ITINERARIOS
DE FE PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DEL
«MINISTRO DE LA PALABRA»
SER CATEQUISTA HOY
8
por GAETANO GATTI
ITINERARIO ECLESIAL
CATEQUISTAS:
ANUNCIO DEL MISTERIO DE CRISTO EN LA IGLESIA
1 «AUN ANTES ESTÁN LAS COMUNIDADES
ECLESIALES» (RdC 200)
La única catequista auténtica es la Iglesia, ya que sólo ella es
capaz de anunciar el misterio de Cristo, del que conserva, por don
del Espíritu, su completa memoria. Dentro, pues, de la comunidad,
a la que Jesucristo confió su poder profético, es donde
desempeñas tu ministerio catequético como momento del anuncio
de la Palabra de la Iglesia.
«Nadie puede realizar solo la acción catequética, ya que ésta
exige la movilización de múltiples energías. Cada uno, según su
tarea y sus carismas, contribuye a la misma misión: Los obispos,
en unión de sus sacerdotes, los diáconos, los padres de familia, los
catequistas, los maestros, los animadores de comunidades
cristianas» (MSPD 14).
Se desprende de aquí que el catequista se nutre de una «sólida
espiritualidad eclesial» (RdC 189), que alimenta compartiendo la
idéntica misión de anunciar la Palabra de Dios.
No puedes, en realidad, desempeñar fácilmente el ministerio
catequético si no es en relación con todos aquellos que, en la
comunidad, educan a los muchachos en la fe: los sacerdotes, los
padres, los religiosos, los demás seglares catequistas como tú...
Constituid juntos un único frente eclesial, que adquiera su
eficacia y su riqueza de la diversidad de los estados de vida, para
formar una comunidad educadora que anuncie el misterio de
Cristo. «Esta diversidad de servicios en la unidad de la misma
misión constituye la riqueza y la belleza de la evangelización» (EN
66).
¿Quién eres tú en la Iglesia?
¿Eres un padre, una madre, una religiosa, un sacerdote, un
joven? Tu situación de vida es el lugar en el que la Palabra de Dios
resuena con el eco de tu existencia, o mejor dicho, de tu estado de
vida, con sus acentos propios y originales que no puedes ignorar.
La vocación catequética está íntimamente vinculada a la
situación sacramental en la Iglesia, y tu ministerio se ejercita antes
con la vida que con la palabra. El servicio catequético comporta,
por lo tanto, fidelidad a la propia condición eclesial, que es un
aspecto integrante de la Palabra que anuncias, y de la cual recibe
una serie de matices originales e inéditos. Por este motivo la
comunidad de los catequistas, para poder proclamarse
propiamente «iglesia», necesita englobar en sí misma los dones
típicos que el Espíritu da generosamente al pueblo de Dios, para
evidenciarlos en la comunión recíproca.
Los catequistas contribuyen de esta manera a constituir la
Iglesia, a brindar a los muchachos una imagen de la misma más
completa, más en consonancia con los designios de Dios, y más
viva.
En relación con tu condición de vida (casado, célibe,
consagrado, religioso) anuncias y haces presente un momento de
la Iglesia que, sin embargo, es complementario de otras
experiencias.
Es indispensable, pues, que te encuentres con los diversos
catequistas, que sincronices tu palabra con la de ellos, que
adquieras conciencia de la originalidad de tu contribución y
descubras la novedad de la aportación de los demás, a fin de que,
de este modo, llegues a ser un eco fiel de la voz de la Iglesia
entera.
En tu palabra los muchachos necesitan escuchar la resonancia
de diversas experiencias de la vida de la Iglesia y conocer la
diversidad de los dones que el Espíritu da generosamente a la
comunidad, a fin de poder identificar la propia vocación. El
encontrarse con los demás catequistas es, por lo tanto, una
exigencia de fidelidad al contenido cristiano que hay que transmitir,
es decir, el misterio de Cristo, vivido en la Iglesia de hoy.
En las páginas que vienen a continuación no te sientas, pues,
fácilmente dispensado de la lectura de aquellas partes que no
correspondan a tu condición de vida, como si no te interesaran.
Tienes que ser corresponsable del modo como se realiza el
misterio de Cristo en la comunidad cristiana, en virtud de una
exigencia de comunión fraterna y de solidaridad en la fe con las
dificultades, sufrimientos y alegrías de todos aquellos que
anuncian la Palabra de Dios.
I
EL SACERDOTE,
AL SERVICIO DE LA COMUNIÓN ECLESIAL
DEL MINISTERIO DE LA PALABRA
«PREDICAD EL EVANGELIO A TODA CRIATURA» (Mc
16,15)
En el comienzo de tu vocación de catequista tal vez jugara un
papel determinante la invitación de un sacerdote. De seguro que
hoy, en el desempeño de tu ministerio, se ha establecido un
«encuentro» más frecuente e incluso una amistad más viva con los
sacerdotes de tu comunidad.
Es cierto que no eres delegado de ellos en el servicio de la
Palabra; sin embargo, son ellos los que han reconocido en ti el don
del Espíritu y te capacitan para desempeñar este ministerio en la
comunidad a ellos confiada por el obispo.
Te encuentras con el sacerdote, de manera particular, en el
grupo de los catequistas, tal vez porque también él comparte
contigo la experiencia de dar catequesis a un grupo de
muchachos. Ojalá sea así, porque entonces podrá él estar más
cerca de ti en tus problemas y ofrecerte una ayuda más eficaz.
Ciertamente que desempeñas tu ministerio en comunión con él,
en el respeto a la recíproca originalidad que hace a los hombres
diversos, pero complementarios y unidos en el servicio de la
Palabra. Es, pues, imprescindible que conozcas la originalidad del
ministerio catequético del sacerdote, a fin de que puedas
realmente hacer comunión con él y ayudarle (¡aunque te parezca
extraño!) a expresar la novedad de su servicio en la Iglesia.
De esta manera te será más fácil reconocer el don de la
presencia del sacerdote, su insustituible función y redescubrir,
como por reflejo, la originalidad de tu ministerio de laico.
Como catequista, ¿qué tipo de relación tienes que establecer
con el sacerdote?
