buscar a Dios no en el espiritualismo sino en el Espíritu
MANIFIESTO CONTRA UN CRISTIANISMO ESPIRITUALISTA
del Centre d'Estudis
CRISTIANISME I JUSTICIA
UN CRISTIANISMO QUE HAYA PERDIDO SU DIMENSIÓN
VERTICAL SE HABRÁ PERDIDO A SI MISMO. PERO UN
CRISTIANISMO QUE UTILICE LAS PREOCUPACIONES
VERTICALES COMO MEDIO PARA REHUIR RESPONSABILIDADES
ANTE LOS HOMBRES, NO SERÁ NI MAS NI MENOS QUE UNA
NEGATIVA DE LA ENCARNACIÓN... ES HORA DE COMPRENDER
QUE TODO MIEMBRO DE LA IGLESIA QUE REHUYA EN LA
PRACTICA TENER UNA RESPONSABILIDAD ANTE LOS POBRES,
ES TAN CULPABLE DE HEREJÍA COMO EL QUE RECHAZA UNA DE
LAS VERDADES DE LA FE.
VISSER,THOOFT
Discurso en la Asamblea mundial de las Iglesias
Upsala 1968).
El Centro CRISTIANISME I JUSTICIA quiere dar a la luz el presente
Manifiesto, en los días del cambio de año. Otras veces
aprovechábamos estas fiestas para reflexionar sobre las tareas y
los retos pendientes para el año nuevo. En otra parte, también este
año lo hacemos de manera más breve. El presente escrito afronta
uno de los desafíos más serios que tiene hoy ante si nuestra Iglesia,
y que constituye un reto, no sólo para el próximo 1988, sino para
todos los años futuros.
CRISTIANISME I JUSTICIA,
Roger de Llúria, 13, ler. 08010 Barcelona
Tel. (93) 317 23 38
* * * * *
SUMARIO
1. ¿LO SAGRADO EN LUGAR DE DIOS PADRE?
a) Nuestra situcación histórica
b) La religión pura e inmaculada a los ojos del que es Dios y
Padre
2. ¿LO "SAGRADO" EN LUGAR DEL HOMBRE Y DEL POBRE?
a) El significado de la encarnación cristiana
b) La voluntad de Dios, única verticalidad posible
3. CONCLUSIÓN. NI SECULARISMO REDUCTOR NI
FALSIFICACIÓN ESPIRITUALISTA
ALUSIONES BÍBLICAS
* * * * *
1. ¿LO SAGRADO EN LUGAR DE DIOS PADRE?
a) NUESTRA SITUACIÓN HISTÓRICA
La ola de la secularidad...
a) Por la década de los sesenta, los oteadores del momento
religioso creyeron descubrir que el mundo occidental había entrado,
al parecer definitivamente, en una nueva fase: la de la
secularidad..
Lo habían anunciado desde hacía años los profetas de los
tiempos modernos, tales como Feuerbach, Comte o Nietzche. Ahora
parecía palparse el cumplimiento de sus profecías. El mundo
llegado a su "mayoría de edad" estaba perdiendo su fe infantil en
un Dios trascendente, papá bueno y solícito tapa agujeros, que en
su amorosa providencia podía resolver los problemas de los
hombres, a condición de que éstos le rindieran homenaje de
fidelidad con el cumplimiento de sus deberes religiosos. La fe en
este género de Dios era un resto de religión infantil, o una reliquia
medieval.
Por otra parte, las meditaciones de prisión del mártir D.
Bonhoeffer sobre la necesidad de vivir en el mundo ante Dios "como
si Dios no existiera", parecían ofrecer hasta una plausible base
teológica para una nueva religión de secularidad, que el obispo
anglicano J. Robinson pronto popularizaría como la única manera
en que el hombre moderno podría sentirse «sincero para con Dios».
El hombre, llegado a su «mayoría de edad», no podía creer que
Dios se complaciera con sus actos de devoción y de culto, ni podía
esperar que Dios acudiera a socorrerle en sus necesidades, con
sólo que lo se lo pidiese con oración ferviente y con costosas
ofrendas y promesas.
Este hombre mayor de edad se siente autónomo y responsable
de su destino. Busca la eficacia por los medios que tiene a su
alcance, y ya no espera ayudas trascendentes. Si cree en Dios,
sabe que no ha de esperar que Dios intervenga en favor suyo en
este mundo, y que no tiene por qué importunarle con sus oraciones
o actos de culto. Lo que Dios quiere de él es sólo que cumpla lo
mejor que sepa y pueda sus responsabilidades en el mundo. Es un
hombre secular: su religión es la del cumplimiento de la tarea
mundana....
