ITINERARIOS DE FE PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DEL
«MINISTRO DE LA PALABRA» 

SER CATEQUISTA HOY 8
por GAETANO GATTI 


ITINERARIO ECLESIAL

CATEQUISTAS:
ANUNCIO DEL MISTERIO DE CRISTO EN LA IGLESIA


1 «AUN ANTES ESTÁN LAS COMUNIDADES 
ECLESIALES» (RdC 200) 
La única catequista auténtica es la Iglesia, ya que sólo ella es 
capaz de anunciar el misterio de Cristo, del que conserva, por don 
del Espíritu, su completa memoria. Dentro, pues, de la comunidad, 
a la que Jesucristo confió su poder profético, es donde 
desempeñas tu ministerio catequético como momento del anuncio 
de la Palabra de la Iglesia. 
«Nadie puede realizar solo la acción catequética, ya que ésta 
exige la movilización de múltiples energías. Cada uno, según su 
tarea y sus carismas, contribuye a la misma misión: Los obispos, 
en unión de sus sacerdotes, los diáconos, los padres de familia, los 
catequistas, los maestros, los animadores de comunidades 
cristianas» (MSPD 14). 
Se desprende de aquí que el catequista se nutre de una «sólida 
espiritualidad eclesial» (RdC 189), que alimenta compartiendo la 
idéntica misión de anunciar la Palabra de Dios. 
No puedes, en realidad, desempeñar fácilmente el ministerio 
catequético si no es en relación con todos aquellos que, en la 
comunidad, educan a los muchachos en la fe: los sacerdotes, los 
padres, los religiosos, los demás seglares catequistas como tú... 
Constituid juntos un único frente eclesial, que adquiera su 
eficacia y su riqueza de la diversidad de los estados de vida, para 
formar una comunidad educadora que anuncie el misterio de 
Cristo. «Esta diversidad de servicios en la unidad de la misma 
misión constituye la riqueza y la belleza de la evangelización» (EN 
66). 

¿Quién eres tú en la Iglesia? 
¿Eres un padre, una madre, una religiosa, un sacerdote, un 
joven? Tu situación de vida es el lugar en el que la Palabra de Dios 
resuena con el eco de tu existencia, o mejor dicho, de tu estado de 
vida, con sus acentos propios y originales que no puedes ignorar. 

La vocación catequética está íntimamente vinculada a la 
situación sacramental en la Iglesia, y tu ministerio se ejercita antes 
con la vida que con la palabra. El servicio catequético comporta, 
por lo tanto, fidelidad a la propia condición eclesial, que es un 
aspecto integrante de la Palabra que anuncias, y de la cual recibe 
una serie de matices originales e inéditos. Por este motivo la 
comunidad de los catequistas, para poder proclamarse 
propiamente «iglesia», necesita englobar en sí misma los dones 
típicos que el Espíritu da generosamente al pueblo de Dios, para 
evidenciarlos en la comunión recíproca. 
Los catequistas contribuyen de esta manera a constituir la 
Iglesia, a brindar a los muchachos una imagen de la misma más 
completa, más en consonancia con los designios de Dios, y más 
viva. 
En relación con tu condición de vida (casado, célibe, 
consagrado, religioso) anuncias y haces presente un momento de 
la Iglesia que, sin embargo, es complementario de otras 
experiencias.
Es indispensable, pues, que te encuentres con los diversos 
catequistas, que sincronices tu palabra con la de ellos, que 
adquieras conciencia de la originalidad de tu contribución y 
descubras la novedad de la aportación de los demás, a fin de que, 
de este modo, llegues a ser un eco fiel de la voz de la Iglesia 
entera. 
En tu palabra los muchachos necesitan escuchar la resonancia 
de diversas experiencias de la vida de la Iglesia y conocer la 
diversidad de los dones que el Espíritu da generosamente a la 
comunidad, a fin de poder identificar la propia vocación. El 
encontrarse con los demás catequistas es, por lo tanto, una 
exigencia de fidelidad al contenido cristiano que hay que transmitir, 
es decir, el misterio de Cristo, vivido en la Iglesia de hoy. 
En las páginas que vienen a continuación no te sientas, pues, 
fácilmente dispensado de la lectura de aquellas partes que no 
correspondan a tu condición de vida, como si no te interesaran. 
Tienes que ser corresponsable del modo como se realiza el 
misterio de Cristo en la comunidad cristiana, en virtud de una 
exigencia de comunión fraterna y de solidaridad en la fe con las 
dificultades, sufrimientos y alegrías de todos aquellos que 
anuncian la Palabra de Dios.


I

EL SACERDOTE,
AL SERVICIO DE LA COMUNIÓN ECLESIAL
DEL MINISTERIO DE LA PALABRA
 

«PREDICAD EL EVANGELIO A TODA CRIATURA» (Mc 
16,15) 
En el comienzo de tu vocación de catequista tal vez jugara un 
papel determinante la invitación de un sacerdote. De seguro que 
hoy, en el desempeño de tu ministerio, se ha establecido un 
«encuentro» más frecuente e incluso una amistad más viva con los 
sacerdotes de tu comunidad.
Es cierto que no eres delegado de ellos en el servicio de la 
Palabra; sin embargo, son ellos los que han reconocido en ti el don 
del Espíritu y te capacitan para desempeñar este ministerio en la 
comunidad a ellos confiada por el obispo. 
Te encuentras con el sacerdote, de manera particular, en el 
grupo de los catequistas, tal vez porque también él comparte 
contigo la experiencia de dar catequesis a un grupo de 
muchachos. Ojalá sea así, porque entonces podrá él estar más 
cerca de ti en tus problemas y ofrecerte una ayuda más eficaz. 
Ciertamente que desempeñas tu ministerio en comunión con él, 
en el respeto a la recíproca originalidad que hace a los hombres 
diversos, pero complementarios y unidos en el servicio de la 
Palabra. Es, pues, imprescindible que conozcas la originalidad del 
ministerio catequético del sacerdote, a fin de que puedas 
realmente hacer comunión con él y ayudarle (¡aunque te parezca 
extraño!) a expresar la novedad de su servicio en la Iglesia. 
De esta manera te será más fácil reconocer el don de la 
presencia del sacerdote, su insustituible función y redescubrir, 
como por reflejo, la originalidad de tu ministerio de laico.
Como catequista, ¿qué tipo de relación tienes que establecer 
con el sacerdote? 
¿Cuál es la identidad específica del ministerio catequético 
sacerdotal? Y si tú, lector, eres sacerdote... es una reflexión la 
nuestra que nos hace descubrir «catequistas entre los 
catequistas» al servicio de una Palabra que nos juzga y no oculta a 
los laicos nuestros fallos o limitaciones; y no para que nos 
«contesten», sino para que nos acojan tal como somos, para 
ayudarnos a ser fieles a la consigna que Jesús nos ha dado: 
«Predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15). 


