ITINERARIOS DE FE PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DEL «MINISTRO DE LA PALABRA» 

SER CATEQUISTA HOY 3
por GAETANO GATTI 


III

EDUCADORES DE LOS HERMANOS
EN LA FE DE LA IGLESIA 


«LO QUE HEMOS VISTO Y OÍDO, 
OS LO ANUNCIAMOS TAMBIÉN A VOSOTROS, 
A FIN DE QUE TAMBIÉN VOSOTROS 
TENGÁIS COMUNIÓN CON NOSOTROS» (1 Jn 1,3) 

No sé, cuando te encuentras con tu grupo de catecismo, en qué 
términos te dirigirás a los muchachos, qué tipo de relaciones 
asumirás respecto a ellos. 
¿Hablas en primera persona?: «Voy a hablaros hoy....» ¿Te 
diriges individualmente al que te escucha?: «¿ Qué piensas tú 
acerca de esto ?». ¿O prefieres actuar de otro modo?: «Hoy 
vamos a tratar de descubrir....» «¿Qué opináis de esto...?». 
Todo esto no es algo marginal, ya que no se reduce a elegir 
simplemente un vocabulario o un lenguaje. 
Puede ser significativo de una mentalidad, de un estilo habitual 
de tu conversación catequética, que permite entrever actitudes 
interiores profundas. Dime qué lenguaje hablas en la catequesis y 
te diré cuál es tu idea acerca de ella, de Dios, de la Iglesia, de la 
fe, de los sacramentos... ¿Qué supone el simple cambio del 
singular al plural, del «yo» al «nosotros», de lo individual a lo 
comunitario? 
A simple vista, tal vez muy poco; pero en su interior puede estar 
en juego la imagen que tú tengas de la Palabra de Dios, el sentido 
de tu pertenencia a la comunidad cristiana, a cuyo servicio 
desempeñas el ministerio catequético y para cuyo desarrollo 
trabajas. 
No en vano, el apóstol Juan, al dirigirse a las primeras 
comunidades, prefiere servirse de un lenguaje que exprese la 
profunda solidaridad que une a quienes anuncian la Palabra y la 
comunión eclesial que ésta trata de promover en quienes la 
escuchan. Escribe Juan: «Lo que hemos visto y oído, os lo 
anunciamos también a vosotros, a fin de que también vosotros 
tengáis comunión con nosotros» (1 Jn 1,3). 


1. EL SERVICIO DE LA PALABRA, 
CORAZÓN DE LA VIDA DE LA IGLESIA 
Ante un grupo de muchachos reunidos para el catecismo, 
puedes tener la impresión de sentirte al margen de la acción de la 
Iglesia y de estar realizando un servicio periférico en relación a los 
grandes problemas que bullen en la comunidad cristiana. 
Existe el peligro de sentirse aislado o, por el contrario, de 
considerarse protagonista único y autor de todo cuanto ocurre en 
la catequesis. 
En un cierto sentido, no es el catequista el que anuncia la 
Palabra de Dios, sino la Iglesia a través de su ministerio. 
«Evangelizar no es nunca para nadie un acto individual y aislado, 
sino profundamente eclesial» (EN 60). 
El catequista no administra como algo propio la Palabra, sino 
que propone y testifica «un mensaje que el pueblo de Dios entero 
vive trepidante y alegremente» (RdC 166). En realidad, sólo la 
Iglesia conserva para si misma el recuerdo total de Cristo, razón 
por la cual el anuncio de la Palabra es una competencia que le 
incumbe como comunidad que es, constituida por diversos 
ministerios convergentes y complementarios. 
A través de ellos, la Iglesia, bajo la dirección del Espíritu, se 
percata cada vez mas de la riqueza de los significados de la 
Palabra que hay que transmitir a las nuevas generaciones. El 
papel ministerial del catequista consiste, ante todo, en sintonizar la 
frecuencia de este servicio de actualización, a fin de transmitir a los 
muchachos de hoy la auténtica Palabra de la Iglesia.
Tu servicio, por consiguiente, hay que situarlo en la totalidad del 
ministerio de la comunidad cristiana, no como la parte de un todo, 
sino como un momento expresivo de su realizarse y de su hacerse 
presente en el grupo de los muchachos. Es una exigencia 
intrínseca a la naturaleza misma de la Palabra, que sitúa al 
catequista en el corazón de la Iglesia, allí donde ésta nace, crece y 
se desarrolla. 

