CREO EN DIOS

¿Por qué una catequesis adulta? 

Para un cierto desempolvamiento
La fe común arrastra consigo una serie de creencias y de 
imágenes que no han sido nunca suficientemente criticadas y 
que son ciertamente criticables. Guarda también 
representaciones que no corresponden ya al estado actual de 
las ciencias religiosas: por ejemplo, a la manera de leer los 
Evangelios. 
Este desempolvamiento no tiene nada que ver con una 
empresa de demolición. No se trata de poner la fe aI gusto del 
día. Se trata, como dice Paul Ricceur, de "suprimir los falsos 
escándalos para descubrir el verdadero escándalo". Los 
falsos escándalos son las expresiones inadaptadas a nuestra 
mentalidad moderna, las lecturas demasiado rápidas de la 
Biblia... El verdadero escándalo es el choque del misterio de 
Dios Trinidad, de Dios Creador, de la Encarnación, de la 
Resurrección... 
La catequesis de adultos no tiene por finalidad hacer 
creyentes a buen precio. Tiende a desbrozar el camino para 
aquellos que, actualmente, quieren creer a fin de ver con 
claridad el sentido de la fe y para que puedan lanzarse sin 
reserva mental a la aventura del encuentro con el Dios vivo, 
hoy. 

Para una diversidad de lenguajes cristianos
Hay que salir de cierta idolatría teológica. Muchos 
cristianos se han acostumbrado a alinearse dentro de una 
ortodoxia, en una forma de lenguaje cristiano. Ahora bien, por 
ejemplo, el término "transustanciación" no es la única 
expresión posible de nuestra fe en la presencia real de Cristo 
en la Eucaristía. La organización actual de la Iglesia no es la 
única expresión posible del misterio de la Iglesia. El lenguaje 
de la Redención no es el único lenguaje posible para describir 
la salvación traída por Jesucristo. La fe supera los lenguajes 
para penetrar el misterio sobrenatural. 
En la sociedad actual y en la Iglesia actual, que son 
pluralistas, es necesario que estén en circulación varios 
lenguajes. Cierto, hay lenguajes de "referencia", es decir, 
expresiones más tradicionales, más consagradas. Pero se 
necesita una diversidad de lenguajes: 
—En primer lugar, por respeto a las verdades de la fe. Lo 
que se cree es siempre mayor que la manera con que se 
expresa. Si hay varias maneras de hablar, se confunden 
menos tanto la verdad divina como su expresión humana. 
—También, para permitir en la Iglesia una verdadera 
unidad en la diversidad. Unidad en la fe, diversidad en la 
expresión, quedando la Iglesia enseñante como guardiana de 
esta unidad de múltiples facetas. 
Elegir una expresión moderna no equivale a despreciar las 
expresiones antiguas. ¿En nombre de qué podemos juzgar 
que lo moderno es mejor que lo antiguo? Digamos con más 
modestia que tal expresión moderna parece a algunos más 
adaptada a su mentalidad de modernos, más apta para 
introducirlos en el misterio. 

Para un aprendizaje de la Iglesia
Dialogar con aquellos que no creen o creen de manera 
diferente. Aprender a creer a cielo abierto. Acoger las 
sospechas de nuestro tiempo, las interrogaciones más críticas 
y no obstante, atreverse a hablar, atreverse a dar testimonio. 
Reconocer la pobreza de nuestro lenguaje y, sin embargo, 
admirar y expresar la grandeza de nuestra fe. 
Esto supone un diálogo con nosotros mismos. Cada vez 
que tenemos un mal que comunicar con otro, descubrimos 
una desgracia interior: tenemos que comunicarnos un mal a 
nosotros mismos. De esta manera, para saber escuchar las 
voces de los otros. debemos aprender a escuchar lo que en 
nosotros habla de modo distinto: nuestras propias dudas, 
nuestras sospechas. 
Un poco más seguros que los que nos han precedido, 
hablaremos menos que ellos para defendernos. Hablaremos 
para responder. No para replicar, sino para responder. Para 
decir que hay una Palabra totalmente distinta de la que 
nosotros no somos propietarios ni defensores, sino testigos. 

