CATECUMENADO 33 
 


MI SITUACIÓN PUEDE CAMBIAR:
LA CONVERSIÓN


OBJETIVO CATEQUETICO 
* Descubrir que la situación del hombre puede cambiar (por la fuerza del Espíritu). 

110. Nicodemo: «Habría que nacer de nuevo.» Jesús: «Tenéis que nacer de lo alto.» 
Nicodemo es maestro en Israel. De todo lo que dice y hace Jesús, ha 
entendido solamente una cosa: que Dios está con él y que, por tanto, es 
todo un maestro. Pero le resultan las palabras de Jesús verdaderamente 
extrañas: ¡Nacer de lo alto! «¿Cómo puede nacer un hombre siendo 
viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y 
nacer? ¿Cómo puede suceder eso?" (/Jn/03/04/09). Nicodemo se 
asombra de que Jesús venga diciendo: Tenéis que nacer de lo alto. La 
buena nueva de un nacimiento del espíritu le resulta un lenguaje 
absolutamente desconocido: ¿le es posible al hombre cambiar? (142). 

111. Dios quiere que el mundo se convierta y se salve 
El hombre, por sí solo, no puede cambiar hasta el punto de alcanzar la 
condición de hijo de Dios. Sin embargo, la respuesta que Cristo da a 
Nicodemo anuncia al hombre, metido en esa situación irredenta, la 
posibilidad de salir de ella: «Porque Dios no mandó su Hijo al mundo 
para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3, 17). 
El corazón de Dios no es el corazón del hombre, y el Santo no gusta de 
destruir (Os 1 1, 8-9). Lejos de querer la muerte del pecador, quiere su 
conversión para poder prodigar su perdón, porque sus caminos no son 
nuestros caminos, y sus pensamientos rebasan nuestros pensamientos 
en toda la altura del cielo (Is 55, 7-9) (143). 

112. La misión de Jesús frente a la dureza de corazón 
Cristo ha venido al mundo para llamar a los pecadores a la conversión 
(Lc 5, 32): este es el aspecto esencial del Evangelio. Por lo demás, el 
hombre, que toma conciencia de su estado de pecador, puede volverse 
a Jesús con confianza, pues «el Hijo del hombre tiene potestad en la 
tierra para perdonar los pecados» (Mt 9, 6 ss). Pero el mensaje de 
conversión tropieza con la dureza del corazón humano bajo todas sus 
formas: desde el apego a las riquezas (Mc 10, 21-25) hasta la soberia 
seguridad de los fariseos (Lc 18, 9) (144). 

113. Bajo el signo de Jonás. Un plazo para la higuera estéril 
Jesús se alza como el «signo de Jonás" en medio de una generación 
mala, con disposiciones peores para con Dios que en otro tiempo Nínive 
(Lc 11,29-32). Así eleva contra ella una requisitoria llena de amenazas: 
los hombres de Nínive la condenarán el día del juicio (Lc 11, 32); Tiro y 
Sidón tendrán una suerte menos rigurosa que las ciudades del Lago (Lc 
10,13 ss). La impenitencia actual de Israel es, en efecto, señal del 
endurecimiento del corazón (Mt 13,15 ss). Si los oyentes impenitentes de 
Jesús no cambian de conducta perecerán a semejanza de la higuera 
estéril: «Uno tenía una higuera plantada en su viña y fue a buscar fruto 
en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves: tres años llevo 
viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. 
¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: 
Señor, déjala todavía este año, yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, 
a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás» (/Lc/13/06-09) 
(145). 

114. Convertirse: un corazón nuevo, un hombre nuevo 
Convertirse es romper con todo lo que separa de Dios, abandonar el 
mal camino que aleja de El, según la fórmula de Jeremías: «Volveos cada 
cual de su mal camino» (Jr 18, 11). Convertirse es cambiar 
profundamente, adquirir «un corazón nuevo y un espiritu nuevo", como 
anuncia Ezequiel (Ez 18, 31). Tal conversión supone una nueva 
creación, un hombre nuevo (Col 3, 10), algo que sólo puede venir de la 
iniciativa de Dios, aunque exige al mismo tiempo una decisión auténtica 
por parte del hombre, como dice el profeta Jeremías: «Hazme volver y 
volveré, pues tú, Yahvé, eres mi Dios» (Jr 31, 18) (146). 

115. Desde Cristo, convertirse es convertirse a Cristo CV/CONTINUA
Jesús comienza su predicación a la manera de los grandes profetas: 
«Convertíos porque está cerca el Reino de los Cielos» (/Mt/04/17). Sin 
embargo, a pesar de las apariencias, hay un hecho que supone una 
novedad decisiva: el Reino de Dios se encarna en su Persona. En 
adelante, pues, convertirse es convertirse a Cristo. Quien no cree en 
Cristo se está condenando a sí mismo: «El que cree en él no es 
condenado; pero el que no cree, ya está condenado, porque no ha 
creído en el nombre del Hijo único de Dios. Y la condenación está en que 
vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, 
porque sus obras eran malas» (Jn 3, 18-19) (147). 

