MATRIMONIO Y FAMILIA A LA LUZ DE LA BIBLIA (3)


José L. Caravias sj

7 - PADRES E HIJOS 
Riesgo y grandeza de la paternidad 
Padres como Dios es Padre 
La verdadera autoridad 
Sincera atención a los padres 
8 - LA SAGRADA FAMILIA 
Una familia con problemas 
La personalidad de José 
La mentalidad de María 
Libertad, comprensión y respeto 
9 - FAMILIA Y REINO DE DIOS 
Familias abiertas 
Familias libres para construir el Reino del Padre 
Familias llamados a la santidad 
10 - LAS ENSEÑANZAS PAULINAS 
Actividad pastoral de la mujer en las primeras comunidades
Igualdad de la mujer 
La relación sexual según San Pablo 
Las cartas paulinas posteriores a Pablo 
11 - EL CELIBATO
Epílogo: Familia y futuro de la humanidad 

APENDICE: LA DOCTRINA MATRIMONIAL ANTES Y DESPUES 
DEL CONCILIO
Antes del Concilio 
En el Concilio 
Después del Concilio 
BIBLIOGRAFIA 

* * * * *


7 - PADRES E HIJOS

PADRES/HIJOS: Es éste un tema que es tratado con frecuencia 
en la Sagrada Escritura. Ya hemos visto bastantes citas sobre ello 
en el Antiguo Testamento. Veamos ahora algunos puntos de vista 
complementarios de los Evangelios.

Riesgo y grandeza de la paternidad
Centremos este tema en el caso presentado en el capítulo 
primero de Marcos acerca de las llamadas dudas de San José.
Se ha supuesto que María no comunicó a su prometido el 
problema que suponía su embarazo. Pero ella no pudo haber tenido 
ese orgullo de sufrir y hacer sufrir los malos entendidos sin dar 
explicación alguna. Ello hubiera sido una falta por parte de María, y 
sabemos que ella no cometió pecado. Ni tampoco podemos suponer 
a José pensando mal de María y decidiendo dejarla abandonada a 
su suerte. El era "hombre justo", y, por consiguiente, temeroso de 
Dios. Por eso precisamente se apresta a dejar a María, una vez que 
se ha enterado por ella de que Dios la ha tomado para sí. Como 
cualquier joven sincero cuya novia va a entrar en un convento. Allí 
no tiene él nada que hacer. Siente el temor, indignidad e 
incapacidad de los profetas del Antiguo Testamento.
Pero en su oración ve José que Dios lo quiere junto a María 
como padre de Jesús: "Le pondrás el nombre de Jesús" (Mt 1,21). 
Esta frase significaba para un semita lo mismo que "tú tienes que 
ser su padre". Poner el nombre es el símbolo de todo lo que de 
autoridad incluía la paternidad, y la responsabilidad y los problemas 
que la acompañan. Y eso era seguramente lo que había temido 
José. Dios le hace ver que no tiene que temer por tratarse de una 
misión tan alta. Dios lo necesita. Entonces José da su sí, con toda 
su grandeza y todos sus riesgos.
Nuestro caso nunca es el mismo. Pero existen paralelismos 
profundos. Pues, en el fondo, al igual que la pareja de Nazaret, las 
atenciones que damos a nuestros hijos las recibe el mismo Jesús en 
persona (Mt 25,40). La aceptación, temerosa y confiada, de la 
responsabilidad del hijo, por parte de María y José, es un modelo 
para nosotros. Muchas jóvenes parejas sienten temor a hacerlo mal 
cuando les llegue el momento de ser padres. Y es una buena señal. 
Aceptar la paternidad, conscientes de su grandeza, pero temerosos 
de sus riesgos, es la única actitud consecuente. Veámoslo más 
concretamente.

Padres como Dios es Padre
Un día dijo Jesús: "Tienen que ser buenos del todo, como es 
bueno su Padre del cielo" (Mt 5,48). El estilo del Padre del cielo 
debe ser el estilo de los padres de la tierra. Así quiere Jesús que 
sean los padres de este mundo.
Desde este punto de vista se puede hacer una lectura muy 
sabrosa de la conocida parábola del "hijo pródigo" (Lc 15,11-32), 
que en realidad es la parábola del padre más desconcertante que 
uno se puede imaginar.
El padre de la parábola empieza por repartir los bienes apenas 
se lo pide el hijo menor. No se limitó a hacer testamento, sino que 
efectivamente le entregó la mitad de la fortuna al menor de los hijos. 
Y no sólo le entregó el dinero, sino que además lo dejó que se fuera 
de la casa con aquel capital (Lc 15,13). Por lo visto el chico tenía 
poca cabeza. En consecuencia, pasó lo que tenía que pasar: en 
cuatro días derrochó la fortuna y llegó a pasar hambre (Lc 
15,13-17). La necesidad y la miseria le obligaron a volver, con las 
orejas gachas y lleno de vergüenza, a la casa de su padre. La cosa 
no era como para festejarle el chiste a aquel cabeza hueca. Lo 
asombroso del caso es que, cuando el muchacho asomó por las 
puertas de la casa, el padre no le llamó la atención, ni aun siquiera 
se puso a preguntarle lo que había pasado. La única cosa que se le 
ocurrió fue organizar una fiesta mayúscula: los mejores trajes, la 
mejor comida (Lc 15,22- 23) y hasta una orquesta (Lc 15,25).
Pensando fríamente las cosas, todo aquello no tenía ni pies ni 
cabeza. Y prueba de ello fue la reacción del hermano mayor. 
Cuando volvió del trabajo y se dio cuenta de la fiestaza que su 
padre había organizado, dijo que él no iba a participar (Lc 15,28). 
Una reacción completamente lógica. No le faltaban sus buenas 
razones, ni tuvo pelos en la lengua para echarle en cara a su padre 
lo que estaba haciendo: "Mira, a mí, en tantos años como te sirvo 
sin desobedecer nunca una orden tuya, jamás me has dado un 
cabrito para comérmelo con mis amigos; pero cuando ha venido ese 
hijo tuyo, que se ha comido tus bienes con malas mujeres, matas 
para él el ternero cebado" (Lc 15,29-30). Según nuestra manera de 
pensar, este joven tenía razón. A cualquiera de nosotros se nos 
hubiera ocurrido la misma reacción o quizás más dura aún.
Y sin embargo, la verdadera razón estaba de parte del padre. 
Pues un padre no es un patrón que domina a sus hijos, y menos 
aún un juez que exige en justicia lo que a cada uno le tiene que 
exigir. El padre es el origen de la vida que se prolonga en el hijo. Y, 
por eso, es también el origen de todos los bienes que con la vida se 
transmiten al hijo. El padre es, por lo tanto, el ser que siempre está 
a favor del hijo, no sólo cuando el hijo es bueno, sino también 
cuando el hijo es malo; no sólo cuando el hijo va por el buen 
camino, sino también cuando el hijo se desvía, cuando se equivoca 
e incluso cuando comete el mayor de los delitos. 
Pero el problema está en saber cómo actuar para estar 
efectivamente siempre en favor del bien de un hijo. Porque amar no 
es necesariamente lo mismo que permitir. Es más, a veces puede 
ocurrir que una actitud permisiva con respecto a los hijos les resulte 
totalmente perjudicial. ¿Cómo hacer, pues, para que 
verdaderamente el padre esté siempre en favor del hijo?
En la parábola el padre respondió a su hijo mayor unas palabras 
que son todo un programa: "¡Hijo mío!, tú estás siempre conmigo y 
todo lo mío es tuyo" (Lc 15,31). La verdad es que el hijo mayor no 
tenía derecho a protestar. Y no tenía ese derecho porque cuando 
en una familia las relaciones de hijos y padres van como Dios 
manda, entonces la mayor alegría de los hijos no está en lo que 
reciben de los padres, sino en que están con sus padres. Cuando 
en una familia las cosas van al estilo de Dios, el padre puede decir 
con toda verdad a cada uno de sus hijos: "todo lo mío es tuyo".
Esto quiere decir que, en un grupo familiar, las cosas van como 
Dios manda cuando las relaciones de unos con otros no están 
determinadas por "lo mío" y "lo tuyo", por "lo que a mí me toca" y 
por "lo que a ti te corresponde", sino por una forma de convivencia 
basada en la compenetración mutua, traducida en amistad, libertad 
y transparencia. Cuando en una familia las cosas van por este 
camino, se puede hacer lo que hizo el padre del hijo pródigo. Se 
puede y se debe hacer, porque ésa es la única forma de llevar la 
relación padre-hijo hasta sus últimas consecuencias.
En el fondo, se trata de comprender que lo único que 
verdaderamente educa a los hijos es la bondad de los padres. Y de 
comprender también que la bondad no puede ser suplida por 
ninguna otra cosa. Es más, cuando la bondad se intenta suplir con 
autoritarismos o violencias, lo más frecuente es incurrir en actitudes 
y comportamientos que rozan con lo trágico o lo ridículo y que, 
desde luego, siempre van en perjuicio de los hijos.

La verdadera autoridad
Lo peor que puede hacer un padre o una madre es intentar 
suplir a base de dominio lo que le falta de verdadera autoridad. 
Porque entonces el amor se convierte en miedo. Y la labor 
educativa, en una auténtica labor destructiva.
La verdadera autoridad se basa en la capacidad y en la 
competencia. Y estas cualidades no se fingen, ni se sostienen sobre 
la base de cubrir las apariencias. En una convivencia diaria, que 
dura tantos años, las cualidades de cada uno se muestran como 
realmente son. Y es únicamente a partir de esa competencia desde 
donde cada cual puede transmitir unos valores y una orientación 
válida para toda la vida. Sólo desde la propia competencia y desde 
las propias cualidades se puede verdaderamente educar a los 
hijos.
Quienes tienen auténtica autoridad no tienen por qué reprimir la 
libertad. Por el contrario, quienes se empeñan en suplir su falta de 
autoridad a base de imposiciones, no tienen más remedio que 
reprimir las libertades. Aunque también es cierto que en el pecado 
llevan la penitencia. Porque la consecuencia es el conflicto y, con 
bastante frecuencia, el fracaso como padres.

