ITINERARIOS DE FE PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DEL
«MINISTRO DE LA PALABRA» 

SER CATEQUISTA HOY 6-2
por GAETANO GATTI 


II

LA ESPERANZA 

DISPUESTOS SIEMPRE A DAR RESPUESTA 
A TODO EL QUE OS PIDA RAZÓN 
DE VUESTRA ESPERANZA (1 Pe 3,15) 


«El grano brota y crece, sin que él sepa como» (Mc 4,27) 
Es algo espontáneo tratar de verificar los resultados de la tarea 
catequética. Tal vez en algunos momentos de desconfianza te 
resulte casi natural exclamar: ·¡No resuelvo nada! ¡No acierto! ¡Con 
estos muchachos no hay nada que hacer! ¡Yo los querría mejores, 
más atentos!.
No siempre te es concedido el gozo de comprobar el éxito de tu 
ministerio catequético. No te extrañe... Es algo que tienes que dar 
por descontado en tu servicio a la Palabra. 
La Palabra de Dios es como una semilla y tú eres el sembrador. 
·EI Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la 
tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y 
crece, sin que él sepa cómo» (Mc 4,26-27). 
Cuando parezca que no se consigue nada de los alumnos, que 
se les encuentra siempre los mismos, distraídos, indóciles, 
cautivados únicamente por los bienes sensibles, no olviden los 
catequistas que han sido enviados por Cristo y por el obispo a 
sembrar y no a cosechar. El que siembra tiene la impresión de 
malgastar la semilla. Pero dejad que descienda la nieve del 
invierno, que caiga la lluvia de la primavera, que venga el calor del 
verano... y el grano de trigo se desarrollará hasta convertirse en 
espiga de oro que ondea bajo el sol. La Palabra de Dios es como 
una semilla que requiere tiempo, pero no puede quedar estéril» 
(Cardenal Giovanni Colombo). 
¿Qué espera el catequista? ¿En quién espera? ¿Qué esperanza 
anuncia? 

1. EN DIOS, LA ÚNICA ESPERANZA 
El ministerio catequético se desenvuelve bajo el signo de la 
esperanza, porque a Dios no le oyes directamente y, sin embargo, 
habla; no lo ves y, sin embargo, está presente; te hace promesas, 
pero no puedes verificar de inmediato su realización. 
No es la tuya una esperanza simplemente pedagógica, basada 
en tus posibilidades y en las de los muchachos, sino una virtud 
teologal, es decir, que se fundamenta únicamente en Dios y en su 
Palabra. Es, por lo tanto, un don del Espíritu. «Que reboséis de 
esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15,13). 
Para realizar su servicio, el catequista es invitado a motivar la 
esperanza que anida en el. «Dad culto al Señor, Cristo, en 
vuestros corazones, dispuestos siempre a dar respuesta a todo el 
que os pida razón de vuestra esperanza» (1 Pe 3,15). 
Consiguientemente, el catequista manifiesta las razones 
personales por las que espera en la Palabra que anuncia. La 
esperanza, en este sentido, nace de la fe en el Señor resucitado, 
corazón de la esperanza cristiana, y se desarrolla en torno a la 
imagen de un Dios que es nuestra única esperanza. 

