ITINERARIOS DE FE PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DEL «MINISTRO DE LA PALABRA»
SER CATEQUISTA HOY 2
por GAETANO GATTI
II
SERVIDORES DE LA PALABRA DE DIOS
«QUIEN A VOSOTROS ESCUCHA A MI ME ESCUCHA»
(Lc 10,16)
PALABRA/IMPORTANCIA: La palabra es el modo habitual de
entrar en comunicación con los demás y, en un cierto sentido, de
ponerte a su servicio. Nada hay más personal que la palabra, ya
que ésta nos «dice»' a nosotros mismos y expresa, si es sincera,
cuanto de más intimo hay en cada uno de nosotros.
Por este motivo tu palabra es siempre un don, pero es también
una gracia que los otros te conceden cuando se encuentran
contigo. Toda palabra, efectivamente, tiene en sí misma una fuerza
creadora que nos hace crecer recíprocamente, nos libera y
también nos abate.
Por esta razón, ante una palabra profundamente escuchada
nunca queda nadie indiferente: se la acoge, se la rechaza, se
experimentan reacciones de alegría, de tristeza, de desaliento...
La palabra deja siempre una huella en los demás, ya que tiende
a modificarlos. Desde el momento en que el Señor te ha llamado a
hacerte catequista, tu palabra, aun conservando toda esta carga
humana, se enriquece con un nuevo significado, tiende a realizar
otro encuentro, se convierte en signo de otra Palabra, se propone
transformar a los muchachos a la luz de un proyecto que no te
pertenece, porque es de Dios. De hecho, también a los catequistas
les dice Jesús: «EI que a vosotros escucha a mi me escucha» (Lc
10,16)
Dios asocia su Palabra a la tuya, se sirve de ella, la hace
presente en ella para entrar en comunión con los niños de hoy con
la fuerza y eficacia que le es propia. De hecho, en la mentalidad
hebraica la palabra no designa tanto el contenido lógico de una
información cuanto el gesto vivo de una persona que entra en la
existencia de otra a fin de llevar a cabo una comunión de vida.
Es como para quedarse estupefactos cada vez que Dios confía a
alguien la misión de hablar en su nombre. Recuerda a Moisés (Ex
3,4.10), a Isaías (6,5-10), a Jeremías (1,5-10), a Ezequiel (3,1-10)
Y tú, ¿qué es lo que piensas de ello? ¿Con qué actitudes vives tu
servicio a la Palabra de Dios?
1.ATENTOS Y DÓCILES A LA PALABRA DE DIOS
La Palabra de Dios es un bien tan grande que la primera
preocupación que hay que advertir es la de ser servidores fieles.
El apóstol Pablo, hablando de sí como catequista, afirma:
Que se nos considere, por tanto, como ministros de Cristo y
administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, a los
administradores no se les exige otra cosa sino que se muestren fieles» (I
Cor 4,1-2).
Ser catequista significa ser profundamente conscientes de
sentirse al servicio de la Palabra. Tal misión cualifica y define tu
verdadera identidad. Es una exigencia en virtud de la cual los
problemas, los interrogantes, las experiencias de vida se resuelven
ante todo a partir de la Palabra de Dios, a la que se concede toda
prioridad significativa, a fin de poder leer a su luz los hechos, los
proyectos del hombre y su propia historia.
«El ser servidor de la Palabra no es todavía, propiamente hablando,
relación con la persona humana, con su fe y con el cristianismo, sino
que es ante todo relación con la revelación (W. Esser).
Por supuesto que no debes desviar tu mirada de las realidades
humanas, a veces contradictorias, sino redescubrirlas en la fe, ya
que la Palabra de Dios se preocupa de revelar al hombre a sí
mismo frente a Dios.
Por lo demás, la Palabra de Dios no está constituida solamente
por aquello que Dios opera, sino también por la respuesta, positiva
o negativa, del hombre. Por este motivo, la máxima Palabra de
Dios no es un hecho, sino una persona, Jesucristo, en el que a un
mismo tiempo se revelan Dios que viene al encuentro del hombre y
el hombre que cree en Dios.
A la escucha religiosa de la Palabra
PD/ESCUCHA: El primer servicio catequético no consiste en el
anuncio, sino en ponerse a la escucha religiosa de la palabra
(véase RdC 11). De hecho, cuanto mas la escuches con fe, más
dispuesto te hallarás a servirla, porque intuirás sus recodos
profundos, sus matices, te dejarás penetrar por ella para después
ofrecerla a los muchachos.
