CAPÍTULO 5


IV. LO QUE NOS EXIGE LA INCERTIDUMBRE DE LA HORA (5/01-11).

La espera del fin constituye la melodía de fondo de toda la carta. Pero la consideración de la parusía de Cristo tiene consecuencias para la vida cristiana. En medio de toda nuestra incertidumbre en torno al fin, una cosa es cierta: nadie conoce «el día ni la hora» (Mt. 25,13). Nadie puede, pues, decir: «Mi amo va a tardar» (Mt 24,48). La incertidumbre de la hora nos obliga a vigilar. Y nadie puede decir tampoco: «El día del Señor ya está ahí» (2Tes 2,2). La incertidumbre de la hora nos exige que seamos sobrios.

1. 1NTRODUCCION: NADIE CONOCE EL DÍA NI LA HORA (5,1-3).

1 Acerca de los tiempos y momentos, hermanos, no necesitáis que os escribamos. 2 Vosotros mismos sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá como ladrón en la noche.

«Si el dueño de la casa hubiera sabido a qué hora iba a llegar el ladrón, no le habría dejado perforar las paredes de su casa» (/Lc/12/39). Pero ya se sabe que un ladrón llega siempre cuando menos se le espera. Así sucederá con el advenimiento de Cristo. Sobre el momento en que se producirá el fin sólo sabemos una cosa con certeza, que por desgracia es tal que fácilmente se olvida: sabemos, sin necesidad de que se nos explique nada más, que el Señor llegará de repente, cuando menos se le espere. Nadie sabe cuándo, pero puede llegar cualquier día. Toda nuestra certeza es ésta: la hora es incierta. Hemos de ser conscientes de esta incertidumbre y tomarla en serio.

3 Cuando la gente esté hablando de paz y seguridad, caerá de repente sobre ellos la calamidad, algo así como los dolores de parto sobre una mujer encinta, y no habrá manera de escapar.

El día del Señor caerá de repente, con todo su horror, sobre aquellos que viven despreocupados, en paz y seguridad. Caerá de repente sobre ellos como una gran calamidad, como un gran dolor. El Hijo del hombre vendrá cuando todos estén ocupados, como en los días de Noé, que «todos comían y bebían, tomaban marido, tomaban mujer...», y como en los días de Lot, que «comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban...» (cf. Lc 17,26-30). Les sucederá a muchos lo que a aquel insensato que se decía a sí mismo: «Alma mía, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años; ahora descansa, come, bebe y pasarlo bien» (/Lc/12/16-20). Se nos advierte del peligro que representa vivir despreocupados, «en paz», y acostarnos con «seguridad». La incertidumbre incluye una gracia: la llamada a estar siempre preparados. La incertidumbre nos aconseja estar siempre preparados.

2. HIJOS DE LA LUZ (5,4-5a).

4 Vosotros, hermanos, no estáis en las tinieblas, para que el día os coja de sorpresa como un ladrón. 5a Todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día.

En el sur, la claridad del día llega de repente. Así sucederá también en el día del Señor. Ya mientras viven en la tiniebla de la tierra, los cristianos están marcados por la luz del día futuro de Cristo. Tienen ya en sí algo de esa luz de Cristo, algo de aquello que es propio del día futuro del Señor. Quien vive en la luz, es también él luz. Dios nos libertó ya «del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor» (Col 1,13); por eso puede Pablo decir más tarde, con toda claridad: «En otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor: proceded, pues, como hijos de la luz» (/Ef/05/08). El final no puede sorprender ni encontrar sin preparar a aquellos que, como hijos de la luz e hijos del día, están ya circuncidados por la luz del Señor futuro y viven esperando con nostalgia encontrarse con él. Vivir en la luz significa, ante todo, mantener los ojos fijos en el futuro, velar y proceder sobriamente. Sin esta luz de la esperanza, la vida queda envuelta en la tiniebla de este mundo, y el hombre sucumbe ante las «obras de las tinieblas» (Ef 5,11).

