JESUCRISTO Y EL CRISTIANISMO
REFLEXIONES SOBRE LA ESENCIA DE LO 
CRISTIANO


por LEONARDO BOFF


Jesucristo no es una estrella errante en la historia del mundo. 
Representa la culminación de los dinamismos que Dios puso en la 
creación y, especialmente, en el hombre. Estos dinamismos fundan 
un cristianismo antes de Cristo y fuera de la profesión de fe explícita 
en Jesucristo. Cristiano no es simplemente quien profesa con los 
labios a Cristo, sino quien, hoy como ayer, vive la estructura y el 
comportamiento que Cristo vivió: amor, perdón, apertura total a Dios, 
etc. Las Religiones que lo enseñan y lo viven son formas concretas 
que el cristianismo universal puede asumir. La Iglesia católica se 
presenta institucionalmente como la mejor articulación histórica del 
cristianismo. Mientras los hombres y el mundo no hayan alcanzado la 
plenitud en Dios, Cristo continúa esperando y teniendo un futuro.
Al término de nuestras reflexiones cristológicas, se impone una 
reflexión de orden más universal' acerca del cristianismo y de algunas 
de sus estructuras fundamentales. Cristianismo viene de Cristo. 
Cristo no es originalmente un nombre propio de persona, sino un 
título. Con el título Cristo, atribuido a Jesús de Nazaret crucificado y 
resucitado, la comunidad primitiva expresaba su fe de que en ese 
hombre se habían realizado las expectativas radicales del corazón 
humano, expectativas de liberación de la ambigua condición humana 
y cósmica y de inmediatez con Dios. El es el ecce homo, el hombre 
nuevo y ejemplar que reveló en su máxima profundidad lo que es y lo 
que puede el hombre: abrirse a Dios de tal forma que llegue a 
identificarse con él. La encarnación designa exactamente la absoluta 
y exhaustiva realización de esa posibilidad contenida en el horizonte 
de la realidad humana, conectada por primera vez en Jesús de 
Nazaret. Su historia personal reveló un modo de ser hombre, una 
forma de comportarse, de hablar, de relacionarse con Dios y con los 
otros que rompía los criterios comunes de interpretación religiosa. Su 
profunda humanidad dejó vislumbrar estructuras antropológicas de 
una limpidez y transparencia para lo divino que superaban todo lo que 
hasta entonces había surgido en la historia religiosa de la humanidad. 
Tan humano como Jesús sólo podía ser Dios mismo. En 
consecuencia, Jesús de Nazaret fue llamado con razón Cristo. En él 
se basa y se comprende el cristianismo. Por tanto, en la base del 
cristianismo está Jesucristo. Y en la base de Jesucristo hay una 
vivencia, un comportamiento, un modo de ser hombre, una estructura 
que, vivida radicalmente por Jesús de Nazaret, hizo que él fuese 
designado como Cristo. Existe una estructura crística dentro de la 
realidad humana que se manifestó de forma absoluta y exhaustiva 
en la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.

1. EL CRISTIANISMO ES TAN VASTO COMO EL MUNDO
La estructura crística es anterior al Jesús histórico de Nazaret. 
Preexistía en la historia de la humanidad. Siempre que el hombre se 
abre a Dios y al otro, siempre que se da un verdadero amor y 
superación del egoísmo, cuando el hombre busca la justicia, la 
solidaridad, la reconciliación y el perdón, se da el verdadero 
cristianismo y emerge, dentro de la historia humana, la estructura 
crística. Así, pues, el cristianismo puede existir antes del cristianismo; 
pero también puede haber cristianismo fuera de los límites cristianos. 
Esto es, el cristianismo se realiza no sólo donde se profesa 
explícitamente y se vive ortodoxamente, sino que surge también 
siempre que el hombre dice un sí al bien, a la verdad y al amor. 
Antes de Cristo el cristianismo era anónimo e implícito. No poseía 
todavía un nombre, aunque existiese y fuese vivido por los hombres. 
Pero con Jesucristo recibió un nombre. Jesús lo vivió con tal 
profundidad y absolutez que, por antonomasia, pasó a llamarse 
Cristo. El hecho de que al principio el cristianismo no se llamara así 
no significa que no existiera. Existía, pero escondido, anónimo y 
latente. Con Jesús llegó a su máxima evidencia, explicitación y 
revelación.