Esto presupone que actúa no a causa de una misión que él se ha 
arrogado, ni en virtud de una inspiración personal, sino en unión con la 
misión de la Iglesia y en nombre de la misma» (EN 60). 

Un ministerio vital 
Tu vocación hunde sus raíces en la misión de la Iglesia que, por 
su misma naturaleza, es toda ella catequista (Cf. EN 59; RdC 
12,182). Ejercitas, por tanto, un ministerio esencial para la vida de 
la comunidad cristiana, es decir, el anuncio y la transmisión de la 
Palabra, sin la que dejaría de existir la Iglesia, que es una 
comunidad de hombres reunidos y convertidos por la escucha de 
la Palabra. 
La vida de la Iglesia está efectivamente suspendida del 
ministerio de la Palabra, palpita con su mismo ritmo, como resulta 
evidente de la lectura de los Hechos de los Apóstoles (Hech 1,5; 
2,4.13; etc.). En la comunidad cristiana todo comienza con la 
Palabra. «Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación 
tiene lugar por medio de la Palabra» (Rm 10,17). 
El cristianismo no es tanto la religión del libro cuanto de la 
Palabra, de una Palabra que convoca y construye el pueblo de 
Dios como comunidad viviente en el Espíritu del Señor resucitado. 

La experiencia de que la catequesis es una ley de vida para la 
Iglesia es profunda en el apóstol Pablo: «Cristo no me confió la 
misión de bautizar, sino la de anunciar el evangelio» (1 Cor 1,17). 
En consecuencia exclama: «¡Ay de mi si no predicara el 
evangelio!» (1 Cor 9,16). 
Es importante para el catequista: 
­sentirse portavoz consciente de la Iglesia, de cuya experiencia 
de fe deriva la seguridad para el catequista» (RdC 185); 
­conseguir madurar en un profundo sentido de pertenencia a la 
propia comunidad, la cual reconoce en el catequista el don de la 
Palabra; 
­responder con la fidelidad a la confianza que la Iglesia ha 
depositado en él y a las atenciones que ella misma le dispensa. 

Es seguro que la Iglesia está contigo y te acompaña en tu 
ministerio, porque ve en él un servicio vital para su crecimiento 

Los catequistas son siempre testigos de la Iglesia, que les envía a ser 
su ' voz' entre los niños» (ICF 88). 

«Para la edificación del cuerpo de Cristo». (Ef 4,12) 
La actitud típica del cristiano, por voluntad y por el testimonio de 
Jesús, se identifica con el servir. Efectivamente, «el Hijo del 
hombre no ha venido para ser servido, sino para servir» (Mc 
10,45). En la actualidad Jesús considera referidas a sí mismo 
todas las formas de atención, de bondad y de generosidad que 
cada uno de nosotros tiene para con aquellos que están cerca de 
él. «En verdad os digo: todo lo que hicisteis con el más pequeño 
de mis hermanos, conmigo lo hicisteis>, (Mt 25,40). 
Como catequista no te limitas a encontrarte con Cristo, presente 
en tus muchachos, y a ofrecerle algo, sino que permites con tu 
palabra que ellos crezcan en su amor para construir en la 
comunión recíproca su cuerpo, que es la Iglesia. 
Es un servir mas directamente al Señor en aquellos que son 
«pobres», en significados cristianos para su propia vida y 
dispuestos como niños a aceptar nuevas perspectivas para su 
existencia, ya que tienen hambre y sed de justicia en la búsqueda 
de Dios. 

«Hay quien es pobre de verdad, de amor, de esperanza; quien es 
ignorante o anda extraviado, dubitativo o lejano; y hay hasta quien ignora 
que sufre por la falta de un bien superior. (RdC 126). 

El ministerio catequético es uno de los modos más eficaces de 
proclamar y extender el amor de Cristo y, por consiguiente, de 
hacer madurar la comunión eclesial. En el evangelio te está 
garantizada una gran recompensa: «El que practicare y enseñare 
(los mandamientos), éste sera grande en el reino de los cielos» (Mt 
5,19). 
Tu ministerio es, por lo tanto, un servicio orientado a reconocer y 
reconstruir, en términos de relaciones más que de simples 
informaciones, la unidad en Cristo bajo la diversidad y la 
multiplicidad de sus miembros, de lo cual el grupo de muchachos 
es una primera e inmediata expresión. 

