ITINERARIOS DE FE PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DEL
«MINISTRO DE LA PALABRA» 

SER CATEQUISTA HOY 6-1
por GAETANO GATTI 



ITINERARIO TEOLOGAL

LOS CATEQUISTAS EN
COMUNIÓN DE VIDA CON EL SEÑOR


LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA 

El ministerio de la Palabra es un don cuya eficacia depende 
sobre todo de la santidad del catequista, es decir, de su vida 
teologal: la fe, la esperanza y la caridad.

Quien anuncia la Palabra tiene, efectivamente, necesidad de una 
intensa vida de unión con Jesucristo, el cual afirmó: «El que 
permanece en mi y yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mi no 
podéis hacer nada» (Jn 15,5). 

Por este motivo la Palabra, que contiene ya en sí misma la fuerza 
de Dios, no te dispensa de adquirir las disposiciones interiores que 
favorecen la acción del Espíritu. El Señor actúa a través de tus 
comportamientos, que resultan ser el lugar privilegiado de su 
manifestación. El apóstol Pablo te recomienda: «Procura ser para 
los creyentes modelo en la palabra, en el comportamiento, en la 
caridad, en la fe, en la pureza» (1 Tim 4,12). 

«La misión que el catequista esta llamado a realizar exige de su parte 
una intensa vida sacramental y espiritual, familiaridad con la oración, una 
profunda admiración por la grandeza del mensaje cristiano y por su 
capacidad para transformar la vida. Y exige al mismo tiempo tratar de 
adquirir una actitud de caridad, humildad y prudencia que permita al 
Espíritu Santo llevar a cabo en los catequizandos su fecunda labor». 
(DCG 114). 

La asignación de una misión va siempre acompañada de la 
comunicación de la gracia indispensable para responder a la 
invitación de Dios. El reconocimiento de tu vocación catequética en 
la comunidad conlleva el aumento del don de la fe, de la 
esperanza, de la caridad, del testimonio y de la alegría, a fin de 
que tu palabra pueda vibrar más al unísono con la del Señor.
Tienes que ser plenamente consciente de ello para vivir de una 
manera nueva tu comunión con Dios. 

Dios ve en ti al «catequista» 
Cuando te encuentras con el Señor, tu identidad de catequista 
tiene que ser capaz de nacer de la experiencia sacramental, de la 
oración, que adquieren una originalidad propia en relación al 
ministerio de la Palabra que ejercitas. 

Tienes que presentarte siempre ante el Señor en tu calidad de 
catequista, a fin de que Dios vea en ti a un servidor de su Palabra, 
es decir, a alguien que habla en su nombre, anuncia sus 
proyectos, proclama su amor y propone sus exigencias de vida. De 
esta manera se deja entrever una auténtica espiritualidad del 
catequista que caracteriza profundamente su modo de encontrarse 
con el Señor, en virtud de una particular sensibilidad que le viene 
dada por el servicio que realiza en la Iglesia. 

Es una forma de solidaridad con tus muchachos que penetra, 
estimula y provoca las diversas expresiones de tu fe, se convierte 
en ocasión de acrecentar la vida teologal y te hace sentir en 
comunión con Dios para una proclamación más transparente y 
eficaz de su Palabra. 

Más concretamente, tu servicio catequístico va unido a la fe, que 
es la primera respuesta al don del Espíritu; a la esperanza, que es 
anuncio de realidades que se presentan como promesas; a la 
caridad, porque hace crecer el amor fraterno; al testimonio, en 
cuanto que da fe de las maravillosas obras realizadas por Dios; a 
la alegría, puesto que proclama la presencia del Señor en medio 
de nosotros. Ante ti se abre otro itinerario de fe que discurre a lo 
largo del camino de las virtudes teologales. 
 

