LA RELIGIOSIDAD SUBTERRANEA
Nostalgia de los orígenes, nostalgia de la meta
María TOSCANO y Mª Teresa PÉREZ
Catedráticas de Filosofía. Madrid
«Lo sagrado es un elemento de la estructura de la conciencia, no un estadio de la Historia de la conciencia» (M. ELIADE, Nostalgia
de los origenes).
1. Búsqueda del sentido
Si tomamos el horóscopo como una proyección de la peripecia
humana sobre el círculo del Zodíaco -que es la explicación a la que
tiende la mentalidad científica occidental, así como la tendencia de
la astrología contemporánea, como podemos ver en la obra de
Dane Rudyar-, con toda su carga de relaciones, adscripciones,
temores y deseos, compromisos y obligaciones-, veremos que la
última Casa, la XII, vulgarmente denominada «de los enemigos
ocultos» o «de las grandes pruebas», es realmente la Casa de lo
que es «más grande que uno», la Casa del misterio, de lo sagrado,
de lo absoluto. Es la Casa que marca el enfrentamiento inevitable
con el sentido de la vida. Así pues, entendemos que el
enfrentamiento del hombre con el misterio del origen y destino de la
vida forma parte indisoluble de la propia existencia humana.
Ésta es, sin duda, la tesis que queremos mostrar en estas
páginas, con la clara conciencia de que no constituye ninguna
novedad dentro del marco del pensamiento filosófico occidental. Lo
que sí puede resultar más novedoso es que sostengamos que lo
que se ha denominado «religiosidad subterránea» sea auténtica
religiosidad y muestre una dimensión apreciable de las inquietudes
espirituales del hombre de nuestros dias que lee los horóscopos de
las revistas o consulta a un vidente cuando tiene que tomar
decisiones importantes, o trata de conocer un futuro que está más
allá del alcance de sus posibilidades de acción en la penumbra
angustiosa de su ignorancia. Que no es una actitud totalmente
irracional y despreciable, del todo desechable. O por lo menos si la
palabra «religiosidad» parece excesivamente comprometida, sí
podemos afirmar, con muchos filósofos de nuestra tradición
intelectual, que el ser humano se distingue del animal, entre otras
cosas, por su necesidad de tener un conocimiento «metafísico», por
anhelar una comprensión efectiva y una experiencia inmediata de la
Realidad última.
«La filosofía, la ciencia y hasta la religión modernas parecen
haber perdido la esperanza y, muy a menudo, el interés mismo en la
posibilidad del conocimiento metafísico. El conocimiento metafísico
no es la creencia religiosa ni la especulación filosófica ni la teoría
científica. Es la experiencia real o el reconocimiento inmediato de
esa Realidad última que es fundamento y causa del universo y, de
este modo, principio y sentido de la vida humana. Muchos piensan
que es propio de la humildad del hombre renunciar a la posibilidad
de este conocimiento. Sin embargo, trataremos de mostrar no sólo
que tal conocimiento ha existido entre los hombres, sino también
que la pérdida de contacto del mundo moderno con sus fuentes es
la principal razón de la desintegración, tan peculiar como peligrosa,
de nuestra cultura» (Alan W. WAttS, La suprema identidad).
Si Freud afirmaba que la religión es «la neurosis obsesiva común
al genero humano, causada por el complejo de Edipo»,
entendiendo la religión como el conjunto de vínculos opresivos que
religan al hombre dentro de las estrechas miras de una
determinada confesionalidad, encontramos también otros
testimonios de psicoanalistas contemporáneos que, enfocando el
problema desde una perspectiva mucho más abierta, mucho más
metafísica que confesional, afirman, como Jung ha hecho repetidas
veces, que la vivencia de lo numinoso, de lo divino, es una
constante, la más importante sin duda, del psiquismo humano, a
nivel de inconsciente colectivo.
No solamente la especulación, más o menos filosófica, puede
llevarnos a la convicción de que el ser humano está orientado
fundamentalmente a la búsqueda del sentido, de que esta
orientación es una categoría trascendental del espíritu humano,
sino que otros psicoanalistas menos especulativos, como Viktor E.
Frankl, o cientos de pensadores (psicólogos y antropólogos)
preocupados por el ser humano (los estructuralistas, Bateson,
Eliade, Campbell, Kurt Lewin y otros muchos que -por conocidos-
sería inútil y prolijo citar) se decantan por lo que Frankl llama
«voluntad de sentido» o «preconocimiento del sentido». En el caso
de Frankl, la búsqueda del sentido se da al nivel de la conciencia
personal, con lo que hay una elevación de nivel respecto del
inconsciente junguiano.
