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CUARESMA TEXTOS

 

1. CUA/CV

La cuaresma es tiempo de conversión: pero, ojo, no nos engañemos: la cuaresma es, ante todo, tiempo de gracia; la conversión es una inmersión en el eterno designio de Dios. No se trata tanto de hacer un esfuerzo cuanto de descubrir lo que ya somos, por la gracia. La cuaresma es un tiempo bautismal: toda la Iglesia vuelve a "zambullirse" en Cristo. Si es verdad que ya nos ha liberado, no lo es menos que nos hará libres.

La conversión cuaresmal no tiene otra razón de ser que la de llegar a ser por la gracia lo que ya somos por carácter.

Es decir, se nos invita a redescubrir nuestras raíces o, mejor, "nuestra raíz", pues nuestra raíz permanente en este mundo es Jesús, muerto y resucitado, que no cesa de germinar en la tierra de los hombres. Esta raíz permanente es obra del Espíritu, que nos hace capaces de entrar en comunión con el Dios de amor y de vida.

El bautismo es un acto único en la vida del creyente que le permite unirse a ese otro acto único que, en la historia, marca el advenimiento de los últimos tiempos, la muerte y resurrección de Jesús. Lo que aconteció en Jesús se hace realidad en cada hombre. "Nuestro hombre viejo, escribió Pablo, fue crucificado con él". La grandeza del bautismo consiste en que nos integra en el compromiso adquirido por Cristo, muerto y resucitado, de cara a la vida nueva. Así, poco a poco, se desvela el sentido de nuestra historia.

Las limitaciones que experimentamos y que nos acortan no son únicamente las de nuestra condición humana, sino más bien las de nuestra condición humana "disminuida". El pecado nos sitia, pero, cuando tratamos de romper su cerco, nos hacemos "capaces" de Dios. Ya está el Espíritu "trabajándonos". Hombre pecador y salvado: ése es el misterio de nuestra vida.

Porque Cristo resucitó, la última palabra sobre nuestra vida no es el pecado, sino la salvación. El bautismo no da una significación moral a nuestra vida (purificada del pecado), sino que le confiere un alcance escatológico. "Ese mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios" (Rom 8, 16).

"La muerte y resurrección de Cristo es, cristiano, tu propio misterio", decía Agustín-san. Sumergidos en el agua, hemos nacido de nuevo. La conversión bautismal nos vuelve hacia el futuro, que para Dios es ya nuestra realidad. La conversión, como el bautismo, sólo puede vivirse en la esperanza.

 DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 75


2. CUA/LIBERACIÓN

"Ve, yo te envío a Faraón, para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto" (Ex/03/10).

"La cuaresma es como un extenso sacramento, en el que la Iglesia hace pasar ante si misma todo el misterio de la vida humana... "Es un tiempo oportuno, favorable", en el que la Iglesia hace un alto en el camino para revisar, reflexionar, corregir, enderezar... Es además el gran símbolo de la liberación social.

La salvación que Dios ofrece en el camino de la vida es una liberación. Eso fue la Pascua de Israel. Hacia la liberación caminó Jesús... Por conseguir esta liberación, gimen las criaturas esclavizadas".

Misal de la Comunidad


3. ECCLESIA 2672/07

1.CUARESMA EN UN TIEMPO DE CRISIS Bernardo ·VELADO-B GRANA (delegado de Liturgia de la diócesis de Astorga)

ENTRAMOS en la Cuaresma por el severo pórtico de la ceniza en la cabeza, con la grave advertencia de la copla manriqueña "recuerde el alma dormida", incorporada al Oficio como himno, y con la invitación apremiante y sintética: "Convertíos y creed el Evangelio" (Mc 1, 15).

-Camino hacia la Pascua

La celebración de la Cuaresma -tiempo fuerte y privilegiado, si los hay, en el Año Cristiano, escuela de vida- escalamos la montaña sagrada de la Pascua. Por eso lo más importante de la Cuaresma es la Pascua a la que está orientada, de la que es iniciación mistagógica y esmerada preparación, enriquecida con la experiencia secular de la Iglesia, en esforzada peregrinación comunitaria.

En este tiempo de gracia, los catecúmenos, especialmente en tierras de misión, se preparan intensamente para los sacramentos de la iniciación cristiana. Y con ellos toda la Iglesia se hace catecúmena, escucha más asiduamente la Palabra de Dios siempre nueva, y mediante la penitencia renueva públicamente su profesión de fe y sus promesas bautismales.

Los cuarenta dïas de nuestro desierto, como Jesús, con la carga simbólica de los cuarenta años de la travesía por el desierto hacia la tierra prometida, y con los interminables y nostálgicos del destierro en Babilonia, están vivificados y presididos por el dinamismo pascual de la cincuentena que los polariza. No sólo los supera en un domingo de cincuenta días, sino que los incorpora en la unidad superior de noventa dlas desde Ceniza a Pentecostés.

