Relación entre la Iglesia y la Sagrada Escritura

 

I/PD  EE/I

En el plano de la fe se puede explicar de la siguiente manera la relación en que la Iglesia está con respecto a la Escritura, y ésta con respecto a la Iglesia mediante las líneas siguientes: en la Iglesia, de la que dan testimonio tanto la Escritura como su propia existencia en la Historia, vive la palabra de Dios. En las enseñanzas eclesiásticas constituidas por el Magisterio vivo y por el tesoro doctrinal objetivo, actúa el Espíritu Santo. El es también el autor principal de la Sagrada Escritura. Iglesia, pues, y Escritura son obra del Espíritu Santo; ambas tienen como fundamento su actividad, ambas se fundamentan y apoyan mutuamente, en tanto que ambas poseen la palabra de Dios. La Sagrada Escritura es el testimonio de lo Apóstoles operado por el Espíritu Santo; en la lglesia se da el testimonio de Cristo operado por medio de los Apóstoles (lo. 15, 26 y sigs.). La Iglesia, cuyo principio de vida es el Espíritu Santo, reconoce que la Escritura confiada a su vigilante custodia es el testimonio por medio del cual el Espíritu Santo da fe de la Palabra que Dios habla al hombre; es decir, da fe de Cristo Señor nuestro. La Iglesia escuchando la Palabra de Dios, cumple su misión, lo mismo que cuando obedece a sus mandatos y los anuncia a los hombres. La Sagrada Escritura, a su vez, testifica que la Iglesia es el cuerpo de Cristo.

La Iglesia no se declara ama y señora absoluta de la Escritura al exigir para sí el derecho a interpretarla. No pretende ejercer dominio alguno sobre la palabra de Dios consignada en la Escritura, ni pretende ser ella la que comunica a esa palabra su autoridad, que ya la tiene por proceder de la fuente de que procede.

Tiene la Escritura una independencia y autonomía que la Iglesia ha de respetar. "En efecto, la Sagrada Escritura en lo tocante a su origen, esencia y destino, es un bien que pertenece a Dios, es una posesión divina, y sigue, al ser entregada a la Iglesia, perteneciendo a Dios; es voluntad del Señor el que por medio de la Iglesia llegue a ser reconocida en el mundo la validez de su verdad, su ley de fe y vida". (J. M. Scheeben, Handbuch der Dogmtik, I, 129).

De lo dicho se infiere que la Iglesia no pretende otra cosa que salvaguardar la pureza del Eyangelio (D. 783). No interpreta de un modo arbitrario las Escrituras; antes al contrario, garantiza su autoridad, anuncia su contenido y expone de un modo fiel su sentido. Es esto lo que enseña San Agustín cuando escribe: "Yo ni siquiera creería en el Evangelio si la autoridad de la Iglesita Católica no me obligase a hacerlo" (Contra epistulam fundamenti, 5).

La Iglesia administra la Sagrada Escritura, tesoro divino confiado a su guarda, con la asistencia del Espíritu Santo. El protestantismo afirma que todos los creyentes disponen de iluminación interna y de asistencia directa del Espíritu Santo al interpretar las Escrituras; el católico atribuye tales dones solamente a la Iglesia. Sometiéndose al Magisterio de la Iglesia, el individuo particular adquiere certidumbre inmutable en cuanto se refiere a la interpretación de la Escritura. Para la audición adecuada de la palabra de Dios le capacita el Espíritu Santo, que actúa también en él y lucha contra la inclinación de todo hombre a interpretar autoritativamente y con absoluta arbitrariedad la Sagrada Escritura.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA I
LA TRINIDAD DE DIOS
RIALP.MADRID 1960.Pág. 96 ss.

