está cegando las fuentes de las que nace la verdadera libertad, 
la felicidad, el gozo en esperanza; no nos hace personas libres y 
felices el poseer, sino el llegar a aprender por sí mismos; no el dinero 
sino la obra bien hecha, no el placer directo sino el amor conquistado 
y sostenido, no la forma fácil construida técnicamente, sino la 
deleitación difícil en la obra bien hecha, no la suerte que da forma 
inesperada nos enriquece sino la adquisición lenta de un trabajo 
debidamente realizado; no el reconocimiento externo que se nos 
otorga desde fuera, sino la paz en la verdad y justicia interior. Vean a 
quién se constituye en ídolo, quién se considera y tiene suerte, quién 
llega a la fama en nuestra sociedad contemporánea.

La complejidad de la vida y de las instituciones está llevando 
consigo que siempre nos toquemos con estructuras, con grupos, con 
leyes, es decir, frente a poderes anónimos ante los cuales nos 
sentimos perdidos como personas individuales; el individuo deja de 
contar, ni como receptor, ni como actor; el alumno es un número que 
recibe enseñanza y el profesor otro número que la ofrece; cuando 
esto ocurre nuestras instituciones dejan fácilmente de existir; la 
soledad, el fracaso escolar, la falta de aprecio o significado que los 
enseñantes pueden tener, es el resultado. Todos quedamos 
reducidos al anonimato, a la despersonalización, a la desesperación; 
la soledad resultante es la fuente de muchas violencias, la 
comunicación personal queda entonces cegada y la educación se 
torna imposible; frente a la masa y al anonimato, las instituciones 
educativas tienen que dar la capacidad de que cada educando y cada 
educador tenga su rostro personal, por eso llega un momento en que 
la pregunta es, ¿quiénes son las instituciones o si hay alguien 
dispuesto a serias? Y no sólo a estar en ellas, trabajar en ellas o 
cobrar de ellas. ¿Qué porcentaje de los hombres y mujeres que están 
en una institución la son?, y cuando digo Ia son" quiero decir aquello 
para la que viven, donde el tiempo no cuenta y no se pregunta por el 
límite del esfuerzo.

4. La cultura como potencia de juicio y libertad

Estamos asistiendo a una cierta marginación de la conciencia y 
libertad individual frente a las decisiones de los grupos. Con ello se 
logra, es verdad, la convivencia en la diversidad, pero queda siempre 
pendiente el problema de la verdad que nunca se decide, ni por 
opinión, ni por voto, ni por estadística; estamos asistiendo a ciertos 
eclipses sociales de la verdad, al miedo, huida, rechazo de la verdad 
objetiva, personal, sagrada, esa que es inalienable, esa en la que se 
funda nuestra existencia y en la que nadie puede decidir por nosotros, 
y en este sentido los pobres obturan la conciencia, y un tipo de 
información, que como tal es sagrada, pero que sin embargo nos 
ofrece tal gama de pluralismo, de diversidad, de sucesión informativa 
diaria, está llevándonos a la convicción de que la verdad no existe, de 
que la verdad no es posible, de que la diversidad, sucesión, es lo 
único que queda, y que por tanto hay que ir estando sobre lo que 
ocurre; no se está en tierra firme.

En este sentido recuerden que la escuela es el lugar donde rige la 
conciencia y no los poderes, y se prepara al hombre para el ejercicio 
de la conciencia, para la capacidad de la libertad, frente a poderes y 
coacciones. Recuerden que Antonio Machado dijo en un momento 
que la lógica se había comido a la ética en las instituciones 
educativas; la lógica de las ciencias o la lógica de la vida.

La nuestra, a su vez, es una cultura de la imposición de unas 
necesidades y de la represión de otras necesidades; se nos estimulan 
ciertos instintos y apetencias permanentemente: los más cercanos a 
la rivalidad, el poder, el sexo, la intuición, el dominio sobre los demás, 
las tentaciones, el placer de la degustación física de productos. Se 
hace silencio sobre otras necesidades, reprimiéndolas, como si no 
existieran; se evita hablar de la enfermedad, de la virtud, de la 
mortalidad, del dolor y todo esto termina haciéndolo profundamente 
débil, endeble, empobrecido porque esas realidades existen y nos 
asaltan y asaltan a quienes educamos cuando menos se lo esperan; 
si se las hemos hurtado o hemos hecho silencio sobre ellas, nos 
hemos hecho infinitamente débiles, endebles. En este sentido el 
quehacer educativo se llama ilustración radical sobre lo silenciado en 
público, ruptura de tabúes, ensanchamiento de esperanzas y 
aceptación de todas las necesidades que determinan la vida humana; 
por eso, la incitación a la lectura, a la reflexión, a la personalización 
crítica, a la libertad. Consuélense o siéntanse urgidos: hoy día en 
España prácticamente sólo leen los niños y los jóvenes, y digo 
prácticamente en este sentido, son las únicas edades donde 
primordialmente se lee.