Ni hay resurrección sin cruz, ni Cuaresma sin Pascua. Seríamos los cristianos los más desgraciados de todos los hombres, como escribía Pablo, en la hipótesis absurda e impensable de que Cristo no hubiera resucitado. Más incoherente sería que las prácticas cuaresmales se desviaran por otros derroteros, todo lo nobles que se quiera, y perdieran el norte, cerrados en sí mismos como un estéril masoquismo. Y hemos de confesar que no pocas veces ocurre así. Tan cansados hemos llegado al Triduo Pascual de la Muerte y Resurrección de Cristo, cuya celebración culmina en la Vigilia, que ya quedamos sin alientos para celebrarla como se merece y para seguir en la Pascua de la Cincuentena. Esta sigue siendo asignatura pendiente aún para muchos cristianos que han intentado vivir a fondo la Semana Mayor.

Si la Cuaresma es ante todo mistagogia iniciadora al Misterio Pascual, ese acontecimiento irrepetible y siempre actualizado en la Liturgia cristiana dará con su creciente vivencia la medida en que aceptamos la pedagogía maternal de la Iglesia que cada año, en espiral envolvente de profundización, nos introduce más y más en el misterio

-El "paso" de Cristo y nuestro paso

Cristo va con nosotros en este camino. Es el protagonista. Con él subimos a Jerusalén para hacer nuestro su paso de la muerte a la vida. La hazaña pascual es cumbre de toda la historia de la salvación, en la plenitud de los tiempos hace casi dos mil años. Pero no pasa él solo, siendo como es Redentor de todos. Porque entonces es justamente cuando queda inaugurado el Misterio Pascual que se renueva y actualiza en cada celebración de la Iglesia.

La comunidad se encuentra con Jesucristo Resucitado en la Pascua semanal todos los domingos, ya desde la época apostólica. Y cada año revive la experiencia pascual del Bautismo incorporandose a Cristo muerto y resucitado pasando de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia, de la tentación y debilidad a la fuerza y la victoria, de la enfermedad a la salud, de la muerte a la vida, "de este mundo al Padre".

La Pascua es a la vez primicia y profecía de la renovación universal; un arquetipo, un gesto ejemplar y paradigmático. La Pascua sigue creciendo ofrecida, aceptada y vivida por todas las generaciones. El volcán está en erupción inagotable y su fuego divino y renovador se extiende más y más por todo el universo. Los sacramentos, principalmente la Penitencia y la Eucaristia, actualizan el acontecimiento único de la Pascua en el que Dios sigue actuando para transformar la vida de los creyentes.

Entre los signos más expresivos de la Cuaresma están el desierto donde la soledad florece como un lirio: el lugar elegido por el Señor para mostrar el amor a su pueblo ("lo llevaré al desierto"); la montaña sagrada propicia a las teofanías; la alianza siempre renovada y fiel; el agua viva, la luz y la resurrección.

-En un tiempo de crisis Nuestra Cuaresma 1994 atraviesa el desierto en unas coordenadas vitales fuertemente marcadas por la crisis.

La austeridad voluntariamente elegida, un tanto deportiva y ligera de equipaje, haciendo mucho más que de la necesidad virtud, puede abrir luminosas perspectivas al túnel que atravesamos, descubriendo los valores del ser y del compartir.

En nuestro querido mundo del Norte y del Sur, las carencias más elementales y sangrantes, señaladas, denunciadas y catalogadas por sociólogos y pastores, están siendo agravadas hasta el escándalo por el tufo venenoso y contaminante de la corrupción, el consumismo y la insolidaridad.

La penitencia evangélica, siempre necesaria para participar con el alma purificada en los misterios pascuales; las mismas prácticas externas de cada uno y de la comunidad entera, han de brotar de la conversión del corazón y se han de orientar al amor de Dios y al bien de los hermanos.

El mensaje de Juan Pablo ll para la Cuaresma 94, centrado en los dolorosos sufrimientos y carencias de las familias, desgarradas por los flagelos del planeta, nos lo recuerda con las palabras terminantes de su predecesor León Magno, que supo guiar la comunidad de Roma y de la Iglesia en una época de tremendas crisis: "EI ayuno de los ricos ha de convertirse en alimento para los pobres". Lo que cada uno sustrae a sus placeres, lo dé a favor de los débiles y pobres.

No es paradójico intentar descubrir lo que tiene de positivo, vital y luminoso, aun dentro de la crisis generalizada, este tiempo cuaresmal que algunos suelen ver seco, duro, negativo y desalentador. La renuncia y la austeridad enriquecen al espíritu. La mortificación es poda que rejuvenece el árbol y prepara el alumbramiento de una vida más alta. La liturgia cuaresmal está penetrada de un claro dinamismo de ascensión, progreso y germinaci6n primaveral.

Es verdad que se ensombrece con el color violeta de los ornamentos, con la ausencia del aleluya y el silencio del órgano, con la oración y el llanto, con la exhortación al combate y a la vigilancia en las almenas del espiritu. La Cuaresma nos llama a enfrentarnos con las más duras realidades para transformarlas y superarlas.

"DIES VENIET, DIES TUA" "Se acerca, Señor, tu día en el que todo florece: con su luz y su alegría ya el camino resplandece".


