DIEZ DÍAS DE EJERCICIOS 10


Día 9º.
En las fuentes del ser y de la vida:
la Pasión

PLAN PARA ESTE DIA. 
SENTIDO DE LA VIDA Y DE LA MUERTE 

En la contemplación de la Pasión alcanzamos el término de todo 
esfuerzo espiritual: unirse a Jesús en el acto libre por el que entrega 
su vida y su muerte para cumplir la voluntad del Padre, la glorificación 
de toda la humanidad en el cuerpo suyo. Por el bautismo quedamos 
comprometidos a este esfuerzo, pero nunca podemos darlo por 
terminado. 
En él se encuentra el sentido de nuestra muerte cotidiana. Muerte 
que a su vez es un acto libre: yo doy mi vida cuando quiero; y cuando 
quiero la vuelvo a tomar. Porque Jesús ha vivido libremente en el 
amor, sin responder con el odio a los que le mataban, y con esa 
muerte consigue la victoria sobre el mundo y el pecado. La verdadera 
victoria consiste en sufrir la muerte en libertad y amor: «morir por los 
injustos» (Rm 5). Eso, ¿quién podrá hacerlo? Solamente uno, aquel 
que murió por nosotros, cuando estábamos privados de toda justicia. 
Con su muerte empieza nuestra liberación: «Que nos hemos hecho 
con él un solo ser, por una muerte semejante a la suya», «vivimos ya 
una vida nueva» (Rm 6). 
Juntamente con la vida y la muerte, la meditación de la Pasión 
ilumina todas nuestras preocupaciones humanas. A su luz podemos 
examinarlas de nuevo, especialmente las que se refieren a nuestra fe. 
La fe nos hace aceptar el sufrir por la Iglesia, pero además el sufrir 
por la fe misma. Penetra hasta las raíces de nuestro triunfalismo y de 
nuestro derrotismo. Nos hace superar el amor demasiado miope que 
tenemos aun a las cosas más santas, a nuestras obras apostólicas, a 
nuestras comunidades, a la Iglesia. Ante ella el orgullo de mi yo se 
desfonda y no queda más que el amor al Justo paciente que se 
entrega en verdad. 
Muchas cuestiones sobre el mundo y la Iglesia se disipan ante la 
luz que dimana de la cruz. No se niega nada del sufrimiento humano; 
pero todo queda trascendido más allá. Aunque nosotros mismos nos 
sintamos superados, la Pasión sigue siendo una escuela de vida. 
En el fondo lo que intentamos en la oración es lo que ella fue para 
los primeros cristianos: la fe les hacía descubrir la cruz gloriosa. En 
ella el discípulo de Jesús encuentra la fuerza y la alegría para su 
testimonio. No porque uno pretenda por si mismo hacer algo a favor 
de Cristo, sino porque se reconoce escogido por su maestro para 
manifestar en su carne mortal la fuerza del Espirituo que primero se 
manifestó en la carne del Salvador, a quien los hombres dieron 
muerte y el Espíritu glorificó. 


