B I B L I A
Biblia, también llamada Santa Biblia, libro sagrado o Escrituras de
judíos y cristianos. Sin embargo, las Biblias del judaísmo y del
cristianismo difieren en varios aspectos importantes. La Biblia judía
son las escrituras hebreas, 39 libros escritos en su versión original
en hebreo, a excepción de unas pocas partes que fueron
redactadas en arameo.
La Biblia cristiana consta de dos partes: el Antiguo Testamento y
los 27 libros del Nuevo Testamento. Las dos principales ramas del
cristianismo estructuran el Antiguo Testamento de modo algo
diferente. La exégesis del Antiguo Testamento leída por los
católicos es la Biblia del judaísmo más otros siete libros y adiciones.
Algunos de los libros adicionales fueron escritos en su versión
primitiva en griego, al igual que el Nuevo Testamento. Por su parte,
la traducción protestante del Antiguo Testamento se limita a los 39
libros de la Biblia judía. Los demás libros y adiciones son
denominados apócrifos por los protestantes, y libros
deuterocanónicos por los católicos.
El término Biblia llegó al latín del griego biblia o 'libros', forma
diminutiva de byblos, el término para 'papiro' o 'papel' que se
exportaba desde el antiguo puerto fenicio de Biblos. En la edad
media, los libros de la Biblia eran considerados como una entidad
unificada.
Orden de los libros
El orden y el número de los libros es distinto entre las versiones
judía, protestante y católica de la Biblia. La Biblia del judaísmo se
divide en tres partes bien diferenciadas: la Torá, o Ley, también
llamada libros de Moisés; Profetas, o Neviím, dividida en Profetas
Antiguos y Profetas Posteriores; y Hagiográficos o Ketuvim, que
incluye Salmos, los libros sapienciales y literatura diversa.
El Antiguo Testamento cristiano organiza los libros según su
contenido: el Pentateuco, que se corresponde con la Torá; los
libros históricos; los libros poéticos o sapienciales, y los libros
proféticos. Hay quienes han percibido en esta organización una
cierta sensibilidad en cuanto a la perspectiva histórica de los libros:
primero, los relativos al pasado; a continuación, los que hablan del
presente; por último, los orientados hacia el futuro. Las versiones
protestante y católica del Antiguo Testamento ordenan los libros en
la misma secuencia, aunque los protestantes incluyen sólo los libros
que aparecen en la Biblia judía.
El Nuevo Testamento incluye los cuatro Evangelios; los Hechos
de los Apóstoles, que es la historia de los primeros tiempos del
cristianismo; las Epístolas, o cartas, de Pablo y otros autores; y el
Apocalipsis o Libro de la Revelación. Algunos libros identificados
como epístolas -en particular la Epístola a los Hebreos- son en
realidad tratados teológicos.
Uso
La Biblia es un libro religioso, no sólo en virtud de su contenido,
sino también del uso que le dan cristianos y judíos. Se lee en la
práctica totalidad de los servicios de culto público, sus palabras
conforman la base de la predicación y la instrucción, y se emplea
en el culto y estudio privados. El lenguaje de la Biblia ha moldeado
y dado forma a las oraciones, liturgia e himnos del judaísmo y del
cristianismo. Sin la Biblia, estas dos religiones habrían sido mudas.
Tanto la importancia reconocida como la real de la Biblia difieren
de una forma considerable entre las diversas subdivisiones del
judaísmo y del cristianismo, aunque todos sus fieles le atribuyen un
mayor o menor grado de autoridad. Muchos reconocen que la Biblia
es la guía íntegra y suficiente para todos los asuntos de la fe y de
su práctica; por su parte, otros respetan la autoridad de la Biblia a
la luz de la tradición o de la continuidad de la fe y de la práctica de
la Iglesia desde los tiempos de los apóstoles.
Inspiración bíblica
Los primeros cristianos heredaron del judaísmo una concepción
de las Escrituras que daba por sentado que constituían una fuente
autorizada. En un principio no se propuso ninguna doctrina formal
acerca de la inspiración de las Escrituras, como es el caso del
Islam, que sostiene que el Corán fue dictado desde los cielos. Sin
embargo, por lo general los cristianos creían que la Biblia contenía
la palabra de Dios tal y como fue transmitida por su Espíritu:
primero a través de los patriarcas y profetas y más tarde por boca
de los apóstoles. De hecho, los autores de los libros del Nuevo
Testamento aludieron a la autoridad de las Escrituras hebreas en
apoyo de sus alegaciones con respecto a Jesucristo.
La doctrina de la inspiración de la Biblia por el Espíritu Santo y de
la infalibilidad de su contenido surgió en realidad durante el siglo
XIX como respuesta al desarrollo de la crítica bíblica, estudios
científicos que parecían poner en entredicho el origen divino de la
Biblia. Esta doctrina sostiene que Dios es autor de la Biblia; por eso
la Biblia es Su palabra. Los científicos bíblicos y los teólogos han
propuesto numerosas teorías para explicar esta doctrina, que van
desde un dictado verbal directo de las Escrituras por Dios, hasta
una iluminación que ayudó al autor inspirado a comprender la
verdad que expresaba, tanto si ésta era revelada como aprendida
por la experiencia.
Importancia e influencia
La importancia e influencia de la Biblia entre cristianos y judíos
puede explicarse, en general, en términos externos e internos. La
explicación externa es el poder de la tradición, de las costumbres y
del credo: grupos religiosos que manifiestan estar guiados por la
Biblia. En cierto sentido, el verdadero autor de las Escrituras es la
comunidad religiosa, que las desarrolló, las reverenció, las utilizó y
las canonizó (es decir, las incluyó en listas de libros bíblicos
reconocidos de una forma oficial). Por otra parte, la explicación
interna es lo que numerosos cristianos y judíos continúan sintiendo
como poder del propio contenido de los libros bíblicos. El antiguo
Israel y la primitiva Iglesia conocían muchos más textos religiosos
que los que constituyen la Biblia actual. Sin embargo, los escritos
bíblicos fueron venerados y utilizados por lo que decían y por cómo
lo decían. Fueron canonizados con rango oficial porque la gran
mayoría de los creyentes los utilizaba y creía en ellos. La Biblia es
el auténtico documento fundamental del judaísmo y del
cristianismo.
Es de público conocimiento que la Biblia, en sus centenares de
diferentes traducciones, es el libro de mayor difusión en la historia
de la humanidad. Es más: en todas sus formas, la Biblia ha sido
influyente hasta llegar a extremos insólitos, y no sólo entre las
comunidades religiosas que la consideran sagrada y la reverencian.
En especial, la literatura, el arte y la música del mundo occidental
tienen una enorme deuda con los temas, motivos e imágenes de la
Biblia. Algunas traducciones al inglés, como la así llamada "Biblia
Autorizada" (o versión del rey Jacobo, 1611) o la traducción de la
Biblia al alemán por Martín Lutero (terminada en 1534), no sólo
influyeron en la literatura sino que también promovieron el
desarrollo de ambos idiomas. Estos efectos siguen vigentes en las
naciones en proceso de formación, donde las traducciones de la
Biblia a la lengua vernácula contribuyen a moldear las tradiciones
lingüísticas futuras.
El Antiguo Testamento
Es notable que el cristianismo incluya dentro de su propia Biblia
las escrituras íntegras de otra religión, el judaísmo. El término
Antiguo Testamento (de la palabra latina para 'alianza') se aplicó a
estas Escrituras sobre la base de las obras de Pablo y de otros
primitivos cristianos, que diferenciaron entre la 'Antigua Alianza' que
Dios estableció con Israel y la 'Nueva Alianza' sellada a través de
Jesucristo (véase, por ejemplo, Heb. 8,7). Como la primitiva Iglesia
creía en la continuidad de la historia y de la actividad divinas,
incluyó en la Biblia cristiana los registros escritos de la antigua y de
la nueva alianza.
Literatura del Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento puede considerarse desde numerosas y
diversas perspectivas. Desde el punto de vista literario el Antiguo
Testamento (de hecho, la Biblia entera) constituye una antología,
una colección de muchos libros diferentes. No es en absoluto un
libro unificado por lo que respecta a sus autores, su fecha de
composición o su estilo literario. Por el contrario, representa una
auténtica biblioteca.
En general los libros del Antiguo Testamento y las partes que los
componen pueden clasificarse como narraciones, obras poéticas,
escritos proféticos, códices legales o apocalipsis. En su mayoría, se
trata de categorías amplias que incluyen diversos tipos o géneros
diferentes de literatura y tradiciones orales. Ninguna de estas
categorías se limita al Antiguo Testamento, ya que puede hallarse
en otras literaturas antiguas, en especial la del Oriente Próximo. Sin
embargo, es necesario subrayar que algunos estilos no quedaron
al fin incluidos en el Antiguo Testamento. Las cartas o epístolas, tan
importantes en el Nuevo Testamento, no se encuentran en el
Antiguo en forma de libros separados (a excepción de la Carta de
Jeremías en algunas tradiciones manuscritas). No es posible hallar
tampoco autobiografías, dramas ni sátiras. Sorprende de una forma
especial el hecho de que la mayor parte de los libros del Antiguo
Testamento contiene varios géneros literarios. Por ejemplo, el
Éxodo incluye narraciones, leyes y poesía; la mayoría de los libros
proféticos incorporan narraciones y poesía, además de los géneros
proféticos como tales.
Narraciones
Tanto en su contexto como en su contenido, la gran mayoría de
los libros del Antiguo Testamento son narraciones, es decir,
recogen y refieren los acontecimientos del pasado. Si tienen, como
casi todos, una trama (o al menos el desarrollo de una tensión y su
resolución), una caracterización de los personajes y una
descripción del escenario en el que se producen los
acontecimientos, son relatos. Por otra parte, muchas obras
narrativas del Antiguo Testamento son historias, aunque no se
ajusten a la definición científica del término. Una historia es una
narración escrita del pasado guiada por los hechos, en la medida
en que el autor pueda determinarlos e interpretarlos, y no por
consideraciones estéticas, religiosas o de otra índole. Las
narraciones históricas del Antiguo Testamento son obras más
populares que críticas, ya que los autores recurrieron a menudo a
tradiciones orales, algunas de ellas poco fiables, para escribir sus
relatos. Además, todas las narraciones se compusieron con un
propósito religioso. Pueden, en consecuencia, llamarse historias de
salvación, ya que su propósito es demostrar cómo participó Dios en
los acontecimientos humanos. Ejemplos de dichas obras son la
Historia deuteronomística (desde el Deuteronomio hasta el 1 y 2
Reyes), el Tetrateuco (desde el Génesis hasta el libro de los
Números) y la Historia del Cronista (1 y 2 Crónicas, Esdras y
Nehemías). La así llamada Historia de la sucesión del trono de
David (2 Sam. 9-20, 1 Re. 1-2) es la narración bíblica que más se
acerca al concepto moderno de la historia. El autor presta atención
a los detalles de los eventos y personajes históricos e interpreta el
curso de los acontecimientos a la luz de las motivaciones humanas.
