ITINERARIOS DE FE PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DEL «MINISTRO DE LA PALABRA»
SER CATEQUISTA HOY
3
por GAETANO GATTI
III
EDUCADORES DE LOS HERMANOS
EN LA FE DE LA IGLESIA
«LO QUE HEMOS VISTO Y OÍDO,
OS LO ANUNCIAMOS TAMBIÉN A VOSOTROS,
A FIN DE QUE TAMBIÉN VOSOTROS
TENGÁIS COMUNIÓN CON NOSOTROS» (1 Jn 1,3)
No sé, cuando te encuentras con tu grupo de catecismo, en qué
términos te dirigirás a los muchachos, qué tipo de relaciones
asumirás respecto a ellos.
¿Hablas en primera persona?: «Voy a hablaros hoy....» ¿Te
diriges individualmente al que te escucha?: «¿ Qué piensas tú
acerca de esto ?». ¿O prefieres actuar de otro modo?: «Hoy
vamos a tratar de descubrir....» «¿Qué opináis de esto...?».
Todo esto no es algo marginal, ya que no se reduce a elegir
simplemente un vocabulario o un lenguaje.
Puede ser significativo de una mentalidad, de un estilo habitual
de tu conversación catequética, que permite entrever actitudes
interiores profundas. Dime qué lenguaje hablas en la catequesis y
te diré cuál es tu idea acerca de ella, de Dios, de la Iglesia, de la
fe, de los sacramentos... ¿Qué supone el simple cambio del
singular al plural, del «yo» al «nosotros», de lo individual a lo
comunitario?
A simple vista, tal vez muy poco; pero en su interior puede estar
en juego la imagen que tú tengas de la Palabra de Dios, el sentido
de tu pertenencia a la comunidad cristiana, a cuyo servicio
desempeñas el ministerio catequético y para cuyo desarrollo
trabajas.
No en vano, el apóstol Juan, al dirigirse a las primeras
comunidades, prefiere servirse de un lenguaje que exprese la
profunda solidaridad que une a quienes anuncian la Palabra y la
comunión eclesial que ésta trata de promover en quienes la
escuchan. Escribe Juan: «Lo que hemos visto y oído, os lo
anunciamos también a vosotros, a fin de que también vosotros
tengáis comunión con nosotros» (1 Jn 1,3).
1. EL SERVICIO DE LA PALABRA,
CORAZÓN DE LA VIDA DE LA IGLESIA
Ante un grupo de muchachos reunidos para el catecismo,
puedes tener la impresión de sentirte al margen de la acción de la
Iglesia y de estar realizando un servicio periférico en relación a los
grandes problemas que bullen en la comunidad cristiana.
Existe el peligro de sentirse aislado o, por el contrario, de
considerarse protagonista único y autor de todo cuanto ocurre en
la catequesis.
En un cierto sentido, no es el catequista el que anuncia la
Palabra de Dios, sino la Iglesia a través de su ministerio.
«Evangelizar no es nunca para nadie un acto individual y aislado,
sino profundamente eclesial» (EN 60).
El catequista no administra como algo propio la Palabra, sino
que propone y testifica «un mensaje que el pueblo de Dios entero
vive trepidante y alegremente» (RdC 166). En realidad, sólo la
Iglesia conserva para si misma el recuerdo total de Cristo, razón
por la cual el anuncio de la Palabra es una competencia que le
incumbe como comunidad que es, constituida por diversos
ministerios convergentes y complementarios.
A través de ellos, la Iglesia, bajo la dirección del Espíritu, se
percata cada vez mas de la riqueza de los significados de la
Palabra que hay que transmitir a las nuevas generaciones. El
papel ministerial del catequista consiste, ante todo, en sintonizar la
frecuencia de este servicio de actualización, a fin de transmitir a los
muchachos de hoy la auténtica Palabra de la Iglesia.
Tu servicio, por consiguiente, hay que situarlo en la totalidad del
ministerio de la comunidad cristiana, no como la parte de un todo,
sino como un momento expresivo de su realizarse y de su hacerse
presente en el grupo de los muchachos. Es una exigencia
intrínseca a la naturaleza misma de la Palabra, que sitúa al
catequista en el corazón de la Iglesia, allí donde ésta nace, crece y
se desarrolla.
