CREO EN DIOS
¿Por qué una catequesis adulta?
Para un cierto desempolvamiento
La fe común arrastra consigo una serie de creencias y de
imágenes que no han sido nunca suficientemente criticadas y
que son ciertamente criticables. Guarda también
representaciones que no corresponden ya al estado actual de
las ciencias religiosas: por ejemplo, a la manera de leer los
Evangelios.
Este desempolvamiento no tiene nada que ver con una
empresa de demolición. No se trata de poner la fe aI gusto del
día. Se trata, como dice Paul Ricceur, de "suprimir los falsos
escándalos para descubrir el verdadero escándalo". Los
falsos escándalos son las expresiones inadaptadas a nuestra
mentalidad moderna, las lecturas demasiado rápidas de la
Biblia... El verdadero escándalo es el choque del misterio de
Dios Trinidad, de Dios Creador, de la Encarnación, de la
Resurrección...
La catequesis de adultos no tiene por finalidad hacer
creyentes a buen precio. Tiende a desbrozar el camino para
aquellos que, actualmente, quieren creer a fin de ver con
claridad el sentido de la fe y para que puedan lanzarse sin
reserva mental a la aventura del encuentro con el Dios vivo,
hoy.
Para una diversidad de lenguajes cristianos
Hay que salir de cierta idolatría teológica. Muchos
cristianos se han acostumbrado a alinearse dentro de una
ortodoxia, en una forma de lenguaje cristiano. Ahora bien, por
ejemplo, el término "transustanciación" no es la única
expresión posible de nuestra fe en la presencia real de Cristo
en la Eucaristía. La organización actual de la Iglesia no es la
única expresión posible del misterio de la Iglesia. El lenguaje
de la Redención no es el único lenguaje posible para describir
la salvación traída por Jesucristo. La fe supera los lenguajes
para penetrar el misterio sobrenatural.
En la sociedad actual y en la Iglesia actual, que son
pluralistas, es necesario que estén en circulación varios
lenguajes. Cierto, hay lenguajes de "referencia", es decir,
expresiones más tradicionales, más consagradas. Pero se
necesita una diversidad de lenguajes:
—En primer lugar, por respeto a las verdades de la fe. Lo
que se cree es siempre mayor que la manera con que se
expresa. Si hay varias maneras de hablar, se confunden
menos tanto la verdad divina como su expresión humana.
—También, para permitir en la Iglesia una verdadera
unidad en la diversidad. Unidad en la fe, diversidad en la
expresión, quedando la Iglesia enseñante como guardiana de
esta unidad de múltiples facetas.
Elegir una expresión moderna no equivale a despreciar las
expresiones antiguas. ¿En nombre de qué podemos juzgar
que lo moderno es mejor que lo antiguo? Digamos con más
modestia que tal expresión moderna parece a algunos más
adaptada a su mentalidad de modernos, más apta para
introducirlos en el misterio.
Para un aprendizaje de la Iglesia
Dialogar con aquellos que no creen o creen de manera
diferente. Aprender a creer a cielo abierto. Acoger las
sospechas de nuestro tiempo, las interrogaciones más críticas
y no obstante, atreverse a hablar, atreverse a dar testimonio.
Reconocer la pobreza de nuestro lenguaje y, sin embargo,
admirar y expresar la grandeza de nuestra fe.
Esto supone un diálogo con nosotros mismos. Cada vez
que tenemos un mal que comunicar con otro, descubrimos
una desgracia interior: tenemos que comunicarnos un mal a
nosotros mismos. De esta manera, para saber escuchar las
voces de los otros. debemos aprender a escuchar lo que en
nosotros habla de modo distinto: nuestras propias dudas,
nuestras sospechas.
Un poco más seguros que los que nos han precedido,
hablaremos menos que ellos para defendernos. Hablaremos
para responder. No para replicar, sino para responder. Para
decir que hay una Palabra totalmente distinta de la que
nosotros no somos propietarios ni defensores, sino testigos.
Esta catequesis adulta se apoya en tres
convicciones
BI/PD-EN-PAL-HMS: La primera convicción es que la Biblia
no puede ser "pasada por alto". La Biblia es la referencia.
Pero la Biblia es Palabra de Dios a través de las palabras
humanas y estas palabras humanas son de un contexto muy
diferente al nuestro. Por tanto, hay que volver a traducir la
Biblia para comprenderla bien. Se dice habitualmente: traducir
es traicionar. Nosotros pensamos lo contrario: no traducir es
traicionar.