CR/QUIEN-ES: La tierra siempre fue redonda, aun antes de que 
Magallanes lo demostrara. América del Sur no comenzó a existir con 
su descubrimiento por Cristóbal Colón. Ya existía antes, aunque no 
fuese explícitamente conocida. Así sucede con el cristianismo y con 
Cristo. Cristo nos reveló la existencia del cristianismo dentro de la 
realidad humana. Por eso dio el nombre al cristianismo, como 
Américo Vespucio, el segundo descubridor de América, dio su nombre 
al continente descubierto. San Agustín, que comprendió muy bien 
esta realidad, podía afirmar: «La sustancia de lo que hoy nosotros 
llamamos cristianismo existía ya en los antiguos y estaba presente 
desde los orígenes de la humanidad. Finalmente, cuando Cristo 
apareció en carne, lo que siempre existió comenzó a llamarse religión 
cristiana» (Retr. 1, 12, 3). Podemos, pues, asegurar que el 
cristianismo es tan vasto como el mundo humano. Pudo realizarse 
antes de Cristo y puede realizarse todavía hoy fuera de los límites 
«cristianos», donde la palabra cristianismo no es empleada ni 
conocida. Más aún: el cristianismo puede encontrarse incluso donde, 
por una conciencia errónea, se le persigue y combate. Por eso, 
cristianismo no es simplemente una visión del mundo más perfecta, ni 
una religión más sublime, ni menos aún una ideología. Cristianismo 
es la vivencia concreta y consecuente de esa estructura crística que 
Jesús de Nazaret vivió como total apertura al otro y al gran Otro: amor 
indiscriminado, fidelidad inexorable a la voz de la conciencia y 
superación de lo que amarra al hombre a su propio egoísmo. Con 
razón decía el primer gran filósofo cristiano, Justino (t 167): «Todos 
los que viven conforme al Logos son cristianos. Así, entre los 
griegos, Sócrates, Heráclito y otros, y entre los no griegos, Abrahán, 
Ananías, Azarías, Elías y muchos otros cuyos nombres y obras sería 
prolijo citar" (Apología I, 46). El cristianismo puede articularse tanto 
en lo sagrado como en lo profano, tanto en esta cultura como en otra, 
tanto antes como hoy o mañana.
Jesús, en su humanidad, vivió con tal radicalidad la estructura 
crística que debe ser considerado como el mejor fruto de la evolución 
humana, como el nuevo Adán, en expresión del apóstol Pablo (1 Cor 
15,45) ; como aquel hombre que ha alcanzado ya la meta del proceso 
de humanización del hombre. Por eso, el verdadero cristiano no es 
simplemente quien se afilia a la religión cristiana, sino quien vive y 
realiza en la vida, evidentemente en cuanto estamos en la historia de 
forma deficiente y aproximada, lo que Cristo vivió, por lo que fue 
apresado, condenado y ejecutado. Ratzinger lo expresaba con gran 
precisión: «No es verdadero cristiano el miembro confesional del 
partido, sino quien se hace realmente humano por su vivencia 
cristiana. No quien observa de manera servil un sistema de normas y 
de leyes únicamente con miras a sí mismo, sino quien se hace libre 
para la simple bondad humana» 2. Ser cristiano es vivir la vida 
humana con la profundidad y radicalidad con que se abre y comulga 
con el misterio de Dios. Ser cristiano y católico no significa 
necesariamente ser bueno, verdadero y justo. En cambio, el bueno, 
verdadero y justo ese es cristiano y católico.

2. LA PLENA HOMINIZACION DEL HOMBRE SUPONE LA 
HOMINIZACION DE DIOS
H/REALIZACION: ¿Podemos concretar más qué es la estructura 
crística? Una posibilidad de la existencia humana. El hombre, a 
diferencia del animal, se define como el ser abierto a la totalidad de la 
realidad, como un nudo de relaciones orientado en todas las 
direcciones. Se realiza sólo en el caso de mantenerse siempre 
abierto y en comunión permanente con la realidad global. Estando en 
el otro es como está dentro de sí mismo. Saliendo de sí es como 
llega a sí., Sólo existiendo (saliendo de sí = ex) vuelve a sí mismo. El 
yo no existe si no es creado y alimentado por un tú. Para tener, el 
hombre ha de dar. Por eso debe trascenderse siempre a sí mismo. 