3. CONSECUENCIAS MORALES (5,5b-8).

a) Vigilancia y sobriedad (5,5b-8a).

5b No somos de la noche ni de las tinieblas. 6 Por tanto, no durmamos, como los demás, antes bien velemos y seamos sobrios.

Quien no sabe nada del día de Cristo vive en tinieblas y como quien duerme. Los infieles, dormidos y envueltos en sus sueños, pasan de largo ante la verdadera realidad. Quien no conoce nada del fin del mundo y no sabe nada de la segunda venida de Cristo, no puede tampoco conocer el mundo. Puesto que ha llegado la mañana, hemos de velar. La luz del Señor, que viene, a iluminarnos, nos despierta y nos llama a estar alerta. Quien mira con fe hacia el Señor, que viene, permanece en vela y puede mantener su sobriedad ante la realidad del mundo. Quien sabe cuál es la meta de la creación y de la historia, puede obrar como conviene a la creación y a la historia. Quien conoce cuál es la meta de su vida, puede disponer todas las cosas como es debido, porque ve con claridad cuál es el factor realmente importante a la hora de dar cuenta de su vida. La exigencia fundamental, pues, que la hora en que vivimos impone a los cristianos es ésta: estar siempre preparados, mantenerse siempre en vela, con sobriedad.

7 Porque los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. 8a Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios...

En la antigüedad, los festines eran casi siempre nocturnos; de día, no es tan fácil embriagarse 40. El día exige sobriedad: «Andemos con decencia, como durante el día: no en comilonas y borracheras, no en deshonestidades y disoluciones, no en contiendas y envidias...» (/Rm/13/13).

He aquí un retrato perfecto del desenfreno de los festines de la antigÜedad. Pero no es a esta sobriedad a la que aquí alude Pablo. Los hombres sobrios ven las cosas obJetivamente, tales como son. No persiguen fantasías ni se embriagan construyendo castillos en el aire. Quien conoce a Cristo no sucumbe a estas cosas. Está inmunizado contra ese idealismo que vuelve la espalda a la realidad, que crea una cortina de humo y de confusión en torno a la realidad del mundo. Quien conoce a Cristo, que es la realidad de todas las realidades, se mantiene siempre en una postura de sobrio realismo.
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40. Cf. Hch 2,15.
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b) Estar armados (5,8b).

8b ...revistiéndonos con la coraza de la fe y del amor, y con el yelmo de la esperanza de la salvación.

Cuando llega el día hemos de estar, además, vestidos como conviene: «Mirad que vengo como ladrón. Bienaventurado el que está velando y guardando sus vestidos...» (Ap 16,15). Pero no basta estar vestidos y ceñidos. Estamos en tiempo de guerra y, por tanto, hay que armarse, pues «ha pasado la noche y llega el día. Desechemos, pues, las obras de la tiniebla y vistámonos con Ias armas de la luz» (Rom 13,12). «Vestíos la armadura de Dios, para poder resistir contra las asechanzas del diablo. Porque no va nuestra lucha contra carne y sangre... Por tanto, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo...» (/Ef/06/11ss).

En tiempo de asedio hay que usar armas defensivas: coraza y yelmo. Una comunidad asediada debe defenderse. ¿Qué es lo que protege, apoya y da fuerzas a una comunidad asediada y en peligro? Ya sabemos qué es lo que Pablo considera más importante en la vida de la comunidad: fe y caridad (3,6.10.12), y sobre todo esperanza (1,10; 4,13). Quien tiene una fe viva e impregnada de amor está armado con una armadura sólida, en la que rebotan todos los proyectiles. El amor es sólido (3,12s). Quien fija su vista en el Señor y en su salvación, yergue su cabeza hacia la luz del Señor y esta luz le circunda y protege su cabeza como un yelmo. En tiempo de asedio no hay que andar buscando remedios de circunstancias; lo importante es esto: fe, caridad, esperanza (cf. 1,3).

