MATRIMONIO Y FAMILIA A LA LUZ DE LA BIBLIA (2)


José L. Caravias sj

B - NUEVO TESTAMENTO 
1 - LA FAMILIA JUDIA EN TIEMPO DE JESUS 
2 - JESUS Y LA FAMILIA 
3. CRITICAS DE JESUS A LA FAMILIA 
El seguimiento de Jesús provoca conflictos familiares
Los parientes de Jesús 
Por qué resulta conflictivo el mensaje de Jesús 
4 - EL MANDAMIENTO DEL AMOR 
Amor y sacramento 
Ser amigos en el Amigo 
Contraer matrimonio en el Señor 
El caso del divorcio
5 - JESUS Y LA MUJER 
La mujer en tiempo de Jesús 
El trato que da Jesús a la mujer 
Jesús dignifica a la mujer 
6 - SEXUALIDAD Y EVANGELIO 
En el Evangelio la sexualidad no es tema obsesivo. 
La sexualidad de Jesús 
Jesús denuncia la hipocresía sexual 
Una sexualidad integrada 
El Espíritu y la carne 
El ídolo del sexo

* * * * *

 

B - NUEVO TESTAMENTO

La esperanza que se intuye en el Antiguo Testamento se va a 
poder convertir en gozosa realidad con la venida de Cristo. Jesús 
no vino a anular el proceso pedagógico iniciado en el Antiguo 
Testamento. Su misión es llevarlo a un pleno cumplimiento (Mt 
5,17). Por eso el mensaje de Jesús sobre la familia no constituye 
ninguna novedad absoluta, sino la conclusión de un proceso 
evolutivo que duró siglos
Lo dicho por Jesús se refiere directamente a la familia de su 
tiempo. Por eso es necesario conocer la realidad familiar de su 
época. Y, salvadas las distancias y circunstancias, podremos hacer 
con más precisión la aplicación de su enseñanza a la familia de 
nuestro mundo actual. Por ello intentaremos descubrir en el Nuevo 
Testamento las actitudes básicas que puedan interpelar la realidad 
familiar actual.

1 - LA FAMILIA JUDIA EN TIEMPO DE JESUS

FAM-JUDIA: Jesús nació y vivió en un pueblo y en una cultura 
donde la familia tenía una importancia de primer orden. Porque, 
como es bien sabido, para los judíos la familia ha sido siempre el 
centro de su vida. Pero en tiempo de Jesús, la familia tenía una 
importancia todavía mayor. Para los rabinos, que eran los teólogos 
de entonces, el padre y la madre eran considerados como 
"compañeros de Dios en la procreación"
Y por eso, los judíos de aquel tiempo pensaban que tener hijos 
era una obligación, hasta el punto de que quien faltaba a esa 
obligación era considerado como un homicida. Por eso nadie debía 
quedarse soltero. El hombre no casado no es un hombre, decían 
los rabinos de aquel tiempo. Esto quiere decir lógicamente que 
todos estaban obligado a formar su propia familia. Un hombre sin 
familia era un hombre sin alegría, sin bendición y sin felicidad, 
según se afirma en los documentos de entonces.
La vida familiar estaba organizada según el modelo "patriarcal", 
es decir, en ella el centro y el eje de todo lo que se hacía era el 
"padre de familia". Por ello a la familia se le llamaba habitualmente 
"la casa del padre".
En aquellas familias gobernaba el padre como señor absoluto, 
con derecho a disponer de todo a su antojo, decidir por su mujer e 
hijos, dar toda clase de órdenes y, por supuesto, castigar. 
El padre podía repudiar a su mujer y echarla de la casa, por una 
serie de razones que hoy nos resultan asombrosas. La esposa 
estaba siempre a merced del marido y dependía en todo de él. 
Respecto al dominio del padre sobre los hijos, se sabe que tenía 
el derecho de decidir cómo, cuándo y con quién se tenían que 
casar sus hijos varones y, sobre todo, las hijas. La familia era un 
coto cerrado, mucho más cerrado que lo que pueda ser la familia 
más tradicional de nuestro tiempo.
El grupo familiar constituía el centro de la vida religiosa de los 
israelitas. La fiesta de Pascua, la celebración religiosa más 
importante de los judíos, se celebraba en familia, en cada casa. Y 
algo parecido se puede decir de la circuncisión, que no era 
practicada por un sacerdote, sino por el cabeza de familia. Para 
aquellos judíos el padre de familia era considerado como sacerdote 
y maestro, que daba culto y enseñaba a los suyos la ley del Señor 
(Prov 1,8; 4, 1-3; 6,20; Eclo 7,23-30; 30,1-13).
En las ideas y en las leyes de aquel tiempo la unidad de la familia 
era tan importante que, por ejemplo, si el cabeza de familia cometía 
un delito, fácilmente podía ir a la cárcel, no solamente él, sino 
además su mujer y sus hijos (Mt 18,25). Como también era 
frecuente que las decisiones importantes del cabeza de familia 
fuesen decisiones de todos los de su casa. Se cuenta, por ejemplo, 
de uno que se convirtió a la fe y con él lo hizo toda su familia (Jn 4, 
53). Es más, la gente pensaba que hasta los pecados de los padres 
pasaban de alguna manera a los hijos (Jn 9, 2-3). Se tenía un 
profundo convencimiento de que cuanto le ocurriera al cabeza de 
familia tenía que afectar a todos los de su casa (Mt 10, 25). 
Además, las leyes de aquel tiempo protegían la continuidad de la 
familia hasta tal punto que, si una mujer quedaba viuda y sin hijos, 
los hermanos solteros de su difunto esposo se tenían que casar con 
ella, para que así quedara descendencia de la misma sangre (Mt 
22, 23-30; Mc 12, 25; Lc 20, 35-36). 
Esto no quiere decir que todos los padres de familia fueran 
dictadores. Por supuesto que los había buenos y muy buenos. En 
caso contrario, Jesús no hubiera usado tanto el ejemplo del padre 
de familia. Pero el ambiente general en este punto era bastante 
duro. 
Preguntas para el diálogo 
1. ¿Cómo se portan acá los padres de familia? ¿Son 
autoritarios? ¿Son ellos los únicos que deciden lo que hay que 
hacer? 
2. ¿Hay machismo en nuestra zona? ¿Cómo se manifiesta? 
3. ¿Cómo se comportan las mujeres frente a las exigencias de 
los varones?
4. ¿En qué se diferencia la educación que damos a los hijos y a 
las hijas? ¿Damos más derechos a ellos que a ellas? ¿Por qué?
5. ¿En qué otros puntos se parece la realidad de la familia en 
nuestro tiempo a la del tiempo de Jesús? 

2 - JESUS Y LA FAMILIA

J/FAMILIA FAM/J: Jesús nació en el seno de una familia de 
piadosos israelitas. De José, su padre adoptivo, se dice 
expresamente que era un hombre honrado (Mt 1,19) y de su madre 
se hacen las mejores alabanzas (Lc 1,28.42-45). Se trataba de una 
familia unida, que supo soportar la adversidad en silencio y con fe 
(Mt 1,19-20), que se mantuvo firme en la persecución (Mt 2,13-21), 
y que siempre se comportó como gente piadosa y observante (Lc 
2,21- 24.41). En una familia así, creció y se educó Jesús (Lc 
2,39-40. 50-52), siempre bajo la autoridad de sus padres (Lc 
2,51).
Criado y educado en este ambiente, nada tiene de particular que 
Jesús, durante su ministerio público, hablara con frecuencia de la 
familia. Emplea comparaciones familiares para explicar su doctrina 
sobre el reinado de Dios y la bondad asombrosa del Padre del cielo: 
Dios es como el padre que está siempre dispuesto a escuchar a sus 
hijos (Mt 7,9; Lc 11,11-13) o a recibir y perdonar al hijo que se va 
de la casa y malgasta la fortuna (Lc 15,20-32); porque Dios es el 
padre de todos (Mt 5,16.45.48; 6,1.4.6.8.9; etc), y todos los 
hombres somos hermanos (Mt 23,8-9).
Jesús habla también del padre que envía a sus hijos al trabajo 
(Mt 21,28-31) o a su hijo único a cobrar la renta de una propiedad 
(Mt 21,33-37); Mc 12,5-56; Lc 20,13-14). Del padre que descansa 
con sus hijos (Lc 11,7) o del cabeza de familia que saca de su arca 
lo nuevo y lo viejo (Mt 13,52). También habla de las fiestas de 
bodas (Mt 22,2-3; Lc 14,16-24; Mc 2,19; Lc 5,34; Mt 25,1), de 
mujeres que están embarazadas o criando (Mt 24,19; Mc 13,17; Lc 
21,23), de los dolores de parto y de la alegría de la maternidad (Jn 
16,21); del hermano que se preocupa por la suerte de sus 
hermanos (Lc 16,27) o de los hermanos que no se llevan bien entre 
sí (Lc 15,28). De los hijos que desatienden a sus padres (Mc 
7,10-13; Mt 15,3-6) o, por el contrario, de los buenos hijos que son 
conscientes de sus deberes familiares (Mc 10,19; Mt 19,19; Lc 
18,20). Casi todas las situaciones familiares y las relaciones 
humanas que ellas implican, son asumidas por Jesús para explicar a 
sus oyentes el significado de su mensaje.
Pero las enseñanzas de Jesús sobre la familia van mucho más 
lejos. Porque en los Evangelios hay toda una serie de afirmaciones 
en las que Jesús defiende las relaciones de familia o asume tales 
relaciones como modelo de comportamiento para sus discípulos. 
Así, Jesús defiende la estabilidad del matrimonio al afirmar que lo 
que Dios ha unido no lo separe el hombre (Mt 19,4- 6; Mc 10,6-9) o 
al decir que quien repudia a su mujer comete adulterio (Mt 5,31-32). 
Es más, Jesús afirma que quien mira a la mujer ajena excitando el 
propio deseo comete adulterio en su interior (Mt 5, 28), porque es 
del propio corazón de donde brotan las malas acciones, 
concretamente los adulterios (Mc 7,21-22). 
Jesús presenta también el modelo del padre que quiere tanto a 
sus hijos que pone a disposición de ellos todo lo que tiene (Lc 
15,31-32); y el modelo del hijo que hace siempre lo que ve hacer a 
su padre (Jn 5,19-20). Censura el comportamiento de los hijos que 
se desentienden de sus padres y no les prestan ayuda (Mt 15,3-6; 
Mc 7,10-13). Elogia a quien es consciente de sus obligaciones 
familiares (Mt 19,19; Mc 10,19; Lc 18,20); y envía a un recién 
curado a anunciar entre su familia las maravillas que el Señor ha 
realizado en él (Mc 5,19; Lc 8,38-39). 
Y todavía algo más: Jesús no se cansa de presentar las 
relaciones mutuas de los creyentes como relaciones de hermanos, 
que son capaces de superar todo enojo (Mt 5,22), que se perdonan 
siempre (Mt 18, 21; Lc 17,3) y se aceptan mutuamente (Mt 5,23- 
24), sin fijarse en defectos o fallos personales (Mt 7, 3-5; Lc 6, 
41-42). Ello es señal de que la relación fraterna es para Jesús una 
forma de relación ejemplar, hasta el punto de que él mismo se 
considera hermano de todos (Jn 20,17; ver 21,23).

