REVELACIÓN NATURAL

 

1. RV-NATURAL CON-D/COR-PURO COR-PURO/CON-D:

De objetos que nos sean completamente indiferentes, aunque se hallen en el ámbito de nuestra capacidad visual, no solemos apercibirnos.

Si esto puede decirse de la percepción de objetos intrascendentes, lo mismo y sobre todo habrá de afirmarse acerca del conocimiento de Dios. En este conocimiento toman parte activa las fuerzas de la voluntad y del sentir. Son necesarias determinadas actitudes psíquicas si el conocimiento ha de ser eficiente y vivo (Newman llama a este conocimiento «conocimiento real») y no un conocer meramente conceptual: es decir, un conocimiento capaz de garantizar convicciones reales y no consistente en meros conceptos y palabras. El Padre de la Iglesia y la Teología medieval considerará tales actitudes como presupuesto necesario para el conocimiento verdadero de Dios. Pueden ser designadas como actitudes de respeto, humildad, pureza y amor. El que busca a Dios debe buscarle avituallado con tales actitudes. Si en realidad Dios existe, ese Dios es totalmente distinto de nosotros, se encuentra fuera de la esfera de las cosas mundanas y del barullo de lo terreno, separado de nosotros por un abismo ontológico infranqueable y, no obstante, cerca de nosotros por hallarse presente en nuestro interior penetrando en los ámbitos más rec6nditos de nuestro ser. A este estado de cosas, constituido por la cercanía y lejanía de Dios, respondemos con la actitud del respeto amoroso y del amor respetuoso; es decir, con la actitud propia de la veneración. Esta actitud ayuda a descubrir la realidad de Dios y su plenitud axiológica. Dios se manifiesta sólo al humilde, al que reconoce su insuficiencia y debilidad ontológicas, morales y espirituales, al que se halle dispuesto a conocer una realidad superior a si misma buscando con la humildad asilo y protecci6n. El orgulloso, por el contrario, se deifica a sí mismo haciéndose por ello incapaz de conocer toda realidad trascendente a su propio ser.

De esta forma surge la paradójica situación siguiente: el pecador orgulloso es, por una parte, el que más necesita el conocimiento de Dios y, por otra, el menos capaz de conocer a Dios. La pureza del corazón, mediante la cual el hombre abre sin reservas las puertas de su alma a la realidad, le protege para no entregarse desordenadamente a las cosas mundanas, haciéndole así víctima del egoísmo y del utilitarismo. Esta pureza preserva al hombre tanto de la sujeción a la realidad terrena como de la entrega prematura a los valores espirituales. ·Agustín-san escribe en su De Doctrina Christiana, lib. 11, cap. 7, BKV VIII, 56: "El hombre ve a Dios sólo en tanto que muere para el mundo; pero en tanto que vive para el mundo, no ve a Dios". "Todo el que se proponga hablar de lo invisible y de su fuerza eterna, como es un ser corporal, tiene que esclarecer su sentido, purificar sus pensamientos, dominar sus pasiones para poder llegar hasta la meta buscada. El que quiere contemplar la luz del sol tiene que eliminar todo lo que oscurece los ojos, las impurezas y los flujos, porque si no una niebla surge ante los ojos y le impide contemplar la luz (Obras escogidas de los Santos Padres armenios, traducida por S. Weber, BKV I, 25).

COR/QUÉ-ES: Entre todas las fuerzas que impulsan al hombre hacia Dios, la más íntima y misteriosa es el anhelo, el amor, fuerzas insertas en la Naturaleza, creada por Dios y para Dios. En el tratado sobre la Creación veremos que la procedencia divina ha estampado en el hombre un signo íntimo e indestructible. El origen de Dios es origen de su amor. Así el hombre, por su origen formado por Dios, en lo íntimo está formado por el amor. Esta es la base del anhelo que impulsa al corazón humano hacia Dios. La expresión «corazón» no debe ser entendida aquí en sentido irracional-sentimentalista: el amor, siguiendo a San Pablo, San Ignacio de Antioquía, San Agustín, San Buenaventura, Pascal y Newman, es una forma bajo la cual de manifiesta el espíritu; es decir, es el espíritu mismo en cuanto que estará íntima y vitalmente unido con el cuerpo. Entendido de este modo el corazón es el órgano por medio del cual el yo humano responde a los valores, especialmente al valor supremo que es Dios.

