ITINERARIOS DE FE PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DEL
«MINISTRO DE LA PALABRA» 

SER CATEQUISTA HOY 6-4
por GAETANO GATTI 



IV

EL TESTIMONIO


«VOSOTROS SERÉIS MIS TESTIGOS» (Hech 1,8) 
«VOSOTROS DARÉIS TESTIMONIO DE MI» (Jn 15,28) 

¿No has hecho nunca de testigo para resolver una situación de 
conflicto, un altercado, una discusión? Nos ocurre a todos, 
particularmente cuando se vive con los muchachos, Seguramente 
estás persuadido de que no resulta fácil. Se nos compromete, por 
el honor de la propia persona, a determinar, por un lado, la 
injusticia y, por otro, la razón, asumiendo toda la responsabilidad 
del asunto. 
Imagínate que fueses llamado a garantizar con tu palabra la 
credibilidad de una persona, la autenticidad de sus opciones, el 
valor de su propia vida. Es como para experimentar un sentimiento 
de temor, ya que en aquel momento la dignidad de una persona 
dependería enteramente de ti ¿No has pensado nunca que en la 
catequesis ocurre algo parecido?
Jesucristo dice a sus discípulos: «Vosotros daréis testimonio de 
mí»' (Jn 15,27). De tu palabra y de tu vida dependen en cierta 
manera el valor y el significado del mensaje de Jesucristo, la 
grandeza y la dignidad de su persona a los ojos de tus 
muchachos, los cuales tal vez llevarán siempre consigo el sentido 
de la propuesta cristiana y la imagen de Jesucristo que les hayas 
transmitido más con el testimonio que con la palabra. En la 
catequesis eres un testigo. ¿En qué sentido se te invita a ofrecer 
tu testimonio? 

1. EL MENSAJE CRISTIANO VA SIEMPRE 
ACOMPAÑADO DEL TESTIMONIO 
TTNO/QUE-ES: La propuesta cristiana, que es un mensaje de 
salvación, tiene siempre necesidad de ser confirmada por el 
testimonio de quienes la anuncian. He aquí un hecho importante. 
Ante un mensaje como el cristiano, capaz de desconcertar y de 
entusiasmar, resulta ilógico preguntarse acerca de quién lo 
propone, certificar su identidad y competencia, ya sea como 
enviado por otros o como testigo directo. 
Dios mismo, en la presentación del mensaje de salvación, se 
confió a una cadena de testimonios que se remonta a Jesucristo, a 
la comunidad cristiana, y prosigue en todos aquellos que son 
invitados a anunciar su Palabra. 

Jesucristo: testigo fiel del Padre 
Jesucristo desempeña el ministerio de la Palabra bajo el signo 
del testimonio que ofrece al Padre, remitiéndose a él en los 
momentos más difíciles, cuando el anuncio del mensaje de la 
salvación resulta comprometedor y, debido a la grandeza de los 
valores que propone, no tan creíble. 
De esta manera, Jesús se presenta a sus interlocutores con la 
identidad del testigo fiel del Padre. Es una conciencia que se la da 
el hecho de ser Hijo del Padre. Por esta razón puede proporcionar 
el testimonio más seguro con la palabra y con las obras. Es una 
consideración que atraviesa todo el evangelio 
­Jesús anuncia lo que ha visto junto al Padre: «Yo hablo lo que 
he visto donde mi Padre» (Jn 8, 38), Sólo a través del Hijo es 
posible conocer al Padre, porque Jesús es el Unigénito que habita 
junto al Padre. Es el único que conoce al Padre (Mt 11,27). 
­Las obras que lleva a cabo Jesús son un testimonio del Padre. 
A sus oyentes les dice: «Si no me queréis creer a mi, creed por las 
obras que hago» (Jn 10,38). 
­El testimonio de Jesús respecto al Padre llega hasta la muerte 
en la cruz: «Padre, te he glorificado en la tierra llevando a cabo la 
obra que me encomendaste» (Jn 17,4-5). Jesucristo es el mártir, 
es decir, el testigo del Padre. 

