LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN EN LA CATEQUESIS


Hemos considerado hasta ahora la historia de la salvación como 
historia de las grandes maravillas de Dios. Pero esto no es más que 
un aspecto de la misma.
La historia de la salvación es, además, la historia del pecado. Por 
una parte tenemos la historia tal como Dios la realiza, con sus fines 
y por sus caminos. Por otra, la historia tal como los hombres 
quieren construirla, con fines humanos y con medios también 
puramente humanos. Estas dos historias se encuentran 
continuamente. El choque de ambas se expresa existencialmente en 
la oposición de las potencias del mundo, que representan la historia 
del pecado, con los testigos de Dios, representantes de la historia 
sagrada. La lucha entre los profetas y los reyes del Antiguo 
Testamento, la pasión de Cristo, el martirio de los cristianos, son 
otras tantas manifestaciones de este choque.
A este conflicto se le da una importancia extraordinaria en las 
catequesis antiguas. Leemos en el De catechizandis rudibus 
(·AGUSTIN-SAN) «Dos ciudades, la de los pecadores y la de los 
santos recorren la historia, desde la creación de la humanidad 
hasta el fin de los siglos; actualmente están mezcladas en cuanto al 
cuerpo, separadas en cuanto a las voluntades; el día del juicio se 
separarán también corporalmente. Todos los hombres que se 
complacen en el ansia de poder y en el espíritu de dominio, en la 
gran ilusión del prestigio mundano, cuantos aman estas cosas y 
buscan su propia gloria, sometiéndose a los hombres, forman una 
misma ciudad. Y aun cuando luchen entre sí por estos mismos 
bienes, se precipitan en los mismos abismos por el peso de la 
misma concupiscencia y se asemejan por la igualdad de 
costumbres. Y, al contrario, todos aquellos que buscan 
humildemente la gloria de Dios, pertenecen a una misma ciudad» 
(31).
Con estas palabras nos introduce Agustín en las profundidades 
dramáticas de la historia de la salvación. Según este texto, las dos 
ciudades se componen de ángeles y de hombres. El drama humano 
se integra en un drama más profundo, en el conflicto que opone las 
potencias espirituales que tienen a la humanidad cautiva y a los 
ángeles de Dios, cuyo rey es Cristo. El conflicto humano es como la 
manifestación visible de ese otro conflicto espiritual. Para Agustín, 
como para todos los padres, hay una relación íntima entre los 
ángeles malos y las idolatrías terrenas. El choque de las dos 
ciudades es la lucha de los adoradores del verdadero Dios con los 
adoradores de los ídolos. Adoradores de los ídolos son todos 
aquellos que convierten las realidades humanas en algo absoluto. 
Los ángeles malos de las naciones siguen existiendo siempre y 
reaparecen cuando una nación o una clase o una colectividad, sea 
cual fuere, se toma a sí misma como fin. O, como caso extremo, 
cuando la humanidad entera se convierte en ídolo de Si misma.
HTSV/HT-HUMANA: Esto nos obliga a tocar un punto esencial, el 
de la relación entre la historia de la salvación y la historia política y 
económica. Para san Agustín todo entra dentro de la historia de la 
salvación. No hay historia profana con valor y consistencia propios. 
Nada hay fuera del designio único de Dios y del dominio único de 
Cristo. ¿Es que entonces la historia profana se identifica con la 
ciudad de Satanás? Tal afirmación sería ajena totalmente al 
pensamiento cristiano. Las ciudades entran en la creación y son 
buenas en sí mismas (Por esto "está mandado que todos 
obedezcan a los poderes de este mundo hasta la liberación 
escatológica" (31). Figura de ello la tenemos en la sumisión de 
Israel al rey de Babilonia). Pero en realidad la historia política se 
convierte en la ciudad de Satanás cuando se toma por fin a sí 
misma. Y esto ocurre con bastante frecuencia, hasta el punto de 
que los poderes temporales son con frecuencia representativos de 
las potencias de la ciudad de Satanás, perseguidora de la ciudad 
de Dios.
Sin embargo, los príncipes y los poderes de este mundo pueden 
entrar en la ciudad de Dios cuando «los reyes mismos, dejando los 
ídolos, en cuyo nombre perseguían a los cristianos, reconocen y 
adoran al verdadero Dios y al Señor Jesús, y cuando dan la paz a la 
iglesia, aunque sea sólo una paz temporal, para la edificación de 
sus moradas espirituales» (37).