Pronto se preguntaron algunos por qué llamar a esto todavía
religión: más aún, por qué creer todavía en Dios en lugar de creer
sólo en el mundo. Y la teología de la secularidad amenazó con
llevar, casi inevitablemente, a la teología «de la muerte de Dios»....
b) Con todo, no pasó mucho tiempo sin que los oteadores de la
secularidad tuvieran que confesar que tal vez se habían apresurado
en sus pronósticos. Harvey Cox, autor del máximo éxito editorial
sobre "la ciudad secular", se vio obligado a escribir al poco tiempo
(con una honradez que le hace merecedor de respeto), títulos tan
significativos como «La fiesta de los locos» o «La seducción del
espíritu»....
Resulta que los hombres encontraban sumamente aburrida su
antes cacareada «mayoría de edad». Su pragmatismo, su sentido
de la eficacia inmediata, su positivismo y su descuido de la
trascendencia y de todo horizonte más allá de lo ya dado
manipulare, aparecían ahora como un muro asfixiaste y
deshumanizador. Con su grito de "la imaginación al poder", el mayo
parisino del 68 (y sus ecos más o menos retardados en todo el
mundo) llamaron a la revolución contra el gris pragmatismo
secular.
Si los dioses antiguos parecían muertos, había que dar entrada a
nuevos dioses y nuevas llamadas a la trascendencia.
El retorno a lo sagrado
Así comenzó a surgir la avalancha de nuevas religiones y
espiritualidades. Lo oriental irrumpía como novedad cargada de
promesas de vida en un Occidente que parecía exhausto y
moribundo de positivismo. El yoga, el Zen, la meditación
trascendental o el sufismo, más el arcano de las mil pequeñas
sectas, parecían abrir ventanas para liberarse de la asfixia y
respirar de nuevo algo de sentido trascendente en la vida.
No es que los profetas de la secularidad quedasen del todo
desmentidos. Los valores seculares, el positivismo, el pragmatismo,
la inmediatez y la eficacia y el disfrute del presente son
efectivamente los determinantes principales del comportamiento del
hombre occidental. Pero este hombre, que parecía satisfecho con
su mayoría de edad, con su tarea de construir la tierra y con su
capacidad de ponerlo todo a su servicio, es un hombre que no
acaba de sentirse feliz. Su existencia fácil está como corroída
interiormente por un malestar y una insatisfacción profundas. Cada
día se le ofrecen más cosas de las que puede disfrutar. Pero con
ello sólo parecen aumentar su insatisfacción, sus conflictos internos
y externos, y sus inseguridades individuales y colectivas.... (a la vez
que aumenta también la insatisfacción y la inseguridad de aquellos
otros a los que cada día se les ofrecen menos cosas no ya para
disfrutar, sino para sobrevivir).
No es extraño pues que a los profetas de la secularidad hayan
sucedido nuevos profetas de la «trascendencia». Y, de hecho,
algunos de los responsables de las iglesias parece que han vuelto a
respirar con alivio, después de la amenaza de una imparable ola de
secularidad, al ver aparecer síntomas de «retorno a lo sagrado».
Expresión que ya en sí misma hace presentir toda suerte de
ambigüedades. De esos síntomas vamos a enumerar solamente
unos pocos:
a) numerosos grupos, aunque puedan ser relativamente
minoritarios, parecen despertar a una nueva sensibilidad para la
trascendencia y para la fe explícita en Dios, purificada quizás de las
corrupciones más burdas y de las actitudes más patentemente
alienantes contra las que se había ensañado la ola secularista.
b) surgen por doquier movimientos que pretenden recuperar el
sentido de la oración, incorporando a veces -con más o menos
acierto y coherencia- elementos de las tradiciones orientales, o
rebuscando simplemente en las riquezas olvidadas de la antigua
tradición cristiana. Se intentan nuevas formas de expresión
comunitaria de la fe y de experiencia espiritual.
c) los llamados "movimientos carismáticos" descubren
entusiasmados una nueva presencia y actuación del Espíritu.
d) reaparecen "casas de oración", "desiertos" o "pustinias", y las
antiguas instituciones monacales de mujeres y de varones se ven
concurridas por los que, por un tiempo más o menos largo, quieren
compartir una experiencia espiritual que llega a fascinar al hombre
perdido en su secularidad.
e) incluso los sectores más sanos de una generación juvenil a
veces sin ilusiones, drogada, desquiciada o desesperada, se
caracterizan por esta demanda de alimento espiritual...