4. FUNDAMENTO DE LA EXHORTACI6N DE PABLO (5,9-10).

9 Porque Dios no nos ha destinado a un castigo, sino a alcanzar la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, 10a que murió por nosotros...

Los cristianos no tienen que temer el castigo del final de los tiempos, porque el Señor, que ha de volver, les librará de él (1,10), arrebatándolos a su encuentro (4,17) de un modo admirable. Los cristianos saben que también a ellos puede alcanzarlos el castigo de Dios, pues «ha llegado el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios» (lPe 4,17). Sin embargo, quien vive su vida con fe amorosa y espera en el Señor no sufrirá el castigo de Dios, la reprobación eterna. Los cristianos pueden tener confianza en alcanzar la salvación final. Tienen razones para suponer que están destinados a la salvación (1,4; 2,12). Esto les da una enorme confianza, que ninguna desgracia terrena puede minar.

¿En qué se apoya esta confianza? No cabe duda de que está íntimamente relacionada con el hecho de vivir con fe, caridad y esperanza, de estar armados y de velar con sobriedad (5,1-8). Pero esta confianza no se apoya en sí misma; se apoya sólo en Cristo. Él es quien nos salvará en el momento de su advenimiento y quien nos trae la salvación. ¿Cómo lo sabemos? Sabemos que nos ama, pues ha entregado su vida por nosotros, ha muerto por nosotros. «¿Quién se atreverá a condenarlos? Jesucristo, que murió por nosotros, más aún, que fue resucitado y que está sentado a la derecha de Dios Padre, es el que intercede a favor nuestro» (Rom, 8,34). Nuestra confianza en alcanzar la salvación se apoya en una base sólida: en el amor de Cristo. Si ha muerto por nosotros, no hay duda de que pondrá también todo su empeño en salvarnos.

Quien ha comprendido el amor de Jesús, amor hasta la muerte, hace de él la realidad fundamental de su vida: «Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me ha amado y se ha entregado por mí» (Gál 2,20).

10b ...para que, ya nos coja despiertos o dormidos, lleguemos a vivir en compañía suya.

Pablo vuelve de nuevo a lo que había dicho en 4,13-18: los cristianos que ya han muerto no serán menos que los demás, ni serán excluidos de la salvación. ¿En qué consiste la salvación eterna? En vivir junto a Cristo (4,14.17), en una unión y una comunión íntimas con Cristo. Él es el cielo y la vida. La bienaventuranza eterna consiste en vivir en comunión con él. A aquel cuyo amor está centrado totalmente en Cristo, no es necesario decirle nada más sobre la salvación futura...

5. EXHORTACIÓN FINAL (5,11).

11 Por lo tanto, consolaos mutuamente y edificaos unos a otros, como ya lo estáis haciendo.

En la edificación de la Iglesia, lo primordial es la palabra. «Según la gracia de Dios que me ha sido dada, yo, como buen arquitecto, he puesto el fundamento. Otro levanta sobre él el edificio. Pero mire cada cual cómo edifica... el fuego verificará la calidad de la obra de cada uno» (ICor 3,10-13). No es posible edificar la Iglesia con una palabra que es «paja» o «caña». Hay palabras vacías y discursos que destruyen y dejan tras sí un montón de escombros. La palabra debe ser de «edificación» (cf. ICor 14), aprovechar (Mt 12,36s). Las palabras de consuelo son las que pueden edificar (cf. 3,2); son capaces de despertar la esperanza y dar confianza para la eternidad futura. Los cristianos viven de esas palabras de esperanza. Uno debe decir a otro lo que nos espera, y éste debe contárselo a los demás. Cuando en una comunidad sucede esto, se construye realmente comunidad, la cual edifica como casa de Dios. La perspectiva de la salvación futura da consuelo (cf. 4,13.18). La promesa de comunión eterna de amor con Cristo da aliento en medio de la tristeza y del cansancio. Quien, con esperanza, «tiene ánimo y levanta la cabeza» (Lc 21,28), queda a salvo de las flechas del desaliento y del veneno de la desesperanza, con los cuales el maligno intenta dañar continuamente la vida de la fe y de la caridad.