No hay término medio entre las dos. No hay un orden profano 
propio que pudiera entrar en el plan de Dios sin entrar en el plan de 
Cristo y de la Iglesia. Todo lo que está fuera de esta línea, todo 
aquello que no reconoce la soberanía de Dios, pertenece a la 
ciudad de Satanás, y a la historia carnal. La frontera, sin embargo, 
como recuerda san Agustín, no se distingue visiblemente. Se puede 
entrar visiblemente en la Iglesia y pertenecer a la ciudad de 
Satanás, y viceversa.
P-O/HT-HUMANA: Hay que advertir que esta visión de la historia 
no es sólo una visión teológica, es la clave de la historia aun desde 
un punto de vista puramente empírico. EI gran historiador inglés 
Butterfield observa, en Christianity and History, que todas las 
interpretaciones de la historia marxista o liberal, racista o 
personalista, han fracasado. Esto se debe, según él, a que son 
autojustificaciones. Nada hay peor que un idealismo optimista que 
pretenda que su solución es la única válida. Aquí radica 
precisamente la idolatría: «hay un principio esencial para el 
historiador, el no creer en la naturaleza humana. No se comprende 
nada de la historia humana si no se parte del principio del pecado 
universal» (p. 47). La historia humana es la historia del pecado del 
hombre frente a Dios, de la fidelidad de Dios y de la infidelidad del 
hombre.
PROFECIA/QUE-ES: Según esto la historia de la salvación 
comprende también la historia profana. La raíz profunda de esta 
historia, por encima de las apariencias superficiales que parecen 
hacerla depender de los conflictos nacionales o racistas, es una 
raíz teológica. Pero esto no basta. Hay que ir más lejos aún. La 
historia sagrada comprende no sólo la totalidad de la historia 
humana, sino la totalidad de la historia cósmica (Cirilo de Jerusalén: 
·CIRILO-JERUSALEN-S: subraya esto: "Por el espíritu de profecía 
(que es la inteligencia religiosa de la historia) el hombre, a pesar de 
su pequeñez, ve el principio y el fin del cosmos y el centro de los 
tiempos y conoce la sucesión de los imperios": PG 33,941 B). La 
historia santa no se sitúa sólo en el mundo de la naturaleza y en 
una historia natural, en la que haya hecho irrupción, sino que 
abraza esta historia de la que es incluso constitutiva. El verbo 
redentor es el mismo que el verbo creador.
Por esto tenemos que hacer aquí una advertencia importante, y 
es que, para nuestra catequesis la historia de la salvación no 
comienza con la elección de Abrahán, sino con la creación. San 
Agustín lo repite frecuentemente. La "narratio plena" comienza con 
«en el principio creó Dios los cielos y la tierra». Y en esto la 
catequesis no hace más que seguir a la misma Escritura, que es la 
verdadera historia. Lo mismo hace san Ireneo, con especial empeño 
contra los gnósticos, que distinguían el demiurgo creador del Dios 
redentor. La creación del universo es el primer acto del plan de 
Dios que terminará con la creación de los cielos nuevos y de la 
nueva tierra. La creación es una obra admirable de Dios. Revela, 
por una parte, la radical dependencia de todo el universo en 
relación con Dios. Pero, por otra, es una acción histórica, un 
comienzo de los tiempos y, en este sentido, forma parte de la 
historia de la salvación.
La historia de la salvación, como acabamos de notarlo, terminará 
también con un acontecimiento cósmico, la resurrección de los 
cuerpos. En realidad sería mejor designar esta resurrección como 
la creación del nuevo cosmos, pues no se refiere sólo a los 
cuerpos, sino que se extiende a toda la creación. Por consiguiente, 
la historia de la salvación se sitúa entre dos acciones de alcance 
cósmico, que comprenden la totalidad del universo. San Agustín, 
por su parte, relaciona expresamente ambas acciones. La 
esperanza de la resurrección es la que encuentra más oposición 
entre los paganos: «¿Por qué no creer que existirás después de 
haber existido, cuando sabes que existes después de no haber 
existido? ¿Es difícil para Dios que te ha dado tu cuerpo cuando no 
existía, rehacerlo una vez que ya ha existido?» (46).