1. EL SACERDOTE: PRIMER CATEQUISTA 
DE LA COMUNIDAD CRISTIANA
El sacramento del orden es el que cualifica la identidad 
catequética del sacerdote y le llama oficialmente a hacer presente 
y visible, en la comunidad, el servicio de Cristo cabeza, profeta, 
sacerdote, con una consagración que le ata profundamente a la 
comunidad. El ministerio sacerdotal es, por consiguiente, muy 
complejo. 
Como catequista, estás particularmente interesado en su servicio 
de la Palabra, que te sitúa al lado de él. Es un tipo de ministerio 
que el desempeña juntamente y en relación con los otros servicios: 
el culto, la caridad, etc., pero dentro de los cuales asume una 
fisonomía especifica.
De esta manera descubres el sentido de la corresponsabilidad y 
de la complementariedad del ministerio de los laicos, requerido por 
la fe en la multiplicidad de los dones que el Espíritu comunica a 
todo creyente en la Iglesia. 
A tus sacerdotes tienes que pedirles la prestación del servicio de 
la Palabra, que es propia de ellos. En este sentido se les invita a 
que no extiendan su actividad a sectores en los que actúan mejor 
los laicos. Por este motivo es necesario determinar juntos lo que es 
«especifico» del ministerio de la Palabra del sacerdote. 

Consagrado para predicar el evangelio a la comunidad 
PBRO/MIRIO-PALABRA PBROS/MIRIO-CATECO: Entre los 
múltiples deberes que hoy día incumben a los sacerdotes, hay que 
conceder la prioridad a uno de ellos: el ministerio de la Palabra. 
Más que una exigencia pastoral, es una respuesta de fe al don de 
la consagración sacerdotal. 

Los presbíteros, en su condición de cooperadores de los obispos, 
tienen ante todo la obligación de anunciar a todos el evangelio de Dios, a 
fin de que, cumpliendo el mandato del Señor: «Id por todo el mundo y 
predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15), puedan constituir e 
incrementar el pueblo de Dios... Los presbíteros tienen, por lo tanto, el 
deber de comunicar a todos la verdad del Evangelio, de la que se gozan 
en el Señor. (PO 4) 

Es un ministerio prioritario destinado a la comunidad, a fin de 
que ésta se realice cada vez más como «iglesia», es decir, como 
asamblea convocada por el Espíritu Santo. 
Los sacerdotes, en realidad, son «maestros en el pueblo de Dios 
y para el pueblo de Dios» (PO 9). Este don del Espíritu les asigna 
el desempeño de algunos servicios en la comunidad.
­Por su particular configuración con Cristo profeta, hacen ellos 
vivo y actual el ministerio de la Palabra y proponen de nuevo su 
imagen de Maestro. «Uno solo es vuestro Maestro... Cristo» (Mt 
23,10). Su silencio o su negligencia harían menos eficaz y 
penetrante esta presencia del Señor en medio de su pueblo 
­Los sacerdotes son los ministros de la Palabra para toda la 
comunidad, dado que su servicio tiende sobre todo a crear la 
comunión, a fin de que se haga presente la fraternidad en el amor 
del único Padre. A ellos, efectivamente, corresponde urgir la 
evangelización de todas las edades y situaciones de vida dentro de 
la comunidad, para hacer que cada cual colabore, en atención a 
los dones recibidos, al servicio de todo el pueblo de Dios. 
­Tal ministerio goza, por lo tanto, de una prioridad, en el sentido 
de que desempeña un papel fundante de la comunidad y 
constituye un servicio básico para el común crecimiento de la fe. 

No pretendo con esto relegar tu función catequética de laico a 
un grado inferior, ya que en la iglesia los ministerios son todos 
importantes; pretendo únicamente subrayar la originalidad del 
papel que compete al sacerdote. De hecho, él está llamado a ser el 
servidor de la comunidad entera con un tipo de intervención que la 
concierne de una manera global. 

Servidor de la comunión eclesial 
El sacerdote es el que, con el ministerio de la Palabra, promueve 
la comunión eclesial, que es un don del Espíritu que hay que hacer 
resurgir continuamente en la comunidad:

«La función propia del ministerio sacerdotal, en el corazón de la 
Iglesia, es la de hacer presente el amor de Dios en Cristo hacia nosotros 
mediante la palabra y el sacramento, y al mismo tiempo suscitar la 
comunión de los hombres con Dios y entre ellos mismos». Esto ocurre 
de una manera particular «a través de la eficaz proclamación del 
evangelio, para la que los presbíteros son consagrados y con la que se 
comprometen como primer deber suyo» (PSM 63).

Obligación principal del sacerdote es, por consiguiente, la de 
procurar en la comunidad el espacio vital para el ejercicio de los 
dones que cada cual ha recibido del Espíritu. 
En realidad, no tiene el monopolio de la Palabra, sino que la 
reconoce con acentos y tonos diversos en los miembros de la 
comunidad. Está, por consiguiente, al servicio de la multiplicidad de 
los carismas. 
El ministerio del sacerdote se perfila, por consiguiente, con 
algunos rasgos específicos:
­Promueve la vocación catequética de todo cristiano en relación 
con su estado de vida casado, religioso, célibe... Los sacerdotes 
han de saber discernir qué espíritus tienen su origen en Dios: 
«Descubran con espíritu de fe los carismas de los laicos, tanto los 
más altos como los más humildes, probando si provienen del 
espíritu de Dios; reconózcanlos con gozo y foméntelos con 
diligencia» (PO 9). 
­Escucha la palabra de los laicos, «considerando sus deseos 
fraternalmente y reconociendo su competencia en los diversos 
campos de la acción humana, de tal manera que junto con ellos 
puedan reconocer los signos de los tiempos» (PO 9), es decir, la 
Palabra de Dios a los hombres de hoy. 
­Armoniza la aportación original de todos, a fin de que, en la 
comunión recíproca, pueda la comunidad hacer realidad la imagen 
de Cristo. Respeta, por tanto, «en cada creyente el derecho y la 
obligación de ejercitar (los carismas recibidos, aun los más 
sencillos), para el bien de los hombres y para la edificación de la 
Iglesia en la Iglesia y en el mundo» (AA 3) 

No pienses tan sólo en «recibir» del sacerdote. Dale tú a él la 
originalidad de tu ser laico, que caracteriza tu modo de interpretar 
y de vivir la Palabra de Dios. 