LA FE

«CREEMOS, Y POR ESO HABLAMOS» 
(2 Cor 4,13) 
 

«QUIEN CREE EN MI, 
HARÁ TAMBIÉN EL LAS OBRAS QUE YO HAGO» (Jn 14,12) 

¿No te ocurre nunca, mientras interpretas la Palabra de Dios 
para tus muchachos, que te hablas a ti mismo más que a ellos, que 
te sientes de tal manera implicado en tu fe que, al final, caes en la 
cuenta de que el Señor, precisamente a través del tono de tu voz, 
era sobre todo a ti a quien se dirigía? 

Si te ha sucedido esto, da gracias a Dios, porque tales 
momentos son un don de su amor hacia ti. Es cierto que no puedes 
permanecer indiferente o distanciarte de las interpretaciones de fe 
que propones, ya que la Palabra de Dios, en su acento, en su 
lenguaje, se modula sobre tu vida, transmite la tonalidad cristiana 
de la misma, comunica su entusiasmo e incluso, en cierto sentido, 
su fuerza persuasiva. 

Experimentas entonces la necesidad de avivar la fe, de liberarla 
de la pereza y de plantearte seriamente algunos interrogantes: 
«¿Crees todo lo que anuncias? ¿Lo vives? 

Es una condición indispensable de tu ministerio, ya que Jesús te 
dice en el evangelio: «Quien cree en mi, hará también él las obras 
que yo hago; y las hará mayores aún» (Jn 14,12). 

El ser catequista hace que la propia fe salga de un cierto 
anonimato no sólo ante uno mismo, sino ante la propia comunidad. 
No te preocupes si adviertes en ti determinadas carencias; ello te 
permitirá un mejor crecimiento en la fe, en compañía del grupo de 
tus muchachos, y hará que te sientas comprometido con ellos en 
un único proyecto de vida cristiana. 


1. DIOS FIEL: 
MANANTIAL DE LA VIDA DE FE 

Para captar el significado más profundo de las actitudes de fe 
que se te invita a vivir en la comunidad cristiana y a transmitir en el 
grupo de catequesis, es necesario partir de Dios. El es el punto de 
referencia a la hora de profundizar el sentido de la fe, la cual, por 
su propia naturaleza, es teologal, es decir, dirigida exclusivamente 
a él, por más que penetre enteramente la vida y se exprese en el 
interior de las experiencias de cada día. 

Una excesiva atención a la «práctica» de la fe, reducida a un 
conjunto de comportamientos concretos, corre a veces el peligro 
de desatender los motivos auténticos de la «profesión» de la fe, 
que residen solamente en Dios. 

La tentación es fácil, sobre todo en la catequesis, cuando 
intentas traducir en términos operativos la Palabra que has 
anunciado. 

La fe del cristiano es, antes que nada, proclamación de la 
fidelidad de Dios, ante la cual se siente uno invitado a responder 
con actitudes de confianza, de fe y de amor. 

Creer en Dios, que es fiel 
D/FIDELIDAD: La fe del catequista, especialmente en relación 
con el anuncio de la Palabra, no puede nunca prescindir de una 
imagen que se repite frecuentemente en la Biblia y que sustenta la 
misión de los profetas: «Fiel es Dios, por quien habéis sido 
llamados a la comunión con su hijo Jesucristo, Señor nuestro» (1 
Cor 1,9). 

Se trata de un rasgo del rostro de Dios que debe ser para ti 
familiar y al que te es necesario remitirte en tu ministerio para 
hacerlo creíble. De hecho, estás al servicio de una Palabra rica y 
cargada de promesas, de la que Dios mismo se hace garante a 
través de tu propia voz. No siempre serás creído por tus 
muchachos, ya que su adhesión a la propuesta cristiana no 
depende de ti; pero sí tienes la obligación de hacer creíble el 
mensaje que presentas, porque lo refieres continuamente a Dios, 
que es fiel. 

