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SECULARIZACIÓN
I/SECULARIZACION
LA secularización del mundo pone en situación crítica a la
institución de la Iglesia. En un mundo de cristiandad la Iglesia podía
existir asentada en numerosas formas institucionales que eran
fácilmente aceptadas. Podía tener escuelas confesionales, hospitales
dirigidos por comunidades religiosas; el obispo tomaba asiento entre
las autoridades civiles, el sacerdote o el pastor eran en parte el jefe
espiritual del pueblo; las fiestas y las liturgias marcaban la vida diaria
del pueblo; el domingo era respetado por todos como un día de
descanso. Esta situación que estamos describiendo de modo
imperfecto, a vuela pluma, permanece aún en buena parte. Pero todo
induce a pensar que el futuro traerá una crítica radical de esta
situación de interpenetración del cristianismo y del mundo. Hay
quienes, incluso dentro de la Iglesia, sobre todo la gente joven que
presiente el porvenir, hacen una severa crítica de la Iglesia como
institución. Es verdad que en esta crítica no falta un poco de
confusión; se mezclan la institución y la organización. Algunos se
declaran contra la institución de la Iglesia porque no ven, por ejemplo,
el fundamento adecuado de la organización parroquial.
Se impone aportar aquí un poco de claridad.
La Iglesia, que es fundamentalmente una comunión, una
comunidad de hombres que creen y confiesan a Cristo, Dios y
Salvador, está necesariamente inmersa en el mundo en el que no
puede por menos de aparecer como una sociedad organizada. De
comunión espiritual pasa a ser constantemente una institución social,
en la medida en que debe organizarse necesariamente para poder
vivir y perdurar en el mundo. La Iglesia es siempre a la vez comunión
e institución, comunidad y sociedad. El vocabulario de la construcción
utilizado por el Nuevo Testamento para designar el desarrollo de la
Iglesia ("Yo edificaré mi Iglesia", dice Cristo) implica una concepción
institucional de la Iglesia desde el momento de su fundación por los
apóstoles.
Pero la secularización del mundo, el hecho de que los hombres
puedan pasarse sin Dios y de que la sociedad humana se desligue
más y más de una situación de cristiandad, todo esto pone en tela de
juicio la institución de la Iglesia en las múltiples formas de organización
que ella ha adoptado en el transcurso de los siglos. Grandes lienzos
de sus muros se resquebrajan y amenazan con derrumbarse. Es
preciso que en esta situación de destrucción amenazante, la Iglesia
sepa discernir desde hoy lo que es fundamental en su estructura de
institución y lo que no es más que accidental, lo que es debido a
situaciones históricas caducadas en las que ella ha debido insertarse
legítimamente.
Se impone a la Iglesia una reflexión lúcida sobre lo que es
absolutamente específico y necesario a su existencia, para que vaya
aprendiendo a desprenderse fácilmente y sin pena de las instituciones
que han sido los instrumentos de su vida y de su misión pretérita, que
corren el peligro de ser barridas en el porvenir y a las que haría muy
mal en apegarse, en una actitud reaccionaria, si realmente estas
instituciones no le son esenciales e incluso podrían llegar a constituir
un handicap molesto para su testimonio en el mundo
contemporáneo.
Este tiempo de críticas y de crisis de las instituciones es también el
tiempo de la búsqueda de lo específico. ¿Qué es lo que hace que la
Iglesia sea la Iglesia querida por Cristo, en cuanto comunión e
institución? ¿Qué es lo que hace que el cristiano sea cristiano, como
diferente de los demás, si bien solidario de todo hombre? ¿Qué es lo
que hace que el ministro, pastor o sacerdote, sea diferente por
vocación de los otros miembros del pueblo de Dios, no para
dominarlos como a niños, sino para servirlos como a colaboradores
adultos? ¿En qué consiste lo específico de los cristianos, hombres o
mujeres, que se han comprometido en una vida de oración y de
servicio, en el seno de una comunidad, abrazando el celibato?
I/SACRAMENTO: La Iglesia es, en el seno del pueblo de Dios que la
desborda, un signo o un sacramento de la presencia de Cristo, de su
palabra y de su obra en el mundo. Mañana como ayer deberá
permanecer la misma. Sin convertirse necesariamente en un ghetto
cerrado o en un fuerte de combate, no puede confundirse con el
mundo que la rodea. La Iglesia es esa parte de la humanidad que
confiesa a Jesucristo como Dios y Salvador. Para ser este signo
discernible y no diluido en el mundo, debe proclamar la palabra de
Dios contenida en la sagrada Escritura, que es su primera forma
institucional. Existe la institución de la Escritura a la que la Iglesia
jamás puede renunciar sin traicionar su misión, antes bien, debe
hacer de ella una exégesis puesta al día constantemente.
