DIEZ DIAS DE EJERCICIOS 5


2ª. etapa:
DE LA CONVERSIÓN
A LA MISIÓN

Desde las profundidades a que nos han hecho descender los días 
precedentes, Jesús nos hace subir un tanto hacia el horizonte de 
nuestra vida. Es de él de quien podemos escuchar la llamada a la 
misión: como mi Padre me ha enviado al mundo, también yo los envío 
al mundo..., que sean uno, como tú y yo somos uno, a fin de que el 
mundo crea que tú me has enviado. Conversión del corazón y llamada 
a la misión son dos etapas que manifiestan la obra del Hijo. El no baja 
a las profundidades sino para ascender a las alturas, a fin de llenar 
todas las cosas. 
Estas dos etapas son sucesivas e inseparables. Jesús rompe las 
cadenas para hacernos andar. Nadie puede decir: Jesús Salvador, 
ten piedad de mi, sin oir a continuación: Ven, yo soy; yo haré de ti un 
pescador de hombres (/Lc/05/01-11). Además nadie puede trabajar 
en la obra de Cristo si antes no se reconoce pecador. Súplica de 
pecador y oración de ofrenda no son sino una única y misma oración. 

Los días que siguen nos hacen penetrar más hondo en la 
reconstrucción de la humanidad por Cristo para hacer de ella una 
«nueva creatura»~, su Esposa, tal como lo es en el designio del 
Padre. 
En esta obra universal, cada uno de nosotros tiene su misión 
particular. Se hace imprescindible que en este llamamiento dirigido a 
todos, escuche yo el llamamiento dirigido a mi. Es esta opción 
universal, mi elección particular. 
Meditando la llamada de Cristo y contemplando los misterios de su 
vida, descubriré la manera con que puedo yo corresponder mejor a 
estos designios suyas. La oración se va haciendo una lenta 
preparación a la elección o aceptación personal del plan de Dios 
sobre mi. 


Día 4º.
La llamada de Jesús


PLAN DEL DÍA: 
LA CONTEMPLACIÓN DEL REINO 

Los días que siguen no son un simple paseo a través de los 
misterios de la vida de Cristo. Se nos da un hilo que los enhebra para 
ir de uno a otro y darles unidad: la meditación del reino o del 
llamamiento del rey temporal. 
Todos saben ya más o menos la forma en que esta contemplación 
se propone en los Ejercicios: «el llamamiento del rey temporal ayuda a 
contemplar la vida del rey eternal» [91] La parábola del Rey resulta 
anacrónica. Posiblemente, como ocurre en las parábolas del 
Evangelio, tiene un sentido oculto: la llamada de Cristo llega a través 
de la llamada del hombre. 
De todas maneras, esta meditación no es más que un punto de 
partida. Cada uno, entreviendo la realidad del llamamiento, se pone 
en camino a partir del punto en que se encuentra. Así se dispone a 
escuchar mejor. Conocimiento y vida son solidarios. El conocimiento 
de una vocación se desarrolla cuando se hace acción y vida. 
Suelen crearse tantas anfibologías cuando se trata de vocación, 
compromiso, apostolado, servicio de los demás, don de si mismo, que 
es conveniente hacer algunas precisiones antes de abordar la 
meditación: 

1. El llamamiento se dirige a todo el mundo. En cierto sentido 
podemos decir: todo hombre tiene una vocación que debe descubrir 
para dar unidad a su vida. En particular, todo cristiano que se 
convierte a Cristo escucha su llamada para ser restaurado según su 
imagen y trabajar en su Reino hasta su vuelta definitiva. 

2. Una vocación es una persona más que una cosa. Esto es verdad 
en el orden humano: un hombre descubre el sentido de su vida el día 
en que descubre el amor que constituye su centro. Lo mismo ocurre 
con Cristo. Muchos proclaman que le pertenecen a él, o que le sirven 
a él, pero no hacen sino practicar una moral o defender una causa. 
Mientras Jesús no llegue a ser para nosotros una persona viva, las 
obras que se emprendan por él, por muy heroicas que sean, están 
abocadas al hundimiento entre las amarguras del fracaso o entre los 
éxitos de la edad madura. Por eso, antes de decir: yo quiero hacer 
esto o aquello, conviene preguntarse: ¿Quién es él para mí? 

