Discurso sobre la CARIDAD

Pronunciado el 7 de septiembre de 1955 ante 2000 jóvenes seminaristas  reunidos en el Teatro Antiguo de Fourvières (Francia)

  

           Emmo. Señor, Excmos. Señores, Señores Superiores, Señores:

             Sucedió en el tren que va de Méjico a Guadalajara. Un hombre joven, modestamente vestido, cojeando con una triste “pata de palo"... Un hombre "que no es del país". Yo tampoco. Se entabla la conversación. Es un español. Un "rojo". Su pierna se quedó en los desfiladeros de la sierra de Guadarrama, cerca de Madrid. Es un vencido, un exiliado, abandonado incluso de "los suyos".

            Se encuentra pobre y solo. Yo querría decirle algunas palabras que le resultaran dulces, sin humillarle con la limosna de una piedad ridícula que él rechaza de antemano... Sin duda, ha leído mi pensamiento, pues se apresura a decirme : "No necesito compasión, o por lo menos, no la necesito ya".

"Me ha pasado una cosa maravillosa..."

Y como mis ojos le interrogaran:

"Hace algunas semanas. Andaba errante por los suburbios de Méjico. Un domingo. El domingo es un día terrible para los que están solos... Llovía. Salí de un café. ¿Entrar en otro? ¿O ir al cine? Vamos al cine, me dije... Había a unos pasos una sala modestamente iluminada.

"Entré sin mirar las carteleras. Si las hubiera visto, quizá hubiera continuado mi camino hasta la próxima taberna... Pero llovía mucho. Y me metí en la sala oscura...

- ¿Y entonces?

- Ponían “Monsieur Vincent” (película sobre la vida de san Vicente de Paul, que dedicó su vida a la atención de los más pobres). Vi la película y luego me quedé a la segunda sesión, para ver mejor... para saber mejor... y así comprendí...”

Hubo un silencio... El tren, rezongando, jadeando, trepidando, nos arrojó por un instante el uno contra el otro. Esto pareció arrebatarlo de su sueño... Y continuó:

"...Ahora comprendo que el odio, las barricadas, las revoluciones: todo eso no sirve para nada. La violencia traerá siempre violencia. Y en definitiva los que paguen serán siempre la gente sencilla v los pobres diablos...

"El mundo saldrá de apuros sólo con la bondad y la caridad..."

- Hace dos mil años que sabemos eso, dije yo.

El me miró de soslayo.

- ¿Es usted cristiano ?, me preguntó.

- ¡Y usted también!, le repliqué.

Se estremeció, abrió la boca para protestar. Yo le tomé por un brazo:  "Recuerde..."

- ¡Ah, sí! Cuando era pequeño... Es verdad: en el pueblo... me santiguaba, recitaba las oraciones... Pero no pasé de ahí... Más tarde, no tuve nada de qué renegar, porque no había comprendido nada. Y luego he visto cosas que me han revuelto el estómago. Algunos que están todos los domingos, en primera fila, en la iglesia, con su plaza reservada y su reclinatorio de terciopelo. Inclinan la cabeza con humildad, pero durante la semana, no son sino arrogancia, insensibilidad y crueldad.

Lo cual no les impide, al domingo siguiente golpearse el pecho con todas sus fuerzas.

- Esos no arriesgan nada -dije yo-: no tienen corazón.

 El hombre sonrió y me miró como a un amigo al que no hemos visto desde hace mucho, mucho tiempo...

Llegamos a Guadalajara.

Él bajó su pobre maleta, se cubrió con un impermeable sucio y usado. En la mañana cárdena volvía a ser el hombre triste y solo.

Yo buscaba una palabra de auténtica amistad, una palabra que curase sin herir.

Fue él quien me tendió la mano.

Y con voz baja, como una confidencia:

-Todo eso -me dijo- pertenece al pasado. Ahora, sabiendo que sólo la caridad puede salvar a los hombres, me gustaría encontrar a Dios.

 

* * *

 

            He pensado muchas veces en aquel encuentro y en la emocionante lección que recibí de aquel hombre. Y vuelvo a pensar hoy ante vosotros, que, en la mayoría de los casos, llegaréis a ser sacerdotes, encargados de la más alta, de la más eminente misión que puede un hombre esperar.

Tonsurados, vestidos de negro, habiendo recibido del pontífice el supremo privilegio de absolver, iréis por los caminos de la vida. El mundo os recibirá generalmente con deferencia. Sin embargo, no le perteneceréis. Saldréis del rebaño para convertiros en su pastor. Pero el rebaño busca que el pastor lo guíe: sólo os reconocerá con esa condición.

