TODO ESTÁ CUMPLIDO


Hace poco tiempo sacudió al mundo una noticia. Un instituto de investigaciones privado completó el mapa del genoma humano. Individualizó todos los fragmentos del ADN que forman el bagaje genético de una persona, esos miles de millones de letras, llamadas genes, que componen el alfabeto químico con que está escrita la historia de todo ser que viene a este mundo.

"La ciencia —ha escrito alguien— ha descubierto el programa de fondo de la vida humana, el códice de los códices, el santo Grial, el modelo base del Homo sapiens. Por fin podremos saber qué quiere decir ser hombre". Y añadía: "Después de millones de dólares y millones de horas de trabajo, se levanta el telón sobre lo que nuestros hijos, al mirar hacia atrás, designarán como el siglo del genoma"1. SHARON BEGLEY, Decoding the human body, en "Newsweek",10 abril 2000.

La noticia cayó sobre una tierra impregnada ya de espera y de excitación, debido a las continuas novedades en el campo de la bioética, y aumentó la sensación de encontrarnos en una verdadera encrucijada de la evolución humana, en la línea de llegada a metas nuevas e inimaginables.

En este contexto cae, este año, la celebración de la Pasión del Señor, la Pascua del Gran Jubileo, la primera Pascua del milenio. Desde hace dos mil años, esa celebración viene afrontando los acontecimientos y las situaciones del momento, sin echarse nunca atrás. Y tampoco lo hace en esta ocasión.

"Jesús —ha escrito un poeta cristiano— no nos ha dejado palabras muertas, para que las encerremos en pequeñas (o en grandes) cajas o las conservemos en aceite... Las palabras vivas sólo pueden conservarse vivas... Y de nosotros, enfermos y carnales, depende hacer vivir y alimentar y mantener vivas en el tiempo aquellas palabras pronunciadas vivas en el tiempo... A nosotros nos corresponde y de nosotros depende hacer que se entienda por los siglos de los siglos la palabra del Hijo de Dios"2. CH. Péguy, El pórtico del misterio de la segunda virtud (Ouvres poétiques complétes, París, 1975, pp. 588s).

Los ritos y los textos del Viernes Santo se repiten inmutables año tras año, pero nunca se convertirán en "latas de conserva", porque ellos son el ambiente vital que mantiene viva la palabra de Dios.

 

¿Qué tiene que decir, acerca de la situación que acabamos de evocar, el misterio que estamos celebrando? Para descubrirlo, vamos a acudir a las palabras que hemos escuchado: "Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: Todo está cumplido. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu" (Jn 19,30)."¡Todo está cumplido!" Basta esta palabra para iluminar todo el misterio del Calvario. ¿Qué es lo que está cumplido? En primer lugar, la vida terrena de Jesús, la obra que el Padre le confié para que la cumpliera (cf Jn 4,34; 5,36; 17,4). "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amé hasta el extremo" (Jn 13,1). "Extremo" en griego se dice telos: palabra ésta que aparece, en forma de verbo, en el grito de Cristo: Tetelestai, todo está cumplido. Se ha llevado a cabo la prueba suprema de su amor.

Se han cumplido también las Escrituras. La del siervo sufriente, la del cordero pascual, la del inocente asesinado, la del nuevo templo que vio Ezequiel, de cuyo lado derecho manaba un río de aguas vivas (cf Ez 47,lss). Pero no es que se haya cumplido tal o cual punto de las Escrituras: se ha cumplido, en bloque, todo el Antiguo Testamento. No analítica, sino sintéticamente, en su sustancia. El Cordero, al morir, abre el libro sellado con siete sellos (Ap 5,1 ss) y revela el sentido último del plan de Dios. "Ésta es la página que, al volverla, todo lo ilumina, como aquella gran hoja ilustrada del Misal, al comienzo del Canon. Ahí está, resplandeciente y pintada en rojo, la gran página que divide los dos Testamentos. Se abren a una todas las puertas, se disipan todas las oposiciones, se resuelven todas las contradicciones"3. P. CLAUDEI , Le poéte et la Bible, París, Gallimard, 1998, p. 729.

 

La página que divide los dos Testamentos y también la que los une; un Testamento ilumina al otro. Nada queda abolido, todo está cumplido.

