Laico y testigo son dos palabras siempre unidas. Pero, ¿qué tiene que hacer un testigo actual...?
El testimonio contemporáneo lleva a lenguajes que aún están por descubrir

¿Secular y testigo de Dios?
José Cristo Rey García Paredes *


¿Qué es el cristiano sino un testigo de la acción de Dios en nuestro mundo? Y ¿qué es ser testigo, sino una forma de vivir a través de la cual se transparenta, se sacramentaliza el misterio? Pienso que la categoría de testimonio, adecuadamente explicada, define la identidad cristiana.

Testigo, portador de Revelación de Dios

Estrechamente vinculada a la existencia cristiana, como elemento definitorio, está la condición de testigos. Jesús nos lo dijo a nosotros, sus discípulos: «Seréis mis testigos… hasta los confines del mundo» (Hech 1,8). Para ser testigo no se requiere ser un genio religioso, basta ser un creyente, un hombre o una mujer agraciado con la experiencia original de la revelación. La revelación responde a una expectativa muy honda, inscrita en cada uno de nosotros; se puede vivir sin ella, pero cuando se ha conocido resulta indispensable.

El testigo siente a Dios como persona y sujeto absoluto; no como rival, sino como aquel que lo constituye, libera y engrandece. Para Jesús Dios es «nuestro Padre» enormemente cercano, misericordioso y atento a cualquiera de nuestras necesidades. Jesús añadió que nuestro Padre Dios «está en los cielos» para que renunciáramos a comprenderlo como una realidad más de las que constituyen la tierra. Pero en Jesús Dios se ha hecho visible y se nos ha entregado. Dios mismo se nos ha manifestado como don, Amor. Dios tiene una inclinación innegable, incomprensible y a menudo desconcertante, a amarnos. ¡Esa es su revelación!

El misterio de nuestro Dios no es algo evidente. Por eso, el testigo no encuentra fácilmente un lenguaje adecuado para referirse a Él. Dios no es ni roca ni fuente, ni viento o llama. Dios es el ausente de la página escrita, de la frase pronunciada y, así, es el añorado, el aludido, el que se hace notar y desear apasionadamente por su ausencia. El creyente-testigo está en el umbral. Nunca habla de la presencia de Dios sin evocar su ausencia desconcertante. Jesús nos hablaba así del reino, como ya presente y todavía ausente.

Es el maximun del ser humano
lo que debemos buscar para
descubrir el maximun de Dios

El Dios revelado por el antiguo testamento y, sobre todo, por Jesús, aun siendo un Dios escondido, se interesa por nosotros, se muestra apasionado por el ser humano, hace alianza con su pueblo, envía a su Hijo. Es un Dios que cuida de sus criaturas, que se interesa por la materia y el espíritu, el individuo y la sociedad. Los relatos de la creación nos revelan a un Dios que dice un sí radical a la bondad de la vida: un Dios maravillado ante su creación, que la bendice hasta tal punto que ni el pecado puede destruirla. El sí de Dios a su creación permanece hoy. La alianza sigue siendo ofrecida. El reino de Dios sigue aconteciendo en el misterio: «No se empieza a descubrir la grandeza de Dios hasta que se comprende que la del hombre no le hace sombra».

Jesús de Nazaret es punto de referencia esencial para el testimonio cristiano. Él es la gran revelación de Dios y también de las enormes posibilidades del ser humano. Es punto de encuentro. En la palabra y en la conducta de Jesús aparecen actitudes que representan lo mejor que existe en nuestra tierra: fraternidad, dulzura y renuncia a la violencia, servicialidad, perdón, paz contagiosa, pureza de un corazón sin envidia, cuidado por la dignidad humana y la justicia, acogida sin condiciones, compasión para toda desgracia, misericordia para toda flaqueza, admisión de los impuros en la comunidad, aceptación del otro tal como es y quienquiera que sea. En Jesús descubrimos que Dios ha aceptado el riesgo de la historia y de lo humano. Lo que hacemos a un pobre, lo hacemos a Jesús y, en última instancia a Aquel que lo ha enviado. La vida del cuerpo, del espíritu humano, es el lugar donde Dios se manifiesta. Allí es donde se acoge su reinado. No hay que huir del mundo. Es el maximum del ser humano lo que debemos buscar para descubrir el maximum de Dios. No se descubre la gloria de Dios hasta que no se comprende que la gloria del hombre no le hace sombra.

