UNIÓN DE LOS BIENAVENTURADOS CON LOS HOMBRES DE
ESTA TIERRA
SANTOS/INTERCESION
CO-SANTOS
La comunidad que une a los bienaventurados entre sí implica
también a los cristianos que peregrinan todavía por la tierra. Los
bienaventurados, aunque se hayan apartado de la historia, siguen
estando invisiblemente unidos con gran intimidad con quienes se
encuentran todavía peregrinando entre el tiempo y la eternidad. Este
hecho nos es asegurado en el dogma de la comunión de los santos.
No vamos a perseguir aquí las grandes perspectivas que con ello se
abren para los ojos del creyente. Sólo vamos a destacar algunos
elementos. La unión de los bienaventurados con los que todavía
peregrinan por la tierra se manifiesta en el amor y en las oraciones
que les dedican. Como están libres de todo egoísmo y poseen un
amor inalcanzable en esta vida, ya que arden del amor infinito de
Dios, pueden estar unidos a los que peregrinan por la tierra con una
intimidad que supera todas las posibilidades terrenas. Su amor tiende
al verdadero bien de los amados por ellos en Dios y en Cristo. Están,
por tanto, llenos del anhelo de que en todos los que viven todavía se
impongan la santidad y verdad, el amor y la justicia de Dios, de que
en todos los hombres se cumpla sin estorbos la voluntad de Dios y
todos alcancen la salvación. Con este deseo siguen y acompañan los
destinos de los vivos y los encomiendan a Dios, que es el amor. Este
amor activo es la respiración de los bienaventurados. Lo llamamos
intercesión. Los bienaventurados tratan de hacer partícipes de su
propia riqueza a los que viven todavía. Mientras que en la tierra los
hombres, e incluso los unidos entre sí en Cristo, pasan uno delante
de otro indiferentes y desconfiados y hasta con aversión y envidia, o
se persiguen unos a otros, los bienaventurados se regalan a los
hermanos que todavía luchan, de forma que lo que pertenece a uno
pertenece a todos. La Iglesia conoce el cuidado que le dedican
continuamente los bienaventurados que fueron miembros suyos en la
tierra. Por eso dirige su esperanza a los bienaventurados. Confía en
que los que pertenecieron una vez a ella no olvidarán a los que están
todavía en tribulaciones. Reza para que sigan acordándose de los
hermanos que todavía padecen.
Sabe que sólo Dios puede salvarlos de la última necesidad. Pero
reza a los que precedieron en la plenitud para que intercedan ante
Dios por los que todavía están en peligro y amenazados, por los
atribulados y tentados. Confía en que la oración de los
bienaventurados tiene gran importancia ante Dios porque es oración
de quienes aman y de quienes no tienen ya huella alguna de amor
propio.
La Iglesia tributa a los bienaventurados una gran veneración. Con
derecho ve en ellos hombres elegidos y amados. En ellos muestra
Dios a qué alturas puede llevar a un hombre. Brillan del esplendor de
Dios. Como los peregrinos honran a Dios, honran también a los
elegidos de Dios. En ellos ven la faz de Dios, a quien es debida la
adoración por toda la eternidad. Se alegran de los hermanos y
hermanas salvados porque se alegran de la gloria de Dios, que se
refleja en los santos como el sol en mil gotas de rocío. Su esperanza,
su oración, su alegría y su veneración se dirigen sobre todo a la
mayor en el coro de los bienaventurados: a María.
La comunión de los santos une a todos con todos. Es la unidad total
de quienes aman a Dios. Pero los que han vuelto a casa permanecen
especialmente cerca de los que estaban cerca durante la vida de
peregrinación. A ellos se dirige su amor y su oración con especial
intensidad. En la antigüedad cristiana este hecho es especialmente
acentuado por San Jerónimo (Comentarios a la segunda epístola a los
corintios, cap. V, núm. 6; Cartu 29, núm. 7).
SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961.Pág. 568-574