Al llevar a término las cosas, Cristo opera una superación: hace que den un salto cualitativo. Ocurre como con la consagración eucarística: a partir de ese instante, el pan ya no es sólo pan, se ha convertido en otra cosa. También el antiguo Pacto, a partir del momento de la muerte de Cristo se convierte en la "alianza nueva y eterna"; la letra se convierte en Espíritu4. Cf H. DE LUBAC, Exégése médiévale, 1, 1, París, 1959, pp. 318-322.

 

"Lo antiguo ha sido sustituido por lo nuevo, la ley por la gracia, la figura por la realidad, el cordero por el Hijo, el hombre por Dios"5. MELITÓN DE SARDES, Sobre la Pascua, 7 (Sch 23, p. 64).

 

Pero no es solamente esto lo que está cumplido. El misterio pascual de Cristo se sitúa en la línea de la historia de Israel, pero la supera, la dilata en demasía. No cumple las esperanzas de un solo pueblo, sino, mediante éstas, las de todos los pueblos y las de todos los hombres.

Los hombres, al querer independizarse de Dios, se han encerrado en el odio y en la muerte. Están en una situación en la que el amor del Padre ya no puede habitar en ellos. Para llegar hasta ellos en esa situación, el Hijo de Dios se hace hombre. Sufre de una manera atroz y muere violentamente a fin de que el sufrimiento y la muerte de los seres humanos puedan, desde entonces, ser habitados por el amor del Padre. Muchos han muerto antes y después de Cristo, pero nadie ha dado nunca a la propia muerte el valor de adhesión total y absoluta al amor del Padre que Jesús le dio a la suya.

Con esa ofrenda de amor filial y de serena aceptación, cambió por completo el sentido de la muerte en dirección a la vida verdadera. Es un puente, no un abismo. Cuando el hombre caiga en el pecado y en la muerte, se encontrará con que, allí también, lo está esperando el mismo que lo ha creado. ¡Qué bien se entiende así el himno que entona san Pablo al amor victorioso de Dios! "Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rm 8,38-39).

Cristo ha completado también otro "mapa": el del destino humano. Pilato enunció, sin saberlo, una gran verdad cuando, señalando a Jesús, dijo: Ecce homo!, "¡Aquí tenéis al hombre!"

Jesús no ha explorado únicamente esos dos abismos del destino humano que son el pecado y la muerte, sino también el abismo de la derrota, del fracaso, de la frustración. Aquel Viernes de parasceve, el Calvario se parecía a un escenario en el que hay que bajar a toda prisa el telón tras un estrepitoso fracaso. El sonido del Shofar está a punto de anunciar el comienzo del descanso festivo. Apresuradamente, y ante los ojos de la Madre, José de Arimatea y sus hombres desclavan del madero las manos de Jesús, le ungen el cuerpo con aceite, lo envuelven en una sábana y, llevándolo en unas parihuelas, desaparecen en la oscuridad, mientras las mujeres los siguen llorando. La colina se ha quedado vacía y silenciosa, como se quedarán esta tarde los altares de nuestras iglesias.

Así concluyó la primera liturgia de Viernes Santo. Pero desde que el mayor fracaso de la historia se convirtió en la victoria más bella, más pura, más recordada entre los hombres, la misma derrota ha cambiado de sentido. Desde entonces, puede ser el lugar privilegiado donde descubrir el verdadero sentido de la vida, la verdadera grandeza de la persona humana y, sobre todo, el amor del Padre a los pequeños y a los pobres. El Santo Padre, hablando a los jóvenes al pie del Monte de la Bienaventuranzas en su viaje a Tierra Santa, les decía: "Jesús exalta a los que el mundo suele considerar débiles. Y les dice: Dichosos vosotros, los que parecéis perdedores, porque sois los verdaderos vencedores"6. En "L’Osservatore Romano", 25 marzo 2000, p. 5.

 

¡Qué mensaje de redención para la inmensa hilera de los perdedores, de los postergados, de los pobres, de los arrollados por la vida o por los acontecimientos, de aquellos a los que no les ha llegado la menor noticia sobre el genoma humano, o, si les ha llegado, los ha encontrado atrapados por otros problemas más serios como para ocuparse de ella! ¡Qué esperanza para todos nosotros, dado que, antes o después, todos perteneceremos a la categoría de los perdedores!

