CATECUMENADO 35 
 


DE LA LEY AL EVANGELIO
EL ESPÍRITU, LEY DEL CRISTIANO



OBJETIVO CATEQUÉTICO 
* Descubrir que el Evangelio: 
- Asume y supera el decálogo. 
- Inaugura una situación religiosa totalmente nueva: el don del Espíritu. 

* Descubrir la función de la ley. 

1. Una lucha, una división interior H/DEBILIDAD H/DIVISION LEY/EV 

Cada persona lleva dentro de sí una imagen ideal de sí mismo que le 
dice cómo debe ser. La realidad de cada día, sin embargo, es bien 
distinta: aparecen los fracasos, los fallos, las limitaciones. Y siente con 
frecuencia la contradicción entre lo que en conciencia sabe que debe ser 
su conducta y lo que realmente es. Se debate en una lucha interior en la 
que no podrá salir victorioso con sus propias fuerzas. 

2. «El bien que quiero hacer no lo hago» 
San Pablo expresa esta división interior en estos términos: «querer lo 
bueno lo tengo a mano, pero el hacerlo, no. El bien que quiero hacer, no 
lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago. Entonces, si 
hago precisamente lo que no quiero, señal que no soy yo el que actúa, 
sino el pecado que habita en mí. Cuando quiero hacer lo bueno, me 
encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. En mi interior me 
complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio 
diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y me hace 
prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. ¡Desgraciado de 
mí! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Dios, por 
medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias» (/Rm/07/18-25). 

3. «Sin mí, no podéis hacer nada» 
Toda persona tiende al bien, pero encuentra en sí misma una cierta 
incapacidad, una esclavitud, de la que es, al propio tiempo, responsable 
y víctima. Como dice el Concilio Vaticano II, «toda la vida de los hombres, 
individual o colectiva, se nos presenta como una lucha realmente 
dramática, entre el mal y el bien, entre las tinieblas y la luz. Más aún, el 
hombre se encuentra incapacitado para resistir eficazmente por sí mismo 
a los ataques del mal, hasta sentirse como aherrojado entre cadenas» 
(GS 13). Tomar conciencia de esta situación fundamental es el punto de 
partida, realista y esencial, para la profundización religiosa. Si no se 
reconoce la propia incapacidad, difícilmente se confesará la necesidad 
de la salvación y de la gracia. "Sin mí, no podéis hacer nada", dice Jesús 
(/Jn/15/05). 

4. Impotencia de la naturaleza y de la ley para justificar a los hombres. 
Función de la ley 
Tal incapacidad se manifiesta como la impotencia de la naturaleza y de 
la Ley para justificar a los hombres, para calmar, por propia cuenta, la 
insaciable sed de dignidad, de paz y de justicia que brota del corazón 
humano (Cfr. GS 39). Como dice el Concilio de Trento, hasta tal punto 
una humanidad sin Cristo es «sierva del pecado» (Rm 6, 20) que «no 
sólo los paganos por la fuerza de la naturaleza, mas ni siquiera los judíos 
por la misma letra de la Ley de Moisés podían librarse o levantarse de tal 
estado, si bien en ellos no estaba extinguido el libre albedrío aunque sí 
atenuado y desviado en sus fuerzas» (DS 1521). Más aún, el Concilio de 
Trento declara anatema a todo aquel que dijere «que el hombre puede 
quedar justificado ante Dios por sus obras, realizadas ya por las fuerzas 
de la naturaleza humana, ya por la doctrina de la Ley, sin la gracia divina 
que viene por Jesucristo» (DS 1551). 
En esta situación, la función de la Ley es doble: da el conocimiento del 
pecado (Rm 3, 20) y además remite hacia Cristo (Ga 3, 24). 