4. AYUNO: Juan Pablo ll, en su mensaje con ocasión de la Cuaresma, que comienza el próximo día 16, asegura que es preciso cambiar los modos de consumo, usando sólo lo esencial para que los demás puedan vivir con dignidad. El Papa afirma que en las "horas dolorosas del presente", no basta con lo superfluo para ayudar a los pobres. Para la Cuaresma, el Papa sugiere "ayunar nuestros deseos de poseer, a veces inmoderados, con el fin de ofrecer a nuestro prójimo aquello de que carece radicalmente". Con frase de San León Magno, añade que "el ayuno de los ricos ha de convertirse en alimento para los pobres". Como en los demás mensajes de este Año Internacional de la Familia, el Pontífice aborda el tema desde la perspectiva de la vida familiar, que es una invitación a compartir, que permite salir del egoísmo. Lo que se aprende en la vida familiar, recuerda el Papa, permanece luego durante toda la existencia. Por eso, "desde la infancia, cada uno está llamado también a hacer experiencia de lo que significa la privación y el ayuno para forjar así su carácter y dominar sus instintos, en particular el de la posesión exclusiva para uno mismo". "Se han de transformar los comportamientos y los modos de consumo, no usando sino lo esencial para que todos puedan vivir con dignidad", añade el Papa. Juan Pablo II añade que «ante los flagelos que afectan al conjunto del planeta, no podemos callar o permanecer pasivos: los cristianos y los hombres de buena voluntad tienen el deber de sostener a familias en dificultades, facilitándoles los medios espirituales y materiales para salir de situaciones frecuentemente trágicas». "Un gran número de familias ha sobrepasado el límite extremo de la pobreza, no tiene ni siquiera lo mínimo para nutrirse y nutrir a los pequeños, para permitirles un crecimiento normal y una educación regular", denuncia el Papa, destacando que el paro "empobrece cada vez a más sectores de la población". «Ello comporta -añade- que muchos jóvenes deambulan por las calles o se refugian en el mundo de las drogas, el alcohol o en la violencia».


5. CUARESMA: 40 DIAS LLAMANDO A LA CONVERSION

CUARESMA es una puerta que nos introduce en el misterio de la Pascua. O un pórtico de 40 puertas. Confluencia de 40 caminos. Espera de 40 días. O 40 días de ejercicios litúrgicos espirituales.

El número 4, seguido de uno o dos ceros, es de los más bíblicos, después del 7. Recordad los días del diluvio, la estancia de los hebreos en Egipto, su marcha por el desierto, la permanencia de Moisés en el Sinaí, el viaje de Elías hacia el Horeb, el ayuno de Cristo en el desierto.

Si la Pascua, el "paso", es el gran salto cualitativo de los cristianos, salto a la libertad y la vida, la Cuaresma es el entrenamiento diario que prepara la forma conveniente. Todos los atletas saben de la necesidad de entrenamiento. La Cuaresma nos ofrece una tabla de 40 ejercicios. Veamos algunos, que es ya tiempo de entrenarse.

AYUNO/CENIZA: El primero es la ceniza. Es un ejercicio de mentalización. Conciencia al hombre de su fragilidad y de sus propios límites. Al que quería ser como Dios, inmortal, se le presenta gráficamente su condición terrena y efímera. El orgullo es un virus destructor. Los titanes, superhombres y constructores de torres de Babel, terminan divididos y confundidos, constatando amargos fracasos y sangrientas derrotas. " ¡Acuérdate, hombre...!".

Sigue después la abstinencia y el ayuno. Es una cura de espiritualidad contra la sensual propensión a consumir y gastar, a tener y acaparar. El mundo no es un gigantesco pecho materno, sino una tarea inacabada. Abstinencia y austeridad. Se trata de tener algo menos, para ser algo más. Superar el hastío y ponerse a crear. Abstinencia y austeridad, para perder grasas nocivas y coger forma, porque el exceso cansa y embota. Abstinencia y austeridad, para poner en práctica parábolas de comunión, consumir menos y compartir más.

DESIERTO/CUA: Típico ejercicio el del desierto. Está muy recomendado contra las epidemias de la masificación, cosificación y manipulación ("come-cocos"). Al desierto, porque vivimos en un mundo de locos, donde la gente corre, chilla, gesticula, se afana sin saber para qué; donde vivimos aturdidos, agitados, angustiados; donde nos sentimos vacíos, divertidos, fugitivos. Al desierto, que es soledad y silencio, que es dureza y esfuerzo, que es concentración. Al desierto, para encontrarnos, para no sentirse "cosa" manipulada, para escapar de todo tipo de tentaciones.

Otro de los ejercicios, el más importante quizá, es la oración. Es remedio para la debilidad; es diálogo del corazón; es profundidad; es paz; es abrirse a la transcendencia; es encuentro con el "otro"; es apertura al infinito.

Podíamos seguir la lista: 14 obras de misericordia, sacramentos, estudio y lectura religiosa, limosnas, trabajos, cruces de muy distintos estilos... Ejercicios variados para caminar ágiles, para saltar con fuerza. El salto es la conversión o el cambio del corazón y de la mente; cambio para ser libre en el amor. Necesitamos la conversión que renueva y rejuvenece, porque las viejas egoistas costumbres nos regalan cada día alguna de sus arrugas.