Sincera atención a los padres
Jesús se apoyó en la tradición del Antiguo Testamento para 
resaltar la importancia de ayudar a los padres ancianos. 
Un día les echó en cara a los fariseos lo siguiente:
"Ustedes dejan tranquilamente a un lado el mandato de Dios 
para imponer su tradición. Porque Moisés dijo: 'Sustenta a tu padre 
y a tu madre, y el que deje en la miseria a su padre o a su madre 
tiene pena de muerte' (Ex 20,12; 21,17; Dt 5,13; Lev 20,9). En 
cambio ustedes afirman que un hombre puede decirle a su padre o 
a su madre: No puedo ayudarte porque todo lo mío lo tengo 
destinado al Templo. En este caso, según ustedes, esta persona ya 
no tiene que ayudar a sus padres. Así ustedes anulan la Palabra de 
Dios con esta tradición que han transmitido. Y de éstas hacen 
muchas" (Mc 7,9-13; Mt 15,3-6).
Como se ve, aquí Jesús recuerda y afirma el deber que tienen 
los hijos de atender a sus padres. Pero lo importante no está 
simplemente en eso. Porque Jesús se refiere más directamente a 
otra cosa: ataca la hipocresía de aquellos señores. Primero la 
hipocresía religiosa. Y como consecuencia de eso, la hipocresía y la 
falsedad en las relaciones familiares. Estas dos formas de 
hipocresía estaban organizadas por los dirigentes religiosos de 
Israel. Por supuesto, ellos sabían muy bien que los hijos tienen 
obligación de atender a sus padres cuando éstos lo necesitan. Pero 
los dirigentes se las arreglaron para sacar a la gente el dinero que 
debía emplear en cuidar a sus padres ancianos o enfermos. Así 
desatendían sus deberes familiares y encima se quedaban con la 
conciencia tranquila.
Eso, justamente, es lo que Jesús ataca en este caso. Y lo ataca 
diciendo que esa manera de entender y practicar la religión es una 
hipocresía (Mc 7,6), que no sirve para nada delante de Dios (Mc 
7,7). Porque Dios se fija en "lo que sale de dentro" (Mc 7, 17). Lo 
que Dios quiere es un corazón sincero y recto. Pero no le gusta en 
absoluto la teatralidad de las prácticas externas, incluso las 
religiosas, si son prácticas que de hecho sirven para encubrir un 
corazón duro y egoísta, que es capaz de olvidarse, incluso, de sus 
propios padres. 
En la mentalidad actual no es fácil que haya personas tan 
estúpidamente religiosas que hagan como los dirigentes del tiempo 
de Jesús. Pero el fondo de la enseñanza evangélica sigue teniendo 
también para nosotros una actualidad palpitante. Hay gente que 
cubre las apariencias, para quedar bien ante los demás, 
precisamente cuando escurre el hombro ante las obligaciones y 
exigencias que le imponen los deberes familiares.
En el fondo siempre nos encontramos con el mismo problema: 
cuando las relaciones familiares no "salen de dentro", se cae 
irremediablemente en actitudes y comportamientos hipócritas. Y el 
resultado es la división, el conflicto o la soledad.

Preguntas para el diálogo 
1. ¿Podemos mostrarnos en casa y ante nuestra familia tal como 
somos, sin tener que ocultar o disimular algo? ¿Por qué?
2. ¿Pensamos que nuestros padres han sido las personas que 
más han influido en nosotros, según somos ahora, en nuestra forma 
de pensar y de actuar? ¿Por qué?
3. ¿Cómo debemos educar a nuestros hijos? ¿A quién nos 
debemos parecer? Poner ejemplos. 
4. ¿En qué consiste, según el Evangelio, la verdadera autoridad? 
Intentemos aterrizar en la vida concreta de cada día. 
5. ¿Cuáles son, según nuestra forma de ver, los fallos más 
graves que debe evitar un matrimonio para educar bien a sus 
hijos?

8 - LA SAGRADA FAMILIA 

Vale la pena detenernos un poco a meditar sobre la Sagrada 
Familia porque a todos nos interesa conocer más de cerca lo que 
en realidad fue la familia más íntima de Jesús, y lo que nos puede 
enseñar a nosotros ahora.
Como todo ser humano, Jesús fue, al menos en cierta medida, un 
producto de su propia familia. Vivió en ella más de treinta años; allí 
creció, se educó y aprendió muchas cosas (Lc 2,40 y 52). Por eso, 
aquella familia es para nosotros un dato de primera importancia.
Pero, por regla general, los cristianos tenemos una imagen 
desfigurada de lo que fue la "Sagrada Familia". Poco a poco se ha 
ido formando en el pueblo la "imagen ideal" de la Sagrada Familia: 
San José con sus barbas, en su taller de carpintero o quizás con 
una vara de nardo florecido en la mano; la virgen María, tan 
inocente y tan hermosa, dedicada a sus labores; y el niño Jesús, 
con cara de ángel, aprendiendo el oficio de su padre o quizás 
jugueteando con un pajarito. En fin, a veces nos gustan los detalles 
ingenuos...
En vez de aprender nosotros las cualidades y virtudes de la 
familia de Jesús, quizás lo que estamos haciendo es aplicar a 
aquella familia las cualidades y virtudes que a nosotros nos parecen 
las mejores para una familia. Y así, hemos construido una imagen 
de la "Sagrada Familia" en la que el marido, José, es un ciudadano 
ejemplar, un trabajador intachable, modesto y resignado con su 
suerte; y la esposa, María, es una santa mujer de su casa, con 
todas las virtudes que adornan a la esposa y a la madre; y el hijo es 
el mejor de los hijos, sobre todo el más obediente a sus padres. O 
sea, la familia ideal.
No cabe duda de que si todas las familias del mundo fueran así, 
esto sería una balsa de aceite y la tierra resultaría una antesala del 
cielo. Pero lo malo del asunto es que no todas las familias son así, 
ni pueden serlo. 
En consecuencia, la pregunta lógica es muy sencilla: ¿Fue 
realmente así la familia de Jesús? Y ¿son ésas las cualidades y 
virtudes que nos enseña aquella familia? ¿Cómo fue en realidad? 
Porque si aquella familia no hubiera tenido ningún tipo de 
problemas, de poco nos podría servir su ejemplo, ya que nosotros 
estamos llenos de ellos.

