CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CATECISMO 01 CEC_1-49
Prólogo
"PADRE, ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17, 3). "Dios, nuestro Salvador...
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de
la verdad" (1 Tm 2, 3-4). "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los
hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12), sino el
nombre de JESÚS.
I LA VIDA DEL HOMBRE: CONOCER Y AMAR A DIOS
1 Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un
designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga
parte en su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar,
está cerca del hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a
amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el
pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante
su Hijo que envió como Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los
tiempos. En El y por El, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo,
sus hijos de adopción, y por tanto los herederos de su vida
bienaventurada.
2 Para que esta llamada resuene en toda la tierra, Cristo envió a los
apóstoles que había escogido, dándoles el mandato de anunciar el
Evangelio: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a
guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 19-20).
Fortalecidos con esta misión, los apóstoles "salieron a predicar por todas
partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las
señales que la acompañaban" (Mc 16, 20).
3 Quienes con la ayuda de Dios han acogido el llamamiento de Cristo y
han respondido libremente a ella, se sienten por su parte urgidos por el
amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la Buena Nueva.
Este tesoro recibido de los apóstoles ha sido guardado fielmente por sus
sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de
generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunión
fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración (cf Hch 2, 42).
II TRANSMITIR LA FE: LA CATEQUESIS
4 CATE/QUE-ES: Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de los
esfuerzos realizados en la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los
hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios a fin de que, por la fe, tengan
la vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos en esta vida y construir
así el Cuerpo de Cristo (cf Juan Pablo II, CT 1, 2)..
5 En un sentido más específico, "globalmente, se puede considerar aquí
que la catequesis es una educación en la fe de los niños, de los jóvenes y
adultos que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina
cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático con miras a
iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana" (CT 18).
6 Sin confundirse con ellos, la catequesis se articula dentro de un cierto
número de elementos de la misión pastoral de la Iglesia, que tienen un
aspecto catequístico, que preparan para la catequesis o que derivan de ella:
primer anuncio del Evangelio o predicación misionera para suscitar la fe;
búsqueda de razones para creer; experiencia de vida cristiana: celebración
de los sacramentos; integración en la comunidad eclesial; testimonio
apostólico y misionero (cf CT 18).
7 "La catequesis está unida íntimamente a toda la vida de la Iglesia. No
sólo la extensión geográfica y el aumento numérico de la Iglesia, sino
también y más aún su crecimiento interior, su correspondencia con el
designio de Dios dependen esencialmente de ella" (CT 13).
8 Los períodos de renovación de la Iglesia son también tiempos fuertes de la
catequesis. Así, en la gran época de los Padres de la Iglesia, vemos a santos
obispos consagrar una parte importante de su ministerio a la catequesis. Es la
época de S. Cirilo de Jerusalén y de S. Juan Crisóstomo, de S. Ambrosio y de S.
Agustín, y de muchos otros Padres cuyas obras catequéticas siguen siendo
modelos.
9 El ministerio de la catequesis saca energías siempre nuevas de los concilios.
El Concilio de Trento constituye a este respecto un ejemplo digno de ser
destacado: dio a la catequesis una prioridad en sus constituciones y sus decretos;
de él nació el Catecismo Romano que lleva también su nombre y que constituye
una obra de primer orden como resumen de la doctrina cristiana; este Concilio
suscitó en la Iglesia una organización notable de la catequesis; promovió, gracias a
santos obispos y teólogos como S. Pedro Canisio, S. Carlos Borromeo, S. Toribio
de Mogrovejo, S. Roberto Belarmino, la publicación de numerosos catecismos.