De dos formas actúa el amor en el conocimiento de Dios. En primer lugar impulsa al hombre hacia el "Tú" divino; luego abre sus ojos espirituales para que perciba a Dios. En efecto, Dios es amor (/1Jn/04/07-08). Y el amor sólo puede ser conocido por el amor. Quien carece de amor no podrá conocer a Dios. El odio ciega; el amor, por el contrario, ha nacido de Dios y conoce a Dios (1. Jn. 4, 7).

Tiene, pues validez, lo que afirma San Agustín en una ocasión (Sermón sobre el Evangelio de San Juan, Trat. 96, n.° 4; BKV II, 193 y sigs.): "Nadie ama lo que no conoce; pero cuando alguien ama lo que sólo conoce de una manera imperfecta, el amor hace que llegue a conocerlo cada vez mejor y más completamente. De acuerdo con toda la Sagrada Tradición escribe Thomassin en su Dogmática, inspirada por la Teología del francés Berulle: "Para llegar hasta lo divino hay que comenzar con el amor, no con la especulación. Porque las emociones del corazón nos revelan a Dios mejor que el entendimiento, tanto más cuanto que el amor esclarece los ojos del alma y comunica a ésta fuerzas para la contemplación de las cosas santas".

El examen de la Sagrada Escritura y de la Tradición oral demuestra que la definición del Concilio Vaticano referente al conocimiento natural de Dios se halla totalmente justificada, basta una ojeada rápida sobre el testimonio de la Revelación sobrenatural para convencerse de que la doctrina del Concilio presenta una interpretación exacta, auténtica, de la Sagrada Escritura y de que el testimonio que Dios da de sí mismo en la Creación sólo puede producir efecto sobre un espíritu humilde, predispuesto y puro.

a) En lo que se refiere a la Escritura se puede constatar lo siguiente:

I. Para los creyentes del Antiguo Testamento la existencia de Dios era una cosa tan obvia que todas las cosas y los acontecimientos constituían encuentros con él. Todo era transparente para ver a Dios. Los Justos le buscan para escucharle (Ps. 34 3). Todos los pueblos le ensalzan (Ps. 117, 1). El fuego y el granizo, la nieve y la niebla, el viento desencadenado, las montañas y las colinas, los arboles frutales y los cedros, los animales mansos y los salvajes, el gusano y el pájaro alado: todas las criaturas le alaban y ensalzan (Ps. 148, 8-10). Los árboles del campo manifiestan alegría cuando se acerca su pueblo (ls. 55, 12). Las estrellas de la mañana se regocijaron el día en que creó la tierra (lob. 38, 7). El cielo, la tierra el mar y todo lo que en ellos vive y se mueve tienen orden de ensalzarle (Ps. 69, 35). Su nombre es grande entre los pueblos desde el Oriente hasta el Occidente (Mal. 1, 11). En los escritos del Antiguo Testamento, a medida que vamos descendiendo a lo largo de los siglos, tanto mas solemnes resuenan los himnos de gloria y alabanza a Dios. Pero tampoco faltan en las páginas más antiguas. La alabanza es siempre profesión y reconocimiento de la misma creencia: que Dios existe.

En los últimos tiempos de la historia judía la idolatría aparece bajo dos formas en los horizontes del pueblo elegido: como deificación de fuerzas y cosas naturales y como veneración de fetiches construidos por el hombre. Sobre la primera de esas formas el libro de la Sabiduría -redactado uno o dos siglos antes de la venida de Cristo- emite un severo fallo condenatorio.