No existe contradicción entre los dos mapas, el de los científicos y el de Cristo. Se refieren a dos planos distintos del mismo edificio. Ninguno de los dos invalida al otro. Los creyentes no pueden por menos de alegrarse con todos los hombres con cada descubrimiento que prometa mejorar las condiciones de vida en la tierra. Esto es lo que Dios pretendía cuando dijo: "Multiplicaos y someted la tierra" (cf Gn 1,28). Dominad, modelad el mundo y a vosotros mismos. Yo soy el Ens a se, el Ser que se hace a sí mismo, y quiero que también vosotros participéis de mi dignidad, haciéndoos a vosotros mismos, modelando y perfeccionando, con la inteligencia que os he dado, vuestra propia naturaleza, respetando mi voluntad y reverenciando mi nombre. Esto es lo que significa "a mi imagen y semejanza".

Y sin embargo, no podemos entregarnos a la euforia del momento. Los recientes descubrimientos en el campo de la vida humana se muestran ambiguos y abiertos a desarrollos contradictorios. Abren nuevas posibilidades para conocer la causa de muchas enfermedades y de prevenirlas; pero plantean también "inquietantes interrogantes morales" que ni siquiera los más ardientes partidarios de la ciencia se atreven a ocultar. El hombre no renunciará fácilmente a jugar a ser Dios y a decidir él mismo sobre todo: sobre quién debe nacer y quién no, y hasta sobre el color del cabello de los que van a nacer, para no hablar de otras cosas. Ya existen casos de personas a las que se despide del trabajo, o a las que no se les renueva el seguro de vida, porque se ha descubierto que, entre sus genes, hay uno que podría dar origen a una grave enfermedad. Y esto no es más que un anticipo de lo que podría suceder.

Pero lo mismo que desconocemos los desengaños del pasado, desconocemos también los peligros del presente. Creemos que, al menos en esto, la humanidad será lo suficientemente sabia como para administrar bien sus descubrimientos. El hombre conoce las causas de sus enfermedades y puede prevenirlas, conoce las leyes biológicas y las explota en su provecho... ¿Y después? ¿Bastará todo eso para ser felices? Entonces ¿por qué tantos suicidios entre la gente que tiene ya todo eso, que está sana, que es guapa y rica? ¿Qué es lo que podrá impedir a esos dos espectros del "aburrimiento" y de la "náusea", que tan bien conocen los hombres del mundo de la cultura, vagar cada vez más por el mundo? Los antiguos pensaban que la mayor necedad consistía en propter vitam rationes perdere vivendi: perder, por amor a la vida, las razones para vivir. "¿De qué le sirve vivir bien al que no puede vivir para siempre?", Quid prodest bene vivere cuí non datur semper vivere?7 SAN AGUSTÍN, In Johannem, 45, 2.


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Cristo, con su vida, muerte y resurrección, nos ha revelado el sentido último de la vida humana. Y nos lo ha revelado, no en un laboratorio o con fórmulas elaboradas desde la mesa de un despacho, sino viviéndolo, poniéndolo por obra. Y el sentido último es éste: acoger en la propia persona el amor del Padre, como lo acogió Jesús, y hacer circular ese amor por el mundo, brindándolo a los hermanos.

Padres, hermanos, hermanas: me atrevo a gritaros a vosotros lo que antes me he gritado a mí mismo. ¡Basta ya de medias tintas! No sigamos perdiendo el tiempo. Entreguémonos a hacer realidad el objetivo por el que Cristo murió. Vivamos de tal modo, que también nosotros podamos decir al final: "Todo está cumplido". Aceptemos el sufrimiento. Es la única puerta para introducirnos en la cruz de Cristo y no quedarnos fuera, como meros espectadores. Todas las demás vías -el arte, la teología, los razonamientos, el sentimiento- son como observar desde la portilla de un barco la vida que se desarrolla en los fondos marinos; que nada tiene que ver con el sumergirse allá adentro y formar parte de ellos... De todo esto surge también otra conclusión: que no podemos renunciar a Cristo; que no podemos relativizar7 la importancia de su redención; que no podemos sustraerle ninguna parte de la humanidad, pasada, presente o futura. Sencillamente, no tenemos derecho a hacerlo. No podemos dejar de anunciar el Evangelio a toda la creación. "¡Cristo es el mismo ayer y hoy y siempre!".