5. Con la gracia podemos y debemos cumplir los mandamientos 
La impotencia de la naturaleza y de la Ley para justificar a los hombres 
no significa que el hombre no deba observar los mandamientos. Con la 
gracia podemos y debemos cumplirlos. Así lo dice también el Concilio de 
Trento: «Nadie..., aunque esté justificado, debe considerarse libre de la 
observancia de los mandamientos. Nadie debe usar aquella expresión 
temeraria y prohibida por los Padres, bajo anatema, de que la 
observancia de los preceptos de Dios es imposible al hombre justificado. 
Pues Dios no manda cosas imposibles, sino que al mandar te invita a 
hacer lo que puedes y a pedir lo que no puedes, y te ayudará para que 
puedas. Sus mandamientos no son pesados (/1Jn/05/03), su yugo es 
suave y su carga ligera (Mt 1 1, 30). Los que son hijos de Dios aman a 
Cristo, y los que le aman, como él mismo atestigua, guardan sus 
palabras (Jn 14, 23), cosa que les es posible con la ayuda de Dios» (DS 
1536). 

6. El Evangelio de Jesús 
El Antiguo Testamento nos habla de la Ley dada por Dios al pueblo de 
Israel en el monte Sinaí. Es el Decálogo, la Ley de la Antigua Alianza de 
Dios con su pueblo. El Decálogo es resumen de las normas 
fundamentales de conducta que deben ser observadas por todo hombre 
de conciencia recta. A lo largo de la historia del pueblo de Israel, se 
fueron introduciendo múltiples interpretaciones y preceptos que muchas 
veces reducían la Ley de Dios a un formalismo legalista. 
La actitud de Jesús frente a la Antigua Ley es clara: «No penséis que 
he venido a abolir la Ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar 
cumplimiento» (Mt 5,17). Si se opone a la tradición de los antiguos, cuyos 
promotores son los escribas y fariseos (Cfr. Mt 5, 20), es porque esa 
tradición, al menos de hecho, lleva a los hombres a violar la Ley, y a 
anular la Palabra de Dios (Mc 12, 28-34). Sin contradecir en modo 
alguno el ideal moral del Decálogo, Jesús lo explica, lo interpreta y lleva a 
la perfección a la que se orientaban sus tendencias germinales. Así 
sucede cuando proclama la superioridad del hombre sobre el sábado 
(Mc 2, 23-27), la fidelidad del corazón (Mt 5, 27-28), la profunda 
sinceridad cristiana (Mt 5, 33-37), el amor al enemigo (Mt 5, 38ss). 

7. En el Evangelio subsiste y se confirma el ideal moral de los 
mandamientos: «hasta la última i» 
Con Jesús permanece el ideal moral del Antiguo Testamento, que 
debe ser cumplido hasta la última i: «Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra 
pasarán antes que pase una i o un ápice de la Ley, sin que todo se haya 
cumplido» (Mt 5, 8). Con el Nuevo Testamento, ciertamente, se vienen 
abajo las normas jurídicas y cultuales pertenecientes a las instituciones 
de Israel, pero el ideal moral de los Mandamientos no sólo subsiste, sino 
que se confirma en su dimensión más sustancial y genuina. Y además, 
se purifica de los lastres contraídos en el curso histórico: los lastres de 
las tradiciones humanas. El Nuevo Testamento resume el ideal moral 
antiguo en el precepto del amor, que es la consumación y la plenitud de 
la Ley. 

8. «En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus 
mandamientos»
El Decálogo, núcleo de la Ley mosaica, don de Dios a su Pueblo, 
conserva todo su valor en la Nueva Ley. En el plan de Dios el Decálogo 
no estaba destinado sólo al Israel según la carne, sino también al Israel 
según el Espíritu. Cristo recuerda estos mandamientos, los completa y 
perfecciona (Mt 5, 17; Mc 10,17-21). La polémica de San Pablo contra la 
Ley no afecta a estos deberes esenciales para con Dios y para con el 
prójimo. San Pablo recuerda los mandamientos divinos sobre el culto que 
se debe a Dios: condena la idolatría, la participación en las fiestas 
paganas (Cfr.1 Co 8,4; Ga 4,8; Rm 1,23ss; 1 Co 10,19). Y los 
mandamientos llamados de la segunda tabla, es decir, los que se 
refieren al prójimo, se resumen, según San Pablo, en la caridad fraterna, 
pues el que ama al prójimo ha cumplido la Ley. En efecto, «el no 
cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás, y los demás 
mandamientos que hay, se resumen en esta frase: Amarás a tu prójimo 
como a ti mismo. Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso 
amar es cumplir la ley entera» (Rm 13, 9-10). 
Por su parte, la primera carta de San Juan subraya la relación esencial 
que existe entre el conocimiento de Dios y la práctica de sus 
mandamientos: «Quien dice: yo le conozco y no guarda sus 
mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él» (1 Jn 2, 4; ver 
2, 5; 3, 24; 5, 2-3). 