Esto presupone que actúa no a causa de una misión que él se ha
arrogado, ni en virtud de una inspiración personal, sino en unión con la
misión de la Iglesia y en nombre de la misma» (EN 60).
Un ministerio vital
Tu vocación hunde sus raíces en la misión de la Iglesia que, por
su misma naturaleza, es toda ella catequista (Cf. EN 59; RdC
12,182). Ejercitas, por tanto, un ministerio esencial para la vida de
la comunidad cristiana, es decir, el anuncio y la transmisión de la
Palabra, sin la que dejaría de existir la Iglesia, que es una
comunidad de hombres reunidos y convertidos por la escucha de
la Palabra.
La vida de la Iglesia está efectivamente suspendida del
ministerio de la Palabra, palpita con su mismo ritmo, como resulta
evidente de la lectura de los Hechos de los Apóstoles (Hech 1,5;
2,4.13; etc.). En la comunidad cristiana todo comienza con la
Palabra. «Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación
tiene lugar por medio de la Palabra» (Rm 10,17).
El cristianismo no es tanto la religión del libro cuanto de la
Palabra, de una Palabra que convoca y construye el pueblo de
Dios como comunidad viviente en el Espíritu del Señor resucitado.
La experiencia de que la catequesis es una ley de vida para la
Iglesia es profunda en el apóstol Pablo: «Cristo no me confió la
misión de bautizar, sino la de anunciar el evangelio» (1 Cor 1,17).
En consecuencia exclama: «¡Ay de mi si no predicara el
evangelio!» (1 Cor 9,16).
Es importante para el catequista:
sentirse portavoz consciente de la Iglesia, de cuya experiencia
de fe deriva la seguridad para el catequista» (RdC 185);
conseguir madurar en un profundo sentido de pertenencia a la
propia comunidad, la cual reconoce en el catequista el don de la
Palabra;
responder con la fidelidad a la confianza que la Iglesia ha
depositado en él y a las atenciones que ella misma le dispensa.
Es seguro que la Iglesia está contigo y te acompaña en tu
ministerio, porque ve en él un servicio vital para su crecimiento
Los catequistas son siempre testigos de la Iglesia, que les envía a ser
su ' voz' entre los niños» (ICF 88).
«Para la edificación del cuerpo de Cristo». (Ef 4,12)
La actitud típica del cristiano, por voluntad y por el testimonio de
Jesús, se identifica con el servir. Efectivamente, «el Hijo del
hombre no ha venido para ser servido, sino para servir» (Mc
10,45). En la actualidad Jesús considera referidas a sí mismo
todas las formas de atención, de bondad y de generosidad que
cada uno de nosotros tiene para con aquellos que están cerca de
él. «En verdad os digo: todo lo que hicisteis con el más pequeño
de mis hermanos, conmigo lo hicisteis>, (Mt 25,40).
Como catequista no te limitas a encontrarte con Cristo, presente
en tus muchachos, y a ofrecerle algo, sino que permites con tu
palabra que ellos crezcan en su amor para construir en la
comunión recíproca su cuerpo, que es la Iglesia.
Es un servir mas directamente al Señor en aquellos que son
«pobres», en significados cristianos para su propia vida y
dispuestos como niños a aceptar nuevas perspectivas para su
existencia, ya que tienen hambre y sed de justicia en la búsqueda
de Dios.
«Hay quien es pobre de verdad, de amor, de esperanza; quien es
ignorante o anda extraviado, dubitativo o lejano; y hay hasta quien ignora
que sufre por la falta de un bien superior. (RdC 126).
El ministerio catequético es uno de los modos más eficaces de
proclamar y extender el amor de Cristo y, por consiguiente, de
hacer madurar la comunión eclesial. En el evangelio te está
garantizada una gran recompensa: «El que practicare y enseñare
(los mandamientos), éste sera grande en el reino de los cielos» (Mt
5,19).
Tu ministerio es, por lo tanto, un servicio orientado a reconocer y
reconstruir, en términos de relaciones más que de simples
informaciones, la unidad en Cristo bajo la diversidad y la
multiplicidad de sus miembros, de lo cual el grupo de muchachos
es una primera e inmediata expresión.
