CATECUMENADO 71 



SÓLO DIOS CONOCE Y JUZGA DE VERDAD AL HOMBRE


OBJETIVO CATEQUÉTICO 
* Descubrir el juicio como aspecto fundamental del proceso de 
evangelización. 

55. Oculto el sentido de las cosas, de los acontecimientos, de las 
personas 
Las apariencias nunca revelan nítidamente la interioridad de los 
seres, cuyo sentido último permanece, las más de las veces, oculto o 
sólo parcialmente desvelado. Los hechos de la vida y los 
acontecimientos de la historia son, por lo común, ambiguos y opacos: 
que posean un significado dista mucho de ser evidente. La verdad total 
queda oculta. El sentido pleno de las cosas también (65). 

56. Cuando actúa en la historia, Dios juzga
Para el creyente, Dios no interviene de una manera particular, en la 
historia, sin juzgar. Su intervención tiene siempre una doble vertiente: 
salva y juzga. La prioridad corresponde, con todo, al aspecto salvífico. El 
juicio de Dios es, fundamentalmente, para la salvación. Es el día 
esperado por el creyente. Cuando la Iglesia primitiva confesaba su fe en 
el Cristo juez («vendrá a juzgar»), lo que resonaba en el fondo de este 
artículo de fe era el mensaje confortante de la gracia vencedora (Mt 25, 
21 ss; Lc 10, 18; 2 Ts 2, 8; 1 Co 15, 24), pues el juicio será la victoria 
definitiva de Cristo y de los suyos sobre los poderes hostiles. El 
creyente, que vive según su fe, no tiene por qué temer este día del 
Señor como si fuera para él un día de ira. Así lo dice San Juan: «En esto 
ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos 
confianza en el día del Juicio, pues como él es, así somos nosotros en 
este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa 
el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme, no ha llegado a la 
plenitud en el amor» (1 Jn 4, 17-18) (66). 

57. Dios sondea las entrañas y los corazones 
En el Antiguo Testamento, la fe en el juicio de Dios es una convicción 
tan fundamental que nunca se pone en duda. Dios, el Señor, gobierna el 
mundo y, particularmente, a los hombres. Su palabra determina el 
derecho y fija las reglas de la justicia. Dios sondea las entrañas y los 
corazones (Jr 11, 20; 17, 10; 20, 12) conociendo así perfectamente a los 
justos y a los culpables. Como, por otra parte, posee el dominio de los 
acontecimientos, no puede dejar de guiarlos para que finalmente los 
justos escapen a la prueba y los malos sean castigados (cfr. Gn 18, 
22ss). No se entendería el drama de Job sin esta convicción 
fundamental. Los salmos están llenos de las súplicas que le dirigen 
justos perseguidos (Sal 9, 20; 25, 1; 34, 1-24, 42, 1, etc.). La 
experiencia histórica aporta a los creyentes ejemplos concretos de este 
juicio divino, al que están sometidos todos los hombres y todos los 
pueblos (67). 

58. Acontecimientos históricos que significan la aversión de Dios hacia 
el pecado humano.
En el momento del éxodo Dios juzgó a Egipto, es decir, castigó al 
opresor de Israel, a quien El quería otorgar la libertad (Gn 15, 14; Sb 11, 
10). Los castigos de Israel en el desierto son acontecimientos históricos 
que significan el juicio de Dios contra un pueblo infiel. El exterminio de 
los cananeos en el momento de la conquista es otro ejemplo de lo 
mismo, que muestra a la vez el rigor y la moderación de los juicios 
divinos (Sb 12, 10-22). Y si retrocedemos, en el tiempo, hallamos una 
decisión de Dios juez al principio de todas las catástrofes que caen 
sobre la humanidad culpable; cuando la ruina de Sodoma (Gn 18, 20; 
19, 13), en el diluvio (Gn 6, 13), en ocasión del pecado de los orígenes 
(Gn 3, 14-19). El recuerdo del juicio que amenaza, el anuncio de su 
inminente realización, forman parte importante de la predicación 
profética. Bajo el anuncio de las catástrofes venideras hay que leer la 
espera de acontecimientos históricos que significarán en el plano 
experimental la aversión de Dios hacia el pecado humano (68). 