¿Cuál es la identidad específica del ministerio catequético
sacerdotal? Y si tú, lector, eres sacerdote... es una reflexión la
nuestra que nos hace descubrir «catequistas entre los
catequistas» al servicio de una Palabra que nos juzga y no oculta a
los laicos nuestros fallos o limitaciones; y no para que nos
«contesten», sino para que nos acojan tal como somos, para
ayudarnos a ser fieles a la consigna que Jesús nos ha dado:
«Predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15).
1. EL SACERDOTE: PRIMER CATEQUISTA
DE LA COMUNIDAD CRISTIANA
El sacramento del orden es el que cualifica la identidad
catequética del sacerdote y le llama oficialmente a hacer presente
y visible, en la comunidad, el servicio de Cristo cabeza, profeta,
sacerdote, con una consagración que le ata profundamente a la
comunidad. El ministerio sacerdotal es, por consiguiente, muy
complejo.
Como catequista, estás particularmente interesado en su servicio
de la Palabra, que te sitúa al lado de él. Es un tipo de ministerio
que el desempeña juntamente y en relación con los otros servicios:
el culto, la caridad, etc., pero dentro de los cuales asume una
fisonomía especifica.
De esta manera descubres el sentido de la corresponsabilidad y
de la complementariedad del ministerio de los laicos, requerido por
la fe en la multiplicidad de los dones que el Espíritu comunica a
todo creyente en la Iglesia.
A tus sacerdotes tienes que pedirles la prestación del servicio de
la Palabra, que es propia de ellos. En este sentido se les invita a
que no extiendan su actividad a sectores en los que actúan mejor
los laicos. Por este motivo es necesario determinar juntos lo que es
«especifico» del ministerio de la Palabra del sacerdote.
Consagrado para predicar el evangelio a la comunidad
PBRO/MIRIO-PALABRA PBROS/MIRIO-CATECO: Entre los
múltiples deberes que hoy día incumben a los sacerdotes, hay que
conceder la prioridad a uno de ellos: el ministerio de la Palabra.
Más que una exigencia pastoral, es una respuesta de fe al don de
la consagración sacerdotal.
Los presbíteros, en su condición de cooperadores de los obispos,
tienen ante todo la obligación de anunciar a todos el evangelio de Dios, a
fin de que, cumpliendo el mandato del Señor: «Id por todo el mundo y
predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15), puedan constituir e
incrementar el pueblo de Dios... Los presbíteros tienen, por lo tanto, el
deber de comunicar a todos la verdad del Evangelio, de la que se gozan
en el Señor. (PO 4)
Es un ministerio prioritario destinado a la comunidad, a fin de
que ésta se realice cada vez más como «iglesia», es decir, como
asamblea convocada por el Espíritu Santo.
Los sacerdotes, en realidad, son «maestros en el pueblo de Dios
y para el pueblo de Dios» (PO 9). Este don del Espíritu les asigna
el desempeño de algunos servicios en la comunidad.
Por su particular configuración con Cristo profeta, hacen ellos
vivo y actual el ministerio de la Palabra y proponen de nuevo su
imagen de Maestro. «Uno solo es vuestro Maestro... Cristo» (Mt
23,10). Su silencio o su negligencia harían menos eficaz y
penetrante esta presencia del Señor en medio de su pueblo
Los sacerdotes son los ministros de la Palabra para toda la
comunidad, dado que su servicio tiende sobre todo a crear la
comunión, a fin de que se haga presente la fraternidad en el amor
del único Padre. A ellos, efectivamente, corresponde urgir la
evangelización de todas las edades y situaciones de vida dentro de
la comunidad, para hacer que cada cual colabore, en atención a
los dones recibidos, al servicio de todo el pueblo de Dios.
Tal ministerio goza, por lo tanto, de una prioridad, en el sentido
de que desempeña un papel fundante de la comunidad y
constituye un servicio básico para el común crecimiento de la fe.
No pretendo con esto relegar tu función catequética de laico a
un grado inferior, ya que en la iglesia los ministerios son todos
importantes; pretendo únicamente subrayar la originalidad del
papel que compete al sacerdote. De hecho, él está llamado a ser el
servidor de la comunidad entera con un tipo de intervención que la
concierne de una manera global.
Servidor de la comunión eclesial
El sacerdote es el que, con el ministerio de la Palabra, promueve
la comunión eclesial, que es un don del Espíritu que hay que hacer
resurgir continuamente en la comunidad:
«La función propia del ministerio sacerdotal, en el corazón de la
Iglesia, es la de hacer presente el amor de Dios en Cristo hacia nosotros
mediante la palabra y el sacramento, y al mismo tiempo suscitar la
comunión de los hombres con Dios y entre ellos mismos». Esto ocurre
de una manera particular «a través de la eficaz proclamación del
evangelio, para la que los presbíteros son consagrados y con la que se
comprometen como primer deber suyo» (PSM 63).
Obligación principal del sacerdote es, por consiguiente, la de
procurar en la comunidad el espacio vital para el ejercicio de los
dones que cada cual ha recibido del Espíritu.
En realidad, no tiene el monopolio de la Palabra, sino que la
reconoce con acentos y tonos diversos en los miembros de la
comunidad. Está, por consiguiente, al servicio de la multiplicidad de
los carismas.
El ministerio del sacerdote se perfila, por consiguiente, con
algunos rasgos específicos:
Promueve la vocación catequética de todo cristiano en relación
con su estado de vida casado, religioso, célibe... Los sacerdotes
han de saber discernir qué espíritus tienen su origen en Dios:
«Descubran con espíritu de fe los carismas de los laicos, tanto los
más altos como los más humildes, probando si provienen del
espíritu de Dios; reconózcanlos con gozo y foméntelos con
diligencia» (PO 9).
Escucha la palabra de los laicos, «considerando sus deseos
fraternalmente y reconociendo su competencia en los diversos
campos de la acción humana, de tal manera que junto con ellos
puedan reconocer los signos de los tiempos» (PO 9), es decir, la
Palabra de Dios a los hombres de hoy.