«Cristo, para vosotros, 
la esperanza de la gloria» (Col 1,27) 
Dios nos da esperanza en la pascua de Jesucristo. De hecho, el 
ministerio catequético no sólo tiene como tema central la 
resurrección del Señor, sino que detecta en la pascua el anuncio 
de la esperanza cristiana. 
En Cristo, muerto y resucitado, el Padre hace realidad todas sus 
promesas y revela anticipadamente su designio sobre cada 
persona, sobre la historia y sobre el mundo. El catequista, por 
tanto, «es plena y confiadamente consciente de que el Padre de 
Nuestro Señor Jesucristo, que lo ha resucitado de la muerte, es el 
'Dios vivo' en el que todo ser humano puede depositar siempre su 
esperanza» (RdC 85). 
El ministerio catequético es, por lo tanto, un servicio a Cristo 
resucitado, presente en la comunidad, pero únicamente visible a 
través de la Palabra, los signos sacramentales y el testimonio de la 
Iglesia. 
De aquí nace esa tensión hacia una consumación final en la que 
el cristiano espera encontrarse «cara a cara» (1 Cor 13,12) con el 
Señor y vivir con el una comunión de vida que dura para siempre, 
porque «lo viejo habrá desaparecido» (2 Cor 5,17). El servicio de 
la Palabra se lleva a cabo, por consiguiente, dentro de una 
atención al presente y al futuro. 
­El catequista anuncia a los muchachos que el cristiano, en 
virtud de la experiencia sacramental, está ya configurado con 
Cristo (Col 3,4), resucitado con él (Ef 2,ó; Col 2,12), es coheredero 
de los santos (Col 1,12) El futuro, pues, es ya presente y en el 
Espíritu le está garantizada a cada cual una prenda de su porvenir 
(2 Cor 5,1-5). 
­En el mundo todo sigue planteándose en los términos 
provisionales de un devenir que se construye sobre la espera de la 
gran manifestación del Señor resucitado al final de los tiempos, en 
el momento en que se establezca de manera definitiva el reino de 
Dios. No solo los hombres, sino también la creación «esta 
aguardando con impaciencia la manifestación de los hijos de 
Dios... conservando la esperanza de ser liberada de la 
servidumbre y de la corrupción... (Rm 8,19-21).

Una esperanza fundamentada en Cristo resucitado, que vino y 
que vendrá, tal vez pueda parecerte algo desenraizado de la 
realidad de tus muchachos. Y sin embargo, muchas de las 
dificultades de la fe se resuelven únicamente dentro de esta 
perspectiva, que evidencia el sentido optimista de todo el proyecto 
cristiano, fundamentado en el Dios que da esperanza.

Una Palabra de esperanza
Tal vez nunca hayas hablado de una manera expresa de la 
esperanza cristiana a tus muchachos. A primera vista puede 
parecer este un tema muy abstracto. Y, sin embargo, la esperanza, 
mas que un argumento, es una dimensión básica del anuncio 
cristiano que le da toda su originalidad. Efectivamente, la Palabra 
dirigida por Dios al hombre es rica en significados para su 
existencia actual, pero está aún mas cargada de promesas para el 
futuro.
EP/RV-LO-QUE-SEREMOS: Dios no revela tan sólo lo que 
somos ahora nosotros ante él, sino también lo que seremos.

«Ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que 
seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a 
él, porque le veremos tal cual es» (I Jn 3,2).

Es este un profundo signo de su amor que condesciende con la 
necesidad humana de ver la meta, el fin de la existencia. La 
esperanza es, pues, una respuesta que va unida a la fe en la 
Palabra de Dios.
La viva atención de la catequesis a la realidad de hoy no puede 
desatender el «mañana», y no con el fin de evadirse del presente, 
sino para interpretarlo de una manera auténtica. Las realidades 
futuras son anunciadas por la Biblia con una sobria descripción, no 
tanto al objeto de informar cuanto de ayudar a esperar.
El catequista presenta en esta perspectiva la vida del creyente: 

- El empeño por transformar el mundo, en sus múltiples 
aspectos, es un modo de anticipar «el cielo nuevo y la tierra 
nueva» (Ap 21,1) y de colaborar en el proyecto del Padre, que 
quiere «recapitular todas las cosas en Cristo» (Ef 1,10). 

­La conducta moral cristiana, que se caracteriza por el amor 
mutuo, constituye ya una presencia y un rodaje para la vida de 
comunión en el Señor, cuando estemos reunidos en su casa. 

­La Iglesia es el lugar en el que esperamos juntos, en la 
expectativa común del Señor que ha de volver en la gloria.

Enormes perspectivas éstas, que penetran todo el ministerio 
catequético y se hacen presentes en todos y cada uno de los 
encuentros con los muchachos, cuando aciertas a abrir a la 
Palabra de Dios los horizontes que le son propios.