Una familia con problemas
Tenemos que quitarnos de la cabeza la idea de que la familia de 
Jesús fue una familia sin problemas. Por los datos que nos dan los 
Evangelios, sabemos que en aquella casa hubo problemas y 
situaciones bastante serias. 
Apenas comprometidos oficialmente a contraer matrimonio, José 
se dio cuenta de que su mujer estaba embarazada, antes de haber 
vivido juntos (Mt 1,18). La solución de este conflicto no debió ser 
nada fácil. Supone mucha oración, mucho diálogo y muchos malos 
ratos. Ya hemos hablado de este pasaje. En todo caso, este 
incidente nos indica hasta qué punto en aquel matrimonio hubo 
situaciones difíciles casi desde el primer momento.
El nacimiento de Jesús acarreó también problemas muy serios al 
matrimonio: la persecución política, el exilio y el tener que verse 
como emigrantes en un país extranjero (Mt 2,13-15). Incluso 
después de la muerte del dictador Herodes, José se siguió sintiendo 
amenazado como persona sospechosa ante la autoridad política (Mt 
2,21-22), hasta el punto de tener que volver a un pueblo perdido, 
Nazaret, en la región más pobre, Galilea (Mt 2,23). Un pueblo, 
además, que tenía mala fama (Jn 1,46).
Cuando llevaron al niño al templo por primera vez, un hombre de 
Dios inspirado por el cielo, le dijo a la madre cosas terribles: el niño 
estaba destinado a ser "señal de contradicción" y un motivo de 
conflictos (Lc 2,35), y ella misma se vería traspasada por un 
sufrimiento mortal (Lc 2,35).
Recordemos también el extraño episodio del niño cuando se 
quedó en el templo sin decir nada a sus padres (Lc 2,41-51). El 
Evangelio de Lucas señala expresamente que ni María ni José 
comprendieron lo que el joven Jesús hizo y dijo en aquella ocasión 
(Lc 2,48 y 51). Lo cual quiere decir que, también desde este punto 
de vista, en aquella familia hubo problemas, porque había cosas 
que resultaban preocupantes y que los padres no entendían.
En resumen: una familia con problemas. Y por cierto, de todas 
clases: problemas matrimoniales, problemas políticos, problemas 
entre los padres y el hijo. Una familia perseguida políticamente, 
desterrada, exiliada, arrinconada en un pueblo perdido, arrastrando 
sombrías amenazas, y viviendo situaciones que no resultaban 
fáciles de entender. En definitiva, una familia con problemas graves. 
Sin duda, como los problemas de tantas otras familias. 
Desde el punto de vista de la fe, nosotros sabemos que en 
aquella familia estuvo presente lo mejor que puede haber en una 
casa: el favor de Dios, su gracia y su palabra. Allí estuvo presente 
JESUS. Pero esto nos viene a indicar que la presencia cercana y 
palpable de Jesús no excluye los problemas, la incomprensión y 
hasta los conflictos. Más aún, precisamente la presencia de Jesús 
fue la causa de las dificultades y las tensiones que se produjeron en 
aquel hogar. 
Por consiguiente, la familia ideal no es la familia donde no hay 
problemas, sino la familia que escucha el Evangelio, que lo acoge y 
lo vive, aun a costa de tener que soportar situaciones 
problemáticas. En eso seguramente reside la enseñanza más 
importante que tiene para los creyentes la familia de Jesús.
La personalidad de José
San José no era viejo. Ni parece probable que tuviera las barbas 
blancas, la cara sonrosada y la figura endulzada con que lo pintan 
en algunas estampas. Intentemos rescatar, en lo posible, su figura 
histórica, distinguiendo algunos datos como ciertos y otros como 
meras posibilidades.
Los Evangelios hablan poco de él. Lo cual ya es un dato. Eso 
quiere decir que era un sencillo hombre de pueblo. Pero 
perteneciente a una familia de muy larga tradición: era 
descendiente de David (Mt 1,6; Lc 3,32). Sabemos que aquella 
familia había conservado cuidadosamente la larga genealogía de 
sus antepasados (Mt 1-17; Lc 3,23-38), lo cual denota cantidad de 
tradiciones conservadas con esmero. Era un hombre sencillo, pero 
lleno de una rica sabiduría popular con raíces muy antiguas.
No hay ningún apoyo bíblico para justificar la costumbre de pintar 
a San José como un anciano. Ello va en contra las costumbres de 
entonces. Peor aún si así se quiere indicar la virginidad de María: 
es triste insinuar que María fue virgen porque se casó con un viejo. 
Con ello además se está insinuando también un mal gusto de la 
joven María. Ella era una chica muy normal y se casaría, como 
todas las chicas de su tiempo, con un joven de su edad.
Ciertamente José era un trabajador manual (Mt 13,55). Habían 
tenido antepasados poderosos, pero en aquel momento él vivía de 
su trabajo manual. El oficio de "carpintero" pueblerino en aquel 
tiempo abarcaba una cantidad de actividades que no se reducían a 
la fabricación de muebles, sino que se extendía a la construcción de 
casas y a una gama amplia de manualidades. Se podría decir que 
era como el hombre hábil del pueblo, al que se recurre 
confiadamente buscando solución a cualquier problema imprevisto. 
Todavía, en nuestros pueblitos, ése es también el servicio 
polifacético del carpintero.
No podemos olvidar tampoco la situación socioeconómica de 
aquella región. Podemos afirmar que era un hombre sometido a la 
dura situación que vivían los obreros de aquel tiempo, sobre todo 
en aquella provincia de Galilea, región de pescadores y agricultores 
muy pobres. Se sabe que entonces los campesinos no podían 
aguantar los duros impuestos de sus cosechas cobrados por Roma 
y Jerusalén, que llegaban alrededor del treinta por ciento. Algunos 
se veían obligados a vender sus tierras y convertirse en peones 
rurales o, simplemente, en mendigos. Esta dura crisis económica 
tuvo que afectar gravemente a José y su familia.
Nos consta que en aquel tiempo hubo abundantes revueltas 
populares en Galilea. Por la historia profana sabemos que cuando 
Jesús tenía unos quince años se produjo un levantamiento armado 
de los habitantes de Séforis, a pocos kilómetros de Nazaret, que fue 
sofocado violentamente por el ejército romano y que costó la vida a 
varios miles de judíos. ¿Fue allí donde murió José? La hipótesis no 
es absurda, si bien no pasa de ser una mera hipótesis. 
Dentro ya de este terreno de las probabilidades, algunos dan 
una interpretación al pasaje evangélico de la sinagoga de Nazaret 
que no deja de ser interesante.
El Evangelio de Lucas cuenta que un día Jesús leyó delante de 
sus paisanos en Nazaret unas palabras que hablan de la tarea que 
debía realizar el Mesías: dar la buena noticia a los pobres, liberar a 
los presos, dar vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos 
(Lc 4,18; ver Is 61,1-2). Pero resulta que Jesús leyó esas palabras 
de Isaías saltándose una línea. Justamente la línea donde el profeta 
hablaba de la venganza de Dios contra los enemigos de la nación 
judía. Lógicamente, los paisanos de Jesús se extrañaron de que no 
hiciera mención de las palabras que hablaban de la venganza divina 
(Lc 4,22). Y se pusieron en contra de él, quizás por callarse lo de la 
venganza de Dios contra los enemigos de su nación. Lo cual 
querría decir que entre los habitantes de Nazaret, como 
generalmente sucedía entonces, abundarían los nacionalistas, que 
soñaban con la hora de la venganza, debido a la situación tan dura 
que estaban soportando. 
Es significativo el comentario que hizo la gente al escuchar a 
Jesús: "Pero ¿no es éste el hijo de José" (Lc 4,22). Parece que a 
sus paisanos le sorprende que un hijo de José no resulte 
nacionalista, partidario de la venganza contra los enemigos de 
Israel. Quizás José era un nacionalista, de los muchos que había 
entonces. Por lo menos, ahí queda el hecho de que los vecinos del 
pueblo quisieron despeñar a Jesús por un cerro (Lc 4,28-29). ¿Por 
qué?
Pero hay otro detalle que viene a reforzar esta opinión. El padre 
de José se llamaba Jacob (Mt 1,16). Y, según tradiciones 
antiquísimas del Talmud y los Midrash ese Jacob tenía un apodo: le 
llamaban "el Pantera". Y de ahí que a José le dieran el apodo de 
"hijo del Pantera". Si esta tradición es verdad, tendríamos que a 
José y su familia le llamarían en su pueblo "los Panteras". Un apodo 
muy apropiado para gente más bien belicosa.
Lo del apodo no tiene importancia. Lo que parece claro es que 
José vivió en su propia carne la opresión que tuvieron que soportar 
aquellas gentes, y que, quizás participó y hasta se comprometió 
(por eso lo recordaban los vecinos de Nazaret) con la inquietud de 
los pobres que buscan solución ante las opresiones que padecen. 
Jesús vivió y sufrió la desdichada condición de los oprimidos de 
la tierra. José no pudo vivir al margen de ese estado de cosas. Y 
cabe pensar, en buena lógica, que parte de la opción de Jesús por 
los pobres la aprendió de José y María. 
Es aleccionador ver a José como un hombre solidario de su 
pueblo, lejos de esa caricatura bonachona que a veces nos han 
querido imponer.
La mentalidad de María 
También la figura de María ha sido presentada con frecuencia 
como una gran señora, muy rica, rodeada de nubes y de angelitos. 
Con ello la piedad popular ha expresado su profunda devoción a la 
Madre de Dios. Pero hay siempre el peligro de que la devoción de la 
gente sencilla sea manipulada por otros intereses. Y entonces, 
puede ocurrir que se camuflen la realidad histórica y el mensaje que 
se debe tener en cuenta cuando pensamos en María. Ella 
ciertamente fue una mujer pobre, de pueblo, sencilla, pero con un 
corazón maravilloso, lleno de Dios y de espíritu de servicio.
Por los datos que nos suministra el Evangelio de Lucas, 
podemos decir que la mentalidad de María era profundamente 
revolucionaria, por más que dicha afirmación nos resulte 
desacostumbrada o incluso escandalosa. 
Una revolución es un cambio radical de una situación 
determinada. De ahí que la revolución en sí no es buena ni mala, ni 
violenta ni pacífica. Hay revoluciones malas, como las hay buenas; 
las hay violentas, como las hay pacíficas. Afirmar que alguien es un 
revolucionario es decir simplemente que se trata de una persona 
que quiere y se esfuerza por cambiar pronto y de verdad una 
situación. Si la situación es aplastante para la mayoría de la 
población, y alguien dice que eso tiene que cambiar de raíz y lo 
antes posible, está claro que se trata de una excelente revolución, 
más aún si se propone conseguir sus deseos por medios pacíficos.
Pues esto justamente es lo que queremos decir al hablar de la 
mentalidad que tenía María, la madre de Jesús. Porque así lo 
expresó ella cuando fue a visitar a su prima Isabel. Allí María 
manifestó los sentimientos que había en su espíritu (Lc 1,46-47). 
Tales sentimientos se refieren, sobre todo, a la situación de la 
sociedad y a la manera como Dios interviene en la vida y en la 
historia de los hombres.
"En verdad el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí:
El es santo
y su misericordia llega a sus fieles
generación tras generación.
Su brazo interviene con fuerza,
desbarata los planes de los arrogantes,
derriba del trono a los poderosos
y levantan a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide con las manos vacías..." (Lc 1,49- 53).
Como se ve, María cree que Dios interviene en la vida y en el 
mundo de tal manera que, en realidad, su actuación resulta 
revolucionaria, porque desbarata y derriba a los grandes y 
poderosos, mientras que levanta a la gente sencilla, los humildes de 
la tierra; colma de bienes a los pobres, mientras que a los ricos los 
deja "con las manos vacías". María comprende que los planes de 
Dios son completamente al revés de los planes del mundo. Porque 
los proyectos sobre los que descansa la sociedad tienen su fuerza 
en el poder, el dinero y el prestigio, pero, según María, Dios está en 
contra de todo eso, porque está a favor de "los humildes" y "los 
hambrientos" de la tierra: de los que no cuentan en los planes de la 
alta sociedad...
El Dios en el que cree María es el Dios que transforma los pilares 
sobre los que descansa nuestro mundo. No se trata de derribar a 
unos poderosos para poner en su lugar a otros, sino de acabar con 
la opresión y el disfrute de unos pocos que desprecian y oprimen a 
los demás. Dios es el Padre de todos los hombres. Y por eso, está a 
favor de todos. Lo que pasa es que la manera de ayudar a unos es 
levantarlos, mientras que la manera de ayudar a otros es hacer que 
dejen de ser opresores. Ahí está la explicación de la mentalidad 
divina, que es la mentalidad que asimiló María.
El mensaje del Magníficat es un maravilloso resumen del mensaje 
central del Antiguo Testamento. Y en él está presente también algo 
central del mensaje de Jesús: que Dios es Padre bueno de todos, y 
precisamente por ello opta por los desheredados y los despreciados 
del mundo. María cree en el Dios de la Historia, en el Dios de los 
pobres, en el Dios de Jesús... Ella sabe interpretar la Biblia desde el 
dolor de su pueblo, con ojos de pobre... Enfoca la vida desde las 
perspectivas del Reinado de Dios.
Libertad, comprensión y respeto 
Ni siquiera el conflicto de generaciones se les ahorró a los 
padres de Jesús. De hecho los Evangelios parecen haberse 
preocupado más de reconocer las tensiones que la suavidad de sus 
relaciones. El relato evangélico que vamos a ver confirma que los 
padres de Jesús no consiguieron entender la profunda realidad de 
aquel hijo que se iba haciendo mayor. Pero acogen en silencio lo 
que no entienden y lo siguen meditando en su corazón. 
"Los padres de Jesús iban cada año a Jerusalén por las fiestas 
de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años subieron a las fiestas, 
según la costumbre, y cuando éstas terminaron, se volvieron. Pero 
el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus 
padres. Estos, creyendo que iba en la caravana, al terminar la 
primera jornada se pusieron a buscarlo entre los parientes y 
conocidos; y, como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en su 
busca. A los tres días lo encontraron, por fin, en el templo, sentado 
en medio de maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: 
todos los que lo oían quedaban desconcertados de su talento y de 
las respuestas que daba. Al verlo se quedaron extrañados, y le dijo 
su madre:
¡Hijo!, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué 
angustia te buscábamos tu padre y yo!
El le contestó: ¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo tenía 
que estar en la casa de mi Padre?
Ellos no comprendieron lo que quería decir. Jesús bajó con ellos 
a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba en su 
interior el recuerdo de todo aquello. Jesús iba creciendo en saber, 
en estatura y en el favor de Dios y de los hombres" 
(/Lc/02/41-52).
¿Qué es lo que esta historia nos puede enseñar a nosotros 
sobre la familia? 
Ante todo, hay una cosa bastante clara: Jesús no se quedó en 
Jerusalén porque "se perdió" en el barullo de la gente de la gran 
ciudad, como si fuera un niño ignorante que se extravía de sus 
padres cuando lo llevan a la capital. Jesús no "se perdió", sino que 
"se quedó" intencionalmente. 
Y se quedó en la capital "sin que lo supieran sus padres", o sea, 
se quedó allí sin avisarles que se iba a quedar. Esto resulta 
chocante, pues Jesús no era el típico niño travieso, que les juega 
una mala pasada a sus padres en cuanto éstos se descuidan. Y se 
queda en el gran templo de la capital, consciente de que eso va a 
ser motivo de gran preocupación para José y María.
¿Por qué se portó así Jesús? Si él se quería quedar en el 
templo, pudo muy bien decírselo a sus padres, que se lo habrían 
permitido sin dificultad. De esa manera se habría evitado su dolor. 
Pero no, el niño se quedó a sabiendas de lo que hacía. Por eso se 
comprende la pregunta de su madre: "¿Por qué te has portado así 
con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y 
yo!". Sin duda, lo más misterioso para María no era que el niño se 
hubiera quedado en el templo, sino que hiciera eso sin contar con 
ellos. Y eso debió ser tan misterioso para María y José que ni 
siquiera se enteraron de la respuesta que les dio Jesús: "Ellos no 
comprendieron lo que quería decir". En realidad, ¿qué es lo que no 
comprendieron ? 
Según la legislación de entonces, un muchacho de doce años 
era un menor de edad. El padre tenía la plena potestad sobre su 
hijo hasta que éste cumplía los doce años y medio. Hasta esa edad 
el niño tenía la obligación estricta de obedecer en todo a sus 
padres. En los documentos del tiempo se dice que a partir de los 
trece años cumplidos el padre no tenía ya obligación de mantener a 
su hijo, de tal forma que éste podía independizarse, contraer 
obligaciones y casarse. En este Evangelio se da a entender que 
Jesús tenía un año menos de la edad requerida para la autonomía 
propia del mayor de edad. Por eso precisamente sus padres no 
alcanzaron a entender el comportamiento del niño. 
¿Qué es lo que viene a decir esta conducta de Jesús? Al 
quedarse intencionalmente en el templo, sin decir nada a sus 
padres, Jesús muestra su independencia con respecto a la propia 
familia. Tengamos en cuenta que él no hizo eso por causa de una 
actitud de rebeldía hacia sus padres, ya que en seguida añade el 
Evangelio que bajó con ellos a Nazaret "y siguió bajo su autoridad". 