¿Qué esperan los vuestros, qué espera el mundo de vosotros?

Que seáis sembradores de amor.

Ese mundo, esclavo de la técnica que debía liberarlo; ese mundo, que tanto tiempo ha permanecido encadenado a su egoísmo y a su odio, tiene una TERRIBLE necesidad de amar.

Y sólo vosotros poseeréis el poder de “restituir el hombre al Amor”. Su mensaje es vuestra misión. Su ley, bien lo sabéis vosotros, es exigente, tiránica... Pero su ley es toda la Ley.

“Si alguien dice: ‘Yo amo a Dios’ y no ama a su hermano, es un mentiroso”, dice san Juan. El Apóstol predilecto no se anda con rodeos... Y se explica: “¿Cómo el que no ama a su hermano, a quien ve, amará a Dios, a quien nunca ha visto?”

Y Pío XII nos enseña: “Cristo ha querido hacer de la caridad fraterna la sustancia misma de la religión”.

Con vuestra vida, con vuestra palabra, con vuestro ejemplo, seréis los promotores, los cruzados de la Caridad.

 * * *

            ¡Atención! La Caridad: no la limosna. No esa ofrenda desdeñosa que se deja caer, que se da "de arriba abajo", y que, si ofende a quien la recibe, deshonra ciertamente a quien la da. Semejante limosna es la caricatura de la Caridad.

¡Atención! La Caridad: no la solidaridad. La solidaridad es la reproducción laica de la Caridad.

Precisamente en ese sentido, nos dice san Pablo: "Aún cuando distribuyera todos mis bienes en alimento de los Pobres, si no tengo Caridad, nada soy".

¿Qué es entonces la caridad?

             Permitidme, otra vez, recordar...

Era la víspera de Navidad. Una dura jornada. Visitas, teléfono, cartas y esos innumerables paquetes, gracias a los cuales, bajo el signo del Padre de Foucauld, decenas de millares de niños y ancianos han encontrado una sonrisa.

Las diez de la noche. Estoy cansado. Un poco desconcertado. Tengo inmediata necesidad de soledad y silencio.

Llaman a la puerta. ¡Una vez más! ¡Han llamado tanto en todo el día! Con un poco de impaciencia, voy a abrir. Es un muchacho, un niño, muy pálido, con unos ojos grandes que miran, no sé dónde, cosas que las personas mayores son incapaces de ver...

Me entrega una carta. sin decir palabra, y desaparece.

Tras el primer instante de sorpresa, procuro alcanzarlo. Esfuerzo inútil. Ha devorado ya la escalera, se ha perdido en la calle.

Abro la carta.

Contiene 25 francos y estas líneas :

Muy Señor mío :

Por amor de Dios, haga el favor de aceptar, de parte de un obrero en su sexto año de enfermedad esta modesta participación, para no privarle de la satisfacción de ayudar a los más desgraciados.

 

            Señores, yo no conozco, sinceramente, definición más hermosa de la Caridad.

La Caridad debe hacerse, en primer lugar, "por amor de Dios". De Él recibe su excelso sentido, convirtiéndonos en colaboradores suyos, indignos, pero reconocidos.

Sin el amor de Dios, que es su fuente, la Caridad degenera en generosidad, altruismo, filantropía. Muy hermoso, sí: admirable. Pero lo repito: nada de eso es Caridad.

La Caridad es la proyección del rostro de Cristo sobre el rostro del Pobre, del Enfermo, del Perseguido.

Y se realiza con alegría: "La alegría, decía Chesterton, es el secreto gigantesco del Cristiano".

La Caridad es la historia y la gloria del Cristianismo.

Y al Cristianismo debe el mundo su liberación.

Es el Cristianismo quien ha proporcionado a los hombres la verdadera libertad, la única felicidad perdurable, las únicas leyes justas.

Ha roto las cadenas de los esclavos y ha hecho que reyes y poderosos humillaran la cabeza ante su justicia.

Ha hecho de la maternidad una función santa y venerada; ha restituido a la mujer su respetada grandeza y su dulce poder.

Ha hecho del individuo un hombre; ha protegido al niño "al cual pertenece el Reino de los Cielos".

Ha condenado las guerras; las ha limitado siempre siempre que le ha sido posible.

Ha creado hospitales y escuelas. Ha convertido la ley de solidaridad en un acto de amor.

