Qué es la batalla del Armagedón?


Ariel Ariel Álvarez Valdés
CC 7
4200 Santiago del Estero

REVISTA DIDASCALIA
OCTUBRE 2000 / Nro 536 /Año LIV


El combate terrorífico
Basándose en el libro del Apocalipsis, el fundador de los Testigos de Jehová, Carlos Russel, predijo que en 1914 estallaría una espantosa batalla en la que Dios destruiría a todos los malos y pecadores de la tierra: la famosa batalla de Armagedón. Según Russel, con ella daría comienzo el Fin del Mundo.
Semejante anuncio atrajo la atención de mucha gente, que temerosa de esta profecía se afilió de inmediato a la nueva secta. Pero al llegar 1914 nada sucedió. Para justificar su fracaso, Russel explicó a sus seguidores que Dios quería tener un poco más de paciencia con los pecadores; y confirmó para 1918 la gran batalla. Pero su predicción volvió a fallar. Ante la nueva frustración su sucesor José Rutherford rehizo los cálculos y fijó por tercera vez la fecha, para 1925. Pero tampoco acertó. Por último los Testigos de Jehová pronosticaron la batalla de Armagedón para 1975. Y se equivocaron otra vez.
A pesar de estos y otros fracasos, numerosas sectas continúan anunciando, de vez en cuando, la llegada de la batalla de Armagedón. ¿Por qué nunca aciertan? ¿Acaso el Apocalipsis (16,16) no afirma que al final de los tiempos habrá un gigantesco combate en el que todos los malos serán exterminados y se salvarán únicamente los buenos? ¿Para cuándo debemos esperarlo? ¿Dónde tendrá lugar?

El día de Dios
Para responder a estas preguntas, hay que explicar por qué la Biblia anuncia esta batalla. Ya desde antes de Cristo el pueblo de Israel tuvo que padecer injusticias y persecuciones por mantenerse fiel a su Dios. Ante tanto dolor, los profetas anunciaron que este sufrimiento no iba a progresar indefinidamente; que en algún momento Dios iba a intervenir en el mundo para castigar a los pecadores. Y como el pueblo de Israel era un pueblo guerrero, los profetas imaginaron que esa intervención de Dios sería mediante una acción militar; que el Señor en persona aparecería en la tierra con su ejército celestial para derrotar a sus enemigos, y asumiría Él el gobierno del mundo. Y a este futuro día lo llamaron "El Día de Yahvé".
El primero en anunciar la llegada del Día de Yahvé fue el profeta Amós (5,18-20). Más tarde lo siguieron los demás profetas, como Ezequiel (38-39), Sofonías (1,14-18), Joel (4,1-3.11-16), Zacarías (12;14). Así, poco a poco fue entrando en la mentalidad de la gente la idea de un combate entre Dios y los malvados de este mundo, que sucedería en los últimos tiempos, o sea, en los tiempos "escatológicos".
Pero lamentablemente el combate nunca llegó. Siglo tras siglo los judíos se quedaron aguardando y suspirando por esa intervención militar divina que pondría orden en la historia. Pero la profecía se fue postergando indefinidamente y no se cumplió jamás.

¿Dónde queda ese lugar?
Al llegar la era cristiana, un escritor llamado Juan compuso el libro del Apocalipsis. Y en él anunció que el Día de Yahvé, es decir, la batalla del Fin del Mundo, por fin estaba cerca.
¿Cuándo sucedería? ¿Cómo sería? Para comprender el Apocalipsis no debemos olvidar que, a lo largo de sus visiones, siempre va contando los mismos hechos, pero de un modo gradual. Es decir, los acontecimientos que describe Juan son siempre los mismos; pero por tratarse de sucesos difíciles de expresar en palabras, el autor va utilizando distintas imágenes y visiones para completar el mensaje.
Ahora bien, sobre la batalla de Armagedón el Apocalipsis habla tres veces. Por lo tanto, para tener una idea completa del tema hay que considerar los tres pasajes en los que se la menciona, y completarlos entre sí (cosa que no suelen hacer los predicadores de las sectas).
El primer pasaje sobre la batalla de Armagedón dice así: "Y los espíritus demoníacos fueron a buscar a los reyes de todo el mundo para convocarlos a la gran batalla del Gran Día del Dios Todopoderoso. Los convocaron en el lugar llamado en hebreo Armagedón" (Ap 16,16).
En esta primera alusión, el Apocalipsis señala la reunión de un poderoso ejército mundial. Aún no indica quién lo conduce, ni contra quién peleará, ni cuándo será la refriega. Sólo adelanta el lugar de la batalla: Armagedón.
¿Dónde queda Armagedón? Este nombre, que nunca más vuelve a mencionarse en la Biblia, ni en ninguna otra parte de la literatura antigua, está formado por dos palabras: "ar" (que en hebreo significa "monte") y "magedón" (nombre de la famosa ciudad de Meguido). Queda claro, así, el lugar donde será la gran batalla: en la montaña de Meguido.

