ITINERARIOS DE FE PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DEL
«MINISTRO DE LA PALABRA» 

SER CATEQUISTA HOY 9
por GAETANO GATTI 


III

LOS PADRES-CATEQUISTAS, 
SIGNO VIVIENTE DE LA NUEVA ALIANZA 
DE DIOS CON SU PUEBLO 


«GRAN MISTERIO ES ESTE» (Ef 5,32) 

¿Ser padre o madre adquiere un significado particular en el 
desempeño de tu ministerio catequético? He aquí una pregunta 
que tal vez no te has hecho nunca, quizá porque no la juzgas 
importante. Y sin embargo, en la vida de cada día, en el 
compromiso profesional, tu cualificación de padre o de madre te 
acompaña siempre, da sentido a tu trabajo, motiva tu sacrifcio, 
sostiene tu cansancio, da una nueva tonalidad a tu jornada. 
Aunque no pienses en ello, es cierto que no puedes prescindir 
nunca de esta identidad. 
¿Acaso en la catequesis te está permitido olvidar que eres padre 
o madre' Seria un contrasentido. Hablando del matrimonio, dice el 
apóstol Pablo: «Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la 
Iglesia» (Ef 5,32), porque la pareja anuncia y hace presente la 
continua renovación del misterio de la alianza de Dios con los 
hombres, es decir, su modo de entrar en relaciones con ellos. 
Es importante, por consiguiente, que te remitas a esta identidad. 
¿De qué manera? ¿Acaso para corroborar la palabra que 
anuncias con una mayor experiencia en comparación con los 
catequistas más jóvenes o con los mismos sacerdotes? ¡Sería 
demasiado poco! 
El ser padre o madre te capacita, en virtud del sacramento del 
matrimonio, para anunciar de una manera particular el misterio del 
amor de Dios a su pueblo. Es preciso ser consciente de ello para 
no dejar que se desbarate esta original resonancia de tu presencia 
en la Iglesia. Muchos padres, las madres sobre todo, descubren 
en el servicio catequético que realizan en la parroquia modalidades 
nuevas de enriquecimiento espiritual, una ocasión concreta de 
compromiso más allá de la 'rutina' cotidiana y, sobre todo, la 
sorprendente actualidad del mensaje cristianos. (ICF 78). 


1. LA FAMILIA: «ESPACIO EN EL QUE 
SE TRANSMITE Y DESDE EL QUE 
SE IRRADIA EL EVANGELIO» (EN 71) 
FAM/CATEQUESIS PADRES/CATEQUISTAS: La originalidad del 
servicio catequético desempeñado por un padre o una madre les 
es concedida, a modo de don, por el sacramento del matrimonio, 
que les constituye como pareja dentro de la comunidad cristiana. 
Es una realidad, pues, que proviene de la Iibre iniciativa de Dios, 
a la que los padres corresponden en la fe, dentro de su familia, 
con el ministerio educativo, que después hacen extensivo a la 
Iglesia local, de una manera particular con el anuncio de la Palabra 
a los muchachos. El sacramento del matrimonio es, efectivamente, 
un don no sólo para los cónyuges, sino para toda la comunidad 
cristiana.

«En el encuentro sacramental el Señor confió también a los cónyuges 
una misión para la Iglesia y para el mundo, enriqueciéndoles con dones y 
misterios particulares» (ES M 44).

El servicio catequético de los padres constituye, pues, una 
manera importante, aunque no exclusiva, de compartir el gesto del 
amor de Dios en la comunidad, en la que ellos detectan un lugar y 
una tarea insustituible para el anuncio del evangelio. 
Es una misión que desarrollan juntos, en cuanto pareja. Se 
pretende con esto subrayar que tú, padre o madre, en el ministerio 
catequético tienes que detectar un profundo vinculo de pareja en 
virtud del cual, aun cuando te encuentres solo o sola delante de 
los muchachos, en tu voz resuena también el timbre del otro y 
reproduce su eco, ya que la experiencia cristiana que transmites 
no puede prescindir nunca de la comunión de vida familiar. 