ORACION ANTE LA PASION 

Esta oración, como la del pecador, no puede por menos de ser muy 
profunda. De no ser así, lo mismo que en la oración del pecador 
vimos que corría el riesgo de limitarse al nivel de la ley y la 
transgresión, así ésta tiene el peligro de no pasar de una compasión 
sentimental, una búsqueda de explicaciones racionales, una 
preocupación por imitarle. Lo mismo que la meditación del pecado, 
sólo es fructuosa si nos hace encontrar a Jesucristo para situarnos 
con él en las raíces del ser y del amor. 
Para descender a esas profundidades, exige de nuestra parte cierta 
continuidad de existencia humana y cierto condicionamiento de 
nuestro ser. Sólo quien está habituado a la fijeza de atención es 
capaz de no enredarse en emociones fáciles o argucias racionales. 
Permanece presente al suceso. 
J/PASION/COMO-LEERLA: ¿Cómo describir esta presencia? El 
objeto de nuestra oración nos supera totalmente. Podríamos 
describirla diciendo que es semejante al silencio que guardamos en la 
alcoba de un moribundo. Quien no haya perdido la sensibilidad, se 
calla: el que está para morir posee secretos que ignoramos. O 
también podemos asemejarla al estupor de un niño que se encuentra 
por primera vez en su vida ante el dolor de las personas mayores; los 
que él ama mas que a nadie en el mundo pertenecen a un universo al 
que él no tiene acceso, abre mucho los ojos y se estrecha contra su 
padre o su madre. El sentir la mano del niño entre las suyas da un 
punto de alivio al dolor de sus padres. O quizás la manera de leer la 
Pasión podría parecerse a la lectura en soledad, o reunidos todos, de 
la carta que relata los últimos momentos de un ser querido. Esta 
presencia no tolera la atención distraída, frívola, ni el corazón seco o 
lleno de si mismo. 
Para fomentar esta atención delicada, es bueno volver a leer los 
diversos avisos dados durante estos Diez Días con vistas a la oración. 
Todos ellos tienen aquí una aplicación más directa que en ningún otro 
sitio. 
Prácticamente es imposible agotar la materia en un dia. Una de las 
ventajas del Mes de Ejercicios es que da tiempo a detenerse y a 
volver sobre el tema. De todas las maneras, en la medida del tiempo 
de que disponemos, es preciso arreglarse. Podrían leerse una a una 
las cuatro narraciones evangélicas. O bien, a modo de viacrucis, o 
aplicando las categorías que ofrece san Ignacio (considerar lo que el 
Señor quiere sufrir en su humanidad; cómo la divinidad se esconde; 
cómo lo sufre todo por mis pecados), permanecer ante una escena, 
luego ante otra... A continuación pondremos algunos ejemplos de 
cómo puede hacerse. Pero de todos modos, procure cada uno, 
tomando estos puntos de partida, no demorarse mucho en sus 
propias reflexiones, sino dejarse penetrar de la persona de Jesús. 
Sin olvidar que es siempre útil volver sobre las meditaciones ya 
hechas... San Ignacio, a propósito de la Pasión, insiste mucho en esto 
[209]. 


LA DIFICULTAD: EL MURO 

Frecuentemente, en este momento de los Ejercicios, experimenta el 
ejercitante dificultades que le desconciertan: distracciones, 
sequedades, incapacidad de fijarse, objeciones, sofismas, 
tentaciones, impresión de que pierde el tiempo. Por otra parte, adivina 
las riquezas escondidas en esta oración. No desea abandonarla, pero 
quisiera ser diferente. Es como un hombre que se siente impotente e 
insensible ante un espectáculo conmovedor. 
Es posible que si experimentas esta clase de enfermedad, estés a 
punto de recoger los frutos de la oración. Tu sentimiento no es ni de 
exaltación—sentimiento cuya futilidad apareceria bien pronto—ni de 
desánimo—estás bien seguro de ser objeto de un amor infinito—. Lo 
que te hace sufrir es amar tan poco y tan mal, estar ante un muro que 
te oculta el misterio y que no eres capaz de superar. Este sufrimiento 
nos sitúa de hecho ante nuestra realidad respecto de Cristo: 
recibiéndolo todo de él e impotentes por nosotros mismos para 
reconocer la plenitud de sus dones. Necesitamos recibir del Espiritu 
«la fuerza para comprender» (Ef 3, 18). 
Nos encontramos ante la verdadera dificultad de la oración, el muro 
de lo invisible, muro que no podemos franquear sino llamados por 
Dios, cuando El quiera. Otras dificultades deben resolverse. Las que 
proceden de una idea falsa o imperfecta que nos hemos formado de 
la oración. No hay más que sacarlas a la luz y las dificultades se 
desvanecen. Pero con lo que ahora sentimos no ocurre lo mismo, 
porque se trata de la oración misma. Verdadero purgatorio en que el 
hombre lucha con Dios para ser poseido y transformado por él. La 
Pasión nos sitúa ante este muro, hasta que Dios en un instante haga 
caer el obstáculo, y la alegría de su presencia nos consuele de tantos 
años de espera impotente. 
Esta dificultad la sentimos especialmente ante la Pasión por una 
razón doble. Primero por el objeto de la oración. No encontramos 
apenas en nosotros puntos de referencia que nos conecten con dicho 
objeto, como era fácil en dias anteriores. Se trata de una oración más 
desinteresada, dado que el Señor ocupa o debe ocupar todo el 
campo de la conciencia, pero con una mirada más austera. El 
segundo motivo es la unidad del ambiente requerido para esta 
oración: es tan delicado que el menor atisbo de distracción lo 
compromete. Es preciso con anterioridad que se acepte el ser 
verdaderamente pobre. 
Puede ser que esto parezca demasiado elemental a quien no suele 
hacer otra cosa que raciocinar, pero es liberador para quien acepta 
vivirlo. En realidad estos misterios no se revelan más que a quien los 
vive. Forman parte de la aventura de la fe, que nunca termina de ser 
vivida enteramente, mientras estemos sobre esta tierra. Cristo ha 
empleado toda su vida en llegar a su Pasión y en «ir libremente» a 
ella. Para nosotros no existe otro medio para comprender la Pasión de 
Cristo que continuarla en nuestra vida y en nuestra muerte. Todo se 
explica cuando todo se ha consumado. Pero no antes. 