La perla codiciada
¿Por qué el Apocalipsis ubica en Meguido la batalla? ¿Qué significado tenía este nombre? Meguido fue, en la historia de Israel, la ciudad más estratégica del país. Estaba construida a la salida de un pasadizo, abierto entre las montañas del Carmelo y las montañas de Samaria. Este desfiladero (hoy llamado Wadi Ará) era el camino obligado para los ejércitos y las caravanas de comerciantes que viajaban desde el sur (Egipto) hacia el norte (Damasco y la Mesopotamia). Por él pasaba nada menos que la ruta internacional (la famosa "Vía Maris") que unía el África con todo el Medio Oriente. Quienes, pues, atravesaban esta quebrada, se encontraban al final con la fortaleza de Meguido controlando el paso.
Por lo tanto, si ya Israel era un lugar clave en el Medio Oriente, pues era el "puente" obligado entre el norte y el sur, Meguido era un lugar clave dentro de Israel, pues era "el puente del puente". Esto convirtió a la ciudad en una perla codiciada. Y durante siglos en sus alrededores se libraron batallas decisivas, que siempre terminaban modificando la situación histórica de la región.
Por ejemplo, en el 1125 a.C. los israelitas vencieron allí al general cananeo Sísara, y cambiaron el destino de las tribus hebreas (Jue 4-5). En el 841 a.C. el militar sublevado Jehú mató allí a Joram (rey de Israel) y a Ocozías (rey de Judá), y modificó el destino de los dos reinos (2 Re 9,22-29). En el 609 a.C. el rey Josías fue allí asesinado, y se perdió para siempre la reforma religiosa programada (2 Cro 35,19-25).
Así, poco a poco Meguido y sus alrededores se convirtieron, para la tradición judía, en un símbolo de las batallas decisivas. Y por eso el Apocalipsis, al decir que la batalla del final de los tiempos tendrá lugar en Armagedón, no pretendió dar una ubicación geográfica real, sino que sólo trató de expresar, simbólicamente, que será una batalla decisiva y que transformará para siempre la situación de la historia.

Luchar contra un cordero
El segundo pasaje del Apocalipsis que habla de la batalla de Armagedón dice así: "Éstos (es decir, los reyes de la tierra que se reunieron en Armagedón para la lucha) le harán la guerra al Cordero. Pero como el Cordero es Señor de los Señores y Rey de Reyes, los vencerá en compañía de los suyos: los llamados, los elegidos y los fieles" (Ap 17,14).
Aquí el autor añade una novedad importante sobre el tema. Y es que, en la tan ansiada batalla del fin del mundo, no intervendrá personalmente Dios Padre como se creía hasta ese momento, sino que lo haría a través de su Hijo Jesucristo, al que el Apocalipsis llama el Cordero. Él será el encargado de cumplir la esperada profecía.
Pero agrega también un detalle esencial, para ir comprendiendo mejor este acontecimiento. Y es que el Cordero no vendrá a luchar ayudado por ejércitos divinos, ni por legiones de ángeles, ni por milicias bajadas del cielo, como pensaba la gente; sino que lo hará ayudado por "los suyos". Y según Ap 14,1 "los suyos" (los que acompañan al Cordero y forman su ejército), son todos los cristianos que perseveran en la fe y se mantienen fieles a su Palabra. Por lo tanto el autor enseña que el éxito que obtendrá el Cordero será posible gracias a que los cristianos lo ayudarán y combatirán con Él.

