CATECUMENADO 52 



LA IGLESIA CELEBRA
LA PRESENCIA DE CRISTO
BAJO LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU


OBJETIVO CATEQUÉTICO 
* Descubrir que los Sacramentos son los grandes momentos de la vida de fe, en los que el hombre se encuentra realmente con Cristo. 

1. Celebrar la vida de fe :
El hombre nuevo, hombre que nace de la Palabra de Dios (Cfr. Temas 
35-41) y vive en comunión con los hermanos (Cfr. Temas 42-51), vive y 
celebra la presencia de Cristo bajo la acción del Espíritu. Es el hombre 
de la Celebración, de la Liturgia, de la Fiesta: celebra la vida cristiana, el 
acontecimiento de la salvación, la experiencia de fe. En la liturgia la 
Iglesia celebra los grandes momentos de la vida de fe, significativamente 
configurados por la acción del Espíritu. Son los Sacramentos. En efecto, 
la iglesia, heredera de los Apóstoles, que proclama incesantemente el 
Evangelio de la salvación, celebra la obra salvadora de Cristo -su 
misterio pascual- en los Sacramentos, en torno a los cuales gira toda su 
vida litúrgica (Cfr. SC 6). 

2. Celebrar el encuentro con Dios en Cristo 
La vida de fe supone una relación del hombre con Dios, una relación 
de persona a persona, un encuentro personal, una comunión del hombre 
con Dios. Contando con la iniciativa generosa, condescendiente, 
gratuita, por parte de Dios, el hombre creyente se pone en relación viva 
con El, que mediante esa relación se convierte para nosotros en el Dios 
vivo. Por el pecado el hombre pierde esta relación viva con Dios, esta 
relación de hijo a Padre, y no la puede recuperar por sí mismo (Cfr. 
Temas 22-23), sino en el encuentro con Cristo: «Nadie conoce bien al 
Hijo sino el Padre ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a 
quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 27). 
Jesús de Nazaret es destinado por el Padre a ser en su humanidad el 
acceso único al misterio de Dios (Cfr. Temas 13-21). El es el único 
mediador, el sacramento original del encuentro del hombre con Dios: 
«Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los 
hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como 
rescate por todos» (1 Tm 2, 5-6). Cristo es Dios de una manera humana 
y hombre de una manera divina. Sólo El nos puede enviar al Espíritu de 
parte del Padre (Jn 15, 26). 

3. Celebrar el encuentro con Cristo en la Iglesia 
La Iglesia es signo visible de la presencia invisible de Jesús entre los 
hombres. Nos encontramos con Cristo en la Iglesia. Por medio de la 
predicación de la palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos 
y de la caridad fraterna, Cristo actúa en la Iglesia y, en virtud de la acción 
oculta del Espíritu, se comunica a los hombres. Por su unión con Cristo, 
mediante el Espíritu, la Iglesia es sacramento universal de salvación, 
sacramento de Cristo (AG 1; GS 45). La Iglesia no es sólo un medio de 
salvación. Es la salvación misma de Cristo, es decir, forma corporal de 
esa salvación en cuanto se manifiesta en el mundo. Es, pues, como dice 
San Pablo, «el cuerpo de Cristo» (Cfr.Tema 43). O como dice el Concilio 
Vaticano II, el Pueblo de Dios «constituido por Cristo para ser una 
comunión de vida, caridad y verdad, es asumido por El como instrumento 
de redención universal» (LG 9) 