Una palabra de Dios que se renueva continuamente 
Existe el peligro de considerar el matrimonio en el restringido 
marco de las relaciones entre los cónyuges: deberes, derechos, 
etc., olvidando que el gesto sacramental es, antes que nada, 
revelación de Dios y de su misterio, en cuanto que él mismo está 
presente y en acción. De hecho, Dios desea manifestar su modo 
de obrar y de encontrarse con los hombres. El matrimonio se 
convierte, por tanto, en una Palabra suya dirigida a los cónyuges 
y, a través de ellos, a toda la comunidad. 
En realidad, «la alianza entre Dios y su pueblo viene a ser 
principalmente expresada y significada por esa particular forma de 
vida humana que es el matrimonio, y asume como imagen suya el 
vinculo conyugal» (ESM 23). Es importante, pues, descubrir en la 
fe la alegre noticia que el Señor proclama desde dentro de la vida 
de los padres.
Únicamente en la reflexión, en el silencio y en la escucha 
consigue la pareja descifrar este «evangelio» y traducirlo en 
anuncio para sí mismos, para sus hijos y para la Iglesia. 
En síntesis, el contenido del mensaje puede ser resumido de 
esta manera: 
­La vida conyugal, que es relación mutua y expresión máxima de 
relaciones personales, constituye el gozoso anuncio de que Dios 
es comunión, es decir, Padre, Hijo y Espíritu Santo. 
­El amor entre los cónyuges hace presente y revela el amor de 
Jesucristo a la Iglesia. «Maridos, amad a vuestras mujeres como 
Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef5,25). 

­Se conoce así el modo como Dios ama, que consiste en 
hacerse solidario en Jesucristo de las necesidades de toda 
persona, mediante un amor fiel, definitivo y espontáneo. 
­La obra educativa de los padres para con sus hijos, así como 
toda su actividad apostólica, es signo de la intervención salvífica de 
Dios con respecto a su pueblo. 

Se puede en verdad afirmar que la familia, en virtud del 
sacramento del matrimonio, es «como una iglesia doméstica» (LG 
11), es decir, lugar de anuncio del evangelio para el mundo (véase 
EN 71). 
Consiguientemente, es importante para los cónyuges poner a 
disposición «su propio don en medio del pueblo de Dios» (LG 11), 
ya que «de esta manera se enriquece la diversidad de la Iglesia, la 
cual, a través incluso de la vida de los cónyuges, puede descubrir, 
profundizar y anunciar su realidad de esposa del Señor» (ESM 
103). 

La vocación profética de la pareja 
La pareja está capacitada para anunciar en la iglesia la Palabra 
de Dios. A ella, en virtud del matrimonio, le es conferido el don de 
la Palabra, que dimana del propio ser conyugal (cf. ESM 108).
Toda división compromete seriamente la originalidad de tal 
servicio (que desde la iglesia doméstica se extiende a toda la 
comunidad), privándola de una aportación especifica.
­De hecho, el ministerio catequético que desempeña un padre y 
una madre tiene siempre una profunda connotación conyugal, en 
el sentido de que nunca se ejercita únicamente a título personal, 
merced al bautismo o a la confirmación, sino por razón de una 
cualificación matrimonial que les ha especificado ulteriormente en 
la Iglesia (cf. RdC 151, 195, 183). Protagonista del servicio a la 
Palabra es siempre la pareja, la única idónea para anunciar el 
misterio de la nueva alianza de Dios en Jesucristo. 
­El ministerio catequético no exige la presencia física de los dos 
(cosa difícilmente posible, por más que alguna vez, en 
determinadas circunstancias, sea de desear). Sí se requiere, en 
cambio, la coparticipación en la oración, en el reparto de las 
dificultades y las alegrías, pero sobre todo en el hacer realidad 
concretamente en la vida la Palabra de Dios sobre el matrimonio. 
Entonces verdaderamente el padre o la madre, aun cuando uno de 
los dos esté ausente, puede presentarse ante los muchachos a 
titulo familiar, ya que el anuncio está en sintonía con la experiencia 
de fe conyugal. 
­Toda vocación cristiana tiende a manifestar el misterio de la 
Iglesia y a proclamar su identidad al mundo. El matrimonio anuncia 
que ella es el lugar de la alianza, que en la Biblia se expresa con la 
privilegiada imagen del amor nupcial, según una relación recíproca 
en la que Dios y la humanidad se encuentran respectivamente en 
la situación del esposo y de la esposa.

