Un Dios de vida que no pide la justificación del hombre, sino su acogida

JESÚS Mª. ALEMANY

FE/IDOLATRIA IDOLATRIA/FE: El agudo análisis de muchos autores modernos nos ha llevado a la conclusión de que la elección más frecuente no es entre fe y ateísmo, sino entre fe e idolatría. Existe en la vida humana una comprobada necesidad de un absoluto que atraiga nuestros deseos de felicidad y polarice el esquema de nuestros valores. Difícilmente, si no existe en la conciencia Dios, deja de haber un ídolo. Se suplanta a Dios con algo que es buscado por encima de todo y a lo que se sacrifica todo. Puede ser el poder, el dinero, el sexo, la ciencia, la patria, incluso la religión, cuando la absolutizamos y deja de ser mera mediación para ponernos en contacto con Dios. Nuestra sociedad está llena de sucedáneos de Dios, porque difícilmente nadie puede sin El orientar toda la gama inmensa de posibilidades que se le ofrecen.

Pero no voy a abordar el problema de la suplantación de Dios que se da en los aparentemente no creyentes, sino el de la deformación de Dios que se puede dar en muchos creyentes. No va a ser ésta una consideración científica y con gran acopio bibliográfico en los análisis, sino una conversación, teniendo como transfondo esa falsa identificación del Dios de Jesucristo que muchos encontramos en nuestra experiencia pastoral. Y esto a mi me da más pena. Que si Jesús viniera hoy a compartir la vida de algunos cristianos o comunidades tuviera que confesar su fracaso en la transmisión de la Buena Nueva de Dios y decirnos: "¡No es ese mi Padre! No puede serlo, cuando os produce tantos miedos o angustias, tal sensación de tener que justificaros para presentaros ante El, semejante frustración en algunos de vuestros profundos deseos humanos. Habéis rebajado a mi Padre incluso por debajo de lo que pensáis de vuestros padres terrenos." Me temo que semejante reproche por parte de Jesús lo tendríamos muchos bien merecido.

D/IMAGENES-FALSAS: ¿Cuáles son algunas de las falsas identificaciones de Dios que se dan en creyentes?

a. D/PREMISA: Un Dios premisa. Para algunos creyentes Dios es un dato con el que cuentan, porque, de lo contrario, su vida no tiene explicación. Es una premisa metafísica que justifica su existencia. En el orden de los seres tiene que haber un Dios. Y de El nos habla Jesús. Pero sin sentirse acogidos ni acogerlo. No existe experiencia de Dios ni comunicación. Recuerdo que, visitando un colegio de barrio en Latinoamérica, me dijeron que un 75% de los muchachos y muchachas no conocían a su padre. Me impresionó, y me recordó esta forma de conocer a Dios. Aquellos chicos tenían que afirmar la existencia de un padre si no querían negar su propia existencia. Pero sin estar acogidos por él. Como para premisa de su vida. Muchos cristianos que afirman su fe en Dios, en realidad la viven como una orfandad.

b. D/RECELOSO: Un Dios (re)celoso del hombre. Algunos otros perciben a un Dios tan celoso de su gloria como receloso del hombre. Como si Dios y hombre fueran magnitudes inversamente proporcionales. La gloria de Dios se erige sobre los hombros del hombre disminuido, y el crecimiento del hombre se realiza a espaldas de Dios. Hay que tener cuidado de no irritar a un Dios que ve como rival al hombre. Hay que ganar su benevolencia. La relación con Dios se basa en el sacrificio y en el culto. Hay parcelas de mi libertad, hay cotas de autonomía, hay dimensiones de felicidad que debo sacrificar a Dios para que se vea reconocido en la plenitud de su soberanía. Hay también ritos casi mágicos que constituyen el homenaje de un culto. El proyecto de desarrollo humano y de liberación de los pueblos puede ser un acto de soberbia; lo que tiene que hacer el hombre es reconocer su pecado y buscar en este reconocimiento su salvación espiritual. Todo lo demás tiene una pequeña importancia. Merece la pena sacrificar lo humano para ganar a Dios.