En Jesucristo mismo el ministerio de la Palabra está íntimamente 
vinculado a lo que él ha visto y vivido junto al Padre, para confirmar 
la credibilidad y la autenticidad del mensaje de salvación que vino 
a traer a los hombres. El testimonio se convierte, por lo tanto, en 
una constante de todo servicio catequético. 

La comunidad: testigo de Cristo 
TTNO/DON-ES: Con el regreso del Señor resucitado al Padre, la 
custodia del testimonio pasa a la comunidad que se reúne en su 
amor La Iglesia se convierte, por consiguiente, en el testigo 
principal del mensaje de salvación. Efectivamente, en Pentecostés, 
el Espíritu Santo desciende sobre la comunidad, encargada del 
anuncio de la Palabra, a fin de que al mismo tiempo dé testimonio 
de ella con los gestos cotidianos de su vida. 
El testimonio es siempre, por lo tanto, un don del Espíritu que 
hay que recabar en la oración, no el resultado de esfuerzos 
exclusivamente humanos «Con la venida del Espíritu Santo 
recibiréis una fuerza divina y seréis mis testigos» (/Hch/01/08). 
En la primera comunidad cristiana nos es dado descubrir la 
auténtica función del testimonio en relación con el ministerio de la 
Palabra. 
­El testimonio es siempre eclesial, aunque sea dado por un solo 
miembro de la comunidad. Nadie, en efecto, puede pensar que es 
capaz, por sí solo, de asegurar la eficacia de la salvación, sino que 
tiene necesidad de los demás, no sólo para que el testimonio 
adquiera más valor, sino también para que resulte más expresivo 
en sus efectos. 
­El testimonio, que gira siempre en torno a la Pascua, constituye 
el gesto más importante de la convalidación, por parte del Padre, 
de la obra del Hijo. 
­El testimonio de la comunidad va asociado a la difusión de la 
Palabra, al objeto de indicar el vinculo existente entre los dos 
momentos del único anuncio de la salvación. ¡El Señor agregaba 
cada día a la comunidad a los que se habían de salvar» (Hech 
2,47). 
­El testimonio es prestado a través del sufrimiento y de la 
persecución, que hacen presente en la comunidad la pasión del 
Señor. 

En tu ministerio eres un signo del testimonio de la comunidad 
ante tus muchachos. Efectivamente «la atención del catequista se 
encamina a testimoniar un mensaje que todo el pueblo de Dios 
vive estremecida y gozosamente» (RdC 1 66). 

Todo cristiano: testigo por obra del Espíritu 
El cristiano es invitado a ofrecer su propio servicio a la Palabra 
con el testimonio de su vida dentro de la Iglesia, es decir, a 
sentirse miembro de una comunidad que testimonia 
responsablemente, de manera comunitaria, el anuncio de la 
salvación. 
El Espíritu Santo, en la confirmación, le prepara para 
desempeñar esta misión. El Espíritu «capacita y mueve a los 
creyentes a dar testimonio del evangelio, de modo que, viendo sus 
buenas obras, glorifiquen todos al Padre común» (RdC 6). 
Es un testimonio que se identifica con los gestos cotidianos de la 
vida. En realidad, se expresa viviendo la relación filial para con 
Dios (Rm 8,15), asumiendo la propia responsabilidad eclesial (1 
Cor 12,7), creciendo en la santidad de vida (Rm 15,16), en la fe (1 
Cor 12,3), en la esperanza (Rm 15,13), en la caridad (Rm 5,5), en 
el compromiso apostólico, es decir, dando testimonio de todo 
cuanto el Espíritu realiza en él. Mediante el Espíritu, el cristiano: 
­proclama con valentía y vive las opciones de Jesucristo, 
ofreciendo a todos las razones de su esperanza; 
­anticipa el juicio de Dios sobre el mundo, aunque sin erigirse en 
juez, pero distinguiendo siempre el mal del bien; 
­sufre el rechazo y la condena, soportando «los comunes 
sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Diosa (2 
Tim 1,8). 