«Ahora bien, el sentido no sólo debe, sino que también puede
ser encontrado; y para encontrarlo, el hombre es guiado por la
conciencia. En una palabra, la conciencia es el 'órgano del sentido'.
Podría definirse como la facultad de descubrir y localizar ese único
sentido que se esconde detrás de cada situación. La actuación de
la conciencia, una vez que se ha encontrado ese único sentido del
que hablamos, concluye en la captación de una 'forma' (Gestalt), y
ello en razón de lo que nosotros llamamos la voluntad de sentido,
descrita a su vez por James C. Crumbaugh y Leonard T. Maholick
como la facultad propiamente humana de descubrir formas de
sentido no sólo en lo real, sino aun en lo posible» (V.E. FRANKL, La
presencia ignorada de Dios).
2. Astrología, cábala y magia
Asistimos, desde hace unos años, a un auge considerable de las
llamadas ciencias ocultas, a una proliferación de videntes, adivinos,
quiromántes, astrólogos, sanadores espirituales, etc. En España,
con la transición a la democracia y la libertad de expresión y de
culto, el estallido de este tipo de saberes ha sido espectacular, tras
largos años en que estuvieron prohibidos y perseguidos. Hoy en día
hay en nuestro país numerosas publicaciones especializadas que
ofrecen los servicios de miles de profesionales, que nos informan
de cursos, libros, enseñanzas de todo tipo, ventas de talismanes,
amuletos, velas y perfumes salutíferos. Pero también los diarios de
información general y las revistas ilustradas de más prestigio
ofrecen un horóscopo, una sección de numerología o de Tarot. «El
retorno de los brujos», el famoso libro de Pauwels y Bergier, señaló,
a nivel internacional, este auge de los magos y los augures, traídos
a la palestra por la inquietud de sus consultores y adoradores.
Una sucinta enumeración de los más importantes saberes
esotéricos incluiría la Astrología, el Tarot, la Numerología, la
Quiromancia y otras numerosas mancias adivinatorias, desde la
videncia directa, o con bola de cristal o posos de café, a la
geomancia, runas escandinavas «I Ching» chino y un larguísimo
etcétera.
Tendríamos que separar la Astrología, el Tarot y la Numerología
-estrechamente vinculados estos dos últimos, en su origen, con la
Cábala Judía- de las distintas mancias, aunque también tengan una
función adivinatoria, y de la magia.
La Astrología y la Cábala tienen un contenido intelectual
estimable, y su conocimiento y su uso adivinatorio exigen una
preparación técnica considerable. No en balde han estado desde
antiguo en manos de sacerdotes e iniciados que guardaban
celosamente sus secretos. La superficialidad y la charlatanería de
que puede estar rodeada hoy la práctica de estos sabores no
invalidan en modo alguno su sólida base teórica y racional.
La Astrología es un complejo saber sobre el desarrollo dinámico
de la imagen y construcción del universo, cuyo origen, hoy por hoy,
se remonta a Sumeria y que nos ha llegado a través de las
versiones egipcias y griegas y de la vulgarización que de ella hizo el
mundo romano. Este saber se funda sobre una amplia base
matemática y astronomica, a la que posteriormente se asoció el
mundo simbólico de los dioses.
La Cábala judía es una revelación de la estructura numérica de
la realidad, reflejada y contenida en la Torah, y como ella de origen
divino, que explica las manifestaciones de todo lo que existe, desde
la inefabilidad divina -el Ein Sof, el Dios Oculto- a los seres
materiales y terrenos.
Desde la más remota antigüedad ha habido una notable
separación entre dos formas de cultivar estos saberes. Ha habido
un doble uso: sagrado o profano, esotérico o exotérico, con bases y
finalidades diversas. El uso profano ha sido el culpable de que
estos saberes hayan caído en la trivialización, en la superstición y
en el descrédito. No vamos a entrar en el conocimiento esotérico
del tema ni a discutir la legitimidad y objetividad de estos
conocimientos. Vamos a limitarnos a constatar hechos e intentar un
análisis explicativo de los mismos.