La Cuaresma es una llamada, un estilo, una preparación. 40 dias después, la gran convocatoria a la olimpiada del amor, a la fiesta mayor de la libertad. 

CARITAS
PARA EL MAYOR DE LOS CAMBIOS
CUARESMA 1983.Pág. 13 s.


6.

El hombre necesita una conversión en sentido profundo. El hombre es un ser en el tiempo, porque, de alguna manera, el tiempo mismo está en él. Hace su vida en el tiempo. Y la hace eligiendo, mediante la opción, en la libertad. Ser libre es elegir. Estamos continuamente eligiendo. No podemos dejar de hacer opciones.

El hombre es el único ser de la creación que puede poseer su vida, el único que puede hacerla como sujeto protagonista. Su conciencia y su libertad le capacitan para poder dar su vida y, anticipándola, optar para construirla de acuerdo con unos valores. Es el momento en que el hombre hace una opción fundamental.

Pero no sólo hay opciones fundamentales. Hay opciones pequeñas, cotidianas, insignificantes, desapercibidas. Sin embargo, todas estas opciones pequeñas están siempre en relación con la opción fundamental, en relación, aunque no sea relación de coherencia. Cuando el hombre proclama ante los demás o ante sí mismo una opción fundamental y luego la contradice a todas las horas en su vida diaria, sabemos que aquella opción fue un espejismo. "Donde está tu tesoro, allí está tu corazón" /Mt/06/21./Lc/12/34. "Obras son amores".

Normalmente, las opciones mínimas de todas las horas nos dan la idea de nuestra verdadera opción fundamental, aunque nunca hayamos hecho explícitamente una tal opción. Dice santo Tomás que analizando profundamente cualquier acto humano podremos ver en él una definición que el hombre da de sí mismo frente a Dios y a la vida eterna. Por eso, dice él, en el primer acto consciente, al alcanzar el uso de razón, el niño -que por eso mismo deja ya de ser tal- se define frente a Dios.

La fe cristiana sólo puede ser una opción fundamental, aunque sea implícitamente. El hombre ha de definirse frente a Dios. Y eso es la conversión. Es el proceso por el cual el hombre, encerrado en los recursos de su propia naturaleza ("en la carne" diría san Pablo) descubre la bondad de Dios que se le ha manifestado en la propia vida y se abre decididamente a ella. El hombre se elige a sí mismo según el plan de Dios o en contra suya. Ser cristiano es reconocer la menesterosidad y el desvalimiento de nuestra propia vida y hacerle sitio a Dios en ella.

El hombre no puede elegir sino según la idea que se ha hecho de lo que quiere llegar a ser. La Iglesia cree qeu sólo en Cristo se le revela al hombre su verdadera posibilidad de llegar a ser. Sólo en Cristo le es posible al hombre no hacer de sí mismo un absurdo, no hacer de sí mismo lo contrario de lo que tiene que ser. Al revelar a Dios, Cristo revela también el misterio del hombre. Cristo nos revela a nosotros mismos. Cristo es aquel a quien todos buscamos a ciegas a caballo de las grandes ansias de ser, de amar, de realización, de pan, de inmortalidad que continuamente nos recorren por dentro.

Por eso, plantearse la conversión cristiana es preguntarse si uno ha elegido alguna vez definitivamente a JC.

Si ha descubierto -él, personalmente él, intransferiblemente él- que en Jesús de Nazaret Dios le ha dado el plano de su ruta, la estrella de su norte, el quinto punto cardinal. Y esto hay que preguntárselo no tanto indagando en la propia historia personal en busca de ese acto intimista y solipsista, sino auscultando la vida diaria, las triviales e insignificantes opciones que entretejen nuestro vivir. Porque nuestra conversión, si fue, si existió, estará debajo de todas ellas. Si mi vida diaria y vulgar no es un trasunto de la de aquel hombre que definimos como el hombre-para-los-demás, si en mi vida dominan todavía la pereza, la cobardía fundamental, la ira amarga, el egoísmo opresor, el aburrimiento y el tedio, no estoy convertido.

Y -¿cómo no?- hay que desguazar el concepto de conversión de todas sus escorias individualistas. La conversión no es un acto espiritual-intimista, sino el acto por el que se pone en práctica la conformidad con el contenido de la fe cristiana. No hay que referirla principalmente al individuo, sino a la praxis de transformación del mundo y de construcción del Reino de Dios. El mandamiento del amor se traduce en el mandamiento de la transformación del mundo y de la provocación del Reino. Una interpretación exclusivamente individualista del concepto de conversión ha coincidido siempre con el quietismo social.

La finalidad de la conversión es hacer de un hombre un discípulo de Xto. Y convertirse en discípulo no significa realizar un acto individualista, sino pasar a formar parte de aquellos que sirven a Xto. Y el nexo que une a éstos no es una fe individual, sino el servicio a que se sienten llamados.

Convertirse es, pues, participar en el dinamismo de la acción divina y transformadora del mundo, provocadora del Reino. Muchas preguntas para hacerse en comunidad y personalmente.

DABAR 1976/19


7. NUMEROS.CUARENTA. (NU/000040-DIAS)

Los cuarenta días constituyen un dato teológico. Cuarenta años o cuarenta días expresan en la Escritura el tiempo de la prueba y del discernimiento: el proceso de maduración que el corazón del hombre debe hacer en vistas a una opción radical por su Señor.