Todo ello se convierte en una confirmación inesperada de que "el
hombre no vive de solo pan"; y también en una señal de aviso de
que el aire que se respira en la ciudad secular es un aire insano y
viciado, y de que el ser humano necesita respirar aire puro para
poder vivir medianamente sano.
Ante esta demanda se revaloriza también el sentido de un
testimonio cristiano que, decidida y explícitamente, dé la cara en
medio del secularismo o permisivismo ambiental, y se organizan
nuevos grupos que buscan dar este testimonio con presencia
militante y activa, decidida a influir en la sociedad.
Todo esto es la reacción del hombre de la ciudad secular contra
la asfixia espiritual que ella provoca. En este sentido seria necio
minimizar su alto valor sintomático, aunque sean actitudes
relativamente minoritarias: se trata de fenómenos cuyo valor y
sentido exactos han de ser analizados cuidadosamente, más allá de
una apreciación ingenua de su faz aparente
Pues si la secularidad amenaza con perder de vista a Dios, el
retorno a lo sagrado amenaza con falsificar al Dios verdadero y
sustituir un ateísmo más o menos implícito, por una idolatría bien
explicitada.
b) «LA RELIGIÓN PURA E INMACULADA A LOS OJOS DEL QUE
ES DIOS Y PADRE" (St 1,27)
Cuando algunos hablan de un "retorno a lo Sagrado" ¿podemos
decir sin más que se trata de un verdadero retorno y recuperación
de la genuína religiosidad cristiana?
He aquí una pregunta ineludible en nuestra actual hora histórica.
Después de las anteriores descripciones sería arriesgado
responder a esa pregunta de forma generalizada, en sentido
positivo o negativo. Muchas de las actitudes descritas pueden
brotar de un auténtico y genuino descubrimiento de valores típicos y
característicos del cristianismo. Baste con citar dos ejemplos bien
palmarios. Por un lado la recuperación del sentido de la gratuidad,
frente al asfixiante moralismo legalista que caracteriza a las iglesias,
y frente al encajonante pragmatismo chato de las sociedades
seculares. Por otro lado, la dura constatación -que parecen haber
hecho estos grupos- de que una excesiva "puesta entre paréntesis"
de la pregunta por lo Trascendente acaba convirtiendo toda la
realidad humana en absolutamente intrascendente, y que el olvido
de la "utopía del cielo", típico de la secularidad, conduce al sacrificio
de la "utopía de la tierra", típico de la postmodernidad .
Pero estos valores sintomáticos, no aseguran sin más la calidad
cristiana o el valor religioso de lo que se pretende recuperar:
Podríamos estar ante la misma resignación evasiva con que la
"postmodernidad" no creyente cuida la belleza de las cosas, para
compensarse de su renuncia a cambiarlas. O peor aún: podríamos
hallarnos enfrentados con los peligros que entraña toda situación
de reacción (dicho sea así para no aludir a la palabra de moda:
"restauración", ligada a tantos fracasos históricos en la memoria de
la humanidad).
La reacción suele quedarse en la mera negación o el mero
intento de sustitución de aquello contra lo cual se reacciona. En
nuestro caso podría suceder que:
a) frente al secularismo, se afirmara sólo un espiritualismo
desencarnado;
b) frente a la negación o infravaloración de lo trascendente, se
afirmara sólo la trascendencia de un Dios ajeno a la historia, que no
se haría presente más que en momentos especiales de oración o
de culto;
c) podría ser que frente a un "reino de Dios" demasiado
inminente, se afirmase ahora sólo el poder de los que dicen ser sus
representantes;
d) y que, frente al desamparo y vacío interior que el hombre
perdido en la ciudad secular siente en lo más hondo de sí, se
buscara un sendero dudoso en la simple huída de la tarea secular,
hacia los famosos "tiempos fuertes" y "lugares de desierto"; los
cuales ya no serían más que sutiles "descansos del guerrero" que
siente que la lucha cotidiana se le hace imposible, y que sólo busca
ya alguna justificación para renunciar a ella...
Todo lo anterior ha sido formulado deliberadamente de forma
condicional. Sería injusto definir -dogmatizando- que todas las
formas de renovación religiosa están afectadas por vicios de
planteaniento del género insinuado. Nadie está capacitado para
juzgar sin más tales o cuales conductas concretas. Y tampoco cabe
dudar de la autenticidad de muchas actitudes religiosas y orantes
que indudablemente proceden de la acción del Espíritu que jamás
deja de hacerse sentir y de movernos.