El hecho que nos ocupa-el auge en nuestros días, y
concretamente en nuestro país, de los llamados sabores ocultos-
nos lleva a considerar la versión popular que se da hoy en nuestra
sociedad igual que se daba en el Imperio romano. Tal como los
entiende el gran público, que busca en ellos una respuesta a sus
más profundas inquietudes, en nada se diferencian de la magia
pura y simple. Es el uso adivinatorio y propiciatorio lo que le
interesa al hombre de la calle, tanto de la Astrología como de la
Numerología, del «I Ching» o de cualquier otro sistema. ¿Qué me
va a pasar?; ¿cómo se me va a arreglar tal o tal asunto?; ¿qué
puedo hacer para que me suceda tal o cual cosa?...
La magia, tan vieja como la Humanidad, podría ser definida como
la capacidad del hombre para conocer y utilizar los procedimientos
ocultos de la Naturaleza y hacerles actuar en su favor, hacerles
servir a sus propósitos, empleando para ello una serie de
actividades propiciatorias, rituales y transacciones: lo que se ha
llamado tradicionalmente «encantamientos» y «hechizos».
La base teórica constitutiva de toda forma de magia es la tesis
de la unidad de la realidad y la simpatía universal (acerca de este
tema, recordemos Las palabras y las cosas, de M. FOUCAULT), la
reciprocidad, la íntima relación entre el microcosmos humano y el
macrocosmos Universo. «Así es arriba como es abajo», reza el
código hermético de la Tabla de Esmeralda. El conocimiento de la
simpatía o antipatía entre los distintos componentes del Universo
-astros, plantas, animales, minerales- es la clave para una
actuación eficaz sobre la naturaleza. El método de conocimiento
será, pues, un razonamiento por analogía, cuando se tengan las
claves de la similitud secreta entre dos seres aparentemente
diversos.
Además, forma parte de las tesis mágicas la difundida creencia
en la existencia de «fuerzas» inteligentes, conciencias diversas que
conforman la realidad, a las que se puede acceder por medio de
ciertos actos para hacerlas actuar en nuestro favor. Una
concepción, si se quiere, antropomórfica o animista: el Universo
está vivo, siente, piensa, quiere...
Y habría que añadir por último, como ingrediente importante, la
mente humana, la voluntad, la palabra de poder. Incluso el nombre
secreto de cosas y personas. El poder de bendición y de maldición
está íntimamente ligado a la palabra y la voluntad de aquellos que
las profieren.
El conocimiento de todos estos detalles teóricos y prácticos
constituye la noción de «gnosis mágica». Gnosis es, ante todo, el
conocimiento del Nombre como grado supremo del saber mágico.
«La conversión de esta gnosis a la praxis es frecuentemente
denominada por los escritores tejne magiké o, respectivamente, ars
magica. El saber mágico es un don divino, tan sólo concedido a los
elegidos. Por eso puede llamarse mysterion. Quien conoce sus
secretos es un iniciado, un mystés; el que, a su vez, puede iniciar a
otros recibe el nombre de mystagogos. La iniciación, por su parte,
se llama teleté como el sacramento principal de los misterios» (J.
LEIPOLDT y W GRUNDMANN, El mundo del Nuevo Testamento).
La magia -hablamos siempre en términos generales- es una
constante de la especie humana que ha adoptado formas muy
diversas a lo largo de los siglos, pero aparece con mayor fuerza en
las sociedades y épocas agitadas por grandes crisis de valores, en
los períodos de decadencia de las grandes culturas, cuando los
valores religiosos y los grandes alientos metafísicos están en baja:
en el Helenismo, en la caída del Imperio Romano, en el
Renacimiento, en nuestros días. Para mucho espíritu racionalista
extremo, este fenómeno no sería más que la manifestación de la
incultura y de la superstición, una triste muestra de la debilitación
de la luz racional ante el miedo al destino y a la muerte.
Si el hombre medio se interesa por la Astrología, por ejemplo,
debe recordarse que la actitud de la Iglesia Católica hacia tal saber
no siempre fue tan negativa como en la actualidad. Sobre uno de
los acontecimientos más bellos de la historia de Jesús, la Epifanía,
la manifestación de su divinidad a los sabios, recordemos las
interpretaciones oficiales que la Iglesia ha dado, en la Antigüedad,
del fenómeno de la Estrella que guió a los Magos hasta Belén.
El Papa León Magno, en el siglo v, tiene unas profundas
palabras acerca del tema que podrían ser refrendadas hoy por el
principio de la sincronicidad de Jung:
«El que dio la señal del cielo otorgó también conocimientos a
los que la vieron. Y lo que él permitió conocer, también permitió
buscarlo; y lo que permitió buscar, permitió que fuera hallado».