c. D/COMERCIANTE: Un Dios que pone precio. Dios quiere salvarnos, pero para ello es implacable en sus exigencias. Es justo y riguroso. Tengo que presentar mis méritos para obtener su amistad; de lo contrario, seré rechazado. Tengo que justificarme para recibir algo tan importante como el amor de Dios. Por eso es fundamental tener muy claro cuáles son sus exigencias, qué tengo que hacer, qué normas morales han de regir mi comportamiento y qué preceptos cúlticos me obligan. Esta conciencia puede crear dos series de sentimientos, según las personas. En unas son sentimientos de angustia y de culpabilidad, por no estar totalmente seguras de responder a las exigencias de Dios. En otras, de seguridad, porque creen poder presentar unas obras que son garantía de salvación, y Dios así es su ventaja con respecto a los demás.

En casi todas estas identificaciones de Dios late un convencimiento: el hombre tiene que justificarse ante Dios. Pero ¿es ésta la Buena Noticia que nos trae Jesús? ¿Es la figura, el mensaje y la praxis de Jesús lo que determina nuestra postura ante Dios, o bautizamos como cristianas ideas sobre Dios nacidas de nuestros miedos y oscuros deseos humanos? Y, sin embargo, fundacionalmente está claro: "A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, el que está de cara al Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18); "El que me ha visto a mi ha visto al Padre" (Jn 14,9). Es bueno que confrontemos nuestras imágenes deformadas de Dios con el rostro vigoroso, auténtico, infinitamente bueno, del Dios que se nos aproxima en Jesús.

1. Dios ama gratuitamente y apasionadamente al hombre

D/A-GRATUITO: La carta a Tito resume de manera austera y teológica la lectura del misterio de Jesucristo: "Se hizo visible la bondad de Dios y su amor por los hombres, y entonces, no en base a las buenas obras que hubiéramos hecho, sino por su misericordia, nos salvó con el regenerador y renovador, con el Espíritu Santo que Dios derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador. Así, rehabilitados por Dios por pura generosidad, somos herederos, con esperanza de una vida eterna." (/Tt/03/04-07).

ENC/DIGNIDAD-H H/DIGNIDAD/ENC: El hombre tiene futuro no por sus méritos, sino por la misericordia y ternura de Dios. El hombre es propiamente la pasión de Dios. Más tarde tendremos que integrar el dato de otra "pasión", el sufrimiento de Jesús. Pero será imposible si previamente no se ha experimentado la pasión de Dios por el hombre. Frente a la amenaza de sinsentido con que se ve acosada la existencia humana, todo el hecho de Jesús traduce una experiencia: está justificado ser hombre, porque es el centro privilegiado del amor de Dios.

Esta afirmación del hombre, perplejo él mismo acerca de sus propias posibilidades, se despliega a través de la persona y del mensaje de Jesús, y constituye el núcleo de la Buena Noticia del Reino de Dios.

a. La persona de Jesús, o el coraje de vivir.

Dios asume la condición humana hasta el fondo en la persona de Jesús. Se hace uno de nosotros. Aquello que nosotros mismos consideramos ambiguo, el hombre, es para Dios tan valioso que llega a la más intima solidaridad. En Jesús ya no se pueden separar Dios y el hombre. No es extraño que, cuando no se tiene en cuenta la pasión de Dios por el hombre, el estudioso considere difícilmente aceptable esta situación, y los primeros siglos del cristianismo constituyen la historia de un intento de divorcio de lo que Dios habla unido en Jesús: la divinidad y la humanidad. ¿Cómo van a unirse en el más estrecho matrimonio lo divino y lo humano, lo absoluto y lo limitado, lo perfecto y lo amenazado de pecado? Y se intenta negar en Jesús, sin éxito, o su carácter de hombre auténtico o su filiación divina. Y, sin embargo, las narraciones evangélicas son ante todo el relato de un Jesús que tuvo el coraje de vivir y de morir, que aceptó el desgaste de la cotidianidad, que asumió responsabilidades e incomprensiones, que es del pueblo y se verá despreciado por él, que pertenece a una cultura, que dialoga, discute, se alegra, llora, sufre, celebra. ¿Quién puede negar que esta solidaridad inicial de Dios, absolutamente gratuita, nos quiere hacer llegar un mensaje, que a pesar de todos los pesares merece la pena ser hombre?

