EL JUICIO-FINAL 

 

HECHO DEL JUICIO 
1. Reflexión previa J/VENIDA/JUICIO:
Al fin del mundo Cristo aparece no en figura de siervo. sino en la 
gloria de la Resurrección y Ascensión. La vuelta de Cristo significa, 
por tanto, la revelación total del amor divino aparecido en Cristo. Así 
se entiende el anhelo del primitivo Cristianismo por la segunda venida 
o, mejor, por la pública venida del Señor. Pero esta definitiva 
manifestación de Cristo es a la vez juicio. Cristo viene como juez. El 
mundo será juzgado por El al fin de los tiempos. En este juicio final los 
juicios particulares no serán ni revisados, ni anulados, ni declarados 
definitivos; desde el primer momento son definitivos. En el juicio final 
serán confirmados. 
Al juicio final están sometidos los malos y los buenos (I Pet. 4, 14). 
Pero tiene significación distinta para los pecadores y para los buenos. 
Para los buenos significa confirmación de su comunidad con Cristo, 
para los pecadores significa condena y condenación. Para unos es 
juicio de gracia y de salvación y para otros es juicio de maldición. 
Ningún acusador tendrán los buenos (Rom. 8, 31-34; lo. 5, 45; Apoc. 
12, 10). San Juan dice en el Apocalipsis que a Satanás se le 
arrebatan para siempre los plenos poderes que le habían sido 
concedidos para acusar ante Dios a los "hermanos" a los cristianos 
mientras duraba la historia. Por ser hijos de Dios son conciudadanos 
de los santos y domésticos de Dios (Eph. 2, 19). Los elegidos de Dios 
no tienen por qué preocuparse de que un malvado los denuncie a 
Dios. San Juan oye el júbilo de los bienaventurados porque se ha 
puesto fin a las calumniosas acusaciones del diablo. Al fondo de esta 
descripción tal vez esté el hecho de las delaciones tan abundantes en 
tiempos del emperador Domiciano y que tantas víctimas cristianas 
tuvieron como consecuencia. La alusión del vidente sería así un 
consuelo para los cristianos. Cuando Cristo venga a juzgar no habrá 
por qué tener miedo a los delatores. Nadie los acusará (Rom. 8, 
31-34). A los ateos, el juicio les acarreará desgracia y condenación, 
pero para los amigos de Dios será juicio de salvación y de gracia. 
Mientras que en la antigüedad cristiana, al profesar la fe en el juicio 
final, el acento recae sobre el hecho de que el día del juicio traerá la 
salvación definitiva a los buenos y la esperanza está, por tanto, en el 
primer plano de la conciencia creyente, en la Edad Media se va 
destacando cada vez más la idea -también contenida en la fe en el 
juicio final- de que Cristo volverá y examinará nuestras vidas. La 
antigua confianza en el día del Señor fue desplazada por la angustia y 
el miedo a ese día. Cuanto más se multiplicaron los pecados dentro 
de la Iglesia, tanto más tuvo que acentuar la Iglesia la seriedad del 
juicio. Y así empezaron los creyentes a hacerse la angustiosa 
pregunta: ¿Qué responderé yo, miserable? (Véase el himno Dies irae; 
la expresión más violenta de esta actitud son los frescos de Miguel 
Angel sobre el juicio final). 

2. Doctrina de la Iglesia 
Respecto al hecho del juicio universal, es dogma de fe que después 
de la resurrección el mundo será juzgado. La Iglesia profesa este 
dogma siempre que confiesa la vuelta de Cristo. Hasta qué punto 
conforma la vida, se deduce del hecho de que la Iglesia ha recogido 
ese dogma en su oración diaria (Símbolos apostólico y 
niceno-constantinopolitano). 
Muchos juicios particulares preceden al juicio final; en ellos son 
determinados definitivamente los destinos de los hombres en 
particular. Los juicios particulares no serán ni revisados ni corregidos 
en el juicio universal, sino que serán confirmados y dados a conocer 
públicamente. En esto sentido, el juicio universal es llamado juicio 
final. 