Cooperador del obispo (PO 4; EN 68) 
El reconocimiento del don del Espíritu permite a cada cual 
expresarlo de diversas maneras concretas, entre las cuales una de 
las más habituales es el ministerio de la Palabra. 
Se trata de una variedad que es signo de vitalidad y de riqueza 
del mensaje cristiano mismo. El ministerio catequético del 
sacerdote se orienta a ayudar a todos a tomar la palabra en 
comunión recíproca, de manera que la comunidad se haga cada 
vez más adulta. Existe, sin embargo, el peligro de distorsionar o 
manipular la Palabra misma. 
La riqueza se transformarla, entonces, en división; la vitalidad en 
una deletérea dispersión de energías. 
El sacerdote, enviado por el obispo y cooperador suyo, es el 
que, con sus intervenciones y con su presencia, garantiza la 
comunión eclesial de la iglesia local (cf. 
Efectivamente, «todo presbítero está investido de una 
responsabilidad especial en el anuncio de toda Palabra de Dios y 
su interpretación de acuerdo con la fe de la iglesia» (PSM 77). En 
consecuencia, el ministerio del sacerdote: 
­garantiza que tu servicio catequético es auténtico, es decir, que 
se cita como momento expresivo de toda la comunidad cristiana; 
­hace que tu anuncio cristiano sea eclesial, aunque vibren en él 
fuertes acentos personales de los que nunca puedes prescindir. 

«Con su presencia y su palabra, el presbítero garantiza la comunión 
con el obispo y con la iglesia local y favorece la coordinación con los 
distintos integrantes de la comunidad parroquial: las familias, las 
asociaciones, la escuela y otras posibles estructuras educativas 
presentes en la misma zona pastoral» (ICF 83). 

El sacerdote, pues, en nombre del obispo, desempeña la función 
de signo eclesial en la comunidad que le ha sido confiada. 
Esta obligación comporta la responsabilidad de comprender 
rectamente e interpretar con claridad el magisterIo de la Iglesia; de 
no confundir opiniones de corrientes teológicas o interpretaciones 
personales con el pensamiento oficial, con el riesgo de dar lugar a 
falsificaciones y conflictos de conciencia 


2. EL SACERDOTE «CATEQUISTA», 
HERMANO ENTRE LOS HERMANOS 
La actitud en la que deben inspirarse las relaciones entre el 
sacerdote y los catequistas es la de la corresponsabilidad, que 
debe ser entendida dentro de un ministerio que se comparte como 
«hermanos entre hermanos, por ser miembros del mismo y único 
cuerpo de Cristo» (PO 9) y se ejercita conjuntamente para edificar 
la Iglesia. 
Esta vinculación recíproca no nace de una simple simpatía 
humana o de la urgencia de una acción pastoral armónica y 
coordenada, sino de la fe en la Palabra de Dios, que se interpreta 
y anuncia en compañía. El sacerdote, en realidad, comparte con 
los catequistas la común responsabilidad de formar creyentes y no 
personas «instruidas» en la religión. 
En este sentido está muy cerca de los catequistas, comprende 
que tienen también algo que aprender de ellos, ya que su saber 
teológico puede constituir a veces un obstáculo para el lenguaje de 
sus oyentes. Los laicos son interlocutores importantes del 
sacerdote. 

Catequista con los catequistas 
Ser catequista, aun para el sacerdote, supone desempeñar 
juntamente con la comunidad este ministerio, a fin de llegar a ser 
auténtico signo de la iglesia maestra. 
La función profética necesita esta connotación eclesial, querida 
por Jesucristo, que confió a una comunidad el mensaje de la 
salvación que hay que anunciar a los hombres 
El sacerdote, por lo tanto, tiene necesidad de los demás 
catequistas para expresar y hacer presente, en su servicio a la 
Palabra, el misterio de la Iglesia Tiene que hacer oir su voz junto a 
la de los demás educadores de la fe, mezclarla con ella, a fin de 
que resuene una única voz que sea el poderoso eco de la vida de 
toda la comunidad. Es preciso que establezcas una correcta 
relación con tus sacerdotes, que elimines, con respecto a ellos, un 
falso sentido de inferioridad, pero sin asumir tampoco actitudes 
arrogantes. 
Debes buscar un justo equilibrio que te permita sentirte 
hermano, de un modo especial, de los sacerdotes que te secundan 
en el servicio catequético. He aquí, a este propósito, algunas 
importantes convicciones que has de tener: 
­El sacerdote no es el especialista de la Palabra de Dios, en el 
sentido de que sea capaz de agotar toda su riqueza y toda la 
profundidad de sus significados. También él está en búsqueda y se 
interroga como tú. 
­El «aggiornamento» y el estudio teológico son medios 
importantes, pero no siempre suficientes para responder a los 
interrogantes que los hombres se plantean hoy en día. Es 
necesario escuchar a la comunidad, que vive el anuncio cristiano 
en medio de tantas dificultades y a través de intentos no siempre 
acertados. 
­Los catequistas, cuando aciertan a ser auténticos interlocutores 
del sacerdote, significan una valiosa ayuda al desempeño de su 
ministerio y muchas veces es más lo que dan que lo que reciben. 

Está fuera de duda que la falta de contacto del sacerdote con 
una comunidad viva, empobrece su palabra, la hace abstracta, 
menos actual e incisiva, carente de una verdadera dimensión 
eclesial. 

El catequista del grupo de catequistas 
Lugar privilegiado, aunque no único, para que el sacerdote 
confronte y copartícipe la Palabra de Dios, es el grupo de los 
catequistas. Es aquí, efectivamente, donde las diversas 
interpretaciones emergen y confluyen en la búsqueda de un 
lenguaje eclesial, es decir, de un sistema de significados cristianos 
comunes, porque son vividos en compañía. 
De esta manera se perfila la figura del sacerdote como 
«catequista del grupo de los catequistas», con una original y 
exclusiva aportación a la constitución de la comunidad de los 
educadores en la fe. 

«El párroco, o uno de sus sacerdotes colaboradores, es el animador y 
el guía del grupo de los catequistas. Es él quien se hace eco de la 
Palabra del Señor, para llamar a los fieles a asumir la misión de 
catequista, comprueba sabiamente su disponibilidad interior y les 
acompaña en su primera preparación y en su permanente formación 
espiritual, doctrinal y educativa» (ICF 83). 