El testimonio del catequista es factor sustancial de su vida 
cristiana; por consiguiente, no se improvisa nunca ante los 
muchachos, s no que procede de su condición de creyente dentro 
de la comunidad. 

2. EL CATEQUISTA: «TESTIGO 
CUALIFICADO DE CRISTO» (RdC 186) 
CATI/TESTIGO: El servicio de la Palabra, por su misma 
naturaleza, conlleva una exigencia de testimonio que es inherente 
al ministerio catequístico. «Los catequistas son testigos y 
partícipes de un misterio que ellos mismos viven y comunican con 
amor a los demás» (RdC 185). 
Más aún, precisamente porque has tenido la experiencia de Dios 
que salva en Jesucristo, experimentas el deseo de extender a los 
demás esta alegre noticia. 
e hecho, «es impensable que un hombre haya acogido la 
Palabra y se haya entregado al reino sin convertirse, a su vez, en 
heraldo y en testigo» (EN 24). 
Se trata de un testimonio que adquiere una fisonomía propia a 
partir del don de la Palabra, concedido por el Espíritu, en la 
comunidad. Se convierte, ante todo, en anuncio del don de la 
misión profética proveniente del bautismo y de la confirmación. El 
Espíritu del Señor resucitado acompaña al servicio del catequista 
para hacer eficaz su testimonio. Lo cual requiere por tu parte una 
particular disponibilidad a su acción. 

La fidelidad al Espíritu 
No es tanto el catequista quien testifica la Palabra, cuanto el 
Espíritu Santo, que en el catequista halla espacio para el 
testimonio. Por este motivo, estás comprometido, ante todo, a 
programar un plan de acogida al Espíritu en tu vida cotidiana. Es 
una opción que no te deja pasivo, sino que te responsabiliza con 
miras a la maduración de una auténtica experiencia cristiana de la 
que después darás también testimonio a los demás. 
De hecho, únicamente con el don del Espíritu te conviertes en 
testigo de Cristo ante tus muchachos. Es importante, en 
consecuencia, ser dócil a cuanto el Señor desea testimoniar a 
través de tu palabra. Es una fidelidad que te compromete bajo 
diversos aspectos: 
­Es menester eliminar todo cuanto pueda constituir un obstáculo 
a la transparencia del anuncio cristiano. «No entristezcáis al 
Espíritu Santo» (Ef 4,30). «Cuantos escuchan (al catequista) han 
de poder advertir que, en cierto modo, sus ojos han visto y sus 
manos han tocado; de su misma experiencia religiosa tienen que 
recibir luz y certeza» (RdC 186). 
­El Espíritu es el que manifiesta el sentido de la Palabra. «El os 
lo enseñará todo» (Jn 14,26). No se trata, sin embargo, de 
conocimientos doctrinales, sino más bien de descubrir las 
relaciones que el Señor establece con cada uno de nosotros, de 
ser dóciles a su amor. «Nadie conoce lo intimo de Dios, sino el 
Espíritu de Dios» (1 Cor 2,11). 
­El Espíritu está también en acción en aquellos que escuchan la 
Palabra, a fin de que la acojan con fe y la vivan día tras día. El 
catequista invoca al Espíritu no sólo para sí, sino también para sus 
muchachos. 

Tu primer testimonio consiste en ponerte a la escucha del 
Espíritu, para que te ayude a dejarte penetrar por la Palabra que 
después anuncias a los demás. 

El testimonio de la vida 
TTNO/PROVOCACION: La vida del catequista tiene que ser, 
como la de los profetas, una provocación para quien la escucha, 
porque en sus comportamientos hace presente la Palabra de Dios 
(Is 8,18; Ez 24,15-24; Os 1,2). 