Es indispensable crear en uno mismo el espacio para la acogida
de la Palabra, con humildad y sencillez de corazón. Aun en la
lectura de la Biblia se nos puede pasar por alto la dimensión
personal del encuentro con el Señor, que se realiza mas allá de la
palabra escrita. Se trata de ponerse en comunicación con alguien
que se hace presente en ese momento.
El catequista tiene un modelo de escucha de la Palabra en
María, que «conservaba con cuidado todas estas cosas (hechos y
palabras), meditándolas en su corazón» (Lc 2,19).
Se subraya así la actitud de custodiar casi celosamente, no sólo
para sí, sino para comunicar a los demás la propia experiencia, sin
que nada se pierda, y se acentúa la idea de meditar, es decir, de
reinterpretar la Palabra confrontándola con las situaciones de la
vida. Para María de Nazaret la Palabra de Dios no era una cosa
cualquiera, sino una persona, Jesucristo, «el Verbo hecho carne»
(Jn 1,14).
Hacerse catequista significa familiarizarse cada vez más con
Jesucristo, de manera particular a través de su palabra, para
conocer mejor cuanto él ha hecho por los hombres. Es
indispensable una lectura frecuente y asidua de la Biblia como
compromiso de fidelidad a la propia misión dentro de la Iglesia.
·Jerónimo-san te sugiere: BI/LECTURA-FRECUENTE
«Que cuando despunte el sol te encuentres con el libro de la Escritura
abierto sobre las rodillas. Que el sueño te sorprenda por la noche
mientras tienes ante ti el códice de la sagrada escritura y la página santa
acoja tu cabeza cuando la doblegue el sueño».
PD/ESCUCHA PREDICADOR/PD: La escucha religiosa supone
determinadas actitudes interiores:
Dejarse interrogar por la Palabra, es decir, reconocer que Dios
habla aquí y ahora y está esperando tu respuesta.
Descubrir la novedad que emerge cada vez que te acercas a la
Biblia y te confrontas con las experiencias cotidianas.
Convertirse a la Palabra, sintiéndose pobres y humildes delante
del Señor. «La lectura de la sagrada escritura debe ser
acompañada por la oración, a fin de que pueda tener lugar el
coloquio entre Dios y el hombre; ya que «le hablamos cuando
oramos y le escuchamos cuando leemos los oráculos divinos» (DV
25). «Es vano heraldo de la Palabra de Dios hacia afuera quien no
la escucha por dentro» (San Agustín).
Es cierto que «la familiaridad con los textos de la revelación
confiere al método catequético una eficacia que inútilmente se
buscaría en otras palabras, ya que en ellos es el Espíritu Santo
quien habla y quien actúa» (RdC 164).
Alimentarse de la Palabra
La capacidad para captar los auténticos sentidos de la Palabra
no te vendrá de una atención pedagógica o de un método puesto
al día, sino de una verdadera sensibilidad espiritual que ayude a
«saber leer en los acontecimientos el mensaje de Dios» (EN 43).
PD/ALIMENTARSE: Es, por tanto, obra del Espíritu Santo (RdC
17), a cuyo servicio se siente el catequista. Para poder liberar de
un modo menos imperfecto la riqueza de los significados incluidos
en la Palabra, tienes que alimentarte de la Palabra misma.
No te extrañe esta atrevida imagen, porque es bíblica. La
proximidad de la Palabra al alimento está presente en la vocación
del profeta Ezequiel: «Hijo del hombre, come lo que se te ofrece,
come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí la
boca y me dio a comer el rollo... Lo comí y fue en mi boca dulce
como la miel» (Ez 3,13).
Jesús mismo vuelve a proponer la misma imagen cuando,
tentado en el desierto, dice a Satanás: «No sólo de pan vive el
hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios»
(/Mt/04/04). Se acentúa de esta manera para el catequista la
importancia de interiorizar la Palabra de Dios.
La Palabra debe ser asimilada hasta identificarse con la vida de
quien la proclama y confundirse con su persona, como ocurre con
el alimento.
La Palabra hace crecer al catequista, constituye su misma
fuerza, el punto de apoyo de su vida y su alegría. De este modo
puede afrontar como el profeta las dificultades que provienen de la
proclamación: «Cual diamante, más dura que roca, he dejado tu
frente: no los temas ni tengas pavor ante ellos» (Ez 3,9)
Toda Palabra es importante (véase Mt 4,4), es decir, que no es
menester hacer selecciones preferenciales. S. Cesáreo de Arlés
sugiere: «La misma atención que empleamos para que el Cuerpo
de Cristo no caiga al suelo, deberíamos tenerla para que no caiga
de nuestros corazones ninguna Palabra de Dios».