No obstante, puede intuirse la intervención divina en el trasfondo de
los textos.
Otros libros narrativos son: Rut, un breve episodio; Jonás, un
relato didáctico; y Ester, una novela histórica o una leyenda festiva.
Es probable que estos libros tengan su origen en cuentos
populares o leyendas. En los libros deuterocanónicos pueden
encontrarse algunos relatos didácticos: Tobías, Judit, Susana y Bel
y el dragón.
En los libros del Antiguo Testamento pueden hallarse muchos de
estos y otros géneros narrativos. El Génesis, como la mayoría de
las demás obras narrativas, está compuesto de diversos relatos
individuales, muchos de los cuales circulaban de forma oral e
independiente. Las historias patriarcales del Génesis (11-50) han
sido denominadas leyendas, sagas y, con mayor precisión, sagas
familiares. Muchas de ellas son etiológicas, es decir, que explican
un lugar, una práctica o un nombre en términos de su origen.
Obras poéticas
Entre los libros poéticos del Antiguo Testamento se incluyen
Salmos, Job, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares
(canónicos), Eclesiástico (deuterocanónico) y Plegaria de Manasés
(apócrifo). Sabiduría tiene mucho en común con los libros poéticos
sapienciales, aunque no es poesía. La mayoría de los libros
proféticos están escritos de acuerdo con las reglas líricas hebreas,
aunque son lo bastante distintos como para que puedan ser
diferenciados.
Características generales
La poesía hebrea tiene dos características principales, una fácil
de reconocer incluso en una traducción, y una segunda más difícil
de discernir. La característica más obvia es el uso del parallelismus
membrorum o paralelismo de versos u otras partes. Por ejemplo, el
significado de un versículo puede reformularse o repetirse en un
segundo versículo, como en Sal. 6,1: "Yahvé, no me corrijas en tu
cólera, en tu furor no me castigues". Se trata, como resulta obvio,
de sinónimos. Por otra parte, la segunda línea de la unidad puede
exponer el aspecto negativo de la aseveración de la primera, como
en Prov. 15,1: "Una respuesta suave calma el furor, una palabra
hiriente aumenta la ira". En otros casos, la segunda línea puede
ampliar o explicar la primera y en otras circunstancias el paralelismo
es pura formalidad. Una importante ventaja de la mayoría de las
traducciones modernas de la Biblia es que mantienen la forma
poética del hebreo, permitiendo al lector disfrutar y comprender la
estructura del original.
La otra característica importante de la poesía hebrea es el ritmo,
que parece haberse basado en el número de acentos en cada
línea. Una de las métricas más fáciles de reconocer es la de la kiná
(endecha o lamentación), en la que la primera línea tiene tres
sílabas acentuadas y la segunda dos.
Los libros poéticos abarcan una gran diversidad de géneros. Los
más difundidos son los diversos cantares de adoración (Salmos) y
la poesía sapiencial. Además, la Biblia incluye un libro de poesía
amorosa, el Cantar de los Cantares.
Poesía lírica
La literatura cultual (del culto religioso) de Israel era poesía lírica;
es decir, poesía pensada para ser cantada. La mayoría de estos
libros, aunque no todos, están recopilados en Salmos. Muchos son
himnos: canciones de alabanza a Dios, a sus obras a favor de Israel
o a su creación. Otros son lamentaciones de la comunidad o
cantares de queja que, de hecho, son oraciones de petición,
cantadas por el pueblo cuando se veía enfrentado a una situación
difícil. Casi una tercera parte de los Salmos son lamentaciones
individuales, cánticos utilizados por o en nombre de individuos al
borde de la muerte o del desastre. Una vez que la nación o el
individuo han sido salvados de sus infortunios, se cantan poesías
de acción de gracias. Unos pocos salmos, como 2, 45 y 110
celebran la coronación de un rey en Israel como egregio siervo de
Dios.
Poesía sapiencial
La poesía sapiencial incluye colecciones de refranes de sabiduría
y poemas breves, como en Proverbios, y largas composiciones,
como en Job, Eclesiastés y Eclesiástico. Los materiales sapienciales
más concisos son proverbios, refranes y admoniciones, por lo
general de uno o dos versos de longitud. Algunos eran sin duda
refranes tradicionales o populares mientras que otros llevan el sello
de la reflexión y la composición creativa. Proverbios 1-9 contiene un
conjunto de poemas sobre la naturaleza de la propia sabiduría,
mientras que Job es una composición poética larga en forma de
diálogo enmarcado en un cuento popular. Eclesiastés es una obra
un tanto inconexa y Eclesiástico es un libro escrito por un maestro
judío que más tarde tradujo su nieto.
La temática central de los refranes sapienciales abarca desde los
consejos prácticos para una vida provechosa y próspera hasta
reflexiones acerca de la relación entre transitar por el camino de la
sabiduría y obedecer a la ley revelada por la divinidad. A Job, al
menos en cierto sentido, le atormenta el sufrimiento de los justos,
en tanto que el Eclesiastés es una triste reflexión acerca del
significado de la vida por parte de alguien que se halla a las
puertas de la muerte.
Materiales proféticos
Los profetas eran conocidos en otras regiones del antiguo
Oriente Próximo, pero ninguna otra cultura desarrolló un cuerpo de
literatura profética comparable al de Israel. Por ejemplo, los
antiguos autores egipcios escribieron obras literarias llamadas
'profecías', pero por su forma y contenido eran diferentes de los
libros proféticos de la Biblia.
La mayoría de los libros proféticos hebreos contienen tres tipos
de literatura: narraciones, oraciones y discursos proféticos. Por lo
general, las narraciones son relatos o reseñas de la actividad
profética, atribuidos al propio profeta o contados por una tercera
persona. Incluyen descripciones de visiones, reseñas de acciones
simbólicas, relaciones de actividades proféticas (como, por ejemplo,
los conflictos entre los profetas y sus opositores) y narraciones o
notas históricas. Uno de los libros de la colección profética, Jonás,
es en realidad un relato acerca de un profeta, y contiene un solo
versículo de mensaje profético (Jon. 3,4). Las oraciones incluyen
himnos y peticiones, como las lamentaciones de Jer. (por ejemplo,
Jer. 15,10-21). En la literatura profética predominan los discursos,
ya que la actividad inherente del profeta consistía en difundir la
palabra de Dios relativa al futuro inmediato. Los mensajes más
comunes son profecías de castigo o de salvación. Tanto unas como
otras están contextualizadas, como la mayoría de los discursos
proféticos, por fórmulas que identifican las palabras reveladas por
Dios; por ejemplo, "oráculo de Yahvé". Por lo general, la profecía
de castigo explica las razones de éste en términos de injusticia
social, arrogancia religiosa o apostasía y asimismo detalla la
naturaleza del desastre, militar o de otra índole, que recaerá sobre
la nación, grupo o individuo a la que va dirigida. Las profecías de
salvación anuncian la inminente intervención de Dios para rescatar
a Israel. Otros discursos incluyen las profecías contra las naciones
extranjeras, discursos de aflicción que enumeran los pecados del
pueblo, admoniciones o advertencias.
Leyes
La materia legal es tan destacada en las Escrituras hebreas que
el judaísmo aplicó el término Torá ('Ley') a los primeros cinco libros
y los primitivos cristianos a la totalidad del Antiguo Testamento. Los
textos legales son dominantes en Éxodo, Levítico y Números. El
quinto libro de la Biblia fue denominado Deuteronomio ('segunda
ley') por sus traductores griegos, aunque el libro es en síntesis un
informe de las últimas palabras y hechos de Moisés. Contiene, no
obstante, numerosas leyes, por lo general en el contexto de la
interpretación y la predicación o el sermón.
Según la tradición bíblica, la voluntad de Dios fue revelada a
Israel a través de Moisés al establecer la alianza en el monte Sinaí.
En consecuencia, todas las leyes -a excepción de las contenidas en
Deuteronomio- pueden encontrarse desde Éxodo 20 hasta
Números 10, donde se relatan los acontecimientos que tuvieron
lugar en Sinaí.
Los especialistas han detectado en las leyes hebreas dos
modalidades principales, las apodícticas y las casuísticas. La ley
apodíctica está representada por los Diez Mandamientos (Éx.
20,1-21; 34,14-26); (Dt. 5,6-21), aunque no se limita a ellos. Estas
leyes, que por lo general se encuentran en compilaciones de cinco
o más, son sucintas manifestaciones, inequívocas y sin
ambigüedades de la conducta humana que Dios exige. En caso de
ser positivas, se denominan mandamientos; si son negativas, se
trata de prohibiciones. Por otra parte, cada una de las leyes
casuísticas consta de dos secciones. La primera establece una
condición ("Si un hombre roba un buey o una oveja, y los mata o
vende…") y la segunda las consecuencias legales ("…pagará cinco
bueyes por el buey, y cuatro ovejas por la oveja", Éx. 21,37). Por lo
general, estas leyes se refieren a los problemas que pueden surgir
en la vida rural y urbana. Las leyes casuísticas son similares en su
forma, y a menudo en su contenido, a las normas recogidas en el
Código de Hammurabi y otros códigos legales del antiguo Oriente
Próximo.
Escritos apocalípticos
El apocalipsis, como género diferenciado, surgió en Israel en el
periodo posterior al exilio, es decir, tras el cautiverio de los judíos
en Babilonia entre el 586 y el 538 a.C. Un apocalipsis o revelación
expone una serie de acontecimientos futuros mediante una larga y
detallada reseña de un sueño o de una visión. Utiliza imágenes de
fuerte contenido simbólico y con frecuencia extravagantes, que a su
vez son explicadas e interpretadas. Los escritos apocalípticos
suelen reflejar la perspectiva histórica que tiene el autor de su
propia era, en un momento en que las fuerzas del mal se
aprestaban para librar su batalla final contra Dios, tras lo cual
nacería una nueva edad.
Daniel es el único libro apocalíptico, como tal, de las Escrituras
hebreas, y su primera mitad (capítulos 1 al 6) es en realidad una
serie de historias legendarias. Sin embargo, partes de otros libros
son en muchos aspectos similares a la literatura apocalíptica (Is.