Pero sí que debemos proclamar con seriedad radical que existe el
peligro de que extraviemos nuestros caminos y volvamos a las
andadas que nos perdieron. La religiosidad a recuperar es la
auténtica religión del único Dios vivo y verdadero, en obediencia de
fe y de servicio, y no el tributo pagado a los ídolos de nuestros
sentimientos y de nuestros deseos.
Lo que opongamos al secularismo positivista y pragmático no
debe ser una huída del mundo, sino una responsable y gozosa
acogida de nuestra tarea en el mundo que Dios ha puesto en
nuestras manos, para que le demos sentido y vivamos todos en él
como hermanos e hijos suyos. Nuestro culto a Dios ha de ser el
culto que El quiere, en justicia y en verdad, y no la ofrenda fácil de
lo que a nosotros nos complace presentar.
En una palabra: no caigamos en la trampa de tomar el nombre de
Dios en vano y adorar sólo los ídolos de nuestras conveniencias o
de nuestros sentimientos, yendo a dar de nuevo en una religiosidad
alienante y alienada.
Si el hombre pretende buscar a Dios meramente desde sí mismo,
desde sus propias anticipaciones y esquemas de orden religioso,
filosófico o social, difícilmente lograr superar la demoledora crítica
de Feuerbach a los dioses que no son más que proyecciones al
infinito de los deseos y anticipaciones de los hombres. Y menos aún
superar la crítica de Pablo contra la impureza de la religiosidad
humana: pues también la religión puede degradarse en forma de
"concupiscencia de seguridad" y de afán de autoafirmación o
justificación propia.
A Dios hay que buscarle desde una postura receptiva y abierta a
acogerle tal como El se nos manifiesta, aunque desborde todas
nuestras anticipaciones y deseos inmediatos. Porque si Dios es
Dios, será más que todo lo que nosotros los hombres podemos
concebir o anticipar.
Esto es el meollo mismo de la teología bíblico-cristiana, como
palabra sobre un Dios que se autorevela gratuitamente a los
hombres, haciéndoles promesas más allá de lo que ellos podrán
esperar, interpelándoles a salir constantemente de sí mismos y de
su pequeña seguridad, ofreciéndoles superar los propios límites con
la perspectiva de llegar a ser hijos de Dios, y de llegar a participar
en una inimaginable Comunión con la misma vida divina.
Lejos de ser una proyección chata de las aspiraciones humanas,
el Dios cristiano es el Dios que siempre saca al hombre de su
cerrazón sobre sí y sobre sus intereses, abriéndole a una
perspectiva gratuita e inesperada de comunión con El, a través de
la creación de una familia de hermanos. Por eso, frente al "malestar
de la cultura" detectado por S. Freud y por los herederos de la
modernidad, la religión pura e inmaculada no puede asimilarse de
ningún modo a una especie de "bienestar en la incultura"(*).
El Dios de la tradición bíblico-cristiana se presenta como Creador
libre del mundo y de los hombres, a los que hace además "imagen
Suya": libres y responsables para organizar su vida con sentido en
el uso de las cosas y de la convivencia mundanas.
Es un Dios que quiere el bien de todos los hombres, conseguido
en el ejercicio de su libertad que El respeta. En este sentido ofrece
-no impone- un "pacto" o "Alianza" con los hombres que han de
constituir "su pueblo".
Es un Dios que, de esta forma, se hace solidario con los hombres
y que por eso se constituye en protector especial de los débiles -"el
huérfano, la viuda, el extranjero"-, frente a los abusos de los
poderosos.
Aunque inicialmente parece que su protección se restringe a un
reducido "pueblo escogido", pronto se reconocerá que el Dios
Creador de todos los hombres extiende por lo mismo Su protección
a todos los hombres, y que la elección bíblica es siempre elección
para una misión servidora: el localismo inicial israelita estaba
intrínsecamente llamado a superarse en universalismo, como
intuirán muy pronto los más antiguos profetas de Israel.
2. ¿LO "SAGRADO" EN LUGAR DEL HOMBRE Y DEL POBRE?
a) EL SIGNIFICADO DE LA ENCARNACIÓN CRISTIANA
La solidaridad de Dios con todos los hombres tiene su
manifestación máxima en Jesús de Nazareth, que es creído como
presencia de Dios en esta historia y en una vida humana. En la
persona y la vida de Jesús, Dios renueva y consuma su antiguo
Pacto con la humanidad, y realiza una oferta suprema de
comunicación a todos los hombres.