Una Iglesia que se engendra en la Palabra
La tarea del catequista es algo tan intimo y profundo que se
convierte en un modo privilegiado de participar en la función vital
de la comunidad cristiana que, con la Palabra y los sacramentos,
engendra a los hijos de Dios
La Iglesia entera, con diversos «roles» y competencias, ejerce
una función materna que compartes tú mediante el anuncio de la
Palabra y el ministerio de la acogida, que ejercitas cada vez que te
encuentras con tus muchachos en la catequesis.
De la Palabra es de donde nacen los hijos de Dios (Jn 1,12) y
crecen hacia la madurez (Ef 4,13).
«El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado,
tiene la vida eterna... ha pasado de la muerte a la vida» (Jn 5,24).
Al catequista se le exige, por lo tanto, un amor fiel y constante a la
Iglesia.
«Atento siempre a las posibilidades de los fieles, se presenta como un
miembro responsable de la comunidad local, a la que da muestras de
conocer y amar, con el espíritu abierto a toda la Iglesia universal... Sus
palabras no tratan de encubrir las debilidades de la Iglesia, sino que
llevan a comprenderlas con caridad y a superarlas generosamente» (RdC
166).
2. COMPARTIR JUNTOS
LA IDÉNTICA MISIÓN DE LA IGLESIA
El vinculo de comunión eclesial, que une a los catequistas entre
si en el desempeño del ministerio de la Palabra, deriva del
compartir solidariamente la idéntica misión evangelizadora de la
Iglesia. Tal comunión es don del Espíritu que hay que reconocer y
en el que tienes que reconocerte, en el convencimiento y en la
certeza de que nunca te será posible vivirla plenamente.
En realidad, a fin de salvaguardar la comunión eclesial, el
catequista sacrifica las propias preferencias, los gustos
personales, las perspectivas parciales y un tipo de intervención a
veces individualista en relación con los muchachos, para
establecer relaciones de comunión y de acuerdo con todos
aquellos que actúan en la educación de la fe.
Aun cuando te encuentres comprometido en un sector
especifico, no puedes desatender cuanto ocurre en otras
instancias educativas cristianas. Debes poder hacer algo también
por los demás, con objeto de adquirir juntos la conciencia de
crecer como Iglesia.
«Ningún evangelizador es señor absoluto de la propia acción
evangelizadora, ni está dotado de poderes discrecionales para
desplegarla según criterios y perspectivas individualistas, sino que debe
hacerlo en comunión con la Iglesia y con sus pastores. (EN 60).
La solidaridad eclesIal
El servicio de la Palabra, por su propia naturaleza, exige la
dependencia de los otros ministerios. Ordenados: obispos,
sacerdotes, diáconos; Instituidos: lectorado, acolitado; ministerios
de hecho, es decir, aquellos que concretamente se ejercitan en la
comunidad (cf. EM 5067).
No es una colaboración que nazca de un acuerdo programático,
sino de un profundo sentido de solidaridad eclesial, de la que
deriva para el catequista la humilde conciencia de sentirse, en la
iglesia local, como una presencia necesaria, pero no exclusiva.
Los educadores deben, ante todo, conocerse, estimarse, estudiar
juntos. Aceptan el ámbito de acción de las estructuras en las que
actúan, pero asumen solidariamente la responsabilidad de una educación
plena« (RdC 159).
De lo dicho se desprenden algunas observaciones:
El sentido de complementariedad y de interdependencia de los
ministerios se expresa en el respeto y en la estima de la
originalidad de cada uno de los servicios y de su variedad, en
cuanto que proceden del Espíritu, que los distribuye en la Iglesia
para el bien de todos.
La corresponsabilidad eclesial del catequista se traduce
concretamente en el establecimiento de relaciones intensas con
los sacerdotes, religiosos y demás educadores, entre los que se
encuentran particularmente los padres de los muchachos; con los
diversos grupos que actúan en la comunidad a nivel asistencial,
recreativo, litúrgico, etc. Resulta urgente la colaboración con el
consejo pastoral de la parroquia y con los demás organismos
representativos, a fin de verificar la correlación de la propia tarea
con la reflexión de la comunidad.