3 Una vocación es algo que siempre queda delante. Hay muchos 
que para ser fieles a ella, quisieran volver al momento en que la 
descubrieron. No es un tesoro que hay que cuidar para que no se 
pierda, sino una vida que ha de recorrer su proceso. Como cuando 
conocemos a una persona, también aquí hay un descubrimiento 
permanente, sin que nunca podamos considerar agotado el 
conocimiento que de ella podemos tener. Nunca podemos dar por 
terminada la penetración de un hombre en su entrega a su vocación 

De aquí se deduce la actitud que pretendo tomar: más que 
inquietarme por saber si yo tengo o no tengo una vocación y hacer de 
este asunto el objeto de un estudio y de un análisis, me esfuerzo en 
situarme en tal actitud que escuche el llamamiento de aquel que 
puede dar sentido a mi vida, y dándole oídos, a partir del punto en 
que me encuentro, echar a andar. Por eso pido a nuestro Señor «no 
ser sordo a su llamamiento, sino presto y diligente en seguir su 
santísima voluntad» [91]. 


LA LLAMADA DE JESÚS

El que se pone a escuchar se siente llamado en dos sentidos a la 
vez: en sentido horizontal, porque está insertado en el universo y es 
reclamado por todos los seres; en sentido vertical, porque El es único 
y todo converge hacia El. Por eso mismo, la respuesta 
correspondiente a esta llamada habrá de ser una aceptación de todo 
y una superación de todo a la vez. 

1 La llamada del hombre

Es también un llamamiento de Cristo, porque en Cristo está 
comprendido todo lo que es de algún modo humano y terreno. 
Tenemos el peligro de olvidar este aspecto universal cuando 
deseamos servir al Reino. Cuántas vidas cristianas o espirituales 
quedan vacías o empobrecidas, por ignorancia, por desprecio o por 
temor de lo humano. Y sin embargo, aun estando en pecado, el 
hombre conserva el sello de Dios a cuya imagen está hecho. Para 
escuchar el llamamiento del Señor, y trabajar para él, hace falta, en 
primer lugar, aceptar escuchar la llamada del hombre, que uno mismo 
es en unión con todos los que constituyen el universo. Antes de 
pensar en ofrecerse hay que pensar en ser. 
No sería difícil demostrar, a partir de toda la Escritura, cómo la 
acción de Dios manifiesta este respeto profundo por el hombre y esta 
voluntad de hacerle llegar a ser lo que realmente es. Bastarán 
algunos ejemplos: David, en la historia judía; los paganos, en la 
historia humana; los apóstoles, en el Evangelio; en la Iglesia, a través 
de vacilaciones y equivocaciones, el sentido de las culturas y del 
hombre. Bajo la mirada de Dios, en cada uno durante todas las 
edades, en circunstancias variadísimas, siempre la humanidad 
«vuelve a emprender su tremenda labor». Ante todo es preciso que el 
hombre sea hombre.
Pero ¿qué es eso humano que hay que cultivar? 
Existe en nosotros el peligro de detenernos. En el deseo de 
promover al hombre, nos creamos dioses falsos; deshumanizamos al 
hombre entregándolo a apetencias, a falsos progresos, a una técnica 
esclavizante. El hombre no sabe ya en qué consiste ser hombre. 
A través de la investigación, de sus realizaciones, de sus 
conquistas, el hombre no llega a ser hombre más que si se abre al 
amor en la libertad y al reconocimiento mutuo. El amor es la fuerza 
motriz de la historia y sólo llegamos a ser lo que somos a través de su 
dinamismo personalizador. Para seguir viviendo, lo primero que 
tenemos que hacer es recuperar su sentido. Es esta la primera 
llamada que tenemos que escuchar. 
La parábola del llamamiento del Rey temporal se dirige 
primeramente en este sentido. El hombre, para responder a Dios, 
debe primero encontrar en si mismo las fuentes de la donación propia, 
de la entrega, del amor, del mayor servicio. En esta promoción del 
hombre por el amor hay ya un comienzo de ofrenda, de renuncia. El 
hombre no será hombre plenamente más que hallando la profundidad 
de toda respuesta de amor: don, servicio, sacrificio radical de si 
mismo. 
La llamada de Cristo, que llama al hombre al más allá, a una 
trascendencia, se inserta en este movimiento. Es el impulso del Verbo 
creador, que se encarna para llevar a Dios a todo el hombre. Por eso 
es ya responder a la llamada de Cristo el responder a esta llamada 
del hombre: el que no está contra mi está conmigo, dijo Jesús, en Lc 
9, 49-50. 
Pero también dijo el Señor: el que no está conmigo está contra mi 
(Mt 12, 30). Esta frase anuncia la contrapartida, la llamada de Cristo a 
su seguimiento exclusivo. Puede aceptarse todo, pero exclusivamente 
con El. 