La Pascua: meta de la esperanza
PAS/ESPERANZA EP/PASCUA: La resurrección de Jesucristo es 
la clave de interpretación del futuro, de las opciones privilegiadas 
de Dios, de sus criterios de actuación y de sus metas. A la vista de 
las contradicciones de un mundo en el que se dan la injusticia, el 
odio, la opresión, la violencia y la miseria, tanto el catequista como 
los catequizandos pueden abrigar serias dadas acerca de la 
presencia del Señor resucitado en el mundo de hoy.
La Pascua se convierte en llamada a la esperanza, porque en la 
resurrección se encuentra anticipado ya el desenlace final de la 
historia. El Padre no ha esperado al ultimo día para hacer resucitar 
a Jesucristo juntamente con nosotros, sino que le ha resucitado a 
los tres días de su muerte, a fin de que pudiésemos ver hacia 
dónde apunta la vida de cada persona y esperar en consecuencia. 

De la Pascua, efectivamente, provienen determinados desafíos 
que nutren la esperanza del catequista, que sirve a la Palabra de 
un Dios que es Señor de la historia y de los hombres y triunfador 
ya en Jesucristo. 
­En el mundo, las situaciones de odio, de venganza, de egoísmo, 
de violencia, prevalecen sólo en apariencia, porque en Jesucristo 
resucitado está implícita la garantía de la victoria del bien, del 
amor, de la verdad. 
­La vida cristiana es lugar en el que se verifica el combate entre 
el bien y el mal, pero es también el lugar en el que aquellos que 
siguen a Cristo, comparten ya sus opciones definitivas y, por 
consiguiente, su gloria 
­La historia verdadera, la destinada a permanecer para siempre, 
no está escrita con los caracteres de la fuerza del poder, sino de la 
fuerza del amor, la bondad, la sencillez, el perdón...

Con tu ayuda, los muchachos tienen que ser capaces de 
aprender a mirar la vida a partir de la resurrección del Señor, sin 
olvidar la muerte en cruz, en el convencimiento de que Dios no les 
libera de las dificultades, pero sí que da sentido a su trabajo y a 
sus sufrimientos y, sobre todo, les garantiza que su empeño no es 
inútil. Existe a veces una miopía de la fe, es decir, la negativa a 
mirar a lo lejos por tener los ojos fijos tan sólo en el presente, a 
veces desconcertante y, consiguientemente, desalentador. 
No se crea que todo queda diferido, porque el desenlace final se 
prepara desde ahora. Más aún, aunque seamos incapaces de ver 
el resultado de los propios esfuerzos, sí advertimos la necesidad 
de actuar cada vez más y mejor en la esperanza. 

2. LA ESPERANZA DEL CATEQUISTA 
El catequista es invitado a transmitir a los muchachos el sentido 
de la esperanza pascual, es decir, la perspectiva de su devenir 
cristiano como una realidad que se construye, día a día, en la cruz 
y en espera de la resurrección. 
Pero él mismo tiene necesidad de vivir esta experiencia a partir 
de la esperanza que Dios alimenta en aquellos que le tratan. La 
reconciliación sacramental, por el compromiso personal que exige, 
por la confrontación directa con la Palabra de Dios, por su carácter 
pascual, por su apertura al futuro, es una experiencia privilegiada 
de esperanza para el catequista. Es, por tanto, un acontecimiento 
destinado a prolongarse en su servicio a la Palabra, bajo diversos 
aspectos y por variados motivos. 

La conversión en la esperanza 
En el sacramento de la reconciliación, Dios te invita a convertirte, 
es decir, a hacer tu vida más transparente a la Palabra que 
anuncias. 
Es un hecho que tiene repercusiones inmediatas en tu servicio 
catequético. En la reconciliación descubres que: 
­Dios espera en ti, a pesar de tus pecados, y con tu colaboración 
desea llevar a término la obra de santificación iniciada en el 
bautismo; 
­tu esperanza de llegar a ser mejor es iniciativa del Señor, que te 
sale al encuentro con sus dones; 
­tus propósitos no se apoyan en tus posibilidades humanas, sino 
en la gracia, que constituye el comienzo del camino de la 
conversión. 