Esta catequesis adulta se apoya en tres 
convicciones
BI/PD-EN-PAL-HMS: La primera convicción es que la Biblia 
no puede ser "pasada por alto". La Biblia es la referencia. 
Pero la Biblia es Palabra de Dios a través de las palabras 
humanas y estas palabras humanas son de un contexto muy 
diferente al nuestro. Por tanto, hay que volver a traducir la 
Biblia para comprenderla bien. Se dice habitualmente: traducir 
es traicionar. Nosotros pensamos lo contrario: no traducir es 
traicionar. 
La segunda convicción es la voluntad de un verdadero 
diálogo con la Biblia. Interrogar a la Biblia con los problemas 
que hay en nosotros y dejarnos interrogar por la Biblia con las 
preguntas que hay en ella. No renunciar a nuestra 
personalidad de hombres modernos y no tratar de camuflar la 
personalidad propia de la Biblia. 
La tercera convicción es que el trabajo de catequesis es un 
trabajo limitado. Creemos verdaderas las afirmaciones de la 
fe. Nos contentamos con preguntarnos: "¿Qué puede 
significar todo esto para nosotros?" 
Hay finalmente un trabajo secundario. Lo más importante 
no es hablar de la fe sino vivirla. Entonces, ¿se puede vivir sin 
escuchar ni hablar? 
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Creo en Dios

I. Por parte de la Biblia

A) Los términos bíblicos sobre la fe ..
FE/AVENTURA: En hebreo se encuentra la raíz Aman (de 
donde procede Amén) que evoca la solidez y la seguridad. Y 
la raíz Batah que evoca la seguridad y la confianza. En griego, 
las palabras Pistis y Elpis suponen los sentimientos de 
esperanza, certeza y confianza. A nivel de los términos más 
empleados, vemos pues que la Biblia expresa la fe en Dios 
por la experiencia de las relaciones interpersonales basadas 
en la confianza, una confianza asegurada. No es, por tanto, a 
nivel de la inteligencia donde la Biblia sitúa principalmente la 
fe, sino ante todo a nivel del corazón. 
Sin embargo, el vocabulario del conocimiento se emplea 
también sobre todo en la época griega. La fe es el 
conocimiento de lo invisible (Carta a los Hebreos: "Como si 
viera lo invisible..." cap. 11). 
Se describe también la fe como una escucha, una 
obediencia a la Palabra de Dios. 
El término bíblico fe trae en pos de sí otros términos. En 
particular la palabra prueba. Creer es forzosamente pasar por 
la prueba. Sobre todo la prueba de las exigencias de la fe: 
creer lleva a cambiar su vida y a avanzar cada vez más lejos 
hacia el encuentro de Dios. Después, la prueba de la 
ausencia y del silencio de Dios. Por amor de Dios se renuncia 
a las seguridades sensibles (confort, orgullo, mediocridad 
dorada, etc.) y en fin de cuentas se siente el vacío, la 
inutilidad de Dios, su impotencia ante la desgracia o el mal. Se 
encuentran aquí las etapas de la vía mística según San Juan 
de la Cruz: noche de los sentidos y noche del espíritu. 
Por eso, la palabra fe va vinculada con frecuencia a 
fidelidad. La fe es una marcha larga: hay que seguir, buscar, 
esperar... 
La palabra fe va seguida del término signos. Pero este 
término es ambiguo. Primero porque se le confunde con 
pruebas. Dios no puede ser probado porque en este mismo 
momento el espíritu humano manejaría a Dios a su antojo, 
encerrándole en el puño de la mano. Una realidad que nos 
supera puede ser presentida, pero no demostrada. Es 
presentida por los signos. La sonrisa es el signo de la amistad 
y no una prueba. La prueba nos deja en nuestro sitio, bien 
seguros. El signo nos llama a avanzar. 
Además, la palabra "signo" acoplada a la fe es equívoca 
porque la fe tiene necesidad de signos que debe llegar a 
superar. Ciertas cosas me hacen presentir a Dios y yo me 
desentiendo de estos signos para ir al encuentro de esta 
Realidad extraordinaria que me ofrece una señal. Pero Dios 
puede hacerse ver, la fe puede ser, a su manera, una visión 
directa. Entonces ya no tengo necesidad de signos y algunos 
pueden superarse totalmente. El único signo indispensable es 
Jesucristo. 
Conocer a Dios no es una actividad que se pueda hacer de 
una manera desprendida, como la filatelia. Creer es 
comprometerse al encuentro de Dios, como nos 
comprometemos al amor o a la lucha por la justicia. Es un 
combate y no un desfile. 
En esta aventura de la fe hay que aceptar de antemano el 
ver cambiar todas nuestras ideas sobre Dios. La fe es una 
migración perpetua. Tal palabra, tal experiencia, tal idea nos 
llevaban hacia Dios y de repente se devalúan, hay que ir a 
otra parte para encontrar a Dios. De esta manera se 
desmorona la fe de la infancia, luego la de la adolescencia, 
después la de la juventud, etc... La fe es un éxodo. 
Finalmente, la Biblia establece un vínculo estrechísimo 
entre el conocimiento de Dios y el amor de los demás (sobre 
todo en el Evangelio y las Cartas de San Juan). 