b. La actuación Jesús, o la concentración en los marginados.

Pero la desesperanza podría no nacer de la misma condición humana, sino de una determinada situación. No merece la pena vivir en ciertas circunstancias: el hombre enfermo, pecador, pobre, ignorante, se encuentra marginado en nombre de la Ley, la Tradición, el Culto, el Poder. El mensaje y la actuación de Jesús se escoran por ello muy particularmente hacia los marginados del aprecio y la sociedad humanas. Se va a dirigir especialmente a ellos, porque son la piedra de toque de la Buena Nueva. Todo hombre es valioso para Dios, prescindiendo de otras circunstancias adjetivas. Por ser hombre. Por ser hijo. La gratuidad se acentúa. La centralidad del hombre en el corazón de Dios no tolera condiciones. Así, el amor incondicional de Dios lo experimenta el pecador como perdón, el enfermo como salud, el no judío como invitación, el angustiado como aliento. El signo de la pasión de Dios por el hombre está en que no consiente que quede desplazada o mediatizada su relación por la Ley, el Templo u otras instituciones sacrosantas. Es un mensaje de alivio, alegría y esperanza que Jesús acompaña con signos. Había muchos más leprosos en Palestina. La curación de algunos de ellos tiene carácter de advertencia. El Ieproso era un marginado en nombre de la Ley de Dios. Y Dios rechaza categóricamente que pueda haber una marginación en su nombre.

PUBLICIDAD/SEMO: Me llama la atención un hecho singular: da la impresión de que no nos impresiona demasiado el que cada día mueran de hambre 40.000 niños. Pero nos impresionarÍa muchísimo si cada mañana desayunáramos con la noticia en el periódico de que el día anterior se habían estrellado 100 Jumbos cargados de niños. La diferencia es llamativa. ¿Será que en un caso no encontramos justificada la preocupación por la vida humana en si, y en otro caso lo está por el fallo de una técnica del hombre? ¿Valoramos más lo que el hombre hace que lo que el hombre es? Pues lo contrario es precisamente el eje del mensaje y actuación de Jesús. Dios ama especialmente al pobre, porque no tiene adjetivos que añadir a su desnudo ser humano. Su gloria es que el pobre viva. El es un lugar privilegiado para conocer el verdadero corazón de Dios que ama, justifica y salva sin condiciones.

c. El Reino de Dios, o la solidaridad como proyecto.

D/RD-UNIDOS: Jesús pretende que sus palabras y su actuación responden no a una corazonada del Padre, sino a un proyecto largamente acariciado y prometido. El Reino de Dios, la actuación definitiva de Dios, su compromiso pleno, llegan como buenas noticias a aquellos que carecen de ellas. Jesús no habla de Dios separado de su Reino, como si presintiera la tentación de quedarse con un Dios sin asumir su proyecto nacido del amor a los hombres. Porque ésta es una característica importante: la solidaridad de Dios con el hombre, que se experimenta como gratuidad y nos llena de confianza y nos invita a enrolarnos en el mismo proyecto del Reino, es decir, interpela a la solidaridad con los hermanos.

Va a ser una constante en la historia de la salvación. Dios no pretende que respondamos a sus dones, sino que los hagamos fecundos para los demás hombres, que alumbren solidaridad y justicia.

d. El hombre como sacramento del encuentro con Dios.