Su función se deriva del sacramento del orden: 
­Del sacerdote los catequistas tienen que esperar, ante todo, 
una sólida formación espiritual que les ayude a desempeñar su 
ministerio con celo y con fervor. Es la contribución fundamental que 
él aporta a aquellos en quienes ha reconocido el don de la 
Palabra. 
«De los sacerdotes deben esperar los laicos luz y fuerza 
espiritual. No piensen, sin embargo, que siempre sus pastores 
estarán tan especializados que les puedan dar en cada uno de los 
problemas que vayan surgiendo, aunque sean graves, una 
solución concreta e inmediata, ni que ellos han sido enviados para 
eso: más bien, dirigidos por la sabiduría cristiana y siguiendo 
fielmente la enseñanza del Magisterio, asuman el puesto que les 
corresponde» (GS 43). 
-Dentro del grupo, el sacerdote es testigo de Cristo y signo de la 
Iglesia. Más que tratar de mandar o imponer, se siente dispuesto a 
servir a todos. No está por encima de los catequistas: en cuanto 
catequista como ellos que es, no sólo tiene que dar, sino también 
recibir. 
­El sacerdote educa a los catequistas para que se escuchen, a 
fin de descubrir juntos el anuncio que hay que transmitir a los 
muchachos, pero sobre todo para constituirse en comunidad, en 
un esfuerzo de búsqueda común de los significados de la Palabra 
de Dios. 

Signo de la tradición eclesial 
En el desempeño del ministerio de la Palabra, la atención de los 
catequistas a las situaciones actuales de los destinatarios tiene 
que ser nuevamente remitida al interior de la tradición cristiana, de 
la que extrae abundantísimas experiencias y profundas riquezas. 
Evidentemente, no se trata de un retorno al pasado, sino de una 
fidelidad al momento presente, a la luz de la historia del pueblo de 
Dios, que pone hoy a nuestro alcance los resultados de su 
reflexión. Debido a un falso espíritu innovador, existe el peligro de 
marginarse de la riqueza de la tradición cristiana. El sacerdote es 
precisamente quien la propone de nuevo:
­El es el signo de la continuidad de la Iglesia, que se expresa en 
una tradición viva que no es uniformidad, sino maduración de 
nuevos significados en sintonía con las grandes opciones 
asumidas ya dentro de la comunidad cristiana. 
­El sacerdote evita en los catequistas los extremismos del 
replegamiento sobre el pasado y del aventurismo interpretativo, 
deletéreos ambos para un auténtico encuentro con la Palabra de 
Dios, que pertenece siempre al presente. 

La palabra del sacerdote, en esta perspectiva, te lleva a 
desempeñar tu ministerio dentro de una tradición viva que 
atraviesa los siglos y que, mediante tu palabra, llega hasta los 
muchachos de hoy. 


3. EL MINISTERIO CATEQUÉTICO DEL 
SACERDOTE ENTRE LOS MUCHACHOS 
Aun cuando los cuadros organizativos de la catequesis estén 
completos, merced a la disponibilidad de numerosos catequistas, el 
sacerdote no debería renunciar nunca a ocupar su puesto, es 
decir, a educar en la fe a un grupo de muchachos que, por medio 
de un sistema rotatorio, tuviesen la posibilidad de encontrarse con 
él. 
Es verdad que ya en otros momentos explica e interpreta él la 
Palabra de Dios (en la homilía, en la escuela), pero su presencia 
es indispensable también entre los muchachos en la comunidad 
cristiana (oración, grupos...). Hoy, concretamente, no basta con ser 
profesor de religión en la escuela para cumplir la propia vocación 
catequética en la Iglesia. Este es tan sólo un «momento» de dicho 
servicio, pero no lo es todo, ni siquiera por lo que se refiere a la 
identidad misma de la enseñanza religiosa tal y como se configura 
en la institución escolar. 
Si ninguno de tus sacerdotes está comprometido contigo en la 
actividad catequética, entonces es verdad que ante los muchachos 
sois menos «Iglesia», pero sobre todo se empobrece el ministerio 
catequético de los laicos. 

Presencia viva de la Iglesia 
Es indispensable para los muchachos la presencia del sacerdote 
en la catequesis, donde con su persona evoca la imagen de la 
comunidad entera, de la que el es responsable. Sobre todo dentro 
de su grupo, se muestra como signo catequético por diversas 
razones. 
­El sacerdote hace presente la imagen de la Iglesia que convoca 
en el amor del Espíritu, para escuchar la Palabra y sentirse y vivir 
como hermanos por ser hijos del Padre. 
Ser cristianos supone encontrarse juntos, por haber sido 
llamados a encontrarse con el Señor resucitado que vive en la 
comunidad. 
­El sacerdote reivindica la comunión con la iglesia local, que le 
ha sido confiada por el obispo, a fin de que crezca en la escucha 
de la Palabra y en la participación en los sacramentos. 
­El sacerdote manifiesta las atenciones y la acogida de toda la 
comunidad, que se preocupa por el crecimiento en la fe de los 
muchachos y le secunda con su oración y su solicitud. 

El sacerdote visita habitualmente los diversos grupos de la 
catequesis, conversando con los muchachos y con los catequistas 
y demostrando un especial interés por el camino de fe que 
progresivamente va madurando en su interior. 
Invita alguna vez a tu «sacerdote» a la catequesis, prepara el 
encuentro con un cuidado especial, a fin de que redunde en una 
auténtica experiencia de comunión eclesial para tus muchachos 

Remisión a la asamblea litúrgica 
La presencia del sacerdote en la catequesis hace más fácil la 
unión con la comunidad que celebra los misterios de Cristo en los 
gestos sacramentales La Palabra que tú anuncias a los 
muchachos, por su propia naturaleza, tiende a ser «celebrada» en 
las asambleas litúrgicas. En la persona del sacerdote tiene lugar 
de una manera espontánea la síntesis entre Palabra y sacramento, 
porque se remite al ministerio de la idéntica persona.
A los muchachos les resulta más fácil captar la 
complementariedad de los dos aspectos, que corren a veces el 
peligro de verse disociados. La invitación al sacerdote para que 
intervenga en la catequesis adquiere un significado particular 
cuando los temas en cuestión están más directamente en relación 
con la experiencia litúrgica o con la preparación para la recepción 
de algunos sacramentos: la misa de primera comunión, la 
reconciliación, la confirmación. 
En tales circunstancias estaría bien que al sacerdote se le 
confiase algún encuentro. De esta manera podría él presentarse a 
los muchachos como: 
­el que preside en la comunidad las celebraciones litúrgicas 
hacia las que converge todo ministerio catequético; 
­el que es ministro de Jesucristo a la hora de reactualizar sus 
gestos de salvación en la iglesia.

