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CARTA A LOS ROMANOS
(C O M E N T A R I O )
La Carta a los Romanos es el compendio de la doctrina cristiana, un
“evangelio” más; dirigido ahora a los Romanos, al centro cultural y de
poder de todo el imperio donde existía un núcleo cristiano que necesitaba ser
confirmado por el apóstol para dar razón de su identidad y de la novedad
ofertada a la sociedad de entonces.
Pablo plantea una tesis, la situación real del hombre en general (1, 17)
a la que contrapone una antítesis (1, 18), la novedad de los acontecimientos a
raíz de la Pascua de Jesús. Deshace, de paso, otro nudo gordiano al colocar
tanto a judios como a paganos bajo la bandera de la injusticia; los paganos
pecan de una manera (1, 19-32) y los judíos de otra (2,1-19), precisamente
estos últimos por el prurito de considerarse los “justos” en virtud de una
elección y de una Ley; con ello hecha por tierra la tradicional división entre
judios, los justos, y paganos, los pecadores; planteando una nueva tesis según
la cual todos, en realidad, están bajo el signo de la injusticia o pecado (3,
9)
Desmitifica la Ley, dada en el Monte Sinaí, concibiéndola como control
de los factores que inducen a la injusticia o pecado, pero no los elimina
radicalmente; esto será obra de la Gracia. Por tanto, hasta Cristo Jesús el
orbe entero permanecía bajo la injusticia y, en consecuencia, bajo la “Ira y
la Cólera” de Yahveh, términos bíblicos que manifiestan la ausencia de una
Reconciliación absoluta entre Dios y el hombre.
En contra de la concepción tradicional, esta “Ira” de Yahveh no sólo
afecta al extranjero por el hecho de no pertenecer al pueblo de Israel, sino
también al judío, que se cree “automáticamente” salvado y justificado por
una observancia que le distingue del resto de la humanidad. La situación de
injusticia empaña, pues, a todo hombre (1, 18); todos son iguales incluso en
este terreno, porque ser pecador o no, nada tiene que ver con el lugar de
nacimiento y la idiosincrasia (2, 12-16); en consecuencia, la circuncisión y la
Ley, por sí mismas, no ponen al judío al cubierto de nada; incluso afirma que
la misma Ley condena al que presume de ella, pero no hace lo que enseña (2,
17-24) La circuncisión, entonces, es inútil (2, 25-29)
Con estos presupuestos aborda un nuevo capítulo (3, 1-8), insistiendo en
la permanencia de la elección por parte de Dios, siempre fiel; en contraste con
la infidelidad del hombre, que disuelve dicha elección.
La injusticia es, pues, universal afectando no sólo a los que no
pertenecen a Israel sino a todos, quedando igualados y englobados en un mismo ámbito.
Pero a ésta situación, que sería la consagración de la fatalidad, se opone
la Plenitud de la Revelación en el hombre Cristo Jesús, y su acontecimiento.
Con él y su muerte, la Pascua, tiene lugar la Justificación
universal del “injusto”, es decir, del “no-conocido”, del “pecador”
en resumen, de todo hombre cualquiera que sea su circunstancia (3, 21-5,21) En
consecuencia, la virtualidad de la Pascua ha dejado absoleta la antigua revelación
de la “Ira de Yahveh” sobre todos los hombres, retenidos en el ámbito de la
injusticia o pecado; e implantada la Revelación de la “Justicia de salvación”
para todo el que cree (1, 17) sin distinción; lo afirma categóricamente en 3,
21-26 y se hace valer en 3, 27-31.
Comentario al encabezamiento (1, 1-7)
En el versículo 2 subraya que el Evangelio es la Revelación de la
Promesa que atraviesa todo el A.T., asi que existe una correspondencia total
entre acontecimiento de Crísto y Escrituras. La misma idea se refleja en otras
cartas y autores del N.T.; por tanto las Escrituras constituyen el sustrato del
N.T., y éste aparece a raíz del acontecimiento fundamental y decisivo de su
Muerte y Resurrección. El versículo 3 hace referencia al “motivo” que
origina el N.T.; esencialmente cristológico, centro y punto de partida,
presentación de la identidad de aquél que es el protagonista del mismo.