4. Celebrar el encuentro con Cristo en los sacramentos 
En el contexto del misterio de la Iglesia como sacramento universal de 
salvación, los sacramentos son actos personales del mismo Cristo que 
significan y realizan la Salvación de Dios en el plano de la visibilidad 
terrestre de la Iglesia. Tal es el núcleo auténtico de la presencia de 
Cristo a modo de misterio. Se basa, pues, en el hecho de que los 
sacramentos son actos personales de Cristo, como dice Pío Xll de 
acuerdo con la tradición en su encíclica Mystici Corporis. «Es Cristo el 
que bautiza, el que perdona, el que ofrece» [AAS 35 (1943) 218]. La 
Iglesia, bajo la acción del Espíritu, celebra esta presencia de Cristo en 
cada uno de los sacramentos. Como dice el Concilio Vaticano ll: «Cristo 
está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en las acciones 
litúrgicas... Está presente con su fuerza en los sacramentos de modo que 
cuando alguien bautiza, es Cristo mismo quien bautiza» (SC 7). Los 
sacramentos no son cosas. Inscritos en el nivel visible de las realidades 
sensibles y de las acciones humanas, son encuentros reales de los 
hombres con el Señor exaltado en la gloria. Quien celebra los 
sacramentos puede hacer suyas estas palabras: «Cristo, te me has 
manifestado cara a cara: te encuentro en tus sacramentos» (San 
Ambrosio, Apología del profeta David, 12, 58). El Cristo glorioso, en el 
ejercicio de su sacerdocio eterno (Cfr. SC 7), se nos hace accesible en 
los sacramentos y se convierte «para todos los que le obedecen en autor 
de salvación eterna» (Hb 5, 9). 

5. Celebrar los grandes momentos de la vida de fe 
Los sacramentos son signos de vida por los que Cristo quiere unirse a 
nosotros. Ellos constituyen los grandes momentos de la vida de fe, que la 
comunidad creyente celebra gozosa y festivamente. La Iglesia enumera 
siete. Siendo un mismo Espíritu el que actúa en todos (Cfr. 1 Co 12, 11), 
la diversidad de los sacramentos corresponde a diversas situaciones de 
la vida del creyente, que suponen, en cierto modo, un nuevo comienzo. 
Así el Bautismo es el sacramento del nacimiento a la fe; la Confirmación, 
el sacramento del testimonio de la fe; la Penitencia, el sacramento de la 
reconciliación, misterio de misericordia y de conversión; la Eucaristía, el 
sacramento del Pan de Vida y celebración de la Pascua del Señor; la 
Unción de los Enfermos, el sacramento de la esperanza cristiana frente al 
dolor de la enfermedad y de la muerte; el Orden, el sacramento del 
servicio a la comunidad eclesial; el Matrimonio, el sacramento del amor 
humano, signo de fidelidad definitiva y de paternidad responsable. 

6. Los sacramentos, tiempos de salvación en los que Cristo sale 
nuestro encuentro 
Los sacramentos no se refieren al hombre en general, sino al hombre 
creyente. En ellos no se trata de celebrar acontecimientos meramente 
naturales, como el nacimiento, la mayoría de edad, el matrimonio o la 
muerte. Esto lo hacen las llamadas religiones naturales. El Antiguo 
Testamento, como religión histórica, efectúa ya un giro decisivo en la 
liturgia comparada de las religiones: celebra la acción liberadora de Dios 
en medio de la historia. Por su parte, los sacramentos de la Nueva 
Alianza se refieren a momentos trascendentales en la vida del hombre 
creyente. En ellos se celebra la acción de Cristo Resucitado en medio de 
situaciones humanas, como la búsqueda de Dios, la crisis del sentido de 
la vida, el sentimiento de culpa, el amor, la libertad, el dolor, la 
enfermedad, la muerte. 
Lo importante es que momentos decisivos de la vida humana se 
convierten en tiempos de salvación, en los que Cristo, misteriosa y 
realmente presente en medio de nosotros, sale a nuestro encuentro en 
signos sencillos que pertenecen a nuestro mundo. Así, los sacramentos 
son prolongación terrestre del Cuerpo del Señor. Como dice San León 
Magno, «lo que era visible en Cristo, ha pasado a los sacramentos de la 
Iglesia» (Sermón 74, 2). 

7. En acciones y gestos elementales de nuestro existir 
Estos encuentros del Señor con nosotros en momentos decisivos de 
nuestra fe se expresan, significan y realizan en acciones y gestos 
elementales de nuestra existencia: salir del agua, comer el pan, beber el 
vino, ungir con óleo, imponer las manos, pronunciar un sí, confesar la 
propia culpa. En la celebración comunitaria de la fe, estas realidades del 
existir humano pasan a ser signos de la nueva creación que ha 
inaugurado ya el Señor Resucitado. Así, bautizarse no es tomar un baño 
ni celebrar la eucaristía es saciar el cuerpo. El bautizado se baña ya en 
un mundo nuevo y en un mundo nuevo se alimenta la comunidad. 