Jesús mostró esa libertad porque para él lo único intocable era 
su relación con el Padre Dios. Ni siquiera aquella familia tan 
maravillosa era algo que había que mantener como absoluto. "¿No 
sabían que yo tenía que estar en la casa de mi Padre?" Para él no 
hay nada más que una relación definitiva e intocable: la relación al 
Padre. Por eso dirá más tarde a sus discípulos: "No se llamarán 
'padre_' unos a otros en la tierra, pues nuestro Padre es uno solo, 
el del cielo" (Mt 23, 9). Este es el problema básico para Jesús. La 
relación con el Padre Dios cuestiona hasta las mismas relaciones 
familiares.

La familia de Jesús tuvo que soportar difíciles condiciones de 
vida; pero, ante las dificultades, todos reaccionaban apoyándose 
unos a otros.
José reacciona con una bondad y comprensión extraordinaria, 
cuando se le presenta el problema del embarazo de su esposa. No 
se muestra celoso de su honor; sino que, como hombre bueno, no 
quiere perjudicar a María. Justamente por esa disposición puede 
acoger en su corazón la revelación que Dios le hace: "No temas 
tomar a María por esposa... " (Mt 1,20).
El largo viaje para el censo, el desprecio de los habitantes de 
Belén, el nacimiento del Niño en un pesebre, la persecución de 
Herodes, el viaje a Egipto, muestran a José y a María compartiendo 
el sufrimiento y ayudándose a cumplir con la misión que Dios les 
había encomendado. La visita de los pastores, la llegada de los 
magos, la presentación en el templo, los muestran compartiendo la 
alegría de la salvación.
Junto a José y María, "Jesús crecía en sabiduría, en edad y en 
gracia, tanto para Dios como para los hombres" (Lc 2,52). Esta 
educación que José y María dieron a Jesús no es autoritaria. El 
incidente del templo nos demuestra cómo sus padres respetan a 
Jesús. Los padres de Jesús saben que su hijo tiene su personalidad 
y vocación propia, y, aunque no lo entienden, lo respetan. 
Por su parte Jesús "volvió con ellos a Nazaret, donde vivió 
obedeciéndoles" (Lc 2,51). Hijo respetuoso con sus padres, no 
renuncia a su forma de ser ni a su misión; pero obedece a sus 
padres, porque los quiere.
María "guardaba fielmente en su corazón estos recuerdos" (Lc 
2,51). Ni María ni José quieren apropiarse para sí mismos al hijo; lo 
preparan para su misión.
En la Sagrada Familia admiramos un gran cariño, que ayuda 
mucho a que las personas se comprendan y se respeten cada una 
en su forma de ser; y la unión necesaria para superar las 
dificultades de la vida y disfrutar juntos las alegrías.

Preguntas para el diálogo
1. ¿Hasta qué medida los problemas de nuestra familia nos 
ayudan a comprendernos y a respetarnos más a fondo?
2. ¿Quién es para nosotros la Virgen María? ¿Cómo nos la 
imaginamos? ¿Qué esperamos de ella?
3. Demos nuestra opinión acerca de lo leído sobre San José. 
¿Qué pensábamos antes y qué pensamos ahora?
4. ¿Nos empeñamos por mantener el modelo actual de la familia 
como una cosa absoluta e intocable? ¿Hemos tenido que preferir 
alguna vez la relación con el Padre Dios antes que la relación con la 
familia? ¿Por qué? Contemos algún caso. 
5. ¿Es Dios nuestro valor absoluto, que está sobre todo y ante 
todo? Procuremos contestar con absoluta sinceridad.

9 - FAMILIA Y REINO DE DIOS
RD/FAMILIA FAM/RD: Ciertamente muchas familias creen en 
Jesús y quieren honradamente seguirlo, colaborando para construir 
el Reino de su Padre Dios. Intentamos en este capítulo esclarecer la 
relación existente entre la construcción del Reino y la familia.

Familias abiertas
Seguir el ejemplo de la "Sagrada Familia" es hacer todo lo 
contrario de lo que hace ese tipo de familia que sólo piensa en su 
propio interés, sin preocuparse por los sufrimientos de los otros: la 
aspiración suprema de ésta es no complicarse la vida, pues su 
horizonte es vivir lo mejor que se pueda, sin importar cómo.
A Jesús, en cambio, su familia nunca le encerró en sí mismo. Es 
más, la conciencia de su misión le impulsó a dejar su propia casa. Y 
a partir de entonces viaja casi continuamente, sin establecerse en 
ninguno de los sitios a los que llega. "Este Hombre no tiene ni 
dónde descansar la cabeza" (Mt 8,20). En Cafarnaún la gente le 
insistía "para que no se fuera de su pueblo. Pero él les dijo: Debo 
anunciar también en otras ciudades la Buena Nueva del Reino de 
Dios, porque para eso fui enviado" (Lc 4,42-43).
Cuando Jesús llama a sus apóstoles, éstos dejan su oficio y su 
familia para seguirle (Mc 2,14). "Todo el que deja su casa, 
hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o propiedades por amor 
de mi nombre recibirá cien veces lo que dejó y tendrá por herencia 
la vida eterna" (Mt 19,29).
No todos están llamados a dejar la propia familia, pero sí lo están 
a mantenerse abiertos a los problemas de los demás. Jesús nos 
enseña que no debemos limitar nuestras preocupaciones al 
pequeño mundo de la familia.
Debe haber tiempo para oír la Palabra de Dios, para formarse 
mejor, para comunicarse con los demás, para luchar por que el 
Reino de Dios se haga presente. Esta es la lección que Jesús dio a 
Marta cuando ésta presentó su reclamo porque María estaba 
sentada escuchándolo: "Señor, ¿no se te da nada que mi hermana 
me deje sola para atender? Dile que me ayude. Pero el Señor le 
respondió: Marta, Marta, tú te inquietas y te preocupas por muchas 
cosas, sin embargo, pocas son necesarias, o más bien una sola 
cosa es necesaria. María escogió la parte mejor, que no le será 
quitada" (Lc 11,40-42). 
La verdadera familia cristiana enseña a vivir en profundidad el 
amor mutuo, pero rompiendo los muros en que instintivamente 
tiende a encerrarse ese amor. Será tanto más cristiana la familia 
cuanto más vaya dejando de ser exclusiva, cuanto más vaya 
queriendo como verdaderos hermanos a los que no lo son. A los 
prójimos hay que hacerlos cada vez más próximos; mirándolos a 
ellos hay que ver a Jesús.
La dedicación de Jesús al Reino de Dios no quiere decir que 
descuidó los deberes para con su madre. Tenemos un indicio claro 
de que Jesús se preocupó de la situación de ella cuando en la cruz, 
poco antes de morir, "al ver a su madre y junto a ella a su discípulo 
más querido, dijo a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 
19,26).
El hecho de que se insista en el servicio de la familia a la 
comunidad no quiere decir que la comunidad sea una alternativa a 
la familia. Porque la familia desempeña funciones y tareas que no 
pueden ser desempeñadas por ningún otro grupo humano. Los 
cuidados y atenciones que recibe el niño, primero de la madre, y 
más tarde también del padre, no pueden ser sustituidos por nadie.
La comunidad es un principio de enriquecimiento humano para la 
familia. Porque la comunidad de fe se construye sobre la base de la 
libertad y la igualdad entre todos, con una indispensable dosis de 
confianza y transparencia. Y cuando la familia se abre a la 
experiencia comunitaria, compartida con otras personas, entonces, 
lógicamente, las relaciones humanas se hacen más sanas y más 
limpias en el grupo familiar.

Familias libres para construir el Reino del Padre 
Hemos visto que el Evangelio y la familia no siempre coinciden . Y 
no sólo no coinciden, sino que, incluso, son dos realidades que 
corren el peligro de enfrentarse. 
En cierta ocasión "estaba Jesús hablando a la gente, cuando su 
madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar 
con él. Uno se lo avisó: Oye, tu madre y tus hermanos están ahí 
fuera y quieren hablar contigo.
Pero Jesús contestó al que le avisaba: ¿Quién es mi madre y 
quiénes son mis hermanos? Y señalando con la mano a sus 
discípulos, dijo: aquí están mi madre y mis hermanos. Porque el que 
cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es hermano mío y 
hermana y madre" (Mt 12,46-50).
Una cosa resulta clara en este pasaje, a primera vista un tanto 
extraño: Jesús se siente más vinculado a su comunidad de 
discípulos que a su familia humana: antepone la comunidad a la 
familia.
Es que Jesús viene a establecer un nuevo orden de relaciones 
humanas, basadas precisamente en que Dios es el Padre de todos 
y, por consiguiente, todos los hombres somos hermanos. De esta 
manera, la familia pasa a segundo término en las intenciones y 
preocupaciones de Jesús. El centro es la relación con Dios como 
Padre y la relación con todos los hombres como hermanos. Así se 
comprende la significación tan honda que tienen aquellas palabras 
que puso Juan en el prólogo de su Evangelio:
(La Palabra) vino a su casa,
pero los suyos no la acogieron.
En cambio, a cuantos la recibieron,
los hizo capaces de hacerse hijos de Dios;
son los que mantienen la adhesión a su persona.
Y éstos no nacieron de una sangre cualquiera,
ni por designio de una carne cualquiera,
ni por designio de un varón cualquiera,
sino que nacieron de Dios" (Jn 1,11-13).
No es ya la familia, ni el parentesco humano, lo que cuenta en el 
proyecto de Jesús, sino la nueva gran familia de los "que mantienen 
la adhesión a su persona", con lo que son "capaces de hacerse 
hijos de Dios".