10 No es extraño, por ello, que, en el dinamismo del Concilio Vaticano II (que el
Papa Pablo VI consideraba como el gran catecismo de los tiempos modernos), la
catequesis de la Iglesia haya atraído de nuevo la atención. El "Directorio general de
la catequesis" de 1971, las sesiones del Sínodo de los Obispos consagradas a la
evangelización (1974) y a la catequesis (1977), las exhortaciones apostólicas
correspondientes, "Evangelii nuntiandi" (1975) y "Catechesi tradendae" (1979), dan
testimonio de ello. La sesión extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985 pidió
"que sea redactado un catecismo o compendio de toda la doctrina católica tanto
sobre la fe como sobre la moral" (Relación final II, B, a 4). El Santo Padre, Juan
Pablo II, hizo suyo este deseo emitido por el Sínodo de los Obispos reconociendo
que "responde totalmente a una verdadera necesidad de la Iglesia universal y de las
Iglesias particulares" (Discurso del 7 de diciembre de 1985). El Papa dispuso todo
lo necesario para que se realizara la petición de los padres sinodales.
III FIN Y DESTINATARIOS DE ESTE CATECISMO
11 Este catecismo tiene por fin presentar una exposición orgánica y
sintética de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina
católica tanto sobre la fe como sobre la moral, a la luz del Concilio Vaticano II
y del conjunto de la Tradición de la Iglesia. Sus fuentes principales son la
Sagrada Escritura, los Santos Padres, la Liturgia y el Magisterio de la Iglesia.
Está destinado a servir "como un punto de referencia para los catecismos o
compendios que sean compuestos en los diversos países" (Sínodo de los
Obispos 1985. Relación final II, B, a, 4).
12 El presente catecismo está destinado principalmente a los
responsables de la catequesis: en primer lugar a los obispos, en cuanto
doctores de la fe y pastores de la Iglesia. Les es ofrecido como instrumento
en la realización de su tarea de enseñar al Pueblo de Dios. A través de los
obispos, se dirige a los redactores de catecismos, a los sacerdotes y a los
catequistas. Será también de útil lectura para todos los demás fieles
cristianos.
IV LA ESTRUCTURA DEL "CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA"
13 El plan de este catecismo se inspira en la gran tradición de los
catecismos, los cuales articulan la catequesis en torno a cuatro "pilares": la
profesión de la fe bautismal (el Símbolo), los Sacramentos de la fe, la vida
de fe (los Mandamientos), la oración del creyente (el Padre Nuestro).
Primera parte: La profesión de la fe
14 Los que por la fe y el Bautismo pertenecen a Cristo deben confesar su
fe bautismal delante de los hombres (cf Mt 10, 32; Rm 10, 9). Para esto, el
catecismo expone en primer lugar en qué consiste la Revelación por la que
Dios se dirige y se da al hombre, y la fe, por la cual el hombre responde a
Dios (Primera sección). El Símbolo de la fe resume los dones que Dios hace
al hombre como Autor de todo bien, como Redentor, como Santificador y los
articula en torno a los "tres capítulos" de nuestro Bautismo -la fe en un solo
Dios: el Padre Todopoderoso, el Creador; y Jesucristo, su Hijo, nuestro
Señor y Salvador; y el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia (Segunda sección).
Segunda parte: Los sacramentos de la fe
15 La segunda parte del catecismo expone cómo la salvación de Dios
realizada una vez por todas por Cristo Jesús y por el Espíritu Santo, se hace
presente en las acciones sagradas de la liturgia de la Iglesia (Primera
sección), particularmente en los siete sacramentos (Segunda sección).
Tercera parte: La vida de fe
16 La tercera parte del catecismo presenta el fin último del hombre,
creado a imagen de Dios: la bienaventuranza, y los caminos para llegar a
ella: mediante un obrar recto y libre, con la ayuda de la ley y de la gracia de
Dios (Primera sección); mediante un obrar que realiza el doble mandamiento
de la caridad, desarrollado en los diez Mandamientos de Dios (Segunda
sección).
Cuarta parte: La oración en la vida de la fe
17 La última parte del catecismo trata del sentido y la importancia de la
oración en la vida de los creyentes (Primera sección). Se cierra con un
breve comentario de las siete peticiones de la oración del Señor (Segunda
sección). En ellas, en efecto, encontramos la suma de los bienes que
debemos esperar y que nuestro Padre celestial quiere concedernos.
