Historia de una Biblia

La editorial Verbo Divino, de Estella (Navarra), ha recibido recientemente un paquete de aspecto lamentable, atado con cuerdas y roto por todas partes, pero con un contenido sorprendente. Se trataba de un ejemplar de la Biblia en Kinyaruanda (la lengua de Ruanda) editada en Estella el año 1990. Se la enviaba desde un campo de refugiados de Tanzania el misionero mallorquín Miquel Parets, quien explicaba en una carta la singular historia de esta Biblya Ntagatifu.

 

En su carta Miquel Parets cuenta como conoció a la dueña de esta biblia, María, una mujer ruandesa de 40 años. Fue en una reunión bíblica, cuando pidió que todos los participantes levantaran en alto la Biblia (nadie va a cultivar el campo sin su azada, solemos decir) y le llamó poderosamente la atención la biblia rota y deformada de María. Le preguntó si deseaba una nueva y con mucho gusto María recibió la nueva y regaló la rota al misionero, que la envió al director de "Verbum Bible", la sección de la editorial Verbo Divino que se encarga de publicar la biblia en lenguas africanas como un gesto de gratitud. El misionero transmite también el testimonio de la relación de María con su Biblia:

«Cuando el misionero puso la Biblia en mis manos, delante del altar, sentí la misma sensación que cuando pusieron en mi regazo a mi primer hijo. Y al recibirla con agradecimiento y emoción, sentí que es la Biblia la que ahora me engendra a mí. Y le dije al padre misionero "el que cumple mi PALABRA éste es mi MADRE, mi hermana... ¡Cada vez que he ido cogiendo la Biblia, siento el mismo fervor del hijo que engendré, y sigo sintiendo que es la Palabra la que ahora me sigue engendrando a mí! En la primera página encontraréis el nombre de mi hijo mayor Uwamahoro Ferdinand. Uwarnahoro quiere decir "El de la Paz", que seguimos soñando los ruandeses.

Con la Biblia Ntagatifu he vivido tres años en Ruanda, dos en Burundi refugiada y otro en Keza, Tanzania. Al salir de Ruanda la metí en una cacerola, por si llovía. Siempre la llevé sobre mi cabeza.... y más de una vez pensé en los fariseos que llevaban la Palabra de Dios sobre su frente.

Salimos de casa con mi marido y siete hijos... Cada noche seguíamos leyendo la Palabra del día...

Bueno, no de noche, sino a la puesta del sol, porque no teníamos para comprar petróleo. ¡Que bien que al final, nos daban la Palabra de Dios de la Eucaristía de cada día!...

Cuando tuvimos que partir de Burundi para Tanzania, la marcha fue muy rápida y trágica. No tuve tiempo para recoger la cacerola. Los soldados nos asaltaron: yo cogí a mi hijo de pecho y mi Biblia que metí en un trozo de manta. Mi hijo a la espalda y mi Biblia sobre la cabeza. Junto al río nos encontramos toda la familia, gracias a Dios, pues los tiros de los soldados nos habían dispersado a todos.

Mientras cruzaba el río Kagera, que separa Burundi y Tanzania, un mal movimiento me hizo perder el equilibrio y la Biblia envuelta en la manta -Como Moisés en la cesta de mimbre- nadaba delante de mí. La pude recoger enseguida. Y sí..., pensaba en el Mar Rojo. Mi hijito en mi espalda ni lloraba -el séptimo- parecía consciente de lo que nos ocurría.

Lo primero que hice al llegar a la otra orilla del río fue secarla al sol. Las tapas estaban rotas. Mi marido supo coserlas con un hilo que hicimos nosotros. La imagen de Cristo de la última página seguía con los ojos abiertos, resucitado... Esta es mi Biblia de cada día. Gracias a quienes nos la dieron...»

Lorenzo Goyeneche, svd