El texto sagrado (/Sb/13/01-09. Véase también 2, 15; 12, 24; 13, 10; 14, 30) dice que tanto la contemplación de la hermosura de la Naturaleza, con la consiguiente admiración y el sentimiento de horror, que produce la fuerza, pueden conducir a los hombres hacia Dios. En la fuerza y en la hermosura podemos percibir a título de comparación la fuerza y hermosura del Creador; se traslucen a través de lo creado. No obstante, el hombre no se deja conducir hasta Dios por la Naturaleza. Antes al contrario sucede algo extraño y raro: la fuerza y hermosura creados, lejos de acercar al hombre a Dios, le apartan de Él: impiden que vea a Dios. Hechizan y fascinan su corazón de tal suerte que el hombre no mira más allá de la fuerza y hermosura visibles. Se detiene en ellas y las deifica.

A qué se debe esto? ¿Por qué son precisamente los valores que deberían conducir el hombre a Dios los que le seducen ahora, después del pecado, para que adore a los ídolos? El texto de la Sabiduría no nos da la respuesta; pero, con la ayuda de otros pasajes de la Sagrada Escritura, se pueden aducir los siguientes argumentos, fundados unos en el modo de ser del mundo, y otros en el modo del hombre:

1) La Creación no es ya una Revelación clara de Dios, ya no habla con voz clara de Él. A causa del pecado cayó también sobre ella la maldición y se halla como deformada y desfigurada (Gén. 3, 17; /Rm/08/19-23). Por eso cabe preguntar: ¿Constituirá este mundo corrompido el mundo de Dios? En él se percibe la voz de un Señor diferente; es decir, la voz de aquel ser a quien la Sagrada Escritura llama "príncipe de este mundo", la voz de Satanás. Su dominio sobre el mundo se manifiesta en las quejas y suspiros que san Pablo oía en el mundo y las lágrimas y lamentos que percibe también en el mundo el hombre no iluminado por la Revelación (·Virgilio: Sunt lacrimae rerum, también las cosas tienen sus lágrimas).

2) El pecado ha debilitado la capacidad visual humana. El hombre no ha perdido totalmente, a causa del pecado, la capacidad de conocer a Dios, pero su corazón está ofuscado de tal modo que ya no puede percibir y ver claramente a Dios. El hombre, en el estado originado por la caída, vive amenazado siempre por el peligro de no ver a Dios y de no oír su voz.

La afinidad divina que ha quedado a la Naturaleza y el anhelo de Dios que posee todavía el corazón humano ofuscado por el pecado explican el hecho de que el hombre que ya no percibe al Dios vivo en la fuerza y hermosura de la Naturaleza, deifique y adore a éste. El mundo no ha perdido el fondo luminoso de que dispone gracias a su origen divino. De ahí resulta que debido al ofuscamiento de su corazón, el hombre puede confundir la Naturaleza dotada de rasgos divinos con Dios, a quien sigue anhelando también el hombre pecador. Así se explica que el libro de la Sabiduría considere a la Creación como un camino fácil que conduce hasta Dios y afirme que la deificación mítica del mundo es deficiencia ético-religiosa y no gnosológica.

II. En el Nuevo Testamento, San Pablo resume las ideas del Libro de la Sabiduría y les comunica una nota especial de rigidez condicionada por la venida de Cristo; es decir, por la venida del amor de Dios encarnado en la Historia humana.