V INDICACIONES PRACTICAS PARA EL USO DE ESTE CATECISMO
18 Este catecismo está concebido como una exposición orgánica de toda
la fe católica. Es preciso, por tanto, leerlo como una unidad. Numerosas
referencias en el interior del texto y el índice analítico al final del volumen
permiten ver cada tema en su vinculación con el conjunto de la fe.
19 Con frecuencia, los textos de la Sagrada Escritura no son citados
literalmente, sino indicando sólo la referencia (mediante cf). Para una
inteligencia más profunda de esos pasajes, es preciso recurrir a los textos
mismos. Estas referencias bíblicas son un instrumento de trabajo para la
catequesis.
20 Cuando, en ciertos pasajes, se emplea letra pequeña, con ello se indica que
se trata de puntualizaciones de tipo histórico, apologético o de exposiciones doctrinales complementarias.
21 Las citas, en letra pequeña, de fuentes patrísticas, litúrgicas, magisteriales o
hagiográficas tienen como fin enriquecer la exposición doctrinal. Con frecuencia
estos textos han sido escogidos con miras a un uso directamente catequético.
22 Al final de cada unidad temática, una serie de textos breves resumen
en fórmulas condensadas lo esencial de la enseñanza. Estos "resúmenes"
tienen como finalidad ofrecer sugerencias para fórmulas sintéticas y
memorizables en la catequesis de cada lugar.
VI LAS NECESARIAS ADAPTACIONES
23 El acento de este catecismo se pone en la exposición doctrinal.
Quiere, en efecto, ayudar a profundizar el conocimiento de la fe. Por lo
mismo está orientado a la maduración de esta fe, su enraizamiento en la
vida y su irradiación en el testimonio (cf CT 20-22; 25).
24 Por su misma finalidad, este catecismo no se propone dar una
respuesta adaptada, tanto en el contenido cuanto en el método, a las
exigencias que dimanan de las diferentes culturas, de edades, de la vida
espiritual, de situaciones sociales y eclesiales de aquellos a quienes se
dirige la catequesis. Estas indispensables adaptaciones corresponden a
catecismos propios de cada lugar, y más aún a aquellos que toman a su
cargo instruir a los fieles:
El que enseña debe "hacerse todo a todos" (1 Co 9, 22), para ganarlos a todos
para Jesucristo...¡Sobre todo que no se imagine que le ha sido confiada una sola
clase de almas, y que, por consiguiente, le es lícito enseñar y formar igualmente a
todos los fieles en la verdadera piedad, con un único método y siempre el mismo!
Que sepa bien que unos son, en Jesucristo, como niños recién nacidos, otros
como adolescentes, otros finalmente como poseedores ya de todas sus fuerzas...
Los que son llamados al ministerio de la predicación deben, al transmitir la
enseñanza del misterio de la fe y de las reglas de las costumbres, acomodar sus
palabras al espíritu y a la inteligencia de sus oyentes (Catech. R., prefacio, 11).
25 Por encima de todo, la Caridad. Para concluir esta presentación es
oportuno recordar el principio pastoral que enuncia el Catecismo Romano:
Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor
que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar
o hacer; pero sobre todo se debe siempre hacer aparecer el Amor de Nuestro Señor
a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no
tiene otro origen que el Amor, ni otro término que el Amor (Catech. R., prefacio, 10).
Primera parte
La profesión de la fe
PRIMERA SECCIÓN
"CREO" - "CREEMOS"
26 Cuando profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo: "Creo" o
"Creemos". Antes de exponer la fe de la Iglesia tal como es confesada en el
Credo, celebrada en la Liturgia, vivida en la práctica de los Mandamientos y
en la oración, nos preguntamos qué significa "creer". La fe es la respuesta
del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo
una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida.
Por ello consideramos primeramente esta búsqueda del hombre (capítulo
primero), a continuación la Revelación divina, por la cual Dios viene al
encuentro del hombre (capitulo segundo), y finalmente la respuesta de la fe
(capitulo tercero).
CAPITULO PRIMERO
EL HOMBRE ES "CAPAZ" DE DIOS
I EL DESEO DE DIOS
27 D/DESEO: El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre,
porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no 355 1701 *
cesa de atraer al hombre hacia si, y sólo en Dios encontrará el hombre la
verdad y la dicha que no cesa de buscar: 1718
La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a
la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no
existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y
no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se
entrega a su Creador (GS 19, 1).
