CATECUMENADO 50 


PUEBLO DE PROMESAS Y COMUNIDAD DE ESPERANZA



OBJETIVO CATEQUÉTICO 
* Descubrir que la Iglesia es pueblo de promesas y comunidad de 
esperanza; esperanza enraizada en una vida de fe y de amor. 

142. Hemos nacido en un pueblo de promesas y esperanzas 
Para unos, la realidad entera está abocada a la muerte. Dicen: 
«Hemos sido arrojados al mundo. El hombre es un ser para la muerte». 
Para otros, la realidad está fundamentada en la naturaleza. Dicen: «Sólo 
la naturaleza existe, y existe infinitamente. Los individuos pasan, la 
naturaleza permanece.» Para los creyentes, la realidad es, en último 
término, personal; está fundamentada en Dios. Y dicen: «Hemos nacido 
en un Pueblo de promesas y esperanzas, de futuro definitivo y estable, 
firme y estable como la fidelidad de Dios» (cfr. Sal 88, 2-3) (181). 

143. Israel, un pueblo nacido de la promesa 
La historia de Israel nace en torno a la promesa. El objeto de la 
promesa es sencillo: una tierra y una posteridad numerosa (Gn 12, 1-2). 
Con Abrahán comienza así la historia de la esperanza bíblica, el cual, 
«apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a 
ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: Así será 
tu descendencia» (Rm 4, 18). Israel se constituye como pueblo tras la 
aventura del éxodo en virtud de una promesa de Dios hecha a Moisés: 
«Moisés replicó a Dios: -¿Quién soy yo para acudir al Faraón o para 
sacar a los israelitas de Egipto? Respondió Dios: -Yo estoy contigo» (Ex 
3, 11-12). En el destierro, cuando Israel ha perdido su rey, su capital, su 
templo, su honra, despierta Dios su esperanza con nuevas promesas por 
medio de los profetas: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo 
antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? 
Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo» (Is 43, 18-19) (182). 

144. Todas las promesas de Dios han tenido su sí en Jesús 
En Jesús, el Mesías esperado, todas las promesas de Dios han tenido 
su sí (2 Co 1, 20). El es, además, portador de nuevas promesas. 
Inaugura su predicación anunciando la gran promesa: «Después que 
Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva 
de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca» (Mc 
1,14-15). En las bienaventuranzas promete este Reino a los pobres y a 
los perseguidos (Mt 5,3-10; Lc 6,20-23). Elige discípulos, a quienes llama 
y promete una milagrosa pesca de hombres (Mt 4, 19), el ciento por uno 
y la participación en el señorío de Cristo (cfr. Mt 19, 27-29). Promete a 
Pedro fundar sobre él su Iglesia y le garantiza la victoria sobre el poder 
del infierno (Mt 16, 18-19) (183). 

145. El Don del Espíritu contiene todas las promesas 
El Reino de Dios, presente en Jesús, se hace posible por el Don del 
Espíritu. El Espíritu es la promesa del Padre (Lc 24, 49), dice Jesús. 
Llenando el universo y manteniendo unidas todas las cosas (cfr. Sb 1,7), 
contiene también todas las promesas (cfr. Ga 3,14). Para que el Espíritu 
sea dado, Jesús debe acabar su obra en esta tierra (Jn 17,4), amar a los 
suyos hasta el fin (13,1; Lc 22,19-20). Entonces se le abren todos los 
tesoros de Dios y puede prometer todo (Jn 14,13-14). Este todo es el 
«Espíritu de verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo 
conoce» (Jn 14, 17) (184). 

146. Los cristianos, herederos de la promesa 
Los cristianos, recibiendo el Espíritu, están en posesión de todas las 
promesas (Hch 2,38-39) y, desde el momento en que los gentiles han 
recibido también el Don del Espíritu (10,45), han venido a ser «partícipes 
de la Promesa de Jesucristo, por el Evangelio» (Ef 3, 6). Como se dice 
en la Carta a los Gálatas: «Tened, pues, entendido que los que viven de 
la fe, esos son los hijos de Abrahán. La Escritura, previendo que Dios 
justificaría a los gentiles por la fe, anunció con antelación a Abrahán esta 
buena nueva: En ti serán bendecidas todas las naciones. Así pues, los 
que viven de la fe son bendecidos con Abrahán el creyente» (3, 7-9) 
(185). 