Por otra parte, los catequistas, «dado que actúan en nombre de
la Iglesia, deben sentirse apoyados por la estima, la colaboración y
la oración de la comunidad entera» (RdC 1 84).
Si actuasen en solitario, tendrían una responsabilidad superior a
sus fuerzas.
La vida de comunión entre los catequistas
Los catequistas viven una experiencia de vida de comunión
eclesial al constituirse en grupo, donde establecen vínculos de
amistad con los sacerdotes, con los otros catequistas, con los
religiosos y con los padres comprometidos.
La motivación profunda del hecho asociativo deriva de la
Palabra de Dios que les convoca, y no simplemente del deseo de
un intercambio de experiencias y de una ayuda recíproca.
El encontrarse juntos es la primera respuesta de fe a la Palabra
que une en la caridad mutua. Es un obedecer a Dios y un
realizarse como signo de comunión para dirigirse, en nombre de la
Iglesia, a los muchachos.
El grupo es el lugar en el que la voz del catequista asume mejor
el eco eclesial en la meditación y en la oración comunitaria. Se
trata de una exigencia implícita en la Palabra, que es escuchada a
una con los demás, para anunciarla en comunión recíproca, aun
cuando se dé una subdivisión material en grupos diferentes.
En el grupo los catequistas no asumen nunca la actitud de
«intelectuales» o de «estudiosos» que discuten acerca de la
Palabra de Dios, sino más bien la de personas que tratan de
convertirse y descubrir en la fe la presencia del Señor en medio de
ellos, a fin de vivir en comunión con él. «Donde se hallan dos o
tres reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos» (Mt
18,20).
El sentido de la colaboración, incluso pedagógica, deriva de la
Palabra de Dios, que hace solidarios a catequistas jóvenes y
mayores, capaces de comprender las diversas mentalidades, de
ayudarse recíprocamente y de apoyarse en las diversas iniciativas.
El grupo de los catequistas es, ante todo y siempre, una realidad
de fe y no sólo un instrumento de intercambio con miras a una
adecuada comunicación didáctica del mensaje cristiano.
Eco fiel de la iglesia local
El catequista desempeña su ministerio dentro del marco de la
acción pastoral de una comunidad cristiana perfectamente
concreta, ubicada y viviente, que se ofrece a los muchachos como
lugar en el que la Palabra de Dios se hace visible y creíble.
En este sentido es el portador, dentro de su grupo de
catequesis, del eco de todas las resonancias eclesiales en
comunión con el Papa, el obispo, el párroco y sus colaboradores.
Tu servicio se sitúa, pues, dentro de las normas diocesanas y en
colaboración con los sacerdotes de la parroquia.
Hermano seglar, cuando en tu reducida parroquia, en tu grupo de
muchachos, asumes el servicio de catequista y casi te sientes aislado,
piensa que tu misión guarda una analogía con el celebrante de la
Eucaristía; al igual que el, continúas la obra del Señor, pero no eres ni un
delegado de poderes humanos que residan en otra parte, ni el
representante permanente de una comunidad lejana. Tú, en realidad, en
modo alguno procedes de la comunidad, sino que mas bien eres la
comunidad, constituida por sacerdotes, religiosos y seglares unidos en
Cristo y colaboradores en diversos servicios; eres tu comunidad, que en
ti toma la palabra para hacer participe de la pascua del Señor a otra
criatura. Y esta comunidad pascual que es la Iglesia te acompaña de
verdad, tú lo sabes; es para ti, más que cercana, intima; y se hace
presente en sus diversos rasgos, incluso visiblemente, cuando entra en
tu vida y en tu servicio con todas sus dimensiones de comunidad
diocesana, universal, parroquial, familiar e incluso con todas las
dimensiones comunitarias no eclesiales de los hombres de tu tiempo.
(Mons. Alberto Ablondi).
Se te pide, por consiguiente, el compromiso de una continua
actualización y una profunda sensibilidad pastoral, a fin de que tu
palabra se halle en plena armonía con el plan educativo de tu
iglesia local.