Las editoriales infantiles y de libros de primera juventud tienen el 
máximo auge; que esa lectura no sea sólo la unidad de texto o la 
unidad de distracción, sino sea la iniciación a una lectura crítica y 
liberadora es la responsabilidad de la escuela. Frente a la 
enunciación de los saberes y frente a la posterior especificación, es 
necesario que durante estos años se forme, no la inteligencia sola, 
sino toda la persona con sus distintos niveles, dinamismos, 
apetencias, experiencias y posibilidades. Es decir, nuestra educación 
va más allá de la formación y de la transmisión de saberes.

No se puede desconocer o poner aparte el sujeto que aprende y 
desaprende; hacer hombres y mujeres primero, luego ciudadanos, 
luego profesionales, y no al revés; preparar para ser y vivir con 
esperanza en el mundo y no sólo con dinero y trabajo; esta sería la 
gran misión de conciencia crítica y liberadora, en este sentido, para 
que a quienes formamos tengan capacidad de que el contexto no los 
desespere y puedan ser por tanto hombres.

Estamos diciendo con esto que la cultura es potencia de juicio y 
potencia de libertad frente a poderes anónimos. La persona 
educadora y la institución que quiere asumir estos ideales se 
convierten en la respuesta a los retos históricos de 
despersonalización, de anonimato, de injusticia, de pérdida de 
libertad.

III. LA CONFORMACION CRISTIANA DE LA EXISTENCIA

También lo que voy a decir aquí son las verdades consabidas. He 
dicho que un educador trasluce antes que saberes concretos, lo que 
es su experiencia personal, su instalación en el mundo y su 
percepción de la propia vida cristiana. Entonces nuestro primer 
ejercicio crítico respecto de nosotros mismos como educadores es 
descubrir cuál es aquella perfección fundamental de las verdades 
cristianas fundamentales en su relación con la vida humana o qué 
imagen crítica de Dios, de Cristo y del hombre vivimos, porque eso lo 
dejaremos sentir sobre aquellos que nos oyen. Esas realidades 
cristianas calan nuestra vida como una fuerza flusionadora y 
esperanzadora, o Dios es percibido como un límite, como una 
exigencia, como un juez, como un tabú, como una frontera; y por tanto 
la vida humana bajo El, frente a El o contra El.

Déjenme que en este sentido lea unos puntos en los que de alguna 
forma intento hacer síntesis de lo que yo llamaría la experiencia 
cristiana fundamental, esa que sin casi conceptos, llevamos cada uno 
de nosotros dentro, y es la que dejamos sentir y la que transmitimos 
por la vida, por el mero hecho de ser. Lo que yo llamo clave de la 
comprensión del hombre cristiano:

1º Para el hombre cristiano la existencia de lo real es fruto del amor, 
en su origen no está el azar, la necesidad, la indiferencia, y el silencio, 
sino la voluntad de afirmación del hombre, el proyecto que ordena un 
fin, la generosidad originaria que se comunica. Recuerden el texto de 
uno de los libros Sapienciales: "Tú Señor, amas todo lo que creaste, 
porque si no, no lo hubieras permitido". El amor y la palabra 
creadores no provienen del silencio, es lo que está en el origen 
creador y en la entraña del amor.

2º La creación es un envío de las creaturas a la vida, la vida es 
fruto del amor y no lleva en su entraña la muerte como creación 
última. Dios ha creado para la vida: aquellos estudiosos creyentes 
que se enfrentaron con la razón griega, cuyas reflexiones 
encontramos en los llamados libros sapienciales, que escribieron que 
Dios no hizo la muerte, ni se goza en la pérdida de los creyentes, 
pues El creó todas las cosas para que subsistieran, hizo saludables 
todas sus creaturas. Por tanto una especie de gozo fundamental de la 
existencia está en el origen de la experiencia cristiana.

3º El hombre así fruto de amor y así destinado a la vida, ha sido 
creado como imagen de Dios. Dios ha suscitado un ser capaz de 
reconocerlo, de constituirse en sujeto de una relación y alma de 
amistad. Evidentemente esta grandeza tiene su reverso: El hombre 
puede conocer y amar a Dios y revivir en forma deficiente en el 
mundo el conocimiento y el amor de Dios, pero puede rechazar esa 
posibilidad y cerrarse sobre su horizonte propio y ¡imitarlo, pero ya no 
podrá olvidar ese horizonte infinito que una vez le fue ofrecido.