J. LATORRE
MISA DOMINICAL 1991/04


8. CUARESMA, TIEMPO DE CONVERSION

Hoy se nos anuncia gozosamente que dentro de cuarenta días será la Pascua. Empieza así la cuenta atrás para la gran fiesta cristiana. Es como empezar un viaje hacia la tierra más bonita, el país de la libertad. Habrá que hacer algunos preparativos y añadir algunos esfuerzos, para hacer el viaje convenientemente. Pero hemos de tener siempre los ojos fijos en esa meta, que es el sostén de todas las fiestas y el fundamento de nuestra esperanza, la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, que a su vez es promesa y anticipo de todas nuestras resurrecciones.

Cuaresma es camino hacia la Pascua. Se abre un tiempo de esperanza activa y de preparación exigente. Lo propio de todo caminante o atleta que espera entrar victorioso a la meta. Lo podemos llamar tiempo de conversión.

La conversión no es, desde luego, un conjunto de prácticas ascéticas: vamos a ayunar algo más, vamos a fumar algo menos, vamos a dedicar un poco más de tiempo a la oración y un poco menos a la televisión, vamos a ser más generosos y hacer alguna obra más de caridad, vamos a gastar un poco menos

Tampoco es conversión el esfuerzo por corregir un defecto o progresar en una determinada virtud. Ni es conversión el hacer, como en los ejercicios espirituales, una serie de buenos propósitos, de los que nos iremos olvidando progresivamente. La conversión es algo más radical, la metanoia, cambio de la mente y el corazón, cambio del ser entero. En términos bíblicos es un volver a nacer; es un empezar a ver -ojos nuevos, como los de Saulo-; es un cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne; es un crucificar nuestra vida vieja, clavando en la cruz hasta las raíces del pecado; es un morir con Cristo, para resucitar con él. Sin muerte no hay resurrección; si no nos convertimos, no podemos celebrar la Pascua.

Se comprenderá que una conversión tan de raíz es imposible conseguirla con sólo nuestro esfuerzo. Si eres tú el que te empeñas en convertirte, no terminarás nunca. Es más, cuando crees que progresas es cuando menos avanzas.

Este tema espiritual es muy complicado. Te parece que avanzas en virtud y empiezas a perder en humildad. La santidad no se conquista, se regala. Es algo casi imperceptible, de lo que no te das cuenta, y ahí está su encanto. El que se sabe santo, pierde frescura. El que se «esfuerza» por ser santo, se deshumaniza y desequilibra. El que se cree un santo es el que menos sabe de santidad y de Dios, y, por el contrario, el que se siente un ruin y miserable, «sale del templo justificado». ¡Qué peligrosa la autocomplacencia espiritual! Aquí Prometeo no tiene nada que hacer. Todo será más bien obra de la gracia y del Espíritu. Tú puedes hacer algo por recibir el bautismo de Juan, pero no podrás hacer nada por conseguir el bautismo de fuego y Espíritu. Lavarse es más o menos fácil, pero nacer, nacer, sólo se nace del Espíritu.

Por eso, la verdadera conversión, sin menoscabo de su dimensión libre y responsable, es más pasiva que activa. Tú puedes poner el deseo, la confianza, la apertura -y aun esto es demasiado poner para una pobre criatura-, pero el resto de la conversión es obra de Dios.

No te empeñes tanto en convertirte. Pide que el Señor te convierta. No digas: voy a corregir esto, voy a renunciar a aquello, me voy a convertir a esto otro. Di más bien: Señor, conviérteme; Señor, cambia mi corazón; Señor, transforma mi espíritu.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Pág. 19


9. PT-PUBLICA:

-Metanoia-Conversión

Es sabido que los siete primeros siglos consideraban con tal respeto lo que el hombre había llegado a ser por su bautismo, que concedian una sola vez en la vida la entrada en el régimen penitencial para la reconciliación con Dios mediante el ministerio de la Iglesia. Sólo en el siglo VII los monjes Irlandeses empezaron a dar la absolución en privado y a reiterarla. Nosotros nos escandalizamos un poco de semejante severidad; nos afecta más la misericordia divina infinita, pero estos siglos, sin olvidar la misericordia de Dios, eran muy sensibles a la gracia de divinización otorgada al hombre en su bautismo y sentían dificultades en concebir la posibilidad del pecado en quienes habían logrado una vida nueva.