El catequista es un amante de la Biblia (cf. RdC 105-108).
Servir a la Palabra
PD/SERVIRLA-FIEL: No eres dueño de la Palabra, porque,
mientras la propones a los muchachos, la escuchas, te interpela y
te juzga. Por este motivo, en cuanto servidor, no te es licito
construirte tu propia imagen de catequesis según tu propio gusto
personal. Seria una traición. La comunidad cristiana envía a los
catequistas «no a predicarse a si mismos o las propias ideas
personales, sino a predicar un evangelio del que ni ellos ni ella son
señores y propietarios absolutos que puedan disponer de él a su
propio arbitrio, sino ministros encargados de transmitirlo con
extrema fidelidad» (EN 15).
El servicio catequético no tiende por encima de todo a persuadir
o a convencer con sabiduría humana (1 Cor 2,1), sino a hacer
presente a Cristo y, por consiguiente, a prolongar su acción. El
ministerio de la Palabra requiere la máxima disponibilidad, dado
que tiende a desbaratar la propia vida. Sólo de esta manera pudo
María decir: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu
palabra» (Lc 1,38).
El siervo es un ser que cumple su propia misión sirviendo; en
esto consiste su dignidad ante Dios. «Aun después de todo lo que
habéis hecho, sois unos siervos inútiles» (Lc 17,10).
Para ti, servir a la Palabra de Dios quiere decir:
sentirte pobre e impotente ante ella, porque precisamente
cuando se es débil, se revela la potencia de Dios. «Pues cuando
estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor 12,10);
Poner en crisis la propia experiencia catequética, que corre el
peligro de sobrevivir de una manera repetitiva, sin abrirse y
renovarse en fidelidad a las exigencias de los tiempos;
rechazar formas de claridad, que no permiten ya ni siquiera
entrever el sentido del misterio y apagan el deseo de búsqueda y
de profundización, porque se prefiere poseer tranquilamente las
verdades cristianas.
La Palabra de Dios no tiene tanta necesidad de catequistas que
la expliquen, cuanto de servidores fieles que sean los primeros en
hacer resonar en su propia vida el anuncio que proponen a los
muchachos.
2.TESTIGOS Y PARTICIPES DE UN MISTERIO
MISTERIO/QUE-ES: Son diversas las maneras de entender la
Palabra de Dios como misterio. Desde el significado habitual,
aunque secundario, que guarda relación con algo incomprensible y
oscuro, hasta aquel otro, más válido, que expresa la idea de una
realidad profunda, en la que se avanza mediante la reflexión y la
contemplación y que, en virtud de su «grandeza» y su «riqueza»,
no llega jamás a agotarse. (EN 73). El sentido del misterio, por lo
tanto, postula siempre a Dios.
«Hay misterio allí donde Dios y el hombre se encuentran, habitan
juntos, actúan juntos, forman unidad. El misterio es sagrado intercambio,
comunión humano-divina» (O. Casel).
El sentido del misterio es, pues, connatural al anuncio de la
Palabra, porque en ésta se hace presente Dios, que actúa, salva,
se comunica y entra en diálogo con el hombre. De donde se
desprende que los catequistas son «testigos y participes de un
misterio» (RdC 185).
Este misterio les trasciende infinitamente; y, con todo, el mismo
misterio se consuma también a través de su acción, que lo atestigua, lo
explica, lo hace revivirá (RdC 185).
La Palabra de Dios es eficaz (/Hb/04/12)
PD/EFICAZ: Estás al servicio de una palabra que se distingue de
todas las demás, porque es la Palabra de Dios. A partir de algunas
reflexiones acerca de sus cualidades específicas, es posible
comprender la grandeza del misterio catequético y la importancia
de tu tarea dentro de la Iglesia. De hecho, la Palabra de Dios se
hace presente en la catequesis por medio de la palabra humana.
Pero existe el peligro de reducir la Palabra de Dios a la propia
palabra, de confundirla con ella y de no advertir la eficacia y la
potencia que le son propias y exclusivas.
Cuando, en la Biblia, se nos remite a la Palabra de Dios, se
presenta a Dios en acción (Gén 1,3; Ps 33,6), en diálogo con el
hombre (Ex 34,28; Deut 4,13), en situación de salvación (Ex
14,19), en la que se hace presente su gloria.