24-27; Zac. 9-14; y algunas partes de Ezequiel). Entre los apócrifos
Esdras es un apocalipsis. El judaísmo de los dos últimos siglos a.C.
y del primer siglo d.C. produjo muchas otras obras apocalípticas
que nunca fueron consideradas canónicas. Entre ellas se incluyen
Enoc, Guerra de los Hijos de la Luz y los Hijos de la Oscuridad, y el
Apocalipsis de Moisés.
Hasta hace poco tiempo, la mayoría de los especialistas sostenía
que el desarrollo de la literatura y el pensamiento apocalípticos
estuvo muy influido por la religión persa. Este punto de vista está
siendo objetado por la identificación de las raíces de la literatura
apocalíptica en el propio pensamiento israelita, en especial en la
concepción del futuro por parte de los profetas, así como en las
más antiguas tradiciones del Oriente Próximo.
La evolución del Antiguo Testamento
No cabe ninguna duda de que todos los libros del Antiguo
Testamento no tuvieron su origen en la misma época y en el mismo
lugar. Por el contrario, son el producto de la evolución de la fe y la
cultura israelitas durante al menos un milenio. En consecuencia,
otra perspectiva literaria analiza los libros y sus elementos
constituyentes en términos de sus autores y de su historia literaria y
preliteraria.
En la práctica todos los libros atravesaron un largo periodo de
transmisión y evolución antes de llegar a ser recopilados y
canonizados. Es más: es necesario distinguir entre los puntos de
vista tradicionales judíos y cristianos en cuanto a la autoría y
datación de los libros, por una parte, y su historia literaria real como
ha sido reconstruida por los especialistas a partir de las pruebas
contenidas en los libros bíblicos y en otros lugares, por la otra. El
presente artículo no tiene por objeto presentar una reseña
detallada de la historia literaria del Antiguo Testamento. Muchos de
los hechos reales se desconocen, la historia es larga y por lo
general complicada, y las conclusiones más antiguas deben
revisarse cada cierto tiempo a la luz de nuevos hallazgos y métodos
de investigación. Sin embargo, es posible resumir el perfil general
de dicha historia.
Casi todos los libros del Antiguo Testamento recorrieron un largo
camino desde el momento en que se pronunciaron o escribieron las
primeras palabras hasta que adquirieron su forma definitiva. En
este proceso participaron muchas personas, como narradores,
autores, editores, oyentes y lectores. Y en este devenir les cupo un
papel importante, no sólo a los individuos, sino a las diferentes
comunidades de fe.
Detrás de muchas de las actuales obras literarias pueden
discernirse tradiciones orales. Por ejemplo, la mayoría de los
relatos del Génesis circularon de forma oral antes de ser
transcritos. Los discursos proféticos, hoy en forma escrita, se
transmitieron primero de modo oral. De hecho, todos los Salmos,
tanto si fueron escritos como si no, se compusieron para ser
cantados o recitados en voz alta durante las ceremonias religiosas.
Sin embargo, no sería prudente deducir que la difusión oral fuera
tan sólo precursora de la literatura escrita, y que cesó una vez que
se escribieron los libros porque está probado que las tradiciones
orales coexistieron con el material escrito durante muchos siglos.
El Pentateuco
Según la tradición judeo-cristiana Moisés fue el autor del
Pentateuco, los primeros cinco libros de la Biblia. Sin embargo, tal
aseveración no aparece en ninguno de estos libros. La tradición
tiene su origen en la forma en que son denominados por los
hebreos, libros de Moisés, aunque con ello quisiesen significar
relativos a Moisés. Ya en la edad media, los eruditos judíos
reconocieron que existía un problema con la tradición:
Deuteronomio (el último libro del Pentateuco) relata la muerte de
Moisés. En realidad, los libros son obras compuestas por autores
anónimos. Sobre la base de numerosas copias y repeticiones,
incluyendo dos designaciones diferentes para la deidad, dos relatos
separados de la creación, dos historias entrelazadas del Diluvio,
dos versiones de las Plagas de Egipto y muchas otras pruebas, los
especialistas modernos han llegado a la conclusión de que los
escritores del Pentateuco utilizaron varias fuentes distintas, cada
una de un escritor y de un periodo diferentes.
Las fuentes difieren en su vocabulario, estilo literario y
perspectiva teológica. La más antigua es la Jehovística o Yahvista
(J, porque utiliza el nombre divino Jahvé, transcrito también como
Jehová, o Yahvé), que por lo general suele datarse entre los siglos
X o IX a.C. La segunda es la Elohísta (E, porque utiliza el nombre
general de Elohím para designar a Dios), y suele situarse en el
siglo VIII a.C. A continuación está la Deuteronómica (D, limitada al
Deuteronomio y a unos pocos pasajes de otros libros), de finales
del siglo VII a.C. La última es la Sacerdotal (P, de 'priest', sacerdote
en inglés, por su énfasis en la ley cúltica y en los asuntos
sacerdotales), situada en los siglos VI o V a.C. J incluye una reseña
narrativa completa desde la creación hasta la conquista de Canaán
por Israel. E ya no es una narración completa, si es que alguna vez
lo fue; su material más antiguo se remonta a Abraham. P se
concentra en la alianza y en la revelación de la ley en el monte
Sinaí, aunque sitúa ambos elementos dentro de una narración que
se inicia en la creación.
Ninguno de los autores de estos documentos, si es que fueron
individuos y no grupos, fue un autor creativo en el sentido moderno
del término. Más bien trabajaron como editores que recopilaron,
organizaron e interpretaron tradiciones más antiguas, tanto orales
como escritas. En consecuencia, la mayor parte del contenido de
las fuentes es mucho más antiguo que las propias fuentes. Algunos
de los materiales escritos más antiguos son pasajes extraídos de
obras poéticas como Paso del Mar (Éx. 15), y parte del material
legal tiene su origen en antiguos códigos. Una opinión reciente
sugiere que los relatos individuales del Pentateuco fueron
compilados bajo un epígrafe que aludía a diversas temáticas
trascendentales (la promesa a los patriarcas, el éxodo, la travesía
del desierto, Sinaí y la conquista de la Tierra Prometida),
adquiriendo su forma básica en torno al 1100 a.C. En cualquier
caso, el relato de las raíces de Israel se conformó en y bajo la
influencia de la comunidad de la fe.
Historia deuteronomística
En los últimos años Deuteronomio, Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel y
1 y 2 Reyes han sido reconocidos como un relato unificado de la
historia de Israel desde los tiempos de Moisés (siglo XIII a.C.) hasta
el exilio en Babilonia (el periodo que arranca desde la caída de
Jerusalén en el 586 a.C. hasta culminar en la reconstrucción en
Palestina de un nuevo Estado judío tras el 538 a.C.). Por cuanto el
estilo literario y la perspectiva teológica son similares a las del
Deuteronomio, esta reseña se ha dado en denominar Historia
deuteronomística. Sobre la base de los últimos acontecimientos que
reseña, entre otras evidencias, se ha llegado a la conclusión de
que puede haber sido escrita en torno al 560 a.C., durante el exilio.
Sin embargo, es posible que al menos una edición fuera anterior.
El escritor (o escritores) de la obra tenía como objetivo registrar
la historia de Israel, así como dar cuenta de la catástrofe que
recayó sobre la nación a manos de los babilonios. Por un lado,
trabajó como lo haría cualquier otro historiador, recogiendo y
organizando fuentes más antiguas, tanto escritas como orales.
Empleó materiales muy heterogéneos, incluyendo relatos de los
profetas, relaciones de diversa índole, crónicas más antiguas e
incluso registros de la corte. De hecho, suele derivar al lector a sus
fuentes (por ejemplo, Jos. 10,13; 2 Sam. 1,18; 2 Re. 15,6). No
obstante aplicó también la visión del teólogo, quizá de alguien que
ya tenía firmes convicciones acerca del curso y significado de los
acontecimientos que iba registrando. Estas convicciones hallaron
su expresión en la forma en que organizó el material y añadió los
discursos, que él mismo había escrito, en boca de los principales
protagonistas (por ejemplo, Jos. 1). Creía que Israel había sido
sojuzgada por Babilonia debido a la desobediencia a la ley de
Moisés (como en Deuteronomio), en especial por adorar dioses
falsos en altares paganos; creía asimismo que los profetas habían
advertido del exilio mucho tiempo antes de que se produjera.
Los libros poéticos
Resulta muy difícil datar o atribuir a un determinado autor o
autores tanto la poesía cultual como la sapiencial del Antiguo
Testamento, sobre todo por contener tan pocas alusiones
históricas. Se considera que David es el autor de Salmos porque,
según la tradición, cantaba y componía. De hecho, sólo 70 de los
150 salmos se identifican de modo inequívoco con David, y
muchísimos menos datan de la época de este rey hebreo. Las
atribuciones a David y a otros se hallan en los encabezados,
añadidos mucho después que los Salmos fueran escritos. La
identificación de Proverbios y de otros libros sapienciales con
Salomón tiene su origen en la tradición de la gran sabiduría de este
monarca, y es fiable por cuanto promovió instituciones que
desarrollaron este tipo de literatura. La poesía sapiencial contiene
algunos de los materiales más antiguos de las Escrituras hebreas
(en los refranes y proverbios), y las composiciones como
Eclesiastés y Eclesiástico algunos de los más recientes.
Salmos se convirtió en el libro de himnos y oraciones del
Segundo Templo de Israel, pero muchos de los cánticos son
anteriores a la construcción del santuario. Contienen motivos,
temas y expresiones que Israel heredó de sus predecesores
cananeos. Muchas voces hablan en y a través de los Salmos, pero
sobre todas se oye la expresión de una comunidad que se entrega
a la oración.
Los libros proféticos
Muy pocos libros proféticos, si acaso, fueron escritos en su
integridad por la persona con cuyo nombre han sido designados.
Es más: en la mayoría de los casos, incluso las palabras del profeta
original fueron registradas por otros. La historia de Baruc, escriba
de Jeremías (Jer. 36 y también Is. 8,16) ilustra uno de los métodos
con los que las palabras pronunciadas por los profetas se
convirtieron en libros. Las diversas manifestaciones de los profetas
deben de haber sido recordadas y recopiladas por sus seguidores
y, según lo indicaran las circunstancias, transcritas. Más tarde, la
mayoría de los libros fueron editados y ampliados. Por ejemplo,
cuando Amós (c. 755 a.C.) se utilizó en tiempos del exilio, se le dio
un final nuevo y esperanzador (Am. 9,8-15). Isaías refleja siglos de
la historia israelita y la obra de varios profetas y otras
personalidades; Is. 1-39 se basa sobre todo en el profeta original
(742-700 a.C.); los capítulos 40 al 55 son obra de un profeta
desconocido del exilio, denominado Segundo Isaías (539 a.C.); y
los capítulos 56 al 66, identificados con el Tercer Isaías, provienen
de diversos escritores del periodo posterior al exilio.