Saquemos algunas conclusiones de estos planteamientos: 
1º - Jesús exige a sus seguidores una libertad total con relación a 
su propia familia. De la misma manera con que Jesús exige a los 
discípulos vivir libres con relación al dinero, al poder y al prestigio, 
igualmente exige también a sus seguidores una libertad real con 
relación a todo lo que crea dependencias y ataduras basadas en 
los lazos humanos que brotan del afecto familiar. Por eso, Jesús no 
acepta ni la despedida de los parientes, ni aun siquiera el entierro 
del propio padre (Lc 9, 59-62). Por eso también, Jesús no reconoce 
más familia que la comunidad de sus seguidores y ni siquiera 
acepta los elogios que se hacen a su madre (Mt 12, 46-50). 
2º - La libertad para trabajar por el Reino lleva consigo, 
inevitablemente, enfrentamientos, conflictos, odios y rencores, que 
a veces pueden llegar a causar la misma muerte. Por eso Jesús 
habla de la división y las espadas que él ha venido a introducir en el 
seno de la familia (Mt 10, 34-37). Jesús anuncia el odio que va a 
nacer entre padres e hijos (Lc 14,26; 21, 16-18). Y les dice a los 
suyos que todo el mundo les va a odiar por causa de él. Por 
consiguiente, está claro que el Evangelio no presenta la unidad 
familiar como un valor supremo. Hay algo que está por encima del 
amor entre padres e hijos y hermanos de la misma sangre.
3º - Estos conflictos, odios y rencores tienen su explicación en 
una cosa: el que quiera seguir a Jesús, tiene que renegar de sí 
mismo y cargar con su cruz (Mt 10,38; 16,24; Mc 8,34; 10,32; Lc 
9,23; Jn 12,26; 13,36-37; 21,19). Es decir, el que quiera ser 
creyente de verdad, tiene que renunciar al deseo de acaparar, a la 
pasión por dominar y mandar, y a la pretensión por sobresalir y 
brillar. Pero no sólo eso. El que quiera ser creyente de verdad, tiene 
que aceptar el ser tenido por un delincuente al que hay que 
ejecutar (eso es "cargar con la cruz" ). Y la experiencia nos enseña 
que lo que casi toda familia fomenta es que sus miembros tengan 
mucho, que suban todo lo que puedan en la vida y que brillen lo 
más posible. 
Y no es que Jesús pretenda que los creyentes sean 
despreciados u odiados. Es que él sabe perfectamente que el 
modelo de sociedad en que vivimos está basado sobre los pilares 
del dinero, del poder y del prestigio. Y el que se enfrenta a esos 
pilares, como lo hizo Jesús, corre la misma suerte que él corrió. He 
ahí el secreto y la explicación del conflicto cristiano entre el 
Evangelio y la familia.

Familias llamadas a la santidad 
Con frecuencia se ha pensado que la familia no está llamada a 
seguir de cerca a Jesús. Eso de la perfección cristiana era sólo para 
los que tenían "vocación". Para los casados había otro camino: el 
Evangelio era para ellos sólo algo remoto, que había que cumplir 
únicamente en los puntos imprescindible para salvarse.
Pero el llamamiento de Jesús a seguirlo es para todos los que 
dicen tener fe en él. Y él no solamente llama a cada persona, sino a 
la familia y a la sociedad toda. 
Si una familia quiere ser cristiana ha de estar dispuesta a seguir 
a Jesús, viviendo con él, y así continuar en la tierra su actitud ante 
la vida, su fe en el Padre Dios, su fraternidad, sus esfuerzos por ir 
construyendo el Reinado del Padre.
La familia cristiana trata a todos como hermanos en plano de 
igualdad; lucha contra el egoísmo y contra toda clase de avaricia; 
orienta su vida desde el amor. Su preocupación central no consiste 
ya en prosperar, sino en cómo construir comunidades de hermanos. 
Los seguidores de Jesús no pueden aceptar nada que suponga 
disminución, atropello o supresión de la dignidad de una persona; y 
están dispuesto a enfrentarse con los poderes que intenten 
reprimir, explotar o manipular esta dignidad.
Este servir a Dios, haciendo propia la causa del hombre, fue la 
misión de Jesús. La gloria de Dios es la dignificación de la persona 
humana. El quiere a todos los hombres bajo un único señorío de 
Dios, como Padre, donde todos vivamos como hermanos y donde 
todos nos guiemos por la verdad, la justicia y el amor.
Estos son los ideales de todo el que quiera seguir a Jesús, sea 
que se encuentre solo o acompañado, soltero o casado. Estos 
deben ser, pues, los ideales que debe vivir toda familia que de 
verdad quiera ser cristiana.
Solamente situándonos en la perspectiva del Reino podremos 
comprender el profundo significado del matrimonio cristiano. Sin la 
perspectiva del Reino el amor de la pareja se convierte en un juego 
solitario sometido al azar de la pasión y de los sentimentalismos. El 
amor de la pareja fuera de su contexto humano y político es un 
amor reaccionario; es un amor encerrado en sí mismo y, por lo 
tanto, un no-amor.
Los valores del Reino los encontramos sintetizados en las 
bienaventuranzas (Mt 5, 3-12). Conoceremos algo del Reino a 
través de los pobres, de los que sufren, de los que tienen hambre y 
sed de justicia, de los que prestan ayuda, de los limpios de corazón, 
de los que trabajan por la paz, de los que viven perseguidos por su 
fidelidad. El amor de la pareja tiene que insertarse ahí, en el 
contexto concreto de las bienaventuranzas.
El matrimonio cristiano tiene que ser compromiso social, y no, 
como sucede con frecuencia, tumba en la que se entierra el 
compromiso. La pareja creyente tiene como meta el ser feliz 
haciendo felices a los demás. Casarse cristianamente supone un 
compromiso social en pareja. 
En una perspectiva bíblica el matrimonio y la familia se deben 
convertir en una comunidad de amor abierto y universal. En el 
Antiguo Testamento, el matrimonio es comparado con el amor de 
Dios hacia su pueblo. Y en el Nuevo, es imagen de la unión y amor 
de Cristo con la Iglesia-Humanidad.
El amor de Dios es integrador, es fuerza que acoge en sí a todos 
los hombres y de esta forma crea fraternidad. El amor de Dios está 
abierto a todos como fuerza de bien, de bondad, de perdón, de 
fidelidad... El amor de Dios es Cristo mismo. Por eso, el matrimonio 
será imagen de Dios en la medida en que su amor no se quede en 
los dos, en la medida en que su amor sea integrador, fuerza abierta 
a crear la unidad de la humanidad. Y será también imagen de Dios 
en la medida en que su amor sea la fuerza de bien y de bondad que 
ayude a salvar a los hombres de sus egoísmos.
Según lo dicho, el matrimonio no es una meta para lograr unidad 
y amor de los dos, sino un punto de partida para llegar a ser unidad 
que integre y acoja, y amor que salve. Esta es la meta.
Planteado así el matrimonio, tendríamos que llegar a la 
conclusión de que, lejos de ser la tumba donde mueren y se 
entierran los grandes y nobles compromisos sociales, debe ser 
como el generador que crea y potencia todo compromiso social, 
pues él mismo es compromiso social. Es la misma fuerza de la 
unidad y amor de la pareja la engendradora de tales compromisos, 
porque el amor de por sí es abierto, dinámico, creador.
El matrimonio cristiano no se reduce, pues, a casarse por la 
Iglesia. Es necesario casarse para la Iglesia y para el mundo. Lo 
que fue decisivo para Jesús, debe serlo también para la familia que 
creen en Jesús. Por ello cualquier proyecto de familia vivido desde 
la fe debe estar subordinado a la implantación del Reino de Dios, tal 
como lo hizo Jesús. 

Preguntas para el diálogo
1. ¿En qué medida mi familia está abierta a los problemas de los 
demás? ¿O estamos encerrados en nosotros mismos? Seamos 
sinceros al contestar.
2. ¿Qué hacemos como familia para ayudar a los demás? No se 
trata de ayudas meramente personales, sino de la familia como tal.
3. Conversemos sobre la contribución que hacemos como familia 
en la construcción del Reino de Dios. Detallemos el aporte que 
damos y el que debemos dar.
4. ¿Nos sentimos llamados a la santidad como matrimonio y como 
familia? ¿Qué podemos hacer para que la vocación a la santidad 
sea en nosotros cada vez más una realidad?
5. ¿Es Jesús el centro de nuestro matrimonio y nuestra familia? 
¿Qué debemos hacer?

10 - LAS ENSEÑANZAS PAULINAS 

Se ha dicho con frecuencia que San Pablo traicionó la 
enseñanza de Jesús con respecto a la familia y a la dignidad de la 
mujer. Y ello no es tan cierto. Es necesario situar sus afirmaciones 
dentro de aquel contexto histórico. Hay que saber distinguir entre 
textos doctrinales y textos que hacen relación a las costumbres 
culturales de entonces y aun a problemas muy concretos de una 
comunidad o región. Además, la investigación actual nos está 
entregando una nueva ayuda al distinguir entre cartas que 
verdaderamente escribió Pablo y otras que fueron escritas años 
más tarde por diversos autores que usaron su nombre. 
Entre las cartas auténticas de Pablo están 1ª Tesalonicenses, 
Gálatas, Filipenses, 1 y 2 de Corintios, Romanos y Filemón. Las 
cartas de la cautividad (Colosenses, Efesios y quizás 2ª 
Tesalonicenses), parece que no proceden del mismo Pablo, sino de 
su círculo; las podemos llamar "postpaulinas". Las cartas pastorales 
(1 y 2 Timoteo y Tito), reflejan un momento posterior y más 
institucionalizado de la Iglesia; se suelen llamar "deuteropaulinas". 
Las cartas postpaulinas, deuteropaulinas y 1 Pedro reflejan en 
parte la imagen del matrimonio y la familia que tenía aquella cultura 
ambiental. Sus autores pretenden realizar un difícil equilibrio entre 
la cultura ambiental y el mensaje de Jesús. 
Pero, en general, se puede afirmar que todos estos textos, que, 
si los comparamos con el tiempo actual, representan un retroceso, 
son, de hecho, un avance, si los situamos en el contexto de la 
cultura y de la sociedad de aquella época.

Actividad pastoral de la mujer en las primeras comunidades
PABLO/MUJER MUJER/PABLO: Las mujeres desempeñaron en 
las primeras comunidades cristianas algunas actividades 
importantes en el anuncio y en la práctica de la fe. Son muchas las 
mujeres que, en lenguaje paulino, "trabajaron duro" por el Señor 
(Rom 16,12). 
Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de Lidia (Hch 16,14- 
15), negociante de púrpura, la primera convertida en Filipo, muy 
activa en la comunidad. Mencionan también a Dámaris, (17,34), a 
algunas profetisas (21,9), y a unas que confeccionan ropa para los 
pobres (9,36-37). 
Pablo revela a través de sus cartas que diversas mujeres 
participan activamente en el movimiento cristiano, al mismo nivel 
que los varones, y ejercen funciones misioneras, de enseñanza y de 
liderazgo de las comunidades.
Conocemos a Ninfa que, junto con Filemón y Arquipo, eran 
líderes de una iglesia en su casa (Col 4,15). Evodia y Síntique son 
dos mujeres importantes en la actividad pastoral de Filipo. Pablo les 
pide que se pongan de acuerdo, puesto que "lucharon conmigo al 
servicio del Evangelio" (Flp 4, 2-3). 
Priscila, con su marido Aquila, son los jefes de una iglesia en 
Efeso primero (1 Cor 16,19) y en Roma después (Rom 16, 3.5). 
Este matrimonio precedió a Pablo en la tarea misionera y colaboró 
con él en diversas partes, pero nunca estuvo subordinado a él. Se 
les menciona siete veces y en cuatro ocasiones se nombra primero 
a la mujer. Además, Priscila siempre es nombrada por su nombre y 
no por el de su marido, señal de que era muy conocida en su 
actividad pastoral. Era mujer instruida, pues intervino en la 
enseñanza cristiana de Apolo, que era un hombre muy culto (Hch 
18,26). 
En Romanos Pablo saluda a María, Trifena, Trifosa y Perside, de 
las que dice que "han trabajado mucho en el Señor" (Rom 16, 
6.12). Saluda a la madre de Rufo, "que ha sido para mí como una 
segunda madre" (Rom 16,13). De una mujer, Junías, junto con su 
marido Andrónico, dice Pablo que "son compañeros de cárcel, 
apóstoles notables y se entregaron a Cristo antes que yo" (Rom 
16,7). Saluda a otras dos parejas, Folólogo y Julia, Nereo y su 
hermana, que seguramente son también misioneros (Rom 16,15).
Especial mención merece Febe, que probablemente es la 
portadora de la carta a los Romanos; de ella Pablo dice que es 
"diaconisa de la Iglesia de Cencrea", y pide que la ayuden "en todo 
lo que sea necesario, puesto que ella ayudó a muchos y entre ellos 
a mí", dice él. En el sentido paulino, el diácono era responsable de 
una Iglesia, con el oficio de misionar y enseñar. 
Por Pablo sabemos también que diversos apóstoles y el mismo 
Cefas misionaban acompañados de "alguna mujer hermana" (1 Cor 
9,5). 
O sea, que en tiempo de Pablo diversas mujeres aparecen 
colaborando con él en la enseñanza, como misioneras itinerantes o 
responsables de una Iglesia, como apóstoles y diáconos. Y Pablo 
las estima y se alegra de ello. Tanto es así, que hoy día hay 
quienes designan a San Pablo como promotor de la actividad 
pastoral de la mujer. 