Es un rasgo importante de la imagen del sacerdote que los 
muchachos deben conocer directamente de sus labios y de un 
modo familiar, eliminando cierta sensación de alejamiento que a 
veces permanece inconscientemente. 

Signo de la Iglesia universal 
La comunidad cristiana local es una instancia de la Iglesia 
universal, que se hace presente en ella; pero precisa conservar 
siempre la apertura, el aliento y los horizontes de todo el pueblo de 
Dios esparcido por el mundo entero. 
El sacerdote, colaborador del obispo, se convierte en un signo 
privilegiado de la Iglesia universal. 
En el encuentro con él, tus muchachos han de ser capaces de 
captar el significado de esta pertenencia: 
­La tensión misionera de la Iglesia, atenta a los problemas que 
afectan a todos los hombres en la búsqueda de una solución que 
se ilumine con la Palabra de Dios. 
­El sentido del servicio de la Iglesia, que reproduce la actitud de 
Jesucristo, el siervo del Padre. 
­La unidad de la Iglesia, que se revela en la fidelidad y en el 
amor al obispo y al Papa, de quienes el sacerdote es portavoz. 

Si durante todo el curso catequético no tiene tu grupo un 
encuentro con el sacerdote, tal vez la imagen de la Iglesia resulte a 
tus muchachos lejana, con perfiles jurídicos, pero no personales. 
Tú mismo encontrarás más dificultades para hacer comprender 
que cuanto proclamas no es tuyo, sino de la comunidad que te ha 
enviado. El sacerdote será considerado, sobre todo, como el 
hombre del culto, y no el hombre de la Palabra, para la que ha sido 
consagrado. 

PARA LA ORACIÓN ORAS/POR-LOS-PBROS
Señor, te doy gracias 
por haberme acogido 
y vivificado en tu Iglesia. 
Quiero ver en todo sacerdote 
al hombre de Dios, 
al hombre que ha recibido el mandato 
de decir tu verdad a los demás hombres 
y hacerles participes de tu vida, 
de absolverles en tu nombre 
y darles tu cuerpo en alimento. 
Te pido por los sacerdotes, 
por los obispos, por el Papa. 
Te ruego que les ilumines 
en su visión del mundo, 
para que juzguen según tu sabiduría. 
Te pido que les infundas valentía 
para afirmar la verdad 
y condenar la injusticia. 
Haz que se muestren confiados 
para con quienes ya «conocen», 
y miren con simpatía 
a quienes andan en búsqueda. 
Haz que sean vigilantes 
en la defensa de la fe 
sin caer nunca en la mezquindad. 
Después de haberles confiado 
tantos poderes espirituales, 
concédeles una entrega total 
a su propia grey 
y la más pacificadora humildad. Amén. 
(J. Lebrel).


II
LOS RELIGIOSOS
ANUNCIO VIVO DEL EVANGELIO DEL REINO 

«A VOSOTROS OS HA SIDO DADO CONOCER 
LOS MISTERIOS DEL REINO. (Mt 13,11) 
Múltiples y diversas son las tareas cordadas hoy a los religiosos 
en la Iglesia. Entre ellas se encuentra la catequesis. No sé qué 
espacio de tiempo y de interés reservarán las distintas 
comunidades religiosas al servicio de la Palabra. 
Y sin embargo, hoy día resulta cada vez más importante que los 
religiosos adquieran conciencia de su función catequética a partir 
del propio estado de vida, que caracteriza y cualifica su prestación 
dentro de las diversas actividades que desarrollan: educativas, 
sociales, asistenciales, etc. 
El estilo de vida evangélico, al que los religiosos viven 
consagrados, constituye un don para toda la comunidad, porque a 
ellos especialmente les «ha sido dado conocer los misterios del 
reino de los cielos» (Mt 13,11). Por consiguiente, también en el 
ejercicio del ministerio catequético tienen ellos que ofrecer su 
aportación original y específica que no podrá nunca ser sustituida 
ni siquiera por los laicos más competentes. 
En una iglesia ministerial, efectivamente, los religiosos han de 
escuchar la invitación a abandonar en sus servicios los rasgos 
genéricos de la acción apostólica, para adquirir los contornos 
característicos y, en cierto sentido insustituibles, de su prestación 
activa. Deben ser plenamente conscientes de la originalidad de 
toda prestación suya. 
¿Cuál es la novedad del servicio catequético de los religiosos7 
¿De dónde les proviene? 

1. LA VIDA RELIGIOSA: 
CONSAGRACIÓN AL REINO DE DIOS 
RLSOS/MIRIO-CATECO: La originalidad del ministerio 
catequético de los religiosos hay que descubrirla dentro de su 
estado de vida consagrada. Actualmente, «dar catequesis» es un 
deber equitativamente distribuido en la comunidad cristiana entre 
los laicos, porque la catequesis es una misión de toda la Iglesia. 
Sin embargo, los religiosos siguen siendo indispensables, dada la 
novedad de su aportación, novedad que hay que buscar en su 
«ser» personal y comunitario, que se eleva a la categoría de signo 
viviente de la realidad del reino, en particular mediante la práctica 
de los consejos evangélicos: la pobreza, la castidad y la 
obediencia. 
Por esta razón, su ministerio catequético parece configurarse 
mejor en su novedad como servicio, mediante la proclamación, el 
testimonio y la espera del reino. 
Es un servicio que se inscribe profundamente en su propia 
vocación, que es don, privilegio y, en consecuencia, 
responsabilidad respecto a toda la comunidad. 

Anunciadores del reino 
La presencia de los religiosos en la Iglesia resulta ser, ante todo, 
anuncio de que el reino de Dios está en medio de nosotros, porque 
algunos han captado y viven su novedad radical. 
Ellos son efectivamente quienes, en un cierto sentido, lo hacen 
visible y creíble con su propia respuesta a la invitación del Espíritu. 
Los religiosos son, en consecuencia, una presencia profética para 
toda la comunidad cristiana, a la que es preciso escuchar como a 
una palabra viviente que te provoca y te orienta hacia las 
auténticas opciones 

«En virtud de su consagración personal, los religiosos son el signo 
viviente de la santidad de Dios que ellos anuncian. La practica de los 
consejos evangélicos manifiesta a los catequizados la vida de los 
resucitados a la que es llamado todo discípulo de Cristo» (Directorio de 
pastoral catequética de las diócesis de Francia, 1964, n. 156). 