2. La llamada de Cristo

Cristo, el Verbo encarnado, alcanza y supera todas las barreras. 
Lleva de la plenitud del hombre a la plenitud de Dios. Su llamada se 
dirige a toda la humanidad, pero el no puede interpelar sino a cada 
uno, en lo más profundo de cada uno, en su libertad para que quiera 
abrirse al amor y al mayor servicio. De ahí este carácter individual y 
universal del llamamiento. 
Con este llamamiento nos invita a realizar en cada uno de nosotros 
lo que se realiza en él. El viene del Padre para retornar al Padre 
tomando consigo a todo hombre. San Pedro, después de 
Pentecostés, presentó la obra de Cristo como la de los últimos 
tiempos. Los que hayan comenzado por alcanzar una realización en 
él, luego deben prolongarse a toda la humanidad (Hec 2) Como dice 
san Pablo en Ef 4, él bajó hasta las profundidades para atraer todo a 
las alturas. Esta obra la realizó por medio de la cruz, venciendo todas 
las cosas mediante el amor, incluso la misma muerte. Ese es el mayor 
servicio: dar la vida por aquellos a quienes se ama. 
Lo que él verificó mediante su cruz y su resurrección, en el dolor y 
en la gloria, continúa realizándolo en los que creen en él. Con este fin 
escogió a unos hombres para que estuvieran «con el» y después de 
su Ascensión formó comunidades de discípulos. La Iglesia es el 
misterio de su amor universal que se realiza en cada comunidad 
particular, donde él está a la vez en cada uno y en todos. El impulso 
de vida del Señor continúa en cada uno y en todos: así hace que 
todos suframos en El para que también todos en El seamos 
glorificados. 
En El, todo toma un sentido nuevo, más allá de cuanto podemos 
imaginar o construir nosotros. Todo lo que existe, todos los 
acontecimientos se convierten en revelación de Dios, al mismo tiempo 
que reciben su consistencia exclusivamente de aquel acontecimiento 
único, de Cristo en su Cruz y en su Resurrección. Por eso Cristo llama 
a todos los hombres a que le sigan con su cruz a través de todas las 
cosas, para que todas las cosas queden transfiguradas. Todo queda 
trasladado al universo personal de Cristo glorioso, y simultáneamente 
la humanidad en El se hace una realidad concreta, a imagen de las 
personas de la Trinidad. 
Esta realidad se expresa de diversas maneras a través de los 
evangelistas. Los Sinópticos la dicen de una manera; san Juan, de 
otra; san Pablo, de otra diferente. Pero en todos ellos es la misma 
realidad la que se nos manifiesta en su doble aspecto, de intimidad (el 
conmigo, la vida de la Trinidad) y de universalidad (la plenitud, el 
universo). 
I/TENTACION-PELIGROSA: Lo peligroso es pararse a la mitad o 
apoderarse de lo ajeno. Es la tentación permanente de todos los 
mesianismos y de todas las Iglesias. Convierten el Reino en una 
construcción humana, cerrada sobre si misma, en servicio de una 
ideología. Una vez que vacían de sentido a Cristo, acomodándolo a 
sus deseos y haciéndolo a la medida del hombre, los que detentan su 
propiedad para ellos, acaban por perder el sentido mismo del hombre 
al que pretenden servir. En ellos el amor se agosta. 
El Reino es exclusivo. Sólo Cristo lleva a su plenitud la aspiración 
universal. Para llegar a su fin todo tiene que pasar por el. Es 
necesario que sea exclusivo para que sea total. 