Igualdad de la mujer
El movimiento de Jesús había producido una verdadera 
revolución en lo referente a la dignificación de la mujer. San Pablo 
nos trasmite la gran proclama de este movimiento misionero, 
anterior a él: "Ya no hay diferencia entre judío y griego, entre quien 
es esclavo y quien es hombre libre; no se hace diferencia entre 
hombre y mujer. Pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús" 
(Gál 3,28). Es ésta una magnífica expresión del entusiasmo de 
entrada en una nueva forma de existencia, tan distinta a la de la 
sociedad reinante... Muchas mujeres entraron entusiasmadas en el 
cristianismo, pues en él encontraban posibilidades de participación 
y protagonismo, que les eran negadas en la sociedad en general.
Algunos textos de San Pablo han sido interpretados como 
menospreciadores de la mujer y, por consiguiente, contrarios a su 
igualdad con el varón. Veamos algunos casos, generalmente mal 
interpretados por no considerarlos dentro del contexto histórico y, 
además, por verlos desde la perspectiva de los textos 
deuteropaulinos
1. Ciertamente él alguna vez aconseja a las jóvenes que no se 
casen (1 Cor 7, 32-34). Pero este consejo hay que situarlo en su 
contexto histórico. En primer lugar, en aquel ambiente tan machista, 
a veces era la única forma de poder servir al Señor en las 
comunidades. Se trata de un consejo de sentido común. Pero 
además debemos saber que se trataba de un consejo subversivo 
según el orden reinante en Roma. El emperador Augusto había 
dado un decreto por el que imponía sanciones y fuertes impuestos 
a los solteros; y a las viudas sólo se les permitía permanecer en su 
estado si habían cumplido más de cincuenta años. Más tarde, 
Domiciano reforzaría aún más esta legislación. El consejo de Pablo 
era un desafío a las leyes y a los valores culturales dominantes, 
pues se dirigía especialmente a personas de los centros urbanos 
del imperio.
Pero Pablo no sólo afirma las ventajas del celibato. También 
defiende el matrimonio en contra de las tendencias ascéticas que lo 
negaban. El énfasis con que subraya la reciprocidad y la igualdad 
de las relaciones entre los sexos es notable y no encuentra 
parangón ni en la sociedad judía ni en la pagana de su tiempo (ver 
1 Cor 7, 3-5. 10-11). En esto Pablo recoge fielmente la tradición de 
Jesús. Y, por cierto, nunca pone la unión matrimonial en función de 
la procreación.
Pablo hace aún más. Defiende la estabilidad del matrimonio 
incluso cuando uno de los cónyuges se hace cristiano y el otro no 
(1 Cor 7, 12-13), a pesar de que el judaísmo, en este caso, 
consideraba roto el vínculo.
2. En cuanto al problema del velo de las mujeres, ciertamente se 
trata de un texto enrevesado y ambiguo (/1Co/11/02-16), pero se 
encuentran en él aportes interesantes. El primer dato es la 
constatación del hecho de que algunas mujeres oraban y 
profetizaban en el culto como dirigentes (1 Cor 11, 5). El problema 
está en si deben hacerlo con la cabeza descubierta o no. Pues las 
mujeres corintias expresaban su conciencia de igualdad y libertad 
actuando públicamente sin velo. Así rompían la costumbre de 
entonces y con ello producían grave escándalo entre los cristianos 
no instruidos y entre los paganos. Ante esto Pablo quiere que se 
respeten las conciencias más débiles, como acababa de decir en la 
misma carta, en el capítulo 8, refiriéndose al hecho de que algunos 
cristianos comían carne sacrificada a los ídolos. El principio que da 
entonces, vale también para lo del velo: "Es cierto que somos libres, 
pero cuídense que esa misma libertad no haga caer a los débiles" 
(1 Cor 8,9).
En el caso del velo, comienza usando un argumento sacado de la 
cultura y la filosofía ambiental: la subordinación de la mujer al 
hombre; pero enseguida se corrige afirmando que "bien es verdad 
que en el Señor no se puede hablar del varón sin la mujer, ni de la 
mujer sin el varón. Pues si Dios ha formado del hombre a la mujer, 
el hombre nace de la mujer, y ambos vienen de Dios" (1Cor 11, 
11-12). En toda esta sección de la carta (caps. 11-14) habla Pablo 
de la "edificación de la comunidad". En ella reconoce la igualdad de 
los dos sexos y admite las funciones dirigentes de las mujeres en 
las asambleas, pero les pide por prudencia que no hagan 
obstentación de su libertad con un comportamiento externo que 
planteaba graves problemas a la evangelización.
3. Una tensión parecida, entre el mensaje cristiano de igualdad y 
la cultura ambiental, la encontramos en el famoso texto de 
/Ef/05/21-33, en donde Pablo habla de la relación entre el hombre y 
la mujer dentro del matrimonio. Inicialmente se afirman unas 
relaciones no igualitarias: "Las mujeres sean dóciles a sus maridos 
como si fuera al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, 
como el Mesías, Salvador del cuerpo, es cabeza de la Iglesia. Como 
la Iglesia es dócil al Mesías, así también las mujeres a sus maridos 
en todo" (Ef 5,22-24). 
La finalidad de este pasaje es subrayar que el matrimonio es un 
"símbolo magnífico" (Ef 5,32) para revelar el amor que Dios tiene a 
la humanidad. Siguiendo la tradición profética, en la que el amor 
divino había sido simbolizado por el matrimonio, Pablo parte del 
matrimonio judío tal como existía, para llegar a revelar el amor de 
Dios a la Iglesia, a través de Cristo. Dice que Cristo es la cabeza (el 
jefe) de la Iglesia (que es el cuerpo), así como el marido en aquella 
cultura era el jefe de la mujer. Nótese bien que no quiere definir las 
relaciones de debe haber entre marido y mujer. Se parte 
sencillamente de un hecho cultural, sin cuestionarlo, ni mucho 
menos purificarlo. El hecho existente entonces de la sumisión de la 
mujer al marido Pablo lo usa para comparar la relación que existe 
entre la Iglesia y Cristo.
Pero, igual que hizo en 1 Cor 11, aquí también en seguida 
recupera Pablo la novedad cristiana y pasa por eso a amonestar al 
marido: "Debe amar a su mujer como a sí mismo" (Ef 5,33), ya que 
los dos son una sola carne (Ef 5,25-33). A pesar de las 
ambigüedades, procura enseguida recuperar el equilibrio. 
Este difícil equilibrio entre mensaje de Jesús y cultura ambiental 
no ha sido suficiente para impedir que en la historia posterior los 
textos de Pablo fueran invocados como palabra de revelación para 
legitimar el dominio del varón sobre la mujer.

La relación sexual según San Pablo
SEXO/PABLO PABLO/SEXO: Siguiendo el espíritu del 
Mandamiento nuevo de Jesús, la escuela de Pablo lo concreta así 
en el caso del matrimonio: "Maridos, amen a sus mujeres igual que 
el Mesías demostró su amor a la Iglesia entregándose por ella" (Ef 
5,25). Si Cristo, impulsado por su amor, ha hecho lo indecible por 
llenar a su esposa, la Iglesia, de gracia y santidad, de igual manera 
la entrega del hombre a la mujer tiene que estar llena de la misma 
actitud. La unidad entre ambos debe ser tan profunda que llegue a 
desaparecer toda posibilidad de ruptura y división, pues "el que 
ama a su mujer a sí mismo se ama" (Ef 5,28).
Este amor tiene que llegar también a la esfera de lo sexual. San 
Pablo habla claramente de ello en dos pasajes refutando un 
enfoque demasiado libertino sobre la sexualidad y otro demasiado 
estrecho.
En el primer caso, ante la presencia de ciertos gnósticos 
libertinos, para los que ninguna actividad sexual manchaba el 
espíritu, Pablo muestra el carácter profundamente humano y 
personalista de la relación sexual. Su enseñanza se apoya en una 
exigencia bautismal y en una reflexión antropológica: 
"El cuerpo no es para la lujuria, sino para el Señor, y el Señor 
para el cuerpo, pues Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará 
también a nosotros con su poder. ¿Se les ha olvidado que son 
miembros de Cristo?, ¿Y voy a quitarle un miembro al Mesías para 
hacerlo miembro de una prostituta? ¡Ni pensarlo! ¿No saben que 
unirse a una prostituta es hacerse un cuerpo con ella? Lo dice la 
Escritura: 'Serán los dos un solo ser'. En cambio, estar unido al 
Señor es ser un Espíritu con él. Huyan de la lujuria; cualquier 
perjuicio que uno cause queda fuera de uno mismo; en cambio, el 
lujurioso perjudica a su propio cuerpo. Saben muy bien que su 
cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en ustedes porque 
Dios se lo ha dado. No se pertenecen a sí mismos; han sido 
comprados pagando; pues glorifiquen a Dios con su cuerpo" 
(/1Co/06/13-19).
Por razón del bautismo el hombre entero, hasta en sus 
estructuras corporales, ha sido transformado por Cristo. El cuerpo 
participa también de este destino, que le lleva a convertirse en 
realidad sagrada, propiedad exclusiva de Dios. Está impregnado por 
la fuerza del Espíritu que resucitó el cuerpo de Jesús. De ahí la 
urgencia de glorificar a Dios con el propio cuerpo; pero esa 
glorificación no es posible mientras la unión sexual no manifieste la 
plenitud y totalidad de su significado.
La entrega corporal, en efecto, no es un gesto sin importancia, 
sino que expresa un mensaje profundo. No se reduce a una simple 
necesidad biológica, como "la comida es para el estómago" (1 Cor 
6,13), sino que la donación del cuerpo, como símbolo de la persona 
entera, supone la ofrenda de toda la persona, cosa que no se 
realiza en la unión con una persona no amada.
En el segundo caso, en Corinto, bajo la influencia del 
espiritualismo griego, algunos predican la abstención matrimonial. 
Creían que el cuerpo era malo por naturaleza. Los consejos del 
apóstol muestran un equilibrio realista extraordinario. Negar las 
relaciones sexuales en el matrimonio supone el desconocimiento de 
los deberes mutuos entre los esposos, pues por la entrega 
matrimonial se pertenecen el uno al otro: "La mujer ya no es dueña 
de su cuerpo, lo es el hombre; ni tampoco el hombre es dueño de 
su cuerpo, lo es la mujer" (1 Cor 7,4). La continencia puede darse 
dentro del matrimonio, pero de una forma temporal y pasajera para 
fomentar la oración. Lo contrario sería imprudencia y un posible 
engaño, ya que "cada uno tiene el don particular que Dios le ha 
dado" (1 Cor 7,7).