V. VIDA COMUNITARIA CRISTIANA (5/12-22).

En las Lineas siguientes muestra Pablo cómo ha de ser la comunidad. Para que la vida comunitaria se mantenga sana, hay que prestar atención a cinco puntos. El alma de la vida comunitaria es el amor fraterno (4,9s); él es quien permite encontrar solución adecuada a todos los problemas.

1. MANTENER LA ARMONÍA CON AMOR (5,12-13).

12 Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y que, en el Señor, os gobiernan y os amonestan. 13 Tened hacia ellos el mayor afecto, por lo que están haciendo. Procurad la paz entre vosotros.

No puede haber vida comunitaria sin que haya algunos que trabajen con especial ardor y se preocupen de regular los asuntos de la comunidad. También en Tesalónica había algunos que se afanaban por los demás: se preocupaban de todo y se esforzaban ante todo por atender pastoralmente a sus hermanos, les hablaban al corazón, les amonestaban y les exhortaban. Se trataba probablemente de los dirigentes de la comunidad, constituidos por Pablo como tales antes de su huida 41, o bien puestos en tal cargo por Timoteo, por encargo de Pablo. Este trabajo comunitario encierra una gran dignidad: en esos «servicios» actúa el mismo Señor; son «dones», en los que actúa el Espíritu; «operaciones» mediante las cuales se ejerce el poder de Dios (lCor 12,4ss). Cuando en una comunidad se dan servicios de este tipo, inspirados por la gracia y eficaces, el Señor mismo está en acción. No importa que esos hombres tengan o no un cargo oficial: en todo caso, tienen una gran autoridad, que les ha sido dada por el Señor. Hay que agradecer y apreciar esa actividad, porque es actividad «en el Señor». Debemos estar atentos para ver cuándo alguien actúa así, «en el Señor», cuándo se da un servicio, porque tenemos que apreciarlo, ya que se hace «en el Señor».

Una comunidad cristiana es una comunidad fraterna. En ella es el amor fraterno quien regula la vida (d. 3,12; 4,9s; 5,15).

El amor no ignora que debe subordinarse y a quién tiene que subordinarse. En el amor, uno está «subordinado a otro por el temor de Cristo» (Ef 5,21). De esa forma es imposible que surjan contiendas y la paz está asegurada.

Con el amor, que busca siempre la unidad, muchas cosas se resuelven por sí mismas.
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41. Cf. Flp 1,1; cf. también lo que se dice en Hch 14,23 sobre el nombramiento de presbíteros en el sur de Galacia.
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2. PACIENCIA CON LOS HERMANOS DÉBILES (5,14).

14a Os exhortamos, hermanos, a que corrijáis a los poco dóciles, estimuléis a los pusilánimes, sostengáis a los débiles...

La exhortación del Apóstol a preocuparse pastoralmente por los poco dóciles, por los pusilánimes y por los débiles no va dirigida sólo a los dirigentes de la comunidad, sino (como 5,11) a todos los hermanos, a todos los miembros de la comunidad. La comunidad es como una familia, como círculo pastoral en el que cada uno es responsable de la salvación de los demás. Todos los servicios y actividades particulares de una comunidad deben ensamblarse en la estructura total de la vida espiritual de la comunidad, en el seno de la cual cada uno sirve y actúa a su manera...

Lo primero es hacer una llamada a la conciencia de los que son poco dóciles. En Tesalónica, como en cualquier comunidad, siempre hay algunos que no participan con celo en la vida de la comunidad y que son negligentes en su vida moral. Cuando en una comunidad reina un amor fraterno vivo, se vence al pecado gracias a la ayuda mutua (cf. el ejemplo de 2Tes 3,6-15). Uno se preocupa por los demás y todos crecen juntos. Todas las prácticas penitenciales de la Iglesia se fundan en esa preocupación fraterna, se basan en esa hermandad espiritual.