59. Evocación profética de un juicio final. El «día de Yahvé» 
Después del destierro de Babilonia, el tema del juicio de Dios de la 
antigua fe de Israel se desenvuelve, por obra de los escritores 
apocalípticos, en la creencia de un juicio universal que habría de 
abarcar y alcanzar a los pecadores del mundo entero y a todas las 
colectividades enemigas de Dios y de su pueblo, ya que constituiría el 
preludio obligado del anuncio profético de la salvación. Dios juzgará al 
mundo por el fuego (Is 66, 16). Reunirá a las naciones en el valle de 
Josafat ("Dios juzga"): Serán entonces la siega y la vendimia 
escatológicas (Jl 4, 12-13). El libro de Daniel describe con imágenes 
alucinantes este juicio que vendrá a cerrar el tiempo y a abrir el reinado 
eterno del Hijo del hombre (Dn 7, 9-12, 13). La escatología desemboca 
aquí más allá de la tierra y de la historia. Lo mismo sucede en el libro de 
la Sabiduría (Sb 4, 20-5, 23). Sólo los pecadores deberán entonces 
temblar, pues los justos serán protegidos por Dios mismo (4, 15ss; cfr. 3, 
1-9) (69). 

60. El juicio de Dios, instancia de los oprimidos 
En los salmos posteriores al destierro, la apelación al Dios juez 
aparece en ellos como una instancia destinada a acelerar la hora del 
juicio final (Sal 93, 2). Y se canta por anticipado la gloria de esta 
audiencia solemne (Sal 74, 2-11; 95, 12-13; 97, 7-9), en la certeza de 
que Dios hará finalmente justicia a los pobres que sufren (Sal 139, 
13-14). Así los oprimidos aguardan el juicio con esperanza. A pesar de 
todo, queda en pie una amenaza tremenda (Sal 142, 2): todo hombre es 
pecador delante de Dios (70). 

61. El juicio, aspecto fundamental de la predicación del Evangelio 
Con la predicación de Jesús, quedan inaugurados los últimos tiempos: 
el juicio escatológico se actualiza ya, aunque todavía haya que esperar 
la venida gloriosa de Cristo para verlo realizado en su plenitud. La 
predicación de Jesús se refiere frecuentemente al juicio del último día. 
Todos los hombres habrán entonces de rendir cuenta (cfr. Mt 25, 
14-30). Una condenación rigurosa aguarda a los escribas hipócritas (Mt 
12, 40ss), a las ciudades del lago que no han escuchado la predicación 
de Jesús (Mt 11, 20-24), a la generación incrédula que no se ha 
convertido a su palabra (12, 30-42), a las ciudades que no acojan a sus 
enviados (10, 14-15). Por lo demás, desde los Hechos hasta el 
Apocalipsis, todos los testigos de la predicación apostólica reservan un 
puesto esencial al anuncio del juicio, que invita a la conversión (Hch 17, 
31; cfr. 24, 25; 1 P 4, 2-3; 2 Co 5, 10-11; Hb 6, 2). Más aún, Pablo afirma 
que por el Evangelio -anunciado por él-, se está ofreciendo, cierto, la 
justificación y salvación de Dios, pero «desde el cielo Dios revela, 
además, su reprobación de toda impiedad e injusticia de los hombres 
que tienen la verdad prisionera de la justicia» (Rm 1, 18) (71). 

62. Diversa situación del hombre en el contexto plural de las religiones 

Nos dice la Escritura que el juicio de Dios tendrá en cuenta la diversa 
situación del hombre en el contexto plural de las religiones. Así serán 
juzgados bajo la ley mosaica aquellos que la invocan: «Cuantos pecaron 
bajo la ley, por la ley serán juzgados...; los que la cumplen, ésos serán 
justificados» (Rm 2, 12-13). Serán juzgados según la ley escrita en la 
conciencia quienes no hayan conocido otra: «Cuando los gentiles, que 
no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin 
tener ley, para sí mismo son ley; como quienes muestran tener la 
realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia 
con sus juicios contrapuestos que les acusan y también les defienden...» 
(Rm 2, 14-15). Quienes hayan recibido el Evangelio serán juzgados por 
la Ley de la libertad cristiana: «Hablad y obrad tal como corresponde a 
los que han de ser juzgados por la Ley de la libertad.» El sentido de esta 
libertad es dado a continuación; la libertad de actuación discurre por los 
caminos de la misericordia: «Porque tendrá un juicio sin misericordia el 
que no tuvo misericordia» (St 2, 12-13) (72). 