En un lago de fuego
La tercera vez que el Apocalipsis habla de la batalla de Armagedón, y donde finalmente relata el combate, dice así: "Entonces vi el cielo abierto, y apareció un caballo blanco. El que lo monta se llama "Fiel" y "Veraz", porque juzga y combate con justicia. Sus ojos brillan como llamas de fuego. Lleva en su cabeza muchas coronas, y tiene escrito un nombre que sólo Él conoce. Viste un manto empapado en sangre, y su nombre es "Palabra de Dios". Lo seguían los ejércitos del cielo, vestidos de lino blanco y puro, montados en caballos blancos. De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones... Vi entonces a la Bestia y a los reyes de la tierra con sus ejércitos, preparados para combatir contra el que iba montado en el caballo y contra su ejército. Pero la Bestia fue capturada, y con ella el Falso Profeta (el que había trabajado al servicio de la Bestia haciendo prodigios, para seducir a los que llevaban la marca de la Bestia y adoraban su imagen). Los dos fueron arrojados vivos al lago de fuego que arde con azufre. Todos los demás fueron exterminados por la espada que sale de la boca del que monta el caballo" (Ap 19,11-21).
Aquí el autor aporta los datos que faltaban para entender completamente la batalla de Armagedón.

Por la sangre húmeda
Comienza diciendo que Juan vio abrirse el cielo. Ya antes lo había visto abierto tres veces, pero siempre por una pequeña puerta (4,1; 11,19; 15,5). Ahora en cambio es el cielo entero el que se abre y no se vuelve a cerrar más. Esto significa que lo que está por ver es una revelación total y definitiva, que ya no podrá ser modificada.
Contempla entonces un jinete que baja del cielo a caballo, preparado para la guerra. No nos dice quién es. Pero por la descripción que hace de él (viene a juzgar, su nombre es "Palabra de Dios", lleva muchas coronas, monta un caballo blanco que simboliza la salvación, tiene el título de "Fiel" y "Veraz"), no hay duda de que se trata de Jesucristo.
El jinete aparece envuelto en un manto empapado en sangre. ¿De quién es esa sangre? No puede ser de sus enemigos, pues todavía no empezó la lucha. Si, pues, el jinete baja del cielo con su vestido ya empapado en sangre, ésta no puede ser más que su propia sangre.
Pero fijémonos que Juan no dice que su ropa esté "manchada" de sangre (o sea, no es sangre seca), sino "empapada" en sangre, es decir, es sangre fresca, recién vertida. Por lo tanto, el Jesús que aparece aquí en su caballo blanco es el que acaba de morir desangrado en la cruz; el que ha dado su vida por los hombres, y ha salvado así a la humanidad. Ese Jesús es el que está por enfrentar ahora a todos sus enemigos.

El triunfo de un muerto
Pero para sorpresa nuestra, la batalla no viene relatada. Mejor dicho, no hay ninguna batalla. Sólo se narra que el jinete, con la ropa ensangrentada, castiga a los dos jefes principales de la coalición enemiga: la Bestia (que por el capítulo 13 sabemos que es el Imperio Romano), y el Falso Profeta (que por la aclaración que trae entre paréntesis, es la religión pagana de Roma, montada por el emperador para seducir y convencer a los cristianos de que lo adoren a él como dios).
A continuación el libro narra la destrucción total de los enemigos del Cordero. Pero no mediante una lucha sangrienta, como esperaban los judíos, sino mediante "la espada que sale de la boca del jinete". Y en el Apocalipsis (1,16; 2,12.16) la espada simboliza la Palabra de Dios.
Queda aclarado, así, lo que quiso decir el autor del Apocalipsis. Que la batalla del final de los tiempos, anunciada por los profetas hebreos, con la cual Dios debía intervenir en el mundo para poner orden, aniquilar a todos los malos y pecadores, y asumir Él el control definitivo de la historia, tuvo lugar con la muerte y resurrección de Jesucristo. Ése día Dios intervino finalmente en la humanidad. La muerte de su Hijo fue la verdadera lucha contra sus enemigos. Y mediante su resurrección los venció, los hundió en el abismo, y asumió Él el gobierno del mundo definitivamente. Ya no hay que esperar, pues, ninguna otra intervención de Dios en la historia, porque el mismo día de la resurrección de Cristo las fuerzas del mal fueron derrotadas, su poder disminuido, y el mundo entero quedó bajo el dominio de Dios, para siempre.
Por lo tanto con la muerte y resurrección de Cristo, es decir, con la batalla final (que el Apocalipsis llama simbólicamente Armagedón), los hombres hemos entrado a vivir ya en los últimos tiempos.