9. Más allá de la ley y de los profetas un ideal mayor insuperable 
El Evangelio de Jesús presenta un ideal mayor que el del Antiguo 
Testamento. Va más allá de la Ley y los profetas. Es la prolongación de 
la ley divina llevada a sus últimas consecuencias. Es la perfección y el 
cumplimiento de la Ley. El estilo del Evangelio es éste: «Habéis oído que 
se dijo.. ., pues yo os digo» 

10. «Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás,..» 
«Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate 
será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su 
hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano imbécil, tendrá 
que comparecer ante el sanedrín y, si lo llama renegado, merece la 
condena al fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el 
altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas de ti, deja 
allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, 
y entonces vuelve a presentar tu ofrenda» (Mt 5, 21-24). 

11. «Habéis oído el mandamiento: no cometerás adulterio...» . 
«Habéis oído el mandamiento: no cometerás adulterio. Pues yo os 
digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero 
con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. 
Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si 
tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale 
perder un miembro que ir a parar entero al infierno» (Mt 5, 27-30). 

12. «Está mandado: el que se divorcie de su mujer, que le dé acta de 
repudio...» 
«Está mandado: el que se divorcie de su mujer, que le dé acta de 
repudio. Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer -excepto en 
caso de unión ilegal- la induce al adulterio, y el que se case con la 
divorciada comete adulterio» (Mt 5, 31-32). 

13. «Habéis oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso...» 
«Habéis oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso y 
cumplirás tus votos al Señor. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: 
ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de 
sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu 
cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros 
os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno» (Mt 5, 
33-37). 

14. «Sabéis que está mandado: ojo por ojo, diente por diente...» 
«Sabéis que está mandado: ojo por ojo, diente por diente. Pues yo os 
digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea 
en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para 
quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar 
una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide 
prestado, no lo rehuyas» (Mt 5, 38-42). 

15. «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu 
enemigo . . .» 
«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu 
enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por 
los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el 
cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a 
justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio 
tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo 
a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo 
mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro 
Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 43-48). 

16. Una situación religiosa totalmente nueva 
Jesús inaugura una situación religiosa totalmente nueva. Con El 
comienza una nueva era para el hombre: el tiempo de la Gracia. Con El 
termina el viejo tiempo del Antiguo Testamento: «La Ley y los Profetas 
llegaron hasta Juan; desde entonces se anuncia el Reino de Dios» (Lc 
16, 16). O como dice San Juan: «La Ley se dio por medio de Moisés, la 
gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Jn 1, 17). 

17. La Ley grabada en el corazón 
La era del Evangelio es radicalmente distinta de la era Mosaica. El 
Evangelio no es un código de leyes ni un conjunto de normas que regula 
la vida desde el exterior. El Evangelio entraña un dinamismo nuevo, un 
principio interior de acción, una ley grabada en el corazón. Es el 
cumplimiento de la Nueva Alianza, anunciada por los Profetas: «Mirad 
que llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la 
casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus 
padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos 
quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor -oráculo del Señor-, 
sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días 
-oráculo del Señor-: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus 
corazones» (Jr 31, 31-33). 

18. Una fuerza interior, un dinamismo nuevo, el don del Espíritu 
El Evangelio es lo que ninguna ley puede ser por sí misma: «Una 
fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rm 1, 16). La 
moral evangélica radica fundamentalmente en la gracia y en el amor (Ga 
5, 14; Rm 13, 8-10), y el amor no es una norma exterior de conducta, 
sino una fuerza interior, un dinamismo nuevo, el don del Espíritu. Esta 
nueva situación del hombre ante la Ley había sido anunciada por los 
profetas: «Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; 
arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de 
carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos 
y que pongáis por obra mis mandamientos» (Ez/36/26-27). 