El término «fiel» designa un conjunto de relaciones personales 
que Dios asume respecto al hombre, a fin de que éste también las 
comparta respecto a él y respecto a los demás. Dios es fiel porque 

­cumple siempre su Palabra incluso frente al rechazo, la 
oposición o la indiferencia; 
­tiene confianza en el hombre, en su pueblo, cree en sus 
posibilidades, en la rectificación tras el error; 
­ama a los hombres con un amor de esposo que se caracteriza 
por su fidelidad. 

En las fluctuaciones de la existencia, en las incertidumbres de la 
vida, en las mismas dificultades que provienen de tu ministerio, 
también tú tienes necesidad de creer en un Dios fiel que te 
acompaña y te da seguridad, porque él está contigo a pesar de las 
contradicciones y los fallos humanos. 

Jesucristo es fiel al Padre 
Jesucristo es el más grande signo de la fidelidad del Padre, cuyo 
amor anuncia él a pesar del rechazo del hombre. En Jesús de 
Nazaret no sólo se cumplen las promesas de Dios, sino que se 
puede, además, descubrir el modelo de fe que el Padre espera de 
quienes comparten con el Hijo el ministerio de la Palabra. A partir 
del evangelio se puede reconstruir esta imagen de la fe:

­La fe no consiste en comprender la Palabra, sino que es ante 
todo confianza y esperanza en las promesas de Dios, que se 
cumplen siempre como se cumplieron para Jesús resucitado.
­Cuando la Palabra de Dios resulta más misteriosa, porque el 
don que se propone es grande y el compromiso que se exige difícil, 
tendrás que recurrir a la fidelidad de Dios, que nos sorprende 
siempre con sus intervenciones. 
­La fe se manifiesta en la prueba, en el sufrimiento, en la cruz, 
en la incomprensión. Por lo general, el profeta anuncia una 
Palabra que genera el rechazo, rechazo que Dios mismo parece 
secundar «endureciendo el corazón» del que la escucha (Ex 4,21). 
A pesar de todo, el catequista no se deja condicionar por la 
respuesta de sus oyentes. 

El hecho de que el Señor no te ahorre las dificultades ni haga 
tan fácil como desearías tu servicio catequético, es señal de que 
desea revelarte su fidelidad. 

Se te manifiesta como roca, escudo, fortaleza, refugio (Ps 
31,3-6), solamente si tú te sientes frágil, indefenso y pobre. 

El catequista: signo de la fidelidad del Señor 
En el grupo de los muchachos, el catequista proclama con la 
Palabra y hace presente con los gestos la fidelidad de Dios para 
con toda persona. De un modo particular, se convierte en signo 
viviente de ello en el estilo de las relaciones que acierta a 
establecer con quienes le escuchan. El entramado de relaciones 
que establece con los muchachos no le viene dictado tan sólo por 
las leyes de la pedagogía, sino ante todo por la propia fe en Dios, 
de la que derivan los criterios de elección, la intensidad afectiva y 
las motivaciones. 

Podrás revelar la imagen de un Dios que es fiel cuando 
­otorgues una gran confianza a cada uno de tus muchachos, 
viendo en ellos sus posibilidades de bien y sus capacidades de 
recuperación; 

­no condiciones tu entusiasmo y tu «moral» a las situaciones 
exteriores, sino que sepas ser dueño de tu emotividad; 
­ofrezcas con tu persona una conducta coherente, que dé 
seguridad e inspire confianza. 

A través de estos comportamientos les transmites una imagen de 
Dios que merece una adhesión incondicional de te, porque él es el 
primero en creer en nosotros. 

No hay que pensar, a este propósito, que los muchachos estén a 
cubierto de las dificultades o de las dudas de fe. La muerte de una 
persona querida, un profundo sufrimiento moral, las 
contradicciones de la convivencia humana, pueden llegar a ser 
motivos de incertidumbre y de crisis que sólo se superan creyendo 
que Dios es fiel. 