8. Signos que expresan y realizan la relación efectiva con Dios 
El gesto litúrgico tiene un parentesco muy estrecho, por una parte, con 
la palabra, y, por otra, con la acción. Y no es una casualidad que estas 
dos características de lo humano se den en estrecha conexión con 
gestos de encuentro, como los del amor. Es decir, que el sentimiento 
tiende a hacerse realidad en el gesto para llegar a ser sentimiento 
efectivo. La palabra que precede y sigue al gesto lo manifiesta 
absolutamente y, sin ella, no puede éste alcanzar su pleno poder 
expresivo ni su realización puede ser asumida personalmente. 
De manera semejante se expresa la fe y se hace realidad en la 
palabra y en el gesto, precisamente porque también es un encuentro con 
otro: Dios. El gesto litúrgico y la palabra de la celebración presentan, por 
tanto, una particularidad esencial que les es común: la de ser signo que 
expresa y realiza la relación efectiva con Dios; el gesto litúrgico es la fe 
en acto y, como tal, compromete toda la persona 

9. Antiguo Testamento: celebrar las maravillas de Dios 
Ya en el Antiguo Testamento la liturgia expresa y actualiza la relación 
efectiva con Dios. La acción liberadora de Dios en el Éxodo no es 
simplemente un acontecimiento del pasado: la liturgia judía de la Pascua 
precisa el sentido simple actual de esta liberación. De generación en 
generación, cada israelita debe considerarse a sí mismo como liberado 
de Egipto: «No es solamente a nuestros antepasados a quienes el Santo, 
Bendito sea, ha libertado; nos ha liberado a nosotros con ellos» 
(Haggada). En la noche de Pascua, la mesa familiar y la necesidad 
cotidiana de comer adquiere un sentido excepcional y evoca 
concretamente todo el significado histórico de Israel. Esa mesa, singular 
como ninguna de las mesas, celebra gozosamente la forma concreta y 
verdadera según la cual Dios está inscrito para Israel en el corazón de la 
historia. Dios alimenta la fe de su pueblo con el memorial de las 
maravillas pasadas (Sal 1 10, 4) y el don de los signos presentes. En la 
cena judía de la Pascua. cada uno relata su historia y, todos juntos, 
celebran la historia común de Israel. 

10. Nuevo Testamento: celebrar la resurrección de Jesús. 
«Con El también habéis resucitado» 
También en el Nuevo Testamento la liturgia prolonga, actualiza y 
celebra las maravillas de Dios en la historia de la salvación. La acción 
liberadora de Dios alcanza su cumbre resucitando a Cristo: la comunidad 
cristiana celebra la actualidad siempre nueva de este acontecimiento, la 
mayor de las maravillas de Dios. De generación en generación, cada 
creyente debe considerarse a sí mismo como liberado de la muerte: 
«sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por 
la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos» 
(/Col/02/12). Así lo cantamos los cristianos en la noche de Pascua: «Esta 
es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende 
victorioso del abismo. ¿De qué nos serviría haber nacido si no 
hubiéramos sido rescatados?» En esa noche que brilla a sus ojos como 
el día, la Iglesia celebra gozosamente la forma concreta y verdadera 
según la cual Cristo Resucitado está inscrito para la humanidad en el 
corazón de la historia. 

11. Dimensión bíblica de los signos sacramentales 
La comprensión del simbolismo sacramental no puede desligarse del 
contexto bíblico del que dependen estos signos. Es verdad que entre los 
ritos de la Antigua Alianza y los sacramentos cristianos existe una 
discontinuidad. Sin embargo, los nuevos ritos tenían para la generación 
apostólica una significación muy rica por su conexión con la historia de 
Israel y sus decisivas experiencias. A la luz de esos ritos se esclarecía el 
sentido último de las imágenes y símbolos de las páginas bíblicas, bajo 
los que se expresaban las maravillosas iniciativas de Dios liberador de su 
pueblo. «No quiero que ignoréis, hermanos -dice Pablo-, que nuestros 
padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos 
fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el 
mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, 
pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. 
Todo esto les sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento 
nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades» (1 Co 
10, 1-4.11). La pedagogía de los sacramentos no puede olvidar 
resonancias que las catequesis patrísticas, inspirándose en los escritos 
apostólicos, desarrollaron con una admirable intuición. 

