CL
se ha definido siempre como movimiento eclesial de educación en la fe. Pero, ¿cuáles
son los rasgos fundamentales de tal educación? ¿Cuáles son los pasos
esenciales del método educativo de don Giussani?
Estos encuentran expresión adecuada en los numerosos escritos que Giussani ha
dedicado a la comunicación de un método educativo ligado a la propuesta
cristiana de hoy.
Planteamiento del problema humano
El fenómeno humano, nuestra vida, por el hecho mismo de ser, plantea el
problema del significado de la existencia. El hombre es, en efecto, el único
punto de la naturaleza en el cual se plantea conscientemente, a veces como una
pregunta desdibujada, el problema del sentido último de la existencia.
Para verificar cualquier propuesta, incluida la propuesta cristiana, el hombre
debe partir de su propia experiencia auténtica en su totalidad y pureza, sin
parcialidades ni ambigüedades. La experiencia auténtica se da cuando las cosas
que sentimos o comprendemos se someten a juicio a través de una comparación
con aquella serie de evidencias y exigencias últimas que constituyen el
"corazón" del hombre, y que cualifican su sentido religioso (el deseo
de felicidad, de verdad, de lo justo, de lo bello, del significado último y
total).
El encuentro de estas exigencias y evidencias con las circunstancias de la vida
activa en el hombre el dinamismo de la razón.
Pertenece a la naturaleza de la razón, por tanto, el estar abierta a la
realidad, el ser un dinamismo que ante cada objeto reconoce que, incluso tras el
más profundo análisis, sigue existiendo un quid misterioso que escapa a la
comprensión. La razón fiel a su naturaleza, abriéndose a la realidad, preguntándose
sobre su sentido y reconociendo el Misterio como horizonte último de todo,
"coincide" con aquel sentido religioso que Giovanni Battista Montini,
el futuro Pablo VI, definió en 1957 como la "síntesis del espíritu".
El valor de la tradición y el método para acercarse a ella
Condición previa para una experiencia humana auténtica es el no censurar
ninguno de los factores que la componen. Por lo tanto, para educar es necesario
ante todo proponer la tradición, en cuanto suma de las experiencias y de los
descubrimientos que determinan en gran parte el estado en el cual se encuentra
el hombre y que, por ello, le ofrecen la primera hipótesis para la lectura del
presente. Evitar, o peor, cerrarse a la relación con la tradición, impide la
posibilidad de una experiencia humana auténtica.
Pero la tradición, cualquier tradición, sólo se puede proponer y, por lo
tanto, encontrar en una vivencia presente. De otro modo, se reduce a algo que sólo
interesa como objeto del pasado, útil quizás a los estudios especializados,
pero inerte como influencia en la vida. El encuentro con una tradición puede
darse sólo en el presente, a través de una experiencia que viva el contenido
de aquella tradición hoy.
Así, también el encuentro con la tradición de dos mil años de cristianismo
puede producirse sólo donde se viva su contenido y su mensaje en la actualidad.
Autoridad y sentido crítico
El ser humano, de hecho, se desarrolla en toda su dimensión siguiendo a una
autoridad. Para el niño es la figura de sus padres; para cada hombre,
consciente o inconscientemente, es la figura -o las figuras- en la que inspira
su modo de actuar y que determina los criterios que mueven su acción. Es la
naturaleza lo que ha establecido como norma para un auténtico desarrollo el método
de la autoridad. El valor de ésta última no consiste en que impone
determinados criterios o modalidades para la vida y la acción, sino en que
propone los términos del problema y sugiere la hipótesis adecuada para
afrontarlo. La autoridad, en este sentido, es instrumento para una crítica
eficaz: educar, en realidad, significa educar en el sentido crítico, habituar a
los jóvenes a ponerse ante la tradición, la vida y sus circunstancias como
"problema" (del griego, pro-bállo). Significa en suma afrontar la
vida con la hipótesis que los criterios contenidos en la naturaleza del corazón
estiman más adecuada. De esta forma, el sentido crítico no equivale a la duda,
que acaba por paralizar cualquier búsqueda, sino que es el resorte que impulsa
continuamente a la aventura de lo real y hace abrazar la vida entera.