Es importante salvaguardar la novedad matrimonial de tu 
ministerio catequético, porque de aquí es de donde tu palabra 
asume un acento original, un tono único e insustituible al lado de la 
voz del obispo, de los sacerdotes, de los religiosos y de otros 
catequistas (cf. ESM 60). 

Una invitación a entrar en la alianza 
El mensaje cristiano de la pareja es una invitación a entrar en la 
alianza de Dios. El término «alianza» designa el plan de la 
salvación tomado en sus elementos esenciales, en la modalidad de 
su puesta en práctica y en los obJetivos que se propone. 
Dios asume la vida de los cónyuges, su relación de fidelidad en 
el amor recíproco, sus esperanzas, sus promesas, las alegrías que 
comparten, para hacerlas signo de su propia alianza y proponerlas 
como un anuncio provocador para todos. 
En la familia cristiana es posible descubrir al mismo tiempo las 
opciones y compromisos de Dios y la respuesta del hombre. 
­El amor gratuito de los padres reclama el privilegio de la llamada 
de Dios a entrar en su comunión de vida. 
­La fidelidad de los cónyuges anuncia la imagen de Dios fiel a su 
alianza, pero a la que corresponde el compromiso de coherencia 
por parte del hombre. 
­La convivencia familiar hace presente el estilo de vida eclesial, a 
la que cada cual es invitado a participar renunciando al propio 
egoísmo 

Un padre y una madre, plenamente conscientes de que su 
experiencia es elevada a la categoría de signo de esta profundas 
realidades de fe, no pueden por menos de transmitirlas en forma 
de ponderaciones, de llamadas, de referencias habituales, cuando 
desempeñan el ministerio catequético entre los muchachos. 
Hablando del modo como Dios se encuentra con nosotros, del 
amor de la Iglesia, de su misión, te resultará espontáneo referirte a 
tu vida de familia e interpretar a esta luz la alianza de Dios. 
Todo esto adquiere un significado distinto en relación con la 
psicología masculina y femenina.
En realidad, el ser padre o madre no es algo que quede anulado 
en la unidad de la pareja, sino que en ella se evidencia aún más, 
subrayando las diferencias como una contribución cualitativa, 
enriquecedora de la vida común. De hecho, al querer crear la 
humanidad a su propia imagen, la creó hombre y mujer, y después 
les constituyó en pareja. En consecuencia, son el hombre y la 
mujer juntos quienes tienen que desempeñar una función 
reveladora de Dios y de la Iglesia. 
Ambos a dos son indispensables, ambos a dos importantes, pero 
diversos en sus valores, su riqueza, su presencia y en la 
contribución que aportan y que también se transmite en el 
ministerio catequético. 
El servicio a la Palabra, efectivamente, amplía la función 
reveladora del hombre y de la mujer, de la familia, a toda la 
comunidad cristiana Es importante entender la función específica 
de ambos dentro del ámbito de la educación en la fe 


2. «UNO SOLO ES VUESTRO PADRE:
EL DEL CIELO» (Mt 23,9) 
PADRES/VOCACION: Dios confía a todo padre una función 
reveladora que no concede de una manera tan oficial y eficaz a 
otras personas de la Iglesia, por más que en ella ocupen cargos de 
responsabilidad.
Dios, efectivamente, en las relaciones con los hombres realiza su 
paternidad, que después se convierte en la fuente de todas las 
demás formas de paternidad. «Por eso doblo mis rodillas ante el 
Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la 
tierra...» (Ef 3,14-15). 
No quiere decir tanto que Dios se asemeje a un padre en la 
manifestación de su amor, cuanto que todo padre debe 
asemejarse a Dios, ya que únicamente él es el Padre. «No llaméis 
a nadie 'padre' vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro 
Padre» (/Mt/23/09). En el sacramento del matrimonio Dios 
comunica al hombre su paternidad, a fin de que se convierta en un 
signo privilegiado de ella en el mundo. El padre, pues, está 
obligado a hacer presente la paternidad de Dios, de la que derivan 
todas las demás. 
Todo padre de familia ha recibido esta vocación, que realiza 
viviendo plenamente, en profundidad, su matrimonio, en el que, 
para el desempeño de esta misión, se ve particularmente asistido 
por la ayuda que supone la misma experiencia afectiva propia de 
las relaciones con los hijos.
Todo esto representa un momento destinado a expresar, de 
distintas maneras, la paternidad universal de Dios. 

«Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» 
(Mt 5,48) 
PADRES/SIGNO-A-D: La paternidad de Dios se extiende a toda 
persona y a nadie escatima su amor. El que comparte esta 
paternidad se convierte, por lo tanto, en un signo menos opaco, 
cuanto más capaz sea de expresarla a muchos. 
Para un padre de familia la propuesta de Jesucristo: «Sed 
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48), 
adquiere un significado de fe muy comprometedor. 
Es decir, representa la invitación a no restringir la perspectiva 
del amor de Dios a la paternidad física, que a veces puede ser 
egoísta, sino a vivir las relaciones de paternidad abiertas a todos, 
como un «alegre anuncio» para toda persona. 
Todo padre es, en la Iglesia, efectivamente signo privilegiado e 
insustituible de la paternidad de Dios. El ministerio de la Palabra es 
una ocasión en la que un padre puede desempeñar dicha misión, 
comunicando a los muchachos esta profunda realidad de fe que 
vive en la propia familia.
De esta manera se convierte en un «evangelio» para quien le 
escucha, ya que permite encontrarse mejor con Dios. De hecho, la 
experiencia de la paternidad ayuda al catequista a poner de relieve 
con mayor acento, por el hecho de ser algo vivido, algunos 
aspectos del mensaje cristiano: 
­El alegre anuncio de que Dios es Padre, al que con toda 
familiaridad, por el Espíritu que se nos ha comunicado (Gál 4,6ó; 
Rom 8,15), podemos llamar «Abba» (<papá»). 
­El amor de Dios Padre es universal y gratuito, ya que no está 
condicionado por los méritos de nadie, sino que inspira en todos 
confianza y paz, dado que él es providente (Mt 6,25-34).
­Dios Padre tiene predilección por los sencillos, los humildes, los 
pecadores, es decir, aquellos que tienen más necesidad de él y se 
hallan en la incapacidad de intercambiar su amor. Exclama Jesús: 
«Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo de la tierra, porque has 
ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has 
revelado a los pequeños» (Mt 1 1,25). 

El ser padre te pone en esta situación de privilegio para el 
desempeño del ministerio catequético, ya que debería resultarte 
más espontáneo transmitir a los muchachos el corazón del 
mensaje cristiano, a saber, que Dios es nuestro Padre. 
Pero es cierto que tú mismo tienes que dejarte transformar por 
este Evangelio», especialmente cuando recitas el «Padre 
nuestro», descubriendo en él la Palabra que Dios te dirige cada 
día, más que las palabras que tú le diriges a él. 

«Os hablo como a hijos» (2 Cor 6,13) 
El catequista-padre no proclama únicamente la paternidad de 
Dios, sino que en el ministerio de la Palabra la comparte y la hace 
extensiva a los muchachos. Engendrar una persona no quiere 
decir únicamente comunicar la vida física, sino también, y 
especialmente, ayudarla a descubrir el sentido de su existencia. De 
esta manera nace, se desarrolla y alcanza la madurez como 
persona, en el más amplio sentido. 
La palabra del catequista confiere los significados más 
importantes a la vida de los muchachos, a saber, aquellos que les 
hacen renacer al proyecto de Dios como hijos suyos que crecen en 
su familia. El servicio de la Palabra es una auténtica forma de 
generación de la persona humana a la vida de Dios. El apóstol 
Pablo vive esta experiencia respecto a aquellos a quienes anuncia 
el evangelio: «Os hablo como a hijos» (2 Cor 6,13), «porque en 
Cristo Jesús, por medio del evangelio, yo os engendré (1 Cor 
4,15). 
El catequista-padre es particularmente sensible a este tipo de 
relación en continuidad con el vivido dentro de la propia familia. Su 
servicio catequético adquiere, en consecuencia, un significado 
nuevo y original. 
­Se convierte en expresión de la paternidad de Dios que se hace 
presente en el encuentro con los mismos muchachos, del que 
proviene después un vinculo de pertenencia en la fe. 
­Es vivido como una forma de generación de personalidades 
creyentes y, por lo mismo, como un gesto que va inevitablemente 
unido al sufrimiento y a la alegría. 
­Es un redescubrimiento de la auténtica paternidad, aun dentro 
de la propia familia, porque exige que el verdadero crecimiento de 
la persona se realice en el Espíritu. 