Jesús sabe que el hecho de la familia es decisivo en la 
experiencia y en la vida de los hombres. Por eso, habla 
frecuentemente de las relaciones familiares como modelo para 
explicar lo que es Dios o el reinado de Dios en el mundo. Y así, las 
relaciones del esposo, padre, madre, hijo, novio, hermano, 
aparecen repetidas veces en boca de Jesús cuando habla del 
reinado de Dios, de lo que es Dios para los hombres, de lo que 
éstos tienen que ser ante Dios, o de lo que todos debemos ser, los 
unos para con los otros. Desde nuestras experiencias en la vida de 
familia podemos todos comprender, de alguna manera al menos, lo 
que deben ser nuestras experiencias ante Dios y ante los demás. 
La familia es fuente de vida y fuente de alegría por la vida que 
transmite. En ella está Dios. Es un espacio humano privilegiado 
donde nace, crece y se cultiva el amor. Y con el amor, la felicidad, la 
generosidad, la entrega de unas personas a otras, la 
responsabilidad ante las propias tareas y obligaciones, la piedad 
honda y sincera. Todo esto es, no sólo importante, sino incluso 
decisivo en la vida de los hombres. Y Jesús lo sabe, lo reconoce y 
con frecuencia habla de ello. 
Pero el hecho de que Jesús hablara de la familia en un sentido 
positivo, no quiere decir que él aceptase la realidad de la familia tal 
como entonces estaba organizada. De esto vamos a hablar en los 
temas siguientes.

Preguntas para el diálogo 
1. La relación que hemos tenido con nuestros padres ¿nos ha 
ayudado para comprender mejor a Dios?
2. ¿Creemos que la relación con nuestros hijos les lleva a ellos a 
comprender a Dios y a relacionarse con él?
3. ¿Qué sentimos cuando consideramos a Dios como Padre?
4. ¿En qué consiste para nosotros el ideal bíblico de la 
fraternidad universal?
5. ¿Qué relación encontramos nosotros entre familia y Dios?

3 - CRITICAS DE JESUS A LA FAMILIA
Hemos visto cómo Jesús habló de la familia de forma positiva. Y, 
sin embargo, por más que resulte sorprendente, en los Evangelios 
aparecen una serie de hechos y palabras de Jesús en los que ya no 
resulta evidente que la familia sea siempre una realidad positiva. 
Algunas de las palabras de Jesús y algunos de sus 
comportamientos resultan extraños, y aun incomprensibles. Por eso 
merece la pena detenerse en este punto, para luego sacar las 
consecuencias. Quizás algo importante quiera decirnos la Palabra 
de Dios.

El seguimiento de Jesús provoca conflictos familiares
En los Evangelios hay una serie de afirmaciones de Jesús en las 
que se dicen cosas sobre la familia que nos parecen casi increíbles. 
Pero están ahí, palpitantes, para todo el que se acerque a ellas con 
sinceridad... No podemos suprimirlas...
Jesús afirma que ha venido al mundo para traer división y 
enfrentamientos, y eso precisamente entre los miembros más 
allegados de la familia: "Porque de ahora en adelante una familia de 
cinco estará dividida; se dividirán tres contra dos y dos contra tres; 
padre contra hijo e hijo contra padre, madre contra hija e hija contra 
madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra" (Lc 
12,51-53). Es más, Jesús llega a decir que "un hermano entregará a 
su hermano a la muerte, y un padre a su hijo; los hijos denunciarán 
a sus padres y los harán morir" (Mt 10,21). Quiere decir que el 
seguimiento de Jesús provoca enfrentamientos entre los miembros 
más íntimos de la familia. Y es justamente en ese contexto donde 
Jesús añade la terrible sentencia: "Todos les odiarán a ustedes por 
causa mía" (Mt 10,22). Jesús puede ser causa de odio entre los 
seres más allegados de una familia.
Cuando Jesús habla de la relación que los creyentes deben 
tener con él, la contrapone precisamente a las relaciones de la 
familia: "El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es 
digno de mí" (Mt 10,37-38). Y sabemos que, en este punto, Jesús 
llevó las cosas hasta el extremo de que a un discípulo que le pidió ir 
a enterrar a su padre, le contestó de modo sorprendente: "Sígueme 
y deja que los muertos entierren a los muertos" (Mt 8,21-22). Y al 
otro, que estaba dispuesto a seguirle y que, obviamente, quería 
despedirse de su familia, le dijo sin más: "El que echa mano al 
arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios" (Lc 9, 
61-62). Jesús no tolera que nada ni nadie se interponga en el 
camino de la fe.
Estas afirmaciones del Evangelio parecen indicar que, el menos 
en alguna medida, las exigencias de Jesús pueden entrar en 
conflicto con la familia y, en general, con las relaciones de 
parentesco. Por eso, sin duda, los Evangelios destacan que los 
primeros discípulos, en cuanto escuchan la palabra de Jesús, lo 
primero que hacen es abandonar al propio padre (Mt 4,20.22; Mc 
1,20; Lc 5,11). Dejar al propio padre era, en aquel tiempo, lo mismo 
que dejar a toda la familia. Y eso es justamente lo que, más tarde, 
reconoció el mismo Jesús: "Les aseguro, no hay ninguno que haya 
dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o 
tierras por mí y por la Buena Noticia, que no reciba en este tiempo 
cien veces más... " (Mc 10,29-30).
Esta relación conflictiva entre el mensaje de Jesús, por una 
parte, y la familia, por otra, se observa igualmente en otros pasajes. 
Por ejemplo, cuando Jesús aconseja a sus discípulos que no inviten 
para una comida a hermanos, ni parientes, sino a los pobres, 
lisiados, cojos y ciegos (Lc 14,12-14). Recordemos que, según la 
mentalidad de entonces, compartir la mesa era como un gesto que 
expresaba la solidaridad con los comensales. Lo cual quiere decir 
que el consejo de Jesús va más lejos de lo que parece a primera 
vista. Porque viene a indicar que el discípulo de Jesús debe orientar 
su solidaridad, antes que hacia los miembros del círculo familiar, 
hacia los despreciados de la tierra. 
En este mismo sentido resulta elocuente aquella parábola del 
banquete en la que los invitados se excusan de asistir, pues uno ha 
comprado un campo, otro unas yuntas de bueyes, y otro se acaba 
de casar, y naturalmente, no pueden ir (Lc 14, 18-20; Mt 22, 2- 3). 
El amo entonces manda a su encargado a traer al banquete "a los 
pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos" (Lc 14,21). No 
parece sin importancia el hecho de que el compromiso familiar es, 
en realidad, la dificultad que impide a uno de los invitados entrar en 
el banquete del Reino, al que tienen acceso los despreciados y los 
vagabundos de los caminos (Mt 22,9). También aquí se advierte por 
dónde van las preferencias de Jesús.

Los parientes de Jesús
El Evangelio de Marcos nos informa que los parientes de Jesús, 
cuando se enteraron de la vida que éste llevaba, entregado a la 
gente hasta el punto de no tener ni tiempo para comer, "fueron a 
echarle mano, porque decían que no estaba en sus cabales" (Mc 
3,21). 
En otra ocasión, precisamente en Nazaret, la gente se 
escandaliza del comportamiento de Jesús, haciendo mención 
expresa de sus parientes más allegados, a lo que él responde con 
unas palabras que resultan elocuentes por sí mismas: "Sólo en su 
tierra, entre sus parientes y en su casa, desprecian a un profeta" 
(Mc 6,1-6). Jesús se siente incomprendido y despreciado por sus 
propios familiares. 
Cuando un día le dijeron que su madre y sus hermanas le venían 
buscando, Jesús se limitó a contestar: "¿Quiénes son mi madre y 
mis hermanos? El que cumple la voluntad de Dios ése es hermano 
mío y hermana y madre" (Mc 3, 31-35). Estas palabras son fuertes. 
En definitiva, lo que Jesús viene a afirmar es que él no reconoce 
más familia que la comunidad de sus seguidores. Y ello no comporta 
ningún desprecio para con su madre en concreto, pues ella fue 
precisamente su primera seguidora.
Para Jesús lo que interesa, ante todo y sobre todo, es la 
respuesta de cada hombre al mensaje de la Buena Noticia. Por eso 
se comprende lo que cuenta el Evangelio de Lucas: Un día, una 
mujer, al oír las maravillas que salían de la boca de Jesús, gritó 
entusiasmada: "¡Dichoso el vientre que te crió y los pechos que te 
criaron!". A lo que el mismo Jesús respondió, corrigiendo a la 
entusiasta: "Mejor, ¡dichosos los que escuchan el mensaje de Dios y 
lo cumplen!" (Lc 11,27-28). Jesús no acepta sin más el elogio que 
se hace de la relación de parentesco, aun cuando se trate, como en 
este caso, de la relación con su propia madre. Lo cual, como hemos 
dicho, no quiere decir nada en contra de ella, pues María era la 
primera en escuchar el mensaje de Dios y cumplirlo.
No se debe pensar que el conflicto entre Jesús y su familia fue 
sencillamente una cuestión de enojos o mal entendimiento entre 
parientes. El problema fue serio. Y eso se ve claramente por un 
dato muy significativo que nos suministra el Evangelio de Juan: 
"Recorría Jesús Galilea, evitando andar por Judea porque los judíos 
trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Chozas y sus 
parientes le dijeron: Márchate de aquí y vete a Judea, que también 
los discípulos de allí presencien esas obras que haces, porque 
nadie hace las cosas a escondidas si es que busca publicidad; si 
haces esas cosas, date a conocer al mundo" (Jn 7,1-4). O sea, lo 
que quieren los parientes de Jesús es la publicidad, el triunfo ante 
las masas, en la provincia rica de Judea y en la capital, Jerusalén. Y 
el Evangelio añade el siguiente comentario: "De hecho, ni siquiera 
sus parientes creían en él" (Jn 7,5). Ahí está el secreto del 
problema. Las personas allegadas de su propia familia sentían el 
orgullo de tener un familiar famoso, triunfador en la vida, para poder 
así aprovecharse de ello. No les cabía otra cosa en la cabeza. 
Jesús da la clave del problema, cuando responde a sus 
familiares: "El mundo no tiene motivo para aborrecerles a ustedes; a 
mí sí me aborrece, porque yo declaro que sus acciones son malas" 
(Jn 7,7). Jesús no ha buscado la publicidad y el éxito, sino que se 
ha jugado la vida, hasta el punto de ser considerado como un 
delincuente por haber denunciado públicamente el sistema opresor 
que tenían montado los dirigentes judíos. Pero muchos de sus 
parientes no estaban dispuestos a enemistarse en absoluto con el 
sistema, ya que sus ideas iban exactamente en dirección opuesta a 
las de Jesús.