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Iglesia y Escritura I/BI/RELACIONES BI/I/RELACIONES
Hemos aclarado la relación de la Iglesia con la tradición oral. 
Pero hay que tratar de la relación de la Iglesia con la Escritura. 
Esto es indispensable, porque sin una justa inteligencia de la 
relación de la Iglesia con la Sagrada Escritura no pueden 
comprenderse perfectamente muchas verdades mariológicas. 
Debemos partir del hecho de que Cristo ha confiado a la Iglesia 
la revelación predicada por El y por los Apóstoles. Le entregó su 
obra y su palabra. La Iglesia tiene el encargo de hacer presentes 
la palabra y obra de Cristo desde su Ascensión hasta su segunda 
venida. La Iglesia se sabe responsable de ello. Hace presente en 
los sacramentos la obra de Cristo realizada en el Espíritu Santo y 
por eso plena de espíritu. Hace presente en su actividad docente 
la palabra llena de dinamismo celestial y, en consecuencia, eficaz. 
La palabra de la revelación, que debe hacer presente, se la 
entrega de dos maneras: por escrito y por la tradición oral. Puede 
proponer obligatoriamente la palabra de Dios porque puede 
explicarla auténtica y, por tanto, obligatoriamente. Está capacitada 
para ello, por el Espíritu Santo que se le prometió, y que es el 
corazón y el alma de su comunidad. El Espíritu Santo rinde su 
testimonio de Cristo, predicho por éste mismo (lo. 14, 26; 15, 26 
sig.), en el testimonio que de Cristo da la Iglesia (Act. 1, 8). Por 
eso ella es instrumento, órgano, boca del Espíritu Santo. Por esta 
cualidad puede llenar el encargo de Cristo de predicar a todos los 
hombres el Evangelio (Mt. 28, 19 sig.). 
I/MEDIACION MEDIACION/I: Si alguno dice que por esta 
mediación de la Iglesia se inserta una autoridad humana entre 
Dios y los hombres, a los que se dirige El en la Escritura, debemos 
contestar lo siguiente: no es posible sin alguna forma de 
mediación humana. El que no quiera admitir como válida a la 
Iglesia, insertará de por medio su propio espíritu falible. Pues la 
palabra revelada, registrada en la Escritura, necesita en todo caso 
de la explicación e inteligencia del espíritu humano. Vicente 
·Lerins-V-SAN declara qué clase de errores pueden presentarse 
por eso: "¿Qué necesidad hay de añadir la autoridad del sentir 
eclesiástico al canon de las Escrituras, siendo éste perfecto y 
bastándose a sí mismo suficientísimamente para todo? La razón 
es porque no todos interpretan la Sagrada Escritura en un único y 
mismo sentido, debido a su profundidad; sino que sus sentencias 
son interpretadas diversamente por cada uno, de manera que 
parece pueden sacarse de ella tantas sentencias como hombres. 
Pues de un modo la interpreta Novaciano, de otro Sabelio, de otro 
Donato, de otro Arrio, Eunomio y Macedonio; de otro modo Fotino 
Apolinar y Prisciliano; de otro Joviniano, Pelagio y Celestio; de 
otro, por fin, Nestorio. Por tanto, es muy necesario, a causa de 
tantos y tan diversos errores, que se mantenga la línea de la 
interpretación profética y apostólica según la norma del sentido 
eclesiástico y católico". El peligro de tales contradictorios y 
manifiestos errores en la interpretación de la Escritura, que a 
partir de la época patrística no han disminuido, sino que incluso se 
han hecho esencialmente más agudos, no pone de todos modos 
el último fundamento de por qué ni el fiel particular, ni siquiera el 
filólogo, puede interpretar la Escritura decisivamente basado en su 
ciencia o clarividencia personal, sino sólo el magisterio 
eclesiástico. La razón última no está en lo táctico-pragmático, sino 
en la disposición de Cristo. Porque Cristo ha autorizado y 
comprometido a la Iglesia como la auténtica expositora y 
predicadora de su palabra (Mt. 18, 17; 28, 19 sig.; Mc. 16, 15; Lc. 
24, 47); el abandono antievangélico de esta su determinación 
significa un peligro para la exposición de la Escritura; el peligro, a 
saber, de la absorción de la palabra de Dios por los deseos 
humanos, las disposiciones de ánimo, las opiniones de moda. 
También la Iglesia viviente, como cuerpo de Cristo dirigido por el 
Espíritu Santo, su alma, se sabe responsable de la guarda fiel de 
la revelación de Cristo y de su protección de falsificaciones, 
restricciones e ingredientes humanos. El Concilio Vaticano dice: 
_VAT-I
"En cumplir este cargo pastoral, nuestros antecesores pusieron 
empeño incansable, a fin de que la saludable doctrina de Cristo se 
propagara por todos los pueblos de la tierra, y con igual cuidado 
vigilaron para que allí donde había sido recibida se conservara 
sincera y pura. Por lo cual, los obispos de todo el orbe, ora 
individualmente, ora congregados en concilios, siguiendo la larga 
costumbre de las Iglesias y la forma de la antigua regla, dieron 
cuenta particularmente a este Sede Apostólica de aquellos 
peligros que surgían en cuestiones de fe, a fin de que allí 
señaladamente se resarcieran los daños de la fe donde la fe no 
puede sufrir mengua. Los Romanos Pontífices, por su parte, 
según lo persuadía la condición de los tiempos y de las 
circunstancias, ora por la convocación de concilios universales o 
explorando el sentir de la Iglesia dispersa por el orbe, ora por 
sínodos particulares, ora empleando otros medios que la divina 
Providencia deparaba, definieron que habían de mantenerse 
aquellas cosas que, con la ayuda de Dios, habían reconocido ser 
conformes a las Sagradas Escrituras y a las tradiciones 
apostólicas; pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el 
Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una 
nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente 
custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por 
los Apóstoles o depósito de la fe". 