Así pues, la historia de la salvaci6n se sitúa entre dos acciones 
cósmicas. Pero en el cosmos no repercuten sólo estas dos 
acciones. La resurrecci6n de Cristo, situada en el centro de la 
historia, es también una acción creadora. El mismo Verbo de Dios, 
por quien todo ha sido hecho, es el mismo que, al fin de los 
tiempos, vendrá a rehacerlo todo. "Como es el Verbo de Dios 
todopoderoso, cuya presencia invisible está en nosotros y llena el 
universo, Él continúa su influjo en el mundo, en toda su longitud, 
latitud, altura y profundidad; pues por el Verbo de Dios todo se halla 
bajo el influjo de la economía redentora, y el Hijo de Dios fue 
crucificado por todo, habiendo trazado el signo de la cruz sobre 
todas las cosas. Pues era justo y necesario que aquel que se había 
hecho visible, llevase todas las cosas visibles a participar en su 
cruz, y de esta manera, bajo una forma sensible, su influjo propio se 
ha hecho sentir sobre las mismas cosas visibles. Pues Él es quien 
ilumina las alturas, es decir, los cielos, es Él quien penetra las 
profundidades de los infiernos, Él el que recorre la larga distancia 
del oriente al occidente, Él el que une el inmenso espacio del norte 
al mediodía, llamando al conocimiento de su Padre a todos los 
hombres de cualquier región» (34).
Esto es importante para la catequesis. EI hombre moderno tiene 
conciencia profunda de su cautividad. Se inclina hacia movimientos 
que prometen sacarle de esa esclavitud económica o psicológica, 
por la ciencia o por la revolución. Si se le presenta un cristianismo 
idealista que prescinde de la miseria social y física del hombre, si se 
le ofrecen consuelos puramente espirituales, el cristianismo no le 
interesa. Pero al mismo tiempo hay que hacerle ver que las 
soluciones humanas no le liberan auténticamente, ni siquiera de 
esa misma miseria humana; que la aspiración última de la ciencia, la 
prolongación indefinida de la vida humana, sería el peor infierno; 
que sólo Jesucristo ha bajado hasta los abismos de la miseria 
humana, ha vencido la muerte y ha liberado al hombre plenamente 
de su cautividad. De aquí la importancia del aspecto cósmico de la 
redención, la afirmación de la resurrección, es decir, de la victoria 
de Cristo sobre todas las formas de la muerte.
También es importante esto desde otro punto de vista. El hombre 
moderno está habituado a considerar el mundo como fruto de una 
evolución cósmica. Si no se le hace ver que el orden cósmico está 
dominado por la cruz de Cristo, sometido a su acción soberana, hay 
peligro de que la historia sagrada se pierda en la historia natural, 
que Cristo se disuelva en el devenir cósmico. Ciertas visiones 
cristianas de la evolución no escapan a este peligro. Hay que 
hacerle ver que no se trata de una evolución inmanente, sino de 
acciones creadoras del Verbo. El mundo del cosmos, visto desde la 
perspectiva de la historia de la salvación, es el teatro de la acción 
del Verbo creador, que lo ha puesto en la existencia, que no cesa 
de sostenerlo y que, caído en poder de las tinieblas, ha venido, no 
a destruirlo, sino a liberarlo y transfigurarlo.

* * *

La "narratio plena" comienza con la creación del cielo y de la 
tierra. Se extiende, nos dice san Agustín, "usque ad praesentia 
tempora". Esto es importantísimo. La historia santa no es sólo la de 
los dos Testamentos. Dicha historia se continúa en medio de 
nosotros. Vivimos en plena historia santa. Dios continúa realizando 
sus acciones, la conversión, la santificación de las almas (Todo lo 
que hemos leído que se cumplió en el pasado lo vemos ahora 
cumplirse en el presente.45). La teología protestante tiende a 
identificar la historia santa con la que la Escritura nos narra, y a no 
ver en la Iglesia la continuación de la actuación de Dios, que se 
manifiesta infaliblemente por el magisterio e irresistiblemente por la 
acción sacramental. Nuestra teología católica de la Iglesia, por su 
parte, considera demasiado a ésta como una jerarquía institucional 
inmóvil y no como una historia viva. Y, a la inversa, la historia 
católica de la Iglesia no se preocupa de descubrir la teología de la 
historia. Finalmente, los cristianos en general miran 
superficialmente la historia, ven sólo su realidad exterior sin pensar 
en penetrar, con la mirada de la fe, en sus profundidades 
sobrenaturales.