Por su pensamiento penetra en el horizonte infinito del ser. Cuanto 
más se abre al ser, es más capaz de escuchar y de ser hombre. Dar 
no significa únicamente trascenderse a sí mismo y salir de sí; es 
también capacidad de recibir el don del otro. Amando y dejándose 
amar por los otros, el hombre descubre su verdadera profundidad y 
su misterio. Cuanto más el hombre se oriente al infinito y al otro, 
mayor posibilidad tiene de humanizarse, es decir, de realizar su ser 
hombre. El hombre más perfecto, completo, definitivo y acabado es el 
que puede identificarse y ser uno con el Infinito.
Jesús de Nazaret fue el ser humano que realizó esta posibilidad 
humana hasta el extremo y logró llegar a la meta de la hominización. 
Porque estuvo tan abierto a Dios hasta ser totalmente colmado por él, 
que debe ser llamado Dios encarnado. Así han de entenderse las 
palabras de J. Ratzinger: «La completa hominización del hombre 
supone la hominización de Dios» 3. El hombre, para ser 
verdaderamente él mismo, debe poder realizar las posibilidades 
inscritas en su naturaleza, especialmente la de ser uno con Dios. 
Cuando el hombre llega a tal comunión con Dios, formando con él una 
unidad sin confusión, sin división y sin mutación, entonces alcanza su 
punto máximo de hominización. Cuando esto se verifica, Dios se 
humaniza, el hombre se diviniza y surge en la historia Jesucristo. De 
ahí que podamos completar el pensamiento de Ratzinger diciendo 
que la completa hominización del hombre implica su divinización. Por 
tanto, el hombre se supera infinitamente no por la aniquilación de su 
ser, sino por la completa realización de la ilimitada capacidad de 
comunión con Dios de que está dotada su naturaleza. El término de 
la antropogénesis reside en la cristogénesis; esto es, en la inefable 
unidad de Dios y del hombre en un solo ser, Jesucristo.
El cristianismo se concreta en el mundo siempre que los hombres, a 
semejanza de Cristo, se abren a la totalidad de la realidad y 
especialmente «al supremo e inefable misterio que envuelve nuestra 
existencia, donde tenemos origen hacia el que caminamos4, Dios. 
Esta apertura, como veremos luego, puede recibir las más variadas 
articulaciones en lo sagrado y en lo profano. Lo decisivo no es una 
determinada articulación, sino que dicha apertura acontezca y se 
mantenga continuamente susceptible de un indefinido 
perfeccionamiento. Lo que en Jesús de Nazaret se realizó de forma 
absoluta e irreversible se debe realizar en la medida propia de cada 
uno, en toda persona humana. Donde triunfa la estructura crística allí 
se vigoriza y se realiza la hominización. Donde muere por cerrarse el 
hombre en sí mismo, allí también se obstaculiza y detiene el 
crecimiento hominizador del hombre. Esa apertura al otro es tan 
determinante que de ella depende la salvación o la absoluta 
frustración humana. En la llamada parábola de los cristianos 
anónimos (/Mt/25/31-46), el juez divino medirá a todos los hombres 
por la capacidad que tuvieron de amar a sus semejantes. Aquel que 
recibió al peregrino, vistió al desnudo, alimentó al hambriento y sació 
al sediento, acogió no solamente a un hombre, sino también, de 
incógnito, al propio Dios. Lo que se quiere decir es que la unión en el 
amor y la apertura a un tú humano implica en su última radicalidad 
una apertura al tú absoluto y divino. Dios está siempre presente 
dondequiera que haya amor, solidaridad, unión y crecimiento 
verdaderamente humanos. Se salva no aquel que se afilió a la 
confesión cristiana, sino quien vivió la estructura crística; no el que 
exclama ¡Señor, Señor! y quien construye toda una comprensión del 
mundo, sino el que actúa de acuerdo con la realidad crística. Para 
esto poco valen los modelos y las etiquetas cristianas. Lo que cuenta 
es la vivencia concreta y consecuente de una realidad y de un tipo de 
comportamiento que Jesús de Nazaret tematizó, radicalizó e hizo 
ejemplar. En esto consiste fundamentalmente el cristianismo.