Armoniza la aportación original de todos, a fin de que, en la
comunión recíproca, pueda la comunidad hacer realidad la imagen
de Cristo. Respeta, por tanto, «en cada creyente el derecho y la
obligación de ejercitar (los carismas recibidos, aun los más
sencillos), para el bien de los hombres y para la edificación de la
Iglesia en la Iglesia y en el mundo» (AA 3)
No pienses tan sólo en «recibir» del sacerdote. Dale tú a él la
originalidad de tu ser laico, que caracteriza tu modo de interpretar
y de vivir la Palabra de Dios.
Cooperador del obispo (PO 4; EN 68)
El reconocimiento del don del Espíritu permite a cada cual
expresarlo de diversas maneras concretas, entre las cuales una de
las más habituales es el ministerio de la Palabra.
Se trata de una variedad que es signo de vitalidad y de riqueza
del mensaje cristiano mismo. El ministerio catequético del
sacerdote se orienta a ayudar a todos a tomar la palabra en
comunión recíproca, de manera que la comunidad se haga cada
vez más adulta. Existe, sin embargo, el peligro de distorsionar o
manipular la Palabra misma.
La riqueza se transformarla, entonces, en división; la vitalidad en
una deletérea dispersión de energías.
El sacerdote, enviado por el obispo y cooperador suyo, es el
que, con sus intervenciones y con su presencia, garantiza la
comunión eclesial de la iglesia local (cf.
Efectivamente, «todo presbítero está investido de una
responsabilidad especial en el anuncio de toda Palabra de Dios y
su interpretación de acuerdo con la fe de la iglesia» (PSM 77). En
consecuencia, el ministerio del sacerdote:
garantiza que tu servicio catequético es auténtico, es decir, que
se cita como momento expresivo de toda la comunidad cristiana;
hace que tu anuncio cristiano sea eclesial, aunque vibren en él
fuertes acentos personales de los que nunca puedes prescindir.
«Con su presencia y su palabra, el presbítero garantiza la comunión
con el obispo y con la iglesia local y favorece la coordinación con los
distintos integrantes de la comunidad parroquial: las familias, las
asociaciones, la escuela y otras posibles estructuras educativas
presentes en la misma zona pastoral» (ICF 83).
El sacerdote, pues, en nombre del obispo, desempeña la función
de signo eclesial en la comunidad que le ha sido confiada.
Esta obligación comporta la responsabilidad de comprender
rectamente e interpretar con claridad el magisterIo de la Iglesia; de
no confundir opiniones de corrientes teológicas o interpretaciones
personales con el pensamiento oficial, con el riesgo de dar lugar a
falsificaciones y conflictos de conciencia
2. EL SACERDOTE «CATEQUISTA»,
HERMANO ENTRE LOS HERMANOS
La actitud en la que deben inspirarse las relaciones entre el
sacerdote y los catequistas es la de la corresponsabilidad, que
debe ser entendida dentro de un ministerio que se comparte como
«hermanos entre hermanos, por ser miembros del mismo y único
cuerpo de Cristo» (PO 9) y se ejercita conjuntamente para edificar
la Iglesia.
Esta vinculación recíproca no nace de una simple simpatía
humana o de la urgencia de una acción pastoral armónica y
coordenada, sino de la fe en la Palabra de Dios, que se interpreta
y anuncia en compañía. El sacerdote, en realidad, comparte con
los catequistas la común responsabilidad de formar creyentes y no
personas «instruidas» en la religión.
En este sentido está muy cerca de los catequistas, comprende
que tienen también algo que aprender de ellos, ya que su saber
teológico puede constituir a veces un obstáculo para el lenguaje de
sus oyentes. Los laicos son interlocutores importantes del
sacerdote.
Catequista con los catequistas
Ser catequista, aun para el sacerdote, supone desempeñar
juntamente con la comunidad este ministerio, a fin de llegar a ser
auténtico signo de la iglesia maestra.
La función profética necesita esta connotación eclesial, querida
por Jesucristo, que confió a una comunidad el mensaje de la
salvación que hay que anunciar a los hombres
El sacerdote, por lo tanto, tiene necesidad de los demás
catequistas para expresar y hacer presente, en su servicio a la
Palabra, el misterio de la Iglesia Tiene que hacer oir su voz junto a
la de los demás educadores de la fe, mezclarla con ella, a fin de
que resuene una única voz que sea el poderoso eco de la vida de
toda la comunidad. Es preciso que establezcas una correcta
relación con tus sacerdotes, que elimines, con respecto a ellos, un
falso sentido de inferioridad, pero sin asumir tampoco actitudes
arrogantes.
Debes buscar un justo equilibrio que te permita sentirte
hermano, de un modo especial, de los sacerdotes que te secundan
en el servicio catequético. He aquí, a este propósito, algunas
importantes convicciones que has de tener:
El sacerdote no es el especialista de la Palabra de Dios, en el
sentido de que sea capaz de agotar toda su riqueza y toda la
profundidad de sus significados. También él está en búsqueda y se
interroga como tú.
El «aggiornamento» y el estudio teológico son medios
importantes, pero no siempre suficientes para responder a los
interrogantes que los hombres se plantean hoy en día. Es
necesario escuchar a la comunidad, que vive el anuncio cristiano
en medio de tantas dificultades y a través de intentos no siempre
acertados.
Los catequistas, cuando aciertan a ser auténticos interlocutores
del sacerdote, significan una valiosa ayuda al desempeño de su
ministerio y muchas veces es más lo que dan que lo que reciben.
Está fuera de duda que la falta de contacto del sacerdote con
una comunidad viva, empobrece su palabra, la hace abstracta,
menos actual e incisiva, carente de una verdadera dimensión
eclesial.
El catequista del grupo de catequistas
Lugar privilegiado, aunque no único, para que el sacerdote
confronte y copartícipe la Palabra de Dios, es el grupo de los
catequistas. Es aquí, efectivamente, donde las diversas
interpretaciones emergen y confluyen en la búsqueda de un
lenguaje eclesial, es decir, de un sistema de significados cristianos
comunes, porque son vividos en compañía.
De esta manera se perfila la figura del sacerdote como
«catequista del grupo de los catequistas», con una original y
exclusiva aportación a la constitución de la comunidad de los
educadores en la fe.