San Agustín precisa el contenido de esta historia presente. Se la 
puede considerar bajo dos aspectos fundamentales: por una parte, 
el contenido presente de la historia es la misión, es decir, la 
extensión a la humanidad entera de la gracia capital de Cristo. El 
retraso de la parusía es para permitir que la predicación llegue a 
todo el mundo: «El reino de la Iglesia, que los profetas y Cristo 
habían anunciado que abarcaría a todas las naciones, extiende sus 
fértiles ramas» (44). Se trata principalmente de una extensión en el 
espacio, obrada por el Espíritu Santo por medio de los apóstoles. 
Se realiza por la predicación y por los sacramentos. De aquí se 
deriva toda una teología de las misiones, todavía sin desarrollar, 
que debería mostrar cómo la misión prolonga el misterio de la 
muerte y de la resurrección de Cristo, ya que es a la vez ruptura y 
transfiguración, que se realiza en la conversión.
La teología sacramental deberá ser cuidadosamente presentada 
dentro de esta perspectiva histórica, como lo ha mostrado el P. 
Chenu. Los sacramentos son a la vez memorial, presencia y 
profecía. Son la continuación de las grandes obras de Dios en el 
Antiguo y en el Nuevo Testamento. De aquí la importancia de la 
tipología. En el bautismo se realiza una obra análoga al paso del 
mar Rojo: «El pueblo de Dios, al salir de Egipto, pasó a través de 
las aguas en las que perecieron sus enemigos. Aquí tenemos una 
figura del bautismo por el que los fieles pasan a una vida nueva, 
mientras sus pecados son destruidos y mueren como enemigos. 
Más claramente aún fue prefigurada la pasión de Cristo en este 
pueblo cuando recibió la orden de comer el cordero y de ungir con 
su sangre las puertas. Con la señal de esta pasión y de esta cruz 
vas a ser tú señalado hoy en la frente, como ellos en sus puertas, y 
como lo han sido todos los cristianos».
En este último caso notamos la relación entre la señal de la 
sangre sobre las puertas de los primogénitos de los judíos y la 
señal de la cruz sobre la frente del cristiano. Con este signo de la 
cruz era marcado en la frente el cristiano, según el uso antiguo. La 
relación con el Antiguo Testamento liga este gesto a toda la historia 
de la salvación y le da todo su alcance. Los sacramentos aparecen, 
pues, como ha dicho Cullmann, como los Wunder, los "mirabilia" del 
tiempo de la Iglesia, continuadores de las grandes obras de Dios en 
el Antiguo Testamento. Por el bautismo el fiel se inserta en esta 
historia. En el diluvio, dice san Justino, «se cumplió el misterio de 
nuestra salvación» (JUSTINO, Diálogo con Trifón, 138,1: Padres 
Apologistas Griegos. BAC, Madrid 1954). También ahora, aquel que 
ha sido sellado con la "sphragis" de Cristo escapa al juicio venidero, 
lo mismo que los primogénitos de los judíos fueron salvados del 
ángel exterminador. Pero si la vida presente continúa las grandes 
obras de Dios, choca también con el mundo del pecado. Las 
potencias del mal, aunque vencidas ya por la cruz de Cristo, 
conservan un poder aparente hasta la parusía. La Iglesia de Cristo, 
lo mismo que Israel, se enfrenta con la historia del pecado. San 
Agustín distingue aquí dos aspectos. El primero es la oposición 
externa que sufre la Iglesia, que culmina en el martirio «Tanto más 
se extiende la Iglesia cuanto más empapada está por la sangre de 
los mártires» (44).
Aquí se descubre una teología del martirio que forma parte de la 
teología cristiana como expresión de la lucha entre la historia santa 
y la profana. El martirio aparecería como la forma extrema de la 
lucha contra las potencias del mal, como la cima de la santidad 
cristiana conseguida por la transformación en Cristo, como la 
promulgación oficial del evangelio ante los representantes oficiales 
de la ciudad terrena.
El segundo es el de las divisiones internas, ya que la acción del 
demonio no se deja sentir sólo en las persecuciones exteriores: 
«Era necesario, escribe san Agustín, que esta viña, como fue 
anunciado por el Señor, sea probada, y que los sarmientos estériles 
sean podados. Por esto han surgido cismas y herejías suscitadas 
por hombres que no buscaban la gloria de Dios sino su propia 
gloria» (44). Aquí habría que insertar una teología de la separación 
de las iglesias y de su reunificación, como la está haciendo ya el P. 