3. LA ESTRUCTURA CRÍSTICA Y EL MISTERIO DEL DIOS TRINO
D/A TRI/DAR-RECIBIR: Si la estructura crística consiste 
esencialmente en dar y en saber recibir el don del otro, quiere decir 
que tal estructura está en íntima relación con el propio misterio de 
Dios. La esencia de Dios, si podemos utilizar semejante lenguaje 
humano, se realiza en el amor, en el dar y en el saber recibir: «Dios 
es amor» (1 Jn 4,8.16). Dios sólo existe comunicándose y 
subsistiendo como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios es Padre porque 
se autocomunica y se da. Tal comunicación se llama Hijo. El Hijo, a 
su vez, se da y sale totalmente de sí y se entrega al Padre, que lo 
recibe plenamente. Este mutuo amor y entrega del Padre al Hijo se 
llama Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo. El Padre no 
existe sin el Hijo, ni el Hijo sin el Padre, ni el Espíritu Santo sin el 
Padre y el Hijo. En la total, completa y absoluta entrega de uno al otro 
es como Dios Trino, eternamente, realiza su ser infinito. La estructura 
contenida en la creación, especialmente en la realidad humana, 
alcanzó su máxima potencia en Jesús de Nazaret, que fue creado en 
analogía con la propia estructura del misterio de Dios Trino. Ya a 
través de Jesucristo, esta estructura se reveló de forma explícita, a la 
conciencia humana, no tanto por palabras cuanto en la medida en 
que vivió su ser humano en diáfana, límpida y completa apertura y 
entrega a Dios y a los hombres.
Sólo a partir de Jesucristo llegaron la revelación y la teología al 
conocimiento del Dios Trino y Uno. Jesús no sólo se reveló como el 
hijo de Dios encarnado, sino que reveló también el carácter filial de 
todo hombre (Rom 8,14).

4. EL CRISTIANISMO, RESPUESTA RESPONSABLE A UNA 
PROPUESTA 
Si quisiéramos explicar con otras palabras la estructura crística, 
podríamos decir que consiste en una respuesta dada con 
responsabilidad a una propuesta divina. Dios se entrega también al 
hombre, le formula una propuesta de comunión con él, de amor y de 
unión. A esa propuesta divina, el hombre tiene que dar una 
respuesta. La reciprocidad exige pagar con amor el amor recibido. 
Esta exigencia interna surge no por parte del que se da y ama, sino 
por parte del que se deja amar y es amado. Aceptar la propuesta de 
amor del otro es ya dar amor y una respuesta. De ahí que saber 
recibir sea una de las formas de dar, quizá la más original, porque 
crea la atmósfera indispensable para el encuentro, para el diálogo y 
para el crecimiento del amor.
La propuesta de Dios surge dentro de la conciencia humana, lugar 
donde Dios habla a cada persona. Cuando la conciencia se siente 
responsable y desafiada a salir de sí, a aceptar al otro, a asumir una 
tarea, ahí está Dios formulando una propuesta. La propuesta puede 
surgir dentro de la vida, en los signos de los tiempos y en las 
exigencias de la situación concreta. Siempre que somos impulsados a 
crecer, a amar, a salir de nosotros mismos, a abrirnos a los otros y a 
Dios, a asumir una responsabilidad ante nuestra conciencia y ante los 
otros, ahí se da una propuesta que exige una respuesta con 
fidelidad.
También, en el caso de que el hombre se abra y ame, se da la 
concreción de la estructura crística. La historia humana puede 
considerarse como la historia del éxito o del fracaso de la estructura 
crística; puede analizarse como la respuesta feliz o desgraciada que 
los hombres, dentro de los condicionamientos históricos y sociales 
propios de cada época, han dado a la propuesta de Dios, esto es, 
hasta qué punto han creado estructuras que faciliten y realicen los 
valores fundamentales del amor, de la fraternidad, de la comprensión 
entre los hombres y de la apertura consciente a Dios. De ahí que 
toda la vasta dimensión de la historia humana pueda considerarse 
como historia de la salvación y de la perdición. La experiencia nos 
enseña que la respuesta humana jamás consigue agotar la propuesta 
divina. Es más, toda respuesta está marcada siempre por una 
ambigüedad fundamental: es simultáneamente historia de la apertura 
de la cerrazón del hombre, de la respuesta positiva y de la respuesta 
negativa a la propuesta divina. La historia de la salvación humana es 
un vasto campo sembrado donde, al mismo tiempo, crecen la cizaña y 
el trigo.