El Absoluto es amor creador, se encarna, se hace transparente. El testigo le ofrece su corazón sin importarle si sus manos están llenas o vacías y sin inmolar nada para dar gloria a Dios. En la palabra del creyente se escucha otra palabra y en su existencia se presenta otra presencia.

El talante del testigo

No se es testigo por voluntarismo, sino por irradiación. Proponerse ser testigo es ingenuo. Lo importante es vivir una experiencia. De ella nacerá la exigencia de transmitirla, comunicarla.

El testigo sabe que su palabra es reflejo o eco de otra palabra,
su cauce

El testigo es siempre virtual. Ha de esperar el kairós, el momento propicio; mientras tanto, no debe desvelar su secreto. Su testimonio es discreto y paciente. Es verdad que quien ha descubierto el sentido de la vida, su misterio, desea revelarlo a otros. Pero es importantísimo esperar “la hora”, como Jesús. Esta no depende sólo del testigo, sino también de aquel que ha de acoger el testimonio.
Lo que le ha sido revelado al testigo no es motivo para que se enorgullezca. Se ha de sentir, más bien agraciado y no tiene derecho a exigir que se le agradezca su testimonio. No se gozará de su éxito, sino de ser agraciado con una experiencia tan extraordinaria. El vedettismo del testigo le hace perder credibilidad y verdad.

El testigo se sorprende
descubriendo una fuerza con
la que no contaba

El testigo sabe que su palabra es reflejo o eco de otra palabra, cauce hacia otra palabra; que si tiembla no es por miedo, sino por el misterio que encierra y que le supera por todas partes. El testigo no se preocupa apenas de su debilidad, de su pecado. Hay en el testimonio un ex opere operato que desborda constantemente al ex opere operantis.

Un testigo sabe siempre que su testimonio es parcial, limitado y que forma parte de una nube de testigos (Hb 12,1). El testigo necesita de otros testigos que le comuniquen también sus experiencias religiosas; en ese humus vital se recrea y multiplica el testimonio. El auténtico testigo cristiano descubre el amor de Dios en otras personas muy diferentes de él: «Quien no está contra nosotros está a favor nuestro» (Mc 9,40).

El testigo ha de saber el lenguaje y la cultura de aquellos con quienes conecta. No basta el efecto estético. Es necesario el contacto intelectual y ético. Una comunidad de fe sólo atraerá e integrará a aquellos hombres y mujeres que estén en suficiente consonancia cultural y social con ella. El resultado del testimonio no está a nuestro alcance. La cultura actual no apoya ni sirve de soporte al testi-monio. El rechazo del Evangelio en sí no tiene nada de anormal. Es una eventualidad prevista y casi obligada. Lo que resulta turbador es la indiferencia profunda y casi universal.

El testimonio es fuente de una fuerza impresionante. En el ejercicio del testimonio, el testigo se sorprende comprendiendo lo que antes ignoraba y descubriendo inesperadamente en sí una fuerza con la que no contaba: más de uno ha superado de esta forma las dudas que creía tener. La fe crece al testimoniarla. Es la experiencia de la asistencia del Espíritu. Esta es la ley de esta paradójica comunicación. La preparación del testimonio ilumina y afina la percepción. A menudo se tiene la impresión de encontrarse vacío y sin nada que decir aunque esta impresión cede poco a poco ante el nacimiento de una palabra o de un escrito que dan testimonio y que me evangelizan a mí mismo: «El Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros»
(Mt 10,20), decía Jesús.

* Extracto de la obra del autor "Teología de las formas de vida cristiana II", Publicaciones Claretianas, Madrid 1999, 542-545