En la reconciliación sacramental el Señor te renueva como 
«catequista» y sigue esperando en tu capacidad para el bien, en 
tus posibilidades, otorgándote una confianza plena. 
Tal experiencia es tan profunda que se convierte en un don que 
compartir con los demás. Puesto que estás en el centro de la 
esperanza en el Señor, adviertes la necesidad de comunicarla 
también a los muchachos de tu grupo, a fin de que también la vida 
de ellos se renueve en la disponibilidad total al proyecto de Dios. 
Tu participación en la penitencia, pero sobre todo el ámbito de 
acción que dejas a la Palabra de Dios para que te transforme, te 
hacen signo de la esperanza cristiana y te ayudan a mirar a los 
muchachos con la mirada de Dios, que se inspira siempre en el 
sentido de una confianza y una expectativa grandes. En los 
momentos mismos en que sufres porque no consigues estar a la 
altura de tu vocación, puedes esperar en el Señor que está cerca 
de ti. 

La paciencia 
La reconciliación sacramental ayuda a descubrir la paciencia de 
Dios, es decir, su tradicional aceptación. No es el nuestro un Dios 
que tenga prisa por resolver la situación en favor suyo mediante el 
poder o mediante una sentencia de condena. Dios, por el 
contrario, se preocupa por promover una solución favorable para el 
hombre, difiriendo continuamente en el tiempo sus intervenciones, 
a fin de que puedas madurar opciones cada vez más 
responsables. 
En el perdón del Señor, frecuentemente renovado, el catequista 
vive personalmente la experiencia del Dios paciente. 
Lo mismo que el salmista, también él puede exclamar: «Tú, 
Señor, eres clemente y compasivo, tardo en la cólera y lleno de 
amor y de verdad» (Ps 86,15). 
La irritación, los juicios precipitados, la falta de equilibrio interior 
a la hora de afrontar las inevitables dificultades que surgen en la 
catequesis, no denotan simplemente una deficiencia pedagógica, 
sino que son indicios de la falta de fe en la paciencia de Dios. 
El deseo súbito y el pretender de todos la adhesión a la Palabra 
anunciada puede ser señal de que se persigue una 
autogratificación. Verificar el resultado de tu actividad no es 
competencia tuya, porque tú estás desprovisto de los criterios de 
medida. En la catequesis, los resultados escapan a la 
comprobación exterior, porque son algo interior, profundo, que 
anida en lo secreto de la relación con Dios, allí donde únicamente 
él es capaz de penetrar con su amor.
Cuando te encuentras descorazonado, ¿no será tal vez el 
momento en que el Señor, a través de tu debilidad, está realizando 
algo maravilloso para tus muchachos? Si dispusieras del 
instrumento capaz de medir tu acción catequística, no podrías 
compartir la esperanza y la paciencia del Señor. 
Los vacíos de éxito y las incertidumbres propias de tu ministerio 
están preñados de la presencia de un Dios paciente que has sido 
invitado a proclamar a tus muchachos, porque tú, todavía antes 
que ellos y con ellos, lo experimentas continuamente; más aún, 
necesitas experimentarlo cada día. 

La vigilancia 
Una importante actitud de fe, que proviene de la celebración de 
la penitencia, es la vigilancia, es decir, la continua atención a Dios 
que, con su gracia, viene a convertir la vida de cada uno. Para el 
catequista es una actitud que hay que hacer madurar 
personalmente y transmitir a los muchachos, prestando atención 
con ellos a fomentar en el grupo las ocasiones de encuentro con el 
Señor a través de su Palabra. 
En la catequesis hay diversos modos de expresarse la vigilancia: 

­Es religiosa espera de la intervención de la gracia de Dios en la 
vida de cada muchacho, en el respeto de la libertad de cada cual, 
sin precipitaciones ni imposiciones. La persona se abre de manera 
gradual a la fe 
­Es adecuación a los ritmos de crecimiento de cada cual, sin 
querer reemplazar a nadie, porque el acto de fe es una respuesta 
personal. Se trata de ayudar a los muchachos a creer de una 
manera responsable, según sus auténticas posibilidades. 
­Es descubrimiento de las invitaciones que el Señor dirige a cada 
uno en determinadas ocasiones particulares de la vida. El 
catequista se muestra atento a facilitar una respuesta positiva. 