Con sus opciones expresan la importancia de la Palabra de Dios 
para la vida y de la vida para la Palabra de Dios. En realidad, 
sobre ésta han construido los religiosos el proyecto de su propia 
existencia, llevando a cabo algunas opciones radicales: 
­Se han adherido a Dios como el único necesario, al que 
subordinan todos los otros intereses.
­El reino de Dios es para ellos el tesoro escondido por el que 
han vendido todo lo demás para reorganizar la propia vida en sus 
necesidades fundamentales: el tener, el poder, la sexualidad, 
siguiendo la práctica de los consejos evangélicos 
­El primado de lo espiritual se expresa en sus vidas con su forma 
de tender hacia la santidad a la que Dios les llama. 

La consagración religiosa significa implicarse en reino, del que 
los religiosos son signo catequético.

«Este silencioso testimonio de pobreza, desinterés, pureza, 
transparencia y abandono en la obediencia, puede llegar a ser, además 
de una provocación para el mundo y la Iglesia, una elocuente predicación 
capaz de impresionar incluso a los no-cristianos de buena voluntad que 
sean sensibles a determinados valores' (EN 69). 

Testigos del reino 
Los religiosos no se limitan simplemente a anunciar el reino, sino 
que, con sus opciones fundamentales, lo hacen presente y se 
convierten en testigos de él, ya que tratan día a día de seguir a 
Cristo pobre, obediente y casto. Ellos «encarnan el deseo de la 
Iglesia de entregarse al radicalismo de las bienaventuranzas. Con 
su vida son el signo de la total disponibilidad para con Dios, la 
Iglesia y los hermanos» (EN 69). 
El primer servicio catequético de los religiosos se identifica con el 
compromiso de vivir profundamente su vida consagrada para 
convertirla delante de todos en «profecía» del reino. Es una tarea 
que, por sí sola, hace de todo religioso implícitamente un 
catequista en la Iglesia, en virtud de su vocación (cf. RdC 194). 
­Nadie mejor que un religioso, ante un grupo de muchachos 
reunidos para escuchar la Palabra de Dios, puede, pensando en 
su propia vida, exclamar: «El reino de Dios está en medio de 
vosotros». Y no es que él esté libre de defectos y de pecado; pero 
esto hace palpable otro aspecto del reino, a saber, la presencia de 
la misericordia de Dios que salva y sale al encuentro del hombre.
­La invitación de Jesucristo: «Convertíos, porque está cerca el 
reino de los cielos» (Mt 4,17), adquiere un especial significado en 
la vida de los religiosos y les convence cada vez más de ser un 
signo pobre, frágil y débil del reino que proclaman, porque éste 
exige abandonarse totalmente a la fuerza del evangelio.

La vocación religiosa hay que vivirla siempre bajo el signo del 
reino, como meta a la que tender a través de todo tipo de 
experiencia cotidiana, que sabe de incertidumbres y fragilidad.

Heraldos de la «vida nueva y eterna» 
El reino es una realidad presente, pero que se proyecta en el 
futuro, en el que hallará su completa realización. Los religiosos, 
con su vida, proponen igualmente esta dimensión de las opciones 
cristianas, destinadas a iluminar las realidades de este mundo. El 
estado de vida de los religiosos «tiene una función necesaria e 
insustituible en la Iglesia: la de ser, por don del Espíritu, signo y 
llamamiento a la 'vida nueva y eterna' y a la 'resurrección futura'» 
(EM 70). 
Su existencia es, en efecto, una profecía permanente del mundo 
que ha de venir y un anticipo de lo que será la vida en el reino, 
donde Dios lo será todo realmente para cada uno de nosotros. En 
el estado de vida religiosa se inicia ya, en un cierto sentido, el 
futuro del cristiano. En efecto, los religiosos ofrecen el testimonio 
de los valores de la eternidad de diversas maneras: 
­en el uso desprendido de los bienes, a cuya posesión han 
renunciado voluntariamente: voto de pobreza; 
­en el encuentro con las personas, entre las que ninguna es 
para ellos exclusiva y única, porque descubren en Dios la 
comunión universal con todos: voto de castidad; 
­en las relaciones mutuas, donde siguen la norma fundamental 
de cumplir la voluntad del Padre: voto de obediencia. 
Es el Espíritu quien en la Iglesia hace de los religiosos signos del 
reino y les confía el servicio catequético de la vida, antes que de la 
Palabra. Sin su presencia, el reino sería menos conocido y 
anunciado en el mundo. 

2. EL SERVICIO A LA PALABRA DE LOS RELIGIOSOS 
Los religiosos, con el ministerio de la Palabra, hacen más 
evidente, eficaz y comprensible el anuncio del reino. Al «dar 
catequesis» comparten la responsabilidad educativa de toda la 
comunidad y colaboran más directamente al crecimiento de la 
iglesia local. 
No todos los religiosos han recibido del Espíritu la vocación al 
ministerio de la Palabra. Pero sí tienen todos el don de ser signo 
viviente, que ejerce la función de reclamo, de punto de referencia y 
de apoyo para aquellos que trabajan en la catequesis. 

«En esta perspectiva se adivina el papel desempeñado en la 
evangelización por religiosos y religiosas consagrados a la oración, al 
silencio, a la penitencia, al sacrificio. Otros religiosos, en muy gran 
numero, se dedican directamente a anunciar a Jesucristo» (EN 69). 

La vocación catequética es un compromiso que exige, aun para 
los religiosos, una llamada del Espíritu, el reconocimiento oficial de 
su don, distinto del carisma general de la vida religiosa. Se llega a 
ser catequista no por el hecho de ser religioso o por falta de 
disponibilidad por parte de las familias, de los jóvenes, de los 
sacerdotes, es decir, por exigencias pastorales, sino en virtud de 
una respuesta de fe al don del Espíritu que invita a proclamar el 
reino. 
El religioso solo desempeña auténticamente el ministerio de la 
Palabra cuando es consciente de la originalidad de su modo de ser 
en la Iglesia y lo comunica con la palabra, como don-anuncio, a la 
propia comunidad religiosa, al grupo de los catequistas y a las 
familias de los muchachos que le han sido confiados. 