Una Iglesia que se engendra en la Palabra 
La tarea del catequista es algo tan intimo y profundo que se 
convierte en un modo privilegiado de participar en la función vital 
de la comunidad cristiana que, con la Palabra y los sacramentos, 
engendra a los hijos de Dios 
La Iglesia entera, con diversos «roles» y competencias, ejerce 
una función materna que compartes tú mediante el anuncio de la 
Palabra y el ministerio de la acogida, que ejercitas cada vez que te 
encuentras con tus muchachos en la catequesis. 
De la Palabra es de donde nacen los hijos de Dios (Jn 1,12) y 
crecen hacia la madurez (Ef 4,13). 
«El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, 
tiene la vida eterna... ha pasado de la muerte a la vida» (Jn 5,24). 
Al catequista se le exige, por lo tanto, un amor fiel y constante a la 
Iglesia. 

«Atento siempre a las posibilidades de los fieles, se presenta como un 
miembro responsable de la comunidad local, a la que da muestras de 
conocer y amar, con el espíritu abierto a toda la Iglesia universal... Sus 
palabras no tratan de encubrir las debilidades de la Iglesia, sino que 
llevan a comprenderlas con caridad y a superarlas generosamente» (RdC 
166). 

2. COMPARTIR JUNTOS 
LA IDÉNTICA MISIÓN DE LA IGLESIA 
El vinculo de comunión eclesial, que une a los catequistas entre 
si en el desempeño del ministerio de la Palabra, deriva del 
compartir solidariamente la idéntica misión evangelizadora de la 
Iglesia. Tal comunión es don del Espíritu que hay que reconocer y 
en el que tienes que reconocerte, en el convencimiento y en la 
certeza de que nunca te será posible vivirla plenamente. 
En realidad, a fin de salvaguardar la comunión eclesial, el 
catequista sacrifica las propias preferencias, los gustos 
personales, las perspectivas parciales y un tipo de intervención a 
veces individualista en relación con los muchachos, para 
establecer relaciones de comunión y de acuerdo con todos 
aquellos que actúan en la educación de la fe. 
Aun cuando te encuentres comprometido en un sector 
especifico, no puedes desatender cuanto ocurre en otras 
instancias educativas cristianas. Debes poder hacer algo también 
por los demás, con objeto de adquirir juntos la conciencia de 
crecer como Iglesia. 

«Ningún evangelizador es señor absoluto de la propia acción 
evangelizadora, ni está dotado de poderes discrecionales para 
desplegarla según criterios y perspectivas individualistas, sino que debe 
hacerlo en comunión con la Iglesia y con sus pastores. (EN 60). 

La solidaridad eclesIal 
El servicio de la Palabra, por su propia naturaleza, exige la 
dependencia de los otros ministerios. Ordenados: obispos, 
sacerdotes, diáconos; Instituidos: lectorado, acolitado; ministerios 
de hecho, es decir, aquellos que concretamente se ejercitan en la 
comunidad (cf. EM 5067). 
No es una colaboración que nazca de un acuerdo programático, 
sino de un profundo sentido de solidaridad eclesial, de la que 
deriva para el catequista la humilde conciencia de sentirse, en la 
iglesia local, como una presencia necesaria, pero no exclusiva. 

Los educadores deben, ante todo, conocerse, estimarse, estudiar 
juntos. Aceptan el ámbito de acción de las estructuras en las que 
actúan, pero asumen solidariamente la responsabilidad de una educación 
plena« (RdC 159). 
De lo dicho se desprenden algunas observaciones: 
­El sentido de complementariedad y de interdependencia de los 
ministerios se expresa en el respeto y en la estima de la 
originalidad de cada uno de los servicios y de su variedad, en 
cuanto que proceden del Espíritu, que los distribuye en la Iglesia 
para el bien de todos. 
­La corresponsabilidad eclesial del catequista se traduce 
concretamente en el establecimiento de relaciones intensas con 
los sacerdotes, religiosos y demás educadores, entre los que se 
encuentran particularmente los padres de los muchachos; con los 
diversos grupos que actúan en la comunidad a nivel asistencial, 
recreativo, litúrgico, etc. Resulta urgente la colaboración con el 
consejo pastoral de la parroquia y con los demás organismos 
representativos, a fin de verificar la correlación de la propia tarea 
con la reflexión de la comunidad. 