3. Testimonio de la Escritura en el AT 
El juicio universal tiene una larga prehistoria que se extiende por 
toda la historia humana. El AT y NT dan testimonio de él. 

a) El AT dice que el juicio de los pecados empezó el primer día de la 
historia humana, ya que los hombres pecadores fueron expulsados 
del Paraíso y un ángel con espada de fuego vigiló su entrada. Se 
continuó en el diluvio y a través de las catástrofes de los siglos. Cada 
vez se profetiza con más insistencia el día en que serán expiados 
todos los pecados. Es el "día del Señor"; atribulará a su pueblo y a 
todos los pueblos para vengar todas las injusticias; con estas 
palabras se alude en primer lugar a las catástrofes nacionales y caída 
de pueblos, estados, culturas y ciudades. 
Como todas las profecías viejotestamentarias, las amenazas de 
juicio deben ser entendidas con perspectiva. El juicio de Dios se hará 
por grados sucesivos a través de los siglos. Cada juicio particular es 
una fase en la ejecución del juicio final. Cada uno de ellos alude al 
futuro. Todas las tribulaciones son transparentes y detrás de ellas se 
ve irrumpir y ascender una nueva. Detrás de cada catástrofe se 
adivina una más terrible, hasta que llegue el día aludido por todos los 
anteriores días al día del juicio. 
Karl ·Barth-K describe estas relaciones de la manera siguiente: 
"¿Qué significa "juicio" en el AT? El juicio se cumple primeramente 
de modo muy concreto y muy a menudo en forma de desgracias 
nacionales desde la plaga de serpientes en el desierto hasta la 
destrucción de Jerusalén. Sin el terrible primer plano de una 
concepción de esta especie, que, según el AT, a pocas generaciones 
de este pueblo va a poder ser ahogada sin la imagen realísima de 
una multitud de muertos y de las largas filas de exilados, no se sabe lo 
que es el juicio en el AT. Y, sin embargo, a la idea viejotestamentaria 
de juicio no le viene su seriedad y rigor de ahí. Pues detrás de todo 
eso hay algo más terrible: el fin del amor de Dios, el repudio y todavía 
más la abrasadora ira de Dios sobre todos los pueblos, el juicio 
universal. Esto no es presente, es futuro en el más estricto sentido. 
Pero ese futuro es lo que importa justamente en el presente. Más allá 
de las llamas encendidas por los enemigos y que devastan Samaria y 
Jerusalén, pero también en definitiva Ninive y Babilonia, ven los 
profetas esta otra llama inapagable. Y de ese segundo plano, del 
juicio futuro, hablaron al hablar amenazadores y decididos de aquel 
primer plano." 

b) El "día del Señor" de que hablan los profetas viejotestamentarios 
es primariamente el día en que Dios mismo entra en la historia 
humana, el día de la encarnación. Juan Bautista le profetiza como día 
de juicio (Mt 3, 7-12). 
En Cristo alcanzan, pues, su punto culminante los juicios 
viejotestamentarios. En El empezó la fase del juicio que es la 
introducción del discernimiento definitivo de los hombres. Pues Cristo 
fue puesto para caída de algunos y resurrección de muchos (Lc. 2, 
34). Lo empezado por Cristo se completa en el juicio final. Su 
manifestación, su palabra y su obra preparan el juicio final y lo 
introducen en la historia realizándose en el juicio que Cristo significa 
durante su vida terrena y a través de los siglos. 