12. La Eucaristía, fuente y clima de la vida de la Iglesia 
EU/CENTRO:La Eucaristía es el punto culminante hacia el cual tiende 
todo el culto de la Iglesia: «aparece como fuente y cima de toda 
evangelización» (P0 5, 2). En la Eucaristía, Cristo, muerto y resucitado, 
se une a su Iglesia y la une a El; en la Eucaristía la «edifica» 
verdaderamente como cuerpo suyo (1 Co 10, 17). Por eso también todos 
los demás sacramentos tienen como centro al resucitado, Señor de la 
Iglesia; por eso el día de la resurrección es el día del culto de su pueblo 
(Hch 20, 7; 1 Co 16, 2; Ap 1, 10); por eso la predicación no busca más 
que despertar y fortalecer la fe en ese Señor muerto y resucitado (Hch 
10, 40ss); por eso la lectura de la Escritura ha de dar testimonio de El 
(Cfr. Jn 5, 39); por eso la profesión de fe es confesión de su señorío 
actual (Jn 20, 28; 2 Co 13, 5), por eso la confesión de los pecados revela 
el ministerio de la reconciliación, obra suya (2 Co 5, 18); por eso la 
oración es ante todo una súplica para que venga (Ap 22, 17.20), que 
venga gloriosamente al fin de los tiempos, pero que anticipe ya esa 
venida con su presencia en la Iglesia congregada. 

13. Los signos sacramentales y la liturgia 
La Iglesia ha situado la celebración de los signos sacramentales 
dentro de una ambientación ritual que los prepara y prolonga. Entre los 
ritos propiamente esenciales y los restantes existe una continuidad que 
conviene subrayar. El ambiente ritual de la celebración no constituye un 
conjunto de meras ceremonias honoríficas que rodean al sacramento. 
Por el contrario, precisa el signo sacramental, lo despliega y hace 
resonante su significación. 
Esos ritos están puestos al servicio del signo sacramental: imitando la 
economía sagrada del mismo signo, lo explican y explotan sus riquezas. 
Son gestos y oraciones que han buscado su inspiración en la Biblia y 
que se esclarecen a través de los escritos sagrados. Por medio de ellos, 
el sacramento se extiende dilatando su propio poder evocador. En esta 
perspectiva ritual se provoca y estimula el clima intenso de fe en el que 
se han de celebrar los sacramentos. 

14. El sacramento, signo eficaz de la gracia 
El sacramento es un signo eficaz de la gracia, un signo que 
efectivamente opera la gracia que significa. El Concilio de Trento definió 
que los sacramentos, supuestas las disposiciones requeridas en el sujeto 
que los recibe, significan y realizan la gracia ex opere operato (Cfr. DS 
1606-1608). Esta expresión técnica significa, por una parte, que la gracia 
sacramental no depende de la santidad del ministro y que la fe del sujeto 
no se apodera de la gracia, como de cosa propia: Cristo queda 
soberanamente libre e independiente frente a todo mérito humano. 
Por otra parte, ex opere operato quiere decir que nos hallamos en 
presencia de un acto del mismo Cristo. Ex opere operato y eficacia a 
partir del misterio de Cristo significan la misma cosa. Cristo Resucitado, 
en medio de la comunidad eclesial, comunica infaliblemente la gracia. 

15. Gracia y carácter SOS/CARACTER:
El encuentro con Cristo en los sacramentos es un encuentro con Dios 
y la gracia es precisamente esa comunión personal con Dios. La gracia 
santificadora implica una relación vital con el Padre, el Hijo y el Espíritu 
Santo. 
Siendo un mismo Espíritu (Cfr. 1 Co 12, 11 ) el que actúa en los siete 
sacramentos, es la misma gracia de santificación la que los siete otorgan 
pero, a través de cada uno de ellos, el don de Dios se ordena 
específicamente a las necesidades particulares y a las concretas 
misiones del cristiano. La gracia sacramental es la gracia del Espíritu 
Santo que se nos da en función de una situación vital determinada, 
cristiana y eclesial. 
Tres sacramentos -Bautismo, Confirmación y Orden- no pueden 
recibirse más que una vez. Estos tres sacramentos sellan con una marca 
definitiva a quienes participan en ellos. El lenguaje eclesiástico designa 
esta marca con el nombre de carácter. La palabra evoca el oficio del 
grabador que, por medio de un buril, fija una imagen o inscripción sobre 
el metal. El carácter se relaciona con la imagen, con la semejanza. 
También se relaciona con el sello que es la impronta marcada por el 
anillo en la cera caliente para testimoniar un contrato irreversible. 