La vigilancia corre a veces el peligro de verse comprometida por 
una fidelidad excesiva al ritmo y a los plazos del programa 
catequético, al que no se abren respiraderos de creatividad para 
adecuarse a las auténticas exigencias de los muchachos y 
acompañarles en su verdadero itinerario de fe. 


3. TRANSMITIR LA ESPERANZA CRISTIANA 
La esperanza es un don del bautismo que, al igual que la fe y la 
caridad, germina y se desarrolla a la luz de la Palabra de Dios. Los 
muchachos, que por su naturaleza están abiertos al futuro y lo 
miran con particular simpatía, tienen necesidad de un proyecto de 
vida del que el Dios de Jesucristo sea protagonista. 

«Es una característica esencial del espíritu de nuestra época el que un 
mensaje resulta creíble en la medida en que se muestre capaz de abrir 
camino hacia la esperanza y al futuro» (W. Kasper). 

Es tarea tuya proponer un ideal de vida cristiana capaz de 
entusiasmar y de proyectarse en el futuro, un ideal en el que se 
anticipen las opciones de la nueva convivencia en el amor del 
Espíritu. 
En esta perspectiva hay que interpretar las relaciones que se 
establecen en la catequesis, a fin de que, a la luz de la esperanza, 
resulten estimulantes para el aumento de fe. 

La pedagogía de la esperanza 
La esperanza entra en la vida de una persona como una fuerza 
transformadora capaz de enriquecerla con energías y recursos 
nuevos e imprevisibles. Es, por tanto, una potencialidad que debe 
ser avivada para que pueda convertirse en un componente 
dinámico de la experiencia de fe. Lo cual se ve facilitado cuando el 
catequista adopta una pedagogía de la esperanza, entendida 
como un comportamiento pedagógico, pero más todavía como una 
respuesta de fe respecto a Dios, operante ya en la vida de todo 
bautizado. 
Debe ser fuerte en ti la esperanza que hacia exclamar al apóstol 
Pablo ante sus oyentes: «Estoy convencido de que, quien inicio en 
vosotros la buena obra, la ira consumando hacia el día de Cristo 
Jesús (Flp 1,ó). A la luz de la esperanza se perfila un nuevo estilo 
de relaciones que establecer con quien te escucha. 
­El conocimiento de las posibilidades y las perspectivas de cada 
muchacho significa ya descubrir unas condiciones que son debidas 
a la fe del bautismo y a la confirmación, así como a la tensión 
puesta por el Señor en el devenir de cada persona. Esperar 
verdaderamente en alguien es «mirarle con los ojos de Dios». 
­La esperanza del catequista no se fía únicamente de los 
recursos humanos, sino que se apoya en la gracia y en las ayudas 
que otorga el Señor. Es, pues, una esperanza teologal, ya que se 
refiere a aquello que Dios ha realizado y realizara. 
­Esperar es amar a las personas por encima de lo que son, para 
entrever ya lo que pueden llegar a ser. De esta manera, el 
catequista participa del amor proveniente de Dios y comparte su 
fuerza renovadora. 

En la catequesis no existe, por consiguiente, ningún muchacho 
tan reluctante que haya que ponerle necesariamente aparte. Antes 
que un gesto de desconfianza en su persona, seria una falta de 
esperanza en Dios. 

Toda persona es una esperanza de Dios 
No son pocos los que tienen puesta su esperanza en el futuro de 
los muchachos: los padres, los profesores, los parientes, la 
sociedad, etc.; pero esas esperanzas son de diversa índole, a 
veces esperanzas egoístas, teñidas de replegamiento en si mismo, 
de deseo de significación personal o de prestigio. 

«Con razón podemos pensar que el futuro de la humanidad está en 
manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones 
venideras razones para vivir y para esperar». (GS 31). 