28 De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, 843 2566
los hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus
2095:2109 creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso:
El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre
toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo y los límites del lugar
donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le
buscaban y le hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de
nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17, 26-28).
29 Pero esta "unión íntima y vital con Dios" (GS 19, 1) puede 212 2128 ser
olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre.
Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (cf GS 19-21): la
rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas,
los afanes del mundo y de las riquezas (cf Mt 13, 22), el mal ejemplo de los
creyentes, las corrientes de pensamiento hostiles a la religión, y finalmente
esa actitud del 398 hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (cf Gn
3, 8-10) y huye ante su llamada (cf Jon 1, 3).
30 "Se alegre el corazón de los que buscan a Dios" (Sal 105, 3). Si el
hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de 2567 llamar a todo
hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha 845. Pero esta
búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su 368 inteligencia, la
rectitud de su voluntad, "un corazón recto", y también el testimonio de otros
que le enseñen a buscar a Dios.
Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu
sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende
alabarte, precisamente el hombre que, revestido de su condición mortal, lleva en sí
el testimonio de su pecado y el testimonio de que tú resistes a los soberbios. A
pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo
le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos
has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti (S.
Agustín, conf. 1, 1,1).
II LAS VÍAS DE ACCESO AL CONOCIMIENTO DE DIOS
31 D/CON/VIAS-PRUEBAS: Creado a imagen de Dios, llamado a conocer
y amar a Dios, el hombre que busca a Dios descubre ciertas "vías" para
acceder al conocimiento de Dios. Se las llama también "pruebas de la
existencia de Dios", no en el sentido de las pruebas propias de las ciencias
naturales, sino en el sentido de "argumentos convergentes y convincentes"
que permiten llegar a verdaderas certezas.
Estas "vías" para acercarse a Dios tienen como punto de partida la
creación: el mundo material y la persona humana.
32 El mundo: A partir del movimiento y del devenir, de la 54, 337
contingencia, del orden y de la belleza del mundo se puede conocer a Dios
como origen y fin del universo.
S. Pablo afirma refiriéndose a los paganos: "Lo que de Dios se puede conocer,
está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la
creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder
eterno y su divinidad" (Rm 1, 19-20; cf Hch 14, 15.17; 17, 27 28; Sb 13, 1-9).
Y S. Agustín: "Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar,
interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del
cielo... interroga a todas estas realidades. Todas te responden: Ve, nosotras somos
bellas. Su belleza es una profesión ('confessio'). Estas bellezas sujetas a cambio,
¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza ('Pulcher'), no sujeto a cambio?" (serm.
241, 2).
33 El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza, con 2500 su
sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, 1730, 1776
con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la
existencia de Dios. En estas aperturas, percibe signos de su alma espiritual.
La "semilla de eternidad que lleva en sí, al 1703 ser irreductible a la sola
materia" (GS 18, 1; cf 14, 2), su alma, no puede tener origen más que en
Dios. 336
34 El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su
primer principio ni su fin último, sino que participan de Aquel que es el Ser
en sí, sin origen y sin fin. Así, por estas diversas "vías", el hombre puede
acceder al conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa
primera y el fin último de todo, "y que todos llaman Dios" (S. Tomás de A., s. th. 1, 2, 3). 199
35 Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la 50 existencia
de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en su intimidad,
Dios ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger en la
fe esa revelación en la fe. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios
pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón
humana. 159
III EL CONOCIMIENTO DE DIOS SEGÚN LA IGLESIA
36 "La santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y enseña que Dios,
principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante
la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas" (Cc.
Vaticano I: DS 3004; cf 3026; Cc. Vaticano II, DV 6). Sin esta capacidad, el
hombre no podría acoger la revelación de Dios. El hombre tiene esta
capacidad porque ha sido creado 355 "a imagen de Dios" (cf Gn 1, 26).