Por qué resulta conflictivo el mensaje de Jesús 
Es ésta una pregunta que aflora constantemente a la mente de 
quien lee el Evangelio con sinceridad. La verdad es que no nos 
tienen acostumbrados a pensar y hablar de la familia como lo hacía 
Jesús. 
Las palabras de Jesús son a veces tan radicales que uno piensa 
encontrarse ante un dilema: o seguir a Jesús y dejar a la familia o 
quedarse con la familia y no seguirle. Jesús no plantea esa 
alternativa tomada en un sentido general, válido para todos. Pero, 
en la práctica, a veces la familia funciona con tales pretensiones 
que al discípulo de Jesús no le queda más remedio que optar entre 
ella o el Evangelio. La fuerza del seguimiento de Jesús a veces se 
hace impermeable en el mundo de nuestra familia. 
Las causas por las que resulta conflictivo en la familia el mensaje 
de Jesús podrían ser las siguientes:
- Jesús conocía muy bien hasta qué punto la vida del pueblo 
judío estaba centrada en la familia. Pero aquella familia era 
opresora al declarar al padre dueño absoluto de ella y al otorgarle 
plenos poderes sobre la mujer y los hijos. La dignidad de la 
persona, en esa situación, quedaba mal parada. Jesús no impugna 
la existencia de la familia en sí. Pero la familia judía, en su 
funcionamiento concreto de entonces, no era el ideal.
Las relaciones familiares, en aquella sociedad, no se basaban en 
el reconocimiento de la dignidad de cada persona. Por el contrario, 
se trataba de relaciones de sometimiento y de dominio; 
generalmente el padre dominaba a los demás miembros de la casa 
y, en consecuencia, la mujer y los hijos no tenían otra alternativa 
que el sometimiento incondicional. Así las cosas, los creyentes no 
eran personas verdaderamente libres para el tipo de opciones que 
impone el seguimiento de Jesús. De ahí las distancias que Jesús 
toma con respecto al hecho de la familia y los enfrentamientos que 
anuncia en ese sentido.
- Jesús viene a proclamar y a vivir una realidad nueva: el 
Reinado de Dios. Y todos los hombres pueden llegar a él, a 
condición de que admitan que Dios es Padre y todos entre sí 
hermanos. Y entre hermanos no puede haber desigualdad básica, 
enemistad o explotación. Por eso, esta novedad de Jesús choca 
contra ideas y prácticas contrarias de la sociedad de entonces y de 
ahora también.
La familia es necesaria para formar al ser humano e integrarlo en 
la sociedad. Pero con frecuencia su funcionamiento contribuye a 
perpetuar el autoritarismo, a negar la dignidad de la mujer y de los 
niños, a fomentar la insolidaridad y la explotación. Todo ello niega y 
entorpece la creación del Reino, con sus nuevas relaciones entre 
los hombres.
Según Jesús, la familia, por muy entrañable que sea, no debe ir 
contra otra forma de hacer familia más radical y universal: la de ser 
todos hijos del único Padre. Eso es lo primero y lo absoluto. Y 
cualquier modelo de familia que se oponga al logro de esta 
fraternidad universal merece -en la medida en que lo obstaculice- la 
crítica y el rechazo de Jesús.
En nuestro tiempo, las cosas han cambiado profundamente. 
Nuestra familia no es como la de entonces. Hasta el punto de que 
hay quienes dicen que urge recuperar los modelos autoritarios de 
tiempos pasados. En esta nueva situación, ¿qué es lo que nos 
puede decir a nosotros la postura de Jesús con relación a la 
familia? Su ideal de fraternidad sigue siendo el mismo. ¿Cómo 
adaptar sus exigencias a la realidad de hoy? Ese es nuestro reto.

Preguntas para el diálogo 
1. ¿Nos resulta sospechoso lo que se dice en este tema? Y si 
efectivamente es así, ¿de qué sospechamos? ¿Por qué?
2. ¿Por qué se insiste hoy tanto en la defensa y protección de la 
familia? ¿Qué papel juega la institución familiar desde el punto de 
vista de la organización de la sociedad que tenemos?
3. ¿Nos impide en algo la familia vivir el ideal cristiano? Decir 
cosas concretas.
4. ¿Es posible superar las dependencias familiares que nos 
impiden en este momento vivir el ideal de la comunidad cristiana?
5. ¿En qué nos ayuda o puede ayudarnos la familia para que 
seamos mejores cristianos?

4 - EL MANDAMIENTO DEL AMOR 

Jesús nos dejó el mandamiento del amor (Jn 13,34): Amarnos 
como él nos amó; hasta el amor a los enemigos (Mt 5,44); hasta la 
entrega de la vida (Flp 2,6-11). 
El Mandamiento del amor lo dirige a todos sus seguidores. Es el 
centro y el resumen de su mensaje. Y ha de ser también la médula 
de todo matrimonio que verdaderamente quiera seguir a Jesús. 
Para ello es justamente el sacramento del matrimonio, para poder 
seguirlo con la heroicidad que él pide.

Amor y sacramento
MA/A-SACRAMENTO: Quien desee encuadrar el matrimonio en 
un marco bíblico, debe situarlo en el plano del amor. Dios hizo al 
hombre (varón + mujer) a su imagen. Por eso el matrimonio, y la 
familia toda, al margen de cualquier formulismo o rito, ha de 
fundamentarse, ante todo, en el amor.
Cuando ese amor es bendecido por Cristo en el sacramento del 
matrimonio, entonces adquiere la dimensión de matrimonio cristiano, 
y simboliza el amor entre Cristo y su Iglesia (Ef 5,21-27).
Cuando se celebra el sacramento, el amor queda robustecido 
con la fuerza de la bendición de Cristo, de una manera explícita y 
consciente. 
Si no hay amor, ni en grado mínimo, al recibir el rito sacramental, 
no hay tampoco sacramento. Y cuando hay amor, pero no se recibe 
el sacramento, de hecho hay matrimonio natural, en el sentido 
creacional del hombre; pero no se puede decir que sea matrimonio 
cristiano; le falta la fuerza purificadora y consolidadora del 
sacramento. Lo que constituye propiamente lo fundamental del 
matrimonio cristiano no es el rito en sí, sino el amor entre los 
esposos, expresado en el sí y bendecido por Cristo. Ese amor es 
precisamente el objeto de su bendición para que siga siempre 
creciendo.
El matrimonio cristiano es, pues, el encuentro de un varón y una 
mujer en profunda fusión amorosa, dignificada con la gracia de 
Cristo en el sacramento.
En la Iglesia hay diversidad de carismas (1 Cor 12, 4-11), y el 
más frecuente de ellos es el del matrimonio. Para quienes reciben 
de Dios esta vocación, el matrimonio es la mejor forma de realizarse 
en conformidad con los planes divinos. Varón y mujer, unidos en el 
amor, se sitúan más allá del egoísmo. Más aún, el matrimonio, 
dignificado con el rito sacramental, pasa a significar la unión de 
Cristo con su Iglesia.
Cristo e Iglesia unidos, o mejor, unificados, van quebrantando el 
imperio del pecado. El matrimonio cristiano coopera con esa lucha 
que sostiene Cristo contra el pecado. Es la lucha del amor contra el 
egoísmo. Y en esta lucha la misma sexualidad humana tiene una 
parte importante. El matrimonio supone, en realidad, como una 
ruptura con la situación de pecado (muerte) y una unión con el 
mundo de la gracia (vida).