Jesús, hombre como nosotros, Hijo propio y unigénito de Dios,
nos revela a Dios como Señor de todo y Padre de todos. Y, al
enseñarnos a llamar a Dios Padre -no por derecho propio sino por
don de Su Espíritu- nos hace clamar también que "que venga Su
Reino", que es el Reino de una fraternidad real y efectiva.
Esa fraternidad no puede excluir a nadie, puesto que todos los
hombres, por ese don del Espíritu, somos igualmente llamados a ser
hijos de Dios. Por eso, la predicación de Jesús proclama una
"buena noticia para los pobres" y afligidos, en la que éstos son
objeto de "Bienaventuranza" (1) porque serán los más directamente
beneficiarios de la única Ley que Dios quiere hacer prevalecer: la
Ley de la fraternidad en la filiación bajo un único Señor y Padre de
todos. Jesús rescata así la antigua noción del Reino de Dios, que ya
había definido el salmista, y la declara íntimamente ligada a su
persona:
"El Señor hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos,
abre los ojos al ciego.
El Señor endereza a los que ya se doblan
El Señor ama a los justos.
El Señor acoge a los peregrinos,
sustenta al huérfano y a la viuda
y transtorna el camino de los malvados:
El Señor reina eternamente..." (Sal 145,10).
Para Jesús no hay acceso posible a Dios fuera de la dedicación y
del compromiso con ese Reino de la fraternidad en la que cada
hombre se aproxima al necesitado y se hermana con él, en lugar de
pasar de largo ante los caídos en la cuneta de la historia (2).
Tampoco hay posible manifestación de Dios en esta historia fuera
de ese empeño por ser "misericordiosos como el Padre", para que
los hombres "vean vuestras obras de bondad y alaben a vuestro
Padre del cielo" (3).
Toda búsqueda de Dios al margen de esta ley suprema de Reino,
acaba en un dios falso. Y por eso, Jesús fue el primero en cumplir
con entrega total este programa del Reino, invitándonos a seguirle
e imitarle. El no hizo distinción de personas, ni confirmó en sus
privilegios marginadores a los poderosos -de índole social, religiosa
o política-. Acogió a los pobres, enfermos y marginados. Proclamó
que, en su misma acogida, se acercaba Dios a los hombres. Y por
eso no temió enfrentarse con los que ponían el cumplimiento de los
preceptos rituales o legales por encima del servicio de la humanidad
y de la caridad: "el sábado está hecho para el hombre y no el
hombre para el sábado"; "compasión es lo que quiero y no
sacrificio"...(4).
Y por esto, y en suprema manifestación de la solidaridad de Dios
con los hombres, se vio llevado a afrontar la muerte en cruz, a
manos de los que estimaban más el ritualismo o el legalismo, y la
idea de un Dios amparador de sus privilegios, que las exigencias de
la fraternidad. Pero el Padre le resucitó, como prueba suprema de
que Jesús era de Dios y estaba con Dios, y de que Dios no estaba
con sus sedicentes representantes religiosos, los cuales no tenían
sensibilidad para comprender el corazón del Dios-Padre, cuyo único
deseo es "recuperar lo que se había perdido" (5) por los egoísmos
pecaminosos del hombre.
Esta es nuestra fe cristiana. Y si todo ello es así, los cristianos
habremos de proclamar que el confesar con los labios una
"divinidad de Jesús" meramente verbal, no es una patente de
salvación para nadie (y mucho menos si se pretende esgrimir esa
confesión contra los que tratan de corresponder creyentemente a la
dignidad divina de los pobres). En el cristianismo hay algo aún más
importante que la misma divinidad de Jesús, a saber: la divinidad de
Dios, que es la que hace que sólo puede ser Hijo de Dios, Unigénito
y Amado del Padre (6). Aquel cuya forma de vida le llevó a ser
eliminado por los poderes políticos de su tiempo, y "contado entre
los malhechores" por las autoridades religiosas de su pueblo (7).
Pensamos que la inevitable brevedad de este resumen de
nuestra fe no traiciona el sentido fundamental de la autorevelación
de Dios en Jesucristo, que no sería otro que este: que Dios es
Padre de los hombres, y por eso es todo solidaridad, todo
compasión, todo fidelidad, todo corazón solícito para con los
hombres. Que Su Voluntad sobre nosotros es que nos amemos
como El mismo nos ha amado, con amor efectivo, total, gratuito e
incondicional, siendo así hijos buenos del Padre "que hace salir el
sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos" (8).