147. La Iglesia, en camino hacia una patria mejor. «La renovación del 
mundo
está irrevocablemente decretada» 
Los creyentes del Antiguo Testamento esperaban al Salvador. Los 
creyentes del Nuevo ya hemos visto cumplida esta promesa en Jesucristo 
muerto y resucitado. Pero esperamos todavía la plena manifestación del 
misterio de Cristo. La esperanza cristiana está orientada hacia Jesucristo 
resucitado, hacia la venida definitiva de su reino. Quienes perseveran 
fieles hasta el fin participarán en la gloria de Jesucristo. Mientras tanto, 
los cristianos son todavía peregrinos de una patria mejor (Hb 11, 16), a 
la que tienden, a ejemplo de Abrahán, por la fe y la perseverancia (6, 
12-15). La Iglesia, fortalecida con las promesas (Mt 16, 18-19) y con la 
presencia de Jesús (28, 20), debe acabar de realizar la esperanza de los 
profetas, abriendo a las naciones su reino y su esperanza (8,11; 28,19). 
Como dice el Concilio Vaticano II, «la plenitud de los tiempos ha llegado, 
pues, a nosotros (cfr.1 Co 10,11), y la renovación del mundo está 
irrevocablemente decretada y en cierta manera se anticipa realmente en 
este siglo, pues la Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de 
verdadera santidad. aunque todavía imperfecta» (LG 48) (186). 

148. El tiempo de la Iglesia: Entre el ya y el todavía no EP/TENSION 
La tensión escatológica de la Iglesia entre lo que ya vive del Reino de 
Dios y lo que todavía no se ha manifestado la expresa ·Agustín-san de 
este modo: «Nuestro Señor Jesucristo ascendió al cielo... Y así como El 
ascendió sin alejarse de nosotros, nosotros estamos ya allí con El, aun 
cuando no se haya realizado todavía en nuestro cuerpo lo que nos ha 
sido prometido. El fue exaltado sobre los cielos; pero sigue padeciendo 
en la tierra todos los trabajos que nosotros, que somos sus miembros, 
experimentamos. De lo que dio testimonio cuando exclamó: «Saulo, 
Saulo, ¿por qué me persigues? Así como «tuve hambre, y me disteis de 
comer...» ¿Por qué no vamos a esforzarnos sobre la tierra de modo que 
gracias a la fe, la esperanza y la caridad, con las que nos unimos a El, 
descansemos ya con El en los cielos? Mientras El está allí, sigue estando 
con nosotros; y nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya con 
El allí. El realiza aquello con su Divinidad, su poder y su amor; nosotros, 
en cambio, aunque no podemos llevarlo a cabo como El con la divinidad, 
sí que podemos con el amor, si va dirigido a El» {Sermo de Ascensione 
Dni. 98, 1-2; PLS 2, 494) (187). 

149. La Iglesia, constituida ya en sus rasgos esenciales: 
«Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica» 
La Iglesia de Jesucristo está ya constituida en sus rasgos esenciales, 
pero, al mismo tiempo, es una realidad dinámica, viviente, en crecimiento. 
El Espíritu Santo la mantiene fiel a sí misma y al mismo tiempo la mueve 
interiormente a una fidelidad cada día mayor, y a un desarrollo más 
vigoroso, más fructífero. Esta es la Iglesia que confesamos en el 
Símbolo: Creo en la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica (Concilio de 
Constantinopla, a. 381). Quien pretenda comprender qué es la Iglesia 
deberá comprender el significado de estas notas o propiedades de la 
misma. Son una expresión de su profundo misterio. Están relacionadas 
entre sí. Se implican mutuamente, íntimamente. Cada una de estas 
propiedades se debilita y pierde su propio valor, si se la subraya 
separándola de las demás. Son inseparables (188). 

150. Mutua implicación de las propiedades de la lglesia I/NOTAS La 
unidad de la iglesia es apostólica, es decir, arranca de los Apóstoles, y 
se fundamenta en la continuidad del misterio apostólico de los Obispos 
que viven al servicio de la unidad en la fe y en la caridad. Esta unidad es 
católica: no limitada a un lugar, a una raza, a una clase social, a un 
segmento de la historia de la Iglesia, sino abierta a su misión universal, y 
apta de suyo para abarcar el desarrollo huma no en el tiempo y en el 
espacio. La unidad es santa: se realiza más allá de toda organización 
humana, por la acción del Espíritu Santo que es principio de comunión, y 
de caridad fraterna. 
La santidad de la iglesia es católica: se realiza en una variedad 
inmensa de vocaciones; es apostólica: procede de la venida histórica de 
Dios en nuestra carne, y se difunde con la ayuda del ministerio 
apostólico; es una y conduce a la unidad por obra del mismo y único 
Espíritu. 
La catolicidad es una: es el mismo Espíritu el que en todas partes, y 
dentro de la variedad de vocaciones y carismas, sostiene la comunión en 
la misma fe y en los mismos sacramentos. Tratando de las Iglesias 
orientales, dice el Concilio Vaticano ll: «La tradición transmitida por los 
Apóstoles fue recibida de diversas formas y maneras. Por esto, desde los 
mismos orígenes de la Iglesia, fue explicada diversamente en cada sitio 
por la distinta manera de ser y la diferente forma de vida» (UR 14). La 
catolicidad es apostólica, sostenida por el mismo Colegio apostólico. Es 
santa, procede de la multiforme acción del mismo Espíritu. 
La apostolicidad es una: jerarquizada en el único Colegio apostólico; 
todos los Obispos unidos entre sí y con el Papa como cabeza, son 
sucesores del Colegio de los Apóstoles. Es católica, al servicio de la 
misión universal de la Iglesia hasta el final de los tiempos. Es santa, por 
proceder de la acción misma del Señor y de su Espíritu, más allá de toda 
seguridad humana o histórica de continuidad. 
Estas cuatro propiedades esenciales de la Iglesia son realidades a la 
vez ya existentes, y al mismo tiempo abiertas a un desarrollo ulterior. Son 
dinámicas y misioneras. Cualquier actividad auténtica de la Iglesia ha de 
reflejarlas. Constituyen, pues, un sano criterio de discernimiento (189). 