Las cartas paulinas posteriores a Pablo
El pensamiento de Pablo es desarrollado después de él en una 
línea en la que cada vez predomina más el punto de vista 
masculino. 
En las cartas a los Colosenses y a los Efesios y en la 1ª de Pedro 
encontramos los famosos "códigos domésticos" que, en sustancia, 
legitiman la estructura patriarcal de la familia y el puesto del padre 
como señor absoluto (Col 3,18 - 4,1; Ef 5,21 - 6,9; 1 Pe 2,18 - 3,7; 
5,1-5). Y se exige la sumisión de la mujer a su marido (1 Pe 3,1; Tit 
2,5).
Más tarde, en las cartas pastorales, el proceso de 
institucionalización está bastante avanzado y, lógicamente también, 
el de patriarcalización. Ahora la mujer debe oír en silencio; ya no 
puede enseñar (1 Tim 2,11-12), lo que se opone a la costumbre de 
Pablo. Y la justificación que da el autor es ciertamente despreciativa 
(1 Tim 2, 13-14). El Pablo auténtico no veía nunca a la mujer ni 
como tentación para el hombre ni como responsable del primer 
pecado (Rom 5, 12-19). El autor de 1 Timoteo acaba restringiendo 
el papel de la mujer a la mera maternidad (1 Tim 2,15), cosa que 
Pablo en 1 Corintios nunca menciona.
En estas cartas deuteropaulinas la legitimación del orden 
patriarcal va acompañada de la aceptación del orden político del 
imperio (1 Tim 2,1-2; Tit 3,1). El modelo de la casa patriarcal sirve 
para configurar la vida y las relaciones internas de la comunidad 
cristiana. Por eso se pide que se elija como obispo a un padre de 
familia probado y de buena casa (1 Tim 3, 2-7; Tit 1, 7-9).
Al hablar del problema de las viudas (1 Tim 5, 2-16) se habla de 
ellas con cierta rudeza y se quiere reducir su número. A las jóvenes 
se les ordena casarse. Y sólo se puede aceptar oficialmente a las 
viudas después de haber cumplido sesenta años y haber dado 
muestras de vivir los valores de la sociedad patriarcal (1 Tim 5, 
9-10).
En /1Tm/02/12 el autor dice de forma contundente: "A la mujer no 
le consiento enseñar ni imponerse a los hombres; le corresponde 
estar quieta, porque Dios formó primero a Adán y luego a Eva. 
Además, a Adán no lo engañaron; fue la mujer quien se dejó 
engañar y cometió el pecado". Este tipo de argumentación, 
contraria a la de San Pablo, se repetirá continuamente en 
ambientes eclesiásticos, incluso hasta nuestros días. Pero en aquel 
tiempo, hasta este texto tan duro tenía su explicación. El autor de 
tamaña prohibición se está refiriendo a un grupo de señoras ricas 
de Éfeso, recién convertidas, que opinaban y discutían de todo, 
como si fueran grandes doctoras, con lo que creaban serios 
problemas en su comunidad. Por eso se les pide seriamente que 
sean más modestas y se pongan a aprender con humildad.
Como resumen, podemos decir que en las cartas posteriores a 
Pablo sus autores se dejaron influenciar en algo por la cultura de su 
tiempo. Nos encontramos constantemente con dos datos en tensión: 
el dato dignificante y liberador propio de Jesús y el dato 
discriminatorio de aquel ambiente cultural. Por un lado asumen la 
novedad introducida por Jesús en relación con la igualdad de la 
mujer; por otro, no consiguen hacer valer esa novedad en su 
cultura y sigue pensando en la sumisión de la mujer. Mantienen una 
ambigüedad entre el elemento cultural y el que procede de Jesús. 
La doctrina de Jesús es siempre la norma fundamental. Jesús es 
la cumbre de la revelación. Nótese, además, que casi todos los 
Evangelios se escribieron después de las cartas paulinas. Y 
ciertamente, desde el proyecto de Jesús, surgen hasta nuestros 
días exigencias emancipatorias de la mujer, muy críticas para la 
sociedad y para la Iglesia. Estamos autorizados y, más aún, 
obligados a promoverlas.

Preguntas para el diálogo
1. ¿Cómo es considerado en nuestra Iglesia local el trabajo 
pastoral de la mujer? ¿Qué nos enseña en esto San Pablo?
2. ¿Cómo podemos reinterpretar a la luz de este comentario el 
tema de la igualdad de la mujer?
3. ¿Qué hemos podido profundizar sobre la relación sexual 
según San Pablo? Concretemos las cosas nuevas que hemos 
aprendido.

11 - EL CELIBATO

CELIBATO/SENTIDO: Si la sexualidad es algo tan importante 
dentro del plan de Dios, resulta algo extraño que algunas personas, 
justo por ser fieles a Dios, decidan no casarse nunca. Mucha gente 
no cree en el celibato o no lo entiende; algunos piensan que la 
persona que renuncia al sexo es un reprimido que nunca podrá 
realizarse plenamente.
Pero tenemos el hecho histórico de que Jesús no se casó. Y en 
aquel tiempo ello era incomprensible. El que una persona 
renunciase a formar una familia era algo realmente extraño, ya que 
el pueblo judío había exaltado grandemente la fecundidad. 
Si nos preguntamos por qué Jesús no se casó, resulta que no 
encontramos en el Evangelio una respuesta directa y expresa sobre 
ello. Y, sin embargo, debió existir una razón profunda para que 
Jesús renunciase a algo tan santo como casarse y tener hijos.
A través de la historia, en la Iglesia se han dado diversidad de 
razones para justificar y defender el celibato. Se ha dicho que es un 
modo de testimoniar la otra vida en la que no habrá sexo. Se ha 
insistido en que las personas consagradas a Dios deben ser puras, 
ajenas a las turbulencias de la sexualidad.
Pero estos enfoques encierran algo terrible, porque en el fondo 
suponen que la sexualidad es algo negativo, que hay que dejarlo a 
un lado si se quiere avanzar en el camino de la fe. Piensan que Dios 
está más contento si se renuncia al sexo. Y entonces resulta que 
hay cristianos de primera y de segunda categoría, según renuncien 
o no al sexo.
Evidentemente, éstas no pudieron ser las razones de Jesús para 
no casarse.
En cierta ocasión, en la que Jesús les dice a sus discípulos que 
no es lícito divorciarse, puesto que la mujer es tan persona como el 
hombre y tiene los mismos derechos que él, los apóstoles se 
asustan y afirman que "si ésa es la situación del hombre con la 
mujer, más vale no casarse". A esto respondió Jesús:
"No todos comprenden lo que acaban de decir, sino solamente 
los que reciben este don. Hay hombres que nacen incapacitados 
para casarse. Hay otros que fueron mutilados por los hombres. Hay 
otros que por amor al Reino de los Cielos han descartado la 
posibilidad de casarse. ¡Entienda el que pueda!" (Mt 19, 11-12).
Vemos que Jesús empieza reconociendo que no todo el mundo 
puede renunciar a una mujer o a un hombre. Es señal de inmenso 
realismo. La sexualidad es sumamente exigente y no es fácil 
renunciar a su realización. No todo el mundo puede "sublimar" su 
sexualidad. Es decir, poner sus energías sexuales en otras cosas 
que no tienen que ver directamente con ella. 
Dice Jesús que no casarse "por el Reinado de Dios" es un don 
del mismo Dios. Por consiguiente, se trata de algo bueno, un 
"carisma" que Dios concede. Y si es un don divino, necesariamente 
contribuye a la realización humana de quien lo recibe, ya que es 
imposible que Dios dé algo que cause daño. Por lo tanto, si una 
persona encuentra que en la vida de célibe no se realiza 
humanamente, eso quiere decir que no ha recibido ese don o que lo 
ha perdido. Cada uno tiene que encontrar el modo de realizarse 
humanamente mejor. Y es posible que algunos se realicen 
humanamente renunciando al sexo. Pero quede claro que el célibe 
"por el Reinado de Dios" no renuncia a su sexualidad. Ya vimos 
que ésta no se reduce a lo genital ni a lo meramente corporal, sino 
que es algo mucho más amplio.
Es importante recalcar que el motivo fundamental para elegir el 
celibato es el Reinado de Dios. En ciertos casos, el deseo de 
dedicarse a la proclamación y extensión del Reino, centrado en 
Jesús, es tan grande, que el individuo se ve absorbido por ello. La 
creación de una nueva sociedad según el modelo del Evangelio se 
convierte en el interés fundamental, y entonces, por eso, y sólo por 
eso, se renuncia al matrimonio y a la creación de una familia, a 
ejemplo de Jesús.
Si este ideal deja de constituir lo más importante, entonces el 
celibato pierde su sentido y se convierte en una limitación humana, 
en un empobrecimiento, en algo perjudicial para el que lo vive. Los 
peligros de convertirse en un solterón egoísta y neurótico serán 
entonces probablemente muy grandes.
Del mismo modo que la ciencia, la filosofía o el arte no exigen de 
suyo que el hombre renuncie a una familia, el Reino de Dios 
tampoco lo exige. Pero puede darse el caso de que alguien 
encuentre que así, a él particularmente, le va mejor para dedicarse 
más de lleno. Evidentemente, otros, con otro modo de ser, con otro 
"carisma" distinto, pueden servir al Evangelio y a Dios viviendo su 
sexualidad plenamente.

Preguntas para el diálogo
1. ¿Creemos nosotros que es posible y que es bueno que 
algunas personas guarden celibato? ¿Por qué?
2. ¿En qué consiste para nosotros el ideal del celibato?
3. ¿Cómo podemos ayudar los casados a los célibes para que 
vivan a fondo su vocación?