3. La respuesta del hombre

Está compuesta de una doble actitud: aceptación y superación, que 
aparentemente se oponen. 
Dar sentido a su vida, consagrando sus personas al trabajo, como 
lo harían los predicadores del Evangelio que no se contentasen con 
hablar, es, en primer lugar, asunto de «juicio y razón» [96]. Este 
trabajo no ha de entenderse sólo del trabajo apostólico, sino de todo 
trabajo humano. Toda tarea humana tiene un puesto en el Reino, 
porque es expresión de la voluntad del Padre, y no tenemos derecho 
nosotros a declararla profana o secularizada. En realidad, como a los 
soldados que consultaron a Juan Bautista, a todos se nos invita a 
entregarnos al trabajo a partir de la situación en que estemos. El 
Señor consagra en su persona el orden de lo humano, asumiendo en 
su Cuerpo y en la Eucaristía «todo el trabajo de los hombres». 
Pero además, según el libro de los Ejercicios, se nos invita a una 
«superación». Para «señalarse en todo servicio» del Señor universal, 
no se trata de elegir tal o cual función particular, como si una valiese 
más que la otra, sino de arraigar en nosotros la manera de realizarlo, 
sea cual sea la materia de nuestra elección. La manera propia del 
Señor es la del «siervo», que nos ha amado hasta el extremo. Es «el 
camino del amor», que es el que Cristo recorrió, el cual «nos ha 
amado y se ha entregado por nosotros» (Ef 5, 2). Este camino nos 
lleva a combatir en nosotros todo lo que hay de búsqueda de 
nosotros mismos, de amor propio. No se trata de poner trabas a la 
naturaleza, como si fuese mala, sino de hacer que se desarrolle, para 
poder ofrecerla y superarla. Es el más radical sacrificio del «Ven y 
sígueme». Le voy descubriendo cada vez más a medida que voy 
aceptando el vivir la totalidad de mi ser humano, sin retener nada 
para mi, en la exclusividad de la donación de mi ser a la persona de 
Cristo. Todo lo mejor que hay en el hombre es asumido para ser 
quemado y transfigurado por medio de la cruz. Tengo que ser 
bautizado con un bautismo de fuego... Yo he venido a prender un 
fuego. 
TRI/SOLIDARIDAD SOLIDARIDAD/TRINIDAD: Cuando meditamos 
sobre el Reino, no prestamos atención a esta conclusión. Y, no 
obstante, no hay otra manera de responder íntegramente al 
llamamiento. Tengo que aceptarme para entregarme. El hombre sólo 
consigue su plenitud viviendo en Jesús el impulso que brota del 
corazón de la Trinidad, que hace que cada una de las personas 
divinas no sea ella misma más que entregándose a las otras. 

4. De aquí surge «la oblación de mayor estima» [98]

Brota de lo más profundo de mí mismo, allá donde el Padre ve en lo 
secreto, allá donde me encuentro solo delante de él. Acepto no 
querer más que a él, no para hacer esto o aquello, no para lograr que 
me estimen los que me rodean, sino para vivir sólo con él, aun en lo 
más agudo de las contradicciones y los desprecios. Pase lo que pase, 
quedaré contento. Es a ti a quien quiero. Te acepto para las duras y 
las maduras. 
Pero en esa profundidad donde me encuentro a solas con él, 
ocurre que me encuentro también con la compañía del universo 
entero. La ofrenda que yo hago, por sí misma hace referencia y llama 
en su ayuda a María, a los santos y santas, a toda esa «nube de 
testigos., que creyeron en la Palabra de Dios, que como Abraham, 
partieron sin saber adónde iban (Heb 11). 
En mi ofrenda, encuentro a todo el Reino de Cristo, con sus dos 
características correlativas la una de la otra: universal y exclusivo. 
Perdiéndolo todo por él, lo recibo todo de él. El que pierde su vida por 
mi causa, la encuentra (Mt 16, 25). 


PARA LA ORACIÓN DE ESTE DÍA

La contemplación del Reino, tal como se acaba de presentar puede servir 
para la oración de este día. También puede ser aconsejable tomar alguno de 
sus aspectos, a través de algunos textos de la Escritura. 

1. COMO SE PRESENTA JESÚS (/Lc/04/16-30) 

Este pasaje presenta la reacción de los primeros oyentes de Jesús 
ante el discurso programático que hizo en la sinagoga de Nazaret, 
reacción contradictoria de estupor y de furor. 
En el, Dios manifiesta el Reino, su gratuidad y su misericordia 
universal, según la profecía de Isaías (61). Sus conciudadanos 
admiraron su discurso, orgullosos de ser sus compatriotas: él es «uno 
de los nuestros». Pero el les rechaza y no se deja encerrar en 
ninguna categoría, sea la que sea: Elías fue enviado a una viuda de 
Sarepta que era extranjera, y Eliseo a Naamán el Sirio, extranjero 
también. Vendrán de oriente y de occidente a tomar parte en el festín 
de Abraham (Mt 8, 5-13). 
Jesús desconcierta al mismo tiempo que seduce. Llena nuestros 
deseos y los arrastra mas allá. Esta actitud es la que le conducirá a la 
muerte de cruz. Es lo que parece indicar con la llamada a «seguirle» 
(Lc 9, 23-27) y los pasajes paralelos a éste. 


