Albino Luciani         CURSO BÁSICO DE FORMACIÓN CATEQUÍSTICA


 

III. EL ALUMNO

 

1.- ES NECESARIO CONOCER AL NIÑO

1.- ¿Qué debe conocer el maestro para enseñar el latín a un niño?

—Pues el latín, responderá un alemán.

—Al niño, responde el americano Stanley Hall.

—Y nosotros añadimos: debe conocer al uno y al otro: el latín pero también al niño.

Y a la verdad antes de sembrar, el campesino no sólo debe conocer la semilla, sino también la calidad de la tierra a la que se le confía la semilla. Y un carpintero debe conocer las varias cualidades de madera, pero jamás usará el cerezo que es una madera apreciada para ponerle palo a un azadón.

Así también el catequista, que enseña al niño, debe conocerlo.

2.- Es un grave error creer que el niño es en todo semejante al adulto, y que sólo es más pequeño, más ignorante, más inexperto.

Mirad a un niño con lente de aumento: lo veréis grande como un hombre; veréis que camina, salta, ríe, pero de manera distinta de la de un adulto.

El niño no aprende como nosotros, no puede hacer lo que nosotros hacemos: una cosa nos gusta mucho, a él no le agrada y viceversa.

Es preciso conocerle: saber cuáles son sus alcances, sus posibilidades para poderlo formar con inteligencia, adaptarlo a nuestra enseñanza y solicitar su colaboración.

3.- Hubo un pescador a quien gustaban mucho las fresas; se fue al río y puso en el anzuelo una fresa diciendo: me gustan a mí, jies gustarán también a los peces!

Viceversa, a los peces no les gustaban las fresas pero sí los gusanillos que el pescador no quería tocar.

Y sucedió que los peces cogieron los gusanillos, se fueron y el pescador se quedó con la boca seca...

Poned en lugar del pescador al catequista, en lugar de los pececillos a los niños, y tendréis una idea de lo que sucede cuando el catequista no se preocupa por conocer el gusto de sus alumnos y adaptarse a ellos.

4.- Es preciso conocer a los niños no sólo en general, sino uno por uno, porque entre ellos no hay ni siquiera dos que sean perfectamente iguales.

Se dijo: "Cada niño es un inédito, una palabra de Dios que no se repite jamás".

Y hay que añadir: cada niño tiene diversas condiciones de sí mismo y por eso jamás se le conoce bastante y no se acaba nunca de conocerlo y estudiarlo.

5.- ¿Cómo vive un niño de pocos meses? Se alimenta, llora y casi todo el resto del tiempo lo emplea en dormir. Un adulto duerme por cansancio, por fatiga. Pero ¿qué ha hecho este pequeño para estar siempre cansado? La razón es muy sencilla: está creciendo, desarrollándose. Y esto lo cansa.

Y cuando llegue a ser un niño mayorcito, la fatiga será mayor porque al crecer se añaden el saltar y moverse sin fin.

El catequista para entender y comprender ciertas distrac ciones del niño, para no fatigarlo demasiado y para no pretender de él cosas que no puede dar, debe tener presente que el niño no sólo tiene alma sino también cuerpo, que continuamente se cansa.

6.- Rousseau dejó escrito: "¡El niño es bueno, es un ángel!". Lutero, al contrario, dijo: "Es una bestia".

Más justamente Lamartine escribió: Es un ángel caódo del cielo. Un ángel, pero con las alas rotas; que volará alto hacia el bien, pero con fatiga, y solamente con alguien que lo ayude; que tiene bellas cualidades para desarrollar, pero también inclinaciones pecaminosas, sobre las cuales debe mos tener los ojos abiertos.

7.- Si el niño ha sido bautizado, además del cuerpo y del alma, hay en él otra realidad que hay que tener presente: la gracia depositada en el alma por el bautismo con las virtu des teologales de fe, esperanza y caridad.

Todas estas cosas que no vemos, pero que existen, ayudan desde el interior la obra del catequista.

Pero alguno dice: los niños no pueden entender ciertas fórmulas, ciertos conceptos.

Se responde: Por sí solos, con los únicos métodos natura les, no; pero con la ayuda de la gracia y de la fe, con la pedagogía sobrenatural, sí.