La segunda convicción es la voluntad de un verdadero
diálogo con la Biblia. Interrogar a la Biblia con los problemas
que hay en nosotros y dejarnos interrogar por la Biblia con las
preguntas que hay en ella. No renunciar a nuestra
personalidad de hombres modernos y no tratar de camuflar la
personalidad propia de la Biblia.
La tercera convicción es que el trabajo de catequesis es un
trabajo limitado. Creemos verdaderas las afirmaciones de la
fe. Nos contentamos con preguntarnos: "¿Qué puede
significar todo esto para nosotros?"
Hay finalmente un trabajo secundario. Lo más importante
no es hablar de la fe sino vivirla. Entonces, ¿se puede vivir sin
escuchar ni hablar?
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Creo en Dios
I. Por parte de la Biblia
A) Los términos bíblicos sobre la fe ..
FE/AVENTURA: En hebreo se encuentra la raíz Aman (de
donde procede Amén) que evoca la solidez y la seguridad. Y
la raíz Batah que evoca la seguridad y la confianza. En griego,
las palabras Pistis y Elpis suponen los sentimientos de
esperanza, certeza y confianza. A nivel de los términos más
empleados, vemos pues que la Biblia expresa la fe en Dios
por la experiencia de las relaciones interpersonales basadas
en la confianza, una confianza asegurada. No es, por tanto, a
nivel de la inteligencia donde la Biblia sitúa principalmente la
fe, sino ante todo a nivel del corazón.
Sin embargo, el vocabulario del conocimiento se emplea
también sobre todo en la época griega. La fe es el
conocimiento de lo invisible (Carta a los Hebreos: "Como si
viera lo invisible..." cap. 11).
Se describe también la fe como una escucha, una
obediencia a la Palabra de Dios.
El término bíblico fe trae en pos de sí otros términos. En
particular la palabra prueba. Creer es forzosamente pasar por
la prueba. Sobre todo la prueba de las exigencias de la fe:
creer lleva a cambiar su vida y a avanzar cada vez más lejos
hacia el encuentro de Dios. Después, la prueba de la
ausencia y del silencio de Dios. Por amor de Dios se renuncia
a las seguridades sensibles (confort, orgullo, mediocridad
dorada, etc.) y en fin de cuentas se siente el vacío, la
inutilidad de Dios, su impotencia ante la desgracia o el mal. Se
encuentran aquí las etapas de la vía mística según San Juan
de la Cruz: noche de los sentidos y noche del espíritu.
Por eso, la palabra fe va vinculada con frecuencia a
fidelidad. La fe es una marcha larga: hay que seguir, buscar,
esperar...
La palabra fe va seguida del término signos. Pero este
término es ambiguo. Primero porque se le confunde con
pruebas. Dios no puede ser probado porque en este mismo
momento el espíritu humano manejaría a Dios a su antojo,
encerrándole en el puño de la mano. Una realidad que nos
supera puede ser presentida, pero no demostrada. Es
presentida por los signos. La sonrisa es el signo de la amistad
y no una prueba. La prueba nos deja en nuestro sitio, bien
seguros. El signo nos llama a avanzar.
Además, la palabra "signo" acoplada a la fe es equívoca
porque la fe tiene necesidad de signos que debe llegar a
superar. Ciertas cosas me hacen presentir a Dios y yo me
desentiendo de estos signos para ir al encuentro de esta
Realidad extraordinaria que me ofrece una señal. Pero Dios
puede hacerse ver, la fe puede ser, a su manera, una visión
directa. Entonces ya no tengo necesidad de signos y algunos
pueden superarse totalmente. El único signo indispensable es
Jesucristo.
Conocer a Dios no es una actividad que se pueda hacer de
una manera desprendida, como la filatelia. Creer es
comprometerse al encuentro de Dios, como nos
comprometemos al amor o a la lucha por la justicia. Es un
combate y no un desfile.
En esta aventura de la fe hay que aceptar de antemano el
ver cambiar todas nuestras ideas sobre Dios. La fe es una
migración perpetua. Tal palabra, tal experiencia, tal idea nos
llevaban hacia Dios y de repente se devalúan, hay que ir a
otra parte para encontrar a Dios. De esta manera se
desmorona la fe de la infancia, luego la de la adolescencia,
después la de la juventud, etc... La fe es un éxodo.
