ASAMBLEAS FAMILIARES

CONOCER A JESÚS, CRISTO SALVADOR

 

LECTURA BÍBLICA
(Sírvanse buscar la Carta a los Hebreos (9, 11-14).

«Pero Cristo, habiéndose presentado como Sumo Sacerdote de 
los bienes futuros, a través del tabernáculo más grande y más 
perfecto, no hecho por manos de hombre, esto es, no de la 
creación; y no por sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino 
por su propia sangre entró de una vez para siempre en el 
santuario, después de obtener la eterna Redención.
Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros, y la 
ceniza de la ternera, esparcida sobre los inmundos, los santifica en 
orden a la purificación de la carne, cuánto más la sangre de Cristo, 
el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo inmaculado a 
Dios, limpiará nuestras conciencias de las obras muertas, para que 
tributemos culto al Dios vivo.» 
¡Palabra de Dios!

* * *


1. Cristo nos salva del pecado
En el coloquio anterior nos ocupamos de un tema que es 
fundamental para comprender la realización del plan de salvación 
en Cristo. Resumimos esa doctrina en lo siguiente: Dios se hizo 
palpable y presente en medio de los hombres, a través de Cristo, 
que es hombre como nosotros, pero, además, Dios e Hijo de Dios.
Y resumimos también nuestra actitud para con El en la Fe, que 
es respuesta a cuanto El hace por nosotros y pide de nosotros.
Hoy respondemos a la pregunta siguiente: ¿Qué hizo Cristo por 
nosotros?
Abrimos las primeras páginas del Evangelio y encontramos 
repetida insistentemente la respuesta: El ángel dice a José:

«María dará a luz un hijo, al cual pondrás el nombre de Jesús, 
porque El salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1, 20~21).

El ángel dice a los pastores:

«Os anuncio una gran alegría, hoy os ha nacido el Salvador» 
(Lc. 2,11).

Jesús nos dice:

«He sido enviado, no para condenar al mundo, sino para 
salvarlo» (Jn. 3,17).

Con frecuencia hemos presenciado o hemos escuchado casos 
trágicos como el siguiente:
«Un hombre acaba de sufrir un accidente. Se desangra, 
seguramente morirá. Está perdido. En ese preciso instante llega un 
médico que detiene la hemorragia. El herido comienza a 
restablecerse, pues se le han hecho algunas transfusiones de 
sangre y se le han aplicado algunas medicinas... Se ha salvado».
En los incendios, inundaciones y grandes desgracias, cuando 
la muerte es inminente, algunos hombres han salvado a uno o a 
muchos de sus semejantes. Les han evitado la muerte. Se dice 
incluso que los han arrancado de la muerte, pues ésta parecía 
inevitable.
Jesús, siendo Dios hecho hombre, salvó también a los 
enfermos, devolviéndoles la salud. Pero, si lo llamamos el 
«Salvador», es porque nos salvó de un mal mucho más grande 
que cualquier enfermedad corporal. Este mal tiene un nombre 
terrible: el pecado.
Recordemos la escena evangélica de aquel samaritano, que 
encontró en su camino a un pobre hombre víctima de los ladrones, 
los cuales lo golpearon y lo dejaron tendido en tierra medio 
muerto. El samaritano, a pesar de ser un pagano, un desconocido 
para aquel pobre herido, lo sube sobre su cabalgadura y lo lleva 
hasta la hospedería más cercana, en donde lo confía a los 
señores de la casa, cargando él mismo con los gastos del 
restablecimiento. Este samaritano ha salvado a aquel pobre 
hombre.
En dicho pasaje se describe a sí mismo Cristo nuestro Señor. 
El hombre que fue víctima de los ladrones representa a la 
humanidad despojada, maltratada y herida por sus enemigos 
espirituales, que la han dejado postrada en tierra, casi sin vida.
Compadecido de esta miseria, el Padre envía a su Hijo, el cual 
cura nuestras heridas, nos levanta y nos devuelve plenamente la 
salud.
La predicación de los Apóstoles y el testimonio que dieron con 
su vida repiten constantemente que este fue el objetivo de la 
venida de Cristo.

«Nosotros hemos visto y testificamos que el Padre envió a su 
Hijo, como Salvador del mundo» (1 Jn. 4, 14).