151. Las propiedades de la Iglesia revelan la relación que mantiene 
con el misterio de Cristo
Si las propiedades dan a conocer la esencia o realidad profunda de la 
iglesia con la cual se identifican, revelan además la relación íntima que la 
Iglesia mantiene con el misterio de Cristo. En realidad, existe una 
continuidad entre Cristo y la Iglesia: es todo el misterio de Cristo el que 
se refleja en la Iglesia, su esposa y su cuerpo. Se podrían considerar las 
propiedades de la Iglesia como la expresión, la consecuencia y el fruto 
de la única mediaci6n de Cristo (1 Tm 2, 1-6): unidad, porque existe un 
solo mediador; santidad, porque nos restablece y nos introduce en la 
comunión con el Dios santo; catolicidad, porque es el sacramento eficaz 
del amor salvífico de Dios hacia todos los hombres y para todo el hombre 
(cfr. 1 Tm 2, 4); apostolicidad, porque todo procede de Jesucristo, 
"hombre también que se entregó a sí mismo como rescate por todos" (1 
Tm 2, 6). La misión de Cristo continúa en el ministerio apostólico de la 
Iglesia (Jn 17, 18) (190). 

152. La esperanza de la Iglesia, enraizada en una vida de fe y de amor 

La esperanza de la Iglesia enraiza en una vida de fe y de amor, 
traducida en acciones de justicia y de paz. «La esperanza del cristiano 
proviene de saber que el Señor está obrando con nosotros en el mundo, 
continuando en su Cuerpo, que es la Iglesia -y mediante ella en la 
humanidad entera- la redención consumada en la Cruz, y que ha 
estallado en victoria la mañana de la Resurrección; le viene, además, de 
saber que también otros hombres colaboran en acciones convergentes 
de justicia y de paz, porque bajo una aparente indiferencia existe en el 
corazón del hombre una voluntad de vida fraterna y una sed de justicia y 
de paz que es necesario satisfacer» (Pablo Vl, Octogessima adveniens, 
48) (191) 

153. El Espíritu y la Iglesia dicen: «¡Ven, Señor Jesús!» (Cfr. Ap 22, 
17-20) 
Cristo Resucitado, rodeado de cristianos, vive triunfante en la patria 
definitiva (Ap 5, 11-14; 14, 1-5; 15, 2ss). De allí bajará su esposa, la 
Nueva Jerusalén (Ap 21, 2). Ella todavía está en la tierra, donde participa 
del drama de la esperanza en medio de las dificultades del tiempo 
presente, una esperanza a la que tiende sin cesar, aceptando vivir en un 
mundo que está muy lejos de su realización. Al final del Libro del 
Apocalipsis promete el esposo: «Sí, pronto vendré». Y la esposa le 
responde: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20). La esperanza cristiana no 
hallará jamás mejor expresión, puesto que es en el fondo el deseo 
ardiente de un amor que tiene hambre de la presencia del Señor ( 192). 
EP/QUÉ-ES
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TEMA 50 

OBJETIVO: 
DESCUBRIR QUE LA IGLESIA ES PUEBLO DE PROMESAS 
Y COMUNIDAD DE ESPERANZA 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Oración inicial: Sal 89. 
* Presentación del objetivo, plan y pista de la reunión. 
* Diálogo: ¿qué posición de las citadas refleja nuestra experiencia? 
* Oración comunitaria: desde la propia situación. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
1 Dicen unos: hemos sido arrojados al mundo. 
El hombre es un ser para la muerte. 

2 Otros: Sólo la naturaleza existe. 
Los individuos pasan, la naturaleza permanece. 

3 Los creyentes: hemos nacido en un pueblo de promesas y 
esperanzas, 
de futuro definitivo y estable, 
firme y estable como la fidelidad de Dios.