El hombre tiene salvación, es decir plenitud, cuando coge esa 
oferta y propuesta de Dios. Tiene condenación cuando rechaza la 
plenitud ofrecida y se cierra en su horizonte limitado y se conforma 
con su diminuta soledad, incapaz de llenar su inmensa necesidad, y a 
eso, simplemente a eso, es a lo que los cristianos llamamos 
condenación, al cierre de una infinita ilusión en el círculo de una 
infinita soledad, que es lo único que tiene el hombre con Dios.

4º Dios creador ha suscitado creaturas que estén a su altura divina 
no como esclavos sino como hombres. Ha suscitado creaturas 
creadoras; la grandeza del hombre significa en que es como Dios, en 
analogía con Dios, puede transformarle, proyectarle suscitar formas e 
ideales; en una palabra el hombre ha sido creado por el gozo y deseo 
de Dios, para ayudar a ser creatura.

Quienes hayan leído la filosofía de Bergson, "Las dos fuentes de la 
Moral y la Religión", se encontrarán con aquella bellísima frase: "Dios 
se ha suscitado a su lado creadores y no esclavos".

5º Por ello la gloria de Dios y la gloria del hombre van inseparables. 
Dios se goza en que el hombre viva plenamente pero el hombre 
encuentra su plenitud en la gloria de Dios, es decir, el descubrimiento 
y apropiación de la abismal y planificadora realidad, santidad y 
anchura infinita.

No es posible por tanto ver a Dios y al hombre en alternativa, Dios 
no es el antagonista del hombre; la tarea de humanización verdadera 
se logra en la aceptación del límite y hasta la propia psicología, Freud 
nos hizo descubrir que el principio de realidad, y no el principio de 
fantasía, es el verdadero principio de humanización. Por tanto 
aceptación del límite, pero a la vez apertura a lo ilimitado; al hombre le 
pertenece lo que puede hacer y lo que puede recibir; y eso que 
puede recibir de Dios y del otro es infinitamente más que lo que 
puede hacer.

6º Cada hombre es un absoluto derivado del amor creante de Dios, 
constituido como su imagen y destinado a la vida. Cada hombre es, 
por tanto, para su prójimo una presencia implícita de Dios, una 
frontera absoluta y el lugar donde es convocado a responder al 
creador: acogiendo y sirviendo a su creatura, que es la única que lo 
necesita, ya que la nada no necesita de Dios ni de nuestras manos, ni 
de nuestros pensares, ni de nuestros afectos.

Dios es así la garantía sagrada del hombre y el hombre es el reflejo 
sagrado de Dios, aun cuando esté degradado por el pecado, por la 
culpa, por la injusticia.

Recuerden el capítulo IV del Génesis; Dios vela por el Caín asesino 
y pone en guardia a aquel que ponga la mano sobre Caín aun cuando 
asesino y culpable es y sigue siendo imagen de Dios.

7º Dios ha suscitado al hombre en el mundo y ha hecho de éste el 
ámbito de humanización de aquel; el mundo es ante todo objeto de 
aceptación, de contemplación, de modelación y decisión sólo cuando 
es acogido en todos esos niveles, es el mundo fecundo para el 
hombre.

De ese mundo tiene que hacer el hombre hogar de residencia, 
sabiendo que no puede existir la pura materia transformada, ni debe 
desistir de humanizaria, ni puede hacerse a la idea de que es su 
patria definitiva. Morada del hombre en camino; ni tan pasajera como 
para que no merezca la pena acomodarla, ni tan definitiva como para 
que la elevemos a preocupación absoluta.

El hombre mora totalmente donde es, y por eso debe estar donde 
es; los valores deben dar los criterios de nuestras moradas y de 
nuestro uso del mundo; para ello, es evidente que el mundo es el 
lugar gozoso de su primer destino, es tarea y responsabilidad, y a la 
vez el punto de partida para la Salvación.

Por tanto el cristianismo es tal, porque ha encontrado en una figura 
histórica la concrección de eso que hemos dicho, lo que Dios es para 
el hombre y lo que el hombre puede ser para Dios; Jesús de Nazaret 
se ha convertido así en el paradigma de humanidad y de divinidad, ya 
no existe Dios al margen de lo que El da de sí y dice de sí mismo, 
Jesucristo.

Por ello esos textos tan breves como ingenuos, tan profundos como 
sutiles, que son los Evangelios han precedido a todas las teologías y 
a todas las antropologías.