La gloria de Dios, por consiguiente, no reside en que el hombre le
mencione y le dé culto. Sino que la gloria de Dios es la vida de los
hombres, y la vida de los hombres es el reconocimiento de Dios en
su paternidad solícita, hasta que llegue a la visión y a la plena
comunión con El. Así podríamos decir, parafraseando una conocida
fórmula, cuyo autor es del s.II de nuestra era.
Y esa Gloria de Dios ha de ser buscada incoativamente ya "en
esta tierra como en el cielo". De tal modo que, si Dios ha querido
acercarse plenamente a los hombres en la carne humana de su
Hijo, Recapitulador universal, resuenan ahora sobre todos los
empeños espiritualistas las mismas palabras que un día escucharon
los discípulos de Jesús: "O qué hacéis ahí parados mirando al
cielo?" (9). Es en esta tierra, que todavía no es su Reino y donde su
Voluntad no se cumple, donde Dios quiere ser encontrado por
nosotros
b) LA VOLUNTAD DE DIOS, ÚNICA VERTICALIDAD POSIBLE
Todo lo dicho nos marca un camino inequívoco de respuesta a la
pregunta que ha ido dirigiendo las reflexiones de este Manifiesto.
¿Cómo buscar a Dios?. No en el espiritualismo sino en el Espíritu
Santo. A Dios se le encuentra "humanizado" en Jesucristo, hecho en
El solidario con nosotros y hermano nuestro, e interpelándonos a la
solidaridad y fraternidad. Las Fuentes cristianas (pese a los
frecuentes tropezones e infidelidades del cristianismo histórico)
dejan claro que no puede haber otro lugar donde hallar a Dios, ni
otro criterio para reconocerlo y para distinguirlo de los ídolos que
podríamos construirnos: "lo que hicisteis con uno de mis hermanos
más pequeños, conmigo lo hicisteis". "Quien no ama al hermano al
que ve, no puede amar a Dios al que no ve". "La religión pura e
inmaculada es ésta: ayudar a los huérfanos y a las viudas en su
desgracia, conservándose a sí mismo incontaminado de este orden
presente" (10).
¿Cómo buscar a Dios? Cuando el Dios bíblico revela Su amor al
hombre, no pide a cambio inmediatamente que el hombre le ame a
El (en realidad ¿qué amor podría darle el hombre a Dios, que fuese
digno de El), sino que el hombre ame a su hermano. En el
cristianismo el amor al prójimo, y la justicia que trabaja por
realizarlo, no son simple mandamiento moral, sino una realidad
teologal: "Amaos los unos a los otros como Yo os he amado". "Si
Dios nos amó así a nosotros, también nosotros debemos amarnos
unos a otros" (11). Cuando Yahve canta un "canto de amor a su
viña", cuando le planta cepas y la cuida para que dé frutos, las uvas
que espera de ella no son oraciones y ritos, sino "justicia y
derecho"; y los agrazones que la viña produce son "asesinatos y
gritos de dolor" (12)..
¿Cómo buscar a Dios? Rezando efectivamente Padre nuestro, de
todos los hombres, sin pretender hallar exclusivamente un Dios sólo
"mío", y sabiendo que esta oración traduce una actitud fraterna por
la que tampoco el pan es sólo "mío", sino pan nuestro. ¿Cómo
encontrar a Dios? Creyendo que ese "nuestro" de la fraternidad
vincula al Padre del cielo con el "pan" de la tierra. Y cuando le
llamamos "mío" ni Dios es Padre, ni su Reino llega, ni se cumple Su
voluntad en la tierra como en el cielo.
¿Cómo buscar a Dios? Buscando efectivamente "trascendencia" y
verticalidad, pero en el clamor de los sufrientes y oprimidos, y no en
dioses a imagen y semejanza del anhelo humano. "Nosotros
sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida... porque
amamos a los hermanos" (13) mientras que los espiritualismos
siempre acaban buscando a Dios donde ellos quieren y no donde El
espera ser encontrado. Por esta razón (y al margen de cuales sean
sus intenciones verdaderas), han hecho siempre un gran daño a la
Iglesia, privándola de su fidelidad ante Dios y de su credibilidad ante
los hombres.