«El párroco, o uno de sus sacerdotes colaboradores, es el animador y
el guía del grupo de los catequistas. Es él quien se hace eco de la
Palabra del Señor, para llamar a los fieles a asumir la misión de
catequista, comprueba sabiamente su disponibilidad interior y les
acompaña en su primera preparación y en su permanente formación
espiritual, doctrinal y educativa» (ICF 83).
Su función se deriva del sacramento del orden:
Del sacerdote los catequistas tienen que esperar, ante todo,
una sólida formación espiritual que les ayude a desempeñar su
ministerio con celo y con fervor. Es la contribución fundamental que
él aporta a aquellos en quienes ha reconocido el don de la
Palabra.
«De los sacerdotes deben esperar los laicos luz y fuerza
espiritual. No piensen, sin embargo, que siempre sus pastores
estarán tan especializados que les puedan dar en cada uno de los
problemas que vayan surgiendo, aunque sean graves, una
solución concreta e inmediata, ni que ellos han sido enviados para
eso: más bien, dirigidos por la sabiduría cristiana y siguiendo
fielmente la enseñanza del Magisterio, asuman el puesto que les
corresponde» (GS 43).
-Dentro del grupo, el sacerdote es testigo de Cristo y signo de la
Iglesia. Más que tratar de mandar o imponer, se siente dispuesto a
servir a todos. No está por encima de los catequistas: en cuanto
catequista como ellos que es, no sólo tiene que dar, sino también
recibir.
El sacerdote educa a los catequistas para que se escuchen, a
fin de descubrir juntos el anuncio que hay que transmitir a los
muchachos, pero sobre todo para constituirse en comunidad, en
un esfuerzo de búsqueda común de los significados de la Palabra
de Dios.
Signo de la tradición eclesial
En el desempeño del ministerio de la Palabra, la atención de los
catequistas a las situaciones actuales de los destinatarios tiene
que ser nuevamente remitida al interior de la tradición cristiana, de
la que extrae abundantísimas experiencias y profundas riquezas.
Evidentemente, no se trata de un retorno al pasado, sino de una
fidelidad al momento presente, a la luz de la historia del pueblo de
Dios, que pone hoy a nuestro alcance los resultados de su
reflexión. Debido a un falso espíritu innovador, existe el peligro de
marginarse de la riqueza de la tradición cristiana. El sacerdote es
precisamente quien la propone de nuevo:
El es el signo de la continuidad de la Iglesia, que se expresa en
una tradición viva que no es uniformidad, sino maduración de
nuevos significados en sintonía con las grandes opciones
asumidas ya dentro de la comunidad cristiana.
El sacerdote evita en los catequistas los extremismos del
replegamiento sobre el pasado y del aventurismo interpretativo,
deletéreos ambos para un auténtico encuentro con la Palabra de
Dios, que pertenece siempre al presente.
La palabra del sacerdote, en esta perspectiva, te lleva a
desempeñar tu ministerio dentro de una tradición viva que
atraviesa los siglos y que, mediante tu palabra, llega hasta los
muchachos de hoy.
3. EL MINISTERIO CATEQUÉTICO DEL
SACERDOTE ENTRE LOS MUCHACHOS
Aun cuando los cuadros organizativos de la catequesis estén
completos, merced a la disponibilidad de numerosos catequistas, el
sacerdote no debería renunciar nunca a ocupar su puesto, es
decir, a educar en la fe a un grupo de muchachos que, por medio
de un sistema rotatorio, tuviesen la posibilidad de encontrarse con
él.
Es verdad que ya en otros momentos explica e interpreta él la
Palabra de Dios (en la homilía, en la escuela), pero su presencia
es indispensable también entre los muchachos en la comunidad
cristiana (oración, grupos...). Hoy, concretamente, no basta con ser
profesor de religión en la escuela para cumplir la propia vocación
catequética en la Iglesia. Este es tan sólo un «momento» de dicho
servicio, pero no lo es todo, ni siquiera por lo que se refiere a la
identidad misma de la enseñanza religiosa tal y como se configura
en la institución escolar.
Si ninguno de tus sacerdotes está comprometido contigo en la
actividad catequética, entonces es verdad que ante los muchachos
sois menos «Iglesia», pero sobre todo se empobrece el ministerio
catequético de los laicos.
Presencia viva de la Iglesia
Es indispensable para los muchachos la presencia del sacerdote
en la catequesis, donde con su persona evoca la imagen de la
comunidad entera, de la que el es responsable. Sobre todo dentro
de su grupo, se muestra como signo catequético por diversas
razones.
El sacerdote hace presente la imagen de la Iglesia que convoca
en el amor del Espíritu, para escuchar la Palabra y sentirse y vivir
como hermanos por ser hijos del Padre.
Ser cristianos supone encontrarse juntos, por haber sido
llamados a encontrarse con el Señor resucitado que vive en la
comunidad.
El sacerdote reivindica la comunión con la iglesia local, que le
ha sido confiada por el obispo, a fin de que crezca en la escucha
de la Palabra y en la participación en los sacramentos.
El sacerdote manifiesta las atenciones y la acogida de toda la
comunidad, que se preocupa por el crecimiento en la fe de los
muchachos y le secunda con su oración y su solicitud.
El sacerdote visita habitualmente los diversos grupos de la
catequesis, conversando con los muchachos y con los catequistas
y demostrando un especial interés por el camino de fe que
progresivamente va madurando en su interior.
Invita alguna vez a tu «sacerdote» a la catequesis, prepara el
encuentro con un cuidado especial, a fin de que redunde en una
auténtica experiencia de comunión eclesial para tus muchachos
Remisión a la asamblea litúrgica
La presencia del sacerdote en la catequesis hace más fácil la
unión con la comunidad que celebra los misterios de Cristo en los
gestos sacramentales La Palabra que tú anuncias a los
muchachos, por su propia naturaleza, tiende a ser «celebrada» en
las asambleas litúrgicas. En la persona del sacerdote tiene lugar
de una manera espontánea la síntesis entre Palabra y sacramento,
porque se remite al ministerio de la idéntica persona.
A los muchachos les resulta más fácil captar la
complementariedad de los dos aspectos, que corren a veces el
peligro de verse disociados. La invitación al sacerdote para que
intervenga en la catequesis adquiere un significado particular
cuando los temas en cuestión están más directamente en relación
con la experiencia litúrgica o con la preparación para la recepción
de algunos sacramentos: la misa de primera comunión, la
reconciliación, la confirmación.