Cuando la Iglesia se considera intérprete y custodio, pero no 
creadora e inventora de las verdades de fe, se sabe de acuerdo 
con la Sagrada Escritura. Pablo dice en la primera epístola a los 
Corintios (4, 6): "en nosotros aprended lo de "no ir más allá de lo 
que está escrito", y que nadie por amor de alguno se infle en 
perjuicio de otro." A los Gálatas (1, 8 sig.) les escribe: "Pero 
aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio 
distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Os lo he dicho 
antes y ahora de nuevo os lo digo: si alguno os predica otro 
evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema." En la 
época patrística, Ireneo, sobre todo, señaló la creación de nuevas 
revelaciones por los gnósticos como destrucción de la revelación 
de Cristo. 
Cuando la Iglesia se inserta, como expositora de la Sagrada 
Escritura no es un espíritu humano el que se pone entre Dios y los 
creyentes. Más bien es el mismo Espíritu Santo, que utiliza la 
Iglesia como su órgano, el que expone la Escritura. Ya que es el 
autor principal de la misma, expone El su propia palabra al explicar 
la Escritura a través de los portadores del magisterio eclesiástico. 
Aquí el Espíritu Santo realiza aquella función que Cristo deja 
entrever en el discurso de despedida, según San Juan (lo. 16, 
12-15): "Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis 
llevarlas ahora; pero cuando viniere Aquel, el Espíritu de verdad, 
os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de sí 
mismo, sino que hablará de lo que oyere y os comunicará las 
cosas venideras. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo 
dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por esto os he 
dicho que tomará de lo mío y os lo hará conocer." Aquí se ve que 
la exposición de la Escritura por la Iglesia no significa una 
arbitrariedad ni una soberanía eclesiástica sobre la palabra de 
Dios. Cristo permanece el Señor de su propia palabra. Continúa 
siéndolo en el Espíritu Santo. La Iglesia realiza así aquel servicio 
para el que fue enviada por Cristo, cuyo abandono significaría 
declinar de su misión. El Espíritu Santo se sirve de ella para hacer 
hablar a la letra muerta. Por su medio, la actividad del Espíritu 
Santo consigue una forma concreta e histórica, alejada de toda 
ilusión espiritual. Quien vea en la Iglesia una institución legítima de 
Cristo con órganos visibles no puede escandalizarse de la relación 
entre la Escritura y la Iglesia tal como se ha descrito. Quien, 
evidentemente, rehúse la Iglesia como una institución visible, es 
consecuente si le niega el derecho de interpretar las Escrituras. 
Sin embargo, está en contradicción precisamente con la misma 
Escritura, ya que ella atestigua a la Iglesia como institución visible. 

La unión de Iglesia, Escritura y tradición es reconocida también 
por muchos teólogos evangélicos. Así, W. ·Stählin-W dice:."La 
Biblia como escritura santa, es el libro de la cristiandad que se lee 
y expone en el ámbito de la Iglesia como documento auténtico de 
la revelación de Dios. Sólo en unión con una historia viva en la 
transmisión (traditio) de generación en generación es eficaz la 
Biblia como norma de la Iglesia... No hay ninguna posibilidad de 
saltar fuera de la tradición de la Iglesia a una relación inmediata 
con la Sagrada Escritura. El humanismo intentó conseguir una 
relación propia y autónoma con su contenido, a través de un 
trabajo histórico-filológico del texto sagrado, y pensó volver por 
este camino a las fuentes... La opinión de que se puede lograr 
una relación inmediata con la Sagrada Escritura aparte y fuera de 
la tradición eclesiástica, y penetrar así en las fuentes por la 
exégesis histórica, es una ilusión humanística". 

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VIII
LA VIRGEN MARIA
RIALP. MADRID 1961. 51-54