El canon
La Biblia hebrea y las versiones cristianas del Antiguo
Testamento fueron canonizadas en distintos momentos y lugares,
aunque el desarrollo de los cánones cristianos debe entenderse en
los términos de las Escrituras judías.
El canon hebreo
En Israel la idea de un libro sagrado data, como mínimo, del 621
a.C. Durante la reforma de Josías, rey de Judá, cuando se estaba
rehabilitando el Templo, el sumo sacerdote Jilquías descubrió "el
libro de la Ley" (2 Re. 22). El rollo era probablemente la parte
central del actual Deuteronomio, pero lo importante es la autoridad
a la que se atribuyó. Más respeto se concedió al texto leído por
Esdras, el sacerdote y escriba hebreo, ante la comunidad a finales
del siglo V a.C. (Neh. 8).
La Biblia hebrea se fue convirtiendo en Sagradas Escrituras en
tres etapas diferenciadas. La secuencia se corresponde con las
tres partes del canon hebreo: la Torá, los Profetas y los
Hagiográficos. Sobre la base de las pruebas externas, parece
evidente que la Torá o Ley fue aceptada como texto sagrado entre
las postrimerías del exilio de Babilonia (538 a.C.) y el cisma
samaritano del judaísmo, hacia el 300 a.C. Los samaritanos
reconocen como Biblia sólo a la Torá.
La segunda fase fue la canonización de Neviím (Profetas). Tal y
como lo indican los encabezamientos de los libros proféticos, las
palabras de los profetas que habían quedado registradas
comenzaron a considerarse palabra de Dios. A todos los efectos, la
segunda parte del canon hebreo se concluyó a finales del siglo III
a.C., no mucho antes del 200 a.C.
Entre tanto se compilaban, leían y utilizaban otros libros en el
culto y el estudio. Hacia la época en que se escribió Eclesiástico (c.
180 a.C.), se había desarrollado la idea de una Biblia tripartita. El
contenido de la tercera parte, Ketuvim (Hagiográficos), se mantuvo
bastante fluido en el judaísmo hasta después de la caída de
Jerusalén en poder de los romanos, en el 70 d.C. Hacia finales del
siglo I d.C., los rabinos de Palestina ya habían determinado y
cerrado la lista definitiva.
En el proceso de canonización obraron tanto fuerzas positivas
como negativas. Por una parte, la mayoría de las decisiones ya
habían sido adoptadas de facto: Torá, Profetas y la mayor parte de
Hagiográficos venían sirviendo como Escrituras desde hacía varios
siglos. La controversia giró sólo en torno a unos pocos libros de los
Hagiográficos, como Eclesiastés y Cantar de los Cantares. Por la
otra, se escribían y difundían otros muchos libros religiosos, que
aducían ser también la palabra de Dios. Entre éstos se incluían los
actuales apócrifos de los protestantes (algunos de ellos
deuterocanónicos para los católicos y ortodoxos, y otros apócrifos
también para éstos), algunos de los libros del Nuevo Testamento, y
muchos más. En consecuencia, la decisión oficial de establecer una
Biblia debe considerarse como la respuesta a un planteamiento
teológico: ¿según qué libros definirá el judaísmo su propia doctrina
y su relación con Dios?
El canon cristiano
El segundo canon, el que hoy es la versión católica del Antiguo
Testamento, surgió primero como una traducción de los primeros
libros hebreos al griego. El proceso se inició en el siglo III d.C. fuera
de Palestina a causa de que las comunidades judías de Egipto y de
otros lugares necesitaban las Escrituras en el idioma de su propia
cultura. La mayoría de los libros adicionales de esta Biblia,
incluyendo suplementos de libros más antiguos, tuvo su origen
entre las comunidades judías no palestinas. Hacia finales del siglo I
d.C., cuando se recopilaban y difundían los primeros escritos
cristianos, existían ya dos versiones de las Escrituras del judaísmo:
la Biblia hebrea y el Antiguo Testamento en griego (conocido como
Septuaginta). Sin embargo, la Biblia hebrea marcaba la norma
oficial de la teología y la práctica. Ninguna prueba indica que en el
judaísmo haya existido alguna vez una lista oficial de Escrituras en
griego. Los libros adicionales de la Septuaginta fueron reconocidos
de forma oficial sólo por el cristianismo. Los escritos de los primeros
Padres de la Iglesia contienen numerosas y diversas listas, pero es
evidente que prevaleció el Antiguo Testamento en griego, más
extenso.
El último paso importante en la historia del canon cristiano tuvo
lugar durante la Reforma protestante. Cuando Martín Lutero tradujo
la Biblia al alemán, redescubrió lo que otros (destacando de modo
muy notable san Jerónimo, el erudito bíblico del siglo IV) ya sabían:
que el Antiguo Testamento original estaba escrito en hebreo.
Eliminó de su Antiguo Testamento todos los libros no incluidos en la
Biblia judía y los tildó de apócrifos. Esta medida tuvo por objeto
volver al texto y al canon acaso más antiguos y por consiguiente
mejores, y oponer a la autoridad de la Iglesia la autoridad de
aquella versión más antigua de la Biblia.
Los textos y las versiones antiguas
Todos los traductores contemporáneos de la Biblia intentan
recuperar y utilizar el texto más antiguo, quizá el más fiel al original.
No existen copias originales ni autográficas, sino centenares de
manuscritos diferentes con numerosas versiones distintas. En
consecuencia, todo intento de determinar cuál es el mejor texto de
un libro o versículo concretos debe basarse en el trabajo
meticuloso y en el juicio de los científicos.
Textos masoréticos
Con respecto al Antiguo Testamento, la principal diferenciación
es la existente entre los textos en hebreo y las versiones o
traducciones en otros idiomas antiguos. Los testimonios más
importantes y por lo general más fiables en hebreo, son los textos
masoréticos, obra de los eruditos judíos (denominados masoretas)
que se encargaron de la tarea de copiar y transmitir con fidelidad la
Biblia. Estos sabios, que trabajaron desde los primeros siglos de la
era cristiana hasta la edad media, también insertaron en el texto la
puntuación, las vocales (el texto hebreo original contiene sólo
consonantes) y diversas notas. La Biblia hebrea estándar que se
utiliza en nuestros días es la reproducción de un texto masorético
escrito en 1088. El manuscrito, en forma de códice o libro, se
encuentra en la colección de la Biblioteca Pública de San
Petersburgo. Otro texto masorético, el Códice de Alepo (primera
mitad del siglo X d.C.) es el sustrato básico de una nueva edición
del texto que está preparando la Universidad Hebrea de Jerusalén.
El Códice de Alepo es el manuscrito más antiguo de la Biblia hebrea
íntegra, aunque data de más de un milenio después de que se
escribieran los últimos libros bíblicos, y quizá más de 2.000 años
después de los primeros.
No obstante, se conservan manuscritos hebreos más antiguos
-masoréticos y de otra índole- de libros individuales. Muchos de
ellos, que datan del siglo VI, fueron descubiertos a finales del siglo
XIX en la guenizá (depósito en el que se guardan los escritos
inutilizados o desechados para evitar que se profane el nombre de
Dios escrito en ellos) de la sinagoga de El Cairo. Numerosos
manuscritos y fragmentos, muchos de ellos de la era precristiana,
fueron recuperados en la región del Mar Muerto a partir de 1947.
Aunque muchos de los manuscritos más importantes son bastante
tardíos, en particular los textos masoréticos conservan una tradición
textual que se remonta cuando menos a un siglo antes de la era
cristiana.
La Septuaginta y otras versiones en griego
Las versiones más valiosas de la Biblia hebrea son las
traducciones al griego. En algunos casos las versiones griegas
presentan un material superior al de la hebrea, ya que se basan en
textos hebreos más antiguos que los que nos han llegado hasta
hoy. Muchos de los manuscritos griegos son mucho más antiguos
que los manuscritos de la Biblia hebrea íntegra, y fueron incluidos
en copias de la Biblia cristiana completa que datan de los siglos IV y
V d.C. Los manuscritos más importantes son el Códice Vaticano (en
la Biblioteca del Vaticano), el Códice Sinaítico y el Códice
Alejandrino (ambos se encuentran en el Museo Británico).
La versión griega más importante se denomina Septuaginta (en
griego, 'setenta'), porque la leyenda afirma que la Torá fue
traducida en el siglo III d.C. por 70 (ó 72) traductores. Tal vez, la
leyenda sea cierta en algunos aspectos: la primera traducción al
griego incluía sólo a la Torá y fue realizada en Alejandría
(al-Iskandariya) en el siglo III a.C. Más tarde se tradujeron las
demás Escrituras hebreas, aunque parece lógico que esta tarea
fuese realizada por otros eruditos cuya pericia y concepciones eran
distintas.
Se emprendieron muchas otras traducciones al griego, que en su
mayoría se conservan sólo gracias a fragmentos o citas de los
primeros Padres de la Iglesia y otros. Entre ellas se incluyen las
versiones de Aquila, Símaco, Teodosio y Luciano. El teólogo
cristiano Orígenes (siglo III) estudió los problemas que presentaban
estas versiones diferentes y preparó una Héxapla, una crítica
textual en la que organizó en seis columnas paralelas el texto
hebreo, el texto hebreo transliterado al griego, y las versiones de
Aquila, Símaco, Teodosio y Luciano.
Pešitta, Antigua latina, Vulgata y los Targum
Entre otras versiones merecen mencionarse la Pešitta, o siríaca,
iniciada con toda probabilidad en el siglo I d.C.; la Antigua latina,
que no fue traducida del hebreo sino que procede de la
Septuaginta en el siglo II; y la Vulgata, traducida del hebreo al latín
por san Jerónimo a finales del siglo IV d.C.
Otras versiones que deben considerarse son los Targum
arameos. En el judaísmo, cuando el arameo sustituyó al hebreo
como idioma cotidiano, se hicieron necesarias traducciones,
primero para acompañar la lectura oral de las Escrituras en la
sinagoga, y más tarde transcritas al papel. Los Targum no eran
traducciones literales, sino más bien paráfrasis o interpretaciones
del original. Los dos Targum más importantes son el que tuvo su
origen en Palestina y los revisados en Babilonia. En el último
decenio se descubrió un manuscrito íntegro del Targum palestino,
el Neofiti I, guardado en la Biblioteca del Vaticano. De los Targum
babilonios, los más conocidos son el de Onquelos (Pentateuco) y el
de Jonatán (Profetas).
Las versiones suelen ser testimonios cualificados, en ocasiones
los mejores, del texto original. Además, incluyen importantes
pruebas de la historia del pensamiento entre las comunidades para
las que la Biblia constituía un texto fundamental.