Ser amigos en el Amigo
Jesús es el amigo fiel. El que nos mostró lo que es la verdadera 
amistad. Tanto es así, que nos reveló que Dios es Amistad. Y dio la 
vida por ello.
Cuando oímos hablar de que Dios es amor, pensamos 
inmediatamente en el amor que él nos tiene, pero la afirmación de 
Jesús es mucho más profunda, pues se refiere ante todo al amor 
que existe dentro de esa formidable comunidad de amor que es la 
Trinidad divina.
Jesús vino al mundo para comunicarnos que eso que nosotros 
llamamos amistad, que tanto nos fascina y que nunca logramos 
realizar plenamente, no es una utopía inalcanzable, sino un pálido 
reflejo de la Amistad que existe entre las personas divinas. La 
Trinidad divina es el destino final de nuestra amistad, cuando al final 
de los tiempos seamos admitidos en su intimidad para hacer 
realidad lo que aquí tantas veces nos parece imposible.
En la Santísima Trinidad el yo y el tú se dan plenamente el uno al 
otro, pues lo que se dan es su mismo ser. En Dios las personas son 
un puro darse.
Después de Jesús, creer en Dios es creer que en nosotros hay 
una tendencia radical a la amistad, porque hemos sido creados por 
un Dios que es Amistad y estamos en marcha alegre y difícil hacia la 
Amistad. El esfuerzo que hacemos aquí por amarnos los unos a los 
otros llegará a su plenitud cuando seamos incorporados a la 
Amistad trinitaria. Sólo entonces sabremos de verdad lo que es 
darnos totalmente los unos a los otros, para siempre y sin 
reservarnos nada.
La amistad tiene su consistencia en sí misma. A las demás 
formas de relación humana estamos obligados o por Dios o por los 
hombres. En el caso de la amistad, la relación se mantiene por el 
sólo impulso de la decisión libre que brota de la misma persona. El 
amor de amistad es, por lo tanto, el amor que brota de la libertad, 
que crece por la libre atracción de los amigos y se mantiene hasta 
el fin por la fuerza de la fidelidad libremente aceptada y otorgada 
entre quienes se sienten vinculados por esa forma de relación.
Por todo esto, se comprende perfectamente que Jesús dijera 
aquella noche: "No hay amor más grande que dar la vida por los 
amigos". Porque en eso consiste la cumbre del amor. El amor más 
grande, el que no tiene límites ni fronteras, es el que llega hasta la 
entrega de la vida, como lo hizo él mismo.
La experiencia nos enseña que las relaciones de familia no 
suelen ser relaciones de verdadera amistad. Porque con frecuencia 
no son relaciones que brotan de la libertad y en la libertad crecen y 
maduran. Hay novios que se quieren porque a ello les empuja la 
necesidad del instinto o quizás el miedo de quedarse solos en la 
vida. Y luego, cuando, ya casados, el fuego de la pasión se reduce 
a cenizas, siguen juntos porque no les queda más remedio, porque 
las leyes de Dios y de los hombres les obligan a ello. Hay 
matrimonios que nunca llegaron a ser verdaderos amigos entre sí, 
porque jamás se llegaron a relacionar desde la absoluta libertad. 
Hay padres que nunca llegan a ser amigos de sus hijos. Y lo mismo 
les pasa a demasiados hijos con sus padres. O también a los 
hermanos entre sí. Por eso, las leyes tienen que sancionar los 
derechos y las obligaciones de unos y de otros en el seno de cada 
familia.
Pero la amistad no se basa sólo en la libertad, sino además en la 
igualdad y en la confianza. Las palabras de Jesús son muy claras 
en ese sentido: "Ya no les llamo más siervos, porque un siervo no 
está al corriente de lo que hace su amo; les llamo amigos porque 
les he comunicado todo lo que he oído a mi Padre" (Jn 15,15). 
Entre los amigos hay igualdad ("ya no les llamo siervos" ) y hay 
transparencia ("porque les he comunicado todo" ). En la relación de 
amistad no hay diferencias, ni oscuridades. Porque en ella no se 
tolera la dominación o el sometimiento, como tampoco se toleran las 
actitudes hipócritas.
Desgraciadamente son demasiadas las familias en las que la 
igualdad y la confianza brillan por su ausencia. Empezando por la 
desigualdad entre el varón y la mujer, y acabando por los sutiles 
mecanismos de dominación que suelen emplear muchos padres con 
sus hijos. Con frecuencia se dan tensiones y conflictos que terminan 
por arruinar la convivencia y el amor en la familia. El resultado de 
todo esto es que la familia llega a ser, en muchos casos, un espacio 
humano en el que las relaciones de unos con otros se convierten en 
un verdadero problema. Cada uno se relaciona con los demás 
desde el papel que desempeña en el grupo familiar: el hombre 
desde su papel de cabeza y jefe; la mujer desde su papel de 
esposa y madre; los hijos desde su sitio de seres inferiores cuya 
misión es sólo aprender y obedecer. En el mejor de los casos, todos 
cumplen con su papel dignamente y hasta de manera elegante. Y 
en el peor de los casos, la familia se convierte en un verdadero 
infierno.
Jesús no plantea el problema de la fidelidad matrimonial como un 
problema legal, sino como un problema de amor. Porque su 
mensaje no se basa en leyes, sino en la "Buena Noticia" que 
contiene. 
El amor cristiano consiste en querer y buscar para los demás lo 
que cada uno quiere y busca para sí mismo (Mt 7,12; 22,40). Y si es 
verdad que cada uno quiere para sí mismo la satisfacción del deseo 
y de la necesidad, no es menos cierto que también quiere el respeto 
y la fidelidad en la campo íntimo de su vida matrimonial.
Este criterio es válido, no sólo cuando a uno le entran ganas de 
irse con otro hombre o mujer, sino también cuando a uno se le 
quitan las ganas de seguir con su propio cónyuge. Porque el fondo 
del problema está en comprender que el centro del amor no está en 
la llamada del instinto, sino en el amor a toda prueba y en la 
fidelidad incondicional.
Pero la experiencia nos dice también que el amor entre un 
hombre y una mujer no es necesariamente inmutable. En algunos 
casos tiene un tiempo más o menos limitado, de tal manera que 
antes o después termina por morir. El deseo de los enamorados es 
que su amor dure para siempre. Por eso se juran fidelidad y se 
convencen que su amor es eterno. Pero una cosa es el deseo que 
ellos proyectan sobre la realidad y otra cosa es la realidad en sí 
misma.
Lo importante es comprender que la cuestión más seria que se 
plantea a los casados no está en ver cómo ser fieles a un amor que 
se piensa como eterno, sino en llegar a entenderse y poder convivir 
aun cuando se acabe ese amor que puede ser temporal y llegar a 
desaparecer. ¿Qué hacer entonces?
Hemos visto que la forma suprema del amor es la amistad. Eso 
quiere decir que en el fondo del problema de la fidelidad y la 
estabilidad matrimonial hay un problema de amistad. Un matrimonio 
está asegurado, como pareja estable, cuando entre ambos esposos 
llega a fraguarse una verdadera amistad. Pero la amistad tiene un 
precio: la amistad se basa en la libertad; no en las leyes, ni en 
cualquier otra forma de coacción o de seguridad externa. Además, 
la amistad exige confianza mutua y transparencia en la 
comunicación.
Sólo entonces, cuando los esposos son capaces de llegar a 
convivir como los mejores amigos de la vida, aunque resulte una 
realidad que difiere bastante del sueño soñado en los ardores del 
amor primero, sólo entonces está asegurada la estabilidad 
matrimonial y familiar.

Preguntas para el diálogo 
1. ¿Se puede decir que como esposos somos buenos amigos? 
¿Hasta qué grado somos amigos? ¿Hasta dónde llega nuestra 
confianza mutua y nuestra sinceridad en la comunicación?
2. Reflexionemos lo mismo sobre la amistad entre padres e 
hijos.
3. ¿Tenemos a nuestros mejores amigos dentro de nuestra 
propia familia? ¿Por qué?
4. ¿Nos ayuda nuestra familia para vivir mejor en una comunidad 
de fe?
6. ¿Nos ayuda la comunidad para vivir mejor nuestras relaciones 
de familia?

Contraer matrimonio en el Señor 
Tenemos que ser bien conscientes de que el matrimonio cristiano 
es una gracia, y una gracia difícil. Cuando Jesús dijo: "No todos 
entienden esto; sólo los que han recibido el don" (Mt 19,11), no se 
refería solamente al celibato, sino al matrimonio cristiano también. 
Ello es una gracia de Dios, que no puede conseguirse sólo a base 
de esfuerzo humano. Estas palabras de Jesús indican que la 
fidelidad de por vida más que una prescripción legal es una 
promesa de gracia y ayuda. Dios es el que puso al principio aquel 
amor de enamorados y él se compromete a mantenerlo hasta el fin. 

Si es difícil tomar la decisión de casarse, mucho más lo es 
mantenerla durante toda la vida. Amar es, fundamentalmente, 
aceptar en plenitud el modo de ser del otro; y esto no es nada fácil, 
y menos durante toda la vida. Y peor aún teniendo en cuenta las 
diferencias psicológicas de los dos sexos. Pero resulta que en el 
matrimonio no son sólo dos las personas comprometidas. Está de 
por medio el Dios fiel que los amó primero y los hizo amarse entre 
sí. 
Esta ayuda de Dios no se limita al acto inicial por el que se 
suscitó el enamoramiento. Es una gracia con la que se cuenta 
siempre. Sólo que Dios no la impone a la fuerza. Es un don que hay 
que buscarlo y recibirlo.
Cuando Jesús dice que "no separe el hombre lo que Dios ha 
unido" está indicando que es Dios quien puso desde el principio en 
el corazón de cada uno de los cónyuges el amor y la voluntad de 
mantener fielmente esa entrega. Dios, que comenzó esa obra 
buena, está dispuesto a llevarla adelante. Pero necesita nuestra 
respuesta libre y responsable. Hay que dejarle obrar en nosotros. 
Por eso es imprescindible la oración matrimonial: para ponerse en 
manos de Dios y dejarle obrar a él, que siempre es fiel.
"Casarse por la Iglesia" no significa meramente hacer una 
ceremonia en la Iglesia. Significa "contraer matrimonio en el Señor". 
Es decir, que el matrimonio queda asumido en el ser de Cristo; son 
sus mismos sentimientos de amor, de fidelidad y de servicio los que 
deberán llenar a esos esposos. 
El matrimonio cristiano debe ser signo de la presencia de Dios. 
Los cristianos que se casan se comprometen a ser signo viviente de 
lo que es la realidad de Dios. Un amor que continuamente sepa 
darse y perdonar. Un amor que se compromete, fiándose del otro. 
El Evangelio pide a los cristianos casados que conviertan su vida 
en un signo del amor de Dios, que sabe perdonar, ayudar, exigir, 
entregarse sin retorno, y todo ello sin perder la propia personalidad. 
La condición imprescindible es vivir confiados en el que los embarcó 
en este compromiso: Dios. El es el garante máximo de la aventura.
Nada de ello se conseguirá sin esfuerzo, arrepentimientos y 
vueltas a comenzar. Nadie llega al amor si no carga con su cruz. 
Sólo después de haber superado muchas tentaciones de 
abandonar, será posible llegar a la cumbre. En medio de las 
dificultades hay que seguir creyendo que Dios sigue asistiendo a su 
obra.
Puesto que el matrimonio es una gracia, una realidad hecha de 
fe y de esperanza en la que Dios garantiza lo que él unió, se 
necesita a todo trance unirse con ese Dios a través de la oración. 
Hacer sitio a Dios dentro del matrimonio es tomar conciencia de que 
él es el tercero en concordia, el garante de esa unión, que hay que 
desear y pedir. Aquí resulta verdadera de un modo especial la 
promesa de Jesús: donde están dos o tres reunidos en su nombre, 
él está en medio de ellos (Mt 18,20). 