16. La respuesta creyente a los sacramentos 
Cristo, en los sacramentos, sale al encuentro de hombres 
determinados y concretos: el sacramento es la señal de esa 
aproximación iniciada por Cristo, la manifestación sensible de su voluntad 
gratuita de encuentro. Ningún mérito del hombre puede exigir la gracia 
sacramental: el don de Dios es absolutamente gratuito. Sin embargo, la 
libertad humana puede abrirse generosamente para acoger la salvación 
que se le ofrece o cerrarse a ella o entorpecer el influjo santificador que 
los sacramentos están llamados a realizar. 
Es necesario comprender en profundidad cómo se conjugan estas dos 
realidades: de una parte, los actos de Cristo en las celebraciones 
sacramentales son plenamente libres frente a las exigencias de los 
hombres; de otra parte, el hombre adulto ha de querer participar en el 
sacramento y cooperar con el don de la fe y llevar a cabo una conversión 
a fin de que el amor del Señor que le sale al encuentro le invada y no se 
quede reducida al inicio de un gesto salvador: la sangre derramada de 
Cristo puede llegar a resultar estéril si alguien se niega a acogerla. La 
teología clásica habla de sacramentos nulos o inválidos y de 
sacramentos infructuosos. Esto quiere decir que, no obstante, la 
gratuidad del don divino, y a pesar de que, en los signos sacramentales, 
Cristo ofrece su salvación por haberlo decidido libremente, los creyentes 
han de disponerse a celebrar los sacramentos actualizando 
personalmente su fe y su libertad. Este es el sentido del catecumenado y 
las preparaciones penitenciales.

17. Cristo confió los sacramentos a la Iglesia 
El hecho de que las acciones sacramentales puedan identificarse con 
actos personales del mismo Cristo supone que los sacramentos tienen su 
origen en Cristo: de no ser así, aquella identificación sería vana y 
presuntuosa. La Iglesia custodia fielmente los signos sacramentales que 
le transmitieron los Apóstoles: ella es la depositaria única de esta 
herencia del Señor y sólo en su comunión pueden ser auténticamente 
celebrados. A ella corresponde también determinar los signos concretos 
de algunos sacramentos, es decir, gestos y palabras que han sido 
dejados por Cristo a su iniciativa. Así, por ejemplo, la Iglesia precisó el 
signo del sacramento del Orden (Cfr. Const. Apost. «Sacramentum 
Ordinis» de Pío Xll, DS 3857-3861 ) y, recientemente, Pablo Vl determinó 
elementos esenciales de la Confirmación y de la Unción de los enfermos. 

Estas decisiones de la Iglesia no suponen arbitrariedad alguna en los 
signos sacramentales, ya que éstos, más allá de las posibles variaciones, 
expresan siempre la realidad oculta que Cristo intentó al instituirlos. Con 
mayor razón, la ambientación ritual en que ha de realizarse la 
celebración de los sacramentos no está rígidamente fijada. Se ha 
desarrollado a lo largo de los tiempos y, quedando a salvo siempre el 
signo sacramental esencial (la sustancia de los sacramentos), puede 
seguir modificándose. 
El Concilio de Trento declaró expresamente «que la Iglesia ha tenido 
perpetuamente la potestad de establecer o cambiar en la administración 
de los sacramentos, dejando a salvo su sustancia, aquello que, según la 
variedad de circunstancias, tiempos y lugares, juzgase que era más 
conveniente a la utilidad de los que los reciben o a la veneración de los 
mismos sacramentos» (DS 1728). La Iglesia conserva los sacramentos 
como un tesoro recibido y, al mismo tiempo, realiza su transmisión a 
impulsos del dinamismo propio de su condición de organismo vivo: 
entrega los sacramentos a las sucesivas generaciones en el seno de su 
tradición, nunca envejecida y decrépita, sino, por el contrario, siempre 
actual y fecunda. 
La Iglesia Madre es fiel a su Esposo único y es fiel a sus hijos. Estos, 
en cada época, cultura o situación, han de aproximarse al lenguaje de 
los signos salvíficos como hombres lúcidos y conscientes que puedan ser 
realmente interpelados por su fuerza comunicativa. De ahí, la lealtad 
flexible de la Iglesia en la celebración histórica de los sacramentos de la 
fe. 