8º Cada vida humana tiene un valor absoluto, porque ha sido 
absolutamente querida por Dios: la inmensidad de los espacios tanto 
siderales como terrestres, y la inmensidad del tiempo y de las 
generaciones, nos inclinan a desistir del valor de cada uno de 
nosotros como absoluto.

Nos parecería demasiado considerar a cada hombre como absoluto 
en la inmensidad de generaciones, sin embargo, el cristianismo afirma 
ese valor sagrado de cada vida, en especial de aquella a las que la 
sociedad y la historia niegan su dignidad y relieve: pobres, niños, 
mujeres, marginados, desplazados y pecadores. Si alguna tarea 
sagrada tiene el cristianismo en el mundo es mantener en alto esa 
necesaria personalización de la vida humana, y ese carácter sagrado 
de toda persona, y ese peculiar relieve sagrado de los sujetos 
humanos a los que la sociedad pone en entredicho o rechazo.

Punto final de-esta parte: "La Iglesia es el lugar donde se acoge la 
revelación de la gloria de Dios, como afirmación de la divinidad y de la 
esperanza de Jesucristo". En ella puede encontrar el hombre reflejada 
la gracia de Cristo: su Evangelio es la potencia de salvación como 
afirmación, es decir, perdón y misión para todo el que cree.

La grandeza de la Iglesia es proporcionalmente eficaz a la grandeza 
con que otorga fe, y confianzas absolutas al Dios viviente y es 
proporcional a la confianza, libertad y misión que otorga al hombre 
viviente. La Iglesia es así la mediación por la cual la gloria y la 
revelación de Dios se tienen que juntar con el mundo para sanarlo y a 
la vez ensancharlo. En esta Iglesia cada hombre es un absoluto 
personal. La Iglesia soy yo y sin mí ella no será aquí, pero a la vez 
cada uno de nosotros debería de decirse: sin la Iglesia, sin todos los 
hermanos que la forman, yo no sería creyente, yo no seguiría yendo 
al Evangelio en silencio, yo no podría mantener mi fe, ni mi esperanza 
verdaderas. Esto sería el rumor de fondo, de lo que es una 
experiencia de Dios en cristiano y de la repercusión de ese Dios en 
relación con el hombre, y como aquel a quien nosotros hacemos 
llegar nuestra palabra, que tiene que percibir ese Dios no como límite, 
no como frontera, no como antagonista, sino como un límite que 
ensancha y una oferta y un reto absoluto a la libertad del hombre.

Estos contenidos tienen que hacerse conciencia, coherencia y 
realizaciones en cada vida humana, por tanto tiene que haber una 
conciencia lúcida y crítica de esas realidades cristianas, tiene que 
instaurarse una coherencia entre el nivel intelectivo y la experiencia 
vital de cada uno de nosotros y, finalmente, una realización de la te en 
la vida.

IV. TESIS SOBRE NUESTRA TAREA EDUCATIVA.

PRIMACIAS CRISTIANAS

Cada uno de nosotros vive en el tejido de la sociedad y es 
absolutamente responsable de ello. Esto lo vive el cristiano en una 
humanidad pluriforme: se ha roto la uniformidad política, la 
uniformidad social y la uniformidad cultural. Eso obliga al cristiano a 
un diálogo, celebra el pluralismo, para un cultivo de la propia 
identidad, si no estará a merced de la humillación o el desprecio.

A la hora de estar con gallardía y gozo en el mundo, de encontrarse 
y de colaborar con los demás, de discernir lo que urge y lo que es 
más fecundo, es necesario percatarse de que es lo más 
cristianamente cristiano y lo más fecundo históricamente. Para lograr 
estas metas dejo sólo enunciado el siguiente catálogo de primacías 
cristianas, cuya exposición requeriría más largo empeño:

a) Del ágape sobre el logos. Es decir, de la bondad sobre la 
inteligencia, del amor sobre la razón, aun cuando nunca sea contra la 
verdad. Pablo habló de los que saben y de los que aman; del pecado 
de aquellos por cuyos conocimientos sublimes, usados en distancia y 
vanagloria, perece el hermano por quien Cristo murió.

b) Del logos sobre el ethos. Es decir, de la verdad objetiva sobre la 
acción subjetiva, del sentimiento universal sobre mi conducta 
particular.

c) De la acción humana total sobre la praxis transformadora. Hay 
que esclarecer los criterios morales de toda acción histórica. La 
eficacia no es el único ni el supremo criterio. La acción humana es 
muy compleja y la praxis política es sólo un fragmento del ser, hacer y 
sentir humanos. La oración y la contemplación, la adoración y el amor 
silentes, son también supremas expresiones acrecentadoras del 
hombre.