También el catequista se pone con su palabra al servicio del 
devenir de los muchachos con una contribución original y profunda, 
ya que trata de interpretar y de expresar el proyecto que Dios 
espera realizar en cada uno de ellos. 
En toda persona está contenida la esperanza de Dios, es decir, 
el proyecto de base del que todos los demás resultan ser una 
forma de realización. No es fácil hoy en día descubrirlo en una 
sociedad de bienestar, de consumo, de escalada profesional, de 
búsqueda exasperada de prestigio, que pone en crisis el sistema 
de valores. Se trata de transmitir algunas convicciones de base. 
­Hacer consciente a todo muchacho de que es importante ante 
Dios, el cual tiene un gran proyecto que realizar en la vida de cada 
uno y espera mucho de nuestra cooperación. 
­Revelar a cada uno su propio ser en devenir, con las 
posibilidades de crecimiento innatas a la propia persona, y no a las 
cosas de las que pueda disponer. 
­Ayudar al muchacho a encontrarse con un Dios que no le 
sustituye nunca ni le libra tampoco de las dificultades, pero que le 
acompaña con la esperanza del éxito. 

Cada uno de tus muchachos ha de ser capaz de sentir el «peso» 
de la responsabilidad de hacer realidad en la alegría, en la 
intrepidez y en la seguridad, la esperanza que Dios tiene 
depositada en él. 
De esta manera descubre su vocación entre los hombres y se 
siente colaborador, libre y activo, del gran proyecto que Dios esta 
realizando en el mundo, en espera de la venida del Señor 
resucitado. 

La celebración de la esperanza en el pueblo de Dios 
La esperanza cristiana es una actitud personal que se vive en la 
comunidad. Se espera en compañía dentro del pueblo de Dios, en 
el que se aguarda y se construye ya el nuevo mundo y la nueva 
comunidad. 
En un cierto sentido, no se posee la esperanza, sino que se es 
poseído y guiado por la esperanza del pueblo de Dios. 
Es importante para el catequista subrayar esta relación 
comunitaria de la espera cristiana, que se celebra en la liturgia. En 
las dificultades y en las contradicciones que se tienen que afrontar, 
es posible encontrar en la Iglesia el lugar en el que la esperanza 
renace y se alimenta en contacto con los demás. 
Los muchachos participan de la esperanza de la Iglesia y la 
tocan de cerca en algunos momentos particulares: 
­En la celebración del año litúrgico, cuando la comunidad 
cristiana se reúne para hacer presente en el tiempo al Señor 
glorioso, en espera del encuentro final. 
­Los domingos, cuando la asamblea celebra la eucaristía en el 
semanal recuerdo de la pascua, en la esperanza de la venida del 
día del Señor en la pascua eterna 
­En los gestos sacramentales, cuando, por encima de los signos, 
se hace realidad el encuentro con Cristo, en espera de la visión 
definitiva en el reino de Dios. 

La iniciación de los muchachos en el misterio de la liturgia carece 
muchas veces de esta dimensión, que supera la materialidad de 
los signos, la provisionalidad de los gestos, la disposición de los 
tiempos, en la perspectiva de la esperanza en Dios Padre que 
garantiza la venida definitiva del Señor glorioso.

PARA LA ORACIÓN EP/PEGUY
El mundo es bello, el mundo es grande, 
el mundo es bueno, el mundo es útil, 
el mundo es joven, el mundo es nuevo... 
Todo es nuevo, Dios mío, 
todo recomienda, todo empieza. 
La creación comienza mañana por la mañana. 
Dios ha hecho de nosotros su esperanza. 
Ha sido él quien ha comenzado. 
Ha esperado que el último de los pecadores, 
el mas ínfimo de los pecadores, 
hiciese algo al menos por su salvación. 
Un poco, por poco que fuese... 
que hiciese al menos algo... 
él ha esperado en nosotros. 
¿Sera posible que nosotros 
no tengamos esperanza en él? 
Dios ha puesto en nosotros su esperanza, 
su pobre esperanza en cada uno de nosotros, 
en el mas ínfimo de los pecadores. 
¿Será posible, entonces, que nosotros mezquinos, 
que nosotros pecadores, 
seamos precisamente nosotros 
quienes no esperemos en él? (·Péguy-Ch) 

GAETANO GATTI
SER CATEQUISTA HOY
Itinerario de fe para la formación espiritual 
del "Ministro de la Palabra"
SAL-TERRAE Santander-1981. Págs.93-122