2. LA DESCRIPCIÓN DE SU REINO: LIBRO DE LA CONSOLACIÓN 
(Isaías 40-50) 

Es quizás, en toda la Escritura, el cuadro más valioso que se 
presenta del Reino de Dios, realizado en Jesucristo. Toda la obra de 
Dios, desde el principio al fin, tiene en él cabida; desde los primeros 
acontecimientos hasta los mas recientes, la antigua y la nueva 
alianza, el antiguo y el nuevo Éxodo, con sus prolongaciones. La 
lectura de este libro es inagotable. 
En particular, los cánticos del Siervo:
—42, 1-9. Los signos del Espíritu en aquel a quien Dios ha elegido 
para la luz de las naciones... 
—49. En ti, a quien yo he llamado, me glorificaré hasta los extremos 
de la tierra. Mediante ti, realizaré las maravillas del regreso. 
—50. En los ultrajes me he confiado a él, que me ha dado un 
lenguaje de discípulo. Dichoso quien escuche mi voz. 
—52, 13-53. He aquí un suceso jamas relatado:
el brazo del Señor manifestado en su siervo humilde, a quien Dios 
dio en propiedad las muchedumbres. 
«Hoy esto se ha cumplido en mi. (Lc 4, 21). 
«Esta es la obra del Señor. (Sal 22-21, 32). 


3. SU MANIFESTACIÓN EN LA DEBILIDAD DE LA CARNE: 
«EL VERBO SE HIZO CARNE» (Juan 1 a 2,12)

Todo se dice en este Prologo (1, 1-18)

El Verbo hecho carne o lo inconcebible realizado («No hay unión 
posible entre Dios y el hombre», dice Platón en el Symposion), para 
que conozcamos al Incognoscible y lleguemos a ser hijos de Dios. 

Es manifestado por Juan Bautista (1, 19-34)
Responde a la inmensa espera de los hombres: «¿Eres tú el que ha 
de venir?», pero lo hace de manera distinta de lo que esperábamos. 
Está en medio de nosotros. El Espíritu de Dios reposa sobre él. Pero 
se presenta como Cordero de Dios, el cordero anunciado por Isaías, 
el Siervo perfecto [53]. Viene a salvarnos en la debilidad de la carne, 
es Sabiduría y Fuerza de Dios (I Cor 1, 17-25). 
Juan Bautista, el amigo del Esposo, orientado amorosamente hacia 
aquel que viene (Jn 3, 27-30), muestra en sí mismo cómo se le ha de 
acoger y de reconocer, en cuanto a la intensidad del deseo. Los 
humildes y los pobres no se desconciertan, porque el Reino es 
también humilde: «Yo te bendigo, Padre..., has revelado estas cosas 
a los pequeños» (Lc 10, 21-22). «El llegó con gran majestad..., para 
los ojos del corazón que ven la sabiduría» (Pascal). 

Se reveló a los discípulos (1, 35-51)
Los fue llamando a cada uno por su nombre personal: «Tú me 
sondeas y me conoces. Tú pusiste sobre mi tu mano» (Sal 139-138). 
Ningún llamamiento es semejante al otro: Venid y ved, se dice a los 
primeros. Jesús mira a Pedro. Sígueme, dice a Felipe. He aquí un 
verdadero Israelita, dice de Natanael; bajo la higuera, yo te vi. 
Pero desde el principio todos quedan reunidos en la misma fe en el: 
Maestro, tú eres el hijo de Dios, decían cuando en realidad no 
estaban sino al comienzo de las maravillas: Veréis el cielo abierto. 
Seguir a Cristo es aceptar permanecer siempre al principio de 
maravillosos descubrimientos. 