Finalmente, la Biblia establece un vínculo estrechísimo
entre el conocimiento de Dios y el amor de los demás (sobre
todo en el Evangelio y las Cartas de San Juan).
B) Las grandes convicciones bíblicas sobre la fe
(Aquí me refiero, sobre todo, al Antiguo Testamento.)
1. La Biblia no habla de Dios, deja a Dios hablar e invita a
escucharle y a responderle.
2. Para la Biblia, la existencia de Dios se impone como un
hecho inicial: "Los que no creen en El son inexcusables" (San
Pablo). "En ninguna parte de la Biblia se da por supuesto un
descubrimiento de Dios, un proceso progresivo del hombre
que desemboca en el planteamiento de su existencia"
(Vocabulario de teología bíblica—Dios).
Sin embargo, la Biblia afirma con fuerza que "nadie ha visto
nunca a Dios".
3. En la Biblia, hay dos nombres divinos. El nombre El,
nombre corriente de Dios en el Antiguo Oriente. Es el Dios de
todos. Y el nombre de Yahvé, un nombre nuevo, que Moisés
aprende en su encuentro con Dios (Ex 3). Es el Dios que se
revela a Moisés "en el marco salvaje del desierto y en la
angustia del destierro, bajo la figura terrible del fuego". Pero
este mismo Yahvé, terrible y extraño, es también Dios de la
fidelidad y de la salvación. Se acuerda de Abraham y marcha
a liberar a los Hebreos. (Parece que la palabra Yahvé
significa, a la vez, "Yo soy el que soy", por tanto el
incognoscible, y "Yo estoy con vosotros", el compañero del
desierto.)
Para la Biblia, Dios es una vitalidad inagotable, una
presencia imponente, una pasión devoradora. Absolutamente
nada de primer principio imperturbable.
4. D/TRASCENDENCIA: Dios no debe ser representado
por nada. El viejo catecismo justificaba esta prohibición
absoluta al decir que "Dios es espíritu puro". Pero los Hebreos
no tenían ninguna idea de un espíritu puro. Para ellos Dios
era forzosamente corporal de una manera o de otra. Y, no
obstante, prohibían su representación por cualquier cosa. Es
que, para la Biblia, Dios es radicalmente diferente del mundo y
del hombre. Y esta diferencia es tan profunda que no
podemos comprenderla verdaderamente. Por eso, en realidad
el hombre es siempre idólatra cuando piensa en Dios o habla
de Dios.
Esta idolatría tiene formas groseras cuando se imagina a
Dios bajo la imagen de la
fecundidad, del poder, del terror, de la seguridad maternal, etc. Puede tomar formas sutiles:
Dios-Belleza, Dios-Inteligencia, Dios-Orden del Cosmos...
Sólo la contemplación de Jesucristo y la unión a Cristo nos
puede librar un poco de esta idolatría, es decir, de esta
manera de coger a Dios en nuestras palabras, en nuestras
imágenes o en nuestras experiencias. Dios es el Más Allá.
II. Nuestras reacciones de cristianos modernos
l. La Biblia dice: "Su existencia es evidente." Constatamos
que esta evidencia no es compartida por todos. Es un hecho,
sean cualesquiera las razones. Nuestro mundo moderno no es
un mundo religioso al ciento por ciento. Muchos de nuestros
contemporáneos no se plantean de una manera espontánea
el problema de Dios.
Notemos que la Biblia no da una gran importancia a esta
cuestión de la existencia de Dios conocida o no de manera
espontánea. Religiosos o no religiosos, los hombres han de
convertirse con todo al Dios vivo y verdadero. Lo que quiere
decir que hay una manera de creer en Dios que es de hecho
una creencia en un Dios muerto y falso. La fe no es solamente
admitir que Dios existe, es volverse a El que avanza hacia
nosotros. Cualquiera que cree en Dios de una manera
espontánea tiene que convertirse de la misma manera que el
que es ateo espontáneamente.
2. Muchos de entre nosotros tienen la impresión de que la
fe es un círculo vicioso. "Para encontrar a Dios, hay que
admitir de principio que existe. Si meto a Dios en la caja, es
evidente que lo encontraré." Muchos modernos querrían la
certeza al principio de su marcha hacia Dios y la Biblia tiene el
aire de decir que la certeza está al final del camino.