El ministerio catequético te permite vivir una paternidad más 
completa, al imponerte un esfuerzo continuo para transformar tu 
paternidad física en espiritual, como respuesta de fe al don que te 
ha sido concedido en el matrimonio. 

Un servicio paterno en pro de un crecimiento filial 
CATI/SEVO-PATERNO: El catequista-padre, más que ningún 
otro, tiene la posibilidad de desempeñar el ministerio de la Palabra 
con un estilo que, por la intensidad de las relaciones, puede 
calificarse de paterno.
Con este término se pretende designar una intervencion 
educativa que encuentra su modelo en el modo de obrar de Dios, 
al que corresponde el gradual desenvolvimiento de una relación 
filial por parte de los muchachos. Los comportamientos que 
especialmente cumplen esta función reveladora se pueden reducir 
a los siguientes: 
­El servicio de la autoridad, que ha de entenderse como una 
ayuda en la búsqueda del proyecto de Dios sobre cada muchacho, 
mediante un diálogo cordial que se desarrolle en la confianza filial. 

­La corrección, que tiene que ser presentada como una forma 
de liberación de sí mismos para construir el hombre nuevo. A este 
propósito sugiere S. Agustín a los educadores: «Exhortad con 
suavidad, no de manera polémica; exhortad rogando; exhortad 
invitando positivamente; invitad haciendo penitencia» 
­La experiencia del perdón es un momento privilegiado del 
encuentro con Dios Padre que restituye la confianza a sus hijos 
después del pecado y está siempre dispuesto a acogerlos. 

El servicio paterno, en la catequesis, provoca como respuesta la 
formación de actitudes filiales en los muchachos. Es cierto que tu 
fisonomía de catequista está destinada a asociarse profundamente 
con la imagen de Dios en la mente y en el corazón de aquellos que 
te escuchan. Es un privilegio, pero también una gran 
responsabilidad. 


3. «¿ACASO OLVIDA UNA MUJER A SU NIÑO DE 
PECHO?...
PUES YO NO TE OLVIDO» (Is 49,15) 
La grandeza del amor de Dios no se expresa únicamente a 
través de la función paterna, sino también mediante la 
personalización femenina. 

«El Padre, en efecto, reúne en sí el amor paterno y el amor materno, 
haciendo realidad a un mismo tiempo en sí paternidad y maternidad. 
Pero la manifestación sensible con la que se da a conocer es la paterna, 
la cual asume necesariamente una apariencia masculina. Nosotros lo 
llamamos y debemos llamarlo Padre, aunque sepamos que en él se 
encuentran la indulgencia y la ternura maternas; pero el ha adoptado con 
respecto a nosotros un rostro paterno, y así lo mantendrá siempre para 
los cristianos». Es de desear, por consiguiente, que la Iglesia tenga un 
rostro materno, a fin de dotar a la comunicación de la gracia de un 
aspecto que integre el de la maternidad divina» (J. Galot). 

Por este motivo se invita a la catequista-madre a que revele en 
el grupo la presencia materna de Dios. Se trata, sin duda, de una 
dimensión original del ministerio de la Palabra, del que tiene que 
ser plenamente consciente para proclamarlo con la profunda 
resonancia que le proviene de la propia experiencia familiar. 
No se pretende con esto reducir la función de la mujer a la 
maternidad, por el hecho de que ésta sólo se realice plenamente 
dentro de la forma esencial de la femineidad, sino únicamente 
interpretar en clave cristiana y apostólica tal experiencia 
fundamental de su vida, 

«tan caracterizante de su personalidad, tan vital para la sociedad civil, 
que tiene en la familia su primera célula, y tan importante para la 
comunidad cristiana, que ve en la familia a la 'iglesia doméstica'. (Pablo 
VI, 26 de abril de 1978). 