En tales circunstancias estaría bien que al sacerdote se le
confiase algún encuentro. De esta manera podría él presentarse a
los muchachos como:
el que preside en la comunidad las celebraciones litúrgicas
hacia las que converge todo ministerio catequético;
el que es ministro de Jesucristo a la hora de reactualizar sus
gestos de salvación en la iglesia.
Es un rasgo importante de la imagen del sacerdote que los
muchachos deben conocer directamente de sus labios y de un
modo familiar, eliminando cierta sensación de alejamiento que a
veces permanece inconscientemente.
Signo de la Iglesia universal
La comunidad cristiana local es una instancia de la Iglesia
universal, que se hace presente en ella; pero precisa conservar
siempre la apertura, el aliento y los horizontes de todo el pueblo de
Dios esparcido por el mundo entero.
El sacerdote, colaborador del obispo, se convierte en un signo
privilegiado de la Iglesia universal.
En el encuentro con él, tus muchachos han de ser capaces de
captar el significado de esta pertenencia:
La tensión misionera de la Iglesia, atenta a los problemas que
afectan a todos los hombres en la búsqueda de una solución que
se ilumine con la Palabra de Dios.
El sentido del servicio de la Iglesia, que reproduce la actitud de
Jesucristo, el siervo del Padre.
La unidad de la Iglesia, que se revela en la fidelidad y en el
amor al obispo y al Papa, de quienes el sacerdote es portavoz.
Si durante todo el curso catequético no tiene tu grupo un
encuentro con el sacerdote, tal vez la imagen de la Iglesia resulte a
tus muchachos lejana, con perfiles jurídicos, pero no personales.
Tú mismo encontrarás más dificultades para hacer comprender
que cuanto proclamas no es tuyo, sino de la comunidad que te ha
enviado. El sacerdote será considerado, sobre todo, como el
hombre del culto, y no el hombre de la Palabra, para la que ha sido
consagrado.
PARA LA ORACIÓN ORAS/POR-LOS-PBROS
Señor, te doy gracias
por haberme acogido
y vivificado en tu Iglesia.
Quiero ver en todo sacerdote
al hombre de Dios,
al hombre que ha recibido el mandato
de decir tu verdad a los demás hombres
y hacerles participes de tu vida,
de absolverles en tu nombre
y darles tu cuerpo en alimento.
Te pido por los sacerdotes,
por los obispos, por el Papa.
Te ruego que les ilumines
en su visión del mundo,
para que juzguen según tu sabiduría.
Te pido que les infundas valentía
para afirmar la verdad
y condenar la injusticia.
Haz que se muestren confiados
para con quienes ya «conocen»,
y miren con simpatía
a quienes andan en búsqueda.
Haz que sean vigilantes
en la defensa de la fe
sin caer nunca en la mezquindad.
Después de haberles confiado
tantos poderes espirituales,
concédeles una entrega total
a su propia grey
y la más pacificadora humildad. Amén.
(J. Lebrel).
II
LOS RELIGIOSOS
ANUNCIO VIVO DEL EVANGELIO DEL REINO
«A VOSOTROS OS HA SIDO DADO CONOCER
LOS MISTERIOS DEL REINO. (Mt 13,11)
Múltiples y diversas son las tareas cordadas hoy a los religiosos
en la Iglesia. Entre ellas se encuentra la catequesis. No sé qué
espacio de tiempo y de interés reservarán las distintas
comunidades religiosas al servicio de la Palabra.
Y sin embargo, hoy día resulta cada vez más importante que los
religiosos adquieran conciencia de su función catequética a partir
del propio estado de vida, que caracteriza y cualifica su prestación
dentro de las diversas actividades que desarrollan: educativas,
sociales, asistenciales, etc.
El estilo de vida evangélico, al que los religiosos viven
consagrados, constituye un don para toda la comunidad, porque a
ellos especialmente les «ha sido dado conocer los misterios del
reino de los cielos» (Mt 13,11). Por consiguiente, también en el
ejercicio del ministerio catequético tienen ellos que ofrecer su
aportación original y específica que no podrá nunca ser sustituida
ni siquiera por los laicos más competentes.
En una iglesia ministerial, efectivamente, los religiosos han de
escuchar la invitación a abandonar en sus servicios los rasgos
genéricos de la acción apostólica, para adquirir los contornos
característicos y, en cierto sentido insustituibles, de su prestación
activa. Deben ser plenamente conscientes de la originalidad de
toda prestación suya.
¿Cuál es la novedad del servicio catequético de los religiosos7
¿De dónde les proviene?
1. LA VIDA RELIGIOSA:
CONSAGRACIÓN AL REINO DE DIOS
RLSOS/MIRIO-CATECO: La originalidad del ministerio
catequético de los religiosos hay que descubrirla dentro de su
estado de vida consagrada. Actualmente, «dar catequesis» es un
deber equitativamente distribuido en la comunidad cristiana entre
los laicos, porque la catequesis es una misión de toda la Iglesia.
Sin embargo, los religiosos siguen siendo indispensables, dada la
novedad de su aportación, novedad que hay que buscar en su
«ser» personal y comunitario, que se eleva a la categoría de signo
viviente de la realidad del reino, en particular mediante la práctica
de los consejos evangélicos: la pobreza, la castidad y la
obediencia.
Por esta razón, su ministerio catequético parece configurarse
mejor en su novedad como servicio, mediante la proclamación, el
testimonio y la espera del reino.
Es un servicio que se inscribe profundamente en su propia
vocación, que es don, privilegio y, en consecuencia,
responsabilidad respecto a toda la comunidad.
Anunciadores del reino
La presencia de los religiosos en la Iglesia resulta ser, ante todo,
anuncio de que el reino de Dios está en medio de nosotros, porque
algunos han captado y viven su novedad radical.
Ellos son efectivamente quienes, en un cierto sentido, lo hacen
visible y creíble con su propia respuesta a la invitación del Espíritu.