8.- Concluyendo: es necesario conocer al niño y no sola mente en general, sino uno por uno; cuidando no sólo al alma sino también al cuerpo; no sólo atendiendo a los elementos visibles sino a los invisibles y sobrenaturales.

 

2.- COMO CONOCER AL NIÑO

9.- Nosotros también fuimos niños: muchas cosas las recordamos muy bien. Recordamos lo que nos agradaba, aterraba o aburría.

Estar callado, sentado, encerrado por media hora, por ejemplo, era un tormento para nosotros; tres minutos de oración se nos hacían largos, como media hora; y al contrario, medio día de juego en la plaza, en los parques, se nos hacían minutos. Otro tanto sucederá a los niños de hoy.

He aquí pues la primera manera para conocer al niño: inclinarnos sobre nosotros mismos, sobre el niño de ayer, para entender al niño de hoy.

10.- La segunda manera hay que buscarla en los libros. Hay libros que estudian y describen al niño: textos de sicología, de pedagogía, etcétera. Muchos han sido escritos por personas que han pasado la vida en medio de niños. En éstos el catequista podrá hallar muchas cosas que jamás hubiera encontrado.

Hay otros libros que describen la juventud de los santos o de los hombres grandes. Aun estos en su lectura, pueden ser más útiles al catequista.

11.- La tercera manera y la mejor es el niño mismo. El niño se presenta ante nuestra vista como un libro abierto, con sus acciones y parece decirnos: si quieres conocerme, léeme.

Y se lee observándolo: su posición, sus gestos, la pala bra, las acciones, los silencios obstinados, el llanto, los juegos predilectos y los compañeros más frecuentados son otras tantas cosas que observadas atentamente, reflexiona das después, sirven para llevarnos a conocer los gustos, las tendencias, los caprichos, las cualidades y el temperamento de cada uno.

Los mejores momentos para la observación son aquellos en que el niño no se siente observado: en el juego, en la calle, en un paseo, en los momentos de entusiasmo, en los días de tristeza, etcétera.

12.- Se lee también oyendo al niño. Hablando con nosotros, e1 niño hace dos cosas: se nos manifiesta y nos instruye.

Nosotros, en efecto, tenemos necesidad de aprender algunas cosas del mismo niño: su modo de expresarse, sus frases ingeniosas, sencillas, imaginativas, sus palabras infantiles. Son estas precisamente las que después debemos emplear si queremos hacemos entender por él y hacerlo atento.

13.- Mas la observación que hacemos del niño no es completa si no se extiende al ambiente en el que vive: la familia, el barrio, la escuela.

El médico no observa solamente si los pulmones del enfermo se hallan en buen estado, sino que averigua qué clase de aire respira.

Algunos niños están dotados de buenas cualidades, pero en la casa respiran un aire viciado, corrompido por las blasfemias y las palabras que se dicen y los malos ejemplos que reciben. El catequista debe tener en cuenta estas cosas para su enseñanza.

14.- Quien quiera estudiar a fondo un niño debe acordarse de la Pirámide de Nicolás Pende.

Para conocer una pirámide de cuatro lados, es preciso examinar cada una de sus cuatro caras y después la base. Esto lo sabemos ya nosotros. El niño, ha dicho Pende, se parece a una pirámide, posee una base que es el conjunto de tendencias heredadas de sus padres y cuatro caras que son en el cuerpo: la forma externa (aspecto morfológico); los humores internos (aspecto endocrinológico); en el alma: el aspecto moral; el aspecto intelectual.

Conociendo a los padres y a la familia, se puede conocer un poco las inclinaciones; estudiando el cuerpo se puede determinar el temperamento; estudiando el alma, se mide la fortaleza de su facultad espiritual.

Pero pocos son capaces de hacer este estudio que se hace complicado cuando se trata del estudio morfológico o endo crinológico, y es más difícil y delicado cuando se pretenden explorar secretos de familia.

Nosotros nos contentamos con pocas nociones fáciles y prácticas, advirtiendo que nos referimos a una sola de las etapas de la vida del niño: infancia (5 años), niñez (de 6 a 12), adolescencia (de 13 a 15), juventud. Aquí hablamos del niño.