«El catequista se caracteriza, ante todo, por su vocación y su 
compromiso de ser testigo cualificado de Cristo y de todo el misterio de 
salvación» (RdC 186). 

Ante tales exigencias, experimentas un sentimiento de 
incomodidad que tal vez pueda provenirte de un concepto inexacto 
de testimonio, concebido de una manera excesivamente moral y 
perfeccionista. El testimonio que se te exige tiene que ser 
interpretado dentro del ámbito de la fe. 
­El catequista desempeña el ministerio de la Palabra no por su 
competencia doctrinal o metodológica; ni siquiera por su santidad 
de vida, sino por su conversión a la Palabra, es decir, por una 
experiencia de fe efectiva ya o buscada y, consiguientemente, en 
tensión. CR/QUIEN-ES: Ser catequista no significa sentirse testigo 
perfecto, sino haber aceptado a Cristo como razón única de la 
propia vida, aun en medio de tantas dificultades. 
­El testimonio no consiste en presentarse a los muchachos como 
modelo de vida cristiana: sería mucha presunción; consiste más 
bien en referir aquello que el Señor ha llevado a cabo en nosotros 
mismos. Se trata de un testimonio que puede coexistir con las 
limitaciones, las incertidumbres, los pecados del catequista, que 
ulteriormente confirman la fidelidad y la confianza que el Señor 
sigue teniendo respecto a él. 
­El testimonio cristiano tiene siempre como punto de referencia a 
Dios, que opera mediante su Espíritu. Cuando el catequista ofrece 
a los muchachos su propia experiencia de fe, tiene buen cuidado 
en evidenciar la iniciativa prioritaria del Señor, a la que él trata de 
corresponder. Lo que importa es siempre la acción de Dios que 
precede y hace posible nuestra adhesión. 

El único titulo que te hace «competente» en el servicio de la 
Palabra es tu conversión siempre en obra, que te es dada por el 
hecho de estar cercano al Señor a pesar de tus deficiencias de 
cada día. 
En efecto, «es decisivo el testimonio de bondad y de alegría, 
dado por el catequista que vive intensamente su comunión con 
Cristo» (RdC 136). 

Deudor del testimonio de la comunidad 
El testimonio del catequista, aislado, es siempre pobre. Esta 
insuficiencia no proviene de las inevitables limitaciones de la 
persona, sino que depende de la naturaleza misma del mensaje 
cristiano, que no puede ser circunscrito a unas cuantas 
experiencias, válidas, pero siempre incompletas. El catequista tiene 
necesidad, por tanto, del testimonio de toda la comunidad, que le 
precede con la riqueza de las diversas situaciones de vida y de los 
signos en los que la Palabra de Dios hace realidad su eficacia. La 
relación entre comunidad cristiana y catequesis es indispensable: 

«Solamente una comunidad viva, que sepa dar testimonio de la propia 
fe, celebrándola con gozosa convicción en la liturgia y expresándola con 
denodada coherencia en las opciones concretas del vivir cotidiano, puede 
llevar a cabo una tarea eficaz de catequesis y crear las condiciones 
adecuadas para la manifestación de los diversos carismas...» (Pablo VI, 
5 de abril de 1978). 

Tu testimonio es un momento del testimonio eclesial que se hace 
presente en el grupo de los muchachos. 
En realidad, el Espíritu, que es comunicado a la comunidad, se 
extiende a todos aquellos que anuncian la Palabra (Hech 2,4; 
4,8.31). 
Por este motivo el catequista, «educador de los hermanos en la 
fe... es deudor para con todos del evangelio que anuncia; él mismo 
se deja a su vez educar por la fe y el testimonio de todos» (RdC 
185). Por lo tanto, te presentas ante los muchachos como quien 
­interpreta la riqueza, la multiplicidad del testimonio de fe de la 
comunidad local y de la Iglesia, difundida en todo el mundo; 
­se deja educar por la vida de fe de la comunidad, creciendo en 
ella en el común compromiso de hacer realidad la Palabra de Dios; 

­se halla en deuda con la comunidad, que convalida con su 
testimonio el misterio catequético y suple las inevitables 
deficiencias. 