La Astrología fue una ciencia respetable, cultivada por grandes
genios como Kepler y Newton, ambos enmarcados dentro del
espíritu del cristianismo, y enseñada en las universidades europeas
hasta el siglo XII. Hoy en día, con el desarrollo de la ciencia
experimental, las cosas han variado, pero muchos autores
seriamente interesados por el asunto (astrólogos, psicólogos,
antropólogos y hasta historiadores) ven en el horóscopo natal un
profundo tema de meditación.
«Por su origen, la astrología es esencialmente religiosa. En la
astrología se refleja la postura del hombre con respecto al Universo
y a sus motivaciones personales íntimas. Para encontrarse a sí
mismo, se necesita autoconocimiento. El horóscopo puede prestar
ayuda para lograrlo. Un horóscopo tiene valor como tema de
meditación, como ayuda para encontrarse a sí mismo» (Gerhard
Voss, Astrología y Cristianismo).
Comprendemos que la obsesión por obtener pronósticos sobre
el futuro preocupe y obligue a una condena de la práctica
astrológica. También las Sagradas Escrituras insisten en este
peligro (Gal 4,9; Col 2,8). Pero la Astrología no es sólo una mancia;
es mucho más, y debe ser conocida -como todo, en este mundo-
antes de ser condenada o despreciada.
3. Física y mística. Nueva gnosis
Pero para otros pensadores más sutiles la visión gnóstica de la
antigüedad tiene en nuestros días otra «lectura», que se desprende
de una nueva interpretación de la ciencia.
Ya en Teilhard de Chardin encontramos un concepto de Biosfera
y Noosfera que nos acerca a la posición gnóstica; pero ahora nos
referimos al pensamiento magistralmente sintetizado por el filósofo
francés Raymond RUYER en su obra Los gnósticos de Princeton. El
impacto editorial que significó otro libro, El Tao de la física, de F.
CAPRA, en el que se trataba de dar una visión budista de la física
cuántica, es buena muestra de la receptividad del público culto a
esta temática, que también puede ser incluida en la línea de los
neo-gnósticos, al igual que la obra del naturalista inglés Rupert
Shelldrake, con su teoría de los campos morfogenéticos que tantos
puntos tiene de contacto con el concepto de los registros akásicos
de la filosofía hindú.
Se trataría de un neo-gnosticismo depurado de sus
connotaciones mágicas más burdas por la asepsia de la Ciencia
rigurosa. Ciertos sectores de la Ciencia occidental, frente a los
profundos cambios paradigmáticos que ha sufrido el saber teórico
en esta segunda mitad del siglo xx, han reaccionado poniendo en
tela de juicio incluso el valor de la sacrosanta metodología utilizada
hasta ahora por la Física, acercando sus posiciones teóricas a
filosofías de la antigüedad. La Tierra, como un inmenso ser viviente,
alienta tanto en la teoría de Tales de Mileto como en la hipótesis
«Gala» Lovelace, por ejemplo. Este gnosticismo de nuestros días
abarca todos los campos del saber pero para este trabajo nos
limitaremos a constatar que gran parte del pensamiento de la «New
Age» se ha convertido en una visión científica del mundo que
incluye una pseudo-religiosidad tranquilizadora, dulce y
apaciguadora, donde se puede desarrollar la vida humana sin
temor a ser destruida, en estos albores del Tercer Milenio que se
promete tan inseguro y amenazador.
«En la mayoría de los casos, la gnosis se sitúa en el plano
racional mas alto. Incluso llega a fascinar por su amplitud de
espíritu, a la que no tienen acceso la mayoría de los hombres....
Con su postura fundamental panteísta, la gnosis sale al encuentro
de la primigenia necesidad religiosa del hombre, y le muestra un
camino excelso La gnosis se sabe superior a la limitación
histórico-religiosa y confesional. Y fascina mediante una 'gran'
imagen de Dios y mediante la invitación a liberarse de toda
limitación individual, experimentada como enajenación en la esfera
de los 'dioses' rivales de rango inferior (aquí radica su 'ethos'), y a
unirse con la conciencia del mundo que todo lo abarca. Pero este
ser supremo es más un 'ello', en el que el individuo se pierde que
en un 'él' que se inclina como un tú amoroso hacia el individuo Por
eso la gnosis se encuentra más cerca del budismo, del islamismo e
incluso de la imagen veterotestamentaria de Dios que de la
predicación de Jesús» (Gerhard Voss, Astrología y Cristianismo).