El signo que es la Iglesia se perfila igualmente por su institución
sacramental. Por medio del bautismo, hace entrar en su comunión
visible a los miembros del pueblo de Dios y los constituye en
comunidad misionera para dar un testimonio vivo de Cristo. Por la
eucaristía, que implica la proclamación de la palabra de Dios y el
banquete del Señor realmente presente, la Iglesia reúne
constantemente a la comunidad cristiana para alimentar su fe, su
esperanza, su caridad y su oración, en virtud de su presencia viva en
el mundo.
Por medio de los diversos ministerios jerarquizados, la Iglesia
organiza a los fieles en la unidad y en la caridad con miras a su mutuo
servicio y al servicio de todos los hombres. La institución de la Iglesia,
necesaria a su comunión y a su misión, es esencialmente
escriturística, sacramental y ministerial. Fuera de estas tres formas
específicas de la institución eclesiástica, los restantes aspectos
institucionales de la Iglesia son accidentales, debidos a situaciones
históricas y por consiguiente temporales. La Iglesia podría muy bien
presentarse en el futuro bajo la forma de pequeñas comunidades,
más a escala humana que parroquial, comunidades de casa, de calle
o de barrio, donde la palabra de Dios será fraternalmente estudiada
en veladas en casa de uno o de otro, el bautismo celebrado por un
ministerio diaconal ampliamente extendido, la eucaristía celebrada en
las casas por el ministro debidamente ordenado, no necesariamente
especializado en estudios universitarios. Las iglesias podrían
permanecer como el marco de las grandes liturgias del pueblo de
Dios, reunido los domingos y en las grandes fiestas; podrían
convertirse en zonas de silencio en medio del estrépito de la ciudad
moderna, estar a disposición de todo hombre, ser un lugar en el que
suene constantemente la música a disposición tanto del cristiano
como del no-creyente. Es preciso encontrar una utilización no litúrgica
y no cristiana de estos grandes edificios que no debemos reservar
exclusivamente para nosotros.
La institución de la Iglesia, devuelta así a su objetivo específico y
necesario, permitiría una mejor inserción de la comunidad cristiana en
la comunidad humana. El futuro va a pedir a la Iglesia que esté más
humanamente presente en el mundo, no como una gran sociedad
poderosa y fuertemente distinta, sino como la comunión de
verdaderas comunidades de hombres que se conocen y se ayudan en
el servicio de los demás y en el testimonio del evangelio de Cristo, en
el cuadro de un diálogo vivo con el hombre contemporáneo.
CR/TESTIGO: Pero, ¿cuál es ese testimonio específico del cristiano
en el mundo de mañana? Naturalmente debe estar del todo penetrado
por el mensaje del evangelio, entendido a la luz de esta traducción
hermenéutica que hace brotar la palabra eterna e inmutable de Dios
en un lenguaje renovado por la ciencia y la técnica modernas. Pero
este mensaje integral del evangelio está penetrado para el cristiano
de hoy y de mañana por el sentido escatológico que hace esperar la
renovación de la creación por la presencia y venida de Cristo
resucitado y que, en consecuencia, impone el desprendimiento, la
ascesis y la pobreza con relación al mundo tal cual es. El no-cristiano
puede vivir las consecuencias morales del evangelio con un cierto
espíritu de caridad, de generosidad e incluso de sacrificio, pero no
descubre en esto el amor de Cristo y la ardiente espera de su
presencia y de su venida. EL cristiano se distingue no por sus virtudes
morales o por su inteligencia metafísica, sino por su amistad con
Cristo resucitado, vivo y presente, el Cristo que viene para
transformar el mundo y hacer una tierra nueva.
EL cristiano es esencialmente el hombre de la fe, es decir el
hombre que aporta el sentido de Dios en un mundo de lo absurdo; es
hombre de esperanza, o sea el hombre que da la perspectiva de
Cristo en un mundo de la prospectiva; es el hombre del amor
generoso y sacrificado, esto es, el hombre que comparte todo en un
mundo de la posesión; es el hombre de la contemplación, el hombre
que salta sobre las apariencias, para llegar al misterio profundo del
otro y del Espíritu que quiere habitar en el corazón de los seres. Con
esta fe, con esta esperanza, con este amor y esta contemplación, el
cristiano es y será un hombre como los otros, realmente integrado en
la vida ordinaria de cada uno, pero al mismo tiempo es un signo de la
presencia de Cristo en el corazón del mundo, una interrogación para
el hombre satisfecho de su humanidad, una posible respuesta para el
que busque el sentido de una vida aparentemente vacía de
significación.
MAX
THURIAN
LA FE EN CRISIS
SIGUEME. Col. "DIÁLOGO"
Salamanca 19681. Págs. 83-89