Los religiosos son, en consecuencia, una presencia profética para
toda la comunidad cristiana, a la que es preciso escuchar como a
una palabra viviente que te provoca y te orienta hacia las
auténticas opciones
«En virtud de su consagración personal, los religiosos son el signo
viviente de la santidad de Dios que ellos anuncian. La practica de los
consejos evangélicos manifiesta a los catequizados la vida de los
resucitados a la que es llamado todo discípulo de Cristo» (Directorio de
pastoral catequética de las diócesis de Francia, 1964, n. 156).
Con sus opciones expresan la importancia de la Palabra de Dios
para la vida y de la vida para la Palabra de Dios. En realidad,
sobre ésta han construido los religiosos el proyecto de su propia
existencia, llevando a cabo algunas opciones radicales:
Se han adherido a Dios como el único necesario, al que
subordinan todos los otros intereses.
El reino de Dios es para ellos el tesoro escondido por el que
han vendido todo lo demás para reorganizar la propia vida en sus
necesidades fundamentales: el tener, el poder, la sexualidad,
siguiendo la práctica de los consejos evangélicos
El primado de lo espiritual se expresa en sus vidas con su forma
de tender hacia la santidad a la que Dios les llama.
La consagración religiosa significa implicarse en reino, del que
los religiosos son signo catequético.
«Este silencioso testimonio de pobreza, desinterés, pureza,
transparencia y abandono en la obediencia, puede llegar a ser, además
de una provocación para el mundo y la Iglesia, una elocuente predicación
capaz de impresionar incluso a los no-cristianos de buena voluntad que
sean sensibles a determinados valores' (EN 69).
Testigos del reino
Los religiosos no se limitan simplemente a anunciar el reino, sino
que, con sus opciones fundamentales, lo hacen presente y se
convierten en testigos de él, ya que tratan día a día de seguir a
Cristo pobre, obediente y casto. Ellos «encarnan el deseo de la
Iglesia de entregarse al radicalismo de las bienaventuranzas. Con
su vida son el signo de la total disponibilidad para con Dios, la
Iglesia y los hermanos» (EN 69).
El primer servicio catequético de los religiosos se identifica con el
compromiso de vivir profundamente su vida consagrada para
convertirla delante de todos en «profecía» del reino. Es una tarea
que, por sí sola, hace de todo religioso implícitamente un
catequista en la Iglesia, en virtud de su vocación (cf. RdC 194).
Nadie mejor que un religioso, ante un grupo de muchachos
reunidos para escuchar la Palabra de Dios, puede, pensando en
su propia vida, exclamar: «El reino de Dios está en medio de
vosotros». Y no es que él esté libre de defectos y de pecado; pero
esto hace palpable otro aspecto del reino, a saber, la presencia de
la misericordia de Dios que salva y sale al encuentro del hombre.
La invitación de Jesucristo: «Convertíos, porque está cerca el
reino de los cielos» (Mt 4,17), adquiere un especial significado en
la vida de los religiosos y les convence cada vez más de ser un
signo pobre, frágil y débil del reino que proclaman, porque éste
exige abandonarse totalmente a la fuerza del evangelio.
La vocación religiosa hay que vivirla siempre bajo el signo del
reino, como meta a la que tender a través de todo tipo de
experiencia cotidiana, que sabe de incertidumbres y fragilidad.
Heraldos de la «vida nueva y eterna»
El reino es una realidad presente, pero que se proyecta en el
futuro, en el que hallará su completa realización. Los religiosos,
con su vida, proponen igualmente esta dimensión de las opciones
cristianas, destinadas a iluminar las realidades de este mundo. El
estado de vida de los religiosos «tiene una función necesaria e
insustituible en la Iglesia: la de ser, por don del Espíritu, signo y
llamamiento a la 'vida nueva y eterna' y a la 'resurrección futura'»
(EM 70).
Su existencia es, en efecto, una profecía permanente del mundo
que ha de venir y un anticipo de lo que será la vida en el reino,
donde Dios lo será todo realmente para cada uno de nosotros. En
el estado de vida religiosa se inicia ya, en un cierto sentido, el
futuro del cristiano. En efecto, los religiosos ofrecen el testimonio
de los valores de la eternidad de diversas maneras:
en el uso desprendido de los bienes, a cuya posesión han
renunciado voluntariamente: voto de pobreza;
en el encuentro con las personas, entre las que ninguna es
para ellos exclusiva y única, porque descubren en Dios la
comunión universal con todos: voto de castidad;
en las relaciones mutuas, donde siguen la norma fundamental
de cumplir la voluntad del Padre: voto de obediencia.
Es el Espíritu quien en la Iglesia hace de los religiosos signos del
reino y les confía el servicio catequético de la vida, antes que de la
Palabra. Sin su presencia, el reino sería menos conocido y
anunciado en el mundo.
2. EL SERVICIO A LA PALABRA DE LOS RELIGIOSOS
Los religiosos, con el ministerio de la Palabra, hacen más
evidente, eficaz y comprensible el anuncio del reino. Al «dar
catequesis» comparten la responsabilidad educativa de toda la
comunidad y colaboran más directamente al crecimiento de la
iglesia local.
No todos los religiosos han recibido del Espíritu la vocación al
ministerio de la Palabra. Pero sí tienen todos el don de ser signo
viviente, que ejerce la función de reclamo, de punto de referencia y
de apoyo para aquellos que trabajan en la catequesis.
«En esta perspectiva se adivina el papel desempeñado en la
evangelización por religiosos y religiosas consagrados a la oración, al
silencio, a la penitencia, al sacrificio. Otros religiosos, en muy gran
numero, se dedican directamente a anunciar a Jesucristo» (EN 69).
La vocación catequética es un compromiso que exige, aun para
los religiosos, una llamada del Espíritu, el reconocimiento oficial de
su don, distinto del carisma general de la vida religiosa. Se llega a
ser catequista no por el hecho de ser religioso o por falta de
disponibilidad por parte de las familias, de los jóvenes, de los
sacerdotes, es decir, por exigencias pastorales, sino en virtud de
una respuesta de fe al don del Espíritu que invita a proclamar el
reino.
El religioso solo desempeña auténticamente el ministerio de la
Palabra cuando es consciente de la originalidad de su modo de ser
en la Iglesia y lo comunica con la palabra, como don-anuncio, a la
propia comunidad religiosa, al grupo de los catequistas y a las
familias de los muchachos que le han sido confiados.