Fue durante la Cuaresma cuando se organizó el tiempo de reconciliación. El penitente entraba en el "Ordo paenitentiae" el Miércoles de Ceniza. Más tarde, considerándose pecadores todos los cristianos, se generalizó la imposición de la Ceniza. El Jueves Santo, el penitente, después de una expiación que podía durar varios años, era reconciliado solamente con el Señor en la Iglesia. También los textos de esta celebración ampliada en el s. XIII, nos los ha conservado el sacramentario Gelasiano: textos y ritos que hemos conservado hasta la reciente reforma litúrgica. El Jueves Santo pone fin a la Cuaresma; comenzaba entonces el ayuno intra-pascual del Viernes Santo hasta la comunión de la Noche de Pascua.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO
CELEBRAR A JC 3 CUARESMA 
SAL TERRAE SANTANDER 1980.Pág. 44


10. PT-PUBLICA

EI término "Penitencia pública" da lugar a menudo a una doble confusión. En primer término, jamás ha habido confesiones públicas de faltas. Estas se confiesan en secreto al obispo. Esta confesión secreta ha sido siempre obligatoria. Si ocasionalmente la historia nos ofrece el testimonio de ciertas confesiones públicas, no se trata más que de iniciativas personales, signos muy particulares de un profundo arrepentimiento, pero exteriorización no obligatoria en la disciplina penitencial antigua. Además, no debe imaginarse que al lado de esta penitencia llamada pública hubiera otra penitencia privada, sacramental. A excepcion de Irlanda a partir del siglo VII no existe penitencia privada sacramental y reiterada antes del siglo IX. Aunque la confesión es privada, no hay más expiación que la pública de la que no se revela el motivo. La distinción entre los diferentes pecados en cuanto a su gravedad, se deduce menos del análisis del pecado en sí mismo, que de la forma en que debía expiarse. Es grave, mortal, el pecado que exige penitencia canónica, la cual supone la intervención de la Iglesia para la reconciliación. Es leve o venial el que se puede reparar con mortificaciones privadas.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO
CELEBRAR A JC 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 1980.Pág. 202


11. CV/HOY

"EI Señor es compasivo y benevolente, magnánimo y lleno de misericordia", (Sal. 102,8). ¿Quién hay tan magnánimo como él? ¿Quién tan misericordioso? Pecamos y vivimos; acumulamos pecados y se nos prolonga la vida; se blasfema contra él a diario y hace salir el sol sobre buenos y malos (Mt/05/45).

Así, pues, Dios perdonándote en su paciencia te lleva a la penitencia; pero ira aparecerá de repente si tú continúas con la cantinela de cada día: "El día de hoy llega a su fin; mañana volveré a ser como hoy, pues aún no es el último día", y así el día siguiente. Hermano, no tardes en convertirte al Señor. (/Si/05/04-07).

Hay quienes piensan en la conversión, pero la difieren de un día para otro; es la voz del cuervo: "cras, cras", (mañana, mañana). El cuervo enviado desde el arca no regresó (Gn. 8,7). Dios no desea la dilación simbolizada en la voz del cuervo, sino la confesión figurada en el gemido de la paloma. La paloma fue enviada y regresó. ¿Hasta cuándo durará el "cras, cras" (mañana, mañana)? Piensa en el último mañana; como ignoras cuál ha de ser, bástete el haber vivido como pecador hasta hoy. Ya lo oíste y sueles oírlo frecuentemente; también hoy has vuelto a oírlo; al diario oírlo correspondes con un diario no corregirte. Pues "tú conforme a la dureza de tu corazón y a tu corazón impenitente, atesoras ira para el día de la ira y de la manifestación del justo juicio de Dios que recompensará a cada uno de acuerdo con sus obras" (/Rm/02/05-06). No pienses que la misericordia de Dios anula en él la justicia. El Señor es compasivo y benevolente. Lo escucho y me llena de gozo el que digas eso; escucha y continúa tu gozo, porque todavía añadió: magnánimo y lleno de misericordia; mas para acabar dijo. Y veraz. Si te llenaban de gozo aquellas palabras, infúndante temor estas últimas. La misericordia y magnanimidad del Señor no excluyen el que sea veraz. Al estar atesorando ira para el día de la ira, con desprecio de su benignidad, ¿no vas a experimentar su justicia?

SAN Agustín
Coment. Salmo 102


12. SOLEDAD/DESIERTO

-Nuestro verdadero desierto «La verdadera soledad es la morada del hombre; la falsa soledad, el refugio del individualista.

Hay que ir al desierto, no para huir de los demás hombres, sino para hallarlos en Dios. Realmente, no hay soledad más peligrosa que la del hombre perdido en la multitud, que no sabe que está solo, ni funciona tampoco como una persona en medio de una comunidad. El mero vivir en medio de otros hombres no garantiza que vivamos en comunión con ellos, ni siquiera que tengamos comunicación con ellos. ¿Quién tiene menos que comunicar que el hombre masa? Con mucha frecuencia, quien más tiene que decir es el solitario; no es que use muchas palabras, pero cuanto dice es nuevo, sustancial, único. Es propio de él.

El mero vivir solo no aísla al hombre; el vivir en sociedad no provoca la comunión entre los hombres.

No hay verdadera soledad, excepto la soledad interior. Y la soledad interior no es posible para nadie que no acepte el lugar que le corresponde en relación con los demás hombres.

La soledad no es separación».