Por otra parte, los catequistas, «dado que actúan en nombre de 
la Iglesia, deben sentirse apoyados por la estima, la colaboración y 
la oración de la comunidad entera» (RdC 1 84). 
Si actuasen en solitario, tendrían una responsabilidad superior a 
sus fuerzas. 

La vida de comunión entre los catequistas 
Los catequistas viven una experiencia de vida de comunión 
eclesial al constituirse en grupo, donde establecen vínculos de 
amistad con los sacerdotes, con los otros catequistas, con los 
religiosos y con los padres comprometidos. 
La motivación profunda del hecho asociativo deriva de la 
Palabra de Dios que les convoca, y no simplemente del deseo de 
un intercambio de experiencias y de una ayuda recíproca. 
El encontrarse juntos es la primera respuesta de fe a la Palabra 
que une en la caridad mutua. Es un obedecer a Dios y un 
realizarse como signo de comunión para dirigirse, en nombre de la 
Iglesia, a los muchachos. 
El grupo es el lugar en el que la voz del catequista asume mejor 
el eco eclesial en la meditación y en la oración comunitaria. Se 
trata de una exigencia implícita en la Palabra, que es escuchada a 
una con los demás, para anunciarla en comunión recíproca, aun 
cuando se dé una subdivisión material en grupos diferentes. 
En el grupo los catequistas no asumen nunca la actitud de 
«intelectuales» o de «estudiosos» que discuten acerca de la 
Palabra de Dios, sino más bien la de personas que tratan de 
convertirse y descubrir en la fe la presencia del Señor en medio de 
ellos, a fin de vivir en comunión con él. «Donde se hallan dos o 
tres reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos» (Mt 
18,20). 
El sentido de la colaboración, incluso pedagógica, deriva de la 
Palabra de Dios, que hace solidarios a catequistas jóvenes y 
mayores, capaces de comprender las diversas mentalidades, de 
ayudarse recíprocamente y de apoyarse en las diversas iniciativas. 

El grupo de los catequistas es, ante todo y siempre, una realidad 
de fe y no sólo un instrumento de intercambio con miras a una 
adecuada comunicación didáctica del mensaje cristiano.

Eco fiel de la iglesia local 
El catequista desempeña su ministerio dentro del marco de la 
acción pastoral de una comunidad cristiana perfectamente 
concreta, ubicada y viviente, que se ofrece a los muchachos como 
lugar en el que la Palabra de Dios se hace visible y creíble. 
En este sentido es el portador, dentro de su grupo de 
catequesis, del eco de todas las resonancias eclesiales en 
comunión con el Papa, el obispo, el párroco y sus colaboradores. 
Tu servicio se sitúa, pues, dentro de las normas diocesanas y en 
colaboración con los sacerdotes de la parroquia. 

Hermano seglar, cuando en tu reducida parroquia, en tu grupo de 
muchachos, asumes el servicio de catequista y casi te sientes aislado, 
piensa que tu misión guarda una analogía con el celebrante de la 
Eucaristía; al igual que el, continúas la obra del Señor, pero no eres ni un 
delegado de poderes humanos que residan en otra parte, ni el 
representante permanente de una comunidad lejana. Tú, en realidad, en 
modo alguno procedes de la comunidad, sino que mas bien eres la 
comunidad, constituida por sacerdotes, religiosos y seglares unidos en 
Cristo y colaboradores en diversos servicios; eres tu comunidad, que en 
ti toma la palabra para hacer participe de la pascua del Señor a otra 
criatura. Y esta comunidad pascual que es la Iglesia te acompaña de 
verdad, tú lo sabes; es para ti, más que cercana, intima; y se hace 
presente en sus diversos rasgos, incluso visiblemente, cuando entra en 
tu vida y en tu servicio con todas sus dimensiones de comunidad 
diocesana, universal, parroquial, familiar e incluso con todas las 
dimensiones comunitarias no eclesiales de los hombres de tu tiempo. 
(Mons. Alberto Ablondi).