La Palabra de Dios es capaz de una eficacia que ninguna otra
palabra humana conlleva ordinariamente. Es poderosa como el
fuego (Jer 23,29), fecunda como la lluvia (Is 55,10-11).
En Jesucristo, que es la máxima manifestación del Padre, la
Palabra de Dios perdona (Mc 2,10), resucita (Mc 5,41), cura (Jn
4,43-54), libera a los endemoniados (Mc 1,21-28), convierte el
agua en vino (Jn 2,1-12), calma la tempestad (Mc 4,34-41),
multiplica los panes (Mc 6,30-44), transforma el corazón humano
(Lc 19,5).
Es una dimensión que la Palabra de Dios no pierde nunca y que
ni siquiera se diluye con el tiempo, sino que la conserva aun en el
grupo de tus muchachos a quienes tu la propones. La Palabra que
viene de Dios posee el poder y la eficacia de Dios. Por ello no
basta con profundizar únicamente su aspecto intelectual. Debes
también desarrollar en ti mismo y en quienes te escuchan una
actitud contemplativa, nacida de la narración de las maravillosas
obras que el Señor ha realizado y seguirá realizando en medio de
su pueblo.
La Palabra de Dios es actual
La Palabra de Dios, que resuena en medio de un grupo de
muchachos, no vuelve simplemente a proponer el pasado ni se
refiere a lejanos episodios cuyo recuerdo se quiere transmitir.
En el ministerio catequético «está presente la gracia de la
Palabra, poder de Dios para salvación de todo aquel que crea»
(RdC 35) Tu principal preocupación consiste en ponerte a ti mismo
y a los muchachos delante de Dios, que habla ahora en Cristo
Jesús, sabiendo esconderte tras las palabras del Evangelio,
persuadido de que es siempre el Señor el que suscita la fe.
«En muchas ocasiones el catequista debe ser mas hábil en el callar
que en el hablar... Hay momentos en los que el catequista advierte que
ha dicho ya bastante y que no puede insistir mas. (RdC 167).
Presta atención al peligro de darte a ti mismo, tu palabra, tu
estima, tu confianza, tu amistad, tus dotes, en vez de dar, a través
de tu persona, la fuerza y la salvación que solamente pueden venir
de Jesucristo.
De una manera inconsciente puedes estar siendo impedimento
para el encuentro del Señor con tus muchachos. La simpatía
humana es un gran valor pedagógico, pero si es exclusiva y
cerrada en sí misma, no permite que se manifieste la relación con
un Dios que se hace presente. La personalidad del catequista
debe enriquecerse de continuo con dotes y cualidades humanas,
como servicio indispensable que permite al Señor manifestarse a
los muchachos.
«El reino de Dios está cerca» (Mc 1,15)
PD/JUICIO: El comienzo del ministerio de la Palabra de
Jesucristo coincide con la proclamación del reino. Es un anuncio
que se caracteriza por un tono de urgencia: «El tiempo se ha
cumplido y el reino de Dios está cerca: convertíos y creed en el
evangelio» (Mc 1,15). El servicio catequético conserva también
este mismo acento, puesto que toda propuesta de la Palabra de
Dios es un momento favorable que no hay que dejar pasar, ya que
en si mismo comporta un juicio. El juicio, implícito en la Palabra de
Dios, es rico en múltiples significaciones.
No designa un ajuste de cuentas o una condenación, sino que
es antes que nada una clarificación para la propia vida.
La urgencia que le acompaña deriva del hecho de que el reino
de Dios, es decir, Dios mismo, se hace presente en la Palabra, por
la que es indispensable sentirse implicados.
El juicio que subyace a la Palabra debe, pues, ser anunciado a
todos, a fin de que nadie se vea excluido de él.
El catequista advierte profundamente este sentido de
responsabilidad que le compromete junto con sus muchachos en la
búsqueda de una respuesta inmediata a la Palabra, la cual no
admite fáciles y arriesgadas dilaciones, ya que mañana podría ser
demasiado tarde.
3.MINISTROS DE LA PALABRA
Los modos de servir a la Palabra de Dios son múltiples y las
personas empeñadas en esta tarea actúan con distintas
competencias y cualificaciones.