La solidaridad de la comunidad religiosa 
La vida del religioso, en su ser y en su obrar, no puede nunca 
prescindir de su comunidad, no simplemente por razón de una 
afinidad de opciones o de amistad, sino por motivos de fe que 
hacen presente el amor de Cristo. 
Toda comunidad religiosa se constituye, por consiguiente, en la 
diversidad de sus miembros de una manera ministerial, es decir, 
como un conjunto de personas que, con su actividad, hacen 
solidariamente presente el misterio de Cristo en la Iglesia. 
Por lo tanto, el ministerio catequético de un religioso nunca es un 
hecho individual, sino un momento expresivo de toda la comunidad 
religiosa, en la que colabora con diferentes aportaciones. 
El servicio de la Palabra se convierte, ante todo, en la 
interpretación de la vivencia de fe de un grupo de religiosos, que 
se transmite con la intensidad y la fuerza con que es vivida en la 
propia comunidad. 
En esta perspectiva, su servicio catequético exige una 
coparticipación profunda por diversos motivos. 
­La vocación catequética es el reconocimiento, por parte de la 
comunidad religiosa, del don que el Espíritu ha otorgado a uno de 
sus miembros para anunciar el reino. 
­El ejercicio del ministerio catequético se remite al testimonio de 
fe, de esperanza y de caridad de toda la comunidad, de la que el 
religioso, en un cierto sentido, es portavoz. 
­La eficacia de la Palabra de un religioso depende mucho de la 
oración, del sacrificio, de la santidad, de participación espiritual de 
su comunidad. 

No es un acontecimiento exterior o extraño a la comunidad 
religiosa el hecho de que uno de sus miembros esté comprometido 
en el servicio de la Palabra; al contrario: es algo que pertenece al 
corazón mismo de la vida comunitaria. Por lo tanto, el primer 
ministerio catequético que el religioso desempeña es el de 
provocar a la propia comunidad a convertirse en signo auténtico 
del reino 

El grupo de catequistas 
Los religiosos adquieren un conocimiento mas amplio de su 
función eclesial, dentro del grupo de catequistas en el que han 
sido invitados a participar. Se trata de una toma de conciencia que 
madura en la fe, pero también a través de las relaciones de diálogo 
encaminadas a fomentar el sentido de la comunión que la Palabra 
de Dios suscita en aquellos que la anuncian. 
La experiencia de comunión, propia de la vida religiosa, debería 
significar una valiosa ayuda para extender las relaciones eclesiales 
entre los catequistas. Dentro del grupo, los religiosos pueden 
profundizar algunas actitudes básicas: 
­La complementariedad. Su presencia no debe evidenciar ningún 
signo de superioridad o complejo de inferioridad, sino que debe ser 
signo de servicio para todos los demás, prescindiendo de la 
formación espiritual o de la preparación catequética de cada uno. 
­La originalidad. Los religiosos, dentro del grupo, se percatan de 
que pueden ofrecer una interpretación nueva de la Palabra de 
Dios partiendo de la propia vida consagrada, que debe hacerles 
más sensibles a determinados aspectos del anuncio cristiano. En 
este sentido son un don para el grupo. 
­La corresponsabilidad. En la catequesis nadie está solo ante los 
muchachos, sino que comparte con otros, en la comunidad, la 
misión de educar en la fe, afrontando juntos los diversos 
problemas que tal proyecto suscita en cada cual. 

En el grupo de los catequistas los religiosos dan, pero también 
reciben, porque son interlocutores dentro de un misterio que se 
realiza conjuntamente. 

«El mismo catecismo de los muchachos indica a las comunidades 
religiosas que, con su testimonio, están recordando al mundo que lo que 
más valor tiene es poner el propio tiempo, las propias posibilidades y los 
propios bienes al servicio de Cristo, presente en los hermanos (Sarete 
miei testimoni, p. 113). No carece de fundamento el creer que la 
presencia discreta y el testimonio auténtico de las religiosas y de los 
religiosos en los grupos de catequistas, son capaces de suscitar entre 
los jóvenes nuevas vocaciones de especial consagración. (ICF 82).

El diálogo con las familias 
Los religiosos, lo mismo que cualquier otro catequista, son 
invitados a llegar, con el ministerio de la Palabra, incluso a las 
familias de los muchachos, con objeto de ofrecer un auténtico 
servicio eclesial.
La vida consagrada no aleja a los religiosos de los problemas 
de las familias dentro de la comunidad cristiana. El voto de 
castidad perfecta tiene que ser considerado como una opción de 
comunión con Dios para revelar su reino al mundo. 
El ministerio catequético se convierte para los religiosos en un 
momento privilegiado de este anuncio a los padres de los 
muchachos con quienes traban contacto, mediante una 
intervención que se resuelve en un enriquecimiento recíproco. 
Los religiosos: 
­advierten lo difícil que resulta para los padres, en contacto con 
las realidades y las preocupaciones de cada día, descubrir la 
acción de Dios en sus vidas y en la familia;
­descubren cómo pueden integrarse en la vida cotidiana y 
expresarse con coherencia las proposiciones de fe; 
­adquieren una mayor sensibilidad respecto a la realidad 
concreta de las situaciones humanas y un mayor equilibrio a la 
hora de juzgarlas. 

Por otra parte, los religiosos, que en la libre elección del estado 
celibatario se adhieren a los valores de fe significados por el 
matrimonio, es decir, la comunión con Dios, pero sin mediación de 
criatura humana alguna, se convierten en un signo catequístico 
para los padres. Son, pues,
­una invitación a dirigir la principal atención de la propia 
existencia a las realidades del mundo que ha de venir y que durará 
para siempre (cf. LG 44); 
­un estimulo para librarse de la indiferencia religiosa, para 
superar una vida que no es capaz de descubrir horizontes más 
amplios, a fin de abrirse a lo que es verdaderamente necesario en 
la existencia; 
­una llamada profunda a las realidades cristianas que ellos 
testimonien con su propia vida. 

La búsqueda de la originalidad del ministerio catequético de los 
religiosos es una respuesta de fe a la Iglesia de hoy, la cual, al 
constituirse en términos de servicio, promueve la especificidad y la 
pluralidad de los diversos anuncios de la Palabra a partir de las 
distintas situaciones de vida. 