No era fácil decirlo
Pero ¿por qué cuando el Apocalipsis narra el triunfo final de Cristo (o Armagedón), el Señor aparece venciendo a dos figuras tan concretas como el Imperio Romano y la religión pagana, en lugar de vencer a las fuerzas malvadas del mundo? Porque el Imperio y su religión eran lo que en aquel momento más aterrorizaba a los lectores de Juan.
En efecto, cuando Juan escribió el Apocalipsis, sus lectores estaban atravesando una situación dolorosa. El emperador de Roma había desatado una sangrienta persecución contra los cristianos. Muchos habían sido asesinados de un modo horrendo, atormentados por fieras salvajes y torturados cruelmente en diversiones públicas. Otros habían perdido sus bienes, su trabajo, sus amigos y hasta su familia por mantenerse fieles a la fe de Jesús. Todos estaban temerosos y angustiados, y vivían escondidos mientras se preguntaban: "¿Hasta cuándo el Imperio Romano nos perseguirá? ¿Dios no hará nada para socorrernos?".
A estos angustiados lectores, Juan les responde que no deben desesperarse, pues con Jesucristo ha llegado la batalla del fin de los tiempos; y que los primeros derrotados en ella son la Bestia (el Imperio Romano) y el Falso Profeta (la religión pagana). Pero para que se produzca de una vez la victoria deben colaborar en la batalla "los suyos", es decir, todos los cristianos, manteniéndose fieles y no abandonando la fe.
Haber tenido el coraje, la osadía y la lucidez de anunciar la derrota total del Imperio Romano, cuando el emperador estaba en su mayor apogeo y los cristianos en su peor momento, fue el gran acto de fe del autor del Apocalipsis, que terminó salvando a la comunidad. Porque ésta le creyó y así perseveró hasta el final de la persecución.

Una batalla que ya pasó
Para el Apocalipsis, la batalla de Armagedón ya tuvo lugar. Fue el día en que Jesucristo, con su muerte y su resurrección, salió triunfador de todas las fuerzas que se habían complotado contra Él.
Hoy también, como en los tiempos de Juan, hay mucha gente angustiada por lo mal que anda el mundo. Unos piensan que ya no tiene solución. Otros, más desesperados, han llegado a suicidarse oprimidos por la congoja, sin haber hallado otra salida. Y otros (como los miembros de las sectas), esperan que en algún momento Dios intervenga de nuevo en este mundo, con su ejército celestial o mediante cataclismos, para castigar a la humanidad corrupta y solucionar los males de este mundo.
El Apocalipsis nos enseña que, en la batalla de Armagedón, el mal que vemos rebasar en todas partes ya ha sido vencido, aunque no lo parezca. Y que los cristianos tenemos la obligación de creer que el bien ya ha triunfado. Aunque no lo veamos. Y aunque el dolor y la muerte nos vengan mordiendo los talones, como sucedía con la comunidad de Juan. Pensar que Dios debe intervenir otra vez en el mundo para poner orden, es pensar que la salvación de Cristo no ha servido para nada.
Pero también nos enseña que, si bien Cristo ha vencido ya, los cristianos debemos continuar esa batalla. Y que el arma de la que disponen es la Palabra de Dios. Ella es como una espada filosa, capaz de vencer cualquier mal. Por eso los cristianos debemos conocerla, creerle, y vivirla en los distintos momentos de cada día.
Pocos son los cristianos que, realmente, enfrentan sus problemas cumpliendo la Palabra de Dios. Pero el mundo entero los está esperando. Porque ellos tienen el arma vencedora. Porque ellos tienen la misión de hacer real la victoria de Armagedón.