H/SO-D H/IMAGEN-SEMEJANZA-D: Merece la pena ser hombre, somos el centro del amor de Dios, existe un proyecto suyo en el cual somos llamados a colaborar... Pero el circulo se cierra con la inaudita afirmación de que en nuestra actuación por los hombres estamos encontrando a Dios. Es más. No es posible hacer nada movidos por el agradecimiento a Dios que no sea acercarnos al hombre, que constituye el auténtico sacramento de Dios. Es el conocido mensaje de Mt 25. Y así tiene que ser, si se toma en serio el "ser imagen de Dios" del Antiguo Testamento y el "ser hijos" del Nuevo. No hay otra mediación para hacer algo por Dios que realizarlo en favor del hombre. El hermano es el sacramento del encuentro con Dios. Y ello en un doble sentido, que le hace gratuitamente indispensable. Lo que a él hago, lo hago a Dios. Y, además, Dios se me da a conocer por medio de él.

Si hemos de tomar en serio y no sólo en abstracta teoría que cada hombre es "imagen de Dios", es "hijo", algún rasgo del Padre quedará reflejado en él. No hay persona alguna que, en el momento de su muerte, no nos haga exclamar sorprendidos: por él he podido llegar un poco más a la acogida, o a la serenidad, o a la discreción, o al perdón, o al humor, o a la generosidad de Dios. El momento de la muerte de una persona es la hora de agradecer a Dios que a través de ella nos ha llegado con más intensidad algún rasgo suyo.

La conclusión es evidente. No se puede afirmar al Dios de Jesús sin afirmar al hombre. No sólo Dios no recela de él ni le pone condiciones, sino que le regala gratuitamente su carácter de absoluto. Más allá de Dios, lo único que dentro de la fe cristiana tiene un carácter indispensable, y ello por gracia, es el amor al hombre. No es licito confesar una fe en Dios que no sea al mismo tiempo confianza en el hombre que es amado por Dios.

2. Dios no sustituye al hombre

H/DEBILIDAD-D D/DEBILIDAD/H: Pero el hombre constituye no sólo la pasión, sino la debilidad de Dios. Podemos utilizar la palabra en los dos sentidos que tiene en castellano: la "debilidad" de Dios por el hombre le hace "débil". Renuncia a imponer el bien por la fuerza. Quiere al hombre libre. Y a su libertad apela e interpela. Espera la respuesta "Abba" del hijo adulto, no del esclavo temeroso (Rm 8, 15). Nada horrorizaría más al Dios de Jesús que el infantilismo y la renuncia a la libertad de los que dicen creer en El. Porque para la libertad los ha liberado de otras muchas dependencias.

El respeto de Dios hacia el hombre como su interlocutor hace que su amor ofrecido haya llegado a ser un amor entregado. No perdonó a su propio Hijo cuando los hombres se lo arrebataron (Rm 8, 32). Puede escandalizar que el Padre callara cuando la injusticia y el mal crucificaron al Hijo. Pero no era signo de indiferencia, sino de fidelidad al hombre. Dios busca el bien y padece el mal apelando a la libertad de los hombres. Sólo asumiéndola quedará salvada. Nunca anulándola.

INFIERNO/A-D SV/CONDENACION INFIERNO/CREACION-H:

Aquí reside el motivo de un lenguaje utilizado en la Iglesia y que es piedra de escándalo para muchos, quizá por haber sido expuesto desacertadamente. Se habla de un infierno. Pero este discurso no tiene que ver con Dios ni se deduce de la Buena Nueva de Jesús,. como si en el mensaje se anunciaran dos caminos, uno de salvación y otro de condenación, dos posibilidades idénticas. No, el mensaje de Jesús es sólo ofrecimiento de salvación de parte de Dios. Pero el respeto de la libertad del hombre hace que ésta pueda decidir cerrarse a la salvación ofrecida. "Infierno" no es un lugar cierto, sino una hipotética situación que se daría si la libertad del hombre rechazara la salvación de Dios. ¿Cómo puede ocurrir esto? Cuando se destruye al hermano, sacramento de Dios. A la vista de los infiernos que los hombres han creado en nuestra historia y que siguen creando, no está de más el aviso al hombre: ojo, que tu libertad puede crear infiernos y puedes quedar atrapado en ellos. Dios sólo quiere y te ofrece su salvación.

