Relación entre Escritura y tradición
BI/TRADICION
Vamos a estudiar la relación entre Escritura y tradición. Son dos
fuentes de fe independientes. Ambas tienen sus propias
excelencias. La tradición se caracteriza por garantizar la autoridad
de la Escritura, al dar testimonio del canon y de la inspiración. La
Escritura no se atestigua a sí misma como palabra de Dios.
Necesita más bien un testimonio exterior a ella, basado en una
determinación divina. La garantía dada por la tradición consigue,
por supuesto, su seguridad definitiva a través de la proposición
del magisterio eclesiástico.
Se podía, en realidad, afirmar que el carácter de la Sagrada
Escritura, como palabra de Dios, se impone por sí mismo al lector
atento que se abra a Dios espontáneamente; y, por tanto, no
necesita de una garantía externa. Pero a esto se opone que Dios
mismo lo ha determinado así, que su palabra sea anunciada a los
hombres por la voz viva de los representantes de la autoridad
puestos por El (v. /Mt/28/19s sig.; /Rm/10/14-17). La fe viene por
el oído, según una ley vigente en la nueva alianza, no por
inspiración privada, individual (aunque, naturalmente, el auténtico
oír sólo es posible en el Espíritu Santo), y tampoco por la lectura.
Evidentemente la Iglesia no determina a capricho el canon de las
Sagradas Escrituras. Antes bien, sólo ha admitido en la lista de las
Escrituras Santas, e inspiradas, aquellas que en realidad son
inspiradas, cuya inspiración le es conocida, que se le imponían,
por así decirlo, como escrituras santas e inspiradas. Por último, el
carácter de la Iglesia como comunidad, como pueblo de Dios, se
puede declarar como fundamento de la determinación divina de
que la fe venga por el oído, o sea, que no el particular, sino la
comunidad eclesiástica
representada por los portadores de la autoridad puestos por
Dios haya recibido la garantía de las Sagradas Escrituras.
La Iglesia no es la suma de los fieles particulares que se
preocupan de su propia salvación, sino la comunidad de los
creyentes en Cristo, cuya salvación se lleva a cabo según el
modo dispuesto por Dios. La Iglesia no hace escrituras
santas, sino que las hace reconocibles. No es un principio
ontológico, sino gnoseológico, de las Sagradas Escrituras.
Una preeminencia decisiva de la Sagrada Escritura es la
inspiración; el hecho, por tanto, de que sea Dios su autor
invisible principal Y, en consecuencia, esté libre de error.
Por ello, se la ha llamado en la encíclica de Pío XII Divino
afflante Spiritu. el más precioso depósito de la revelación
divina. Además de eso, se puede lograr en ella la revelación
con mayor claridad, rapidez, seguridad y viveza. Ante todo,
debemos agradecer a la Sagrada Escritura la imagen de
Jesucristo. Su estudio es, según la encíclica
Provindentissimus Deus, el "alma de la teología". De modo
parecido se expresa el Papa Benedicto XV en la encíclica
Spiritus Paraclitus.
Así, pues, Escritura y tradición son idénticas en cuanto a
fuerza testimonial respecto a la revelación divina. Pero su
testimonio no se puede reconocer con la misma seguridad.
Para comprender el testimonio de la tradición son
necesarias muchas y difíciles investigaciones históricas. La
última seguridad sólo la da el magisterio eclesiástico. (...).
Evolución del dogma DOGMA/EVOLUCION
Si comparamos los dogmas de la Iglesia con la Sagrada
Escritura, aparece una gran diferencia en la forma de
expresión de las respectivas afirmaciones. Incluso muchas
veces parece que tal diferencia consiste en el contenido;
evidentemente, hay una evolución en el conocimiento de lo
revelado. Se refiere, no sólo a los conocimientos científicos
de la teología, sino a la fe misma. La inteligencia de lo que
se atestigua en la Sagrada Escritura y en la tradición oral
crece constantemente hacia una plenitud mayor.
Referente a la cuestión de la evolución del dogma,
tenemos que decir en nuestra síntesis algunas cosas
fundamentales. Se trata de saber que sí, y en qué sentido,
hay evolución del dogma, y qué realidad existe entre un
dogma enunciado por la Iglesia y la Sagrada Escritura.
Primeramente hay que notar que por la evolución del
dogma no se pueden crear nuevas verdades reveladas.