2. LAS ACTITUDES DE FE DEL CATEQUISTA 
Son muy diversos los modos de sentirse invitado el catequista a 
vivir y expresar su fe, en relación con el estado de vida que le es 
propio dentro de la comunidad cristiana. Con todo, el servicio de la 
Palabra constituye un momento privilegiado para madurar una 
intensa experiencia de fe, destinada a influir en todos los demás 
sectores de la vida. 

Para el catequista, el creer se convierte en un modo de 
colaborar mas estrechamente en el plan iniciado por Dios en todo 
muchacho, desde el día del bautismo, para que se realice 
plenamente. En toda persona hay una fe teologal, y no 
simplemente pedagógica, a la que él sirve con el anuncio de la 
Palabra de Dios. 

El fin de la catequesis es «disponer y guiar a los creyentes a 
acoger la acción del Espíritu Santo para reavivar y desarrollar la fe, 
para hacerla explícita y operante en una vida coherentemente 
cristiana» (RdC 37). Quien da los primeros pasos en busca del 
hombre, le llama y le invita a entrar en comunión con él, es siempre 
Dios. En la fe «buscamos al que nos busca» (S. Agustín). 

La fe en el propio ministerio 
El servicio catequético es siempre una proclamación de que Dios 
es fiel, ya que nadie se atrevería a anunciar su Palabra, rica de 
promesas, si no creyese que cuanto propone se realiza de verdad. 

Es una actitud de fe que redescubre la auténtica identidad de tu 
ministerio en la Iglesia. Existe en la catequesis el peligro de ceder a 
la tentación de reducir la conversación religiosa a una simple 
prestación humana, más allá de la cual muchas veces se suscitan 
dudas, incertidumbres, que ponen en crisis la propia tarea. 
A la luz de la fidelidad de Dios, de tu servicio catequético se 
desprende una imagen nueva que va acompañada de algunas 
actitudes de fe de no poca importancia. 

­Creer siempre en la validez y eficacia de la propia acción, 
partiendo no de ti mismo, sino de Dios, que permanece siempre fiel 
a pesar de las dificultades que se encuentran. 
­Creer que la propia pobreza y fragilidad constituyen el lugar 
más adecuado para hacer presente el poder de la Palabra de Dios 
y para revelar la fidelidad a sus promesas. En tal situación es más 
fácil que los muchachos acojan nuestra palabra como Palabra de 
Dios. 
­Creer que se es un colaborador útil, pero no exclusivo e 
indispensable, del Señor, el cual transmite a los muchachos el don 
de la fe. 

El creer, para ti y para tus muchachos, no se expresa tanto en el 
hecho de juzgar como verdaderas y válidas las propuestas de la fe, 
cuanto en considerarlas provenientes de Dios. Esta ultima relación 
es la que fundamenta la adhesión de fe. 

La oración: respiración del ministerio de la Palabra 
Por el hecho de hablar de Dios, el catequista está ante todo 
atento a hablar con Dios en una intensa vida de oración. Afirma S. 
Agustín: «Antes de ser una persona que habla, el catequista es 
una persona que ora». 

La oración está íntimamente vinculada al servicio de la Palabra 
como un componente indispensable, ya que Dios mismo se la exige 
al profeta antes de enviarle en misión (Gn 18,22-32). 

El ministerio catequético constituye, pues, un estimulo para 
intensificar y enriquecer el propio diálogo con el Señor con nuevos 
acentos de alegría, de demanda de ayuda, de acción de gracias... 
El apóstol Pablo escribe: «Doy gracias a Dios sin cesar por 
vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido dada en 
Cristo Jesús» (1 Cor 1,4). 

El catequista experimenta la necesidad de orar, sobre todo 
cuando topa con alguien que rechaza o se queda indiferente ante 
la propuesta cristiana. «Debemos decir muchas cosas, pero más a 
Dios por él que a él de Dios» (S. Agustín). 