La cuestión que queda es ésta: "¿En nombre de quién
partiré yo sobre este camino de la fe y en nombre de quién
continuaré avanzando?'
3. Ciertas páginas de la Biblia dan la impresión a nuestros
hombres modernos de un Dios tirano o simplemente
autoritario que tiene necesidad de humillar al hombre para
"colocarle un poco en su sitio" (por ejemplo el cap. 9 de la
Carta a los Romanos). Este Dios no parece dejar al hombre el
suficiente "campo libre" para existir.
Pero esta reivindicación legítima de autonomía ha de ser
lógica consigo misma. Si ya no queremos un Dios que nos
trate como chiquillos, no habrá que llorar en seguida cuando
Dios nos deje solos frente a la vida, frente al mundo, frente al
mal, presas del miedo o de la culpabilidad.
4. Finalmente, una cuestión apenas sugerida por la Biblia y
crucial para nosotros: Necesito descubrir una Causa Primera
de todo lo que existe. ¿Pero de dónde procede esta cuestión
de la Causa Primera? ¿De la realidad o simplemente de la
manera en que está fabricado mi cerebro que busca las
causas? ¿De dónde procede Dios? ¿Está oculto en el centro
de las cosas? ¿No es simplemente una proyección de mí
mismo sobre las cosas, una imagen sin la que no me puedo
pasar y que yo coloco de manera inconsciente sobre todo
aquello que veo y vivo? Necesito a Dios, cierto, pero ¿existe
Dios fuera de mí?
Esta cuestión se ha planteado sin cesar por todas las
ciencias llamadas ciencias humanas (sociología-psicología,
etc.). "¿No es Dios el Yo humano colgado del cielo? ¿No es
Dios una invención de la sociedad para darse confianza a sí
misma, una hermosa bandera ondeando por encima de la
muchedumbre?, etc."
Ahora bien, es evidente que las religiones paganas
combatidas por los profetas bíblicos caían directamente bajo
el golpe de estas críticas: Baal era la virilidad divinizada,
Astarté la fecundidad divinizada, etc. Y nos cae simpático a
nosotros modernos el oír gritar a los profetas: "No es..., no
es... Es Otro distinto y, no obstante, no es un extraño. Es el
Santo que propone una Alianza."
III. Tratar de expresar la fe en nuestra situación
moderna
Muchos documentos tradicionales parecían partir de Dios
(en particular el catecismo antiguo). Era el punto de partida de
la reflexión. Para nosotros esto es difícil o casi imposible.
Nuestro punto de partida es el hombre con todos sus deseos
y, entre otros, el deseo de Dios, la necesidad de Dios.
Esta "necesidad" de Dios no es sencilla, es muy compleja.
Se puede expresar como una necesidad de una Presencia,
como una sed de salvación ("sin Ti estoy perdido"), como una
exigencia de verdad ("¿la vida, en el fondo, qué es?"), verdad
sobre el hombre, sobre el mundo, sobre el destino del
hombre. Necesidad de certeza, necesidad de esperanza
("¿para qué sirve la vida?"). La necesidad de Dios puede
tomar formas sorprendentes como la necesidad de acción de
gracias. "Nosotros los ateos, decía un joven, no tenemos a
nadie a quien agradecer."
Pienso que esta necesidad religiosa, este deseo absoluto
es la necesidad fundamental del hombre, que es inextinguible
e irreprimible. Pienso que si no se acepta en una actividad
propiamente religiosa (pero en el sentido amplísimo de la
palabra religión: fe, arte, contemplación...), este deseo de
absoluto envenena la existencia como todo deseo rechazado.
Y en particular el ámbito de la política, lugar privilegiado del
rechazo religioso.
Pero el reconocimiento de este deseo religioso deja intacto
el problema de la existencia de Dios.
"Tengo sed." ¿Pero es que esto prueba que hay una
fuente? La sed crea espejismos.
Me parece que en nuestra situación de cristianos
modernos la verdadera respuesta no es de orden intelectual.
Es de orden vital. "Veamos: remontemos la corriente de
nuestro deseo. Vayamos hasta el final de nuestro deseo de
Dios." Aquí se encuentra la palabra clave de la Biblia: "Buscad
al Señor" y no "discutid de Dios".