Epílogo: 

Familia y futuro de la humanidad

FAM/PERSONA-RAON: Cuando un niño nace, no está acabado 
de hacer; el niño, "se hace" del todo, no sólo por los alimentos que 
toma y los cuidados físicos que recibe, sino además -y esto es 
decisivo- por la relación que mantiene con los padres y con los 
demás miembros de la familia y de la sociedad ambiental. El cariño 
que los padres muestran al recién nacido, los sentimientos que 
experimentan hacia él, la acogida, la ternura o, por el contrario, la 
indiferencia, la apatía, la agresividad, todo eso y hasta los 
sentimientos más íntimos, se van grabando en la intimidad del niño 
de tal forma que todo eso es lo que va "haciendo" y configurando lo 
que será, durante toda su vida, el equilibrio humano del futuro 
varón o mujer. 
Mediante la familia, el niño pequeño se acomoda a las normas de 
comportamiento vigentes en una determinada civilización. La familia 
actúa, en todo tiempo y lugar, como el mejor instrumento de 
transmisión de las tradiciones, los criterios, y los convencionalismos 
de los padres. La vida y el trabajo de los hijos se determinarán por 
las normas transmitidas. Así es como cada sociedad y cada 
civilización se perpetúa, hasta el punto de que en eso reside una de 
las condiciones esenciales para la continuidad de la civilización y de 
la Historia. 
Esto quiere decir que la persona "se hace" en la familia. Y "se 
hace" en la familia, no sólo porque de los padres recibe la vida, sino 
además porque en la familia se forma y se organiza (o se deforma y 
se desorganiza para siempre) la vida de la persona.
Pero si el bebé tiene la desgracia de nacer en una familia donde 
la madre tiene sus necesidades afectivas descontroladas, o donde 
el padre es una persona excesivamente rígida y dominante, 
entonces las cosas se pueden complicar hasta el punto de que el 
hijo resulte un individuo más o menos desadaptado o enfermizo.
Un desarrollo sano y adecuado del niño exige no sólo la 
satisfacción de sus necesidades físicas, sino especialmente una 
atención y un amor personalizados. Los niños educados sin una 
auténtica familia muy difícilmente se adaptan a las condiciones de la 
vida adulta. 
Los hijos asimilan en el medio familiar cosas tan maravillosas 
como son el amor, la fidelidad, la responsabilidad, el compromiso 
por los pobres, la lucha por un mundo nuevo; pero con frecuencia 
asimilan también cosas tan negativas como son el elitismo puritano, 
el racismo, el machismo, el deseo de instalación y de lucro, la 
pretensión de subir sin importarles aplastar a los demás, la 
acomodación a los valores burgueses de la sociedad... 
La libertad de cada individuo con respecto a su propia familia es 
mucho menor de lo que normalmente nos imaginamos. Porque la 
familia no es sólo un grupo de personas determinadas a las que el 
sujeto se siente profundamente vinculado; es, además, un modelo 
de realizar la vida. Y sabemos que, en la mayoría de los casos, el 
individuo tiende a reproducir ese modelo.
Todo esto nos viene a decir que la vida de la familia en nuestra 
cultura y en nuestra sociedad es un problema muy serio. Más aún 
cuando tratamos de afrontar las exigencias de nuestra fe en Jesús 
hasta sus últimas consecuencias. 
Del modelo de familia que cultivemos y vivamos depende, ante 
todo, el futuro de la humanidad... Y para ello, la Biblia, y Jesús, en 
concreto, nos ofrecen una ayuda muy valiosa...


APENDICE: 

LA DOCTRINA MATRIMONIAL ANTES Y DESPUES DEL 
CONCILIO 

Por mucho tiempo en la Iglesia el matrimonio ha estado 
sumamente desvalorizado. Sólo se daba importancia a lo jurídico y a 
lo moral. Los valores bíblicos, teológicos y espirituales se mantenían 
marginados. 

Antes del Concilio
Según el antiguo Derecho Canónico (cánones 1012, 1013 y 
1801) el matrimonio no era sino un contrato, basado en el 
consentimiento de dos personas, "por el cual ambas partes se dan y 
aceptan el derecho perpetuo y exclusivo sobre sus cuerpos, en 
orden a poner los actos que de suyo son aptos para la generación 
de la prole". Como se ve, se trata de una definición pobrísima y aun 
ofensiva: ¡Un contrato de cuerpos...! Como si la pareja fuera 
únicamente un instrumento mecánico para "hacer hijos". Se llegaba 
a mirar al matrimonio como "remedio contra la concupiscencia..." Se 
daban normas minuciosas sobre lo que se podía hacer y sobre lo 
que no estaba permitido. Pero rara vez se hablaba del amor 
conyugal, y menos aún de la espiritualidad y santidad matrimonial. 
La perfección cristiana estaba reservada sólo para los religiosos. 
En las primeras décadas del siglo actual hubo algunas 
reacciones positivas en torno a los valores matrimoniales y se 
comenzó a hablar del amor como elemento necesario para la vida 
conyugal. Por los años treinta algunos teólogos se atreven a 
señalar como fin primario del matrimonio el mutuo 
perfeccionamiento de los esposos y el amor mutuo. Esta enseñanza 
fue condenada por el Santo Oficio el 3 de julio de 1942. Pero, poco 
después, Pío XI la proclamó en su encíclica "Casti connubii". Dice 
así su número 8: 
"La formación interna recíproca de los casados, el cuidado 
asiduo por perfeccionarse mutuamente, puede llamarse en un 
sentido muy verdadero la causa y razón primera del matrimonio..." 
Pío XII volvió a repetir conceptos parecidos. Diversos teólogos los 
desarrollaron, como Guardini y Haring, Y Juan XXIII, en la "Mater et 
Magistra", registra afirmaciones aún más amplias sobre los valores 
matrimoniales y familiares. Hasta que al fin maduró el Concilio, con 
el que se inició una verdadera revolución espiritual en el campo del 
matrimonio y la familia. 
En el Concilio 
El Vaticano II se refiere expresamente al matrimonio y la familia 
en los siguientes documentos: 
- Constitución Luz de las Gentes (LG), nn. 11 y 47.
- Constitución Gozo y Esperanza (GE), nn. 47 al 52.
- Constitución sobre la Sagrada Liturgia, nn. 77 y 78.
- Decreto Optatam totius, n. 10.
- Decreto sobre la Actividad Apostólica (AA), n. 11.
En el Concilio, el amor pasa a ser esencial en el matrimonio: 
"Este amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona 
a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la 
persona y, por tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad 
especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de 
ennoblecerlas como elementos y señales específicas de la amistad 
conyugal" (GE, 49). La alianza matrimonial está encaminada a 
formar una comunidad de vida y de amor. El amor, según el 
Concilio, es la base, el fundamento, el alma de la vida matrimonial y 
familiar. 
Los números 48 y 49 de la constitución "Gozo y Esperanza" 
forman un himno maravilloso al amor matrimonial. Se canta la unión 
íntima entre los cónyuges; la ayuda y servicio mutuo; la donación y 
entrega del uno al otro. El amor abarca el bien de toda la persona. 
Asociando a la vez lo humano y lo divino, el amor lleva a los 
esposos a una mutua y libre donación de sí mismos, expresada en 
actos y tiernos afectos. El amor se perfecciona y se desarrolla por 
su misma generosa actividad; supera toda inclinación meramente 
erótica y convierte el acto sexual en mutua donación. 
El sacramento del matrimonio da al amor un carácter 
sobrenatural. "Este genuino amor conyugal es asumido en el amor 
divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo... Los 
esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de 
estado, están fortalecidos y como consagrados por un sacramento 
especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, 
imbuidos del Espíritu de Cristo que satura toda su vida de fe, 
esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y 
su mutua santificación y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación 
de Dios" (GE, 48). Según este texto, matrimonio y amor están 
inseparablemente unidos. 
El amor es tan importante, que hay que cuidarlo y hacerlo crecer 
sin cesar. El número 50 usa expresiones como "cultivo del amor 
conyugal", "cultivo del amor fiel"... No basta casarse por amor. Al 
amor hay que cuidarlo y alimentarlo, regarlo y acariciarlo, para que 
crezca, se desarrolle y dé fruto. Ello es una obligación de toda 
pareja. 
La procreación no se antepone al amor, sino que es 
consecuencia de él (GE, 50). Y esta fecundidad ha de ser 
generosa, pero responsable. 
El amor conyugal ha de ser el testimonio más preciado que 
deben dar los esposos cristianos ante sus propios hijos y ante el 
mundo entero: "De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de un 
incansable y generoso amor, contribuyen al establecimiento de la 
fraternidad en la caridad y se constituyen en testigos y 
colaboradores de la fecundidad de la madre Iglesia..." (LG, 41). 
Este amor los debe llevar a un compromiso activo y dinámico, de 
forma que influya en el propio ambiente, trabajando por el cambio 
social, político, económico y religioso (GE, 75 y AA, 14). Deben 
colaborar con los hombres de buena voluntad para promover la paz, 
la justicia y la verdad (AA, 14). De esta forma, los esposos, con su 
testimonio de amor fuerte y fecundo, contribuirán a la extensión del 
Reino que Cristo vino a implantar en la tierra. 
Después del Concilio
Como eco y respuesta al Concilio fueron apareciendo poco a 
poco otros documentos importantes. 
En julio de 1968 Pablo VI publicó una encíclica sobre la "Vida 
Humana", acerca de la regulación de la natalidad. 
En 1979 el episcopado latinoamericano publicaba sus 
documentos de Puebla. Sobre el tema matrimonial y familiar se 
habla en los números 568 al 616. Afirman que "el matrimonio es una 
alianza a la que se llega por vocación amorosa del Padre que invita 
a los esposos a una íntima comunidad de vida y de amor... Un amor, 
así entendido, en su rica personalidad sacramental, es más que un 
contrato; tiene las características de una alianza" (P. 582). 
A finales de 1980 se celebró en Roma un sínodo dedicado a la 
"Misión de la familia cristiana en el mundo moderno". Fruto suyo fue 
la exhortación apostólica de Juan Pablo II "Familiaris Consortio", de 
noviembre de 1981. 
En ella se insiste de una manera hermosa en la importancia del 
amor conyugal y familiar: "El amor es la vocación fundamental e 
innata de todo ser humano... El amor abarca también el cuerpo 
humano y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual" (FC, 11). 
"Así como sin el amor la familia no es una comunidad de personas, 
así también sin el amor la familia no puede vivir, crecer y 
perfeccionarse como comunidad de personas" (FC, 18). "El 
matrimonio propone de nuevo la ley evangélica del amor, y con el 
don del Espíritu, la graba más profundamente en el corazón de los 
cónyuges cristianos..." (FC, 63).
La fecundidad aparece como "el fruto y el signo del amor 
conyugal, el testimonio vivo de la entrega plena y recíproca de los 
esposos" (FC, 28).
Quedan superados antiguos desprecios, al reconocer por igual 
"dos modos específicos de realizar integralmente la vocación de la 
persona humana al amor: el Matrimonio y la Virginidad. Tanto el uno 
como la otra, en su forma propia, son una concretización de la 
verdad más profunda del hombre, de su 'ser imagen de Dios'" (FC, 
11). "El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de 
vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando 
no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad 
consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran 
valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el 
Reino de los cielos " (FC, 16). 
Con toda claridad se afirma que el matrimonio es un "sacramento 
de mutua santificación". Y "de ahí nace la gracia y la exigencia de 
una auténtica y profunda espiritualidad conyugal y familiar..." (FC, 
56), espiritualidad que es todo un reto a construir.
Se insiste también en la necesidad de que la familia se abra a los 
demás (FC, 21), en desempeño de una función social y política (FC, 
44), orientada a la construcción de un nuevo orden internacional 
(FC, 48).
El nuevo Derecho Canónico, publicado en 1983, aun dentro de 
su propio juridicismo, da una nueva definición de matrimonio: "La 
alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre 
sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole 
natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la 
prole, fue elevado por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de 
sacramento entre bautizados" (1055).

BIBLIOGRAFIA
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·Caravias-José-Luis