La solidaridad de la comunidad religiosa
La vida del religioso, en su ser y en su obrar, no puede nunca
prescindir de su comunidad, no simplemente por razón de una
afinidad de opciones o de amistad, sino por motivos de fe que
hacen presente el amor de Cristo.
Toda comunidad religiosa se constituye, por consiguiente, en la
diversidad de sus miembros de una manera ministerial, es decir,
como un conjunto de personas que, con su actividad, hacen
solidariamente presente el misterio de Cristo en la Iglesia.
Por lo tanto, el ministerio catequético de un religioso nunca es un
hecho individual, sino un momento expresivo de toda la comunidad
religiosa, en la que colabora con diferentes aportaciones.
El servicio de la Palabra se convierte, ante todo, en la
interpretación de la vivencia de fe de un grupo de religiosos, que
se transmite con la intensidad y la fuerza con que es vivida en la
propia comunidad.
En esta perspectiva, su servicio catequético exige una
coparticipación profunda por diversos motivos.
La vocación catequética es el reconocimiento, por parte de la
comunidad religiosa, del don que el Espíritu ha otorgado a uno de
sus miembros para anunciar el reino.
El ejercicio del ministerio catequético se remite al testimonio de
fe, de esperanza y de caridad de toda la comunidad, de la que el
religioso, en un cierto sentido, es portavoz.
La eficacia de la Palabra de un religioso depende mucho de la
oración, del sacrificio, de la santidad, de participación espiritual de
su comunidad.
No es un acontecimiento exterior o extraño a la comunidad
religiosa el hecho de que uno de sus miembros esté comprometido
en el servicio de la Palabra; al contrario: es algo que pertenece al
corazón mismo de la vida comunitaria. Por lo tanto, el primer
ministerio catequético que el religioso desempeña es el de
provocar a la propia comunidad a convertirse en signo auténtico
del reino
El grupo de catequistas
Los religiosos adquieren un conocimiento mas amplio de su
función eclesial, dentro del grupo de catequistas en el que han
sido invitados a participar. Se trata de una toma de conciencia que
madura en la fe, pero también a través de las relaciones de diálogo
encaminadas a fomentar el sentido de la comunión que la Palabra
de Dios suscita en aquellos que la anuncian.
La experiencia de comunión, propia de la vida religiosa, debería
significar una valiosa ayuda para extender las relaciones eclesiales
entre los catequistas. Dentro del grupo, los religiosos pueden
profundizar algunas actitudes básicas:
La complementariedad. Su presencia no debe evidenciar ningún
signo de superioridad o complejo de inferioridad, sino que debe ser
signo de servicio para todos los demás, prescindiendo de la
formación espiritual o de la preparación catequética de cada uno.
La originalidad. Los religiosos, dentro del grupo, se percatan de
que pueden ofrecer una interpretación nueva de la Palabra de
Dios partiendo de la propia vida consagrada, que debe hacerles
más sensibles a determinados aspectos del anuncio cristiano. En
este sentido son un don para el grupo.
La corresponsabilidad. En la catequesis nadie está solo ante los
muchachos, sino que comparte con otros, en la comunidad, la
misión de educar en la fe, afrontando juntos los diversos
problemas que tal proyecto suscita en cada cual.
En el grupo de los catequistas los religiosos dan, pero también
reciben, porque son interlocutores dentro de un misterio que se
realiza conjuntamente.
«El mismo catecismo de los muchachos indica a las comunidades
religiosas que, con su testimonio, están recordando al mundo que lo que
más valor tiene es poner el propio tiempo, las propias posibilidades y los
propios bienes al servicio de Cristo, presente en los hermanos (Sarete
miei testimoni, p. 113). No carece de fundamento el creer que la
presencia discreta y el testimonio auténtico de las religiosas y de los
religiosos en los grupos de catequistas, son capaces de suscitar entre
los jóvenes nuevas vocaciones de especial consagración. (ICF 82).
El diálogo con las familias
Los religiosos, lo mismo que cualquier otro catequista, son
invitados a llegar, con el ministerio de la Palabra, incluso a las
familias de los muchachos, con objeto de ofrecer un auténtico
servicio eclesial.
La vida consagrada no aleja a los religiosos de los problemas
de las familias dentro de la comunidad cristiana. El voto de
castidad perfecta tiene que ser considerado como una opción de
comunión con Dios para revelar su reino al mundo.
El ministerio catequético se convierte para los religiosos en un
momento privilegiado de este anuncio a los padres de los
muchachos con quienes traban contacto, mediante una
intervención que se resuelve en un enriquecimiento recíproco.
Los religiosos:
advierten lo difícil que resulta para los padres, en contacto con
las realidades y las preocupaciones de cada día, descubrir la
acción de Dios en sus vidas y en la familia;
descubren cómo pueden integrarse en la vida cotidiana y
expresarse con coherencia las proposiciones de fe;
adquieren una mayor sensibilidad respecto a la realidad
concreta de las situaciones humanas y un mayor equilibrio a la
hora de juzgarlas.
Por otra parte, los religiosos, que en la libre elección del estado
celibatario se adhieren a los valores de fe significados por el
matrimonio, es decir, la comunión con Dios, pero sin mediación de
criatura humana alguna, se convierten en un signo catequístico
para los padres. Son, pues,
una invitación a dirigir la principal atención de la propia
existencia a las realidades del mundo que ha de venir y que durará
para siempre (cf. LG 44);
un estimulo para librarse de la indiferencia religiosa, para
superar una vida que no es capaz de descubrir horizontes más
amplios, a fin de abrirse a lo que es verdaderamente necesario en
la existencia;
una llamada profunda a las realidades cristianas que ellos
testimonien con su propia vida.
La búsqueda de la originalidad del ministerio catequético de los
religiosos es una respuesta de fe a la Iglesia de hoy, la cual, al
constituirse en términos de servicio, promueve la especificidad y la
pluralidad de los diversos anuncios de la Palabra a partir de las
distintas situaciones de vida.