Para comprender mejor hasta qué punto es válida esta
manera de hacer, es menester unir la búsqueda de la fe a la
búsqueda del amor. El amor que es una forma de
conocimiento comprometido, de conocimiento comprometedor
(mientras que el conocimiento intelectual debe ser
desprendido, "objetivo").
El mismo San Juan vincula el conocimiento del amor al
conocimiento de la fe: "El que ama conoce a Dios, el que no
ama no conoce a Dios."
Ahora bien, de hecho, el amor comienza más o menos y se
apoya siempre en gran parte en la necesidad del otro (por
ejemplo en la necesidad de tener un niño). Pero muy pronto
se descubre que hay que guardar cierta distancia entre uno
mismo y aquel a quien se ama (llámese esta distancia respeto,
pudor, discreción...) a fin de que el otro no sea visto
únicamente como objeto de nuestro deseo o de nuestra
necesidad. Distancia necesaria para que el otro sea visto por
sí mismo, o más bien para que el otro se revele en su
personalidad, que su presencia original se imponga a
nosotros, poco a poco o bruscamente. Esta "revelación" del
otro supone de nuestra parte una buena dosis de
desprendimiento. Pero sobre todo, la atención a lo que no es
nosotros y esta forma de acogida que podemos llamar
contemplación.
El desprendimiento de uno mismo es bien necesario en los
períodos del amor en que predomina la fidelidad por la
fidelidad. El otro (pensemos en particular en el niño) quizá no
pueda corresponder del todo a lo que nosotros esperábamos
de él. Hay de esta manera períodos del amor en que la
necesidad del otro conoce un eclipse profundo.
Pero el amor consigue también puntos de certeza que son
puntos de no retroceso: "Estoy seguro de él y él está seguro
de mí." Una de las mejores expresiones de este conocimiento
del amor nos la proporciona Anne Philippe en Temps d'un
soupir: "Tú eres misterio y yo estoy segura de ti."
Incapacidad de definir al otro y casi imposibilidad de hablar
de él. Y certeza, sin embargo, de que está allí y que la alianza
no puede romperse ya.
IV. Decir «Yo creo en Dios», es decir varias cosas
La fe en Dios no es un acto aislado, muy circunscrito en
una zona de nuestra conciencia (por ejemplo la inteligencia).
Es una aventura que se apodera de todo el hombre y que
conoce etapas muy variadas. Una etapa no queda
reemplazada por la siguiente. Esta integra a la anterior como
en todo crecimiento.
Los diversos sentidos de "Yo creo en Dios" enumerados a
continuación no son etapas muy claras sino ciertos aspectos o
facetas de un sentimiento inmenso. Facetas que pueden ser
dominantes en un momento u otro de nuestra vida de fe.
a) Decir "Yo creo en Dios" puede querer decir: "Tengo
necesidad de Dios" y este aspecto de la necesidad, descrito
por ciertos creyentes, es en efecto permanente en toda vida
de fe. Tengo necesidad de Dios contra el absurdo, contra la
soledad, contra el mal, contra la muerte... Tengo necesidad
de Dios para sentir que vivo, para tener el derecho a cantar,
de esperar... Tengo necesidad de Dios para sumergirme en
algo inmenso, más grande que yo y sólo Dios es más grande
que yo.
Es demasiado fácil denigrar esta necesidad de Dios
atacando las formas supersticiosas o las formas exaltadas de
la religión: la medalla que protege de las malas miradas o la
reunión religiosa que conduce a la embriaguez colectiva y en
la que se olvide la duración de lo real. Los y las que confiesan
sin avergonzarse de su necesidad de Dios desconfían,
gracias a la Biblia, de estas formas bastardas. Lo que no
quiere decir que estén perfectamente purificadas. Pero una fe
pura es tan insulsa como un amor puro.
b) Decir "Creo en Dios" puede querer decir: "Sé que Dios
está aquí". Es el choque de la conversión expresado a su
manera por Isaías en el capítulo 6 de su libro. "Me apoyé en
Dios, me golpeé en la cabeza." Todos los relatos de
conversión intentan, sin conseguirlo, describir la irrupción de
esta Presencia en la vida de un hombre, de este momento en
que uno ha sido tomado, cogido por esta serenidad increíble
que disipa pacíficamente todas las dudas, en que todos los
muros desaparecen, en que todo se hace posible, en que
todo tiene su lugar, su verdadero lugar, en una luz que no
respeta nada pero que no denigra nada. Experiencia única de
una capitulación sin la menor humillación.