3. LA ORIGINALIDAD DEL MINISTERIO 
CATEQUÉTICO DE LOS RELIGIOSOS 
Donde, de una manera particular, expresan los religiosos la 
originalidad de su ministerio catequético, haciendo que la Palabra 
emerja de la vida consagrada y proponiéndola como una de las 
maneras de responder al evangelio, es en el grupo de muchachos 
de la catequesis. 
La novedad del servicio catequético de los religiosos no se 
confió a elementos exteriores: capacidad didáctica, 
comunicatividad especial, mayor disponibilidad de tiempo, etc. Es 
un hecho enteramente interior que consiste en una cierta 
sensibilidad respecto a los valores del reino, en la acentuación de 
determinados significados, en el uso de un determinado lenguaje, 
en una profunda atención a la finalidad religiosa. 
Los muchachos deberían poder conocer e identificar a su 
catequista como persona consagrada, en virtud de su 
espiritualidad, la cual debe manifestar su familiaridad con los 
valores del Espíritu, su intimidad con Dios en la meditación y en la 
oración y un estilo de vida eclesial que madura únicamente dentro 
de una comunidad religiosa. 

Participación en la función maternal de la Iglesia 
Hecho conforme a Cristo en virtud de la consagración, el 
religioso puede participar con su vida de una manera más directa 
en el misterio de la Iglesia, madre y virgen, que engendra a los 
hijos de Dios con la Palabra y con los sacramentos. El mismo 
subraya de una manera particular el aspecto de su virginidad, es 
decir, de la donación exclusiva y de la disponibilidad total al 
Espíritu, y anuncia el amor universal de Cristo a todo ser humano. 

Es verdad que el amor entre los esposos es signo del amor de 
Cristo a la Iglesia (Ef 5,21-33); pero este misterio pasarla 
inadvertido en su profundidad sin la virginidad consagrada. El 
vinculo existente entre Cristo y la Iglesia no es expresado 
únicamente por el sacramento del matrimonio, sino también por la 
virginidad (2 Cor 11,2), en la que se revela no sólo la entrega total, 
sino también el significado universal del amor de Cristo 
Las personas consagradas, en virtud de la renuncia a una 
paternidad o maternidad física, se hacen más disponibles para vivir 
el ministerio catequético como una participación directa en la 
función generadora de la Iglesia. 
Por esta razón, los religiosos serán quienes más atentos estén a 
detectar los signos de inmadurez espiritual de los muchachos y a 
promover el crecimiento de fe, para conducirles a la plena madurez 
en Cristo. 

El lenguaje catequético 
Cuando los religiosos presentan en la catequesis las opciones 
cristianas, no pueden hablar de ellas con indiferencia, como si se 
tratase de simples informaciones. De hecho, son realidades sobre 
las que ellos han construido su vida, concediendo el máximo 
crédito a la Palabra de Dios. Es natural, por consiguiente, que en 
el dialogo catequético se manifiesten con claridad: 
­La primacía del reino de Dios, en virtud de la cual todo lo demás 
resulta secundario, según la invitación de Cristo: «Buscad primero 
el reino de Dios y todo lo demás se os dará por añadidura,, (Mt 
6,33). 
­La preeminencia de los valores del espíritu, sobre todo en un 
mundo materialista como el actual, en el que el placer, el interés, la 
ganancia, el poder, el sexo y la riqueza se llevan la palma. 
­La radicalidad de las opciones, que no admiten fáciles 
compromisos, sino que se plantean en los términos evangélicos de 
la coherencia y de la valentía de la cruz. 

El lenguaje, es decir, el sistema de significados que los religiosos 
hablan en la catequesis no quiere ser para los muchachos un 
rechazo del mundo presente, sino su auténtica interpretación a la 
luz de la fe, para de este modo evidenciar su relatividad y su 
ambigüedad. 

La libertad de los hijos de Dios 
Los religiosos, en virtud de la práctica de los consejos 
evangélicos, tienen que ser capaces, en la catequesis, de hacer 
traslucir la alegría de su libertad, que comunica una especial 
capacidad de relacionarse con todos. 
Es éste un aspecto que atraviesa todo el mensaje cristiano, 
dirigido a promover la libertad de los hijos de Dios, es decir, la 
disponibilidad, la sencillez, la espontaneidad en el encuentro con el 
Señor y con los hermanos. 
RLSOS/VOTOS-LIBERTAD: Tal actitud fundamental, que les 
viene a los religiosos de la toma de conciencia de su pobreza 
interior, les hace disponibles, acogedores, confiados para con 
todos. La libertad, resultado de la práctica de los consejos 
evangélicos, se convierte en una responsabilidad de servicio que 
encuentra en el ministerio catequético una de sus expresiones 
habituales. Escribe el apóstol Pablo: «...habéis sido llamados a la 
libertad (para) serviros por amor los unos a los otros» (Gal 5,13). 
Los religiosos son, pues, educadores en la libertad cristiana. 
­La libertad respecto a las cosas, en virtud de un profundo 
sentido de confianza en la Providencia, en la que descansan 
porque en Dios lo poseen todo. 
­La libertad respecto de las personas, ya que en el Señor 
resucitado encuentran a aquel que da sentido a su amor y lo 
colma. 
­La libertad respecto a si mismos, que les hace conscientes de 
sus propias limitaciones, aceptándolas con serenidad, a fin de 
hacer sitio a Dios en la propia vida. 

Sobre todo los muchachos de hoy, insertos en una sociedad de 
consumo, tienen necesidad de ser educados en la libertad, que les 
hace más felices y mas despegados de todo lo que les rodea. 

PARA LA ORACIÓN 
Tú has puesto en nuestras manos, Señor, 
la construcción del mundo 
y la edificación de la Iglesia; 
nos has confiado el anuncio 
de tu evangelio de salvación, 
y nos esperas siempre en los pobres, 
en los que sufren, 
en todos los hermanos. 
Ante nosotros se abren muchos caminos. 
Entre ellos, tu llamada 
es una invitación dulce y enérgica 
que no quita nada a nuestra libertad: 
¡queremos reservarnos enteramente 
la alegría y la responsabilidad 
de la respuesta! 
No permitir que personas, 
ideas o acontecimientos 
impidan o instrumentalicen 
nuestras opciones y decisiones. 
Haz más grande nuestra generosidad 
y libera nuestra libertad: 
para que cada uno de nosotros, 
en su puesto, 
quiera darse con amor hasta el fin. Amén. 
(Pablo VI)

GAETANO GATTI
SER CATEQUISTA HOY
Itinerario de fe para la formación espiritual 
del "Ministro de la Palabra"
SAL-TERRAE Santander-1981. Págs. 165-197