B) Las grandes convicciones bíblicas sobre la fe
(Aquí me refiero, sobre todo, al Antiguo Testamento.) 


1. La Biblia no habla de Dios, deja a Dios hablar e invita a 
escucharle y a responderle. 

2. Para la Biblia, la existencia de Dios se impone como un 
hecho inicial: "Los que no creen en El son inexcusables" (San 
Pablo). "En ninguna parte de la Biblia se da por supuesto un 
descubrimiento de Dios, un proceso progresivo del hombre 
que desemboca en el planteamiento de su existencia" 
(Vocabulario de teología bíblica—Dios). 
Sin embargo, la Biblia afirma con fuerza que "nadie ha visto 
nunca a Dios". 

3. En la Biblia, hay dos nombres divinos. El nombre El, 
nombre corriente de Dios en el Antiguo Oriente. Es el Dios de 
todos. Y el nombre de Yahvé, un nombre nuevo, que Moisés 
aprende en su encuentro con Dios (Ex 3). Es el Dios que se 
revela a Moisés "en el marco salvaje del desierto y en la 
angustia del destierro, bajo la figura terrible del fuego". Pero 
este mismo Yahvé, terrible y extraño, es también Dios de la 
fidelidad y de la salvación. Se acuerda de Abraham y marcha 
a liberar a los Hebreos. (Parece que la palabra Yahvé 
significa, a la vez, "Yo soy el que soy", por tanto el 
incognoscible, y "Yo estoy con vosotros", el compañero del 
desierto.) 
Para la Biblia, Dios es una vitalidad inagotable, una 
presencia imponente, una pasión devoradora. Absolutamente 
nada de primer principio imperturbable. 

4. D/TRASCENDENCIA: Dios no debe ser representado 
por nada. El viejo catecismo justificaba esta prohibición 
absoluta al decir que "Dios es espíritu puro". Pero los Hebreos 
no tenían ninguna idea de un espíritu puro. Para ellos Dios 
era forzosamente corporal de una manera o de otra. Y, no 
obstante, prohibían su representación por cualquier cosa. Es 
que, para la Biblia, Dios es radicalmente diferente del mundo y 
del hombre. Y esta diferencia es tan profunda que no 
podemos comprenderla verdaderamente. Por eso, en realidad 
el hombre es siempre idólatra cuando piensa en Dios o habla 
de Dios. 
Esta idolatría tiene formas groseras cuando se imagina a 
Dios bajo la imagen de la 
fecundidad, del poder, del terror, de la seguridad maternal, etc. Puede tomar formas sutiles: 
Dios-Belleza, Dios-Inteligencia, Dios-Orden del Cosmos... 
Sólo la contemplación de Jesucristo y la unión a Cristo nos 
puede librar un poco de esta idolatría, es decir, de esta 
manera de coger a Dios en nuestras palabras, en nuestras 
imágenes o en nuestras experiencias. Dios es el Más Allá. 