Antes bien, la revelación misma concluyó con Cristo y los
Apóstoles; pues es la hora en que apareció Cristo en la
plenitud de los tiempos (Ga 4, 4; Eph. 1, 10). La última
época (Act. 2, 17; I Pet. 1, 20), la consumación de los
tiempos (I Cor. 10, 11). Cristo promete a sus Apóstoles que
el Espíritu Santo les introducirá en todas las verdades que
El les ha descubierto. El debe iluminarles sobre lo que Cristo
les ha comunicado, pero que ha quedado muchas veces
ininteligible (lo. 16, 12-15). Deben predicarlo en todo el
mundo para testimonio de todos los pueblos; después
vendrá el fin (Mt. 24, 14). Este es el encargo de Cristo a los
Apóstoles. Añade que estará con ellos hasta el fin del
mundo, hasta la consumación de los tiempos, hasta que se
cumpla este encargo (Mt. 28, 16-20). También los Apóstoles
se saben los guardianes, custodios y pregoneros
responsables de la doctrina confiada y recomiendan a sus
sucesores perseverar fieles en la tradición (Gal. 1, 9, Rom.
16, 17; I Tim. 6, 20; 2 Tim. 1, 14). Cristo es el fundamento,
que ha sido puesto por Dios mismo; nadie puede poner
ningún otro. Los demás sólo pueden continuar edificando
sobre este fundamento (I Cor. 3, 10 sig.). La humanidad no
puede sobrepasar por encima de Cristo, únicamente puede
crecer cada vez más vigorosamente en El (Eph. 4, 11-16).
Así como no pueden los discípulos añadir nada a las
comunicaciones que el mismo Dios ha hecho por Cristo,
igualmente tampoco pueden quitar nada. El discípulo que
detentase a la comunidad una parte de la revelación divina,
sería responsable de su salvación (Act. 20, 18-28). Sería
borrado por Dios del libro de la vida (Apoc. 22, 19).
Cualquiera mutación del Evangelio hace caer el anatema
sobre quien la intenta (Gal.1, 8).
También en la época patrística la pretensión de poseer
nuevas revelaciones, que sobrepasen a Cristo, fue
firmemente rechazada por San Ireneo, Tertuliano, Vicente
de Lerins. Ireneo de Lyon declaró, contra las ilusiones del
gnosticismo, que no hay nada que mejorar en la predicación
de los Apóstoles. Estos comunicaron clara, segura y
perfectamente lo que Cristo les encargó. Un mejoramiento
de su doctrina sería un falseamiento de la revelación divina.
La seriedad con que procedió la Iglesia antigua en la
repulsa de las irrupciones gnósticas, de un incontrolado
iluminismo, se deja entrever en unas expresiones de Vicente
de Lerins:
PREDICACION/FIDELIDAD
Dice, comentando a /1Tm/06/20: "Guarda el depósito, aclara
el Apóstol. ¿Qué es el depósito? Lo que se te ha confiado,
no lo que tú has inventado; lo que recibiste, no lo que tú has
forjado; una cosa proveniente, no de ingenio, sino de
enseñanza; no de adquisición privada, sino de tradición
pública; una cosa que ha llegado a ti, no que tú has creado,
respecto a la cual no debes ser autor, sino custodio; no
fundador, sino discípulo; no guía, sino secuaz... Lo que se te
ha confiado, esto permanezca en ti, por ti sea entregado.
Recibiste oro, da oro. No quiero que me pongas una cosa
en lugar de otra, no quiero que me cambies desvergonzada
o fraudulentamente oro por plomo o por cobre. No quiero
apariencias de oro, sino oro genuino".