TOMÁS Merton
Nuevas semillas de contemplación
Ed. Edhasa, pág. 56


13. SÍMBOLOS NU/44 NU/4 NU/400 NU/4000 NU/40:

A los 40 días: un simbolismo clásico

El cuatro y sus múltiplos

En el mundo clásico, el significado simbólico del número cuatro se derivó de los cuatro puntos cardinales y las cuatro direcciones del viento, y también de las cuatro estaciones y de las correspondientes constelaciones: Tauro, Leo, Escorpión y Acuario, que aparecen en la mitología babilónica como poderosas figuras que sostienen el firmamento por sus cuatro esquinas. De ahí que el número cuatro simbolice la totalidad de la tierra y del universo. El AT usa el número cuatro en el sentido tradicional, pero sin las connotaciones astrológicas. El cuatro simboliza así la totalidad y universalidad indeterminada o indefinida, en extensión espacial (los cuatro vientos/los cuatro puntos cardinales); véase Ez 1, 5: «En medio de éstos [los relámpagos] aparecía la figura de cuatro seres vivientes»; 37, 9: «Ven, aliento, desde los cuatro vientos, y sopla en estos cadáveres para que revivan»; Zac 2,10: «Yo os dispersé a los cuatro vientos -dice el Señor-». (...)

Los cuatro ríos del paraíso rodean las cuatro partes de la tierra en Gn 2, 10ss. (...) Un múltiplo de cuatro, en particular «el cuarenta», se usa como número redondo para indicar una totalidad limitada; por ejemplo, una generación o la edad de una persona (Gn 25, 20: «Cuando Isaac cumplió cuarenta años tomó por esposa a Rebeca»); indica repetidamente períodos de tiempo (Gn 7, 4: «Haré llover sobre la tierra cuarenta días con sus noches»); se asocia con largos períodos de sufrimiento y con la duración de fases sucesivas del plan salvador de Dios. Cuarenta años duró la travesía del desierto (Ex 16, 35)...

Cuatrocientos años equivalen a diez generaciones (Gn 15, 13: «Tu des- cendencia... tendrá que servir y sufrir opresión durante cuatrocientos años»). Según estos datos, cuando en los evangelios aparece el número cuatro hay que preguntarse si indica alguna totalidad. Este es el caso de los «cuatro» portadores del paralítico, señalados únicamente por Marcos (Mc 2, 3: «Llegaron llevándole un paralítico transportado entre cuatro»), que representan a la humanidad pagana que vive en el mundo entero. El manto de Jesús, que representa su reinado a través del Espíritu (véase cap. I, S 2), se divide en cuatro partes por estar destinado a la humanidad entera (Jn 19, 23). Lo mismo puede decirse del «cuarenta»: Jesús está en el desierto cuarenta días (Mc 1, 13; Mt 4, 2; Lc 4, 2), en paralelo con los cuarenta años del éxodo de Israel; los «cuarenta días» representan así el tiempo del éxodo de Jesús, es decir, la duración de su vida pública. Después de la resurrección permanece con los discípulos también «cuarenta días», que indican el tiempo en que han de superar la prueba (Hch 1, 3; cf. Dt 8, 2). «Cuatro mil», múltiplo de cuatro, señala que el éxodo liberador significado por el reparto del pan está destinado a toda la humanidad. Así, en Mc 8, 9 par: «Eran unos cuatro mil, y él los despidió»; cf. 8, 20 el número exacto: «Cuando partí los siete [panes] para los cuatro mil».

J. Mateos y F. Camacho
Evangelio, figuras y símbolos


14. ¿QUÉ ES PARA MÍ LA "CUARESMA"?

Es un tiempo propicio para ver

cómo cultivo el amor a Dios, a los hombres, a la naturaleza,

cómo me impongo medidas de autodominio y de solidaridad con los demás,

cómo aprecio los valores y dignidad de las personas, y los valores de las cosas,

cómo supero falsos idealismos, destrono estrellas fugares, trabajo en esperanza,

cómo me dejo impregnar por el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas y no por el afán desmedido del consumismo y ambiciones,

cómo hago de mis convicciones religiosas una vía y compromiso de fidelidades...

Es un tiempo propicio para juzgar

por qué se da en mí tanta flaqueza o tibieza en el amor, que se torna egoísmo,

por qué me concedo excesivos placeres que me turban, por dentro, y me alejan de los hermanos a los que debo ayudar en sus necesidades,

por qué menosprecio a los demás (pobres en dinero, cultura, poder, talentos) y los quiero poner a mi servicio,

por qué acojo demasiadas fantasías, huyo de la realidad exigente y austera, y pretendo que el mundo sea para mí,

por qué rehuyo la reflexión sobre el mensaje de Cristo que me convoca al humanismo y al divinismo de las bienaventuranzas,

por qué me engaño haciendo de mi religión, que debería ser impulso oblativo, como el de Jesús, un interés, un espectáculo, una pantalla que oculta mi verdad...

 

Es un tiempo propicio para actuar y comprometerme

a barrer la tibieza-tristeza en mi vida y hacerme activo en el servicio a los demás,

a vivir con equilibrio interior-exterior, de conciencia responsable, acercándome con buena voluntad a mis hermanos,

a tratar a propios y extraños con delicadeza, respeto, benevolencia, amor y perdón,

a conocer y valorar la cruda realidad de muchas personas, y de la sociedad, y no aislarme en mi castillo interior colmado de ambiciones egoístas..,

a profundizar en el conocimiento de Cristo, de su mensaje, de su cruz, de su salvación, y a no perder el tiempo en bagatelas, superficialidades,

a fusionar religión y vida, saber y creer, celebrar la fe y comprometerme con los demás, como única realidad integral que oriente mi existencia.