¿De qué nos salvo Cristo? ¿Acaso de las enfermedades del 
cuerpo?
¿Nos salvó de la pobreza? ¿O del hambre? 
Cristo nos salvó de algo que es mucho más grave y que es la 
raíz de todos los males: Cristo nos salvó del pecado.
El pecado fue un rompimiento de la amistad entre Dios y el 
hombre, por lo cual éste ya no podía seguir participando de la 
fuente de vida eterna, que es la gracia de Dios. El hombre estaba 
condenado a morir para siempre. Cristo restableció esa amistad e 
hizo posible nuestra participación, de nuevo, en la vida de Dios. Es 
decir, nos salvó de la muerte eterna
¿Cómo nos salvó Cristo?
Nos salvó con todas las actuaciones de su vida: Con su 
nacimiento, con su vida de niño y de joven, con su vida de maestro 
al enseñarnos su Evangelio, con su Pasión y Muerte y finalmente 
con su Resurrección y Ascensión.
Pero esta salvación se nos muestra con mayor expresión e 
intensidad en su muerte y en su resurrección. Recuperó la amistad 
con Dios y la vida divina para nosotros.
Y era el único que podía restablecer esta amistad perdida: el 
único que podía salvarnos; porque sus actuaciones de hombre 
eran además actuaciones del Hijo de Dios.
Y la iniciativa de esta salvación, de esta reconciliación, vino de 
Dios mismo, como la iniciativa de la salud viene del médico.

«Todo procede de Dios, quién nos reconcilió con Dios por medio 
de Cristo... Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo» 
(2 Cor. 5, 1~19).

2. Cristo nos hace hijos de Dios
Cristo no solamente nos salvó de la muerte y del pecado; sino 
que nos hizo Hijos de Dios a semejanza suya. Dios, por obra de 
Cristo, a nosotros que éramos antes esclavo del pecado, no hizo 
hijos adoptivos suyos.

«Llegada la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido 
de mujer, nacido sujeto a la ley, a fin de salvar a los que estaban 
sujetos a la ley y conferirnos la adopción de hijos. Y la prueba de 
que somos hijos es que Dios envió a nuestros corazones al 
Espíritu de su Hijo, el cual clama: «Padre». De manera que ya no 
somos esclavos sino hijos... y por tanto, herederos... de Dios» 
(Gál. 4, 47; Rom. 8, 17).

¿Termina todo aquí? No. El enfermo no puede salvarse de la 
muerte si no asimila las medicinas y la sangre que se le 
transfunde; ni el esclavo puede ser adoptado como hijo contra su 
voluntad.
Tampoco el hombre puede salvarse si no va al encuentro de 
Cristo Salvador. Es decir, no se salvará si no coopera con El, 
mediante la fe, que es aceptación de la salvación que vino a 
traernos y que se nos distribuye a través de la Iglesia y de los 
Sacramentos.
Solo Cristo puede salvarnos:

«No se da en ninguno otro la salvación porque no existe debajo 
del cielo otro Nombre dado a los hombres en el cual hayamos de 
salvarnos» (Hechos 4,12).

3. Nuestra respuesta de fe
Cristo no nos salva solos; nos ofrece la salvación, pero 
respetando nuestra libertad, espera nuestra cooperación.
Cooperación con la fe que haga activa y presente en nosotros 
la salvación de Cristo, y que dirija e ilumine todos los actos de 
nuestra vida.
Si no hay esta fe personal en el Hijo de Dios que nos salva, 
entonces no habrá salvación sino condenación.

«Quien cree en El no es condenado; quien no cree ya está 
condenado porque no creyó en el Unigénito Hijo de Dios» (Jn. 
3,1-18).

Esta palabra es una llamada de Cristo, para muchos quizás 
decisiva. La evangelización es una llamada a la fe y a la 
cooperación de cada uno, con Cristo Salvador. Cristo ya hizo su 
obra. Espera la nuestra.
San Juan en el Capítulo 9 nos relata el hecho siguiente: Nuestro 
Señor acaba de curar a un ciego de nacimiento; este hecho había 
escandalizado a los Jefes religiosos de Israel. El curado fue 
sometido a interrogatorios e intimidaciones y finalmente fue 
expulsado de la Sinagoga, como pecador y testigo insoportable. 
Habiéndolo encontrado Jesús le dijo:

-¿Tú crees en el Hijo del Hombre? El que había sido curado 
respondió:
-¿Quién es este Hijo del Hombre para que yo crea en El?
Jesús le dijo: «Lo estás viendo, es el mismo que te habla. 
Entonces dijo el hombre: «Yo creo, Señor». Y se prostern6 ante El 
(Jn. O, 3~;38).

Amigo oyente: Hoy también el Señor te pregunta: «¿Tú crees en 
el Hijo de Dios?» ¿Cuál será tu respuesta?


DIÁLOGO DEL QUINTO MENSAJE 

OBJETIVO
Mostrar que Cristo es nuestra única salvación y glorificación.