El caso del divorcio
Como en muchos otros casos, Jesús supera al Antiguo 
Testamento en cuanto a la relación entre varón y mujer. En el 
problema que le plantean sobre si está permitido el divorcio tal 
como lo establecía la Ley (Dt 24,1), Jesús se sitúa más allá de 
cualquier plano jurídico. Se coloca en el plan inicial de Dios. 
No se pretende aquí estudiar los problemas y cuestiones que 
actualmente se plantean acerca del divorcio. Se trata de conocer lo 
que Jesús nos enseña con relación al divorcio. Con frecuencia se 
piensa que Jesús enseñó que en ningún caso se puede admitir el 
divorcio. ¿Qué dijo realmente él? Analicemos sus propias palabras:
"Se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron para 
ponerlo a prueba: ¿Le está permitido a uno repudiar a su mujer por 
cualquier motivo? Jesús les contestó: ¿No han leído aquello? Ya al 
principio el Creador los hizo varón y mujer, y dijo: 'Por eso dejará el 
hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los 
dos un solo ser' (Gn 1,27; 2,24). De modo que ya no son dos, sino 
un solo ser; por consiguiente, lo que Dios ha unido que no lo separe 
el hombre.
Ellos insistieron: Y entonces, ¿por qué prescribió Moisés darle 
acta de divorcio cuando se la repudia? (Dt 24,1).
El les contestó: Por lo incorregibles que son, por eso les 
consintió Moisés repudiar a sus mujeres; pero al principio no era 
así. Ahora les digo que si uno repudia a su mujer -no hablo de 
unión ilegal- y se casa con otra, comete adulterio" (/Mt/19/03-09).
Para poder comprender este Evangelio, lo primero que hay que 
hacer es tener en cuenta lo que ocurría en el tiempo de Jesús y en 
la sociedad judía con todo esto del divorcio. Porque las leyes y las 
costumbres de entonces eran muy distintas de las nuestras. Y 
naturalmente la pregunta que hicieron los fariseos se refería a lo de 
entonces. Y Jesús responde a lo que le habían preguntado; no a 
otros problemas que ahora se nos plantean a nosotros.
La diferencia básica entre aquel tiempo y el nuestro reside en 
que entonces sólo el marido tenía derecho a pedir y exigir el 
divorcio. La mujer tenía ese derecho únicamente en casos muy 
contados, concretamente cuando el marido ejercía el oficio de 
matarife, basurero o curtidor, a causa de las impurezas legales que 
ello suponía. Pero, fuera de esos casos concretos, solamente el 
hombre tenía derecho a divorciarse.
Además, las razones que un hombre podía aducir para 
divorciarse eran tan amplias que, en la práctica, cualquier cosa que 
le desagradase en su mujer era motivo para dejarla con todas las 
de la ley. Por ejemplo, si un día se quemaba la comida, eso ya era 
razón válida para que el marido se considerase con derecho a 
divorciarse. Es más, el solo hecho de ver a una mujer más linda que 
la propia era considerado por algunos como causa suficiente para 
abandonar a la propia esposa.
Esta manera de proceder tenía su justificación en la ley de 
Moisés: "Si uno se casa con una mujer y luego no le gusta, porque 
descubre en ella algo vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se 
la entrega y la echa de la casa, y ella sale de la casa y se casa con 
otro" (Dt 24,1-2).
Según esta norma, solamente el marido tenía derecho a pedir y 
exigir el divorcio. Además, esta norma era bastante imprecisa y el 
problema estaba en determinar los motivos por los que un marido 
podía considerar que su mujer tenía algo "vergonzoso". Sobre este 
punto, en tiempo de Jesús, había grandes controversias entre los 
fariseos. Los de la escuela de Hillel eran muy amplios, hasta el 
punto de afirmar que, en la práctica, por cualquier motivo que 
desagradase al marido, éste se podía divorciar. En el siglo primero 
de nuestra era, prevaleció la doctrina de Hillel, o sea, se impuso la 
interpretación más amplia.
Estando así las cosas, se comprende el sentido concreto que 
tenía la pregunta que los fariseos le hicieron a Jesús: "¿Le está 
permitido a uno repudiar a su mujer por cualquier motivo?" (Mt 
19,3). Como se ve, esta pregunta no se refiere a nuestra 
problemática actual sobre el divorcio, sino a la problemática de 
aquel tiempo. El asunto que plantearon los fariseos a Jesús se 
refería concretamente a tres aspectos:
- Sólo el hombre podía divorciarse y no la mujer.
- El hombre podía divorciarse "por cualquier motivo".
- El hombre por su cuenta podía resolver el problema, sin 
necesidad de una sentencia de un tribunal o alguien ajeno al 
asunto.
A la pregunta, planteada en estos términos, Jesús responde 
utilizando un argumento tomado del libro del Génesis, en el que se 
expresa el sentido original de la unión entre hombre y mujer: los dos 
se hacen un solo ser (Mt 19,4; Gn 1,27; 2,24). Jesús quiere decir 
que los dos son una misma cosa y, por consiguiente, entre ellos no 
debe haber diferencias. Y lo que Dios ha unido tan íntimamente no 
debe ser separado por el hombre (Mt 19,5).
Pero los fariseos no se quedaron tranquilos con esa solución, 
como es lógico, ya que no querían perder el derecho exclusivo del 
marido. Ellos no querían aceptar la doctrina de la igualdad entre 
marido y mujer. Por eso insisten en su pregunta, que se refiere de 
nuevo al derecho exclusivo del varón (Mt 19,7 y paralelos). Y 
entonces es cuando Jesús les dice: "Por lo incorregibles que son, 
por eso les consistió Moisés repudiar a sus mujeres... Ahora yo les 
digo que si uno repudia a su mujer -no hablo de unión ilegal- y se 
casa con otra, comete adulterio" (Mt 19,8-9 y paralelos).
Por consiguiente, la enseñanza de Jesús sobre el divorcio se 
refiere solamente a estas tres cosas: 
- No existe un derecho unilateral del hombre para divorciarse, 
porque el hombre y la mujer son una misma cosa, es decir, son 
perfectamente iguales en ese punto. 
- Tampoco existe un derecho arbitrario para divorciarse, o sea, 
no se puede admitir el divorcio "por cualquier motivo", como 
pretendían los discípulos de Hillel, el de la interpretación tan amplia. 

- Ni tampoco existe un derecho de los mismos cónyuges para 
anular el vínculo matrimonial por propia decisión, sin que medie la 
sentencia de un tribunal competente para eso.
Pero el Evangelio no habla del caso en que una autoridad 
externa a los esposos disuelve el matrimonio. Como tampoco habla 
este Evangelio de aquellos casos en los que se plantea el divorcio 
sobre la base de la perfecta igualdad de derechos y obligaciones 
del hombre y la mujer. Ni tampoco del caso en que existen razones 
verdaderamente graves por parte de los dos cónyuges para llegar 
al divorcio. Todo esto se refiere a nuestra problemática actual sobre 
el divorcio, no a la problemática del tiempo de Jesús.
En este sentido se han de entender también las palabras de 
Jesús en el Sermón del Monte: "Se mandó también: 'El que repudia 
a su mujer, que le dé acta de divorcio' (Dt 24,1). Pues yo les digo: 
todo el que repudia a su mujer, fuera del caso de unión ilegal, la 
empuja al adulterio, y el que se casa con la repudiada comete 
adulterio" (Mt 5,31-32). Como se ve, también aquí se trata del 
derecho unilateral del marido para repudiar a la mujer. Y eso es lo 
que rechaza Jesús.
Cuando hablamos en la actualidad del tema del divorcio existe el 
peligro de utilizar los textos evangélicos como si hablaran para un 
modelo de familia intemporal, que habría existido lo mismo en la 
cultura israelita del tiempo de Jesús que en la cultura de nuestro 
tiempo. Pero ya se ha dicho que la familia de entonces era muy 
distinta, entre otras cosas, en lo tocante a los derechos del hombre 
y de la mujer sobre la cuestión concreta del divorcio.
Sabemos además que el divorcio en ciertos casos ha sido 
admitido en la Iglesia ya desde el tiempo de los primeros apóstoles. 
Así, San Pablo afirma que si un cristiano está casado con una mujer 
no cristiana y resulta que ella no quiere seguir viviendo con él, 
entonces el cristiano puede divorciarse. Y lo mismo si se trata de 
una cristiana casada con un no cristiano que no quiere seguir 
viviendo con ella (1 Cor 7,12-16). 
Como conclusión, se puede afirmar que en los Evangelios no 
existe una prohibición absoluta y universal del divorcio. Lo que 
Jesús prohibe es que el hombre tenga unos derechos y unas 
atribuciones que, de hecho, no tiene la mujer. 

Preguntas para el diálogo 
1. Hagamos nuestro propio comentario de la cita del capítulo 19 
de San Mateo acerca del divorcio. 
2. ¿Somos partidarios o no de la ley civil sobre el divorcio? ¿Por 
qué? ¿Podemos sacar de la enseñanza de Jesús alguna idea para 
apoyar nuestro punto de vista sobre este asunto?
3. ¿Qué solución se le podría dar a tantos matrimonios que ya no 
tienen posibilidad de seguir conviviendo?
4. ¿Cuál debe ser la actitud básica cuando un casado o una 
casada comienzan a sentir deseos de divorciarse? ¿Qué le 
aconsejaríamos?
5. ¿Cómo debemos comportarnos para no llegar al caso de 
querer divorciarnos? 

5 - JESUS Y LA MUJER

MUJER/J J/MUJER: Para entender la actitud de Jesús ante la 
mujer es imprescindible conocer las costumbres de su época. Pues 
en caso contrario corremos el riesgo de no entender sus actitudes y 
aun de interpretarlas mal. 
En este punto, como en tantos otros, con Jesús llega a la cumbre 
ese largo proceso por el que, a partir de una realidad existente, 
Dios había ido revelando un ideal: la total dignificación de la mujer. 