El Antiguo Testamento y la historia
En casi todas sus páginas el Antiguo Testamento reclama
atención hacia la realidad y respeto hacia la importancia de la
historia. El Pentateuco y los libros históricos contienen historias de
salvación; los profetas hacen constantes referencias a hechos del
pasado, del presente y del futuro. Como la historia de Israel se
recoge en el Antiguo Testamento, llegó a organizarse en una serie
de acontecimientos o periodos fundamentales: el éxodo (incluyendo
los relatos desde los patriarcas hasta la conquista de Canaán), la
monarquía, el exilio de Babilonia y el retorno a Palestina con la
restauración de las instituciones religiosas.
Separación entre la interpretación y la historia
Es importante diferenciar entre la interpretación que hace el
Antiguo Testamento sobre lo ocurrido, y la historia crítica. Para
escribir una reseña creíble, el historiador necesita fuentes más o
menos fiables, contemporáneas de los propios acontecimientos. La
principal fuente de información acerca de la historia de Israel es el
Antiguo Testamento y, por lo general, a sus autores les preocupaba
en esencia el significado teológico del pasado. Es más: la mayoría
de los documentos son posteriores (en algunos casos datan de
varios siglos después) a los sucesos que describen. No existe un
cuerpo significativo de pruebas escritas que se remonte al periodo
anterior a los tiempos de la monarquía, instaurada con la unción de
Saúl como primer rey de Israel en el siglo XI a.C. Otras pruebas,
obtenidas a partir de escritos o de artefactos, se han recuperado
gracias a la arqueología, aunque todas las evidencias, tanto
bíblicas como arqueológicas, deben evaluarse de manera crítica.
Sin duda, todos los textos bíblicos que ha sido posible fechar
contienen importante información histórica. Revelan hechos
relativos al periodo en que fueron escritos, aunque ello no significa
que hayan de incluir reseñas exactas y literales sobre los
acontecimientos que relatan.
El núcleo histórico
La existencia de Israel fue parte de la historia del antiguo Oriente
Próximo. Al igual que las demás naciones pequeñas del
Mediterráneo Oriental, Israel estuvo a merced de las grandes
potencias de entonces -Egipto, Asiria y Babilonia- y pudo prosperar
de forma independiente sólo cuando éstas decaían o se
enfrentaban entre sí.
La historia antigua y el desarrollo de Israel
Existe un considerable cuerpo de información relativo a la historia
del antiguo Oriente Próximo a partir del tercer milenio a.C., aunque
una historia detallada de Israel sólo puede comenzar en torno a los
tiempos de David (1000-961 a.C.). Ello no significa que no haya
nada que decir acerca de las épocas precedentes o que toda la
información de los sucesos anteriores a David sea inexacta. Implica
que es muy difícil separar las pruebas históricas de las
interpretaciones posteriores y que se conocen con certeza pocos
detalles. Los relatos de Génesis sobre los patriarcas, por ejemplo,
no fueron concebidos como historia. La historia se refiere a
acontecimientos públicos; las narraciones de los patriarcas son
episodios familiares, en su mayor parte centrados en asuntos
privados. Sin embargo, las pruebas arqueológicas han demostrado
que el entorno o escenario de estos relatos puede proporcionar un
cuadro bastante fidedigno de cómo era la vida durante el Bronce
tardío. Los relatos sugieren que los antepasados de Israel eran
seminómadas y aportan indicios acerca de sus creencias y
prácticas religiosas.
Un cuidadoso análisis de los registros bíblicos y un uso prudente
de las pruebas arqueológicas permiten situar al éxodo desde Egipto
en la segunda mitad del siglo XIII a.C. No obstante, se desconoce
incluso la ruta del éxodo. Sobre este particular el Antiguo
Testamento conserva al menos dos tradiciones relevantes. Es
posible que no participaran todas las tribus de Israel, y lo más
probable es que lo hicieran sólo las tribus de José.
En Josué 1-12 y Jueces 1-2 se encuentran dos versiones
diferentes de la entrada de Israel a la tierra de Canaán. Las
sucintas manifestaciones que aparecen en Josué dan cuenta de
que los israelitas, bajo el mando de Josué, conquistaron el territorio
de manera repentina, mientras que Jueces 1-2 y otras tradiciones
apoyan la conclusión de que cada tribu fue ocupando su territorio
de manera gradual, y transcurrieron varias décadas, si no siglos,
antes de que Israel adquiriese su territorio. Así, el periodo de las
conquista y el de Jueces se superponen. Por lo general, durante los
dos siglos posteriores al 1200 a.C., las tribus llevaron a veces
existencias separadas y otras veces juntas, para convertirse en una
nación (Israel); sólo tras un proceso gradual.
La monarquía
La monarquía surgió en torno al siglo XI a.C., en un clima de
enfrentamientos internos y amenazas externas. Las luchas
intestinas giraron en torno a la forma de gobierno adecuada para la
nación. Mientras que algunos favorecían el estilo más tradicional de
liderazgo carismático en épocas de crisis, otros deseaban una
monarquía estable. Triunfó la monarquía debido a la amenaza
exterior de los filisteos, superiores en el orden militar, que ocuparon
cinco ciudades de la llanura costera. Saúl unió a las tribus e
instauró la monarquía, pero murió junto a su hijo Jonatán en una
batalla contra los filisteos. David se convirtió en rey, primero del sur
y más tarde de toda la nación. Tras encargarse de eliminar de una
vez por todas la amenaza filistea, instauró un imperio que abarcó
desde Siria hasta la frontera con Egipto. Su reinado fue largo y
próspero, aunque no carente de luchas intestinas por la posesión
de su trono. Le sucedió su hijo Salomón, quien estableció una corte
al estilo de otros monarcas orientales. Salomón construyó un
palacio y el gran Templo de Jerusalén, exprimiendo al máximo los
recursos del país para realizar sus grandiosos proyectos.
Los reinos de Israel y Judá
Tras la muerte de Salomón, las tribus del norte se rebelaron bajo
el mando de su hijo Roboam. Las dos naciones, Israel en el norte y
Judá en el sur, nunca volvieron a reunirse, y con frecuencia
lucharon entre sí. En Judá la dinastía de David continuó hasta la
ocupación del país por los babilonios (597-586 a.C.), aunque en
Israel abundaron los reyes y las dinastías. El periodo de la
monarquía dividida estuvo señalado por amenazas de parte de los
asirios, los arameos y los babilonios. Israel, con capital en Samaria,
cayó en manos del ejército asirio en el 722-721 a.C., siendo sus
gentes deportadas e instalándose extranjeros en su lugar. Judá
sufrió dos humillaciones a manos de los babilonios: la rendición de
Jerusalén en el 597, y su destrucción en el 586 a.C. En ambas
ocasiones se deportaron cautivos a Babilonia, pero como no se
asentaron extranjeros en Judá y los cautivos gozaron de cierta
libertad, al menos la de asociarse entre sí, la vida del pueblo
continuó tanto en Babilonia como en su país natal. El exilio fue un
desastre que desde hace mucho tiempo los profetas habían
anunciado como castigo divino, aunque la experiencia llevó a los
israelitas a reconsiderar su propio significado como pueblo y a
transcribir e interpretar sus antiguas tradiciones.
El periodo posterior al exilio
En el año 538 a.C. el pueblo fue liberado de Babilonia cuando el
rey Ciro instauró el imperio persa. Los profetas Esdras y Nehemías
fueron los líderes de la época posterior al exilio, cuando se
restablecieron las instituciones y se reconstruyó el Templo. Judá
pasó a ser una provincia del imperio persa, y los habitantes
gozaron de una relativa autonomía, en especial en cuanto a la
religión.
En algún momento durante este periodo la historia de Israel
devino en la historia del judaísmo, aunque su fecha exacta es
objeto de polémica. A principios de la era cristiana, el pueblo había
sobrevivido al surgimiento del Imperio heleno (333 a.C.), a la
revolución y al régimen macabeo (168-165 a.C.) y al
establecimiento del control romano sobre Palestina (63 a.C.). Tras
ser sofocada una rebelión en el año 70 d.C., que provocó la
destrucción de Jerusalén, su vida cambió por completo.
Temas doctrinales del Antiguo Testamento
Los temas doctrinales del Antiguo Testamento son ricos,
profundos y diversos. En estos escritos no puede hallarse una
teología única, ya que surgieron de numerosos individuos y
comunidades durante varios siglos. Reflejan no sólo una evolución
del pensamiento, sino también diferencias e incluso conflictos de
opinión. Por ejemplo, coexisten diferentes interpretaciones de la
Creación y en más de una ocasión los profetas desafiaron los
juicios de los sacerdotes. Los temas del Antiguo Testamento son
coherentes por sí y entre sí, aunque no se trata de una teología
sistematizada. La canonización de la Biblia, aunque determinó una
lista oficial, también reconoció una diversidad sustancial.
El Dios de Israel
El tema teológico más obvio del Antiguo Testamento es a la vez el
más recurrente e importante: Yahvé (el nombre de Dios en el
Antiguo Testamento) es el Dios de Israel, del mundo entero y de la
historia. Esta temática se reitera a partir de Éx. 20,3 ("No habrá
para ti otros dioses delante de mí") hasta las demás Escrituras
hebreas, y constituye el pilar del resto de las reflexiones teológicas.
Sin embargo, sería engañoso identificar este tema con el
monoteísmo. Se trata de un término demasiado abstracto para los
textos en cuestión y en todos, si se exceptúan algunos de los
materiales menos antiguos, se da por supuesta la existencia de
otros dioses. Por lo general, los otros dioses se consideran
subordinados a Yahvé y en cualquier caso Israel debe mantenerse
fiel al único Dios. Se afirma que ese Dios es el creador del mundo,
el rey activo de la historia que salva y juzga, todopoderoso pero
preocupado por su pueblo. Se revela a sí mismo de varias formas:
a través de la ley, de los acontecimientos y de los profetas y
sacerdotes.
El lenguaje característico del Antiguo Testamento acerca de Dios
vincula el nombre de Yahvé con los acontecimientos: "Yo, Yahvé,
soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de
servidumbre" (Éx. 20,2). Israel reconoce quién es Dios más en
términos de lo que ha hecho o hará que en términos de su
naturaleza intrínseca. Así, la historia adquiere una especial
importancia como esfera de la acción divina y de la interacción con
su grey. La única salvedad significativa a esta acepción del
lenguaje histórico se encuentra en la literatura sapiencial.