Epístola a los Romanos (/Rm/01/18-23) Según este texto, los iluminados por la Revelación consideran a los incrédulos como reos de culpa. La ira de Dios les alcanza. Dios les rechaza de modo que no pueden reconocerle; pero la culpa la tienen ellos. Es su orgullo el que excita la ira divina. A causa de su independencia orgullosa impiden que triunfe la verdad decisiva, la verdad de Dios. Le niegan el dominio. Son hombres de mala voluntad. De por sí podrían reconocer la sabiduría de Dios; de hecho, ven esta sabiduría todos los puros y limpios de corazón. De por sí serían capaces de percibir lo invisible en lo visible. Ahora bien, cuando el hombre no toma en serio a Dios y cuando no le reconoce como Señor, queda trastornada la vida humana entera, a la que pertenecen también el corazón y el espíritu humanos. En tales condiciones, el hombre carece de normas. Por profundos que sean sus conocimientos espirituales y por grandes que sean los progresos culturales, todo está en un mundo de caos y desorden. Por eso el hombre se muestra incapaz de atribuirles el rango que les corresponde. Perdidas las normas rectas y justas, no es ni siquiera capaz de reconocer el puesto que ocupa en el mundo convertido en caos. Esto se pone de manifiesto en el hecho de que adora, como si fuesen dioses, a animales inferiores a él. Al abandonar y perder a Dios, el hombre orgulloso abandona y pierde su propia dignidad. En una atmósfera de impiedad no puede prosperar el espíritu humano. La impiedad atea hace descender al hombre a un grado ínfimo, en el cual hasta adora y venera a los animales. Según San Pablo, este estado no es, en primer lugar, una deficiencia del entendimiento, sino una insurrección del corazón. El ignorar a Dios, por eso, constituye un acta de acusación contra el mismo hombre. En ella se pone de manifiesto que el hombre es reo de juicio ante el tribunal divino, a causa de su autonomía radical.

San Pablo habla en otros dos pasajes acerca del conocimiento natural de Dios. En su discurso de Listra (/Hch/14/14-18) enseña a sus oyentes que en los tiempos pasados Dios ha dejado que los paganos sigan sus propios caminos aunque nunca los haya dejado sin testimonios que dan fe de su existencia. Hubieran podido encontrarle en los fenómenos de la Naturaleza, en los acontecimientos históricos y en las vivencias de sus propios corazones.

Los habitantes de Listra quedaron fascinados al ver que San Pablo había curado a un tullido. lnmediatamente se dispusieron a ofrecer sacrificios a San Pablo y a su compañero Bernabé. Sentimientos de ira y de dolor se apoderaron de San Pablo y Bernabé cuya misión consistía precisamente en luchar contra la idolatría y anunciar al Dios vivo; ambos se mezclaron entre la gente y trataron de calmarlos, gritándoles que no eran dioses, que lo mismo que todos los demás, poseían una naturaleza humana sometida a los dolores y a la muerte, que habían venido a predicar al Dios vivo, distinto de todos los hombres. Los habitantes de Listra no habían llegado a conocerle hasta ahora, porque hasta los tiempos presentes Dios había permitido que los paganos siguieran sus propios caminos, es decir, no les había hecho partícipes de su actividad redentora. Pero, por fin, había llegado el momento en que podrían conocerle, aunque en realidad no les debía ser totalmente desconocido, ya que «no les dejó sin testimonio de Sí haciendo el bien y dispensando desde el cielo las lluvias y las estaciones fructíferas, llenando de alimento y de alegría vuestros corazones».

Esto quiere decir que la observación atenta de la Naturaleza de la Historia y del propio ser pueden llevar al hombre a presentir y descubrir a Dios.