63. Los que inculpablemente desconocen el Evangelio 
«Los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su 
Iglesia, dice el Concilio Vaticano Il, pero buscan con sinceridad a Dios y 
se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, por cumplir en las obras su 
voluntad conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la 
salvación eterna. La divina Providencia tampoco niega los auxilios 
necesarios para la salvación a aquellos que inculpablemente no llegaron 
todavía a un claro conocimiento de Dios y se esfuerzan, ayudados por la 
gracia divina, en alcanzar la vida recta» (LG 16) (73). 

64. La actitud adoptada por los hombres frente al Evangelio 
Esto supuesto, el criterio principal del juicio será la actitud adoptada 
por los hombres frente al Evangelio, esto es, frente a Cristo: «El que 
cree en él, no será juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no 
ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: 
que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, 
porque sus obras eran malas» (Jn 3, 18-19) (74). 

65. En el proceso de Jesús es juzgado el mundo 
Hubo un crimen en el que la rebeldía humana llegó con un simulacro 
de juicio legal al colmo de su malicia: la ejecución de Jesús. Durante 
este juicio inicuo se remitió Jesús a aquel que juzga con justicia (1 P 2, 
23); así Dios al resucitarlo lo rehabilitó en sus derechos: No era posible 
que el Justo quedara abandonado al poder del pecado y de la muerte 
(cfr. Hch 2, 24). Antes al contrario, la muerte de Jesús señala el 
momento en que Dios juzga al mundo definitivamente; en el tiempo 
posterior se irá explicitando esta sentencia. A partir de ese momento, el 
Espíritu en forma permanente confundirá al mundo, testimoniando que el 
pecado está de parte del mundo, que la justicia está del lado de Jesús, 
que el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado, es decir, condenado 
(cfr. Jn 16, 8-11). Tal es la manera como se realiza el juicio escatológico 
anunciado por los profetas: desde el tiempo de Cristo es ya un hecho 
adquirido, constantemente presente, del que sólo se espera la 
consumación final (75). 

66. La actitud adoptada por los hombres frente al prójimo 
Junto a la actitud adoptada por los hombres ante Jesús no menos se 
tomará en cuenta para el juicio su conducta con el prójimo, sacramento 
de Cristo: «Y el rey les dirá: Os aseguro que cada vez que lo hicisteis 
con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 
40; cfr. 25, 45). La prueba irrefutable de la autenticidad en la fe consiste 
en que nos lleve a descubrir efectivamente a Cristo en su imagen, 
nuestro prójimo. Quienes han sellado con las obras del amor esta ardua 
identificación de Cristo en el prójimo, ésos son los verdaderos 
creyentes: «Todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios» (1 Jn 
4, 7). Quienes, por el contrario, en el prójimo maltratado y humillado no 
hubieren descubierto el rostro desfigurado del Siervo de Yahvé, no 
alcanzarán tampoco reconocimiento por parte del mismo Señor en su 
venida gloriosa: «En verdad os digo, no os conozco» (Mt 25, 12) (76). 

67. Con la muerte se hace definitiva e irrevocable la orientación del 
hombre en relación con Dios 
Mientras vive en las condiciones de este mundo, el hombre puede, 
hablando en general, revocar y cambiar en cualquier momento de su 
vida la decisión fundamental que antes tuviere tomada a favor de Dios o 
contra él y su revelación en Cristo. Pero llegada su muerte, tal decisión 
del hombre queda ya cerrada y fija para siempre. Con la muerte, se 
hace definitiva e irrevocable la orientación del hombre en relación con 
Dios: o vivirá siempre cara a Dios o de espaldas a él. Esta es la fe de la 
Iglesia (DS, 839; 854; 925-926; 1000-1002; 1304-1306), conforme con 
la afirmación de San Pablo: «Es necesario que todos seamos puestos al 
descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba 
conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal» (2 Co 
5,10; cfr. Jn 9,4; Lc 16,26) (77). 

68. Desvelamiento de la actitud asumida en el secreto de los 
corazones.El juicio comienza ahora 
No es el juicio divino lo que constituye de suyo al hombre en inocente 
o culpable, en el estado de salvación o de condenación. Es la radical 
aceptación de Dios o su repulsa por parte del hombre lo que cualificará 
en un sentido u otro una situación que respecto a Dios ha de quedar fija 
para siempre con la muerte del propio hombre. El juicio de Dios 
descubre- no constituye- esa situación. Como dice San Juan: «Dios no 
mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo 
se salve por él. El que cree en él, no será juzgado; el que no cree, ya 
está juzgado porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El 
juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres 
prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas» (Jn 
3,17-19). En la actitud, pues, que cada uno asume en relación con la luz 
y las tinieblas, se opera ya inmediatamente la separación, el juicio. Es el 
juicio divino una revelación del secreto de los corazones humanos. El 
juicio final no hará sino manifestar en plena luz la discriminación que ha 
empezado a operarse ya desde ahora en el secreto de los corazones 
(78). 