Congar. Con ella podría pensarse teológicamente la historia triste 
de las herejías, descubriendo su verdadero sentido. Y al mismo 
tiempo dicha teología permitiría plantear también el problema de la 
herejía en el mundo actual y de las formas en que puede 
presentarse.

* * *

Hemos llegado ya al último punto de nuestra exposición. Hemos 
notado que, para san Agustín, la narratio plena comprende desde 
el exordium temporis hasta los tempora praesentia. Con éstos 
termina propiamente la historia de la salvación. Pero no por eso ha 
terminado ya la catequesis, pues ésta exige terminar con una 
exposición del hecho de la resurrección.
Ya en Egeria vimos que la catequesis prebautismal terminaba con 
dicha exposición. También Cirilo de Jerusalén termina con una 
catequesis sobre la resurrección, después de haber expuesto todo 
el plan de la salvación. San Agustín también. Es, pues, la forma 
ordinaria de la catequesis. La catequesis sobre la resurrección, sin 
embargo, ya es parte distinta, pues ya no nos encontramos en la 
narratio sino en la expectatio.
Aunque, al mismo tiempo, es su conclusión, pues toda la narratio 
tiene por objeto fundamentar la expectatio, la narración de las 
grandes obras de Dios en el pasado se ordena a fundar la 
esperanza en las grandes obras de Dios en el futuro.
En esto pone especial empeño san Agustín «Los primeros 
cristianos que no habían visto aún realizado lo que nosotros vemos, 
se sentían inclinados a creer por las grandes obras realizadas ya 
por Dios. Así también nosotros, que no sólo vemos realizadas ya 
todas las cosas que habían sido anunciadas en los libros santos, 
escritas mucho tiempo antes de su cumplimiento, sino que las 
vemos realizándose aún continuamente en nosotros, nos sentimos 
inclinados a creer también la realización de las cosas que faltan 
aún, perseverando en la paciencia en el Señor. Pues aquel que se 
dignó venir en la humildad de la carne, vendrá también en el estado 
de poder» (45). Aquí tenemos una perspectiva fundamental dentro 
de la teología bíblica. El pensamiento bíblico es esencialmente 
escatológico, proyectado hacia el futuro. Las grandes obras de Dios 
en el pasado son recordadas para fundar la fe en las que Dios 
cumplirá en el futuro.
Es éste el último aspecto de la historia de la salvación en la 
catequesis, ya que ésta tiende a asegurar la esperanza 
escatológica, y ésta es tanto más fuerte cuanto más se apoye en 
esta inmensa realidad que es toda la historia santa pasada. El que 
cree en la alianza con Abrahán, en la resurrección de Jesucristo, en 
la efusión del Espíritu Santo, el que contempla el testimonio de las 
primitivas comunidades cristianas, el que se ha encontrado con los 
santos, éste creerá que Dios puede resucitarle en el futuro. Aquí 
está el fundamento auténtico de la esperanza cristiana, que se 
apoya esencialmente en el dato histórico. La fe en las grandes 
obras de Dios en el pasado es el principio de la esperanza en sus 
grandes obras futuras: "Quidquid narras, ita narra ut ille cui 
loqueris, audiendo credat, credendo speret, sperando amet" (8).
* * * 
La historia sagrada no es un objeto que deje indiferente al 
hombre. Es la historia en la que todo hombre está personalmente 
implicado. El hombre no existe más que comprometiéndose en dicha 
historia.
Esto lo han visto perfectamente los modernos. Se existe 
comprometiéndose en la historia. El cristiano es aquel que se 
compromete en la única historia auténtica. La historia de la 
salvación es, pues, al mismo tiempo, el fundamento de la ética 
cristiana, que es vocación, llamada de Dios a un compromiso hic et 
nunc en la historia santa, participación del alma en la liberación 
espiritual de la humanidad entera. Este debe dirigir toda la 
exposición catequística, que no es especulación pura, sino vida. Se 
advertirá que no hay exposición de la moral. Pero la moral se deriva 
de la simple consideración de la historia de la salvación.
La contemplación de las grandes maravillas de Dios debe 
provocar la admiración y despertar la generosidad. 

J. DANIELOU
HISTORIA DE LA SALVACION Y LITURGIA
SIGUEME. Salamanca 1965
.Págs. 20-32