Sólo a través de una experiencia intensa y regular de la oración 
­aprenderás a leer en profundidad, es decir, con los ojos de 
Dios, la Palabra que anuncias en su nombre y te será posible 
captar para tus muchachos todos sus matices; 
­seras consciente de estar trabajando para el Señor y con el 
Señor, con el don de la gracia del Espíritu que él nunca niega a 
quien se la pide.

Como el apóstol Pablo, también tú diriges esta invitación a tus 
muchachos: «Interceded por mi, para que me sea dada la Palabra 
al abrir mi boca y pueda dar a conocer con valentía el Misterio del 
Evangelio.., a fin de poder hablar de el valientemente como 
conviene» (Ef 6,19-20).

«El educador debería sentirse obligado a recurrir a la oración lo más 
posible, sobre todo cuando tiene alguna cosa que pedir a Dios para 
aquellos a quienes ha sido enviado; ser de alguna manera como su 
intercesor y formarles en la piedad, ya que es Dios el único que 
comunica la verdadera sabiduría que es el espíritu cristiano, y no nuestra 
habilidad» (S. Juan Bautista de la Salle). 

La «sabiduría» de la fe 
SB-DE-LA-FE: La oración y la frecuente meditación de la Biblia 
permiten al catequista alcanzar en su ministerio la «sabiduría» de 
la fe, es decir, una serie de actitudes que él debe vivir y transmitir a 
los muchachos para formarles en una mentalidad de fe. 
­El cristiano es invitado a creer en un Dios externamente pobre, 
débil, silencioso frente al mal, paciente. No escoge a los 
poderosos, a los sabios, a los letrados, sino a los humildes; se 
dirige a los pecadores, a los sencillos, a los pequeños; no se sirve 
de medios extraordinarios para realizar sus proyectos, sino que 
envía a sus discípulos con las manos vacías (Lc 10,2-4). 
­La cruz, es decir, el sufrimiento, el fracaso, las decepciones, 
son el lugar en el que Dios se manifiesta fiel, desbaratando los 
designios humanos para hacer prevalecer su amor. 
­Dios es siempre respetuoso de la libertad, y por eso no 
interviene con su poder, ni trata de imponer nada, sino que invita a 
escoger. 

D/DEBILIDAD: Tal vez te agradaría más desempeñar el 
ministerio catequético en dependencia de un Dios poderoso, 
fuerte, mas gratificante, capaz de conferir un valor inmediato a la 
Palabra que anuncias en su nombre. Tal vez sea ésta una imagen 
con la que hasta tus muchachos congeniarían mejor. Pero, por el 
contrario, el Dios de Jesucristo es débil, acepta estar en conflicto, 
respeta a las personas. No entra por la fuerza en la vida de tus 
muchachos, sino que llama a la puerta de su existencia y aguarda. 


3. EDUCAR EN LA VIDA DE FE 
Educar en la vida de fe significa, ante todo, proponer a los 
muchachos la imagen de un Dios que, en Jesucristo, les ha 
precedido con su amor, otorgándoles la máxima confianza, más 
aún, comprometiéndose con ellos a través de la comunidad 
cristiana, porque les ha hecho hijos suyos el día del bautismo 
Los comportamientos del creyente son una expresión de fe en 
respuesta a la relación de encuentro que el Señor ha establecido 
con cada uno de nosotros. 

El servicio catequético constituye, por lo tanto, un modo de 
profundizar la fe bautismal. 

El sentido de la fidelidad a Dios 
El bautismo es el punto de partida de la educación en la fe, no 
en virtud de un hecho cronológico o jurídico, sino teológico, porque 
Dios, desde aquel día, es fiel al proyecto que pretende llevar a 
cabo en cada uno de nosotros. Por consiguiente, tus muchachos 
tienen necesidad de meditar contigo acerca de la dimensión 
bautismal de la vida cristiana, a fin de descubrir esta imagen de 
Dios, a cuya luz se configura su compromiso. 