La vida de los fieles, que esperan el advenimiento del Señor, es vida en el Espíritu del Señor, es vida diligente y decidida. Cuando a un hermano le falta esa decisión tranquila, alegre y esperanzada, cuando es pusilánime, es necesario estimularle. Claro está que para eso son necesarios dones del Espíritu, ya que sólo ellos pueden despertar en los corazones ese valor confiado (cf. 3,2S).

En una comunidad hay por último un tercer tipo de hermanos necesitados de ayuda: los débiles, a quienes hay que instruir, ayudar y apoyar continuamente para que puedan participar en la vida comunitaria. Hay que sostener a los débiles en la vida cotidiana, con amor continuo e incesante. Es necesario tenerlos en cuenta en todo momento; no pueden ser los «fuertes» quienes determinen el aspecto y el estilo de la comunidad. «Nosotros, como más fuertes, debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no buscar complacernos a nosotros mismos. Cada uno de vosotros procure dar gusto a su prójimo en lo que es bueno y puede edificarle» (Rom 15,1S).

14b y tengáis paciencia con todos.

Esta exhortación es una especie de resumen. En las primeras comunidades cristianas la vida comunitaria era muy intensa. Ahora bien, vivir en comunidad significa soportarse unos a otros, tener paciencia con el hermano, darle siempre nuevas posibilidades, sin impacientarse ni destruir la comunidad. Es necesario tener paciencia si se quiere convivir fraternalmente con personas poco dóciles, pusilánimes y débiles. «Con paciencia, soportaos unos a otros en caridad» (Ef 4,2). Pablo es realista y ve las cosas como son. Tratar con hombres poco dóciles, con pusilánimes, con débiles, exige paciencia. El amor es quien nos hace pacientes (lCor 13,4).

3. VENCER EL MAL CON AMOR (5,15).

13 Procurad que nadie devuelva mal por mal, sino buscad siempre lo bueno entre vosotros y con todos.

No es sólo la falta de docilidad y de ánimo, y la debilidad de los hermanos lo que pone a prueba la paciencia y el amor fraterno en la comunidad. El mal constituye un problema especial, que puede destruir el amor y acabar con la comunidad. Esta es la prueba de fuego del amor fraterno; a ello se refiere la exhortación de /Rm/12/21: «No te dejes vencer por el mal, antes procura vencer al mal con el bien», como el Señor nos ha ordenado 42. El amor, si es paciente, puede soportar todas las faltas y las flaquezas de los hermanos, pera cuando el mal se alza contra uno, no bastan la comprensión ni la paciencia. Entonces, la mejor defensa es el ataque. El amor ataca haciendo el bien. Busca siempre la que es provechoso al otro, el verdadero bien del hermano. El amor recoge el mal, lo introduce en su corazón, lo transforma, y luego reacciona bien. Sólo cuando el amor fraterno es capaz de hacer esto puede construir una comunidad fraterna y hacer realidad la unión de los hermanos.

Pero el verdadero amor no permite que se le encierre dentro de los límites de la comunidad. Es amor para todos (cf. también 3,12). En la escuela del amor fraterno se aprende el amor al prójimo. «Siempre que sea posible, y en todo lo que esté de vuestra parte, vivid en paz con todos los hombres» (Rom 12,18). Pero esto no es suficiente: debemos buscar el bien de nuestro prójimo incluso cuando no es hermano nuestro en Cristo. EI deseo de hacer el bien a los demás no ha de reducirse al simple ámbito de la comunidad. «Procurad hacer el bien ante todos los hombres» (Rom 12,17b).
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42. Cf. Lc 6,27-36.
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4. SERVIR A DIOS CONTINUAMENTE (5,16-18).