Estoy persuadido de que, si lo cumplo, seré feliz; si no lo hago, continuaré inmerso en la mediocridad que nada redime, nada salva, nada engrandece, todo lo entristece.

DOMINICOS


15. CUARESMA

Cuaresma viene del latín «quadragesima dies», el día cuadragésimo antes de Pascua. Es el tiempo de preparación «por el que se asciende al monte santo de la Pascua», como lo describe el Ceremonial de Obispos, n. 249. Empieza el Miércoles de Ceniza y concluye el Jueves Santo por la tarde, antes de la Misa Vespertina de la Cena del Señor, con la que se inaugura el Triduo Pascual.

La Cuaresma se organizó a partir del siglo IV. Su historia anterior no está muy aclarada. Parece ser que el germen original fue el ayuno pascual de dos días, el Viernes y Sábado antes del Domingo de Resurrección, espacio que poco a poco se alargó a una semana, luego a tres, y según las diversas regiones, sobre todo en las de Oriente, como Egipto, hasta las seis semanas o cuarenta días. En Roma ya estaba constituida la Cuaresma entre el año 350 y 380.

A la hora de dar sentido a este período como preparación a la Pascua, influyó ciertamente el simbolismo bíblico del número cuarenta: los episodios de los cuarenta días del diluvio antes de la alianza con Noé, de Moisés y sus cuarenta días en el monte, del pueblo de Israel y sus cuarenta años por el desierto, de Elías caminando cuarenta días hacia el monte del encuentro con Dios, y sobre todo los cuarenta días de Jesús en el desierto antes de empezar su misión mesiánica, tienen de común que este espacio de tiempo sirve de prueba, purificación y preparación de un acontecimiento importante y salvador. «La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al misterio de Jesús en el desierto» (Catecismo de la Iglesia Católica, 540).

La Cuaresma comenzaba originariamente en domingo. Pero más tarde -siglos VI-VII- se acentuó como característica determinante el ayuno, y como los domingos no se ayunaba, se adelantó su inicio al miércoles anterior al primer domingo, el que luego se llamó de ceniza, para que a la Pascua le precedieran cuarenta días de ayuno efectivo. Y todavía se fue anticipando más la preparación con los domingos de Quincuagésima, Sexagésima y Septuagésima, que en la última reforma han quedado suprimidos.

En la liturgia hispano-mozárabe la Cuaresma empieza en el primer domingo con una festiva despedida del Aleluya. La segunda parte, que comienza en el tercer domingo, recibe el nombre de «De Traditione» (la Pasión).

En este contexto de Cuaresma tenía lugar la última etapa del catecumenado: los que se preparaban para bautizarse en la noche pascual, tenían, en estas semanas anteriores, reuniones de oración, escrutinios y exorcismos.

El Concilio Vaticano II encargó expresamente que se acentuaran de la Cuaresma su carácter bautismal y penitencial, «puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia» (Constitución de Liturgia, 109). Ahora «la liturgia cuaresmal prepara para la celebración del misterio pascual tanto a los catecúmenos, haciéndolos pasar por los diversos grados de la iniciación cristiana, como a los fieles que recuerdan el bautismo y hacen penitencia» (Normas Universales del Año Litúrgico y el Calendario, 27).

La nueva ordenación del Calendario, de 1969, prefirió no situar el inicio de la Cuaresma en el primer domingo, que parecía lo más lógico, por la raigambre que a lo largo de los siglos ha tomado el Miércoles de Ceniza.

Las seis semanas de la Cuaresma se dividen en tres etapas, marcadas por los evangelios correspondientes: los dos primeros domingos, con las tentaciones y la transfiguración del Señor; los tres siguientes, con las catequesis bautismales de la samaritana (agua), el ciego (luz) y Lázaro (vida), propias del ciclo A, pero que se pueden seguir cada año, aunque hay otra serie de lecturas para cada ciclo (en el B sobre la cruz y la resurrección, y en el C sobre la conversión y la misericordia de Dios); y finalmente el domingo sexto, llamado de Ramos o de Pasión, que inaugura la Semana Santa.

Las características ambientales y celebrativas de la Cuaresma, ya desde hace siglos, son la ausencia del aleluya en los cantos, la austeridad en el ornato del espacio celebrativo, sin flores ni música instrumental, el color morado de los vestidos del sacerdote (menos en el domingo cuarto, «Laetare», en que puede usarse el color rosa); los escrutinios catecumenales (el Ritual de la iniciación de adultos pone el rito de «elección» para la última etapa catecumenal en el primer domingo de Cuaresma, y a partir de ahí varias reuniones de escrutinios); las misas estacionales en torno al propio obispo, originadas en Roma pero recomendadas para otras iglesias en las que parezcan convenientes; el ejercicio del Via Crucis; la «confesión pascual», la celebración del sacramento de la Reconciliación como preparación inmediata a la Pascua...

J. ALDAZÁBAL
"Vocabulario básico de Liturgia"
MISA DOMINICAL 2000, 4, 6.51