Pablo parte de la experiencia y de la historia, de la realidad fáctica
de un tal Jesús de Nazaret, para remontarse y culminar en el acontecimiento, a
la vez histórico y de fe, de su Resurrección; responsable de una nueva visión
de la realidad, y que descubre y corrobora otra faceta decisiva de la
personalidad del hombre Jesús como Hijo de Dios. Tal acontecimiento constituye
el núcleo,- el Kerigma-, de una tradición de pocos años, recogida y
desplegada muy inteligentemente por Pablo, hasta el punto de conocerse como
“inspirada”.
Acción de gracias, petición y enunciado del
contenido de la carta.
El acontecimiento induce una actitud de agradecimiento, que terminará
institucionalizándose; es la gratitud apropiada al don recibido de la fe, que
posteriormente ilustrará. Un don que no se posee, si no que se recibe, y de ahí
el gesto de petición para, posteriormente, introducirse de lleno en el meollo
de la Nueva Doctrina.
Acontecimiento y Evangelio dignifican a todos los hombres sin distinción,
haciendo desaparecer las diferencias, sobretodo en el nuevo estado de Justicia
Universal. La razón no es otra que, en Cristo Jesús y por él, el hombre ha
triunfado sobre la fatalidad y las fuerzas oscuras; gran Noticia para todos sin
excepción, de ahí que Pablo quiera llevarla a Roma, el centro del mundo, la
cuna del poder y la cultura, la confluencia de todas las filosofías, para dar a
conocer su contenido novedoso: la Revelación de la Justicia de Dios, y sin
calcular consecuencias; sencillamente es Apóstol del Resucitado (1, 5) y es
consciente de que anunciar la Resurrección en un entorno filosófico y cultural
como el de entonces es como para echarse a reir. Sabe que está representando
algo que no se ajusta a los intereses y criterios utilizados en tal entorno (12,
2), de ahí las descalificaciones de locura o escándalo (Cf. 1 Cor 1, 22) hasta
llegar a la persecución (¡ Tes 2, 14-16) porque, a diferencia del concepto
helenista (véase la Mitologia) donde los dioses y los héroes se manifiestan a
través de su fuerza y prodigios, fruto de la imaginación, la Fuerza de Yahveh
se demuestra a lo largo de la historia a través de sus acciones que culminan
con la Resurrección. Por eso, enfrentándose a la opinión pública, Pablo
habla de no avergonzarse del Evangelio como fuerza de Dios que arrastra a la
salvación. Por ésta se entiende repercusión, no sólo presente, sino también
escatológica, del poder de la Resurrección que, por otra parte, condensa y
culmina el cumplimiento de todas las promesas (1 Cor 6, 14, etc.) y así, la
Fuerza creadora de Dios que en su momento se manifestó llamando de la nada al
ser (Cf. Gn 1,1 ss.), ahora se manifiesta sacando de la muerte la Vida:
“Resucita a los muertos y llama al ser a los que no son” (Rm 4, 17)
De este modo la fuerza convincente del Evangelio no se basa en retórica
sino en la eficaz Palabra de Dios, aquella misma que, a través de los profetas,
nunca quedaba baldía. Las filosofías también buscaban la salvación, pero por
sí mismas y en función del pensamiento e influencias: epicúreos, platónicos,
peripatéticos, etc; en cualquier caso autosalvación, (¡y esto ha
influido en no pocos ambientes cristianos¡);el “rescate” por la
inteligencia humana es uno de los sucedáneos de la salvación escatológica. El
ambiente, pues, era propicio para escuchar la novedad de Pablo pero no para
asimilarla.
En el Evangelio se revela la Justicia de Dios, de fe en fe. Quiere decir
que la actuación salvífica-escatológica de Dios a través de su fuerza, es la
Justificación al alcance de todo el que cree; y la Justificación procede de
Cristo Jesús, que murió por los impíos, es decir, los injustos, es decir,
todos. Así, frente a la justificación por las obras (= justo según el
limitado criterio humano) se erige la fe pascual que, a modo de oferta, alcanza
a todo hombre en la condición que sea (Rm 4, 5)
“En
esto hemos conocido el amor de Dios, en que Cristo murió por los injustos, de
los cuales yo soy el primero.”