La historia del Antiguo Testamento y del Nuevo se presenta como 
ejemplo de que todo un pueblo, a lo largo de más de dos mil años, en 
un ascenso cada vez mayor, fue dando una respuesta positiva a la 
propuesta divina. Pero en alguien se llegó a una perfecta adecuación 
entre propuesta de Dios y respuesta humana. Alguien estuvo abierto 
a Dios en proporción a su inefable comunicación. Jesús de Nazaret 
fue quien realizó de forma absoluta la estructura crística hasta hacer 
que su respuesta se identificara con la propuesta. Como ya hemos 
visto, exactamente en esa unión inmutable, indivisible e inconfundible 
consiste la encarnación de Dios y la subsistencia del hombre y de 
Dios en el único y mismo Jesucristo. En este sentido, Jesús de 
Nazaret es el mejor don de los hombres a Dios y, al mismo tiempo, el 
más excelso don de Dios a los hombres. El aparece así como el 
sacramento del encuentro entre Dios y la humanidad, como el foco 
donde todo, creación y Creador, alcanzan la unidad y así se logra la 
meta final de la historia de la creación.

5. EL CATOLICISMO ES LA ARTICULACIÓN INSTITUCIONAL MAS 
PERFECTA DEL CRISTIANISMO
Si el cristianismo consiste fundamentalmente en la respuesta 
responsable a la propuesta divina, comprobamos que la respuesta 
humana se puede articular históricamente, de muchas formas. En su 
respuesta, el hombre asume su cultura, su historia, su comprensión 
del mundo, su pasado; en fin, todo su mundo. Las Religiones del 
mundo, antes y hoy, a pesar de una serie de elementos cuestionables 
y hasta, desde el punto de vista cristiano, condenables, representan 
en sí la respuesta y la reacción religiosa de los hombres frente a la 
propuesta y la acción de Dios. Las Religiones pueden y deben ser 
consideradas como articulaciones de la estructura crística y concretan 
en alguna medida la propia Iglesia de Cristo. En este sentido no 
existen Religiones naturales. Todas ellas se originan de una reacción 
frente a la acción salvífica de Dios, que se dirige y se ofrece a todos 
indiscriminadamente.
RLS/QUE-SON: La diversificación de las Religiones reside en la 
diversidad de las culturas, de las visiones del mundo que marcan la 
respuesta a la propuesta de Dios, pero la propuesta trasciende todas 
las respuestas y está dirigida igualmente a todos y a cada uno. De 
ahí que se pueda decir que las Religiones son caminos ordinarios por 
los cuales el hombre se dirige a Dios y también experimenta y recibe 
de él la salvación. Las Religiones, dado que son respuestas 
humanas a la propuesta divina, pueden contener errores e interpretar 
de modo inadecuado la propuesta de Dios. Cuando decimos que las 
Religiones articulan y concretan, cada una a su modo, la estructura 
crística, no queremos legitimar todo lo que en ellas existe. La religión 
debe mantenerse abierta, criticarse a sí misma y crecer en una 
respuesta cada vez más adecuada a la propuesta de Dios. El propio 
Antiguo Testamento nos da un ejemplo: partiendo de formas 
primitivas de religiosidad y de representaciones demasiado 
antropomórficas e incluso demoníacas de Dios, se fue elevando a 
formas cada vez más puras, hasta llegar a la concepción de un Dios 
trascendente, revelador y creador de todo.
I/LA-MAS-VERDADERA: La Iglesia católica apostólica romana, por 
su estrecha e ininterrumpida unión con Jesucristo, a quien predica, 
conserva y vive en sus sacramentos y ministerios, y por quien se deja 
continuamente criticar, puede y debe ser considerada como la más 
excelente articulación institucional del cristianismo. En ella se ha 
logrado la más límpida interpretación del misterio de Dios, del hombre 
y de su mutua interpenetración. En ella se encuentra la totalidad de 
los medios de salvación. Aunque ella misma se sepa pecadora y 
peregrina, todavía lejos de la casa paterna, está convencida de llevar 
a Cristo y su causa adelante, sin error sustancial. No agota la 
estructura crística, ni se identifica pura y simplemente con el 
cristianismo, pero es su objetivación y concreción institucional más 
perfecta y acabadas de tal forma que en ella se realiza, en germen, el 
propio reino de Dios y se viven los primeros frutos de la nueva tierra y 
del nuevo cielo.