Ha cuidado, consolado y salvado sin interrupción durante veinte siglos, en nombre del Pobre que decía: Amaos los unos a los otros.

Ha enseñado al hombre a rogar por sus enemigos, a morir bendiciendo a sus verdugos.

Incluso quienes lo desconocen y persiguen han recibido su luz y sus favores.

El Cristianismo puede hablar. 

* * *

 Posee la fuerza serena e implacable del tiempo, porque los siglos no prevalecerán contra él.

Los ciclones han asolado la tierra, pero no lo han abatido; las persecuciones y los mártires no lo han debilitado; los muertos no lo han llevado a la tumba...

Los reinos, los regímenes, las generaciones humanas descienden paulatinamente a la fosa común:

Solamente Dios vive para siempre.

 

EL CRISTIANISMO

ES LA REVOLUCIÓN POR LA CARIDAD.

 

* * *

 

Esta Caridad la ejerceréis en torno vuestro con igualdad, sin distinción.

Habréis de guardaros del deseo que tendrán de clasificaros, de colgaros una etiqueta, es decir, de ganaros para sí.

El sacerdote no podría ser el hombre de un partido, de una casta o de una clase.

El sacerdote es el hombre de Dios. Y Dios es de todos los hombres.

Tendréis también que disipar –con mucha discreción- una gran ilusión que es patrimonio de muchísima gente...

Gente que solemos llamar "timorata"..., quizá porque siente un gran temor ante el mal que pueda afectarla personalmente, mientras se queda tan tranquila ante el mal del prójimo. Gente persuadida -con una buena fe desconcertante- de que basta observar los ritos, decir las palabras, realizar las ceremonias, para servir convenientemente a Dios.

Y que preocuparse de la propia salvación es suficiente para cumplir con su deber.

Para ellos la religión se ha convertido en una especie de póliza de seguro contra el incendio eterno: se trata de católicos que no son casi cristianos.

Vosotros les recordaréis esta frase de San Juan Crisóstomo. "Nunca he logrado convencerme de que alguien pueda salvarse sin haber hecho nada por la salvación de sus hermanos". 

* * *

 Señores, toda mi vida de hombre ha estado consagrada a la defensa y ayuda de una parte de la humanidad que durante largo tiempo fue la más desgraciada, la más hundida: los leprosos.

Durante milenios, permanecieron, por millones, abandonados en el mundo. Sobre ellos pesaba una espantosa "excomunión social". Y no habrían sido -estos proscritos, estos malditos- más que una muchedumbre de desesperados, si, en una hora en que nada se podía hacer por ellos sino amarlos, en que toda esperanza humana estaba prohibida, los Misioneros no les hubieran llevado la Caridad divina y la Esperanza.

También vosotros que me escucháis estáis destinados a los leprosos. Porque en el mundo hay otras lepras además de la Lepra. También malditas y a veces mucho más repugnantes. Lepras mucho más contagiosas que la Lepra y para las cuales fuera del Evangelio, no hay salvación.

Me refiero a la miseria, a la injusticia social, al tugurio; y a sus proveedores: el egoísmo, la cobardía, la envidia, la arbitrariedad, el fanatismo.

¿Queréis, a escala mundial, algunos ejemplos?

A lo largo del siglo XIX murieron cien millones de chinos.

Muertos de hambre.

Durante estos últimos treinta años murieron veinte millones de indios.

Muertos de hambre.

Durante la revolución rusa, en la que desaparecieron 17 millones de seres humanos, murieron 12 millones.

Muertos de hambre.

Junto a tales montañas de cadáveres, ¿cuántos son los agonizantes?

En Extremo Oriente, el número de sub-alimentados representa el 90 por 100 de la  población.

En América del sur, "más de las dos terceras partes de la población está compuesta de individuos mal alimentados, mal vestidos, mal alojados".

El 65 por 100 de la población del globo vive "en estado permanente de hambre”. 

* * *

 ¿Por qué tanta miseria, tanta injusticia, tanta infelicidad?

Vosotros lo sabéis. Porque, para más de mil millones de seres humanos, Dios ha muerto. Dios no significa para ellos más que un viejo sueño desvanecido o una superstición que se ha de exterminar.

Se ha pretendido encerrar la existencia entre la fecha del nacimiento y la de la muerte.

Nada antes. Nada después.

Entonces lo que importa es vivir, vivir deprisa. El cómo es lo de menos.

Al suprimir a Dios del destino humano, se ha creado la civilización de la angustia y la desesperanza.