La Alianza y la Ley
Otros dos temas fundamentales del Antiguo Testamento, la
Alianza y la Ley, están relacionados de forma estrecha. Alianza
posee numerosos significados, incluyendo un acuerdo entre
naciones o individuos, pero sobre todo se refiere al pacto entre
Yahvé e Israel sellado en el monte Sinaí. El lenguaje relativo a la
alianza tiene mucho en común con el de los tratados del antiguo
Oriente Próximo, ya que tanto aquélla como éstos se confirman
mediante juramentos. Yahvé aparece tomando la iniciativa en el
establecimiento de la alianza al elegir a un pueblo. Quizá la
formulación más sencilla de la alianza es la frase: "Yo os haré mi
pueblo y seré vuestro Dios" (Éx. 6,7). Se concebía que la ley se
había otorgado como parte de la alianza, compromiso por el cual
Israel se convirtió en el pueblo de Dios. La ley contiene normativas
de conducta en relación con los demás seres humanos y reglas
sobre las prácticas religiosas, aunque no transmite un código de
instrucciones para afrontar todos los aspectos de la vida. Más bien
parece señalar los límites que el pueblo no podrá transgredir sin
romper la alianza.
El ser humano
El Antiguo Testamento hace hincapié en el concepto de los seres
humanos en comunidad, algo importante para un pueblo que ha
establecido este tipo de alianza. El ser humano individual era
concebido como un cuerpo animado, como sugiere Gén. 2,7:
"Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló
en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente".
Ese 'aliento' no debe considerarse como un 'alma', sino como 'vida'.
En el Antiguo Testamento, el ser humano era concebido como una
unidad de materia física y vida, una integridad que era un regalo de
Dios. En consecuencia, la muerte era una realidad vívida. Las
visiones de una vida después de la muerte o de la resurrección
aparecen como raras excepciones, y con mucha posterioridad, en
el pensamiento israelita.
Otro tema que aparece en los profetas y que resulta básico en
otras partes es que Yahvé es un Dios justo que espera de su
pueblo justicia y rectitud. Ello incluye la equidad en todos los
asuntos humanos, la protección del débil y el establecimiento de
instituciones justas.
Al tratar éstas y otras materias, no es de sorprender que las
Escrituras judías proporcionasen los cimientos de dos religiones
universales, el judaísmo y el cristianismo.
El Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento consta de 27 documentos escritos entre el
50 y el 150 d.C., dedicados a cuestiones de creencias y prácticas
religiosas en las comunidades cristianas del mundo mediterráneo.
Aunque hay quienes han señalado que en estos documentos
subyacen originales en arameo (en especial el Evangelio de Mateo
y la Epístola a los Hebreos), todos ellos llegaron hasta nosotros en
griego, quizá el idioma original en que fueron redactados.
Texto, canon y primeras versiones Durante un tiempo algunos
eruditos cristianos consideraron al griego del Nuevo Testamento
como un género especial de idioma religioso, concebido por la
providencia como el vehículo óptimo para la fe cristiana. Hoy ha
quedado en evidencia, a partir de escritos extrabíblicos del periodo,
que el idioma del Nuevo Testamento es el koiné o griego común,
que se utilizaba en los hogares y mercados.
Manuscritos y crítica textual
Los manuscritos griegos del Nuevo Testamento que han llegado
hasta nuestros días, completos, parciales o en fragmentos, suman
unos 5.000. Sin embargo, ninguno es autógrafo, original de su
autor. Es probable que el más antiguo sea un fragmento del
Evangelio de Juan, datado en torno al 120-140 d.C. Las similitudes
entre estos manuscritos son más notables si se consideran las
diferencias cronológicas y los referidos a su lugar de origen, así
como los métodos y materiales de escritura. Sin embargo, entre las
divergencias se incluyen omisiones, adiciones, terminología y orden
de las palabras. Comparar, evaluar y fechar los manuscritos;
organizarlos en grupos afines y desarrollar criterios para evaluar
cuál es el texto que tiene más probabilidades de corresponderse
con el que en verdad escribieron sus autores, son tareas propias
de los críticos. Para sus evaluaciones se sirven de miles de citas de
las escrituras que aparecen en las obras de los primeros Padres de
la Iglesia y en una serie de antiguas traducciones de la Biblia a
otros idiomas. El fruto del trabajo de los críticos textuales es una
edición del Nuevo Testamento en griego que ofrece no sólo el que
se considera el mejor, sino que también incluye notas que indican
versiones divergentes en los principales manuscritos. Estas
variantes suelen aparecer en las traducciones como notas al pie en
las que se indica qué opinaban sobre el particular otras autoridades
antiguas (véanse, por ejemplo, Mc. 16,9-20; Jn. 7,53-8,11; He.
8,37). Las ediciones críticas del Nuevo Testamento griego han
venido apareciendo con cierta regularidad periódica a partir de la
obra del erudito holandés Desiderio Erasmo de Rotterdam (siglo
XVI).
Escritos precanónicos
Los 27 libros del Nuevo Testamento no son más que una fracción
de la producción literaria de las comunidades cristianas en sus
primeros tres siglos. Los principales tipos de documentos del Nuevo
Testamento (evangelios, epístolas y apocalipsis) fueron muy
imitados, atribuyéndose los nombres de los apóstoles u otras
figuras señeras a escritos concebidos para llenar el vacío del
Nuevo Testamento (por ejemplo, sobre la infancia y juventud de
Jesús) y satisfacer el apetito de más milagros, así como para alegar
revelaciones más novedosas y completas. Durante esta época
circularon hasta 50 evangelios. Muchos de estos escritos cristianos
no canónicos han sido recopilados y publicados como Apócrifos del
Nuevo Testamento.
El conocimiento de la literatura de este periodo se amplió en gran
medida gracias al descubrimiento en 1945, de la biblioteca de un
grupo cristiano herético, los gnósticos en Nag Hammadi, Egipto.
Esta colección, escrita en copto, ha sido traducida y publicada. Los
especialistas han prestado especial atención al Evangelio de
Tomás; uno de los 12 apóstoles que pretende recoger los
proverbios, 114 en total, que Jesús le transmitió en persona.
El canon
No existen registros claros para documentar cuáles fueron los
elementos determinantes para que la Iglesia adoptase un canon
oficial de los textos cristianos, ni tampoco de su proceso de
formación. Para Jesús y sus seguidores, la Torá, Profetas y los
Hagiográficos del judaísmo eran las 'Santas Escrituras'. Sin
embargo, la interpretación de estos escritos estaba regida por las
obras, las palabras y la persona de Jesús tal y como las
comprendieron sus fieles. A los apóstoles que conservaron las
palabras y hechos de Jesús y que continuaron su misión se les
atribuyó una autoridad especial. Que Pablo, por ejemplo,
pretendiera que sus epístolas fuesen leídas en voz alta en las
iglesias e incluso intercambiadas entre éstas (Col. 4,16; 1 Tes. 5,26
y ss.) indica que en las comunidades cristianas se estaban
desarrollando nuevas normas sobre las creencias y la práctica
religiosa. Esta norma constaba de dos partes: el Señor (conservado
en los "Evangelios") y los Apóstoles (sobre todo en las
"Epístolas").
Seguir el rastro de la historia de la evolución del canon del Nuevo
Testamento tomando como guía los libros mencionados o citados
por los primeros Padres de la Iglesia constituye un proceso incierto,
ya que es más lo que silencia que lo que declara. Al parecer, el
primer intento de establecer un canon tuvo lugar en torno al 150
d.C., por obra de un cristiano herético de nombre Marción, cuya
aceptable relación incluía el Evangelio de Lucas y 10 epístolas
paulinas, editados con una fuerte orientación antijudía. Quizá la
oposición a Marción fue la que dio impulso a los esfuerzos
tendentes a elaborar un canon aceptado de forma general.
Tal vez hacia el 200 d.C., 20 de los 27 libros del Nuevo
Testamento se consideraban autorizados. Aquí y allá prevalecían
preferencias locales, existiendo algunas diferencias entre las
Iglesias occidental y oriental. En general, los libros que durante un
tiempo fueron objeto de polémica, aunque más tarde se incluyeron
en el canon, eran Santiago, Hebreos, 2 Juan, 3 Juan, 2 Pedro y
Apocalipsis. Otros libros que gozaron de amplia aceptación popular
aunque al final resultaran rechazados, fueron Bernabé, 1 Clemente,
Hermas y el Didajé; los autores de estos libros suelen ser
denominados Padres Apostólicos.
La carta pastoral 39 que san Atanasio, obispo de Alejandría,
envió a las iglesias que se hallaban bajo su jurisdicción en el año
367, acabó con toda duda acerca de los límites del canon del
Nuevo Testamento. En dicha pastoral, que se conserva en una
colección de los mensajes anuales de la Cuaresma dictados por
Atanasio, relaciona como canónicos los 27 libros que siguen siendo
los constitutivos del Nuevo Testamento, aunque los organizó de
forma diferente. Estos libros del Nuevo Testamento, en su orden
actual, son los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan),
Hechos de los Apóstoles, Romanos, 1 Corintios, 2 Corintios,
Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 Tesalonicenses, 2
Tesalonicenses, 1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos,
Santiago, 1 Pedro, 2 Pedro, 1 Juan, 2 Juan, 3 Juan, Judas y
Apocalipsis.
Primeras versiones
Por cuanto el Nuevo Testamento se escribió en griego, la historia
de la transmisión del texto y de la determinación del canon suele
pasar por alto las primeras versiones, muchas de las cuales son
anteriores al texto griego más antiguo que ha llegado a nuestros
días. La rápida expansión del cristianismo más allá de las regiones
en las que prevalecía el griego requirió traducciones al siríaco, al
latín antiguo, al copto, al gótico, al armenio, al georgiano, al etíope
y al árabe. Las versiones en siríaco y latín aparecieron ya en el
siglo II y las traducciones al copto comenzaron a aparecer en el
siglo III. Estas primeras versiones no eran, en modo alguno,
traducciones oficiales, aunque se hicieron para suplir las
necesidades regionales de culto, predicación y enseñanza. En
consecuencia las traducciones quedaron ancladas en dialectos
locales y a menudo incluían sólo partes seleccionadas del Nuevo
Testamento. Durante los siglos IV y V se hicieron esfuerzos por
reemplazar estas versiones regionales por traducciones más
homogéneas que tuvieran una mayor aceptación. En el 382, el
papa Dámaso I encargó a san Jerónimo la preparación de una
Biblia en latín. Conocida con el nombre de Vulgata, reemplazó a
varios textos en latín antiguo. En el siglo V la Pešitta siríaca
sustituyó a las versiones existentes en este idioma, que a la sazón
eran las más populares. Como suele ser el caso, con gran lentitud
las antiguas versiones cedieron su lugar a las nuevas.