No se niega, sin embargo, el valor religioso y salvífico de las demás 
Religiones, por más que éstas, en la confrontación con la Iglesia, 
aparezcan deficientes. Conservan, sin duda, su legitimidad, pero 
deben dejarse interrogar por la Iglesia, para que se abran y crezcan a 
una apertura cada vez más adecuada a la propuesta de Dios 
manifestada en Jesucristo. A su vez, la Iglesia no debe envanecerse 
de sí misma, sino mostrarse abierta al Dios que se revela y manifiesta 
en las Religiones, y aprender de ellas las facetas y dimensiones de la 
experiencia religiosa que estén mejor tematizadas en esas Religiones 
que dentro de la propia Iglesia, como el valor de la mística en la India, 
el desprendimiento interior en el budismo, el culto a la palabra de Dios 
en el protestantismo, etc. Sólo entonces será verdaderamente 
católica, es decir, universal, pues sabrá ver y acatar la realidad de 
Dios y de Cristo fuera de su articulación y fuera de los límites 
sociológicos de su propia realidad.

6. JESUCRISTO, "TODO EN TODAS LAS COSAS»
ENC/MOTIVO: Si la estructura crística es un dato de la historia y 
una estructura antropológica que debe realizarse en cada hombre 
para que éste se salve, y que fue exhaustivamente concretada por 
Jesús de Nazaret, entonces podemos lanzar una última pregunta: 
¿Dónde tiene su origen? ¿Cuál es su último y trascendente 
fundamento? Esta pregunta fue formulada por la teología tradicional 
en otros términos: ¿Cuál es el motivo de la encarnación: la redención 
del pecado de los hombres o la perfección y glorificación del cosmos? 
Durante siglos, tomistas dominicos y escotistas franciscanos 
disputaron reñidamente. Los tomistas respondían, citando frases de 
la Escritura y la fórmula del credo "por nuestra salvación descendió 
de los cielos y fue concebido por el Espíritu Santo», que la 
encarnación se debe al pecado del hombre. Los franciscanos 
respondían, con textos tomados de las epístolas a los Efesios y 
Colosenses, que Cristo se habría encarnado aun al margen del 
pecado, porque todo fue hecho para él y por él. Sin Cristo faltaría 
algo a la creación, y el hombre jamás llegaría a su completa 
hominización.
La afirmación de que la humanidad esperaba al Salvador debe 
entenderse ontológicamente, y no cronológicamente. Es decir, el 
hombre ansía ser cada vez más él mismo y realizarse por completo. 
Anhela, por tanto, su divinización. No sólo antes de Cristo, sino 
también después de él. La dinámica misma de la creación converge y 
llega en el hombre a una decisiva culminación. Lo que Cristo realizó 
deberá realizarse también en sus hermanos.
J/PLENITUD-H: De las reflexiones efectuadas hasta aquí, nos 
parece que nuestra posición es clara. Cristo no es un ser aparte 
dentro de la historia de la humanidad, sino que es su sentido y 
culminación. Es aquel ser que, por primera vez, llegó al término del 
camino para darnos esperanza y certeza de que también estamos 
destinados a ser lo que él fue y que, si vivimos lo que él vivió, 
llegaremos también allí. La excelencia de Cristo no es una casualidad 
histórica ni un mero suceso antropológico. Desde la eternidad fue 
predestinado por Dios para ser quien amara a Dios en forma divina 
fuera de Dios y se convirtiera en el hombre que realizase todas las 
capacidades contenidas en su naturaleza humana, especialmente la 
de ser uno con Dios. Jesús, Verbo encarnado, está en una relación 
única con el plan de Dios. Constituye un momento del propio misterio 
de Dios.
El plan divino, en cuanto podemos deducir de la propia revelación 
y de la reflexión teológica, está orientado a la gloria de Dios que se 
realiza haciendo participar de su vida, de su amor y de su propio 
misterio a toda la creación. La gloria de Dios consiste también en la 
gloria de las criaturas. Toda la creación está inserta en el propio 
misterio íntimo de Dios Trino. No es algo exterior a Dios, sino uno de 
los momentos de su completa manifestación. Dios se comunica 
totalmente y engendra al Hijo, y en el Hijo los infinitos semejantes al 
Hijo. El Hijo, o el Verbo, es el Pensamiento eterno, infinito y 
consustancial de Dios Padre. Toda la creación son los pensamientos 
de Dios que pueden ser creados y realizados dando origen a la 
creación de la nada. En cuanto pensamientos de Dios, son 
engendrados en el mismo acto de generación del Hijo y, porque son 
producidos activamente por Dios en el Hijo, reflejan al Hijo y son su 
imagen y semejanza. La más perfecta imagen y semejanza del Hijo 
eterno es la naturaleza humana de Cristo. Ya en el seno de la 
Santísima Trinidad, todas las cosas llevan en su ser íntimo marcas y 
signos del Hijo. Para que la naturaleza humana de Cristo sea 
realmente la más perfecta imagen y semejanza del Hijo y pueda tener 
y rendir gloria a Dios «fuera» de Dios, Dios decretó su unión con la 
persona eterna del Hijo. Dios quiso que Jesús de Nazaret pudiera 
vivir con tal intensidad y profundidad su humanidad que se hiciera 
uno con Dios y fuera simultáneamente Dios y hombre. Si todas las 
cosas fueron creadas por Dios en el Hijo y este Hijo se encarnó, 
entonces todo refleja al Hijo eterno encarnado.