¿Cómo buscar a Dios? Hace ya muchos siglos que un célebre
Padre de la Iglesia respondía a esta pregunta:
"¿Quieres de veras honrar al cuerpo de Cristo? No consientas
que esté desnudo. No le honréis con sedas en la iglesia dejándole
perecer fuera de frío y desnudez... En la última cena ni era de plata
la mesa, ni tampoco el cáliz en que el Señor se dio a sus
discípulos... El sacramento no necesita manteles preciosos sino
corazones puros; los pobres, en cambio, sí que requieren muchos
cuidados. Aprendamos pues a sentir sensatamente y a honrar a
Cristo como El quiere ser honrado: porque para quien es servido el
servicio más grato es el que él mismo quiere, y no el que nosotros
nos imaginamos. Y así, Pedro se imaginaba honrar al Señor: no
consintiendo que le lavara los pies, y eso no era honra sino todo lo
contrario.
Tribútale pues el honor que él mismo reclama, empleando tu
riqueza en servicio de los pobres. Porque Dios no tiene necesidad
de vasos de oro sino de corazones de oro"
(·JUAN-CRISOSTOMO-san, Homilia 50 sobre S. Mateo, n.3).
Y esa misma respuesta antigua la encontramos actualizada en
estas palabras de uno de los grandes teólogos de nuestro siglo:
Si yo falto al amor o falto a la justicia, me aparto infaliblemente de
Ti, Dios mío, y mi culto no es más que idolatría. Para creer en Ti
tengo que creer en el amor y en la justicia. Vale mil veces más creer
en estas cosas que pronunciar tu nombre. Fuera de ellas es
imposible que te encuentre. Y quienes las toman por guía están en
el camino que lleva hasta Ti. (·LUBAC-HENRI-DE).
Ciertamente la fraternidad, la justicia, la comunión y la simple
convivencia humana no son empresa fácil. Y, a ratos, parece que
trascienden las posibilidades de los hombres tanto como el cielo
dista de la tierra. Pretender alcanzarlas por uno mismo sería, por
eso, una empresa tan quimérica como la de querer llegar hasta el
cielo. Sin embargo, la espantosa situación antifraterna que
caracteriza nuestro mundo actual -la infrahumanidad de los muchos
desheredados y la inhumanidad de los pocos privilegiados- es
demasiado atroz para que podamos creer que obedece sólo a la
dificultad de la empresa, y no al egoísmo culpable de los hombres.
En una situación así, y por utópica que parezca la plenitud final,
siempre son ya posibles infinidad de pasos concretos en dirección
hacia esta meta: hacia mayor fraternidad y mayor justicia. Pero,
para esta empresa, ha de pedir el cristiano incesantemente que "el
Amor de Dios se derrame en nuestros corazones por el don de Su
Espíritu Santo" (14), para que podamos amar a los hombres con el
mismo amor con que somos amados por Dios. Este es el verdadero
sentido de toda oración cristiana.
3. CONCLUSIÓN. Nl SECULARISMO REDUCTOR Nl
FALSIFICACIÓN ESPIRITUALISTA
La identidad cristiana se ve seriamente amenazada si, ante el
desafío de la secularidad moderna, se reacciona sólo con intentos
de "retorno a lo sagrado". Lo primero que deberíamos preguntarnos
es qué es lo realmente sagrado en una óptica cristiana.
Y la respuesta no ofrece demasiadas dudas: para el Dios que nos
ha manifestado Su Solidaridad con los hombres -singularmente con
los débiles y marginados- hasta dar su Vida por ellos, son más
sagrados esos hombres que todos los actos religiosos, y que todos
los tiempos de oración o los lugares, ceremonias y utensilios de
culto.
No insinuamos con esto que la oración y adoración, el culto y la
celebración no hayan de tener su lugar, necesario e imprescindible,
en la vida de fe individual y comunitaria: los hombres hemos de vivir
nuestra fe con formas exteriores, alimentarla, expresarla,
comunicarla y celebrarla con gozo y devoción ante Dios y en
comunión con los hermanos. Pero ha de ser una fe en el único Dios
auténtico, que le reconozca como lo que es y le honre como El
quiere ser honrado: como Señor de todo y Padre de todos, en la
vivencia práctica de la filiación en la fraternidad.