La literatura del Nuevo Testamento
Desde un punto de vista literario los documentos del Nuevo
Testamento pueden clasificarse en cuatro tipos o géneros
principales: evangelios, historia, epístolas y apocalipsis. De los
cuatro sólo los evangelios responden en apariencia a un estilo
literario que tuvo su origen en la comunidad cristiana.
Evangelios
Un evangelio no es una biografía aunque guarde algunas
semejanzas con las biografías de héroes, humanos o divinos, del
mundo grecorromano. Un evangelio es una serie de reseñas
individuales de hechos o dichos, cada una de las cuales mantiene
una cierta unidad, aunque estén organizados con el objeto de crear
un efecto acumulativo. Al parecer, los autores de los evangelios
tuvieron cierto interés en resaltar el orden cronológico, aunque no
fue una de sus prioridades. Lo que influyó en mayor medida sobre
la organización del material fueron los temas teológicos y las
necesidades de los lectores. Por ello podría esperarse que, aunque
los cuatro evangelios del Nuevo Testamento se centran en la vida
de Jesús de Nazaret y los cuatro son evangelios desde el punto de
vista literario, existiesen diferencias entre ellos. Y así es. A
excepción de los relatos del arresto, juicio, muerte y resurrección de
Jesús (episodios similares en los cuatro libros), los evangelios
difieren en importantes detalles, perspectivas y énfasis de
interpretación.
Sobre estos particulares es el Evangelio de San Juan el que más
se distingue de los demás. En este Evangelio Jesús aparece
descrito de forma más obvia como divinidad omnisapiente,
omnipotente y superior. Los otros tres se denominan Evangelios
Sinópticos (vistos juntos) porque a pesar de sus diferencias, si se
organiza en columnas paralelas el texto de Mateo, Marcos y Lucas,
sus coincidencias son tales que pueden apreciarse de un modo
visual, hasta tal punto que han generado numerosas hipótesis
acerca de sus relaciones. La opinión especializada más difundida
sostiene que Marcos fue el primer Evangelio que se escribió y sirvió
como fuente inspiradora para Mateo y Lucas. Lo más probable es
que estos dos últimos recurrieran a otros textos además de a esta
fuente común, una hipótesis basada en la gran cantidad de material
común que no se encuentra en Marcos. Esta fuente, que existe sólo
en la teoría ya que no ha podido ser identificada, ha sido
denominada Q, o Quelle (en alemán, 'fuente'). En su prólogo el
autor del Evangelio de Lucas dice haber investigado numerosas
narraciones sobre Jesús (Lc. 1,1-4).
Historia
La mejor representación de la narración histórica en el Nuevo
Testamento se halla en Hechos de los Apóstoles, el segundo de
dos volúmenes (en ocasiones denominados Lucas-Hechos)
atribuidos a san Lucas. Estos dos libros relatan la historia de Jesús
y de la Iglesia que surgió en su nombre como una narración
continua, centrada en la historia de Israel y del Imperio romano. La
historia se presenta desde el punto de vista teológico, es decir, que
interpreta el proceder de Dios en un acontecimiento concreto o con
una determinada persona. Hechos se destaca en el Nuevo
Testamento por recurrir a la narración histórica como vehículo para
la proclamación de la fe cristiana.
Epístolas
En el mundo grecorromano la epístola o carta constituía un estilo
literario bastante generalizado y constaba de la firma, dirección,
saludo, alabanza o acción de gracias, el mensaje y la despedida.
San Pablo encontró que este estilo congeniaba con respecto al que
mantenía para dirigirse a las iglesias que había fundado, y
resultaba de lo más cómodo y didáctico para un apóstol itinerante.
Este estilo adquirió gran popularidad en la comunidad cristiana y
fue empleado por numerosos jerarcas y escritores de la Iglesia. Las
epístolas que escribieron, algunas de las cuales aparecen en el
Nuevo Testamento, son en realidad sermones, exhortaciones o
tratados apenas encubiertos por los rasgos del género epistolar.
Escritos apocalípticos
Los escritos apocalípticos aparecen en todo el Nuevo
Testamento, pero su uso es predominante en el libro llamado
Apocalipsis (o Revelación). Por lo general, los apocalipsis se
escribieron en épocas de graves crisis de una comunidad, tiempos
en los que la gente mira más allá del presente y de lo humano en
busca de ayuda y esperanza. Esta literatura es muy visionaria,
simbólica y pesimista en cuanto a la situación global del mundo y
esperanzadora sólo en términos de lo invisible que está más allá de
lo material y de la victoria que está más allá de la historia. Las
visiones del fin del mundo se caracterizan por la retribución y la
recompensa a los justos. Al parecer, Apocalipsis fue escrito durante
la persecución desencadenada contra los cristianos bajo el
emperador romano Domiciano (81-96 d.C.).
Formas literarias
Dentro de estos cuatro estilos literarios principales, aparecen
diversas formas: poemas, himnos, fórmulas confesionales,
proverbios, historias milagrosas, bienaventuranzas, diatribas, listas
de obligaciones, parábolas, etcétera. Los estudios recientes han
prestado gran atención a la forma literaria no sólo como elemento
imprescindible para la comprensión del contenido, sino también
como vehículo mediante el cual el lector puede compartir la
experiencia creada en determinado pasaje. Las formas tienen el
poder de crear mundos y definir relaciones, y no son meros
accesorios del contenido.
En las obras de los especialistas bíblicos de antaño se prestaba
gran atención a la parábola, que durante siglos fue considerada
como una alegoría. A finales del siglo XIX el científico bíblico alemán
Adolf Jülicher adoptó una nueva orientación para realizar la
interpretación de las parábolas. Insistió en que las parábolas del
Nuevo Testamento deben ser entendidas como símiles reales más
que como alegorías. Así, sostuvo que los relatos de Jesús deben
entenderse como ejemplos cuyo significado podía volverse a
enunciar formulando temas o propuestas sencillas.
Las parábolas han llegado a ser aceptadas como obras del arte
literario con una fuerza y función similar a la de la poesía, por lo
cual no deben destruirse parafraseándolas, resumiéndolas ni
compendiándolas. Como arte literario, una parábola no se limita a
presentar su argumento, sino que además actúa sobre el lector,
creando, modificando o incluso rechazando una determinada
concepción de la vida y de la realidad. También se están
efectuando estudios académicos de otras formas literarias del
Nuevo Testamento.
La historia en el Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento no es una colección de máximas,
reflexiones y meditaciones desvinculadas de la realidad histórica.
Por el contrario, sus documentos se centran en una figura histórica,
Jesús de Nazaret, y aluden a los problemas que debieron enfrentar
sus seguidores en una gran diversidad de contextos específicos
dentro del Imperio romano. No obstante, esta preocupación por los
acontecimientos, los personajes y las situaciones históricas no
significa que el Nuevo Testamento se someta a intereses históricos
o cronológicos en exclusiva.
Determinación del contexto cronológico amplio
La reconstrucción histórica del periodo basada en las fuentes del
Nuevo Testamento presenta una serie de dificultades. En primer
lugar, los documentos están organizados según un criterio
teológico, y no desde una perspectiva cronológica. Los evangelios
están situados en primer lugar porque relatan la historia de Jesús,
aunque fueron escritos entre el 70 y el 90 d.C., hasta unos 60 años
después de su muerte. Hechos de los Apóstoles data también de
esta época. Sin embargo, las epístolas de Pablo son anteriores y
han sido situadas en la década entre el 50 y el 60 d.C., ya que
fueron compuestas en el transcurso de la obra misionera de Pablo.
Los demás libros, que pueden datarse entre el 90 y el 150 d.C.,
reflejan la situación de la Iglesia en el periodo postapostólico. En
segundo lugar, los documentos no demuestran demasiado interés
en la historia como proceso cronológico, en parte porque sus
autores creían en la inminencia del final de los tiempos. En tercer
lugar, el Nuevo Testamento no es un solo libro, sino un compendio
eclesiástico, conservado con el propósito específico de emplearse
para el culto, la predicación, la enseñanza y la polémica. Cuarto,
todos los documentos fueron escritos por defensores de la fe
cristiana con el objeto de proclamar e instruir en la fe; en
consecuencia, aunque contienen referencias históricas, no
constituyen informes históricos. Añádanse a estas dificultades la
falta de muchas referencias acerca de Jesús y de sus seguidores
en otras fuentes contemporáneas y se comprenderá por qué son
escasas las posibilidades de completar una historia detallada.
No obstante, los especialistas coinciden en cuanto al contexto
cronológico general. Los principales puntos de apoyo se
encuentran en Lucas y Hechos, que sitúan la narración de la vida
de Jesús y los comienzos de la Iglesia dentro del contexto de la
historia judía y romana. El Evangelio de Lucas afirma que Jesús
comenzó su ministerio en el 15º año de reinado de Tiberio (Lc. 3,1),
que sería el 28-29 d.C. Los cuatro Evangelios coinciden en que
Jesús fue crucificado cuando Poncio Pilatos era gobernador de
Judea (26-36 d.C.). El ministerio de Jesús tuvo lugar entre el 29 y el
30 d.C. si se acepta la versión de que duró un año, o entre el 29 y
el 33 d.C. según la teoría de que se prolongó entre tres y cuatro
años.
Las narraciones de la infancia
Antes de su vida pública, poco se sabe de Jesús. Era originario
de Nazaret de Galilea, aunque tanto Lucas como Mateo sitúan su
lugar de nacimiento en Belén de Judea, cuna ancestral del rey
David. Sólo los libros de Lucas y Mateo contienen relatos de su
nacimiento e infancia, que divergen en numerosos detalles. Lucas
(1,5-2,52) narra estos relatos entretejiendo en ellos poemas y
canciones prestados del Antiguo Testamento que expresan la
preocupación de Dios por los pobres y desheredados. Mateo
(1,18-2,23) moldea su relato sobre el modelo de la narración que
sobre Moisés recoge el Antiguo Testamento. Así como Moisés pasó
su infancia entre los ricos y sabios de Egipto, también Jesús fue
visitado y reverenciado por magos ricos y sabios. Así como Moisés
huyó y vivió oculto de un malvado rey que pretendía exterminar a
los varones hebreos recién nacidos, también Jesús fue salvado de
la masacre de Herodes (Herodes el Grande murió en el 4 a.C., por
lo que es probable que Jesús naciera entre el 6 y el 4 a.C.).