Cuerpo
de la carta (1,18-5,21)
Aquí desarrolla el contenido de esa Justicia, para lo cual hace el
planteamiento ya mencionado de que todo el mundo se encuentra en situación de in-justicia,
es decir, bajo la antigua “cólera” de Yahveh manifestada como abandono a
las fuerzas oscuras y a la fatalidad, siendo ésta la situación real de todos
los hombres ante Dios, la de no- conocidos, que afecta incluso al cosmos. Esta
realidad ha sido eliminada por la iniciativa salvífica de la Justicia que
procede de la muerte expiatoria de Cristo por la cual, frente al juicio de la
Ley, que señala a todos como pecadores y bajo el régimen de “Ira” de
Yahveh, sin ninguna otra virtualidad, se levanta la Justificación, y su
repercusión escatológica, en virtud de la fe en Jesucristo (Rm 5, 1-11). La
historia de perdición, por fin, se troca en historia de salvación.
Descripción
de la “Cólera” de Dios en cuanto a los paganos
Una vez planteada la cuestión en forma de tesis, antítesis y síntesis,
Pablo comienza a describir las consecuencias de dicha historia de perdición,
primero en lo que se refiere a los gentiles o paganos. En realidad denuncia la
corrupción de un imperio y su correspondiente decadencia; abandonados a sus
propios criterios según los cuales, ni siquiera por analogía han querido
conocer a Dios, esto es por revelación natural, remontándose del mundo creado
al Creador, han optado por el uso desordenado de los bienes creados
desencadenando una in-justicia
caracterizada por la perversión de las posibilidades abiertas por el Creador; y
naturalmente recurre a su sustrato cultural bíblico:
“Vanos
son por naturaleza los hombres que ignoran a Dios, e incapaces de conocerle a
partir de las cosas visibles hicieron dioses al fuego, al viento, al aire leve,
a las órbitas astrales, al agua impetuosa, a las lumbreras celestes, regidoras
del mundo. Si, fascinados por su hermosura, los creyeron dioses, sepan cuánto
les aventaja su Dueño, pues los creó el autor de la belleza, y si los asombró
su poder y actividad, calculen cuánto más poderoso es quien los hizo; pues,
por la magnitud y belleza de las criaturas, se descubre por analogía al que les
dio el ser.” (Sap 13, 1-6)
Con cierto alarde retórico enumera las consecuencias de dicha
in-justicia,
que
revierte en el hombre, ignorante de sí e ignorante de la “Cólera” de Dios
operante en forma de abandono a sus propias solicitudes; toda una crítica a la
exacerbada cultura helenística del cuerpo con su postura libre frente al
desnudismo, la pederastía, etc., que al revertir sobre sí mismo, la
experimenta como fracaso, y termina por convertirse en animal desdichado.
La
Cólera de Dios en cuanto a los judíos
Pablo ha descrito el pecado de los hombres al estilo de un judío más,
acostumbrado a inculpar al pagano mientras él se cree a salvo en virtud del
privilegio de Israel. Pero a continuación demuestra que también el judío se
encuentra bajo el mismo juicio, pues la posesión de la Ley no es privilegio
sino servidumbre. Por eso, a pesar de la Ley, de la circuncisión y de las
promesas, el judío peca “por arriba”, es decir, refiriendo a otros lo que a
sí mismo no se atribuye, desautorizando con sus actitudes aquello que pretende
defender como privilegio.
Conclusión
a la primera parte (3, 9-20)
Pablo concluye el largo desarrollo de la tesis inicial. En efecto, el
mundo y el hombre en su conjunto, quien quiera que sea, está encerrado en el
estrecho marco del pecado, abocado a la autodestrucción y al sin sentido, sin
remedio, con lo que aparecen los síntomas de desesperación y de muerte; ni
siquiera la Ley salva pues no tiene el poder de rehabilitación, sólo se limita
a la denuncia y control, en lo posible, de las fuerzas oscuras que domeñan al
hombre.
“L`etre et le neànt”, la obra de J. P. Sartre, dentro del existencialismo más rabiosamente ateo, puede ilustrar este estado de cosas cuando no hay nada más; el hombre es sólo un ser para la muerte.