"De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios" (Gal 4,7). No sólo Dios no anula la libertad del hombre, sino que, como hijo, le deja toda la responsabilidad de la herencia. Va a administrar su vida, su historia y su mundo con plena autonomía y responsabilidad. Dios no puede ser una excusa para eludir el esfuerzo humano del trabajo paciente, de la búsqueda de soluciones a los problemas humanos. El evangelio no va a ser un libro de recetas, un programa completo de actuación en campos tan variados como abarca la actividad humana: la familia, la política, la economía, el trabajo... Asumir la tarea humana como respuesta de confianza al amor apasionado y gratuito de Dios motiva, pero no facilita nuestra creatividad. No esperemos de Dios soluciones que no hayamos buscado nosotros.

Pero es más, no podemos pretender experimentar menos debilidad que la de Dios cuando seguimos a Jesús en la extensión del Reino. A veces queremos al menos éxito en las tareas emprendidas en nombre de Dios, aspiramos a contar más con el poder que con la gracia amorosa de Dios. Nada nos eximirá a nosotros tampoco de la debilidad del amor ofrecido del que damos testimonio, e incluso también en nosotros puede llegar a ser un amor entregado. Los cristianos experimentarán posiblemente el fracaso, no se verán exentos del sufrimiento, serán provocados con la afirmación del silencio y el abandono de Dios en nuestro mundo. Quede lejos de la comunidad cristiana la sutil tentación de imponer el bien a la fuerza con menosprecio del hombre o de apelar a un poder que cubra nuestra inseguridad y debilidad.

D/DECEPCIONANTE: Algunos encontrarán a este Dios decepcionante. No constituye una ventaja para el creyente. Queremos un Dios poderoso que nos haga poderosos a nosotros mismos. Pero la victoria del amor gracioso de Dios no llega sino a través del inmenso respeto del hombre. Querido como el hijo, declarado heredero, sigue siendo libre y responsable. Son otros los dioses que anulan la libertad del hombre; son otros los que le prometen éxitos sin cuento si, postrado en tierra, les adora. No es el Padre de Jesús, que, al revés, acepta someterse a las consecuencias de la libertad humana.

3. Dios acompaña al hombre

Paradójicamente, cuando va a llegar a su final la entrega del Hijo como aparente muestra de la debilidad de Dios, a merced de la libertad de los hombres, Jesús anuncia que conviene que él se vaya para que venga el Paráclito (Jn 16,7), alguien que va a estar con nosotros para siempre, más aún, que va a permanecer en nosotros (Jn 14, 16 s.). En el momento de su muerte, no sólo el Padre entrega a su Hijo, sino que el Hijo entrega su Espíritu (Jn 19, 30). El Espíritu es el resultado de la comunión entre el Padre y el Hijo, es la fecundidad de la vida y del amor en Dios, es Dios como Amor. El hombre no va a quedar huérfano de Dios. Para siempre permanecerá Dios como compañero inseparable en su camino. Pero no con la fuerza de su poder, sino con la fuerza de su amor, como misterio de comunión y de discreción. Un Dios Espíritu que no desde la Ley, sino desde la raíz de nuestro ser, nos mueve a seguir a Jesús en la construcción del Reino de Dios, por el que discernimos y somos criticados en nuestras decisiones, que significa garantía de un futuro "a imagen de Jesús" en el que se complete el Cuerpo de Cristo resucitado. Un Espíritu que, mientras tanto, gime en nuestro interior, aguardando la plena realización de los hijos de Dios (Rm 8, 18-27). Dios no intervendrá en nuestra vida sustituyéndonos, "haciendo" en nuestro lugar, sino comunicando vida y amor para que nosotros "hagamos". Si la gloria de Dios es que el hombre viva, ahora la vida del hombre es el don de la misma vida de Dios que contemplativamente recibe agradecido. Vivimos del mismo Espíritu que alentó a Jesús y lo resucitó de entre los muertos. Quizá el recuerdo de dos pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento nos ayuden a comprender el significado de esta realidad. Alonso Schokel los ha comentado bellamente.