El resto del Nuevo Testamento guarda silencio acerca del
nacimiento de Jesús. En el transcurso de la historia de la Iglesia,
algunos cristianos han insistido en que las narraciones de la
infancia deben tomarse de forma literal, mientras que otros las han
considerado como uno de los muchos modos de expresar la
creencia en la relación de Jesús hacia Dios como su Hijo. La
tendencia del Nuevo Testamento a proclamar el significado de los
acontecimientos sin presentar la versión del narrador sobre los
propios hechos siempre ha dado lugar a la disensión entre quienes
se dedican a la investigación histórica.
Los apóstoles y la iglesia primitiva
Tras el ministerio de Jesús, descrito en los cuatro evangelios, el
movimiento religioso que había alentado quedó bajo la dirección de
los 12 hombres que había elegido para ser sus apóstoles. La
mayoría desapareció en la oscuridad y la leyenda de los tiempos,
aunque tres de ellos se mencionan como líderes continuadores:
Santiago, asesinado por Herodes Agripa en el año 44 d.C. (fecha
de la muerte del propio rey); Juan, su hermano, que al parecer vivió
hasta una edad provecta (Jn. 21,20-24); y Pedro, uno de los
primeros dirigentes de la Iglesia de Jerusalén, que también realizó
varios viajes misioneros y, según la tradición, sufrió martirio en
Roma a mediados de la década del 60. Además de los tres,
Santiago, llamado hermano de Jesús, se destacó en la Iglesia de
Jerusalén hasta que fue asesinado durante un motín popular en el
61. Antes del estallido en Jerusalén de la rebelión judía contra
Roma en el 66, los cristianos abandonaron la ciudad y no
estuvieron implicados en la violencia que destruyó Jerusalén en el
70.
La mayor parte de la atención del registro que aparece en
Hechos de los Apóstoles se centra en la figura de Pablo, un judío
de Tarso que se convirtió al cristianismo en las cercanías de
Damasco entre el 33 y el 35 d.C. Tras 14 años de silencio Pablo
comenzó a escribir sus epístolas, realizando una obra misionera
que le llevó por Siria, Galacia, Asia Menor, Macedonia, Grecia y
Roma. Al parecer, sus días acabaron en Roma en los primeros
años de la década del 60. Las epístolas de Pablo y Hechos ofrecen
al lector algunos datos acerca de la vida de estas primitivas
comunidades cristianas y sobre su relación con las culturas
hegemónicas.
Los demás libros del Nuevo Testamento aportan escasa
información histórica y casi ninguna base para permitir una datación
exacta. En general, parecen haber sido escritos por una comunidad
de segunda o de tercera generación. En estos documentos, los
seguidores inmediatos de Jesús ya han muerto, se han disipado el
entusiasmo inicial y las expectativas del regreso definitivo de Jesús
para terminar la historia y es evidente la necesidad de
preservación, consolidación e institucionalización. Se identifica a los
herejes y apóstatas, se los ataca y se insta a los miembros a
adoptar una tenacidad que les permita enfrentar a las
persecuciones por venir. La Segunda Epístola de Pedro, acaso el
último de los libros del Nuevo Testamento que se escribió, muestra
un vigoroso esfuerzo por restablecer las antiguas expectativas
sobre el inminente final de la historia. Este intento de recuperar el
celo y la convicción de tiempos pasados es, en sí mismo, el indicio
del final de una época.
Principales temas del Nuevo Testamento
Al igual que los temas teológicos del Antiguo Testamento, los del
Nuevo tienen un contenido rico y variado.
Dios
En ningún otro tema se refleja de manera más clara o coherente
la continuidad entre el Nuevo Testamento y el Antiguo que en las
enseñanzas acerca de Dios. Toda opinión sobre que el Dios de
Jesús o de la primitiva Iglesia era diferente del Dios del judaísmo
fue rechazada como herejía. El Dios del Nuevo Testamento es el
creador de toda la vida y sustentador del universo. Este único Dios,
origen y final de todas las cosas, toma la iniciativa de atraer con
amor a toda la humanidad, celebrando alianzas con quienes
respondan a su mensaje y comportándose con ellos de manera
justa y misericordiosa, con tino e indulgencia. Dios nunca ha
abandonado el mundo vacío de sus testigos, habiéndose revelado
en muchas ocasiones, formas y lugares. Pero el Nuevo Testamento
sostiene que Jesús de Nazaret es una revelación singular de Dios.
La persona, palabras y actividad de Jesús fueron comprendidos
como la comparecencia de sus seguidores ante la presencia de
Dios. En los días de sus inicios dentro del judaísmo, la Iglesia pudo
asumir la fe y centrarse en el mensaje de Jesús como revelador de
Dios. Sin embargo, más allá de los límites del judaísmo, la fe en el
único Dios verdadero se convirtió en el elemento básico para la
proclamación del cristianismo.
Jesús
El Nuevo Testamento presenta su concepción de Jesús en los
títulos, retratos y descripciones de su persona y reseñas de su obra
y su palabra. En el contexto del judaísmo, el Antiguo Testamento
proporcionó títulos y parábolas que los escritores del Nuevo
Testamento utilizaron para transmitir el significado de Jesús a sus
discípulos. Fue descrito, por ejemplo, como un profeta igual que
Moisés, como rey davídico, como el Mesías prometido, como
segundo Adán, como sacerdote igual que Melquisedec, como figura
apocalíptica igual que el Hijo del Hombre, como el Siervo Sufriente
de Isaías y como Hijo de Dios.
La cultura helenista aportó otras imágenes: una divinidad
preexistente que bajó a la tierra, realizó su obra y retornó a la
gloria; el Señor por encima de todos los emperadores; el mediador
eterno de la creación y la redención; la figura cósmica que reúne en
sí misma la suma de la creación en un todo armonioso.
Los evangelios presentan el ministerio de Jesús como la
presencia de Dios sobre la tierra. Sus palabras revelaron a Dios y
al modo de obrar de Dios con su pueblo; sus acciones demostraron
el poder curativo de Dios al integrar el cuerpo, la mente y el
espíritu; su martirio y muerte son testimonio del inquebrantable
amor de Dios; y su Resurrección fue la señal de que Dios aprobaba
la vida, la muerte y el mensaje de Jesús. San Pablo y otros
discípulos desarrollaron conceptos acerca de la muerte de Jesús
como el sacrificio y la expiación por los pecados y presentaron la
Resurrección de Jesús como garantía de la resurrección de sus
discípulos. Los documentos escritos durante la persecución (1 Pe.,
Ap.) interpretaron el sufrimiento de Jesús como modelo para los
cristianos en la hora del martirio.
Espíritu Santo
Algunos de los profetas de Israel habían caracterizado como
'últimos días' aquellos en los que Dios derramaría su Espíritu sobre
la humanidad entera. El Nuevo Testamento sostiene que esta
promesa se cumplió en tiempos de Jesús. Por ello, en todo el Nuevo
Testamento se menciona el Espíritu de Dios, una expresión que
representa la presencia activa de la divinidad. Esta entidad es
denominada de diversos modos, como Espíritu, Espíritu Santo,
Espíritu Vivificante, Espíritu de Cristo o Espíritu de la Verdad. El
Espíritu otorgó la fuerza a Jesús y permitió que la Iglesia continuase
lo que Jesús había comenzado a hacer y a predicar. Dentro de
cada uno de los discípulos, el Espíritu generó las cualidades
adecuadas para esa vida y equipó a la persona para trabajar en
aras del bien de la comunidad. Es comprensible que la categoría
'Espíritu' estuviese sujeta a una amplia variedad de
interpretaciones, creando problemas en numerosas confesiones. El
Nuevo Testamento refleja la lucha en pos de la búsqueda de
criterios claros para determinar si una congregación o persona
estaba en realidad bajo la influencia del Espíritu Santo.
Reino de Dios
Según el Nuevo Testamento, el mensaje central de Jesús fue el
Reino de Dios. Llama al arrepentimiento en preparación para el
reino 'inminente'. El Reino de Dios se refería al reino o dominio de
Dios y, según las enseñanzas de Jesús, se anuncia que dicho reino
está presente. Sin embargo, esta presencia no fue total ni
completa, por lo cual en ocasiones se hace referencia a ella como
acontecimiento futuro. Los estudiosos del Nuevo Testamento han
discutido sobre si Jesús y sus seguidores esperaban o no que el
Reino de Dios llegase a estar presente por completo en su
generación. La irresolución de este debate queda reflejado en dos
expresiones que suelen utilizarse para caracterizar a las
enseñanzas del Nuevo Testamento con respecto al reino: 'ya' y
'todavía no'.
Salvación
El Reino de Dios no parece haber sobrevivido como temática
central del mensaje de la Iglesia. Según el Nuevo Testamento, la
Iglesia no se identifica a sí misma como reino y en sus
predicaciones comenzó a hablar cada vez más de la salvación. Este
término solía aludir a la reconciliación de las relaciones de una
persona como Dios y a la participación en una comunidad que fuera
a la vez reconciliada y reconciliante. En este sentido, la salvación
era una realidad actual, aunque no en su integridad. La salvación
se consumaría en una vida plena, más allá de la lucha, futilidad y
mortalidad que caracterizan este mundo.
Pablo creía que en el cumplimiento último del propósito de Dios,
la salvación, alcanzaría dimensiones cósmicas. El reino de la
redención coexistiría con el reino de la creación. Ello implicaba que
al final, incluso las fuerzas del mal que, según el Nuevo
Testamento, habitan los cielos, la tierra y las regiones
subterráneas, se armonizarían con el benevolente plan de Dios.
Esta visión final es diferente a la de Apocalipsis, donde el final se
caracteriza por la reivindicación y recompensa a los santos, y la
condena eterna de los perversos.
Ética
Hasta que ese tiempo llegue los seguidores de Cristo deben
manifestar, a través de su conducta y sus relaciones, que están
reconciliados con Dios. Tal es el mandato del Nuevo Testamento
íntegro, heredado del Antiguo: la vinculación inseparable entre la
creencia religiosa y una conducta ética y moral. La Torá, Profetas y
Hagiográficos habían insistido sobre esto, y el Nuevo Testamento
mantiene su énfasis en ello. La vida terrenal es denominada de
diversas formas como recta, santificada, bondadosa, fiel. Los libros
del Nuevo Testamento están repletos de instrucciones acerca de
esta vida, no sólo en un sentido íntimo, sino también en relación
con los vecinos, los enemigos, los familiares, los amos y esclavos,
los funcionarios del gobierno y con el propio Dios. Estas
instrucciones se inspiran en el Antiguo Testamento, en las palabras
y el ejemplo de Jesús, en los mandatos apostólicos, en las leyes de
la naturaleza, en las listas de obligaciones familiares y en los
ideales de los moralistas griegos. Se entendía que todos estos
factores tenían su origen común en Dios, que espera que su propia
lealtad sea correspondida con la lealtad de quienes se han
reconciliado como familia de Dios.
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