Dado que evangelizar es siempre un acto profundamente
eclesial, es indispensable «una profunda sintonía de los
catequistas con el obispo, pastor, maestro y guía de la iglesia
local, garante y custodio de la fe, signo de unidad en el pueblo de
Dios» (ICF 88)
3. PROMOVER LA COMUNIÓN ECLESIAL
EN EL AMOR DEL ESPÍRITU
La comunión eclesial acompaña siempre al servicio de la Palabra
y se realiza concretamente en el modo de hacer la catequesis, de
encontrarse con los muchachos, de establecer relaciones con sus
padres y con la iglesia local.
Con tu ministerio suscitas una respuesta de fe al Espíritu, que
invita a tus muchachos a vivir ya una experiencia de iglesia en el
ámbito del grupo. En realidad, eres tú quien los educas en la fe, la
esperanza y la caridad de la Iglesia, que se viven conjuntamente
en la fraternidad del Señor resucitado.
La Iglesia que nace en el grupo de los muchachos
C-CRA/ORIGEN: Lo que origina la Iglesia, siempre que hay
personas que se congregan a la escucha para convertirse en
comunidad de creyentes, es la Palabra de Dios. En el grupo de
catequesis la amistad, la simpatía, los vínculos de vecindad, la
pertenencia a la misma clase escolar, son criterios secundarios
que sólo adquieren valor dentro de una experiencia de fe
La comunidad eclesial, en realidad, no es una conquista
humana, por más que requiera nuestra colaboración, sino que por
encima de todo es un don del Espíritu Santo que hay que
descubrir en la escucha de la Palabra, más que en la intimidad de
unas relaciones humanas satisfactorias y gratificantes. Más aún,
estas últimas pueden llegar a constituir un obstáculo en algunos
casos. El catequista, por lo tanto, extiende la comunión eclesial
cuando está atento a crear solidaridad en torno a la Palabra de
Dios que él mismo anuncia, porque sólo de ella dimana la
originalidad del «estar-juntos» cristiano, que se fundamenta en la
fraternidad en el Señor resucitado.
Las experiencias de participación promovidas por la dinámica de
grupo exigen ser interpretadas a la luz de las motivaciones de fe;
de lo contrario corren el peligro de favorecer tan sólo formas de
colaboración de tipo humanitario De aquí se siguen algunas
reflexiones:
El reunirse los muchachos en la catequesis no debe resultarles
una exigencia didáctica, porque, ante todo, es una respuesta de fe
al Padre, que nos llama a escuchar juntos la Palabra para crecer
en el amor del Espíritu.
El grupo se convierte en lugar revelador de la Palabra, por
consiguiente «pequeña iglesia», dado que los muchachos hacen
comunión en torno a las reacciones que el Señor suscita en ellos,
compartiéndolas, a fin de madurar las opciones de fe comunitarias.
Los muchachos se constituyen en pequeña comunidad
ministerial cuyo primer servicio se verifica dentro del mismo grupo,
para expresarse después exteriormente a través de actividades de
caridad.
Existe en la catequesis el peligro de promover tan solo el «hacer
juntos», con una dispersión de compromisos que no nace del
cristiano «estar juntos» en la fraternidad del Señor resucitado,
pero que ni siquiera lo favorece.
La «iglesia doméstica» de los muchachos
Los muchachos viven cada día en la «iglesia doméstica» (LG
11), es decir, en su propia familia, constituida como tal por el
sacramento del matrimonio. Debe estar persuadido de que Dios
mismo ha constituido a los padres en los «primeros anunciadores
de la fe para sus hijos» (LG 11; AA 11). No puedes, pues, despojar
a un padre y a una madre de esta cualificación y tratar de
sustituirles, sino brindarles tu colaboración en nombre de la
comunidad cristiana. Se tiene a veces la impresión de que lo que
ocurre es lo contrario, es decir, que eres tú quien reclama la
colaboración de la familia para que tenga éxito tu servicio
catequético. Esto es volver del revés el plan de Dios. En realidad,
existe un servicio relacionado con el anuncio de la Palabra y que
hoy día es objeto de particular atención: la promoción de la
vocación educativa de la familia de los muchachos a los que te
diriges (cf. RdC 151-152; ESM 104; EN 71; EM 74).