19. La libertad del cristiano. El Espíritu Santo, ley del cristianismo
Así, el cristiano, animado por el Espíritu que procede de Jesús y del 
Padre, se encuentra liberado de toda ley en lo que la ley tiene de 
imposición al hombre desde el exterior. Esto no significa que el cristiano 
menosprecie la ley; antes bien, se siente llamado a ir más allá de la letra 
de la ley. Una madre que ama a su hijo cumple con sus deberes de 
madre sin necesidad de una norma que le recuerde sus obligaciones. 
Comparando el Antiguo Testamento con el Nuevo, Santo Tomás de 
Aquino dice que «la Nueva Ley es principalmente la gracia misma del 
Espíritu Santo que se da a los cristianos» (Suma Teológica, I-ll, q 106 a 
1). 
Santo Tomás, siguiendo a San Agustín, enseña que el Espíritu Santo 
perfecciona interiormente nuestro espíritu comunicándonos un 
dinamismo interior que nos lleva a rechazar el mal porque es un mal, y no 
sólo porque esté prohibido. En este sentido el Espíritu Santo es fuente 
de libertad: «El que obra por sí mismo, obra libremente; pero el que 
recibe el movimiento de otro, no obra libremente. El que evita un mal, no 
porque es un mal, sino en virtud del precepto del Señor, no es libre. Por 
el contrario, el que evita el mal, porque es un mal, ése es libre. Esta es la 
obra del Espíritu Santo que perfecciona interiormente nuestro espíritu 
comunicándole un dinamismo nuevo, de modo que huya del mal por 
amor, como si lo mandase la ley divina; de este modo es libre, no porque 
no esté sometido a la ley divina, sino porque el dinamismo interior le 
inclina a hacer lo que prescribe la ley divina» (In 2Co 3, 17, lect. 3). 
EV/LIBERTAD 

22. El porqué de las leyes cristianas 
Surge ahora una pregunta: si el cristiano ha sido liberado de la ley en 
tanto que es ley, entonces ¿por qué subsisten leyes en el cristianismo? 
El principio paulino permanece: «La ley no ha sido instituida para los 
justos, sino para los pecadores» (/1Tm/01/09). Si todos los cristianos 
fueran justos, no habría necesidad de leyes. La Ley, en general, no 
interviene más que para denunciar un desorden existente. Por ejemplo, 
cuando los cristianos comulgaban frecuentemente, jamás la Iglesia les ha 
obligado bajo pena de pecado a comulgar una vez al año. En virtud de 
una exigencia interior cumplían con sobreabundancia, como una madre 
obedece al precepto del Decálogo que le prohíbe matar a su niño. Pero, 
en la medida en que la exigencia interior deja de urgir, cuando no se 
hace sentir, la ley se yergue proclamando la obligación y advirtiendo que 
en el creyente ha cesado de animar la fuerza del Espíritu. Entonces 
juega la ley para el cristiano el mismo papel que, para el judío, la Ley 
mosaica. 

21. «Habéis sido llamados a la libertad» 
San Pablo nos dice: «Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no 
una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos 
unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: 
Amarás al prójimo como a ti mismo. Pero, atención, que si os mordéis y 
devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente» 
(/Ga/05/13-15). El cristiano es un hijo (Ga 3, 26; Rm 8, 14-16), no un 
esclavo (Ga 4, 1-3); respira una atmósfera de confianza, vive en el amor 
(1 Jn 4, 18). La vocación cristiana es una vocación a la libertad. Pero 
esta libertad es para el amor e implica ruptura con los propios egoísmos: 
no una libertad para que se aproveche la carne, sino una participación 
en la propia libertad de Cristo. 

22. La moral del cristiano, fruto de la gracia 
La moral cristiana es fruto del Espíritu. El comportamiento reclamado 
por el Evangelio no puede ser presentado simplemente como una tarea 
que corra sólo de nuestra cuenta. No es la fuerza del hombre la que 
hace posible la moral cristiana, sino la fe como acogida a un régimen de 
gracia que procede del Padre y que se manifiesta como fruto del misterio 
pascual de Cristo. La semilla que produce el fruto es la Palabra de Dios, 
y el hombre es la tierra -buena, mala, regular- que responde o se resiste 
a la voluntad del Sembrador (Mt 13, 3ss) (23). 