La razón íntima de por qué no hay nuevas revelaciones
que superen a Cristo, sino que con El se cierra la revelación
divina, no está en que Dios quiera ocultar a los hombres
explicaciones más amplias que les puedan interesar, que
quieran negar, tal vez la respuesta a muchos problemas que
les atormentan. Más bien hay que ponerla en el carácter
histórico y real de la revelación. La divina automanifestación
no se realizó sólo por la comunicación de verdades
celestiales, sino por la acción histórica de Dios en los
hombres. Las verdades que Dios comunicó no son
únicamente, pero sí en su mayor parte, explicación de la
acción histórica realizada por Dios en los hombres. En esta
acción histórica divina experimentó el hombre quién es Dios,
cómo piensa, qué planes tiene respecto al hombre. La
acción de Dios tendió desde el principio, desde la vocación
de Abraham y Moisés hasta la misión de los profetas, a un
determinado suceso histórico. Este suceso era la muerte y
resurrección de Cristo, juntamente con la Ascensión y la
misión del Espíritu, relacionadas con aquélla. Hasta aquí, las
intenciones de Dios respecto al hombre permanecían claras
en cierto sentido. En las disposiciones de la salvación que
iban sucediéndose "no quedaban aún patente, hasta que
vino Cristo, cómo respondería Dios en definitiva a la réplica
humana, casi siempre negativa a su acción personal; si la
última de sus palabras eficaces sería la palabra de la ira o la
del amor. Pero ahora ya está puesta la realidad definitiva,
que no puede ser superada ni sustituida: la indisoluble,
irrevocable presencia de Dios en el mundo como salud,
amor y perdón; como comunicación de la misma realidad,
íntima, divina y de su vida trinitaria al mundo, Cristo". Con
Cristo apareció aquella forma de vida que debe tener
carácter definitivo para todos los hombres y para la creación
entera. Por encima de ella no puede conseguirse una forma
de vida superior. Sólo puede tratarse de entender cada vez
mejor a Cristo y su acción, y crecer cada vez más en El y en
su obra. Para esto téngase en cuenta la doctrina de la
redención por Cristo.
Así, pues, es evidente que el pueblo de Dios no espera
nuevas comunicaciones celestiales más allá de la
revelación, que se da en Cristo, a no ser su segunda
venida. El Concilio Vaticano expresa así esta conciencia y la
responsabilidad que incumbe a la Iglesia: "La doctrina de la
fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un
hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los
ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo
como un depósito divino, para ser fielmente guardada e
infaliblemente declarada. De ahí que también hay que
mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados
dogmas que una vez declaró la Santa Madre Iglesia y jamás
hay que apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de
más alta inteligencia (can.3). Crezca, pues, mucho y
poderosamente se adelante en quilates la inteligencia,
ciencia y sabiduría de todos y de cada uno, ora de cada
hombre en particular, ora de toda la Iglesia universal, de las
edades y de los siglos; pero solamente en su propio género,
es decir, en el mismo dogma, en el mismo sentido, en la
misma sentencia (Vicente de Lerins)".
RVS/PRIVADAS: Las revelaciones privadas no realizan
ninguna contribución al mejoramiento de la revelación
divina. Mientras la revelación universal y pública,
conservada en la Sagrada Escritura y en la tradición oral,
vale para la comunidad eclesiástica misma, la revelación
privada se dirige a personas particulares. No pertenece por
eso al depositum fidei. La Iglesia, como guardiana de la
revelación, tiene derecho y deber de examinar la revelación
privada. La afronta con gran cautela y reserva. Es
extraordinariamente difícil distinguir si una revelación
privada ha nacido de las profundas posibilidades que moran
en el corazón humano, o si baja del cielo. Incluso cuando la
Iglesia, después de un examen cuidadoso y prudente,
reconoce como auténtica una revelación privada, nunca se
la propone como objeto de obligación universal de fe. La
aprobación eclesiástica dice, más bien, que la revelación
privada no está en contradicción con la revelación universal
y pública, y que puede servir de edificación espiritual. Si
algunos movimientos religiosos han salido de revelaciones
privadas y han llevado a declaraciones doctrinales de la
Iglesia, sólo han constituido el motivo para la proposición de
lo que estaba contenido en el depositum fidei.
SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VIII
LA VIRGEN MARIA
RIALP. MADRID 1961.Págs. 55-62
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3. TRADICION/RENOVACION DEPOSITUM-FIDEI
FE/DEPÓSITO
"Nuestro deber no consiste solamente en guardar el
precioso tesoro, como si únicamente nos preocupase la
antigüedad; también hemos de preocuparnos, con voluntad
alegre y sin miedo, de la obra que nuestro tiempo exige,
continuando de esta manera el camino que la Iglesia viene
recorriendo desde hace veinte siglos... Una cosa es el fondo
y la sustancia de la doctrina tradicional del depositum fidei, y
otra muy diversa la forma de su presentación ; a esto es a lo
que hoy debemos dar gran importancia".
JUAN-XXIII
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