18. «Servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» 

MINISTRO/SOS:La Iglesia celebra los sacramentos a 
través de ministros, servidores de Cristo (Cfr. 1 Co 4, 1), que, como 
embajadores del Señor (Cfr. 2 Co 5, 20), son signos por medio de los 
cuales el mismo Cristo actualiza su salvación. La Iglesia es la 
dispensadora única de los misterios sacramentales porque, en los 
Apóstoles, recibió el mandato y la misión de Cristo para celebrarlos a lo 
largo de la historia. Esta misión afecta directamente a los sucesores de 
los Apóstoles, al Sucesor de Pedro y el Colegio Episcopal. Los restantes 
ministros actúan como cooperadores suyos y en íntima comunión con 
ellos: «los obispos gozan de la plenitud del sacramento del orden y de 
ellos dependen en el ejercicio de su potestad los presbíteros... y los 
diáconos. Los obispos son, así, los principales dispensadores de los 
misterios de Dios, así como los moderadores, promotores y custodios de 
toda la vida litúrgica en la Iglesia que se les ha confiado» (CD 15). 

19. El ministro no actúa en nombre propio, sino en nombre de Cristo y 
de la Iglesia 
Los ministros de los sacramentos no son autómatas, sino hombres 
que, consciente y voluntariamente, se hacen disponibles para la acción 
santificadora de Cristo intentando con seriedad responsable cumplir su 
voluntad de salvación. La intención que vincula al ministro con la Iglesia 
en la que Cristo se hace presente sacramentalmente no queda suprimida 
por la eventual conducta pecadora del mismo, porque «no purifica 
Dámaso, ni Pedro, ni Ambrosio, ni Gregorio. Nosotros somos los 
ministros, pero los sacramentos son tuyos. Comunicar los dones divinos 
no procede de las fuerzas humanas, sino de ti, Señor» (San Ambrosio, 
Sobre el Espíritu Santo, 1, prol.). Ni siquiera desaparece la fuerza de esa 
intención por el hecho de que el ministro esté separado de la comunión 
visible de la única Iglesia de Cristo, pues no puede buscarse 
sinceramente a Cristo sin que, al mismo tiempo, se encuentre de algún 
modo a su Esposa. 
Las acciones del ministro, con todo lo que suponen de libertad y libre 
decisión, no dependen de la propia santidad ni del talante religioso y 
humano del servidor de Cristo: no se puede esperar la salvación de un 
hombre. El ministro no actúa en nombre propio, sino en nombre de Cristo 
y de la Iglesia: esta misteriosa condición se aprecia de manera singular 
en las celebraciones sacramentales en las que se muestra 
admirablemente que todos los ministros, en su conjunto, constituyen un 
signo único del único sacerdote: Cristo Jesús. La intención de realizar lo 
que quiere la Iglesia es algo imprescindible en quien, por definición, 
permanece al servicio de la misión de Cristo y de la Iglesia. 
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TEMA 52 

OBJETIVO: 
DESCUBRIR LOS SACRAMENTOS COMO LOS GRANDES MOMENTOS DE LA VIDA DE FE, EN LOS QUE EL HOMBRE SE ENCUENTRA CON CRISTO 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Presentación del objetivo y plan de la reunión.
* Lluvia de ideas: ¿qué son para nosotros los sacramentos? 
* Presentación del tema 52 en sus puntos clave. 
* Diálogo: aspectos descubiertos, experiencias. 
* Oración comunitaria: Sal 111, canción apropiada . 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
PUNTOS CLAVE 
* Celebrar la vida de fe. 
* Celebrar el encuentro con Dios en Cristo. 
* Celebrar el encuentro con Cristo en la Iglesia. 
* Celebrar el encuentro con Cristo en los sacramentos. 
* Los grandes momentos de la vida de fe. 
* Cristo sale a nuestro encuentro. 
* En signos que expresan y realizan la relación con Dios. 
* Para evaluación y discernimiento, ver PC-I,7 (V).