Esta experiencia es inolvidable. "No puedo vivir como si
nada me hubiera sucedido." Pero esta experiencia se disipa y
todos los maestros espirituales ponen en guardia a sus
discípulos contra la tentación de querer recrear esta
experiencia de manera más o menos artificial.
c) Decir "Creo en Dios" puede querer decir: "Le estoy
buscando" porque Dios escapa cada vez más a mi capacidad.
Mi oración resuena en el vacío, mis llamadas quedan sin
respuesta: Dios aparentemente no me da ni luz, ni apoyo, ni
sostén. "Me deja caer." Este o estos períodos de búsqueda
estéril (el tránsito por el desierto) son muy importantes para la
vida de fe: subrayan el respeto que Dios tiene por nuestra
libertad. Dios no se impone, nos deja llegar hasta El. Nos
recuerdan la transcendencia de Dios. Cualquiera que sean las
experiencias que hemos podido tener de la presencia de Dios,
Dios está siempre por encima de lo que hemos podido
presentir de El. Debemos, pues, peregrinar perpetuamente
hacia su encuentro.
En estos períodos desérticos la única certidumbre que nos
queda es que no podemos pasar sin buscarle. La fidelidad de
Dios hacia nosotros se expresa por nuestra terquedad
humana en seguir en pos de El. "No me buscarías si no me
hubieses encontrado."
d) Decir ''Creo en Dios" puede querer decir: "Yo le veo sin
verle". La fe es entonces una certeza absoluta de la presencia
de Dios en una ausencia desconcertante de
representaciones, de sensaciones, de consuelos.
Este estado de la fe no queda reservado del todo a los
grandes místicos. Lo viven personas que combinan dentro de
sí una gran angustia y una fe imperturbable. Dios no les libra
de ninguna tristeza, de ninguna angustia. Si se quiere, Dios
no les sirve para nada. Y no obstante, están absolutamente
seguras de El, de su amor. Esta es la forma espectacular de
esta fe.
Pero hay también formas más tranquilas: algunos
creyentes han renunciado completamente a exigir a la
"religión" ser una droga o calmante. Viven su vida humana
dentro de una gran autonomía: se les tomaría por ateos. Se
les ve tan sacudidos, vacilantes o imperfectos como los
demás. Pero saben que Dios está allí. Es un secreto
hondamente enterrado, algo que, en fin de cuentas, no
depende solamente de ellos: una evidencia sobre la que no
tienen ningún poder, porque no la han instalado en ellos, les
ha sido dada. Se contentan con decir "sí" y permanecen en
este "sí". Los autores espirituales llaman a esto la Paz, "esta
paz que supera todo lo que podemos imaginar" (San Pablo).
Esta paz marca el camino del creyente para siempre. Sean los
que fueren los golpes del viento, los embates de las olas, su
centro de gravedad está tan anclado que ya no puede
zozobrar. Pero no es nada. Es así.
Los que conocen este aspecto de la fe se encuentran a
sus anchas en el diálogo con los ateos. Ni paternalistas, ni
agresivos, comprenden perfectamente lo que es una vida sin
Dios y dan tranquilamente el testimonio de una vida con Dios.
Conclusión
Nuestra reflexión sobre la fe en Dios nos ha llevado señalar
dos evoluciones:
1. Se veía la fe en Dios como una certeza de orden
intelectual (sé que la materia está compuesta de tales y tales
elementos) y ahora hemos sido llevados a ver la fe como una
certeza de orden personal o intuitivo (conozco el amor que
alguien tiene por mí).
2. Se partía de una certeza de fe adquirida por mis propias
fuerzas (he reflexionado, he buscado) y se llega a una certeza
de fe recibida, dada (Dios está ahí. no lo puedo negar).
PAUL
GUERIN
YO CREO EN DIOS
Las palabras de la fe, hoy
Edic. MAROVA. MADRID 1978. Págs.
7-21
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LIBROS UTILIZADOS PARA ESTE CAPITULO
Vocabalaire de théologie biblique, 2ª. ed., Le Cerf, París,
1970. Edición castellana: Herder, Barcelona. Artículos "Fe",
"Dios".
R. DE VAUX, Histoire ancienne d'lsrael, Gabalda, París,
1972. Edición castellana: Cristiandad. Madrid. 1975 (2 vols.).