El amor de Dios es materno 
A-MATERNO/RV-A-D: A Dios se le reconoce igualmente en el 
amor materno, no sólo porque en él encuentra la imagen más 
adecuada para expresarse, sino porque se hace presente en los 
gestos de la madre. 
Por tanto, la disponibilidad, la fortaleza de animo, la acogida, la 
ternura de una madre, adquieren la categoría de signos de los 
comportamientos de Dios. En Dios, efectivamente, se hallan 
presentes en grado eminente todas las propiedades de la 
paternidad y la maternidad humanas, porque el es el Amor infinito. 
«La obra educadora del Padre se manifiesta en la vida de los 
niños a través del padre y de la madre y del amor que les une» 
(CdB 39). Si falta a los hijos el amor de la madre, la imagen de 
Dios no es completa para ellos y su amor es más difícil de 
comprender, por hallarse privado de una manifestación importante. 
En la Biblia se lee: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, 
sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas 
llegasen a olvidar, yo no te olvido» (Is 49,15). 
El amor materno, efectivamente, reproduce más de cerca 
algunos aspectos del amor de Dios.
­Una de las actitudes fundamentales en las que Dios inspira sus 
propias relaciones con el hombre es la compasión, entendida como 
capacidad de compartir y de solidarizarse en el intento por 
recuperar y rehabilitar a la persona. El vocablo que designa tal 
comportamiento en Dios Padre (Is 49,15; Le 15,20) indica el seno 
materno y hace referencia a las relaciones de la madre con el hijo 

­El amor materno es más adecuado para evocar la prontitud, la 
inmediatez, la espontaneidad, la intuición con que se manifiesta el 
amor de Dios Padre hacia cualquier persona. 
­Jesucristo expresa el carácter salvífico y redentor de su amor 
haciendo alusión a la fortaleza del amor de la madre. «La mujer, 
cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado la hora; 
pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto 
por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo» (Jn 16,21). 


Tienes que vivir el ministerio de la Palabra como un momento 
privilegiado en el que proclamar a los muchachos el amor materno 
de Dios con tu acogida y tus gestos de fortaleza y de disponibilidad 
de espíritu. 

Signo de la maternidad espiritual de la Iglesia 
En el desempeño del servicio catequético la madre participa de 
la maternidad de la Iglesia, que, en el anuncio de la palabra y en la 
celebración de los sacramentos, engendra a Jesucristo.
I/MUJER MUJER/I: De hecho, el amor materno de Dios es 
reconocible únicamente en la Iglesia, es decir, a partir de la 
acogida de una comunidad. En la Biblia el pueblo de Dios es 
frecuentemente presentado con la imagen de la esposa, como 
queriendo subrayar esta dimensión femenina de la comunidad 
misma. «Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré 
conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión (Oseas 
2,21). Únicamente, pues, a través de la mujer, se puede 
comprender el misterio de la Iglesia en su importante función de 
engendrar a los hijos de Dios y en su intimidad con Cristo. 
El ministerio catequético de la madre puede expresar, mejor que 
ningún otro, esta dimensión eclesial en continuidad con la 
experiencia familiar. De hecho, y en virtud del sacramento del 
matrimonio, la función de la maternidad de la mujer no puede 
jamás prescindir de la Iglesia, de la cual constituye un signo eficaz. 

Es éste un hecho que interesa incluso a la mujer que no ha 
tenido hijos o a la que ya ha cumplido su tarea educativa y la 
revive ahora en el encuentro con los muchachos de la catequesis. 
Para las viudas, por otra parte, el ministerio de la Palabra se 
convierte en la prolongación de una maternidad que, en Dios, 
mitiga el hecho de la desaparición del esposo y las permite 
descubrir una nueva fecundidad en la Iglesia. Para toda mujer 
casada, el ministerio catequético posee un significado especial 
­El anuncio de la Palabra de Dios es signo de la maternidad de 
la Iglesia, que responde al amor de Cristo engendrando para el 
Padre los hijos en la fe. Es éste un misterio únicamente 
comprensible a partir de los comportamientos que caracterizan la 
femineidad. 
­En el servicio catequético, la madre hace realidad el significado 
más profundo de su maternidad, porque la trasciende en sus 
aspectos físicos, para alcanzar la dimensión espiritual.
­El matrimonio cristiano hace cada vez más amplia la maternidad 
dentro de la comunidad; y lo hace mediante una serie de servicios 
que construyen la Iglesia, entre los cuales el ministerio catequético 
es una de las formas más habituales y eficaces. 