Lo mismo enseña San Pablo en su discurso en el Areópago de Atenas (/Hch/17/22-30). Fue una hora histórica aquella en que San Pablo anunció el Evangelio del Dios vivo a los herederos de la cultura clásica griega, en el centro mismo de esa cultura. En primer lugar, alabó la piedad de los atenienses, que se había manifestado y se manifestaba en tantos templos, imágenes y fiestas. Como nota característica y especial de su religiosidad, nombró un altar que había visto cuando iba por la ciudad. Sobre ese altar había un rótulo que decía: a un dios desconocisio. Esta fórmula manifestaba que los atenienses estaban especialmente capacitados para percibir la universalidad y potencia del fondo divino de la realidad. El carácter divino de ésta no podía ser representado exhaustivamente, según lo que creía el griego piadoso, por medio de los numerosos y ya conocidos dioses. La mente piadosa, al sentirse rodeada de lo numinoso, creía eran necesarios nuevos símbolos, además de los conocidos, para expresar por medio de ellos todo el contenido divino de la realidad. La piedad griega, para hacer todo lo que estaba de su parte, había construido por ello un altar a los dioses desconocidos. San Pablo aseguró a los atenienses que habían obrado acertadamente, puesto que el mundo está realmente penetrado por el misterio de Dios.

Los atenienses no se engañaban al presentir esto. No obstante, era cierto que hasta ahora no habían llegado a conocer el origen del carácter divino del mundo. En realidad proviene del Dios uno y vivo. Por consiguiente, su continua búsqueda del fondo divino del mundo era, como les declaró San Pablo, una búsqueda del Dios vivo, aunque hasta ahora no hubiesen caído en la cuenta de ello. Es verdad que no hubiera debido ser tan incompleta su ignorancia con respecto a esto: el mundo ha sido creado por el Dios vivo y se halla penetrado de su esencia y actividad. Dios es el que gobierna la Historia humana. Además, compenetra a cada uno de los hombres en tanto que es Poder personal plasmante y universal. Él es la atmósfera personal dentro de la cual existimos y vivimos, de la misma manera que nos movemos en el aire; más aún, «porque somos linaje suyo». Nada sería más natural que el que le tocásemos, captásemos y presintiésemos. ¿Cómo no podría ser percibido el Ser que está presente en lo más íntimo de nosotros? Su voluntad es que los hombres "busquen a Dios y siquiera a tientas le hallen, ya que no está lejos de nosotros, porque en El vivimos, nos movemos y existimos". Y, no obstante, ha sucedido una cosa rara, extraña, inesperada: Dios no ha sido percibido. Pero ahora -sigue exponiendo San Pablo- Dios quiere que terminen los tiempos en que no ha sido conocido. Ahora se ha manifestado de un modo nuevo y llama a los hombres para que abandonen a los ídolos y para que le reconozcan a El, que es el Dios vivo. Esta llamada es seria y después de ella vendrá el juicio.

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La idea de Dios es una de las prerrogativas de la naturaleza humana. Nace con ésta y no puede desaparecer nunca totalmente. Basten dos ejemplos. San Agustín cuenta la existencia de Dios entre el número de verdades que nadie puede desconocer plenamente. San Juan Damasceno expresa el parecer unánime de los Padres, especialmente de los griegos, al exponer lo siguiente (Exposición de la fe ortodoxa, lib. 1, cap. 1; BKV I): "EI conocimiento de la existencia de Dios ha sido inserto por El en todos. También la Creación, su gobierno y conservación, anuncia la majestad de la naturaleza divina. Además. se ha dado a conocer -según el grado de nuestra capacidad de conocimiento- por medio de leyes y por los profetas, y finalmente mediante su Hijo Unigénito, nuestro Señor, Dios y Salvador, Jesucristo».

Teniendo en cuenta que el origen divino del hombre no es un hecho que pertenezca al pasado, sino un suceso permanente y que este suceso precisamente determina y plasma su esencia íntima, se comprende con facilidad la doctrina de los Santos Padres, al afirmar que el hombre no puede olvidar nunca completamente a Dios, lo mismo que no puede olvidarse completamente a sí mismo; que no puede pensar en sí mismo de manera totalmente consciente sin pensar el "TU" divino, aunque este pensar en Dios pueda ser vago e indeterminado.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA I
LA TRINIDAD DE DIOS
RIALP.MADRID 1960.Pág. 194-203

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2. H/ALFABETO-D EXP/RV EV/EXPERIENCIA:

El hombre, alfabeto de Dios

A través de las experiencias humanas tomadas como mediaciones de lenguaje es como, a lo largo de su vida, el creyente se formula perpetuamente su representación de Dios Padre, sin que por eso haya de suprimir su orientación hacia Dios.