d) De la praxis servicial sobre el consumo degustativo. El hombre se 
logra tanto en la renuncia como en la posesión, y más en el servicio al 
prójimo que en la afirmación de sí mismo. Quien pierde su alma, la 
gana definitivamente; y quien la retiene, la pierde.

e) De la persona sobre la naturaleza. El hombre es el sentido del 
mundo creado por Dios. Ninguna construcción o proyecto pueden 
convertir al hombre en medio, negado o anulado, en función de 
ningún fin. Donde se malogra el hombre, se malogra el mundo. Donde 
no se salva el hombre, se condena el mundo.

f) De la libertad sobre la fuerza. Hay una fortaleza que nace de la 
verdad, que se afirma en la debilidad, que no tiene recursos y que, sin 
embargo, es absolutamente potente. Apela al hombre que aún no es, 
al que necesita redención, gracia, amor absoluto. La fuerza ejercida 
sin límite y el poder violento reducen al hombre a un estado 
prehumano y engendran aquella violencia que hace imposible las 
rosas, los niños, los árboles, el amor y la esperanza.

g) De la comunidad sobre el individuo. La verdadera libertad no 
nace del subjetivismo, de la espontaneidad o del aislamiento, sino de 
la apertura, de la comunión y de la inserción solidaria. No la 
arbitrariedad de lo que es exclusivo y es retenido funda al hombre, 
sino la compartición y la hegemonía de lo que es para todos, y a 
todos engrandece frente a lo que aísla, frente a lo que segregando 
aparenta crear soberanía y en el fondo engendra una soledad que 
mata.

h) De la comunión sobre la lucha, de la fraternidad sobre el 
enfrentamiento, de la conciencia de la común vocación sobre las 
diversidades históricas. Una cosa es reconocer, buscar las causas de 
las situaciones de lucha real, y superarlas objetivamente; otra, en 
cambio, proponer la lucha como constante necesaria de la 
humanidad, silenciando que la unidad es la vocación humana que hay 
que anticipar ya. La Iglesia tiene como misión ser sacramento, o sea, 
signo e instrumento, de la unión íntima con Dios, y de la unidad de 
todo el género humano; unión de los hombres entre sí y comunión 
con Dios que es la meta última de la historia.

i) Del arriba del origen y el destino sobre el abajo de la situación y 
de la hístoría. El hombre se comprende, logra y expresa mejor 
mirando desde arriba hacia abajo, desde su vocación última hasta sus 
situaciones penúltimas, desde la manera en que lo humano se realiza 
bajo la acción de la gracia a la manera en que se realiza bajo la razón 
animal; no a la inversa. Qué sea lo humano y cuál nuestra suprema 
vocación lo sabemos ya a la luz de aquel que lo ha realizado 
divinamente. Puesto que todo hombre retiene siempre su condición de 
imagen de Dios, aun cuando esté quebrada por el pecado y con ella 
rota la brújula para buscar la verdad, discernir el bien, admirar la 
belleza y realizar el bien, el católico considera siempre posible el 
diálogo y la colaboración, incluso en las situaciones humanas más 
difíciles, porque Dios nunca está del todo lejos del corazón del 
hombre, tampoco del pecador.

CONCLUSION

Termino diciendo que el educador tiene que ser un hombre que 
suscite inquietudes, que sea consciente de poder darlas, que viva las 
certezas absolutas sobre el sentido y unidad de su misión como 
educador, sobre la capacidad fecundadora del Evangelio, pero unas 
certezas, no para imponer seguridades, sino para suscitar 
esperanzas, de tal forma que no introyecte su identidad propia al otro, 
sino que sea capaz de suscitar la esperanza en el hombre y que él 
pueda lograr su propia identidad.

Educar más allá de enseñar; ser iglesia en todos los campos sin 
privilegiar las instituciones docentes, con una presencia significante y 
esperanzadora; ser todos iglesia más allá del reducto clerical o 
monástico; formar no sólo transmitiendo un pasado a veces lejano y 
ajeno sino dando una conciencia crítica respecto del presente y 
anticipando al instante toda la esperanza que gime en el corazón del 
hombre; pensar y crear en gratuidad para alimentar la inteligencia 
creyente y para hacer posible a esa inteligencia creyente acercarse al 
evangelio y a la originalidad permanente de la iglesia (más allá de 
cascarones y envolturas de remanencias preterizantes y de 
reminiscencias de historia hispánica inmediata, que están haciendo de 
filtro y freno para un conocimiento explícito y objetivo del cristianismo): 
he ahí nuestras grandes tareas.

GONZALEZ CARDEDAL O.