 

3.- COMO ES EL NIÑO

15.- Es todo sentidos. Tiene ojos, manos, oídos, lengua, garganta, que quieren intensamente ver, hablar, oír, gustar. Los colores vivos los embelesan, y aun los sonidos y ciertos rumores o ruidos estridentes que a nosotros nos dan dolor de cabeza, para ellos son música estupenda. Y se pregun tan a menudo: ¿Por qué esto? ¿Por qué aquello? ¿Por qué no de este otro modo?

El buen catequista debe tener en cuenta esta gran sensi bilidad; a los sentidos del niño debe dirigirse en modo particular: hágale ver y tocar, si se puede, objetos religiosos, bellas imágenes; enséñele cantos variados; dé satisfacción a su curiosidad, dejándolo preguntar, etcétera.

16.- El niño es todo movimiento y juego. Plata viva. Si está quieto, si se halla parado como una momia, eso debe hacer pensar que está enfermo, porque el niño sano experimenta una necesidad de moverse y agitarse que no se puede cohibir.

Por lo tanto, aprovechar esamovilidad del niño en el catecismo: hacer mover con inteligencia y variedad a los niños.

Hay catequistas que juegan a los diez mandamientos, siete sacramentos, cinco preceptos, siete dones del Espíritu Santo... con sus niños, identificando a cada uno de ellos con un mandamiento, con un sacramento, haciéndoles mover y hablar. Otros hacen administrar un bautismo, una confirmación, representar una escena del Evangelio; los hacen levantar para una oración, para un canto, etcétera.

Pero es juego, dirá alguno, no catecismo.

Es un poquito de juego, en verdad; pero en realidad, es cosa seria y sabia. El juego es la única cosa que el niño hace con empeño, lanzándose a ella con toda el alma, más que nosotros a las cosas serias. ¿Por qué entonces estará prohibido dar a las lecciones del catecismo el aspecto de juego si esto le atrae la simpatía?

Hay catecismos que pretenden ser serios y son broma. Hay catecismos que parecen en broma y son los que dan mejores resultados.

17.- El niño es todo corazón y sentimiento. A veces ríe, a veces llora. Tiene tantos pequeños goces y tantos pequeños dolores, tiene un corazón que siente mucho y tiene la gran necesidad de ser amado.

El catequista se guardará de ofender el sentimiento del niño: la ironía no debe emplearse con él; la represión y el castigo si se emplea, jamás deben hacerse sin hacer sentir que se aplican para hacerle bien, con amor y con disgusto de aplicarlos.

Los grandes educadores, todos, han tenido ternura de madre para con los pequeños: Don Bosco, San Felipe Neri, etcétera. El Obispo Dupanloup amonestaba a los catequistas: "Sed padres, sed madres".

18.- El niño es todo fantasía. Las imágenes vivas lo impresionan mucho, lo impelen a imitar en seguida lo que ha visto y le hacen confundir a veces lo que ha sucedido con lo que solamente ha imaginado.

Por eso es importante darle impresiones buenas y sus-traerle a impresiones pecaminosas, tenerlo alejado de escenas pavorosas o inmorales, no contarles hechos horripilantes o extravagantes de espíritus que se aparecen o de personas arrebatadas por el diablo.

19.- El niño tiene una memoria extraña. También nosotros adultos tenemos diversos modos de recordar: algunos se acuerdan de lo que han visto, otros de lo que han oído o dicho; algunos fijan bien las ideas, otros los hechos; este tiene una facilidad grande para retener números y fechas; el otro se acuerda sólo de las cosas concretas.

El niño tiene a veces la memoria como por intermitencias, una cosa la recuerda por un poco de tiempo, después la olvida, luego la vuelve a recordar. Se acuerda poco de las cosas. Cuando está mal alimentado o afligido por una enfermedad o es convaleciente, no recuerda la idea abstracta, pero sí los objetos, los individuos, los sonidos...

En el niño la memoria por lo ordinario no es fiel, porque une la imaginación y la invención.

Se entiende por esto que al hacer aprender de memoria una fórmula al niño, es necesario explicársela bien y asegu rarse que la ha entendido, si no, nos exponemos a hacerlo aprender como un papagayo.