PARA LA ORACION DE ESTE DIA

Lo más sencillo es evidentemente dejerse penetrar por una lectura 
lenta de los relatos de la Pasión entera o por partes, como hemos 
indicado mas arriba, Los textos o consideraciones que se siguen 
pueden también alimentar esa piedad, 

1. LA ORACION DEL JUSTO PACIENTE 
Jesús recoge en su oración la súplica de todos los hombres 
oprimídos por la injusticia o el sufrimiento. Esta súplica se ha 
expresado bajo los cielos y en todas las edades. Pero ha logrado una 
de sus mejores traducciones en los textos del Antiguo Testamento 
que de una u otra manera dicen relación con el sufrimiento de los 
hombres. Baste citar algunos: 
La sangre de Abel: Gn 4, 8.
La historia de José: Gn 37-50.
La extensa lamentación de Job: Job.
Los justos y los impíos ante el juicio de Dios: Sab 2-5. 
Especialmente el Siervo de Yahvé: Is 52, 13-53,12. 
Las persecuciones contra Jeremías y su fidelidad a Dios: 
Lamentaciones. 
En la carta a los Hebreos (11 y 12, 1-4), la lista de la Nube de 
testigos», que han sufrido la «prueba propuesta» y cuyo jefe es Jesús 
que «lleva nuestra fe a la perfección». 
Naturalmente, como lo hace la tradición de la Iglesia y con ella la 
Liturgia, podemos también recorrer los salmos del Justo perseguido: 
Sal 22-21, Sal 38-37, Sal 69-68 a 75-74. Puestas en boca de Cristo 
en la cruz, sus palabras adquieren una resonancia sobrecogedora. 
Incluso las peticiones de venganza, de quien no puede mas bajo la 
injusticia y la opresión, se convierten en expresión del lamento de los 
hombres de todos los tiempos. Conforme al consejo de san Agustín al 
explicar estos salmos: Cum dicere caeperit, agnoscamus ibi nos esse. 
Cuando empieza a hablar, reconozcamos que ahí estamos nosotros. 

2. COMO JESUS MIRA SU MUERTE 
(Juan 12 y los relatos de la Agonía en los sinópticos) 
Jesus penetra en su muerte con toda libertad y presencia de animo 
(Newman, Sufrimientos morales de Jesus). Lo demuestra al reconocer 
en el gesto de la mujer que unge su cuerpo, una anticipacion de su 
muerte. Penetra también en su muerte como el Mesias esperado, el 
Rey de Israel: acepta la entrada triunfal en Jerusalén. 
Pero es de otra manera como él glorifica al Padre y arrastra a los 
hombres hacia sí. Como siervo paciente, mediante la muerte aceptada 
por amor al Padre, se hace fecundo y entra en la vida. A este mismo 
camino atrae a los suyos. Esta hora le hace temblar, pero se entrega 
al Padre que se revela en la Pasión. 
Los sinópticos se fijan en otros aspectos de las disposiciones del 
Señor ante la muerte. ¡Si es posible! Jesus está solo, entregado a su 
agonía. Es la hora del príncipe de las tinieblas. Jesus, tras haber 
orado, se hunde en ellas. Entregado a la voluntad del Padre, mientras 
los discípulos desconcertados, no oran y quedan, de momento, 
ajenos al misterio: «Jesús está solo sobre la tierra, sin nadie que 
lamente y comparta su pena, pero ni aun que la conozca: el cielo y él 
son los unicos que la saben. (Pascal) 
Jesus, en presencia del Padre, sale de la agonía sabiendo lo que 
va a hacer. Su Pasión es un drama (Newman): «Antes de entrar en su 
Pasión, libremente aceptada», dice el segundo texto eucaristico. 
Así, ante la muerte, Jesus no se ablanda, no razona. Penetra hasta 
dentro. Experimenta el mal, tal como es, con un sufrimiento real, pero 
la justicia que él busca tiene un rostro que es el del Padre. Consiste 
esta justicia en hacer que en todo aparezca este rostro de amor; no 
pronuncia una sola palabra de odio, perfecto como es perfecto el 
Padre celestial. Por eso él la recibe en pie. 