116. Jesús invita a la conversión y la suscita 
Jesús no sólo invita a la conversión a todos los que la necesitan (Lc 
5,32), sino que suscita esta conversión (Zaqueo, Lc 19, 1-10), revelando 
que Dios es un Padre que tiene su gozo en perdonar (Lc 15) y cuya 
voluntad es que nada se pierda (Mt 18,12 ss.). Jesús no sólo anuncia 
ese perdón al que se abre a la fe con arrepentimiento y humildad (Lc 
7,47-50 y 18,9- 14), sino que además lo ejerce y testimonia con sus 
obras. Dispone de este poder reservado a Dios de perdonar los pecados 
(Mc 2, 5- 11). Cristo ama como Dios, perdona como Dios y crea como 
Dios. Cuando Cristo concede al hombre el perdón de Dios, transforma 
realmente al hombre y, en cierto modo, lo crea de nuevo. Sólo el Espíritu 
de Dios -que es también Espíritu de Cristo- puede hacer que surja un 
hombre distinto: el hombre que se deja guiar por el Espíritu de Dios y 
que se convierte así en hijo de Dios (/Rm/08/14) y hermano de los 
hombres (Mt 18, 21 ss.; 22, 39-40) (148). 

117. La fe y la conversión, don del Padre
La fe y la conversión suponen un don que, en último término, procede 
del Padre. Jesús recuerda esto a quienes murmuran, se escandalizan y 
no creen. Esto es algo así como el abecedario evangélico: «Nadie puede 
venir a mí si no se lo concede el Padre» (/Jn/06/65). Es lo primero que 
hay que saber o, mejor, lo primero que hay que aceptar y reconocer. 
Quien no da ese paso se queda fuera. No se trata tanto de una 
conquista del hombre cuanto de la aceptación y acogida de un plan y de 
una historia de salvación que, en último término, procede del Padre (Jn 
6, 37 ss.) (149). 

118. La conversión, algo progresivo y dinámico 
La conversión se realiza en el contexto de una historia de salvación. 
Según ello, no aparece como algo puntual y estático, sino como algo 
progresivo y dinámico. Como dice San Pablo: «Todos nosotros nos 
vamos transformando conforme a la acción del Señor" (2 Co 3, 18). En el 
lenguaje parabólico del Evangelio, el Reino de los Cielos, que aparece 
en medio de nosotros inseparablemente de la conversión del hombre, es 
semejante a una semilla destinada a crecer (/Mt/13/31-32) (150). 

119. Cambio progresivo de sentimientos y de costumbres 
El Concilio Vaticano II, habiando de evangelización y conversión, 
distingue entre una conversión inicial y un cambio progresivo de 
sentimientos y de costumbres que paulatinamente debe manifestarse 
después (durante el catecumenado): «Esta conversión hay que 
considerarla ciertamente inicial, pero suficiente para que el hombre 
perciba que, arrancado del pecado, es introducido en el misterio del 
amor de Dios, quien lo llama a iniciar una comunicación personal con El 
en Cristo, puesto que, por la acción de la gracia de Dios, el nuevo 
convertido emprende un camino espiritual por el que, participando ya por 
la fe del misterio de la muerte y de la resurrección, pasa del hombre viejo 
al nuevo hombre perfecto en Cristo. Trayendo consigo este tránsito un 
cambio progresivo de sentimientos y de costumbres, debe manifestarse 
con sus consecuencias sociales y desarrollarse paulatinamente durante 
el catecumenado» (AG 13) (151). 

120. La gracia nos transforma y hace capaces de amar 
Si la situación de cada uno puede cambiar por medio de una 
conversión es porque Cristo nos ha redimido con su pasión, muerte y 
resurrección. En virtud de su acción redentora Cristo nos ofrece la gracia 
del perdón de Dios y el don del Espíritu Santo. Cristo está presente en la 
Iglesia y actúa especialmente a través de la proclamación que la Iglesia 
hace de la palabra de Dios y particularmente de los sacramentos. Por la 
gracia de Cristo podemos superar nuestra incapacidad para amar a Dios 
por encima de todas las cosas, liberarnos de nuestros pecados, 
convertirnos, vivir como hijos de Dios. El Espíritu Santo, enviado por el 
Padre y por el Hijo, no sólo nos inclina a responder con generosidad a la 
llamada de Dios, sino que, si correspondemos a la gracia de Dios, nos 
transforma en lo más profundo de nuestro ser y nos hace 
verdaderamente partícipes de la vida de Dios, y Dios mismo se entrega a 
nosotros como un don (152). 
........................................................................

TEMA 33 

OBJETIVO: 
DESCUBRIR QUE LA SITUACION DEL HOMBRE PUEDE CAMBIAR 
(POR LA FUERZA DEL ESPIRITU) 

PLAN DE LA REUNION 
* Oración inicial: Sal 50. 
* Presentación del tema 33 en sus puntos clave. 
* Diálogo: ¿le es posible al hombre cambiar? Experiencias concretas. 
* Oración comunitaria: desde la propia situación 

PISTA PARA LA REUNION 
PUNTOS CLAVE 
* «Habría que nacer de nuevo.» 
* «Tenéis que nacer de lo alto.» 
* Un plazo para la higuera estéril. 
* Un corazón nuevo, un hombre nuevo. 
* Convertirse a Cristo. 
* Invitación de Cristo, don del Padre. 
* Algo progresivo y dinámico. 
* Cambio progresivo de sentimientos y costumbres.