4. Testimonio de la escritura en el NT 
Ya hemos explicado en qué sentido es Cristo un juicio para la 
humanidad. Quien se acerca a Cristo en la fe y a través de El se 
dirige al Padre, es libre de la maldición del pecado, pero quien lo 
rechaza, queda bajo la maldición; no necesita ya ser juzgado; ya está 
juzgado (lo. 5, 24; 12, 37-48; 16, 11). 
Por feliz que sea el mensaje de la Cruz para los creyentes, para los 
que se cierran a él y lo rechazan es catastrófico. Ahora están 
doblemente perdidos y caen en un juicio mucho peor. Se enmarañan 
mucho más en su soberbia, porque cuanto más cerca viene Dios, 
tantos más esfuerzos tienen que hacer para perseverar en su orgullo 
e independencia. 
Desde la muerte de Cristo irrumpen en el mundo que rechaza a 
Cristo juicios punitivos siempre nuevos y siempre crecientes por culpa 
del pecado. Cuanto más intenso se haga el apartamiento de Dios, 
tanto más fuertes serán los juicios de Dios. En las catástrofes de toda 
especie, en la caída de reinos y ciudades, empezando por la 
destrucción de Jerusalén hasta la aniquilación de Babilonia, en el 
fuego que devora hombres, casas y animales, en el mar que se traga 
campos y bosques, en las guerras que matan ejércitos y pueblos, 
Dios juzga al mundo que desprecia su amor y reniega de la Cruz de 
su Hijo. 
El sentido de todos los juicios divinos anteriores al juicio universal 
es la revelación de la gloria de Dios, que no permite que nadie se 
burle de ella, pero a la vez es la salvación de los hombres. Los juicios 
de Dios llaman a reflexión y guardan de la condenación del último 
juicio. Pero los hombres no se convierten. Se endurecen en su 
vanidad, egoísmo y orgullo, cuando los juicios de Dios se hacen más 
duros. Sienten que es la mano de Dios que se posa sobre ellos, pero 
maldicen a quien quiere salvarlos y terminan con la maldición en los 
labios, mientras podían haberse salvado diciendo una sola palabra de 
adoración (Apoc. 16, 19-21).
El Apocalipsis de San Juan describe los últimos juicios de Dios, 
antes del juicio final, en imágenes llenas de pavor y terror. 
La visión del capítulo 14 demuestra que las últimas tribulaciones 
deben ser interpretadas como juicios de Dios. San Juan la describe 
así (Ap/14/14-20). 
Como el cristiano sabe que a pesar de su comunidad con Cristo 
sigue siendo pecador, desea los juicios anteriores al final, para 
sustraerse a éste. Las tribulaciones de la vida son una forma de juicio. 
Pero hay otro espacio en que Dios hace sus juicios de amor; quienes 
los desprecian son condenados; es el ámbito del misterio, el mundo 
de los sacramentos. 
El juicio final es, pues, preparado por múltiples y variados signos. 
Todos estamos suficientemente prevenidos de su implacable 
seriedad. 
Durante su vida terrena Cristo ya aludió a esa su última palabra 
sobre la historia humana (Mt. 16, 27; Lc. 22, 30; lo. 5, 22). El juicio al 
fin de la historia humana concede su importancia y responsabilidad a 
la misma historia. Vale la pena hacer cualquier sacrificio por escapar 
al juicio del último día. La condenación cae tanto sobre quienes se 
cierran al mensaje del reino de Dios como sobre quienes no 
configuran su vida según ese mensaje. "No todo el que dice: ¡Señor, 
Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad 
de mi Padre, que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: 
¡Señor, Señor!, ¿no profetizamos en tu nombre, y en nombre tuyo 
arrojamos los demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Yo 
entonces les diré: Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de 
iniquidad" (Mt. 7, 21-23). 
En las profecías del fin del mundo da Cristo una descripción 
metafórica de la ejecución del Juicio (Mt. 25, 31-46). Cfr. Mt. 13, 
24-43. 
La profecía de Cristo sobre el juicio final es una parte fundamental 
de la predicación apostólica. Los Apóstoles tenían -como dice San 
Pedro- la misión de predicar al pueblo que Cristo ha sido nombrado 
por Dios Juez de vivos y muertos (Act. 10, 42). También San Pablo 
predica en Atenas que Dios ha determinado un día para juzgar al 
mundo en justicia (Act. 17, 31; cfr. 24, 25; Al Cor. 5, 10; II Thess. 1, 
5-10; Tim. 4, 1. 8; Hebr. 6, 2; 9, 27; 10, 27; 12, 23; 14, 4, I Pet. 1, 17; ll 
Pet. 2, 3; lo. 4, 17; Sant. 2, 13; lud. 6, 15; Apoc. 6, 10; 11, 18). 
Dios retarda el juicio para dejar a los hombres tiempo de hacer 
penitencia. El tiempo que transcurre hasta la vuelta de Cristo es 
tiempo de conversión y arrepentimiento. Es signo de la paciencia que 
Dios tiene con el hombre (2 Pet. 3, 9). Cuando se pase ese tiempo, ya 
no habrá más plazos (Apoc. 10, 6). Quien pensando en la 
longanimidad de Dios haya perseverado confiadamente en sus 
pecados, tendrá que oír: "¿O es que desprecias las riquezas de su 
bondad, paciencia y longanimidad, desconociendo que la bondad de 
Dios te atrae a penitencia? Pues conforme a la dureza y a la 
impenitencia de tu corazón, vas atesorándote ira para el día de la ira y 
de la revelación del justo juicio de Dios, que dará a cada uno según 
sus obras; a los que con perseverancia en el bien obrar buscan la 
gloria, el honor y la incorrupción, la vida eterna; pero a los 
contumaces, rebeldes a la verdad, que obedecen a la injusticia. ira e 
indignación" (Rom. 2, 4-8). Cfr. Il Pet. 3, 9. 
El día del Señor revelará las obras de todos ante todo el mundo (l 
Cor. 3, 12-15). Como antes dijimos, en la predicación apostólica del 
juicio universal se acentúa el hecho de que los cristianos son 
liberados de las tribulaciones que el pecado les depara, mientras que 
los incrédulos y pecadores son condenados. San Pablo cuenta con la 
salvación de quienes se someten obedientemente a Cristo (Rom. 8, 
31-32, I Cor. 5, 5; cfr. también 1 Jn. 4, 17). Consuela a sus lectores 
diciendo que el Señor vendrá en su gloria y les aconseja que sufran 
de forma que se hagan dignos del Señor.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961.Pág. 235-242