El primer pasaje es el canto a la viña, de /Is/05/01-07. El profeta se presenta como amigo de un viñador que se ha desvivido por su viña y que expresa su dolor porque ésta no ha dado los frutos esperados. Es una bella canción en tres planos, al trabajo del viñador a su viña, al amor del amante a su amada, a la elección y fidelidad de Dios por su pueblo. Pero este tono lírico se convierte en interpelación y exigencia para los oyentes del profeta: la viña infecunda sois vosotros, Pueblo de Israel. Pero ¿qué frutos deseaba el viñador, el amante, el Dios de Israel? ¿Correspondencia? No. "Esperó de ellos derecho... esperó justicia". Dios nunca pide correspondencia a su amor, ni mucho menos méritos para pagar su precio, ni justificación, sino que los demás hombres experimenten la fecundidad del trabajo, amor y elección de Dios hacia nosotros.

El profeta del Antiguo Testamento nos deja con estas dos ideas: ¿Qué más pudo hacer el viñador -el padre- por su viña -por nosotros-? Nada, lo ha hecho todo. ¿Y qué esperaba el Señor de nosotros? Una convivencia humana en derecho y justicia. Pero la imaginación creadora de Dios no permite dar por definitiva ninguna respuesta. /Jn/15/01 habla de otra vid. ¿Cuál es esta vid? ¿Israel, como en Is 5? No. Es una vid nueva que Dios labrador ha plantado en nuestra tierra. Es Jesús. Los creyentes no son sarmientos de la casa de Israel, ni de otra Iglesia que le sustituya. El profeta no supo dar respuesta a "qué más pudo hacer el viñador". Dios sí. Plantar una vid que no falle; de manera que ser cristianos es estar por la fe injertados en Jesucristo. Es recibir de El una savia que nos fecunda, el Espíritu de Jesús. Dentro de nosotros palpita gratuitamente la vida de Dios a través del Espíritu. Nada más lejos de lo que pretenden quienes creen asegurarse a través de sus obras y merecimientos. Somos creyentes porque corre por nuestras venas la vida de Dios absolutamente gratuita. Esa vida produce vino, símbolo de la alegría, de la comunión y de la plenitud.

Pero, ¿qué frutos espera Dios viñador de nosotros? Ahora que se ha extremado la imaginación de Dios, también se han radicalizado las exigencias. Antes se hablaba de "derecho y justicia"; ahora de "amor". Se ha radicalizado la respuesta en un doble sentido. Primero, la raíz de la exigencia ya no es exterior, sino interior; es la dinámica de la vida del Espíritu dentro de nosotros. El amor no puede ser legislado. Segundo, las obras del amor llegan más a la raíz del otro, allí donde se convierte en hermano. La compañía del Espíritu nos susurra suavemente en nuestro interior el misterio de la filiación y de la fraternidad. Comenzamos hablando de las posibles deformaciones de un dios creado a la medida de nuestros miedos y oscuros deseos humanos. Se impone concluir con una certeza que no es producto de la seguridad de la propia justificación, sino de la intima acogida del misterio de Dios. "A Dios nadie le ha visto nunca, pero si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros" (1 Jn 4, 12).

SAL-TERRAE 1988, 6 Págs. 427-435