37 Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el
hombre experimenta muchas dificultades para conocer 1960 a Dios con la
sola luz de su razón:
A pesar de que la razón humana, hablando simplemente, pueda verdaderamente
por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de
un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia, así como de
una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas, sin embargo hay muchos
obstáculos que impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto su poder
natural; porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres sobrepasan
absolutamente el orden de las cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos
y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo.
El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte
de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos nacidos del
pecado original. De ahí procede que en semejantes materias los hombres se
persuadan fácilmente de la falsedad o al menos de la incertidumbre de las cosas
que no quisieran que fuesen verdaderas (Pío XII, enc. "Humani generis": DS 3875).
38 Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios,
no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, 2036 sino también
sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a
la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano,
conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de
error" (ibíd., DS 3876; cf Cc. Vaticano I: DS 3005; DV 6; S. Tomás de A., s.
th. 1, I, 1).
IV ¿COMO HABLAR DE DIOS?
39 Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la
Iglesia expresa su confianza en la posibilidad de hablar 851 de Dios a todos
los hombres y con todos los hombres. Esta convicción está en la base de su
diálogo con las otras religiones, con la filosofía y las ciencias, y también con
los no creyentes y los ateos.
40 Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje
sobre Dios lo es también. No podemos nombrar a Dios sino a partir de las
criaturas, y según nuestro modo humano limitado de conocer y de pensar.
41 Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy
especialmente el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Las
múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su belleza)
reflejan, por tanto, la perfección infinita de 213, 299 Dios. Por ello, podemos
nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus criaturas, "pues de la
grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a
su Autor" (Sb 13, 5).
42 Dios trasciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar 212, 300 sin
cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por
medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir al Dios "inefable,
incomprensible, invisible, inalcanzable" (Anáfora de la Liturgia de San Juan
Crisóstomo) con nuestras representaciones 370 humanas. Nuestras palabras
humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios.
43 Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de
modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante,
expresarlo en su infinita simplicidad. Es preciso recordar, en efecto, que
"entre el Creador y la criatura no se puede señalar una semejanza tal que la
diferencia entre ellos no sea mayor todavía" (Cc. Letrán IV: DS 806), y que
"nosotros no podemos captar de Dios lo que El es, sino solamente lo que no
es y 206 cómo los otros seres se sitúan con relación a El" (S. Tomás de A.,
s. gent. I, 30).
RESUMEN
44 El hombre es por naturaleza y por vocación un ser religioso. Viniendo
de Dios y yendo hacia Dios, el hombre no vive una vida plenamente humana
si no vive libremente su vínculo con Dios.
45 El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en quien
encuentra su dicha. "Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, no habrá
ya para mí penas ni pruebas, y mi vida, toda llena de ti, será plena" (S.
Agustín, conf: 10, 28, 39).
46 Cuando el hombre escucha el mensaje de las criaturas y la voz de su
conciencia, entonces puede alcanzar la certeza de la existencia de Dios,
causa y fin de todo.
47 La iglesia enseña que el Dios único y verdadero, nuestro Creador y
Señor, puede ser conocido con certeza por sus obras, gracias a la luz
natural de la razón humana (cf Cc. Vaticano 1: DS 3026).
48 Nosotros podemos realmente nombrar a Dios partiendo de las
múltiples perfecciones de las criaturas, semejanzas del Dios infinitamente
perfecto, aunque nuestro lenguaje limitado no agote su misterio.
49 "Sin el Creador la criatura se diluye" (GS 36). He aquí por qué los
creyentes saben que son impulsados por el amor de Cristo a llevar la luz del
Dios vivo a los que no le conocen o le rechazan.
_________________________________________________
* NOTA IMPORTANTE:
Esta es la última versión del Catecismo de la Iglesia Católica, la cual lleva
incorporadas las correcciones referidas fundamentalmente a los párrafos del
texto.
Los números entre texto indican los correspondientes párrafos del
texto con los que el pasaje tiene una correlación temática. Aparecen en
proximidad al punto o asunto, con el que se relacionan. Cuando dos
números están unidos por los dos puntos (:) significa que se incluyen todos
los números contenidos entre los mismos.