Se te pide, por consiguiente, el compromiso de una continua 
actualización y una profunda sensibilidad pastoral, a fin de que tu 
palabra se halle en plena armonía con el plan educativo de tu 
iglesia local. 
Dado que evangelizar es siempre un acto profundamente 
eclesial, es indispensable «una profunda sintonía de los 
catequistas con el obispo, pastor, maestro y guía de la iglesia 
local, garante y custodio de la fe, signo de unidad en el pueblo de 
Dios» (ICF 88) 


3. PROMOVER LA COMUNIÓN ECLESIAL 
EN EL AMOR DEL ESPÍRITU 
La comunión eclesial acompaña siempre al servicio de la Palabra 
y se realiza concretamente en el modo de hacer la catequesis, de 
encontrarse con los muchachos, de establecer relaciones con sus 
padres y con la iglesia local. 
Con tu ministerio suscitas una respuesta de fe al Espíritu, que 
invita a tus muchachos a vivir ya una experiencia de iglesia en el 
ámbito del grupo. En realidad, eres tú quien los educas en la fe, la 
esperanza y la caridad de la Iglesia, que se viven conjuntamente 
en la fraternidad del Señor resucitado. 

La Iglesia que nace en el grupo de los muchachos 
C-CRA/ORIGEN: Lo que origina la Iglesia, siempre que hay 
personas que se congregan a la escucha para convertirse en 
comunidad de creyentes, es la Palabra de Dios. En el grupo de 
catequesis la amistad, la simpatía, los vínculos de vecindad, la 
pertenencia a la misma clase escolar, son criterios secundarios 
que sólo adquieren valor dentro de una experiencia de fe 
La comunidad eclesial, en realidad, no es una conquista 
humana, por más que requiera nuestra colaboración, sino que por 
encima de todo es un don del Espíritu Santo que hay que 
descubrir en la escucha de la Palabra, más que en la intimidad de 
unas relaciones humanas satisfactorias y gratificantes. Más aún, 
estas últimas pueden llegar a constituir un obstáculo en algunos 
casos. El catequista, por lo tanto, extiende la comunión eclesial 
cuando está atento a crear solidaridad en torno a la Palabra de 
Dios que él mismo anuncia, porque sólo de ella dimana la 
originalidad del «estar-juntos» cristiano, que se fundamenta en la 
fraternidad en el Señor resucitado. 
Las experiencias de participación promovidas por la dinámica de 
grupo exigen ser interpretadas a la luz de las motivaciones de fe; 
de lo contrario corren el peligro de favorecer tan sólo formas de 
colaboración de tipo humanitario De aquí se siguen algunas 
reflexiones: 
­El reunirse los muchachos en la catequesis no debe resultarles 
una exigencia didáctica, porque, ante todo, es una respuesta de fe 
al Padre, que nos llama a escuchar juntos la Palabra para crecer 
en el amor del Espíritu. 
­El grupo se convierte en lugar revelador de la Palabra, por 
consiguiente «pequeña iglesia», dado que los muchachos hacen 
comunión en torno a las reacciones que el Señor suscita en ellos, 
compartiéndolas, a fin de madurar las opciones de fe comunitarias. 

­Los muchachos se constituyen en pequeña comunidad 
ministerial cuyo primer servicio se verifica dentro del mismo grupo, 
para expresarse después exteriormente a través de actividades de 
caridad. 

Existe en la catequesis el peligro de promover tan solo el «hacer 
juntos», con una dispersión de compromisos que no nace del 
cristiano «estar juntos» en la fraternidad del Señor resucitado, 
pero que ni siquiera lo favorece. 

La «iglesia doméstica» de los muchachos 
Los muchachos viven cada día en la «iglesia doméstica» (LG 
11), es decir, en su propia familia, constituida como tal por el 
sacramento del matrimonio. Debe estar persuadido de que Dios 
mismo ha constituido a los padres en los «primeros anunciadores 
de la fe para sus hijos» (LG 11; AA 11). No puedes, pues, despojar 
a un padre y a una madre de esta cualificación y tratar de 
sustituirles, sino brindarles tu colaboración en nombre de la 
comunidad cristiana. Se tiene a veces la impresión de que lo que 
ocurre es lo contrario, es decir, que eres tú quien reclama la 
colaboración de la familia para que tenga éxito tu servicio 
catequético. Esto es volver del revés el plan de Dios. En realidad, 
existe un servicio relacionado con el anuncio de la Palabra y que 
hoy día es objeto de particular atención: la promoción de la 
vocación educativa de la familia de los muchachos a los que te 
diriges (cf. RdC 151-152; ESM 104; EN 71; EM 74).
Ignorar esta realidad de la Iglesia o, cuando menos, 
infravalorarla, equivale a situarse al margen de la comunidad 
cristiana y a comprometer seriamente la dimensión eclesial de la 
catequesis. 