­La conducta del bautizado es una respuesta de fidelidad a todo 
cuanto el Señor ha hecho para llevar a cabo el proyecto por el 
mismo comenzado. 
­El pecado es una expresión de infidelidad a una relación 
amorosa que Dios mantiene con toda persona. 
El sentido de fidelidad está profundamente enraizado en las 
relaciones que los muchachos establecen entre sí y con los 
adultos, hasta llegar a constituir una importante norma de sus 
conductas. 

El catequista se mantiene atento a desarrollar y extender 
también este tipo de relación con respecto a Dios, motivándolo a la 
luz de la transformación operada por el bautismo. 
En esta perspectiva resultará más fácil hacer madurar en los 
muchachos el compromiso de fidelidad al Señor en la acogida de 
sus propuestas y, por contraste, el sentido del pecado frente al 
rechazo. 

La oración: expresión de fe en la Palabra 
La primera respuesta de fe a la Palabra es la oración. La 
conversación catequética no es un mero diálogo acerca de Dios, 
sino con Dios. 

Se sigue de aquí que la educación de los muchachos en la 
oración encuentra en la misma oración de grupo un momento 
privilegiado, no fácilmente digerible, ya que la Palabra exige 
siempre una respuesta inmediata. Es necesario, pues, concebir el 
tiempo de catequesis como una experiencia de fe, un tiempo de 
oración que va alternándose con el interrogar a la vida, escuchar 
la Palabra y responder al Señor. 

La oración entra en la conversación catequética no como un rito 
habitual del comienzo o del final, sin referencia a cuanto se va a 
decir o se ha dicho. 

Resultaría una actitud extemporánea, porque se vería privada de 
una relación inmediata con cuanto ha ocurrido o va a ocurrir en el 
encuentro con el Señor. 

En la catequesis la oración, en un cierto sentido, es siempre 
nueva, ya que nace de la confrontación de la vida con la novedad 
causada por la Palabra de Dios. 

Consiguientemente, asume diversas modulaciones y una riqueza 
de motivos que se expresan de manera espontánea en la 
conversación, durante la cual madura como una respuesta 
inmediata, con diversos acentos y matices que el catequista tiene 
que favorecer. 

­Se convierte en expresión de admiración ante todo lo que Dios 
ha llevado a cabo en medio de su pueblo. 
­Se transforma en invocación de ayuda para ser fieles a aquello 
que el Señor espera de cada uno de nosotros. 
-Es demanda de perdón, con profundo sentido de humildad por 
el pecado cometido. 
­Expresa agradecimiento y alegría por los beneficios recibidos. 

Es importante que la oración descubra toda la riqueza de sus 
posibilidades de respuesta a la Palabra de Dios y no degenere en 
formas rutinarias que ahoguen su espontaneidad. Pero procura en 
la catequesis no simplemente «hacer orar» a los muchachos, sino 
orar juntos, uniéndote físicamente a ellos. Porque te sitúas en el 
grupo y no delante de él. 

Cuando los muchachos amen la oración, habremos cumplido los 
educadores una de las obligaciones más importantes. Por eso, el tiempo 
que dediquemos a educar a los muchachos en la oración sera el mejor 
empleado: bastante más que el tiempo dedicado a instruirles y 
entretenerles» (San Juan Bosco). 

PARA LA ORACIÓN 
Haz de mi palabra un «sacramento» 
de tu amor que actúa en mí. 
Que sea siempre apacible. 
Que sea fácilmente paciente. 
Que sea en todo momento veraz. 
Que sea inequívocamente magnánima. 
Que sea «abierta» a todos 
porque, previamente, a todos esté abierto mi corazón. 
Concédeme estar presente antes de hablar. 
Escuchar antes de hablar. 
Hacer y no sólo hablar. 
Continuar después de haber hablado. 
Hazme «ser», 
por encima de cualquier posible y fácil «decir». Amén. 
(L. Quartieri)