Pero el ciudadano de a pie no puede meterse en estos mundos
sofisticados de la física especulativa ni de la teoría holográfica de la
conciencia ni de los quanta. Necesita unas respuestas más
asequibles, unas acciones más inmediatas, para comprender el
mundo y conjurar los males que le acechan desde todos los
rincones. Y aquí están la Astrología, las cartas, los números, el
pensamiento positivo, los magos y los nuevos augures que brindan
su ayuda, su saber y su consuelo.
4. Crisis de valores en el mundo contemporáneo
VALORES/CRISIS: ¿A qué se debe esta vuelta del hombre
civilizado a creencias en apariencia tan poco racionales?
Indiscutiblemente, ante este final de siglo el mundo occidental está
enfrentado a una crisis de valores extremadamente profunda. Ya no
hay grandes metafísicas -la última fue la Filosofía existencial-,
sustituidas ahora por un «pensamiento débil». En arte, las
transvanguardias se pierden en una proliferación de tendencias sin
ningún aliento creativo. La Ciencia está pasando por una crisis de
identidad, y su hija predilecta, la Tecnología, nos está llevando a
una situación límite, porque el progreso indefinido amenaza incluso
a la existencia humana sobre el planeta, amén de plantearnos
gravísimos problemas éticos, jurídicos y sociales, porque avanza
más deprisa que nuestra concepción del hombre, del bien y del mal,
de la vida, de la ley y de la conciencia. Las utopías políticas no han
podido caer más estrepitosamente. No sólo los fascismos y el
comunismo, sino las propias democracias se ven amenazadas por
los numerosos males que ya conocemos. No hay, pues, un modelo,
una concepción del mundo que ofrezca una unidad de sentido a la
que pueda aferrarse el ciudadano medio. La vida se presenta
desprovista de significado, y el hombre se encuentra a merced de
un azar, del que únicamente percibe «el ruido y la furia». Al haberse
perdido un hilo conductor que enhebre los acontecimientos, que les
dote de intención, no debe extrañarnos que el hombre de la calle se
aferre a las manipulaciones mágicas, que, además de alimentar su
esperanza, le liberan de la pesada carga de la responsabilidad.
Inmersos en el reino del Caos, en un campo de fuerzas
sobrehumanas, ¿para qué la libertad y la responsabilidad?
¿Y qué ha pasado con las grandes religiones? Ellas son las que
mejor podrían cumplir ese cometido salvador; pero hay que
reconocer que no han sabido estar atentas a los cambios
transformadores que el hombre demanda. Víctimas del positivismo
teológico, no han sido capaces de conectar con la experiencia
originaria y ofrecerla a los hombres como un camino integral de
salvación. Esclerotizadas, las iglesias se han mantenido aferradas a
las estrechas miras de sus estructuras de poder, sin tener en
cuenta la profunda mutación que ha sufrido la sociedad europea;
sólo en continentes como Latinoamérica o la India su cercanía al
pueblo las impulsa a encontrar planteamientos vivos. Oigamos las
palabras de un moderno cabalista:
«Para el hombre del siglo xx, la religión, junto con Dios, está
totalmente muerta. Nuestra era se ha reconocido como la primera
de la historia de la Humanidad que ha exiliado lo sagrado del campo
de su actividad llamado mundo, y Mircea Eliade afirma que un
Cosmos totalmente desespiritualizado es un acontecimiento muy
reciente en la historia de la Humanidad. El hombre moderno, en su
intento de encontrar la 'base científica de la realidad', se ha sellado
a sí mismo en un vacío intelectual. La religión ya no permea ni a la
sociedad ni al individuo» (Charles PONCÉ, Kabbalah).
Ni los avances de la ciencia, ni los cambios de costumbres que
induce la vida moderna, ni las exigencias de una sociedad en
constante transformación, por no citar sino unos cuantos factores,
son tenidas en cuenta a la hora de iluminar a los fieles con unas
enseñanzas que satisfagan sus inquietudes. Los tímidos cambios
de actitud de las iglesias van muy por detrás del ritmo acelerado
que pide el desarrollo social. No se han tenido en cuenta las
necesidades cotidianas del hombre ante la inseguridad de la vida,
ante los mil peligros que ofrece hoy la existencia.