II. Nuestras reacciones de cristianos modernos

l. La Biblia dice: "Su existencia es evidente." Constatamos 
que esta evidencia no es compartida por todos. Es un hecho, 
sean cualesquiera las razones. Nuestro mundo moderno no es 
un mundo religioso al ciento por ciento. Muchos de nuestros 
contemporáneos no se plantean de una manera espontánea 
el problema de Dios. 
Notemos que la Biblia no da una gran importancia a esta 
cuestión de la existencia de Dios conocida o no de manera 
espontánea. Religiosos o no religiosos, los hombres han de 
convertirse con todo al Dios vivo y verdadero. Lo que quiere 
decir que hay una manera de creer en Dios que es de hecho 
una creencia en un Dios muerto y falso. La fe no es solamente 
admitir que Dios existe, es volverse a El que avanza hacia 
nosotros. Cualquiera que cree en Dios de una manera 
espontánea tiene que convertirse de la misma manera que el 
que es ateo espontáneamente. 

2. Muchos de entre nosotros tienen la impresión de que la 
fe es un círculo vicioso. "Para encontrar a Dios, hay que 
admitir de principio que existe. Si meto a Dios en la caja, es 
evidente que lo encontraré." Muchos modernos querrían la 
certeza al principio de su marcha hacia Dios y la Biblia tiene el 
aire de decir que la certeza está al final del camino. 
La cuestión que queda es ésta: "¿En nombre de quién 
partiré yo sobre este camino de la fe y en nombre de quién 
continuaré avanzando?' 

3. Ciertas páginas de la Biblia dan la impresión a nuestros 
hombres modernos de un Dios tirano o simplemente 
autoritario que tiene necesidad de humillar al hombre para 
"colocarle un poco en su sitio" (por ejemplo el cap. 9 de la 
Carta a los Romanos). Este Dios no parece dejar al hombre el 
suficiente "campo libre" para existir. 
Pero esta reivindicación legítima de autonomía ha de ser 
lógica consigo misma. Si ya no queremos un Dios que nos 
trate como chiquillos, no habrá que llorar en seguida cuando 
Dios nos deje solos frente a la vida, frente al mundo, frente al 
mal, presas del miedo o de la culpabilidad. 

4. Finalmente, una cuestión apenas sugerida por la Biblia y 
crucial para nosotros: Necesito descubrir una Causa Primera 
de todo lo que existe. ¿Pero de dónde procede esta cuestión 
de la Causa Primera? ¿De la realidad o simplemente de la 
manera en que está fabricado mi cerebro que busca las 
causas? ¿De dónde procede Dios? ¿Está oculto en el centro 
de las cosas? ¿No es simplemente una proyección de mí 
mismo sobre las cosas, una imagen sin la que no me puedo 
pasar y que yo coloco de manera inconsciente sobre todo 
aquello que veo y vivo? Necesito a Dios, cierto, pero ¿existe 
Dios fuera de mí? 
Esta cuestión se ha planteado sin cesar por todas las 
ciencias llamadas ciencias humanas (sociología-psicología, 
etc.). "¿No es Dios el Yo humano colgado del cielo? ¿No es 
Dios una invención de la sociedad para darse confianza a sí 
misma, una hermosa bandera ondeando por encima de la 
muchedumbre?, etc." 
Ahora bien, es evidente que las religiones paganas 
combatidas por los profetas bíblicos caían directamente bajo 
el golpe de estas críticas: Baal era la virilidad divinizada, 
Astarté la fecundidad divinizada, etc. Y nos cae simpático a 
nosotros modernos el oír gritar a los profetas: "No es..., no 
es... Es Otro distinto y, no obstante, no es un extraño. Es el 
Santo que propone una Alianza." 