La llamada a «la superación»: hacia su hora. Cana (2, 1-11)
El Señor no renuncia a los signos, sobre todo cuando manifiestan la 
bondad del Creador: Haced todo lo que éI os diga, dice María. Y 
Jesús realiza el milagro. Pero María debe comprender que él ha 
venido para otras bodas, su «hora», a la que María se hallará 
presente, cuando dará sobre la cruz el vino de la nueva alianza en su 
sangre. Nadie podrá romper este desposorio. 
Para quedar incorporado al Reino, yo acepto con María el «ir mas 
allá», ser introducido en la «hora» fijada por Dios. Como ella, quedo 
yo disponible para aquello «de lo que aún no he oído hablar» y que 
«nunca se le ha ocurrido a mi corazón». 

Esta larga meditación sobre el Verbo encarnado permite escuchar 
las abrasadoras palabras de Juan en el prólogo de su carta. «Lo que 
era desde el principio... os lo anunciamos... a fin de que vuestra 
alegría llegue al sumo» (I Jn 1,14). 


4. LA OBRA DEL SEÑOR: MAESTRO ¿DONDE HABITAS? (Jn 1, 35) 


Esta pregunta de los discípulos del Bautista puede ser objeto de mi 
oración. Partiendo de ella, puedo ir proponiendo mis preguntas en 
torno a él y a su obra. La Escritura y el Evangelio irán dando sus 
respuestas. 

Señor, ¿quién eres tú? 
En el silencio, escucharé cómo se van desgranando para mi todos 
sus nombres, todos los que la Escritura y la liturgia le dan: Verbo, Luz, 
Vida, Imagen del Padre, Primogénito de la creación. Único, Esposo de 
la humanidad, Vencedor... Con todos estos nombres, la Iglesia ha 
multiplicado los himnos en su honor. 
Lo esencial es comprender que tan vivo está para mi como estuvo 
para los apóstoles: Cristo ayer, hoy y por los siglos. 

Señor, ¿qué quieres que haga? 
El me dirá: Yo he venido a reparar lo que estaba destrozado, a 
revelar la imagen del Padre enturbiada en el corazón de la 
humanidad, a buscar la oveja perdida, a reunir a los hijos de Dios que 
estaban dispersos. Es lo que comienza en la comunidad de los 
discípulos: Hech 2, 42-46. 
También es provechoso leer Jn 17; Ef 1; Col 1.

¿Cómo quieres que esto se haga? 
El me dirá: Yo no he venido a complacerte con un triunfo 
asegurado, sino relativo. Yo he venido a poner las cosas en la 
verdad. Yo soy Sacerdote, único y verdadero, que resume en sí 
mismo todas las alianzas, y que, enviado por el Padre a los hombres, 
a través de la muerte, abre el camino del amor y de la vida, para 
atraer todos a él, Heb 1 a 10, 9. En éI la cruz es victoriosa.

¿Qué quieres de mí?
Más es tentarme a mí que ponerte a prueba tú mismo, el ponerte a 
pensar si llevarías a cabo tal o cual acción hipotética; yo la haré en ti 
si se presenta la ocasión. (Pascal. Mystere de Jésus). Pero yo no 
puedo hacer nada sin ti, si tu no abres tu corazón con fe. Ocupa tu 
puesto en la legión de testigos que han preferido «el oprobio de 
Cristo a las riquezas de Egipto». (Heb 11 al 12, 4). Haz tu entrega 
como ellos y en su compañía. 


5. LA OFRENDA:
¿PODRÉIS BEBER MI CÁLIZ? (Mt 20, 20-33)

¿Cómo puedo asegurarme de la autenticidad de mi ofrenda?
Espontáneamente yo hablo como la madre de los hijos de Zebedeo 
(según Mc 10, 35-40 son los hijos los que formulan la petición. La 
madre y los hijos están en esto de acuerdo): «A la derecha y a la 
izquierda...». Esta madre tiene conciencia de la ofrenda que ha hecho 
de si misma y de sus hijos. Jesús no la contradice, pero purifica su 
petición. 
Pide Jesús que se ofrezcan a beber su cáliz, el cáliz de la voluntad 
del Padre, que da la salvación a todos sin discriminación, que para 
realizarla ofrece a su Hijo a la condición de esclavo, de siervo (Filip 2). 
Es el cáliz de la ofrenda absoluta y desinteresada. Aquí no ocurre 
entre vosotros como entre los que poseen autoridad (Lc 22, 24-27). 
Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Entre vosotros no 
tiene sentido hablar de primero y de último. 
«Podemos», responden los apóstoles. ¿Saben lo que dicen? 
Indudablemente no lo saben. Sólo saben que se trata de su cáliz y 
que han de beberlo con él. Al que quieren es a él, no una 
determinada forma de servicio. Es el amor lo que impulsa a dar esa 
respuesta. Si sentimos miedo a ofrecernos es porque pensamos mas 
en nosotros que en El. Pidamos el amor que da paso a la ofrenda: 
dice san Ignacio: «haré mi oblación con su gracia». 