3. COMO HAN VIVIDO LOS HOMBRES LA PASION: 
LA LUZ SOBRE EL DRAMA UNIVERSAL 
Podemos nosotros revivir la Pasión, a través de sus diversos 
actores, amigos, enemigos, indiferentes, testigos visibles e invisibles. 
Sus reacciones son semejantes a las de los hombres de todos los 
tiempos ante los sufrimientos del justo y del inocente. Leer la pasión 
es instruirse para la vida. 
Están en primer lugar los Poderes. Jesús iba compareciendo 
sucesivamente ante ellos. Los Poderes religiosos: los sumos 
Sacerdotes y el Sanedrin (Mt 26, 5S7-67). Jesús dice lo que tiene que 
decir; después se calla. Condenado por aquellos mismos que 
representan a Dios en la tierra, no se escandaliza, ni pronuncia una 
sola palabra amarga. Jesús permanece bueno en su silencio. Pero 
¿quién comprende su bondad?— Ante el poder politice y pagano (Jn 
18, 28-19, 16) Jesús habla el idioma de la conciencia y de la verdad, 
después permanece nuevamente en silencio, situado en un plano al 
que no tienen acceso los que le juzgan. En él, el mundo presente ya 
está juzgado y los muros divisorios que separan judíos y paganos se 
desmoronan. Todos han de reconocer la necesidad que tienen de un 
Salvador unico. En la espera, el mundo declina hacia los poderes del 
placer y del dinero: es presentado a Herodes (Le 23, 7-12). Estos dos 
mundos enfrentados, el de Jesús y el de Herodes, no pueden 
conciliarse. La verdadera riqueza está de parte de Jesús, pero el rico, 
libertino y embrutecido, no la ve. También la muchedumbre se 
presenta ante Jesús con sus cobardias y su inconstancia. Es un juicio 
popular (Mc 15, 6-15). Jesús se convierte en juguete en manos de la 
multitud. Muchos otros, antes y después de él, correrán semejante 
suerte. «El soportó nuestros padecimientos (Is 53, 4) Ninguno le 
faltó». 
¿Cómo reaccionan ante la Pasión los amigos de Jesús? Vosotros 
os escandalizaréis por mi causa, les ha dicho Jesús. Este escándalo 
se manifiesta en la negación de Pedro (Lc 22, 54-62) Pedro esta 
dispuesto a todo, aun a dar su vida, excepto a lo que realmente 
sobreviene. No entiende las palabras de Jesus: Vuelve tu espada a la 
vaina .. ¿El cáliz que mi Padre me ha dado... Acaso no puedo rogar a 
mi Padre...? Especialmente aquella frase: Dejad a éstos que se 
vayan. Como si Jesús prefiriese ir solo a la Pasión. Se cumple lo que 
Jesús dijo de la «criba». Todos los sentimientos se entrechocan en el 
ánimo de Pedro; lo primero la sirvienta que se acerca, con mucha más 
rezón el grupo de hombres, le hacen decir cualquier cosa: Yo no 
conozco a este hombre. Antes había dicho: «Tú eres el Hijo de Dios». 
(Mt 16, 22). Sólo la mirada de Jesus que pasa le devuelve el recuerdo 
y las lágrimas. ¡Entonces era verdad!, un velo se rasga, un mundo 
nuevo aparece. Tambien nosotros tenemos experiencia de 
semejantes crisis y semejantes desenlaces. 
El que llegue a contemplar la Pasión de Jesus a través de los ojos 
de María, podrá mirar sin turbación el mal del mundo y «completar en 
su carne lo que falta al sufrimiento de Cristo»1. (Col 1,24). María 
desde la Anunciación, pasando por la pérdida en el Templo y por 
Caná, ha ido creciendo en la oscuridad de la fe. Está pronta a 
reconocer los designios de Dios, la hora. Se mantiene en pie junto a 
la cruz. Con Jesús, desciende hasta el fondo del mal, que es lo 
bastante fuerte como para dejarla exanime por el sufrimiento que le 
produce. Nueva Eva junto al nuevo Adán. Solo hace una cosa con el 
corazón: unida a él es capaz de abrir su espiritu al amor universal. He 
aquí tu madre. He aquí tu hijo. Para ella Jesus es toda la humanidad 
que en él encuentra la salvación. En adelante ya no es posible amarle 
a él, sin amar con él a todos los hombres que el ama. En Maria 
comienza la Iglesia, esposa de Cristo, y el nacimiento de todos los 
hombres a la vida y al amor 