Y el hombre se ha forjado un nuevo señor, el más tiránico, el más engañoso, el más triste de todos: EL DINERO. 

* * *

 Es la peor de las lepras que habréis de combatir. 

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 Habréis de dominar el dinero, sin el cual, es cierto, resulta imposible toda empresa humana, pero con el cual todo se corrompe. Habréis de EXORCIZAR el dinero para convertirlo de corruptor en siervo...  

* * *

Tenéis, pues, muchos enemigos. Y muchas batallas en perspectiva.

Libraréis las batallas con alegría. Y a esos enemigos de las tinieblas los reduciréis “a golpes de amor”. Con el entusiasmo de vuestras vidas entregadas.

Un día, mañana, en vuestra parroquia, repetiréis –y de ello daréis testimonio- que el secreto de la verdadera vida reside en el amor, que la única felicidad que de verdad se posee es la que regalamos a los demás.

Sólo con el amor llevaréis a vuestros hermanos a la Fuente de todo amor. 

* * *

 ¿Será dura la ascensión? ¿Habrá espinas en el camino?

Por grande que sea la injusticia que os hiera o la prueba que os visite, nunca igualaréis la pasión del Gran Inocente, cuyo sacrificio perpetuaréis cada día.

Nunca os negarán tanto como a Él. Ni os crucificarán como a Él.

Y sabemos que, a partir de Pascua, la muerte no puede matar...

A su ejemplo y con su luz, no desfalleceréis jamás, no renunciaréis jamás.

Péguy decía: “Hay algo peor que tener un ánimo perverso: tener un ánimo acostumbrado”.

Y P. Baetman: “Los Santos han llegado a Santos porque tuvieron el valor de comenzar de nuevo todos los días”.

Esa santidad es lo que, en primer lugar yo os deseo.

Y a quienes os digan: “El Cristianismo está superado: su aplicación ha sido un fracaso”, les responderéis con Chesterton: “Los hombres no están cansados de Cristianismo. Nunca lo han conocido lo suficiente para aborrecerlo”. 

* * *

 Al regreso de uno de mis viajes por las leproserías del mundo, el Sumo Pontífice me recibió un día en su Palacio de Castelgandolfo.

...Al Padre de todos los hombres le hablé de nuestros trabajos, de nuestras preocupaciones, de nuestras luchas. Le hablé de los Misioneros que acababa de visitar, de los dispensarios adonde los niños llegan para terminar de morir de hambre, mientras las Religiosas tienden hacia ellos sus manos vacías... Le confié todo lo que había visto: los dolores, las miserias y el amor... También mis disgustos, y nuestras angustias, y nuestras fatigas. Le dije todo aquello “según me salía”, sin miramientos oratorios, como una confesión, o una plegaria...

Hubo un gran silencio. Un silencio, se diría, animado por el vaivén de miles de alas...

El Santo Padre me tomó las manos, mis pobres manos en las suyas, tan blancas... Y con una voz completamente nueva: “Lo que hace falta –me dijo- es ENSEÑAR DE NUEVO A LOS HOMBRES A AMARSE”. 

* * *

 Enseñar de nuevo a los hombres a amarse.

Y lograr así que los hombres posean de nuevo a Dios...

¡Qué ideal! ¡Qué consigna!

Porque si nosotros los Cristianos no somos, antes que los demás, los combatientes del amor, ¡de qué nos sirve estar bautizados? Si nosotros los Cristianos no llevamos a los demás el mensaje de ese amor, ¿cómo nos atreveremos a seguir diciendo que los amamos? 

* * *

 Ni vosotros ni yo salvaremos al mundo.

Pero vosotros y yo –vosotros mucho más que yo- podemos tomar parte en la tarea, según los dones que poseemos y las gracias que hemos recibido.

Cuando seáis Sacerdotes, mañana, difundiréis la Caridad y la Esperanza. Solos en el mundo, estaréis seguros de no equivocaros.

A quienes os vean, a quienes os oigan, a quienes os sigan, los conduciréis, a base de amor, por el camino que lleva a Dios.

Durante demasiado tiempo, los hombres han vivido unos junto a otros.

Hoy comprenden que deben vivir unidos.

Ahora hay que enseñarles a vivir los unos para los otros.

 La única verdad es amarse.

 

Del libro de RAOUL FOLLEREAU:

Si Cristo, mañana, llamase a tu puerta...

¿Lo reconocerías?

(Ed. Combonianas, 1962)