«La familia es célula de la Iglesia, y quien hace la catequesis sin la 
familia o fuera de ella, ¿acaso no esta separándose de la Iglesia, en 
tanto en cuanto que ésta se realiza propia y auténticamente al nivel 
familiar?» (J. Vimort). 

El diálogo con los padres tiene su origen en una mirada de fe 
que ve en la familia a la «iglesia doméstica» que anuncia el pacto 
de alianza, de amor, de fidelidad del Señor para con toda persona 
(cf. Ef 5,32). Por tal motivo el catequista intensifica las relaciones y 
los encuentros con los padres con un gran sentido de esperanza 
en la gracia que el sacramento del matrimonio ha concedido a todo 
padre y a toda madre. El catequista 
­busca todas las ocasiones, y hasta acierta a inventarlas, para 
hablar con los padres acerca de sus hijos y para visitarles en sus 
propias casas; 
­participa con sentido de responsabilidad y con espíritu de 
servicio, hasta el límite de sus posibilidades, en los problemas 
educativos, a fin de solidarizarse con las preocupaciones de la 
familia; 
­compromete a los padres en el diálogo de fe con sus hijos, 
organizando encuentros y celebraciones familiares donde se 
reúnen los hijos con padres y madres. 

Es evidente que colaborar con los padres es una exigencia de 
fe que se deriva de la comunión eclesial y no algo simplemente 
aconsejado por la eficacia que pueda suponer el llegar a un 
entendimiento. 

La Iglesia que se reúne en asamblea 
El catequista lleva a cabo una auténtica labor de Iglesia cuando 
acierta a hacer que su palabra confluya hacia el momento 
culminante de la vida de la comunidad cristiana, es decir, hacia la 
celebración de la Eucaristía. 
De hecho, en cada encuentro preparas a los muchachos a vivir 
plenamente la participación en la asamblea del pueblo de Dios que 
se congrega en torno al altar para sentirse, con Cristo, familia del 
Padre reunida por el amor del Espíritu. No en vano los ministerios 
actualmente instituidos, el lectorado y el acolitado, hacen 
referencia al libro y al altar, es decir, a la celebración de la Palabra 
y del sacramento del cuerpo y la sangre del Señor. En cuanto al 
lectorado, se afirma en particular: 

«Su función es la de proclamar la Palabra de Dios en la asamblea 
litúrgica, esforzarse por educar en la fe a los niños y a los adultos, 
prepararles a recibir dignamente los sacramentos. (EM 64). 

Es, por tanto, un servicio de la Palabra que procede de la 
asamblea eucarística y converge hacia ella, como debe ser 
también el ministerio del catequista. 
De hecho, con tu servicio educas a los muchachos y les 
preparas a descubrir las maravillosas obras realizadas por el 
Señor, a fin de alabarle en las asambleas litúrgicas. 
De esta manera, el catequista «ayuda en sus funciones al 
ministerio ordenado y contribuye así, por su parte, a la formación 
de la comunidad cristiana en el trabajo de su incesante fundación, 
crecimiento y misión» (EM 68) 
La intensidad de tu experiencia de vida eucarística es la que 
comunica a la palabra esta dimensión litúrgica que hace de tu 
anuncio algo genuinamente eclesial. 

PARA LA ORACIÓN 
Te doy gracias, Señor, por haberme admitido, 
a través del bautismo, en tu Iglesia.
Sin mérito alguno por mi parte, 
he conocido siempre su solicitud y su ternura.
A ella debo el privilegio de conocerte y de amarte, 
de participar en la misa y en los sacramentos.
Ella me recuerda tu voluntad, 
me solicita y me llama a una vida más bella y generosa.
Ilumina mi camino, 
amplía mis horizontes 
y fortifica mi voluntad. 
Por esto me uno de todo corazón 
a los demás cristianos para llamarla 
Iglesia santa, madre nuestra; 
y te pido la gracia de conocer 
cada vez mejor sus enseñanzas 
y de serle fiel en el tiempo con todo mi ser.
(Lelotte) 

GAETANO GATTI
SER CATEQUISTA HOY
Itinerario de fe para la formación espiritual
del "Ministro de la Palabra"
SAL-TERRAE Santander-1981.Págs. 37-66