Tampoco han sabido adaptar su lenguaje a la exigencia de los
tiempos. Pero lo peor de todo ha sido, a nuestro entender, la
incapacidad de transmitir su mensaje salvador. Un mensaje es una
transmisión de información que implica un emisor y un receptor. Se
ha privilegiado al emisor y la información que emite, y no se ha
tenido en cuenta al otro polo, igualmente importante, que es el que
recibe el mensaje. No se ha adaptado el mensaje a la comprensión
del oyente, a lo que éste es capaz de entender y asimilar. La
comunicación se ha roto, dejando al hombre corriente inerme y
desvalido frente al mundo, sin un esquema previo que le permita
comprenderlo y, por tanto, dirigir sus acciones hacia un fin
determinado.
Por último, tendríamos que añadir, como uno de los males más
dañinos, la pérdida del valor «mágico» del ritual, entendiendo lo
«mágico» como la capacidad de inducir cambios en la conciencia
del que asiste y enfocarla hacia la captación de realidades que
trascienden el mundo cotidiano. Los antiguos rituales, perdida su
dynamis originaria, se han convertido más bien en un conjunto de
obligaciones sociales y ceremonias muy respetables, pero vacías
de todo contenido.
Para llegar al fondo de esa experiencia es preciso pasar por un
proceso de purificación interna, por una especie de «epojé» o
despojamiento de las adherencias de la propia experiencia, que a
veces se confunden con el hecho religioso mismo, para que la
propia desnudez permita la visión de lo Esencial que se oculta
detrás de la percepción del fenómeno. Si tu ojo está limpio, todo tu
cuerpo -y tu mente podríamos añadir- estará limpio. «La lámpara
del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará
luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras.
Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!» (Mt
6,22-23). Es imprescindible una desnudez integral para alcanzar la
intuición de lo Esencial. O, como bellamente escribe el astrólogo
pagano Fírmico Materno en el siglo IV: «Quien es de corazón limpio
y ha penetrado en los misterios del mundo de las estrellas, se hace
uno con los dioses del cielo nocturno».
Ya hemos visto, al principio de este trabajo, que en el hombre
hay una facultad interna, todo lo intuitiva, oscura y confusa que se
quiera, que le guía hacia la búsqueda de lo Esencial, de ese
Absoluto que no tiene nombre, que no tiene dueño, que no puede
ser capitalizado por ninguna Institución; de esa urdimbre
subyacente al mundo fenoménico, que es lo que da coherencia y
significado a su vida. De qué forma lo haga, es menos importante
que el hecho de que lo intente.
No nos debe extrañar, pues, que se recuperen esas formas
ingenuas de la religiosidad, esa religión natural o cósmica que se
oculta tras el afán de adivinar el porvenir o el intento de
domesticarlo. El hombre necesita encajar su existencia en un marco
de referencia, en una concepción del mundo que le ofrezca un
sentido coherente; y si las religiones establecidas no se lo ofrecen,
lo buscará allí donde pueda encontrarlo. La vigencia de la magia
-que, como ya hemos visto, es un fenómeno recurrente- vuelve a
imponerse cada vez que se dan unas determinadas circunstancias
históricas.
5. Reflexión final
Esta religiosidad subterránea, en nuestra opinión, responde a
una necesidad auténtica del hombre, a lo que éste tiene de más
elevado y espiritual.
El hombre necesita encontrar su puesto en una visión integral de
la realidad, saber qué lugar ocupa en el Cosmos. Puesto que las
ciencias positivas son incapaces de ofrecer esta visión, como
corresponde a la naturaleza de las cosas, sigue siendo el ámbito
religioso y el contexto de los mitos cosmogónicos originales de cada
religión el locus propio de este encuentro. Corresponde asiismo a
las religiones ofrecer los cauces que ayuden a satisfacer la
necesidad de una experiencia totalizadora, pánica, que permita al
hombre ir más allá de sus límites espacio-temporales.
Si las grandes religiones no tienen en cuenta estas necesidades
y no son capaces de darles una cumplida respuesta, «sacando de
sus cofres cosas nuevas y cosas antiguas» (Mt 13,52), correrán el
riesgo de que la viña les sea arrebatada a su actual dueño por el
primero que pase junto al camino:
«...Y arrendará la viña a otros labradores que le paguen los
frutos a su debido tiempo» (Mt 21,41).
SAL TERRAE 1997, 3. Págs. 231-242