La estructura crística posee un origen trinitario. Todas las cosas 
están abiertas a un crecimiento indefinido, porque el ser de Dios es 
amor, comunicación e infinita apertura. Y la comunicación total de 
Dios se llama Hijo o Verbo. De ahí que todo en la creación posea la 
estructura del Hijo, porque todo se comunica, está en relación hacia 
fuera y realiza su ser, autoentregándose. El Hijo está siempre 
actuando en el mundo, desde el primer momento de la creación: 
después actúa de forma más densa cuando se encarna en Jesús de 
Nazaret y, por fin, amplía su acción a las dimensiones del cosmos por 
su resurrección. Así, Cristo, como dice Pablo, «es todo en todas las 
cosas» (/Col/03/11). La estructura crística que recorría toda la 
realidad asumió forma concreta en Jesús de Nazaret porque él, desde 
toda la eternidad, fue pensado y querido como el ser focal en que se 
daría por primera vez la total manifestación de Dios dentro de la 
creación. Esta manifestación significa la acabada interpenetración de 
Dios y del hombre, la unidad inconfundible e indivisible y la meta de la 
creación, ahora inserta dentro del propio misterio trinitario. Jesucristo 
se constituye así en paradigma y ejemplo de lo que acontecerá con 
todos los hombres y con la totalidad de la creación. En él vemos el 
futuro realizado. La historia y el proceso evolutivo cósmico pueden 
asumir un carácter ambiguo y quizá dramático. En Jesucristo se nos 
revela que el fin será feliz y que ya está garantizado por Dios en 
nuestro favor. Por eso, Jesucristo logra para toda la realidad pasada, 
presente y futura un valor que interpreta, determina y elucida. Por él 
es evidente que el cosmos, y particularmente el hombre, no podrán 
llegar jamás a sí mismos y a la completa perfección si no son 
divinizados y asumidos por Dios. Cristo es el penúltimo paso en ese 
inmenso proceso. En él se realizó ejemplarmente lo que se hará con 
toda la realidad: conservando la alteridad de cada ser, Dios será todo 
en todas las cosas (1 Cor 15,28).

7. CONCLUSIÓN: LA ESPERANZA Y EL FUTURO DE CRISTO 
JESÚS
Mientras no se realice el «panteísmo cristiano» de "Dios todo en 
todas las cosas» (1 Cor 15,28), Jesucristo seguirá siendo esperanza y 
poseyendo un futuro. Sus hermanos y la patria humana (el cosmos) 
todavía no han sido transfigurados como él. Están en camino, 
viviendo la ambigüedad con que se manifiesta el reino de Dios en 
este mundo: en la flaqueza, en la ignominia, en el sufrimiento y en las 
persecuciones. Jesús no es únicamente un individuo, sino una 
persona. Y como persona convive, posee su cuerpo místico, con el 
cual es solidario. Jesús resucitado, aunque realice en su vida el reino 
de Dios, espera que lo que se concretó y comenzó con él llegue a un 
feliz término. Así como los santos del cielo, según el libro del 
Apocalipsis (6,11), tienen que esperar «hasta que se complete el 
número de sus compañeros y de sus hermanos», así también espera 
Jesús por los suyos. Glorificado junto a Dios, «vive siempre para 
interceder por los hombres» (Heb 7,25), por su salvación y por la 
transformación del cosmos. Así, Jesús resucitado vive todavía una 
esperanza. Sigue esperando el crecimiento de su reino entre los 
hombres, porque su reino no comienza a existir más allá de la muerte, 
sino que se inicia en este mundo siempre que se instaure la justicia, 
se vigorice el amor y se abra un horizonte nuevo para la captación de 
la palabra y de la revelación de Dios dentro de la vida.