69. La fe viva, razón de nuestra confianza ante el juicio de Dios 
El juicio final pondrá en claro el verdadero valor de las obras de los 
hombres: «No juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. El 
iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los 
designios del corazón» (1 Co 4, 5). Ante un juicio semejante, surge 
necesaria la pregunta ¿quién podrá salvarse?: «Si llevas cuentas de los 
delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?» (Sal 129,3). En efecto, nadie 
podría salvarse apoyado exclusivamente en sus propios méritos. Desde 
el principio, la humanidad entera es culpable delante de Dios (Rm 3, 
10-20). Pero ahora con Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, se revela 
la justicia de Dios, no la justicia que castiga, sino la que justifica y salva 
a quienes creen (cfr. Rm 3, 21-22). Como dice San Pablo: «Ahora no 
pesa condena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús» (Rm 8, 
1). Así, pues, el hombre cuya fe en Cristo es fe viva por la esperanza y 
el amor, ya no tiene por qué temer. Recordemos las palabras de San 
Juan: «En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que 
tengamos confianza en el día del juicio... No hay temor en el amor, sino 
que el amor perfecto expulsa el temor» (1 Jn 4,17- 18). Su confianza en 
Dios no hace al creyente descuidado en el servicio a su Señor. Vive 
como quien ha de dar cuenta (79). 

70. La enseñanza del Concilio Vaticano II 
El Concilio Vaticano II nos recuerda la necesidad de vivir vigilantes y 
con esperanza: "Y como no sabemos el día ni la hora, es necesario, 
según la amonestación del Señor, que velemos constantemente, para 
que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena (cfr Hb 9, 27), 
merezcamos entrar con El a las bodas y ser contados entre los elegidos 
(cfr. Mt 25, 31 -46), y no se nos mande, como siervos malos y perezosos 
(cfr. Mt 25, 26) ir al fuego eterno (cfr. Mt 25, 41), a las tinieblas 
exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes (Mt 22, 13 y 25, 30). 
Pues antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos comparecer 
ante el tribunal de Cristo para dar cuenta cada uno de las obras buenas 
o malas que haya hecho en su vida mortal (2 Co 5, 10) y al fin del 
mundo saldrán los que obraron el bien para la resurrección de vida; los 
que obraron el mal, para la resurrección de condenación (Jn 5, 29; cfr. 
Mt 25, 46). Teniendo, pues, por cierto, que los padecimientos de esta 
vida son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar 
en nosotros (Rm 8, 18; cfr. 2 Tm 2, 11-12), con fe firme aguardamos la 
esperanza bienaventurada y la llegada de la gloria del gran Dios y 
Salvador nuestro Jesucristo (Tt 2, 13), quien transfigurará nuestro 
abyecto cuerpo en cuerpo glorioso semejante al suyo (Flp 3, 21) y 
vendrá para ser glorificado en sus santos y mostrarse admirable en 
todos los que creyeron (2 Ts 1, 10) (LG 48) (80).
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TEMA 71 

OBJETIVO: 
DESCUBRIR EL JUICIO COMO ASPECTO FUNDAMENTAL DEL 
EVANGELIO: SÓLO DIOS CONOCE Y JUZGA DE VERDAD AL HOMBRE

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Oración inicial: Sal 94. 
* Presentación del tema 71 en sus puntos clave. 
* Diálogo: lo más importante. 
* Lecturas: Sb 12,10-22; 1 Jn 4,17-18; Jn 3,18-19; Mt 25,31-46. 
* Diálogo: ¿qué significa para nosotros este aspecto fundamental del 
evangelio? 
* Oración final: Sal 143. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
PUNTOS CLAVE 
* Una historia ambigua. 
* Cuando Dios actúa, juzga. 
* Dios sondea los corazones. 
* En acontecimientos históricos. 
* El «día de Yahvé». 
* Instancia de los oprimidos. 
* El juicio, aspecto fundamental. 
* Pluralismo religioso. 
* Actitud adoptada ante el evangelio y ante el pr6jimo. 
* La frontera de la muerte. 
* Desvelamiento de la actitud. 
* El juicio comienza ahora.