Los cristianos, por tanto, sólo creemos efectivamente en el único
Dios, Padre de Jesucristo y Padre nuestro, en la medida en que nos
comportemos como hermanos. Este es el criterio único para
discernir si nuestros actos de adoración y culto nos "religan"
realmente al Dios verdadero, o no son más que evasión alienante,
opio religioso de dioses ilusorios con el que nos drogamos
autosatisfechos.. Creer es asumir la responsabilidad que Dios nos
ha confiado, de hacer de este mundo nuestro concreto un mundo
en el que Dios sea efectivamente reconocido como Padre de todos,
en nuestro comportamiento de hermanos.
Aquí se puede percibir la parte de verdad que hay en la
afirmación de la secularidad, y que es cristianamente irrenunciable:
que nuestra relación de hombres libres y responsables para con
Dios, se juega en el terreno de este mundo, en la tarea de dar a
nuestra existencia mundana el sentido que Dios-Padre quiere que
tenga, en el esfuerzo para que venga su Reino y se cumpla Su
Voluntad en la tierra como en el cielo. De otra suerte, olvidaríamos
la decisiva afirmación paulina de que la fe se hace efectiva en la
caridad (15), y podría sucedernos que oyéramos de Dios lo mismo
que reprochaba por el profeta: "No sigáis trayéndome oblaciones
vanas, que el humo de vuestro incienso me resulta detestable...
Aprended a hacer el bien, buscad la justicia, dad sus derechos al
oprimido" (16).
Pero, aunque la autenticidad de nuestra fe se juega en el terreno
mundano, temporal y secular de la construcción de una convivencia
fraterna, ello tampoco implica la reducción del Reino de Dios a las
meras dimensiones mundanas y sociotemporales. Aquí se puede
percibir la parte de verdad que hay en las reacciones contra un
secularismo extremo: el cristianismo no es una estrategia
sociopolítica. Nos descubre que el hombre -todo hombre, toda vida
humana- tiene un valor absoluto porque es objeto de amor
incondicional de Dios Padre. Por eso, lo que se obra en la
temporalidad y en la humanidad, está "cargado de un peso inmenso
de gloria eterna" (17). Y por eso también dejó escrito S. Agustín:
"que nadie venga diciendo que si no ama a su hermano ofende sólo
a un hombre... pero que contra Dios no quiere pecar. Pues ¿cómo
no vas a pecar contra Dios cuando pecas contra el amor" (lu Jo
7,5).
Esa densidad trascendente del amor es el mismo "peso inmenso
de gloria eterna" al que aludía S. Pablo.
En conclusión pues debemos afirmar que, si el cristianismo no s
compatible con el reduccionismo temporalista de un secularismo a
ultranza, tampoco lo es -y menos aún- con la evasión espiritualista
que busca refugio en un "sagrado" trascendente. Menos que nadie
puede un cristiano ignorar aquellas palabras de un antiguo profeta
de Israel: "Lo que debes hacer, oh hombre, y lo que el Señor
reclama de tí, es tan sólo que practiques la justicia, que ames de
verdad y con ternura, y que camines humilde con tu Dios" (18).
No se puede caminar debidamente con Dios si no es practicando
la justicia y amando de verdad y con ternura. Mientras que si
alguien, por la Gracia de Dios, logra practicar la justicia y amar de
verdad, con misericordia, ése tal ya está caminando con Dios,
incluso aunque quizás no lo sepa: Porque "todo el que ama conoce
a Dios y es de Dios" (19).
ALUSIONES BÍBLICAS
(l) Cf. Mt ll,5; Lc 6,20.
(2) Cf. Lc l0,25 ss.
(3) Cf. Lc 6,36; Mt 5,16.
(4) Mt 2,27; Mt 9,13 y 12,17.
(5) Mt 18,11; Lc 19,10.
(6) Cf. Mt 4,17.
(7) Cf. Lc 22,37.
(8) Mt.5,45.
(9) Cf. Hchs 1,11.
(10) Mt 25,37 ss.; lJn 4,20; Sgo 1,27.
(11) Cf. Jn 15,12; lJn 4,11.
(12) Cf. Is 5, 1-7.
(13) lJn 3,14.
(14) Cf. Rom 5,5.
(15) Cf. Gal 5,6.
(16) Is 1,13.17.
(17) 2 Cor 4,16.
(18) Miq 6,8.
(19) lJn 4,7
Cuadernos CRISTIANISME I JUSTICIA,
Roger de Llúria, 13, ler. 08010 Barcelona
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NOTA
(*) La palabra "cultura" tiene aquí el significado típico de las
lenguas anglogermanas, que difiere de sus connotaciones
castellanas más inmediatas, para significar: civilidad, civilización,
convivencia, construcción y cultivo de la comunidad humana, etc