En realidad, «toda mujer cristiana que, en el matrimonio, llega a 
ser madre, lleva en sí el signo de la maternidad espiritual de la 
Iglesia y es llamada a colaborar en la grandiosa misión educadora 
asumida por la Iglesia» (J. Galot). 

María de Nazaret, anuncio viviente de Cristo 
La función catequética de la madre va espontáneamente unida a 
la forma de colaboración que la mujer ha asumido a lo largo de las 
diversas fases de la historia de la salvación. En esta perspectiva 
jamás será posible prescindir de María de Nazaret, la cual 
constituye un trasunto del modelo de mujer querido por Dios. 

«La Virgen fue, en su vida, modelo de aquel amor materno del que es 
menester estén animados todos los que en la misión apostólica de la 
Iglesia cooperan para regenerar a los hombres» (LG 65). 

El ministerio catequético, por tanto, encuentra en María, madre 
del Señor y de la Iglesia, un obligado punto de referencia, porque 
en ella se realiza plenamente el anuncio de Jesucristo y su entrega 
en donación a los hombres. 

En efecto, María «es la que nos llama a ejercer el servicio de su 
maternidad espiritual para con nuestros contemporáneos; la que reclama 
nuestros labios, nuestras manos y nuestros brazos para servir a su hijo, 
para ser con ella portadores de Cristo a los hombres. (L. J. Suenens). 

María se presenta como modelo de catequista por su manera de 
situarse ante la Palabra de Dios. 
­En su encuentro con la madre, Jesucristo reconoce en ella, ante 
todo, la maternidad que le viene del hecho de acoger la Palabra 
por encima de todo vinculo de parentesco. «'¡Dichoso el seno que 
te llevó y los pechos que te criaron!'. Pero él dijo: 'Dichosos más 
bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan'» (Lc 11, 27-28). 
«'Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte'. Pero 
él les respondió: 'Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen 
la Palabra de Dios y la cumplen'» (Lc 8, 20-2 1). 
­En María, madre del Señor, se hace realidad el más alto grado 
de la maternidad, porque colabora en la procreación del propio 
Jesucristo, al que el ministerio catequético anuncia a fin de que 
todos los muchachos vivan para el Señor. 
­Maria personifica la maternidad de la Iglesia, la cual, a ejemplo 
suyo, tiene la perenne vocación de anunciar a Cristo y ser signo 
vivo de Cristo en medio de los hombres, de formar a Cristo y 
hacerlo madurar en todo cristiano. 

La catequista-madre advierte esta profunda afinidad entre su 
ministerio de la Palabra y el papel de la Virgen en la Iglesia, y vive 
todo ello en unión de oración con María, a fin de que Jesucristo 
renazca continuamente en los muchachos a los que presta su 
servicio catequético.

PARA LA ORACIÓN 
Virgen María, 
que has puesto tu vida 
a la total disposición de Dios, 
haznos fieles servidores de su Palabra. 
Tú que fuiste la primera en llevar 
el alegre anuncio de salvación a Isabel, 
ayúdanos a anunciar con prontitud y alegría 
a Jesucristo a todo el que nos escucha. 
Tú que conservabas y meditabas en tu corazón 
los acontecimientos de la vida de Jesús, 
dispón nuestro ánimo a la escucha religiosa 
de la Palabra que anunciamos. 
Tú que fuiste proclamada dichosa por el Señor, 
porque escuchaste y pusiste en práctica la Palabra, 
haz que cada uno de nosotros pueda ser 
signo viviente del mensaje que transmite. Amén.

GAETANO GATTI
SER CATEQUISTA HOY
Itinerario de fe para la formación espiritual
del "Ministro de la Palabra"
SAL-TERRAE Santander-1981