Tu testimonio personal adquiere fuerza y se hace cada vez más 
eficaz en función de la ligazón con que vives tu experiencia de fe 
dentro de la comunidad cristiana. 


3. EDUCAR PARA UNA VIDA DE TESTIMONIO 
El catequista, que es un testigo, no propone tan sólo unos 
significados de fe, sino que los demuestra vividos por la 
comunidad. Es un rasgo de su fisonomía que hoy adquiere una 
particular importancia. «El hombre contemporáneo escucha más 
gustosamente a los testigos que a los maestros, o si escucha a los 
maestros lo hace porque son testigos» (EN 41). 
Es desde aquí desde donde madura, aun en aquellos que le 
escuchan, la necesidad de que la Palabra de Dios comprometa 
directamente la existencia y la transforme, porque es una Palabra 
de vida y para la vida. Pero el catequista, por su parte, está 
obligado a ofrecer a los muchachos un tipo de propuesta cristiana 
que se entreteja continuamente con la existencia de los mismos, la 
juzgue y exija un testimonio. 

Proponer una conversación 
Por querer hacer más aceptable el mensaje cristiano a los 
muchachos de hoy, se corre a veces el peligro de no ser fieles a la 
integridad del contenido. «Habrá que vigilar para que no se dejen 
en la sombra, más o menos inconscientemente, aquellos 
elementos y aquellos aspectos de la doctrina cristiana que, 
opuestos como son a las tendencias más en boga de la 'cultura' 
contemporánea, puede uno sentirse tentado a empalidecerlos o a 
pasarlos por alto, con el fin de ganar en capacidad de persuasión 
y evitar obstáculos al dialogo. Hay que mantener viva y patente la 
certeza de que 'toda' la verdad de Dios es liberadora y salvífica, 
aun cuando parezca áspera y disconforme con la mentalidad 
ambiente o con nuestras inclinaciones» (Card. Giovanni Colombo). 

CRMO/CV: La propuesta cristiana exige siempre una conversión, 
es decir, desasimiento del pecado, aceptación del juicio de Dios 
sobre la propia vida, sacrificio, renuncia... 
­Con el valor y la fuerza que le proporciona el Espíritu, el 
catequista no escamotea ningún aspecto del mensaje cristiano, por 
más que trate de adecuar su contenido a las diversas edades de 
los destinatarios. Si lo hicieras, serias infiel a tu misión. 
­Con sentido del equilibrio, el catequista no teme presentar a sus 
muchachos opciones de fe a veces incómodas y atrevidas, en la 
certeza de que el Espíritu actúa siempre de manera soprendente 
por encima de toda expectativa. Correrías el peligro, de lo 
contrario, de sustraer a la comunidad cristiana una presencia 
testimonial. 
­Educar en la confianza no sólo en los propios recursos, sino 
también en la ayuda del Espíritu que, desde el bautismo y la 
confirmación, actúa en cada uno de nosotros y nos acompaña con 
su gracia Tienes que creer en la acción del Espíritu presente en 
tus muchachos. 
La propuesta cristiana encuentra siempre oposición, lo cual no 
debe nunca sorprendernos. En el evangelio, las decisiones de 
Jesucristo se enfrentan a las posiciones contrarias, las clarifican y 
llegan a ser ocasión de persecución, que después se transforma 
en la victoria del bien. Hoy especialmente, tus muchachos no 
deben asombrarse de este pluralismo de opciones, sino mas bien 
poseer una mentalidad capaz de interpretarlas de un modo 
cristiano. 