Lo que debe abandonarse no es el anuncio de la cruz, sino, en todo caso, ciertas formas equivocadas de hacerlo en el pasado. Presentarnos ante el mundo como crucificados, no como cruzados. Nadie —aunque tenga otras creencias— podrá sentirse amenazado por Cristo Jesús, cuando se lo anuncia como lo anunció el Papa, a los ojos de todo el mundo, en la semana del 20 al 26 de marzo del Año santo en los lugares de su vida y de su muerte.

A veces no es necesario decir nada, sino tan sólo estar allí, sufrir y amar, mostrando un enorme respeto hacia quien aún no puede creer. La forma más esencial de evangelización es dejar que pueda circular el amor que Cristo vino a implantar en el mundo. Con hechos más que con palabras.

Y esto vale ante todo para los judíos. Hemos perdido el derecho de anunciarles abiertamente a ellos el Evangelio. Sólo nos queda dejar que Cristo se abra camino él solo hacia el corazón de su pueblo. Pero renunciar incluso a desear y a pedir que el pueblo judío reconozca a Jesús de Nazaret como "la gloria de su pueblo, Israel" (Le 2,32) significaría no amar de verdad a Jesús ni a los judíos.


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Entre los relatos cortos del escritor checo Kafka, hay uno que se titula Un mensaje imperial. Empieza así: "El emperador, dicen, te ha mandado a ti, personalmente a ti, miserable súbdito que estás en la más remota lejanía, precisamente a ti, el emperador, desde su lecho de muerte, te ha mandado un mensaje. Hizo ponerse de rodillas al mensajero junto a su lecho y le susurró el mensaje al oído; tan importante era para él ese mensaje, que se lo hizo repetir, a su vez, al oído. Confirmó su exactitud con un ademán de cabeza y despidió al mensajero". F. KAFKA, Eine kaiserliche Botschaft.

La continuación del relato es amargo y pesimista, como todo lo que salió de la pluma de ese escritor. El mensajero lucha en balde por abrirse camino y salir del castillo, de obstruido que está de gente y de escombros. El relato termina con un reflector iluminando al anónimo destinatario del mensaje que, a lo lejos, "está sentado en el alféizar de la ventana, soñando con aquel mensaje, mientras cae la tarde" 8• La espera de un mensaje es todo lo que, al final, queda de la historia.

Yo no puedo leer ese relato sin ver en él un símbolo fuerte del misterio que estamos celebrando, Cristo es el rey moribundo, el Evangelio es el mensaje, los apóstoles son los mensajeros, el hombre de la ventana es la humanidad que sueña con un mensaje como el de Jesucristo.

Uno de esos hombres, que lleva noventa años a esa ventana, ha dejado oír recientemente su grito: "Siempre he estado buscando a Dios y no lo he encontrado. Lo he estado buscando siempre, porque creo que la fe puede dar una fuerza extraordinaria. Pero no me siento responsable ni culpable del hecho de que a mí me haya faltado esa fuerza. Y si encontrase a Dios le preguntaría: ¿Por qué no me has dado la fe?"9. Entrevista a Indro Montanelli, en "II Gazzetino", Sábado 22 enero 2000, p. 11.

Yo quisiera contestar a esta persona y a tantos otros que se encuentran en su misma situación: tal vez Dios no te ha dado la fe para que lo ayudases a purificar la fe de quien tenía que anunciarla y a hacerle sentir la responsabilidad y la urgencia de hacerlo. Pero tú conoces la respuesta que recibieron hombres corno Agustín y Pascal que le hicieron a Dios la misma pregunta: "Tú no me buscarías si no me hubieses ya encontrado"10. "¡Si yo no te hubiese ya encontrado!". Desear sin creer puede ser una fe más pura que creer sin desear, dándolo todo por descontado.

Quiera Dios que a esta humanidad que espera, le llegue, por los canales misteriosos que sólo el Espíritu conoce, el grito que esta tarde hemos escuchado: Todo está cumplido. Tetelestai. Consummatum est.

 

10 B. PASCAL, Pensamientos, 553; SAN AGUSTÍN, I)iscursos 34 2.5 (CCL 41, pp. 424.426) (‘Quid eligimus, nisi prius eligamur?", "Non potestis amare me, nisi habueritis me"); SAN BERNARDO, De dii. Deo, 22 ("Nemo qumrere te valet, nisi qui prius invenerit").