Jesús sigue esperando que la revolución que él inició, y que busca 
la comprensión entre los hombres y Dios, el amor indiscriminado para 
con todos y la continua apertura al futuro donde Dios viene con su 
reino definitivo, penetre más y más en las estructuras del pensar, del 
actuar y del planificar humanos13. Sigue esperando que el 
semblante del hombre futuro, velado en el hombre presente, se 
manifieste cada vez más. Jesús continúa esperando que la promissio 
(promesa) divina de un futuro feliz para el hombre y para el cosmos 
se transforme en una missio (misión) humana de esperanza, alegría y 
vivencia, entre los absurdos existenciales, del sentido radical de la 
vida.
Hasta tanto esto no irrumpa del todo, Jesús sigue esperando. Por 
eso existe aún un futuro para el Resucitado. De hecho ya vino, pero 
para nosotros es el que ha de venir. El futuro de Cristo no reside 
únicamente en su parusía y la total apocalipsis (revelación) de su 
divina y humana realidad. El futuro de Cristo realiza algo más, aún no 
plenamente concluido y terminado: la resurrección de los muertos, 
sus hermanos, la reconciliación de todas las cosas consigo mismas y 
con Dios y la transfiguración del cosmos. San Juan pudo decir: "Aún 
no se ha manifestado lo que seremos» (1 Jn 3,2). Aún no se han 
oído las palabras: «el mundo viejo ha pasado... Mira que hago un 
mundo nuevo» (Ap 21,4.5). Todo eso es también futuro para Cristo. 
El futuro será el futuro de Jesucristo: lo que ya aconteció con él 
acontecerá análogamente con sus hermanos y con las demás 
realidades.
MUNDO/FIN: El fin del mundo no debe, por tanto, ser representado 
como una catástrofe cósmica, sino como consumación y consecución 
del fin como meta y plenitud. Lo que ya está fermentando dentro de 
la creación será totalmente realizado, lo que está latente se convertirá 
en total evidencia y tendencia. Entonces aparecerá la «patria y el 
hogar de la identidad» (E. Bloch) de todo con todo y con Dios, sin 
caer en una identificación de homogeneidad. La situación de éxodo, 
que es permanente en el proceso evolutivo, se convertirá en una 
situación de casa paterna con Dios: "Ya no habrá noche; no tienen 
necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque el Señor Dios 
los ilumina y reinarán por los siglos de los siglos» (Ap 22,5). 
Entonces se dará verdadera génesis14: estallará el hombre y el 
mundo que Dios, realmente y de forma definitiva, quiso y amó. A 
través de Jesucristo obtenemos esta esperanza y también esta 
certeza, porque «todas las promesas hechas por Dios han tenido en 
él su sí y su amén» (cf. 2 Cor 1,20). 
Puesto que estamos en camino, tenemos el rostro vuelto hacia el 
futuro, hacia el Señor que viene, repitiendo las palabras de infinita 
nostalgia que rezaba la Iglesia primitiva: «¡Venga tu gracia y pase 
este mundo! Amén. ¡Hosanna a la casa de David! ¡Si alguien es 
santo, aproxímese! ¡Si alguien no lo es, haga, penitencia! 
¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús! ¡Amén!»
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2. J. Ratzinger, Introduçáo ao Cristianismo (Sáo Paulo 1970) 223.
3. Ibíd., 189-190.
13. 13. D. Rougemont, L'aventure occidentale de l'homme (París 1957) 104, advierte 
que la idea de la revolu-- ción se circunscribe al mundo influido por el 
cristianismo. Si en Asia no hubo revoluciones sociales, eso se debe a la 
ausencia del cristianismo. El movimiento sindical japonés fue iniciado por un 
cristiano llamado Kagawa. En China, el padre de la revolución social fue el 
cristiano Sun-Yat-Sen. El propio Gandhi confesaba que había llegado a la idea 
de la revolución pacífica leyendo el Sermón de la Montaña. Véase E. Peterson, El 
monoteísmo como problema político, en Tratados teológicos (Madrid, Ed 
Cristiandad, 1966) 27-62.
15. Cf. Mt 19,28, que habla de una palingenesia al final del mundo, es decir, de un 
nuevo nacimiento de todas las cosas.

LEONARDO BOFF
JESUCRISTO Y LA LIBERACION DEL HOMBRE
EDICIONES CRISTIANDAD. MADRID 1981. Pág. 268-282