Presentar el ideal cristiano 
CATE/IDEAL-CR-ALEGRE CATE/MODELOS: Los muchachos de 
hoy necesitan ver en la propuesta cristiana no tanto un código de 
normas al que convertirse, cuanto un ideal que merece la pena 
vivir. 
El testimonio, de hecho, únicamente brota cuando el mensaje de 
la salvación es presentado como un valor, el único, el más 
importante, por el que se está dispuesto a renunciar a todo lo 
demás. 
Tal vez a la comunicación catequética le falte muchas veces esta 
carga de entusiasmo que incide profundamente en la eficacia del 
anuncio mismo. 
Tienes que recurrir, cada vez con mayor frecuencia, a los 
modelos que puedan representar el ideal cristiano en sus vidas. Te 
será así menos difícil presentar el testimonio, ya que los modelos 
hacen de intermediarios entre ti y los muchachos y suplen tu 
pobreza. 
­En la historia de la comunidad cristiana es posible especificar 
muchos modelos: personajes bíblicos, la Virgen María, los santos... 
personas comprometidas... Su presencia es un signo de la 
realización del misterio de Cristo en la Iglesia, que se hace efectivo 
en diversas formas: la humildad, el amor, la sencillez, la pobreza, el 
sufrimiento, etc. 
­El factor narrativo no debe ocultar el itinerario interior a través 
del cual ofrece el modelo su testimonio cristiano, en medio de las 
dificultades que revelan en él la acción del Espíritu. 
­Es necesario dar relieve a los aspectos ordinarios de la vida del 
modelo, a fin de detectar los puntos de contacto con los 
muchachos y hacerles cada vez más conscientes de que el 
testimonio cristiano consiste en vivir de modo extraordinario la vida 
de cada día. 

Es cierto que el testimonio de los modelos no nos deja nunca 
indiferentes, sino que, en virtud de su poder de persuasión, suscita 
siempre reacciones de admiración, de estima y de simpatía. 
Una vida según el Espíritu
La intervención educativa del catequista va precedida de la 
acción del Espíritu, que actúa en los muchachos desde el bautismo 
y, de manera particular, después de la confirmación.
El Espíritu está presente en ellos para hacerles testigos del 
Señor resucitado, capaces de difundir con valentía su amor en los 
diversos ambientes de la vida. 
En esta perspectiva de fe es como tiene que ser interpretado tu 
servicio a la Palabra, servicio dirigido a hacer que madure, en 
quienes te escuchan, una vida según el Espíritu. De aquí se 
desprenden las siguientes reflexiones: 
­El catequista es colaborador del Espíritu en el sentido de que 
secunda su acción con los muchachos, especificando todas las 
posibilidades y ocasiones de ofrecer un testimonio de vida cristiana 
auténtica, promoviendo un programa de intervenciones que 
orienten hacia lo mejor y hacia lo más perfecto. 
­La vida según el Espíritu supone sacrificio e incomprensión, que 
deben llegar a ser motivo de alegría, ya que se sufren por el 
Señor. «Los apóstoles estaban contentos por haber sido 
considerados dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Jesús» 
(Hech 5,41). 
­El Espíritu reúne a los cristianos en una comunidad testimonial 
en la que cada cual crece al contacto con el testimonio de los 
demás, en un común empeño por hacer realidad el reino de Dios. 
La vida según el Espíritu se abre sobre la comunidad. 

El catequista advierte profundamente que está operando en 
estrecha colaboración con el Espíritu, al que invoca, para que 
acompañe con su gracia el ministerio que desempeña entre los 
muchachos. 

PARA LA ORACIÓN 
Señor, llena mi alma 
de tu Espíritu y de tu vida. 
Penetra y posee 
todo mi ser tan plenamente 
que toda mi vida 
sea un reflejo de la tuya. 
Resplandece a través de mi 
y sé de tal modo yo mismo 
que toda persona 
con la que entre en contacto 
vea tu presencia en mi alma. 
Y que quienes me observen 
no me vean ya a mi, 
sino a ti solo, Señor. (Card. Newman)