3. LA ORIGINALIDAD DEL MINISTERIO
CATEQUÉTICO DE LOS RELIGIOSOS
Donde, de una manera particular, expresan los religiosos la
originalidad de su ministerio catequético, haciendo que la Palabra
emerja de la vida consagrada y proponiéndola como una de las
maneras de responder al evangelio, es en el grupo de muchachos
de la catequesis.
La novedad del servicio catequético de los religiosos no se
confió a elementos exteriores: capacidad didáctica,
comunicatividad especial, mayor disponibilidad de tiempo, etc. Es
un hecho enteramente interior que consiste en una cierta
sensibilidad respecto a los valores del reino, en la acentuación de
determinados significados, en el uso de un determinado lenguaje,
en una profunda atención a la finalidad religiosa.
Los muchachos deberían poder conocer e identificar a su
catequista como persona consagrada, en virtud de su
espiritualidad, la cual debe manifestar su familiaridad con los
valores del Espíritu, su intimidad con Dios en la meditación y en la
oración y un estilo de vida eclesial que madura únicamente dentro
de una comunidad religiosa.
Participación en la función maternal de la Iglesia
Hecho conforme a Cristo en virtud de la consagración, el
religioso puede participar con su vida de una manera más directa
en el misterio de la Iglesia, madre y virgen, que engendra a los
hijos de Dios con la Palabra y con los sacramentos. El mismo
subraya de una manera particular el aspecto de su virginidad, es
decir, de la donación exclusiva y de la disponibilidad total al
Espíritu, y anuncia el amor universal de Cristo a todo ser humano.
Es verdad que el amor entre los esposos es signo del amor de
Cristo a la Iglesia (Ef 5,21-33); pero este misterio pasarla
inadvertido en su profundidad sin la virginidad consagrada. El
vinculo existente entre Cristo y la Iglesia no es expresado
únicamente por el sacramento del matrimonio, sino también por la
virginidad (2 Cor 11,2), en la que se revela no sólo la entrega total,
sino también el significado universal del amor de Cristo
Las personas consagradas, en virtud de la renuncia a una
paternidad o maternidad física, se hacen más disponibles para vivir
el ministerio catequético como una participación directa en la
función generadora de la Iglesia.
Por esta razón, los religiosos serán quienes más atentos estén a
detectar los signos de inmadurez espiritual de los muchachos y a
promover el crecimiento de fe, para conducirles a la plena madurez
en Cristo.
El lenguaje catequético
Cuando los religiosos presentan en la catequesis las opciones
cristianas, no pueden hablar de ellas con indiferencia, como si se
tratase de simples informaciones. De hecho, son realidades sobre
las que ellos han construido su vida, concediendo el máximo
crédito a la Palabra de Dios. Es natural, por consiguiente, que en
el dialogo catequético se manifiesten con claridad:
La primacía del reino de Dios, en virtud de la cual todo lo demás
resulta secundario, según la invitación de Cristo: «Buscad primero
el reino de Dios y todo lo demás se os dará por añadidura,, (Mt
6,33).
La preeminencia de los valores del espíritu, sobre todo en un
mundo materialista como el actual, en el que el placer, el interés, la
ganancia, el poder, el sexo y la riqueza se llevan la palma.
La radicalidad de las opciones, que no admiten fáciles
compromisos, sino que se plantean en los términos evangélicos de
la coherencia y de la valentía de la cruz.
El lenguaje, es decir, el sistema de significados que los religiosos
hablan en la catequesis no quiere ser para los muchachos un
rechazo del mundo presente, sino su auténtica interpretación a la
luz de la fe, para de este modo evidenciar su relatividad y su
ambigüedad.
La libertad de los hijos de Dios
Los religiosos, en virtud de la práctica de los consejos
evangélicos, tienen que ser capaces, en la catequesis, de hacer
traslucir la alegría de su libertad, que comunica una especial
capacidad de relacionarse con todos.
Es éste un aspecto que atraviesa todo el mensaje cristiano,
dirigido a promover la libertad de los hijos de Dios, es decir, la
disponibilidad, la sencillez, la espontaneidad en el encuentro con el
Señor y con los hermanos.
RLSOS/VOTOS-LIBERTAD: Tal actitud fundamental, que les
viene a los religiosos de la toma de conciencia de su pobreza
interior, les hace disponibles, acogedores, confiados para con
todos. La libertad, resultado de la práctica de los consejos
evangélicos, se convierte en una responsabilidad de servicio que
encuentra en el ministerio catequético una de sus expresiones
habituales. Escribe el apóstol Pablo: «...habéis sido llamados a la
libertad (para) serviros por amor los unos a los otros» (Gal 5,13).
Los religiosos son, pues, educadores en la libertad cristiana.
La libertad respecto a las cosas, en virtud de un profundo
sentido de confianza en la Providencia, en la que descansan
porque en Dios lo poseen todo.
La libertad respecto de las personas, ya que en el Señor
resucitado encuentran a aquel que da sentido a su amor y lo
colma.
La libertad respecto a si mismos, que les hace conscientes de
sus propias limitaciones, aceptándolas con serenidad, a fin de
hacer sitio a Dios en la propia vida.
Sobre todo los muchachos de hoy, insertos en una sociedad de
consumo, tienen necesidad de ser educados en la libertad, que les
hace más felices y mas despegados de todo lo que les rodea.
PARA LA ORACIÓN
Tú has puesto en nuestras manos, Señor,
la construcción del mundo
y la edificación de la Iglesia;
nos has confiado el anuncio
de tu evangelio de salvación,
y nos esperas siempre en los pobres,
en los que sufren,
en todos los hermanos.
Ante nosotros se abren muchos caminos.
Entre ellos, tu llamada
es una invitación dulce y enérgica
que no quita nada a nuestra libertad:
¡queremos reservarnos enteramente
la alegría y la responsabilidad
de la respuesta!
No permitir que personas,
ideas o acontecimientos
impidan o instrumentalicen
nuestras opciones y decisiones.
Haz más grande nuestra generosidad
y libera nuestra libertad:
para que cada uno de nosotros,
en su puesto,
quiera darse con amor hasta el fin. Amén.
(Pablo VI)
GAETANO GATTI
SER CATEQUISTA HOY
Itinerario de fe para la formación espiritual
del "Ministro de la Palabra"
SAL-TERRAE Santander-1981. Págs. 165-197