Entre estas personas te encuentras también tú. Es toda la
comunidad cristiana la que «se halla siempre en religiosa escucha
de la Palabra de Dios» (RdC 11) para servirla: el papa, los
obispos, los sacerdotes, los diáconos, los cónyuges, los
catequistas... Hay diferentes ámbitos de profundización confiados a
los teólogos, a los escrituristas, a los catequetas, a los diversos
investigadores, dentro de dos momentos fundamentales: la
evangelización o primer anuncio cristiano y la catequesis o
reflexión sobre la experiencia de la fe (DCG 17).
Tú, que actúas prevalentemente en este segundo sector, no
tienes que considerarte el último eslabón de una transmisión
cristiana, como si desempeñaras el papel de repetidor y divulgador
de unas proposiciones de fe suministradas por personas
competentes y que te han sido confiadas por los responsables de
la comunidad eclesial.
Semejante forma de ver las cosas significarla desvalorizar la
misión del catequista, reduciéndola a desempeñar la función de
una cinta magnética que reproduce siempre, en todas partes, de la
misma manera y en todo momento, lo que en ella está grabado.
Resultaría así seriamente comprometido el significado mismo del
ministerio catequético.
El catequista, dentro de la comunidad y en diálogo con los
diversos expertos, realiza un servicio original, específico, propio y
exclusivo, a la Palabra; servicio realmente importante, por humilde
y escondido que pueda ser.
En realidad, toda la tarea de autentificación de la Palabra de
Dios por parte de los responsables de la comunidad converge
hacia la catequesis como a la fase más delicada, es decir, hacia el
encuentro con las realidades vitales y con la persona de los
destinatarios.
Todo puede resultar aquí comprometido o distorsionado si el
catequista no está bien atento. Cronológicamente, ocupas el último
puesto, es decir, el momento del anuncio; pero el primero por su
importancia, ya que en la catequesis es donde la Palabra de Dios
se traduce en la vida y se integra en la existencia de los
muchachos.
Es indispensable que profundices la originalidad de tu ministerio
para no caer en lo genérico ni desviarte de tu papel especifico. Tú
eres catequista. Tu servicio se orienta a hacer evidente el hoy, el
aquí y el ahora de la Palabra de Dios.
A la escucha de la vida
D/HABLA-HOY: Es hoy bastante frecuente oir decir: «Dios habla
también hoy»; pero, ¿como entender esta expresión en su
auténtico valor? La respuesta nos remite nuevamente a los
profetas, los grandes protagonistas de la historia de la salvación,
que reconocen la Palabra de Dios en las experiencias de vida y en
los acontecimientos, donde, por inspiración de Dios, descubren los
signos de su presencia y, consiguientemente, su verdadero
significado.
Hoy, lo mismo que ayer, Dios habla concretamente al hombre, es
decir, le ayuda a reflexionar sobre cuanto le acaece, vive y
experimenta a la luz del evangelio. Es la suya una
Palabra-existencia que se capta cuando uno se pone a la escucha
de la vida.
La revelación «tiene lugar por medio de acontecimientos y
palabras íntimamente conexos entre si, de manera que las obras
realizadas por Dios a lo largo de la historia de la salvación,
manifiestan y refuerzan la doctrina y las realidades significadas por
las palabras, y las palabras declaran las obras y esclarecen el
misterio en ellas contenido» (DV 2).
Cada uno de nosotros se halla como inserto en una historia de
salvación, en cuyos hechos se encuentra uno con Dios Padre que,
en Jesucristo, hace sus invitaciones, corrige, libera, ama...
Por consiguiente, tu principal atención ha de consistir en ponerte
con los niños a la escucha religiosa de las experiencias de vida. En
realidad, «el catequista debe ser un agudo conocedor de la
persona humana, de sus procesos espirituales, de la comunidad
en la que cada hombre vive y se desarrolla. Secundando las
intenciones de Dios y siguiendo los caminos del Espíritu Santo,
sabe él encontrar a los fieles en sus situaciones concretas y
acompañarlos, día a día, a lo largo de un itinerario siempre
singular» (RdC 1 68).
El servicio al hoy de la Palabra
HOY/PD PD/HOY: La Palabra de Dios se manifiesta siempre y
únicamente en el hoy. Hacer aflorar esta dimensión de
contemporaneidad existencial para aquellos que la escuchan es el
servicio específico y original del catequista. Este tiene que poder
encontrarse con sus muchachos para ofrecerles una Palabra de
Dios nunca oída, porque es nueva e inédita como la vida de cada
día.
Más aún, son ellos mismos quienes provocan esta inmediatez
interpretativa con sus intervenciones, que nacen de la multiplicidad
de las situaciones.