Se podrían proponer ciertamente otros muchos textos. Además, la 
realidad del Reino del Señor no se puede penetrar en sólo un día. Se 
va penetrando poco a poco: primero un texto, luego otro, quizás con 
años de intervalo, se van completando. «Así,pues, todos los instruidos 
tengamos estos sentimientos; y si en algo sentís de otra manera, 
también eso os lo declarará Dios» (Flp 3,15). San Pablo nos enseña a 
echar tiempo por delante para hacer comprender a los fieles el 
espíritu del Reino. 


DISCERNIMIENTO DEL FIN DEL DÍA

Esta contemplación añade nuevos elementos al tema del 
discernimiento, haciendo que sintonicemos con el espíritu de Jesús. 
Muchos experimentan que a este respecto el discernimiento se lleva a 
cabo no sin esfuerzo. 
En primer lugar, caen por su peso un cierto número de ilusiones. En 
presencia de un don verdadero, caemos en la cuenta de que lo que 
esas ilusiones prometen es frecuentemente falso; cuánto hay de 
equivoco e irreal en nuestras solemnes declaraciones sobre el 
servicio de Dios, de los hombres y del Reino. Además, esta 
meditación, comenzada con un cierto entusiasmo, vira luego hacia la 
repulsión o la sequedad. Con ella comienza una operación de 
limpieza. 
Nuestras reacciones ante la oración de este día ponen en claro, 
además, el grado de personalización de nuestras relaciones con 
Nuestro Señor. Invitado a entrar en el ámbito del misterio, de la vida y 
de las relaciones con otros, nos damos cuenta con dolor hasta qué 
punto mi pretendida vida religiosa era abstracta. Por múltiples 
razones, mi yo permanece cerrado: por falta de vida afectiva, una 
personalidad insuficientemente desarrollada, por aferrarse a 
proyectos en el plano de las ideas o de determinada obra que 
realizar. Creo que busco al Señor, y no me encuentro más que 
conmigo mismo. Es preciso salir de si. Lo que ahora se me propone 
es la lucha contra «mi propio amor carnal y mundano», que son las 
palabras que utiliza san Ignacio. Resulta inesperado que la invitación 
al Reino termine con semejante propuesta. 
Esta necesidad de lucha esclarece además otro punto: lo irreal que 
es para mi el mundo de la gracia. Hay algo que debe operarse en 
nosotros, que no depende de nosotros solos. Pero ocurre que a 
veces en el servicio del Reino nos quedamos en el plano de la virtud, 
del esfuerzo personal, del deber. Nos preguntamos: ¿que es lo que 
vamos a hacer? ¿como lo vamos a hacer? Hay que hacer que se 
despreocupen, lo mismo el entusiasta que todo quiere arreglarlo por 
si mismo, que el timorato que se siente incapaz o lamenta su debilidad 
y sus pecados. Eso supone que se mira mas el programa que hay que 
realizar que al Señor que me lo va a hacer vivir. El Reino, realidad 
divina, se propaga en todos y en cada uno, de una manera divina, es 
decir, según la gracia que derrama el Espíritu Santo. Tengo que pedir 
que la gracia me introduzca en el mayor servicio que yo alcance a ver. 

Poco a poco va apareciendo la profundidad de la ofrenda. Yo me 
entrego a partir de este yo real que poseo. No espera el Señor a que 
seamos perfectos para estar con nosotros. Lo que espera no son 
nuestras obras, sino la donación de nuestro corazón que se ofrece tal 
como es, hoy mismo. La humildad, que reconoce que todo lo tiene 
que recibir, muestra su autenticidad en el hecho de rechazar todo 
temor. 

JEAN LAPLACE
DIEZ DÍAS DE EJERCICIOS
Guía para una experiencia de la vida en el Espíritu
Sal Terrae, Santander 1987. Págs. 75-88