4. EL GRAN TESTIGO: EL PADRE

El Padre esta siempre conmigo. Jesus no cesa de repetir esta frase 
en todo el evangelio de san Juan. Pero la repite más que nunca en la 
Pasión. Casi es posible escuchar el misterioso dialogo del Padre y del 
Hijo, mientras los hombres vuelcan sobre Jesus los tormentos. 
¿Pero que hace el Padre ante los tormentos del Hijo? Calla, como 
calla Dios ante el mal del mundo. No lo suprime; se hace presente a éI 
por medio de su Hijo y lo da un vuelco en el amor. 
Cuando miro a Jesus en su Pasion, Dios parece estar ausente. 
Porque Dios no está en el mal, en el sufrimiento, en la muerte. Dios en 
ausencia de Dios, Jesus, habla a su Padre como si estuviese lejos: 
¿por qué me has abandonado? No obstante, en este descenso al 
corazón del mal -«descenso a los infiernos»- Jesús devuelve y revela 
Dios al mundo. El signo del pecado—el odio, la división y la 
muerte—lo viven en amor, sin odio. Sufriendo la maldición, la borra. El 
revela en sí la victoria del amor y en él puede el mundo de nuevo 
recibir el Espiritu. 
Asi en la Pasion se descubre el rostro de Dios, y la muerte de Cristo 
viene a ser revelación trinitaria. El Padre muestra a Jesus el rostro de 
su misericordia. La sangre de Jesus se hace testimonio de amor (I Jn 
5, 6-8). El costado abierto deja brotar las riquezas del Espiritu, la 
Iglesia y los sacramentos. El universo, roto por las aberraciones de la 
voluntad, vuelve a encaminarse en el corazón de cada uno y de la 
humanidad, hasta que por la cruz toda criatura torne a Dios. 
En presencia de la cruz nosotros hacemos al Padre escuchar una 
súplica por el mundo entero (Liturgia del Viernes Santo). Esta súplica 
tiene la certeza de ser escuchada: «Todo lo que pidáis en mi nombre, 
os lo daré...» (Jn 14, 13-14). 

5. LA REVELACIÓN DEL MISTERIO (Ef 3, 14-21) 
¿Por qué es esto así? Es tanto como preguntar al Padre, al Hijo y al 
Espiritu por qué son Tres. Estamos en presencia del misterio: el amor 
lo explica todo, pero no tiene otra razón que él mismo. Para entrar en 
este misterio es necesario «recibir fuerza». Porque la cruz ilumina 
toda la realidad, en su «anchura, largura, altura y profundidad». Por 
ella conoceremos «el amor de Cristo que sobrepasa toda ciencia». 
Por ella entramos «nosotros plenamente en toda la Plenitud de Dios»'. 
La cruz «todo lo atrae a sí». 
Su acción se continúa en nosotros «con todos los santos». Es la 
fuente que mana el amor fraterno, toda actuación y todo sufrimiento 
en la Iglesia. El cristiano, iluminado por ella, deja que el amor obre en 
él, y aun rechazado de los hombres, con Pedro que ya no se volverá 
a escandalizar, «encomienda su alma al Criador fidedigno». (I Pdr 4, 
14-19). El lenguaje de la cruz es para éI sabiduria de vida (1 Cor 1, 
17-25). 

Hay que reconocer la cruz gloriosa que orienta todo el esfuerzo de 
discernimiento. Comprendemos que es bueno volver sin cesar a la 
meditación de la Pasión. «Trayendo en memoria frecuentemente los 
trabajos, fatigas y dolores de Cristo Nuestro Señor, qué pasó desde el 
punto que nació, hasta el misterio de la Pasión en que al presente me 
hallo» [206]. 

JEAN LAPLACE
DIEZ DÍAS DE EJERCICIOS
Guía para una experiencia de la vida en el Espíritu
Sal Terrae, Santander 1987. Págs. 145-152