«Dar catequesis es una tarea en la que quien da, recibe. Al dar la
Palabra, el catequista recibe la Palabra. Al dar la fe, recibe la fe. Al
enfrentarse a la dificultades del tiempo o a las oscuridades de la fe, abre
su alma a la claridad del Evangelio' (G. Duperray).
De tus muchachos recibes como don una nueva comprensión
de la Palabra de Dios, que ellos te ofrecen a través de los
significados descubiertos en el interior de sus existencias.
Son ellos los que te fuerzan a anudar continuamente la
propuesta catequética a su propia vida, a fin de descubrir en ella
una respuesta concreta.
Tal vez no aprendas nada nuevo con respecto al contenido del
mensaje cristiano, pero sí ciertamente un modo diverso, y tal vez
inédito, de vivirlo.
El catequista, en cada encuentro con su grupo, como Jesucristo
en la sinagoga de Nazaret, debe poder proclamar a sus
muchachos: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir» (Lc
4,~1).
Te es indispensable, pues, una capacidad creadora, producto
de una profunda sensibilidad espiritual, que te ayude a liberar la
riqueza de los significados que subyacen a la Palabra de Dios.
No basta con que te remitas frecuentemente a la Biblia para
asegurarte de haber desempeñado tu servicio a la Palabra; es
necesario evidenciar la significatividad y la actualidad que le son
propias.
Ofrecer una dimensión personal en la Biblia
La Palabra de Dios corre a veces el peligro de ser materializada
en la Biblia, es decir, en un documento escrito. Y no es éste su
primer aspecto. La Palabra de Dios se anuncia también y se
expresa a través de una relación personal, ya que no es voz,
información, sino una Persona que habla a otras personas.
El catequista es aquel que se pone a si mismo al servicio de la
Palabra, confiriéndole una dimensión personal. No en vano «...el
catequista, a fin de cuentas, es el ultimo responsable. Todo le
puede ser de utilidad, pero nada hay que pueda reemplazar a su
propia competencia para emitir un juicio definitivo y para adoptar
las opciones prácticas» (RdC 181).
Los medios más modernos (diapositivas, posters, foto-montajes,
discos, etc.) pueden hacer más sugestiva la Palabra, pero
corremos a veces el peligro de privarla de aquellas relaciones
personales que únicamente se establecen en el entramado de las
relaciones, cordiales y abiertas, que el catequista fomenta con sus
muchachos.
La Palabra de Dios se comunica, en el sentido más completo,
únicamente al hilo de los encuentros personales, ya que ella es la
más personal de las palabras, es Jesucristo en persona.
Todo eso exige al catequista una particular atención a la acogida
de los muchachos y al establecimiento con ellos de unas
relaciones satisfactorias a nivel humano.
En realidad, la Palabra de Dios se anuncia ya en su interior.
PARA LA ORACIÓN
Dígnate concederme, oh Dios bueno y santo,
una inteligencia que te comprenda,
una sensibilidad que te sienta,
un alma que te saboree,
una diligencia que te busque,
una sabiduría que te encuentre,
un espíritU que te conozca,
un corazón que te ame,
un pensamiento que se oriente a ti,
una actividad que te glorifique,
un oído que te escuche,
unos ojos que te contemplen,
una lengua que te confiese,
una palabra que te complazca,
una paciencia que te siga,
una perspectiva que te espere.
(S. Benito)
* * *
Te agradezco, Jesús, tus palabras,
hechas todas ellas de cosas.
Para hablar como hablas tú
no necesito indagar en los libros,
sino en torno a mi, entre los hombres, en el mundo.
¿Cómo te las arreglaste para hablarnos del cielo
usando tan solo cosas de la tierra?
¿Cómo te las arreglaste para llamar a Dios «Padre» por
nosotros,
si nosotros, aun como padres, somos malos?
Eres Salvador y todo lo que tocas,
aunque no sea más que con tu palabra,
lo redimes, lo haces instrumento de salvación.
Enséñame, Jesús, a mi también, a hablar así,
a repetir tus palabras, hechas todas ellas de cosas.
Mi palabra no será abstracta, vana,
como si se hallara fuera del mundo.
Mi palabra, como tus parábolas,
narrara las cosas de la tierra
y quien me escuche mirará a lo alto;
mi lenguaje será jerga de familia
y todos oirán que hablo del Padre, como tú, con tu amor.
(G. Medica)
GAETANO
GATTI
SER CATEQUISTA HOY
Itinerario de fe para la formación espiritual
del "Ministro de la Palabra"
SAL-TERRAE Santander-1981