"La revelación no cae del cielo para comunicar a los hombres desde fuera y desde arriba, misterios trascendentales. Dios habla al hombre desde el interior del mundo y partiendo de sus propias experiencias humanas»

H. URS VON BALTHASAR
Parole de Dieu ef Liturgie
Ed. du Cerf, página 86

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3.

Hay que señalar inmediatamente, por supuesto, que esta nueva percepción de la relación padre-hijo que nos introduce en una representación más profunda de la paternidad divina, de rechazo origina rápidamente un choque. Dios no toma una experiencia humana para manifestarse en ella sin transformarla profundamente. Y el hombre, más capaz, gracias a esta experiencia humana nueva, de captar lo que Dios dice de sí mismo, ve rápidamente renovarse desde arriba su concepción primera de la paternidad. Se da cuenta, por ejemplo, que la paternidad divina por él descubierta en las actitudes de Jesús no suscita ninguna dependencia, ninguna renuncia del ser, en el Hijo. Al mismo tiempo, comprende también que la realización de la paternidad humana pasa por la maduración de una independencia de los hijos. Lo que quiere decir que el hombre, al desarrollarse históricamente, se convierte en un alfabeto más completo, que Dios utiliza para anunciarse; pero también que el hombre, al conocer con más precisión el rostro de Dios, se ve a sí mismo con más claridad, y franquea un umbral de humanidad que le pone, a su vez, en una situación nueva para volver a profundizar su representación de Dios. Y así, sucesivamente. Por ello, es muy cierto decir también: «el rostro de Dios que conocemos depende siempre un poco del hombre que somos»; y "el hombre que somos depende siempre un poco del rostro de Dios que conocemos». Hay que leer el Evangelio alternando cada vez una página del libro y una página de nuestra historia personal y colectiva.

H. URS VON BALTHASAR
Parole de Dieu ef Liturgie
Ed. du Cerf, Pág. 99 s.

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4. H/CAMINO-D:

«Dios habla por el hombre. No solamente lo que el hombre dice, sino todo lo que es, se convierte en instrumento para Dios. Evidentemente, lo que el hombre es y lo que puede ser, sólo se manifiesta en toda su amplitud cuando Dios hace del hombre su alfabeto, su instrumento sonoro e inteligente. Si Dios, desde siempre, en su libertad, decidió hacerse hombre, adaptarse a los modos de expresión de su criatura para revelar sus profundidades divinas... entonces, era necesario que, desde el principio, su palabra escogiese la existencia y la experiencia del hombre como su modo de expresión. El hombre, incluso en la revelación, no alcanzará a Dios en ninguna parte más que en el hombre»

HANS URS von BALTHASAR
PALABRA DE DIOS Y LITURGIA

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5. HT/PRESENCIA-D D/PRESENCIA/HT:

Fue sin duda alguna muy atinado el anónimo discurso que acertó a modelar la expresión «lectura creyente de la realidad». Toda realidad está ahí, abierta como un libro, ofrecida a los ojos. Ojos de científicos, de políticos, de gentes sencillas, de creyentes. Si es cierto que la realidad quiere desvelar a todos sus secretos pluriformes, reserva el último y más profundo para los creyentes. La lectura creyente de la realidad supone todas las otras lecturas pero no compite con ellas. Por el contrario, las completa.

Les dice: toda realidad es una parábola de Dios. Les recrimina: ¿tanto tiempo estáis con ella y aún no la conocéis? Quien es capaz de leer la realidad, ha visto a Dios.

CUADERNOS DE ORACIÓN
1986/039.Pág. 3

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