La mujer en tiempo de Jesús 
En aquel tiempo la mujer no tenía participación alguna en la vida 
pública. Y esto se manifestaba en una serie de costumbres, que 
resultaban en extremo duras y humillantes. 
Por ejemplo, cuando la mujer de Jerusalén salía a la calle, tenía 
que llevar la cara tapada, cubierta con dos velos, de forma que no 
se pudiera distinguir su rostro. Esta costumbre se observaba con tal 
severidad que, si una mujer salía a la calle sin cubrirse la cara y la 
cabeza, el marido tenía el derecho, y hasta el deber, de echarla de 
su casa y divorciarse, sin pagarle nada. 
Se prohibía mirar a una mujer casada e incluso saludarla y más 
aun encontrarse con ella a solas en la calle. Una mujer que 
conversara con todo el mundo de la calle, o que se pusiera a coser 
en la puerta de su casa, podía ser repudiada por el marido y, 
además, sin recibir el pago acordado en el contrato matrimonial. 
Más aún, se prefería que la mujer, sobre todo si era joven, no 
saliese a la calle. Por eso, cuenta Filón, un autor de aquel tiempo, 
que la vida pública estaba hecha sólo para los hombres, mientras 
que las mujeres honradas tenían como límite la puerta de su casa. 
En el caso de las jóvenes el límite era el de sus aposentos o 
habitaciones, pues se quería que no salieran a donde estaba la 
gente.
Las mujeres tenían prohibido andar solas por los campos. 
Resultaba sencillamente impensable que un hombre se pusiera a 
hablar a solas con una mujer en el campo.
Pero más importante que todo lo anterior era el poder que, de 
hecho, ejercía el padre, y sólo el padre, sobre sus hijas. Si éstas 
eran menores de doce años, él tenía un poder absoluto sobre ellas, 
hasta el punto de que podía incluso venderlas como esclavas. 
Además, el padre tenía el derecho exclusivo de aceptar o rechazar 
una petición de matrimonio para una hija suya y, hasta la edad de 
doce años y medio, la chica no podía rechazar un matrimonio 
concertado por el padre. Cuando una mujer se casaba, pasaba del 
poder del padre al del marido. 
Estaba permitida la poligamia. Una mujer casada no se podía 
oponer a que bajo su mismo techo vivieran una o más concubinas 
de su marido. En cambio, si ella era sorprendida en adulterio, el 
marido tenía el derecho de matarla.
Además, el derecho a pedir y exigir el divorcio estaba solamente 
de parte del marido, como ya hemos visto. Y por si todo esto fuera 
poco, cuando la mujer se quedaba viuda y sin haber tenido hijos, 
todavía después de muerto el marido seguía dependiendo de él, 
porque la ley mandaba que la viuda sin hijos se casara con un 
hermano del difunto esposo para poder dejar así un hijo al finado 
(Dt 25,5-10; Mc 12,18-27).
También era costumbre en aquel tiempo que las mujeres no 
aprendieran a leer ni escribir: sólo se les enseñaba a cumplir con 
sus obligaciones domésticas, porque ése era el papel que se les 
asignaba en la sociedad y en la familia. Las escuelas eran 
exclusivamente para los chicos y no para las jóvenes. Ni siquiera se 
acostumbraba a enseñarles la Torá, o sea, la Ley del Señor. El 
rabino Eliezer solía decir: "Quien enseña la Torá a su hija le enseña 
el libertinaje, porque hará mal uso de lo que ha aprendido". Hasta 
ese punto llegaba el menosprecio que los hombres sentían por la 
mujer en aquel tiempo.

El trato que le da Jesús a la mujer
Con esta perspectiva histórica, el comportamiento de Jesús 
resalta de una manera maravillosa.
En primer lugar, los evangelios dicen con claridad que en el 
grupo de discípulos que acompañaban a Jesús había mujeres: "Lo 
acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de 
malos espíritus y enfermedades: María Magdalena, de la que había 
echado siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de 
Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con su bienes" 
(Lc 8,2-3).
Lucas nos dice que este grupo de personas iba con Jesús 
"caminando de pueblo en pueblo y de aldea en aldea" (Lc 8,1). 
Hasta en nuestros días resultaría chocante y aun sospechoso el 
que un profeta ambulante llevase consigo a hombres y mujeres, por 
caminos y pueblos. 
Por la información que nos suministra Lucas, en el grupo 
ambulante de Jesús iba una tal Juana, que estaba casada con un 
político conocido. Y había otras que ayudaban con sus bienes, lo 
que indica que tenían autonomía económica, cosa que sólo podía 
darse en el caso de que aquellas mujeres fueran viudas. O sea, 
Jesús estaba acompañado por viudas y casadas, mujeres tan 
entusiasmadas con él que hasta habían abandonado sus casas. 
Además, el mismo Evangelio de Lucas nos dice que había algunas 
mujeres a las que Jesús "había curado de malos espíritus". Eso 
significa que eran mujeres que habían estado dominadas por las 
fuerzas del mal, o sea, gente sospechosa. 
Entre aquellas mujeres había una tal María Magdalena, "de la 
que había echado siete demonios". El número siete es simbólico y 
quiere decir que aquella mujer había estado dominada por todo lo 
malo que se puede imaginar: ¡era una mujer de mala fama! Y 
resulta que esa mujer, que había sido una "mala mujer" famosa, 
estaba en el grupo y acompañaba a Jesús de pueblo en pueblo. 
Además, esta mujer no parece que estuviera con Jesús solamente 
por algunos días. Hasta el último momento, precisamente cuando 
Jesús estaba agonizando en la cruz, allí estaba la Magdalena, con 
otra María, la madre de Santiago y José, y también con la madre de 
los Zebedeos. Estas y otras muchas habían ido detrás de Jesús 
desde sus correrías apostólicas por la provincia de Galilea (Mt 
27,55-56; Mc 15,40-41). Mujeres que estuvieron muy presentes en 
la vida de Jesús. Y que le fueron fieles hasta la muerte.
Todo esto no quiere decir que Jesús tuviera fama de libertino o 
mujeriego. En los Evangelios no hay ni el más mínimo rastro de 
semejante cosa. A Jesús lo acusaron de muchas cosas: de 
blasfemo, de agitador político, de endemoniado, de ser un hereje 
samaritano, de estar perturbado y loco. Sin embargo, en ningún 
momento le echaron en cara que tuviera líos con mujeres. Era 
extremadamente sano y limpio en ese sentido. 
Hubo momentos que se prestaban a toda clase de sospechas. 
Un día estaba Jesús invitado a comer en casa de un fariseo. Y "en 
esto una mujer, conocida como pecadora en la ciudad, al enterarse 
de que comía en casa del fariseo, llegó con un frasco de perfume; 
se colocó detrás de él junto a sus pies, llorando, y empezó a regarle 
los pies con sus lágrimas; se los secaba con el pelo, los cubría de 
besos y se los ungía con perfume" (Lc 7,37-38). Evidentemente, 
una escena así, se prestaba a toda clase de sospechas: en medio 
de un banquete, que se celebraba en casa de una persona 
respetable, entra de pronto una prostituta, y se pone a perfumar, 
acariciar y besar a uno de los que están allí a la mesa. La cosa 
tenía que resultar muy rara. Y por eso, se comprende lo que el 
fariseo se puso a pensar para sus adentros: "Si éste fuera un 
profeta, se daría cuenta quién es y qué clase de mujer la que lo 
está tocando: una pecadora" (Lc 7,39). Aquí es interesante caer en 
cuenta de que a Jesús no se le acusa de mujeriego, sino de que no 
es un hombre dotado de saber profético. Pero Jesús, una vez más, 
se muestra con una sorprendente libertad en su relación con las 
mujeres: Se puso a defender a la pecadora y a reprochar, en su 
propia casa, al señor respetable que lo había invitado a comer (Lc 
7,44-47).