Es bueno unir a una idea difícil un hecho o imagen viva; así será más fácil que la recuerde después.

Es preciso volver a menudo sobre los conceptos principa les del catecismo, si no se escaparán de la memoria. "Repe tir sin cansarse y sin cansar"; es decir la misma cosa con trama diferente y modo distinto, de manera que aparezca nueva.

20.- El niño tiene una fe ingenua. "Lo ha dicho la madre, el párroco, la maestra, luego es verdad". Cree fácil mente las cosas maravillosas, los milagros, los misterios.

El catequista debe corresponder a esta fe ingenua y plena del niño, respetando ia verdad. Jamás contar como verdad lo que se ha inventado; no dar por cierto lo que es dudoso, no exagerar ni juzgar las acciones (no decir a un chiquito que ha dicho una mentira: examínate, porque si no te confiesas, vas al infierno); no interpretar en modo supers ticioso o atrevido la intervención de Dios para no dar lugar a confusión. "¿Ves? Has jugado con dinero hoy que es vier nes y por eso has perdido", decía una madre a su hijo. Y el niño respondió en seguida: "Pero para mi compañero que me ganó, era también viernes". ¡Lógica correcta!

El catequista debe aprovechar la confianza que el niño tiene en él, para darle la confianza en la Iglesia y en Dios. El niño tiene delante de sí, estos tres escalones: el catequista, la Iglesia y Jesús. "Esto me lo enseñó el catequista, él aprendió de la Iglesia y la Iglesia de Jesús mismo"

21.- El niño razona con fatiga. Es todavía como esclavo de los sentidos, solamente por breves momentos puede elevarse a pensamientos abstractos. El que lo quiera conducir al pensamiento y reflexión, es necesario que no tenga afán; que le enseñe pocas cosas y siempre conduciéndolo a través de hechos, colores e imágenes.

22.- El niño tiene una voluntad débil. Y también inestable y caprichosa. Además, habituado como está a verse rodeado del cuidado de todos desde la infancia, tiende a considerarse así mismo como un sol pequeñito ya todos los otros como satélites: él en el centro, los otros alrededor para obedecerle y servirle.

Dulcemente, pero con firmeza, es preciso ponerlo en su puesto: no en el de mando sino en el de obediencia y de docilidad. Conviene que no piense en poder plegar la voluntad del que le es superior; y al contrario, debe él plegarse en manera absoluta a los padres, al maestro, al catequista. Si esto no se obtiene de él desde el principio, hay poca esperanza de educarlo debidamente.

Naturalmente, para tener éxito, es preciso presentarle las cosas por el aspecto simpático y tomarlo apoyándose en la persuasión, en el sentimiento y raras veces por el castigo.

23.- El niño es algo muy grande. Se ha llamado por algunos el siglo presente "El siglo del niño", porque nunca como ahora tanto se ha ocupado la humanidad de él. Se le enseña con libros, biblioteca; se le cuida con medidas preventivas, colonias, colegios, escuelas, hospitales; se le educa en escuelas de toda clase; la humanidad entera lo rodea, se inclina sobre su suerte.

Pero el catequista debe avanzar más y ver en el niño un hijo de Dios, un hermano de los ángeles y recordar que el Señor pedirá cuenta estrecha de la manera como el niño ha sido tratado ("El que acoge a uno de estos pequeñitos, me acoge a Mí"). El que no está persuadido de esto y no muestra por el niño un respeto sobrenatural, no es digno de estar con él: está en peligro de perjudicar la obra de Dios.

PREGUNTAS Y CASOS

¿Entre los grandes y los pequeños hay sólo diferencia de estatura? (2).

¿Es necesario estudiar al niño? (1). ¿Todos los niños son iguales? (4).

"El niño es todo bondad: cuidado, no lo arruines" (8).

¿Cuántos medios conozco para estudiar a los niños? (9). Lee las páginas que Sta. Teresita escribió en su propia infancia.

"Pablo se aburre con los niños y se canso cuando les habla". ¿Será un buen catequista? (3-11-12).

"La fantasía, la memoria entre los pequeños y entre los grandes. Diferencias" (18-19).

"Cayo, catequista, se burla de los niños’Ç ¿hace bien? (17).