23. La alegría de vivir según el Evangelio 
El Evangelio es Buena Noticia. Al escuchar el programa evangélico de 
Jesús, la muchedumbre (no unos pocos) queda admirada: «Y sucedió 
que cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedó asombrada de 
su doctrina» (/Mt/07/28). Hoy el asombro continúa. Ciertamente, no hay 
ideal más alto. Responde a las aspiraciones más profundas del hombre y 
a su insaciable sed de dignidad, de paz y de justicia. Además, Jesús 
anuncia el cumplimiento del ideal evangélico como gracia a quienes por 
sí mismos ni siquiera pueden cumplir la ley. Con su cumplimiento brota 
en el corazón humano la alegría, la paz, la bienaventuranza. Como un 
eco que no cesa, resonarán siempre las palabras de Jesús: 
«Bienaventurados..., bienaventurados..., bienaventurados...» (Mt 5, 
3-12) (24). 
........................................................................

TEMA 35-1

OBJETIVO: 
DESCUBRIR COMO NOS SITUAMOS 
ANTE LA MORAL DE LAS BIENAVENTURANZAS 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Oración inicial. 
* Información: personas, hechos, problemas... 
* Presentación de la pista adjunta: reacciones diversas. 
* Lectura de Mt 5,1 ss.: silencio, comentario. 
* Oración comunitaria: desde la propia situación, canción apropiada. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
* La moral de las Bienaventuranzas es: 
- imposible; 
- para unos pocos; 
- para la muchedumbre; 
- necesaria; 
- gratuita; 
- buena noticia (¡dichosos!); 
- comunitaria; 
- la justicia propia del Reino de Dios; 
- (...) va contra la Ley y los profetas. 
........................................................................

TEMA 35-2 

OBJETIVO: 
DESCUBRIR QUE LA CONVERSIÓN 
SUPONE UN PASO DE LA LEY AL EVANGELIO 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Oración inicial, información (personas, hechos, problemas: lo más importante). 
* Presentación del objetivo, plan y pista de la reunión . 
* Diálogo: ¿hemos pasado de la Ley al Evangelio? 
* Oración comunitaria, canción apropiada. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
* Presentación del documento-tema 35 en sus aspectos más importantes: 
- el Evangelio asume y supera el Decálogo; 
- el Evangelio inaugura una situaci6n religiosa totalmente nueva: 
el don del Espíritu; 
- ¿para qué sirve la Ley? 
........................................................................

TEMA 35-3 

OBJETIVO: 
DESCUBRIR LA CONVERSIÓN COMO UN PASO DE LA LEY AL 
EVANGELIO 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Información (personas, hechos, problemas...). 
* Oración inicial: salmo compartido. 
* Presentación del objetivo, plan y pista de la reunión. 
* Comunicación, diálogo. 
* Lectura de Mt 16,24-28. 
* Oración comunitaria, canción apropiada. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
* ¿Desde dónde? ¿En qué condiciones resulta posible la moral evangélica?: 
- renunciando al poder; 
- optando por el servicio; 
- renunciando al dinero; 
- compartiendo; 
- negándose a sí mismo: 
- poniendo en juego la vida; 
- renunciando al individualismo; 
- viviendo en comunidad; 
- (...) 
........................................................................

TEMA 35-4 

OBJETIVO: 
CELEBRAR LA CONVERSIÓN COMO UN PASO DE LA LEY AL 
EVANGELIO 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Oración inicial: salmo compartido, canción. 
* Lecturas: 1 Tm 1,8-1 1; Ga 3,23-29; Mt 5,1 -48. 
* Diálogo: experiencias concretas. 
* Oración comunitaria: desde la propia situación. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
* El Evangelio no va contra la Ley; va más allá... 
* La sociedad (escribas, fariseos, ricos, poderosos, judíos, gentiles,
romanos, publicanos.... masas) está bajo la Ley. 
* La comunidad cristiana está bajo el Evangelio, bajo la gracia. 
* Una pregunta de fondo: ¿Hemos pasado nosotros de la Ley al 
Evangelio?