Jesús dignifica a la mujer 
Jesús escandaliza a los fariseos al valorar a las prostitutas más 
que a ellos, porque, a pesar de la vida que llevaban, ellas creyeron 
en el Bautista, mientras que ellos, tan "justos", no cambiaron su 
vida (Mt 21,31-32). Donde todos ven una pecadora, él percibe a 
una mujer que sabe amar; y donde todos ven a un fariseo santo, él 
ve dureza de corazón (Lc 7,36-50).
Jesús mira al interior de la persona; de manera que ya no hay 
diferencia entre hombre y mujer. Cualquier norma que se use para 
juzgar a una mujer, vale lo mismo para los hombres. Esto es lo que 
Jesús enseña en el incidente de la mujer sorprendida en adulterio 
(Jn 8,3). Si se quiere condenar a aquella mujer, se ha de condenar 
lo mismo al hombre que estaba con ella.
En casi todas las culturas se han considerado a los órganos 
sexuales y sus secreciones como algo impuro. Así ocurría también 
en Israel (Lev 15,1-30). Ello implicaba una humillación constante 
para la mujer. En el milagro de la mujer que sufría flujo de sangre 
más de doce años, y que ocultamente le toca el manto, Jesús 
enseña a superar los prejuicios y la obliga a declarar abiertamente 
el motivo por el que le había tocado, aunque esto implicase, según 
los preceptos legales, la impureza de Jesús y de toda aquella gente 
que lo seguía, apretujándole (Mc 5,24-33).
Jesús, en función de su proyecto liberador, quebranta los tabúes 
de la época relativos a la mujer. Mantiene una profunda amistad con 
Marta y María (Lc 10,38). Conversa públicamente y a solas con la 
samaritana, conocida por su mala vida, de forma que sorprende 
incluso a los discípulos (Jn 4,27). Defiende a la adúltera contra la 
legislación explícita vigente, discriminatoria para la mujer (Jn 
7,53-8,10). Se deja tocar y ungir los pies por una conocida 
prostituta (Lc 7,36-50). 
Son varias las mujeres a las que Jesús atendió, como la suegra 
de Pedro (Lc 4,38-39), la madre del joven de Naín (Lc 7,11-17), la 
mujer encorvada (Lc 13,10-17), la pagana sirofenicia (Mc 7,24-30) y 
la mujer que llevaba doce años enferma (Mt 19,20- 22).
En sus parábolas aparecen muchas mujeres, especialmente las 
pobres, como la que perdió la moneda (Lc 15,8-10) o la viuda que 
se enfrentó con el juez (Lc 18,1-8).
Jamás se le atribuye a Jesús algo que pudiera resultar lesivo o 
marginador de la mujer. Nunca pinta él a la mujer como algo malo, ni 
en ninguna parábola se la ve con luz negativa; ni les advierte nunca 
a sus discípulos de la tentación que podría suponerles una mujer. 
Ignora en absoluto las afirmaciones despectivas para la mujer que 
se encuentran en el Antiguo Testamento.
Todo esto nos viene a indicar que Jesús salta por encima de los 
convencionalismos sociales de su tiempo. En ningún caso acepta 
los planteamientos discriminatorios de la mujer. Para Jesús, la mujer 
tiene la misma dignidad y categoría que el hombre. Por eso, él 
rechaza toda ley y costumbre discriminatorias de la mujer, forma 
una comunidad mixta en la que hombres y mujeres viven y viajan 
juntos, mantiene amistad con mujeres, defiende a la mujer cuando 
es injustamente censurada...
Jesús se puso decididamente de parte de los marginados. Y ya 
hemos visto hasta qué punto la mujer se veía marginada y 
maltratada en la organización y en la convivencia social de 
entonces. También en este punto el mensaje de Jesús es 
proclamación de la igualdad, la dignidad, la fraternidad y la 
solidaridad entre toda clase de personas. Su mensaje, también para 
las mujeres, era una verdadera Buena Noticia. 
Estas actitudes de Jesús significaron una ruptura con la situación 
imperante y una inmensa novedad dentro del marco de aquella 
época. La mujer es presentada como persona, hija de Dios, 
destinataria de la Buena Nueva e invitada a ser, lo mismo que el 
varón, miembro de la nueva comunidad del Reino de Dios. 
Por todo eso no es de extrañar que fuesen mujeres las más fieles 
seguidoras de Jesús (Lc 8,2-3), que habían de acompañarlo hasta 
cuando sus discípulos lo abandonaron. En el camino de la cruz "lo 
seguían muchísima gente, especialmente mujeres que se 
golpeaban el pecho y se lamentaban por él" (Lc 23,27). Al pie de la 
cruz "estaba su madre y la hermana de su madre, y también María, 
esposa de Cleofás y María de Magdalena" (Jn 19,25). Algunas de 
ellas fueron las primeras en participar del triunfo de la resurrección 
(Mc 16,1).
Jesús introdujo un principio liberador, atestiguado con su 
comportamiento personal, pero las consecuencias históricas no 
fueron inmediatas. Solamente en la actualidad se ha creado una 
cierta posibilidad de realizar algo del ideal expresado por Jesús. 
Pero su principio dignificador de la mujer sigue siendo aún semilla, 
llena de vida potencial, animadora de una profunda crítica 
constructiva y polo de referencia para el ideal a realizar.

Preguntas para el diálogo
1. ¿Nos molesta que las mujeres casadas usen el apellido del 
marido, por ejemplo: señora de García? ¿Cómo veríamos que los 
hombres usaran el apellido de las mujeres: señor de Fernández? 
¿Por qué? 
2. ¿Suelen los hombres trabajar lo mismo que las mujeres en las 
tareas domésticas en su propia familia?
3. ¿Acostumbramos decir alguna vez a nuestros hijos que "los 
hombres no lloran"?
¿Qué quiere decir, en el fondo, ese criterio? ¿Qué modelo de 
hombre y qué modelo de mujer hay debajo de esas palabras?
4. ¿En qué puntos creemos que se debe insistir para que en un 
matrimonio exista una perfecta igualdad entre los esposos?
5. ¿Cuál es el origen más frecuente de los conflictos conyugales 
en nuestras casas?

6 - SEXUALIDAD Y EVANGELIO 

SEXUALIDAD/EV El tema de la sexualidad atrae y asusta a la 
vez. Se habla con frecuencia de ello, pero normalmente en son de 
burla o chiste, pero raramente en una conversación seria. Y aun en 
estos casos, normalmente la conversación se eleva al mero plan 
teórico. De este modo la sexualidad queda relegada al lugar de los 
pequeños o grandes secretos. Comunicarle a un amigo algo de este 
mundo significa darle muestra de absoluta confianza.
Se podría decir que nada es tan deseado y tan temido como la 
sexualidad. Muchos la consideran como símbolo del placer y de la 
felicidad. Tanto, que produce miedo. Es al mismo tiempo símbolo de 
la felicidad y del tabú, símbolo de libertad o de represión. Puede 
producir fascinación o terror.
Tan importante es la sexualidad, que dominar a una persona en 
la sexualidad es tenerla dominada en todo lo demás. Por eso les 
interesa tanto a los políticos y al comercio el asunto sexual, aunque 
a primera vista no lo parezca.
A pesar de su importancia, posiblemente sabemos muy poco de 
lo que Jesús y su Evangelio nos dicen acerca de la sexualidad. Y es 
posible que en este punto nos encontremos con sorpresas. 
Seguramente hallaremos en el Evangelio cosas muy importantes en 
torno al amor y la sexualidad de las que apenas se nos ha dicho 
nada.

En el Evangelio la sexualidad no es tema obsesivo
Si repasamos el Evangelio página a página apenas 
encontraremos nada que trate directamente sobre la sexualidad. El 
silencio sobre el tema es tan sorprendente que resulta casi 
chocante. Sólo podemos encontrar alguna cosa suelta y meramente 
ocasional.
A los Evangelios no parece importarles demasiado si los 
apóstoles son o no casados. Sabemos ocasionalmente que algunos 
de ellos eran casados porque Jesús curó a la suegra de Pedro y 
por una cita tangencial de Pablo (1 Cor 9, 4-5). El Evangelio no 
habla expresamente de cosas tan importantes como la cuestión del 
celibato de Jesús y sus apóstoles. 
Algo raro ha ocurrido en nuestro mundo, pues lo sexual, tan 
secundario en el Evangelio, lo ha invadido todo. Hasta el punto de 
que se desciende a regular los más mínimos detalles de la vida 
sexual, de forma que para muchos cristianos se ha convertido en lo 
único importante. A veces son los únicos pecados de los que se 
sienten obligados a confesarse.
Hasta el mismo Dios ha sido presentado muchas veces como el 
gran enemigo de la sexualidad, como un obseso que nos vigila de 
continuo, en todas partes, sin que se le escape el más mínimo 
detalle de nuestra vida sexual, ni siquiera a nivel de los 
pensamientos. Todo nuestro terror a la sexualidad lo hemos 
proyectado sobre Dios y, así, hemos desfigurado su rostro. Muchos 
piensan que Dios considera a la sexualidad como algo sucio y malo. 
A veces, de modo inconsciente, se piensa que a Dios no le gusta 
que una pareja haga el amor. Hasta hay gente que ha renunciado a 
este dios inventado, pues lo han encontrado un dios inaguantable. 
Si a Dios le hubieran molestado los problemas de la sexualidad, 
Jesús nos hubiera advertido de ello. Pero aunque no se afirma nada 
directamente, en los Evangelios se dice mucho sobre la sexualidad, 
pero de un modo diferente al que estamos acostumbrados, y que es 
además el más auténtico y profundo. 

La sexualidad de Jesús
J/SEXUALIDAD: Al preguntarnos cómo afrontó Jesús la 
sexualidad, lo primero que hay que dejar claro es que Jesús tuvo 
sexualidad. El fue un sujeto humano sexuado como lo es todo 
hombre.
Algunos cristianos, de modo más o menos inconsciente, tienden 
a pensar en Jesús de un modo tan angélico que se resisten ante la 
idea de que tuviese sexualidad. En el fondo, es que sienten que la 
sexualidad es algo sucio, y por ello no se lo imaginan en Jesús. Lo 
malo es que así están negando el misterio de la Encarnación: no se 
toman en serio que Jesús fue totalmente un hombre, igual a 
nosotros en todo, absolutamente en todo menos en el pecado. 
Sin duda alguna, desde el momento en que nació, Jesús tuvo 
todo ese mundo complejo de necesidades afectivas, de apetencias 
y de deseos que supone la sexualidad. 
Jesús no es un Dios que se disfraza de hombre durante una 
temporada y luego se quita el disfraz y se va al cielo. Ni es uno de 
esos dioses orientales, impasibles e inalterables, que ni sienten ni 
sufren, ni gozan, ni se ríen. Jesús, como todos nosotros, necesitó la 
compañía de unos amigos y tuvo, como todos nosotros, sus 
predilecciones entre la gente que conocía. Tuvo también algunas 
buenas amigas. 
El sintió todo el mundo rico y complejo de la sexualidad, y ni le 
tuvo miedo, ni se dejó arrastrar por ella. Nunca aparece como 
obsesionado por la amenaza de la sexualidad. Ni aparece con 
corazón morboso, viendo obscenidades por todas partes. No tiene 
miedo, como le ocurre a los reprimidos, de tratar con todo tipo de 
gente. De ahí que alguna vez lo acusaron de andar reunido con 
gente de mala vida, como eran los publicanos y pecadores; incluso 
le llamaron también comilón y borracho (Mt 11,19). Tampoco tuvo 
miedo a las mujeres, ni se sintió obligado a mantenerse lejos de 
ellas. Algunas le solían acompañar de pueblo en pueblo, como ya 
hemos visto. Y ello a pesar del ambiente en contra que existía en 
aquel tiempo. 
Jesús, por lo tanto, no tenía miedo a la sexualidad, y por eso no 
tenía que esconderse, ni protegerse del trato con gente de "vida 
alegre", ni defenderse de la mujer y sus "peligros". 
Sin quitar nada de lo anterior, hay que afirmar también que Jesús 
es persona divina. Al mismo tiempo es Dios y hombre, plenamente. 
Pero la persona divina asume "hipostáticamente", como decían los 
antiguos, a la realidad humana de Jesús. El hombre Jesús es por 
eso incapaz de pecar. Es verdadero hombre en todo, menos en el 
pecado (Heb 4,15) y sus raíces. No está sujeto a las pasiones. 
Como hombre perfecto y completo tuvo la sexualidad biológica y 
psicológica, pero como potencialidades siempre limpias .