III. Tratar de expresar la fe en nuestra situación 
moderna 

Muchos documentos tradicionales parecían partir de Dios 
(en particular el catecismo antiguo). Era el punto de partida de 
la reflexión. Para nosotros esto es difícil o casi imposible. 
Nuestro punto de partida es el hombre con todos sus deseos 
y, entre otros, el deseo de Dios, la necesidad de Dios. 
Esta "necesidad" de Dios no es sencilla, es muy compleja. 
Se puede expresar como una necesidad de una Presencia, 
como una sed de salvación ("sin Ti estoy perdido"), como una 
exigencia de verdad ("¿la vida, en el fondo, qué es?"), verdad 
sobre el hombre, sobre el mundo, sobre el destino del 
hombre. Necesidad de certeza, necesidad de esperanza 
("¿para qué sirve la vida?"). La necesidad de Dios puede 
tomar formas sorprendentes como la necesidad de acción de 
gracias. "Nosotros los ateos, decía un joven, no tenemos a 
nadie a quien agradecer."
Pienso que esta necesidad religiosa, este deseo absoluto 
es la necesidad fundamental del hombre, que es inextinguible 
e irreprimible. Pienso que si no se acepta en una actividad 
propiamente religiosa (pero en el sentido amplísimo de la 
palabra religión: fe, arte, contemplación...), este deseo de 
absoluto envenena la existencia como todo deseo rechazado. 
Y en particular el ámbito de la política, lugar privilegiado del 
rechazo religioso. 
Pero el reconocimiento de este deseo religioso deja intacto 
el problema de la existencia de Dios. 
"Tengo sed." ¿Pero es que esto prueba que hay una 
fuente? La sed crea espejismos. 
Me parece que en nuestra situación de cristianos 
modernos la verdadera respuesta no es de orden intelectual. 
Es de orden vital. "Veamos: remontemos la corriente de 
nuestro deseo. Vayamos hasta el final de nuestro deseo de 
Dios." Aquí se encuentra la palabra clave de la Biblia: "Buscad 
al Señor" y no "discutid de Dios". 
Para comprender mejor hasta qué punto es válida esta 
manera de hacer, es menester unir la búsqueda de la fe a la 
búsqueda del amor. El amor que es una forma de 
conocimiento comprometido, de conocimiento comprometedor 
(mientras que el conocimiento intelectual debe ser 
desprendido, "objetivo"). 
El mismo San Juan vincula el conocimiento del amor al 
conocimiento de la fe: "El que ama conoce a Dios, el que no 
ama no conoce a Dios." 
Ahora bien, de hecho, el amor comienza más o menos y se 
apoya siempre en gran parte en la necesidad del otro (por 
ejemplo en la necesidad de tener un niño). Pero muy pronto 
se descubre que hay que guardar cierta distancia entre uno 
mismo y aquel a quien se ama (llámese esta distancia respeto, 
pudor, discreción...) a fin de que el otro no sea visto 
únicamente como objeto de nuestro deseo o de nuestra 
necesidad. Distancia necesaria para que el otro sea visto por 
sí mismo, o más bien para que el otro se revele en su 
personalidad, que su presencia original se imponga a 
nosotros, poco a poco o bruscamente. Esta "revelación" del 
otro supone de nuestra parte una buena dosis de 
desprendimiento. Pero sobre todo, la atención a lo que no es 
nosotros y esta forma de acogida que podemos llamar 
contemplación. 
El desprendimiento de uno mismo es bien necesario en los 
períodos del amor en que predomina la fidelidad por la 
fidelidad. El otro (pensemos en particular en el niño) quizá no 
pueda corresponder del todo a lo que nosotros esperábamos 
de él. Hay de esta manera períodos del amor en que la 
necesidad del otro conoce un eclipse profundo. 
Pero el amor consigue también puntos de certeza que son 
puntos de no retroceso: "Estoy seguro de él y él está seguro 
de mí." Una de las mejores expresiones de este conocimiento 
del amor nos la proporciona Anne Philippe en Temps d'un 
soupir: "Tú eres misterio y yo estoy segura de ti." 
Incapacidad de definir al otro y casi imposibilidad de hablar 
de él. Y certeza, sin embargo, de que está allí y que la alianza 
no puede romperse ya. 