INTRODUCCIÓN
En la miseria de este mundo todos buscamos la felicidad, una 
vida mejor. «Pasar a una tierra por fin libre»... Ahora bien, esta 
felicidad verdadera, esta salvación, como la llama la Sagrada 
Escritura, es Cristo quien nos la depara. El es nuestro Salvador y 
no hay salvación más que en El (Hechos 4, 12).
Encarnado, crucificado, muerto y sepultado nos libra de la 
misma muerte con su resurrección y del pecado con su muerte.
Nuestra vida vale la pena de ser vivida en la medida de nuestra 
unión con Cristo nuestro Salvador. Fuera de Cristo, todo es vano; 
la vida puede ser rica y poderosa en apariencia, pero vida 
abocada a la ruina, vida inútil sin Cristo Salvador.

PARA DIALOGAR
(Todos los de la Asamblea han de tornar parte en las 
preguntas.)

1~¿Nosotros solos, somos capaces de superar todos nuestros 
fallos, deficiencias y pecados sin Cristo? ¿Por qué?
2.-¿Los problemas que angustian al hombre: el dolor, el 
pecado, la muerte... ¿tienen como única solución a Cristo? ¿Por 
qué?
3.-¿Qué exige de parte nuestra, la salvación que Cristo nos 
ofrece?
4.-¿Les parece a ustedes posible que llegamos a cambiar 
nuestra vida y vivir según Cristo?... ¿Cuál seria el camino para 
lograrlo?

(Antes de iniciar la respuesta a las preguntas, muestre el 
Animador que en todos nuestros problemas somos impotentes 
frente a las injusticias, la miseria, la enfermedad, el pecado, pero 
que Cristo ha venido a ayudarnos en todo esto. Descendió a 
nuestra miseria y se hizo pobre como nosotros; sufrió el dolor del 
desamparo, etc. . . )

ORIENTACIONES PARA EL ANIMADOR
El Animador ha de tener presente las siguientes soluciones a 
cada pregunta.

1.-Sin Cristo no podemos superar ni nuestros fallos, ni nuestras 
deficiencias, ni nuestros pecados. El mismo ha dicho: «Sin Mí nada 
podéis hacer» (Jn. 15, 5).
2.-Cristo es la única solución a estos problemas, porque la 
presencia y la gracia de Cristo ayuda a superar el dolor, el pecado 
y la muerte; y renace el optimismo y la esperanza, al recordar el 
amor de Cristo que dijo: «Tened confianza. Yo he vencido al 
mundo» (Jn. 16, 33). «Vuestra tristeza se convertirá en alegría» 
(Jn. 16, 20).
3.-El Animador muestre cómo la fe nos obliga a cambiar de vida, 
de acuerdo con lo que Jesucristo enseñó: por ejemplo cuando dice 
el Evangelio «Que creían en El y se convertían»: La Magdalena... 
San Pablo... San Mateo... etc. (Mt. 21, 32; Jn. 11, 45; Lc. 19, 1; Jn. 
4, 6; Hech. 9, 1-19...).
Esto significa que la Fe, sin un cambio, es una fe muerta; el que 
dice que cree y sigue viviendo igual, lo cierto es que no cree...
4.-El Animador haga ver a los asistentes cómo el amor, puede 
obrar cambios extraordinarios; por ejemplo el amor en los esposos, 
el amor de los novios, la amistad. Las personas cambian cuando 
aman, y si carecen de amor son incapaces de todo cambio.

CONCLUSIONES
(Procure el Animador que los presentes señalen conclusiones 
prácticas, para corresponder mejor a los beneficios de Jesucristo 
nuestro Salvador.)

CANTO 14. SALMO 129: MI ALMA ESPERA EN EL SEÑOR (M. 
Manzano)

Mi alma espera en el Señor, 
mi alma espera en su palabra; 
mi alma aguarda al Señor 
porque en El está la salvación

1. Desde lo hondo a Ti grito, Señor; 
Señor, escucha mi voz; 
estén tus oídos atentos 
a la voz de mi súplica.

2. Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir? 
Pero de Ti procede el perdón 
y así infundes respeto.

ORACIÓN DE LOS FIELES
Animador: Oremos pidiendo al Señor luz y fortaleza, para 
acomodar nuestras vidas al modelo que Jesús, Dios y Hombre, nos 
dejó.

Asamblea: Muéstranos, Señor, tus caminos; y llévanos por tus 
sendas.

Animador: Fuimos un tiempo tinieblas, pero ahora somos luz en 
el Señor; andemos, pues como hijos de la luz.

Asamblea: Muéstranos, Señor, tus caminos; y llévanos por tus 
sendas.

Animador: El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros.

Asamblea: Muéstranos, Señor, tus caminos; y llévanos por tus 
sendas.

Animador: Después de muchos trabajos y dolores, insultos y 
ultrajes, Cristo murió por nuestro amor en la cruz.

Asamblea: Muéstranos, Señor, tus caminos; y llévanos por rus 
sendas.

Animador: Gloria al Padre, etc.

CESPLAM-1. Págs. 43-50