Jesús denuncia la hipocresía sexual
Todos sabemos que la sexualidad es un terreno abonado para 
hipocresías y mentiras. Para mucha gente lo importante es "guardar 
las apariencias", aunque tengan una doble vida oculta a los ojos de 
los demás. Todo está bien si no se nota, parece ser el lema de 
algunos.
Jesús no aguantaba la hipocresía de mucha gente religiosa de 
su época. Por eso se indigna ante la hipocresía sexual de los 
fariseos, que además eran bastante reprimidos. 
Caso típico es el de aquella mujer de mala fama (Lc 7,36-50) que 
se acercó a él estando comiendo en casa de un fariseo. Jesús, 
dándose cuenta de los malos pensamientos de los presentes, la 
dejó hacer y la defendió delante de todos. Jesús no se asusta de 
que lo toque una mujer de mala vida conocida como tal. 
Imaginémonos que sucedería hoy si a un hombre de Iglesia se le 
acercase en ese plan una mujer así. El Evangelio sitúa a Jesús 
entre el fariseo y la pecadora para mostrar que Jesús se queda con 
la sinceridad de la segunda, y no con la hipocresía y dureza de 
corazón del fariseo. Jesús no solamente la salva, sino que condena 
con una terrible ironía al fariseo. A Jesús no le importa lo que 
aparece, ni le importa tanto lo que se hace o no se hace, sino lo 
que se es profundamente en el corazón.
Otro caso claro es el de la mujer que le llevan a Jesús, 
encontrada en adulterio (Jn 8,1-11). Jesús no puede aguantar la 
hipocresía de aquellos viejos "verdes": "El que esté sin pecado que 
tire la primera piedra..."

Una sexualidad integrada 
Si la sexualidad es un asunto tan importante, de ninguna manera 
podía estar olvidada en los Evangelios. Lo que pasa es que la 
enfocan de un modo correcto, sin caer en las trampas que tiende a 
crear ella misma. En realidad, el silencio del Evangelio sobre la 
sexualidad es un grito que expresa una verdad más profunda sobre 
ella. 
La sexualidad no es una cosa que se pueda comprender como 
algo aparte, como una asunto particular en el que se trata de qué 
es lo que hay o no hay que hacer. Hay que situarla en el conjunto 
de toda la vida. Podríamos decir que el Evangelio no se preocupa 
por el sexo, pero sí por la sexualidad, es decir, por algo que es más 
amplio y más profundo: por todo lo relacionado con el corazón del 
hombre, su afectividad y sus deseos más íntimos.
El Evangelio coincide en este punto con lo que dice la psicología 
más moderna. Según ella, la sexualidad no es sólo cuestión de los 
órganos genitales -"las partes", como dice el pueblo-. Ni siquiera es 
cuestión sólo de lo corporal. Sexualidad es también todo lo 
relacionado con la afectividad, es decir, con los deseos, el cariño, la 
ternura... A esto estamos poco acostumbrados, pero resulta que así 
es el enfoque del Evangelio. No se trata de lo que el hombre hace o 
no hace con "sus partes", sino de lo que el varón y la mujer son, de 
cómo orientan su vida, de qué es lo que les resuena en el corazón. 
La sexualidad, para la psicología moderna y para el Evangelio, hay 
que situarla en el contexto total de la persona. Es el hombre 
completo el que interesa; un hombre que no es que tenga una 
sexualidad, sino que es "sexuado". En definitiva, lo que al Evangelio 
le interesa es dónde está nuestro corazón.
La sexualidad humana es totalmente distinta de la animal. Y 
nuestro esfuerzo ha de ser, precisamente, vivirla de un modo cada 
vez más profundamente humano.

El Espíritu y la carne
Lo más importante para un cristiano es tener el Espíritu de Jesús. 
De ello depende radicalmente cómo pueda enfocar la sexualidad. 
La fe en Jesús y su Reino modifica nuestro modo de vivir la 
sexualidad. El ideal del Reino nos debe envolver de modo que 
nuestra sexualidad esté enfocada y canalizada por ese proyecto de 
construir el Reino de Dios.
Hemos oído decir que los peligros del alma son mundo, demonio 
y carne. Y enseguida pensamos que la carne es el sexo. Sin 
embargo, cuando el Nuevo Testamento habla de la carne no se 
refiere al sexo ni a la sexualidad. La carne, según el Nuevo 
Testamento, cuando se opone al Espíritu, significa el enfoque con el 
que ven el mundo las personas que no conocen a Jesús, ni les 
interesa la construcción de su Reino; significa el considerar como lo 
más importante de la vida al dinero, el prestigio social y todas esas 
cosas. Esa es la carne que se opone al Espíritu. Por eso cuando 
Pablo habla de las obras de la carne (Gál 5,19ss; Col 2,18), se 
refiere a las cosas que encierran al hombre en lo que se opone a 
Jesús; y esto puede ser la lujuria, pero también la rivalidad, la 
envidia, la vanidad y orgullo, la idolatría... Que la carne se opone al 
Espíritu no se refiere, pues, al sexo, sino a todo lo que es contrario 
a una visión cristiana de la vida.
La persona que es consecuente con su fe en Jesús y opta por el 
Reino se siente libre frente a todo y, por lo tanto, también frente a la 
sexualidad. Aquí reside lo tremendo de vivir cristianamente la 
sexualidad. Con todo lo fascinante y terrorífica que es, el cristiano 
tiene que lograr su libertad frente a ella. Tiene que ser capaz de 
vivir sin pensar obsesivamente en el sexo; y ha de ser capaz, 
también, de tener relaciones sexuales dentro del matrimonio de un 
modo humano, sin imaginarse que con eso se aleja de Dios. Lo 
importante es el amor auténtico: si sabe amar de veras se sentirá 
libre para tener relaciones sexuales o no tenerlas. Pero si no tiene 
amor, por más puro y casto que sea, por más que cumpla todo tipo 
de leyes sobre la sexualidad, será una persona que no está llevada 
por el Espíritu: será esclava de la carne. 

El ídolo del sexo 
SEXO/IDOLO IDOLO/SEXO:Todos sabemos que no es fácil ser 
libre ante muchas cosas, y menos aún frente al sexo. La sexualidad, 
con toda su carga de instinto, de represiones, de fascinación y de 
terror, fácilmente nos tiende sus trampas y nos impide esa libertad 
que Dios quiere para nosotros.
Se puede caer en la trampa de la sexualidad cuando la 
búsqueda del placer se convierte en un absoluto o también cuando 
el miedo al placer se convierte en algo tan poderoso que tampoco 
deja ser libre. A veces estas redes son tan sutiles que nos pueden 
tener atrapados sin darnos cuenta siquiera. Gran parte de la 
sexualidad funciona a niveles inconscientes, y por ello es fácil 
engañarnos. Es muy posible que nos creamos muy libres frente al 
sexo, pero que, en realidad, de un modo inconsciente, estemos 
llenos de cadenas. En pocas cosas el hombre es tan capaz de 
engañarse a sí mismo como en esto. Algunos no son sino esclavos 
necios que desconocen sus cadenas o se burlan de ellas. 
A veces las dificultades son de tipo interno, fruto de una mala 
educación en este terreno. Con frecuencia también las dificultades 
vienen de fuera, de la manipulación que la sociedad hace de 
nuestra sexualidad. Por todas partes nos rodea y nos ataca una 
verdadera manipulación social del sexo.
La política y la economía saben que cuentan con la sexualidad 
como una arma poderosa para conseguir los fines que a ellos les 
interesa. No tienen inconveniente ninguno en manipular la 
sexualidad, pues necesitan el control de los instintos para mantener 
a la gente dentro de sus intereses.
El control de la sexualidad es uno de los instrumentos más 
importantes para mantener el poder: "Si controlo tu sexualidad, 
controlo toda tu persona", parece ser uno de sus lemas. Por eso las 
dictaduras se preocupan tanto de la represión sexual. En cambio, el 
Evangelio no le tiene miedo a la sexualidad porque no le tiene 
miedo a la libertad. 
El sexo convertido en ídolo emboba a la gente y la mantiene 
sujeta al sistema. Los adoradores del sexo no son nada peligrosos 
para el sistema, sino todo lo contrario, sus dóciles servidores. 
El caso más típico es el de la publicidad. Con ella la sociedad 
utiliza y manipula de continuo la insatisfacción sexual. Ellos estudian 
muy bien cómo hacer usar un producto asociándolo a la 
insatisfacción sexual. A nivel inconsciente, nos hacen creer que 
tomando tal bebida o usando tal colonia, tendremos a nuestra 
disposición una señorita o un chico guapísimo... En fin, toda una 
técnica muy estudiada para hacernos comprar y consumir. Y todo 
ello aprovechándose y manipulando nuestras necesidades 
afectivas. Lo que a ellos les interesa es que el hombre produzca y 
consuma, y para ello utilizan la sexualidad como medio para que 
este sistema de producción y de consumo se mantenga. 
De este modo, la sexualidad, esa realidad buena y profunda 
creada por Dios para el encuentro con los demás, se convierte en 
un ídolo que esclaviza y aliena profundamente. Deja de ser un 
medio para encontrarse con el otro en profundidad y se convierte 
en algo que atonta y embrutece a la vez. 
No podemos servir al mismo tiempo a Dios y al sexo. Cuando el 
sexo lo convertimos en ídolo, entonces es imposible servir 
auténticamente a Dios.
El cristiano no puede dejarse manipular por nada ni por nadie. 
Por eso ante la sexualidad no debe acobardarse, ni tomarla a 
broma, ni, mucho menos, convertirla en un objeto de veneración. Es 
más, tenemos que luchar contra esta sociedad que utiliza y 
manipula algo tan serio, don maravilloso de Dios. 

Preguntas para el diálogo 
1. ¿Estamos obsesionados por el sexo? ¿Somos hipócritas en 
este punto? Insistamos en ser sinceros... 
2. Busquemos ejemplos de cómo la propaganda convierte al sexo 
en un ídolo y reflexionar el por qué de ese interés de los 
comerciantes y a veces también de los políticos.
3. Conversemos y aclaremos entre todos qué entendemos por 
sexualidad humana. 
4. ¿Cómo entendemos ahora eso de la sexualidad de Jesús?
5. ¿A qué se refiere San Pablo cuando contrapone a la carne y 
el Espíritu.