El cristianismo: el acontecimiento de un encuentro
Es característica de la razón la categoría de la posibilidad. El cristianismo
es el anuncio de que se ha hecho realidad una extraordinaria e ineludible
posibilidad: el Dios buscado y deseado por el hombre durante todos los tiempos y
en todas las culturas, el Misterio hacia el cual el hombre ha tendido los
puentes de la imaginación y de la oración, se ha hecho hombre. Se le ha podido
encontrar en la historia "en un momento y en un tiempo
determinados"14. Por tanto, el cristianismo no es una "religión"
entre otras: su naturaleza no es el ser una versión de la inagotable búsqueda
de Dios y de la relación con el Misterio del cual todo proviene. El
cristianismo sucede como acontecimiento. El problema religioso, con la Encarnación,
ha pasado a ser un problema histórico: ¿es verdad o no que Jesús es
Dios-con-nosotros?
Hoy, como hace dos mil años, el encuentro con una humanidad excepcional, y
excepcional en cuanto corresponde de manera única -como sólo Dios lo puede- a
las esperanzas y a los deseos del corazón, introduce al descubrimiento del Dios
hecho hombre. Como para Juan y Andrés, también hoy el camino del cristianismo
es sencillo: se trata de seguir el atractivo despertado por un encuentro, de
permanecer en esa Presencia. Pero, ¿dónde se encuentra Cristo hoy? ¿Dónde
vive y cómo llega al hombre de hoy toda la inmensa tradición de santidad, de
tesón, de ternura y de caridad suscitada hace dos mil años por el
acontecimiento de Cristo? ¿Dónde, en definitiva, permanece y sigue cambiando a
los hombres aquel acontecimiento? En la Iglesia, en la compañía de aquellos
que lo reconocen y entre los que ha elegido estar misteriosa pero realmente
presente. En el pequeño grupo de amigos (en cualquier ambiente en que se halle)
que funda la propia unidad en el reconocimiento de Cristo en la comunión de la
Iglesia, se encuentra el terminal último, el gesto con el que Cristo alcanza al
hombre y se hace experiencia para él.
La certeza y el compromiso de la libertad
Durante los Ejercicios de la Fraternidad de CL de 1998, en Rímini, don Giussani
ha dicho: "La fe es racional en cuanto florece en el límite extremo de la
dinámica racional como una flor de gracia, a la que el hombre se adhiere con su
libertad. Y, ¿cómo hace el hombre para adherirse con su libertad a esta flor
incomprensible tanto en su origen como en su desarrollo? Para el hombre,
adherirse con su libertad significa reconocer con sencillez lo que su razón
percibe como excepcional. Reconocer con la misma certeza inmediata que se
produce ante la evidencia irrefutable e indestructible de ciertos factores y
momentos de la realidad, tal como entran en el horizonte de nuestra
persona". De hecho, del mismo modo que se considera razonable creer a quien
nos desea el bien, incluso si el bien no es un objeto que se pueda medir, y del
mismo modo que encontramos perfectamente razonable creer a quien atestigua un
hecho cualquiera -a menos que no existan razones fundadas para sospechar de
ello-, igualmente la fe en el hecho de Jesús muerto y resucitado es fruto de la
confianza depositada en una serie innumerable de testimonios, desde entonces
hasta ahora.
Este tipo de certeza (certeza moral) es aquella que los primeros discípulos
adquirieron sobre Él en el tiempo, estando con Él, leyendo los signos de su
potencia y de su amor, verificando cómo sus gestos y sus palabras correspondían
a las urgencias y evidencias de su corazón.
Factores determinantes en la adquisición de tal certeza de fe (como de
cualquier certeza moral) son el tiempo y el compromiso de la libertad. Conceder
tiempo y comprometer la propia libertad, también con actos y obras, en la
propuesta cristiana es condición esencial para verificar su razonabilidad y
adecuación para con la propia existencia.
Así, la fe no actúa en la vida personal y social simplemente como "motivo
inspirador" o como prejuicio ideológico, al lado o frente a los demás
motivos e ideologías, sino como memoria y propuesta constante de un
acontecimiento.
De dónde nace la moralidad nueva
La auténtica moralidad para el cristiano se identifica con el acto cargado de
afecto con el cual sigue a Cristo y compromete su libertad en esa relación.
Seguir a Aquel que ha correspondido de manera imprevista y consumada a las
esperanzas y evidencias del corazón: el cambio moral no nace del respeto debido
a las reglas o a las leyes, sino de la adhesión de la libertad y del afecto. De
aquella evidencia que hizo responder a san Pedro, el mismo hombre que le había
traicionado tres veces: "Sí, Señor, Tú sabes que te amo"15.