Ignorar esta realidad de la Iglesia o, cuando menos,
infravalorarla, equivale a situarse al margen de la comunidad
cristiana y a comprometer seriamente la dimensión eclesial de la
catequesis.
«La familia es célula de la Iglesia, y quien hace la catequesis sin la
familia o fuera de ella, ¿acaso no esta separándose de la Iglesia, en
tanto en cuanto que ésta se realiza propia y auténticamente al nivel
familiar?» (J. Vimort).
El diálogo con los padres tiene su origen en una mirada de fe
que ve en la familia a la «iglesia doméstica» que anuncia el pacto
de alianza, de amor, de fidelidad del Señor para con toda persona
(cf. Ef 5,32). Por tal motivo el catequista intensifica las relaciones y
los encuentros con los padres con un gran sentido de esperanza
en la gracia que el sacramento del matrimonio ha concedido a todo
padre y a toda madre. El catequista
busca todas las ocasiones, y hasta acierta a inventarlas, para
hablar con los padres acerca de sus hijos y para visitarles en sus
propias casas;
participa con sentido de responsabilidad y con espíritu de
servicio, hasta el límite de sus posibilidades, en los problemas
educativos, a fin de solidarizarse con las preocupaciones de la
familia;
compromete a los padres en el diálogo de fe con sus hijos,
organizando encuentros y celebraciones familiares donde se
reúnen los hijos con padres y madres.
Es evidente que colaborar con los padres es una exigencia de
fe que se deriva de la comunión eclesial y no algo simplemente
aconsejado por la eficacia que pueda suponer el llegar a un
entendimiento.
La Iglesia que se reúne en asamblea
El catequista lleva a cabo una auténtica labor de Iglesia cuando
acierta a hacer que su palabra confluya hacia el momento
culminante de la vida de la comunidad cristiana, es decir, hacia la
celebración de la Eucaristía.
De hecho, en cada encuentro preparas a los muchachos a vivir
plenamente la participación en la asamblea del pueblo de Dios que
se congrega en torno al altar para sentirse, con Cristo, familia del
Padre reunida por el amor del Espíritu. No en vano los ministerios
actualmente instituidos, el lectorado y el acolitado, hacen
referencia al libro y al altar, es decir, a la celebración de la Palabra
y del sacramento del cuerpo y la sangre del Señor. En cuanto al
lectorado, se afirma en particular:
«Su función es la de proclamar la Palabra de Dios en la asamblea
litúrgica, esforzarse por educar en la fe a los niños y a los adultos,
prepararles a recibir dignamente los sacramentos. (EM 64).
Es, por tanto, un servicio de la Palabra que procede de la
asamblea eucarística y converge hacia ella, como debe ser
también el ministerio del catequista.
De hecho, con tu servicio educas a los muchachos y les
preparas a descubrir las maravillosas obras realizadas por el
Señor, a fin de alabarle en las asambleas litúrgicas.
De esta manera, el catequista «ayuda en sus funciones al
ministerio ordenado y contribuye así, por su parte, a la formación
de la comunidad cristiana en el trabajo de su incesante fundación,
crecimiento y misión» (EM 68)
La intensidad de tu experiencia de vida eucarística es la que
comunica a la palabra esta dimensión litúrgica que hace de tu
anuncio algo genuinamente eclesial.
PARA LA ORACIÓN
Te doy gracias, Señor, por haberme admitido,
a través del bautismo, en tu Iglesia.
Sin mérito alguno por mi parte,
he conocido siempre su solicitud y su ternura.
A ella debo el privilegio de conocerte y de amarte,
de participar en la misa y en los sacramentos.
Ella me recuerda tu voluntad,
me solicita y me llama a una vida más bella y generosa.
Ilumina mi camino,
amplía mis horizontes
y fortifica mi voluntad.
Por esto me uno de todo corazón
a los demás cristianos para llamarla
Iglesia santa, madre nuestra;
y te pido la gracia de conocer
cada vez mejor sus enseñanzas
y de serle fiel en el tiempo con todo mi ser.
(Lelotte)
GAETANO
GATTI
SER CATEQUISTA HOY
Itinerario de fe para la formación espiritual
del "Ministro de la Palabra"
SAL-TERRAE Santander-1981.Págs. 37-66