IV. Decir «Yo creo en Dios», es decir varias cosas

La fe en Dios no es un acto aislado, muy circunscrito en 
una zona de nuestra conciencia (por ejemplo la inteligencia). 
Es una aventura que se apodera de todo el hombre y que 
conoce etapas muy variadas. Una etapa no queda 
reemplazada por la siguiente. Esta integra a la anterior como 
en todo crecimiento. 
Los diversos sentidos de "Yo creo en Dios" enumerados a 
continuación no son etapas muy claras sino ciertos aspectos o 
facetas de un sentimiento inmenso. Facetas que pueden ser 
dominantes en un momento u otro de nuestra vida de fe. 

a) Decir "Yo creo en Dios" puede querer decir: "Tengo 
necesidad de Dios" y este aspecto de la necesidad, descrito 
por ciertos creyentes, es en efecto permanente en toda vida 
de fe. Tengo necesidad de Dios contra el absurdo, contra la 
soledad, contra el mal, contra la muerte... Tengo necesidad 
de Dios para sentir que vivo, para tener el derecho a cantar, 
de esperar... Tengo necesidad de Dios para sumergirme en 
algo inmenso, más grande que yo y sólo Dios es más grande 
que yo. 
Es demasiado fácil denigrar esta necesidad de Dios 
atacando las formas supersticiosas o las formas exaltadas de 
la religión: la medalla que protege de las malas miradas o la 
reunión religiosa que conduce a la embriaguez colectiva y en 
la que se olvide la duración de lo real. Los y las que confiesan 
sin avergonzarse de su necesidad de Dios desconfían, 
gracias a la Biblia, de estas formas bastardas. Lo que no 
quiere decir que estén perfectamente purificadas. Pero una fe 
pura es tan insulsa como un amor puro. 

b) Decir "Creo en Dios" puede querer decir: "Sé que Dios 
está aquí". Es el choque de la conversión expresado a su 
manera por Isaías en el capítulo 6 de su libro. "Me apoyé en 
Dios, me golpeé en la cabeza." Todos los relatos de 
conversión intentan, sin conseguirlo, describir la irrupción de 
esta Presencia en la vida de un hombre, de este momento en 
que uno ha sido tomado, cogido por esta serenidad increíble 
que disipa pacíficamente todas las dudas, en que todos los 
muros desaparecen, en que todo se hace posible, en que 
todo tiene su lugar, su verdadero lugar, en una luz que no 
respeta nada pero que no denigra nada. Experiencia única de 
una capitulación sin la menor humillación. 
Esta experiencia es inolvidable. "No puedo vivir como si 
nada me hubiera sucedido." Pero esta experiencia se disipa y 
todos los maestros espirituales ponen en guardia a sus 
discípulos contra la tentación de querer recrear esta 
experiencia de manera más o menos artificial. 

c) Decir "Creo en Dios" puede querer decir: "Le estoy 
buscando" porque Dios escapa cada vez más a mi capacidad. 
Mi oración resuena en el vacío, mis llamadas quedan sin 
respuesta: Dios aparentemente no me da ni luz, ni apoyo, ni 
sostén. "Me deja caer." Este o estos períodos de búsqueda 
estéril (el tránsito por el desierto) son muy importantes para la 
vida de fe: subrayan el respeto que Dios tiene por nuestra 
libertad. Dios no se impone, nos deja llegar hasta El. Nos 
recuerdan la transcendencia de Dios. Cualquiera que sean las 
experiencias que hemos podido tener de la presencia de Dios, 
Dios está siempre por encima de lo que hemos podido 
presentir de El. Debemos, pues, peregrinar perpetuamente 
hacia su encuentro. 
En estos períodos desérticos la única certidumbre que nos 
queda es que no podemos pasar sin buscarle. La fidelidad de 
Dios hacia nosotros se expresa por nuestra terquedad 
humana en seguir en pos de El. "No me buscarías si no me 
hubieses encontrado." 

d) Decir ''Creo en Dios" puede querer decir: "Yo le veo sin 
verle". La fe es entonces una certeza absoluta de la presencia 
de Dios en una ausencia desconcertante de 
representaciones, de sensaciones, de consuelos. 
Este estado de la fe no queda reservado del todo a los 
grandes místicos. Lo viven personas que combinan dentro de 
sí una gran angustia y una fe imperturbable. Dios no les libra 
de ninguna tristeza, de ninguna angustia. Si se quiere, Dios 
no les sirve para nada. Y no obstante, están absolutamente 
seguras de El, de su amor. Esta es la forma espectacular de 
esta fe. 
Pero hay también formas más tranquilas: algunos 
creyentes han renunciado completamente a exigir a la 
"religión" ser una droga o calmante. Viven su vida humana 
dentro de una gran autonomía: se les tomaría por ateos. Se 
les ve tan sacudidos, vacilantes o imperfectos como los 
demás. Pero saben que Dios está allí. Es un secreto 
hondamente enterrado, algo que, en fin de cuentas, no 
depende solamente de ellos: una evidencia sobre la que no 
tienen ningún poder, porque no la han instalado en ellos, les 
ha sido dada. Se contentan con decir "sí" y permanecen en 
este "sí". Los autores espirituales llaman a esto la Paz, "esta 
paz que supera todo lo que podemos imaginar" (San Pablo). 
Esta paz marca el camino del creyente para siempre. Sean los 
que fueren los golpes del viento, los embates de las olas, su 
centro de gravedad está tan anclado que ya no puede 
zozobrar. Pero no es nada. Es así. 
Los que conocen este aspecto de la fe se encuentran a 
sus anchas en el diálogo con los ateos. Ni paternalistas, ni 
agresivos, comprenden perfectamente lo que es una vida sin 
Dios y dan tranquilamente el testimonio de una vida con Dios. 



Conclusión

Nuestra reflexión sobre la fe en Dios nos ha llevado señalar 
dos evoluciones: 

1. Se veía la fe en Dios como una certeza de orden 
intelectual (sé que la materia está compuesta de tales y tales 
elementos) y ahora hemos sido llevados a ver la fe como una 
certeza de orden personal o intuitivo (conozco el amor que 
alguien tiene por mí). 

2. Se partía de una certeza de fe adquirida por mis propias 
fuerzas (he reflexionado, he buscado) y se llega a una certeza 
de fe recibida, dada (Dios está ahí. no lo puedo negar).

PAUL GUERIN
YO CREO EN DIOS
Las palabras de la fe, hoy
Edic. MAROVA. MADRID 1978
. Págs. 7-21

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LIBROS UTILIZADOS PARA ESTE CAPITULO
Vocabalaire de théologie biblique, 2ª. ed., Le Cerf, París, 
1970. Edición castellana: Herder, Barcelona. Artículos "Fe", 
"Dios". 
R. DE VAUX, Histoire ancienne d'lsrael, Gabalda, París, 
1972. Edición castellana: Cristiandad. Madrid. 1975 (2 vols.).