16 Estad siempre alegres. 17 No dejéis nunca de orar. 18 Dad gracias en toda circunstancia: esto es lo que Dios quiere de vosotros en Cristo Jesús.

No es casual el hecho de que estas tres exhortaciones estén tan íntimamente unidas. La alegría continua, la oración incesante y la acción de gracias en toda circunstancia son flores que nacen de una misma raíz: el Espíritu de Dios, que está en nosotros y que continuamente, sin cesar y en toda circunstancia mantiene nuestra alma junto a Dios. El mundo, con sus iniquidades, no nos permite estar siempre alegres; y luego está también el sufrimiento. Las necesidades de la vida no nos permiten orar continuamente, y los numerosos acontecimientos desagradables que encontramos en nuestra vida de cada día no favorecen precisamente que la acción de gracias brote en nuestros corazones. Pero el cristiano, que vive en el Espíritu de Dios, no vive sólo esta vida terrena; vive también una vida espiritual. Esta vida espiritual, como si fuera un fuego de holocausto, asume nuestra vida terrena y la convierte en un acto alegre de culto. ¿Qué es lo que Dios quiere ahora de los cristianos? Ya no es, como en la antigua alianza, que practiquen la ley, sino que se santifiquen (4,3). Y la vida sagrada culmina en esa vida espiritual que consiste en una acción de gracias continua y alegre. Para los hombres que se esfuerzan por alcanzar la santificación, es importante saber qué es lo que Dios quiere de ellos. Aquí se nos dice en pocas palabras: que vivamos siempre alegres, orando sin cesar y dando gracias por todo. La vida de las primitivas comunidades cristianas se manifestaba en la comunidad; se reunían por la tarde, en un ágape, escuchaban la palabra de Dios y celebraban la eucaristía, orando (Act 2,42). He aquí la raíz y la cúspide de toda la vida cristiana. En estas asambleas es donde debe manifestarse sobre todo la alegría y la «sencillez de corazón» (Act 2,46). Cuando la comunidad se reúne, una alegría sincera debe reinar mientras dure la asamblea; la oración en común, y sobre todo la acción de gracias, que culmina en la oración eucarística, deben llenar todo el tiempo. «Dejaos llenar por el Espíritu, hablándoos mutuamente con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones, dando siempre gracias por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro señor Jesucristo» (Ef 5,18ss). La nueva vida, que es vida en el Espíritu Santo, mueve a los cristianos a reunirse en asamblea y actúa en ella, y, a su vez, saca de la asamblea de la comunidad nueva fuerza, como de una fuente. La asamblea es la escuela en que aprendemos a vivir en el Espíritu Santo, en alegría continua y en oración incesante y agradecida.

5. VIVIR EN EL ESPÍRITU (5,19-22).

19 No extingáis el Espíritu; 20 no despreciéis la profecía.

Contra lo que sucedía en Corinto, donde Pablo tuvo que llamar la atención sobre el exceso de carismas, parece ser que en Tesalónica no se supravaloraban precisamente los dones del Espíritu. La comunidad de Tesalónica no era fervorosa de Espíritu (Rom 12,11). Es una comunidad aún joven y la vida espiritual está aún en sus comienzos. Probablemente se daban en Tesalónica algunos carismas místicos aislados, que se manifestaban extáticamente como don de lenguas 43. Pero los cristianos recién convertidos no sabían valorar como convenía estos y otros dones del Espíritu.

Aquí Pablo habría podido escribir también: «Aspirad a los dones del Espíritu, sobre todo la profecía» (ICor 14,1). Los cristianos deben estimar, sobre todo, el don de profecía. Su objetivo no es sólo iluminar el futuro, pues «el que profetiza, edifica a la Iglesia» (lCor 14,4), «habla a los hombres palabras de edificación, consuelo y estímulo» (14,3), y lo hace movido a menudo por una revelación especial (lCor 14,30). Quien tiene este don puede, en el Espíritu Santo, convencer de su error a los pecadores, juzgarlos, hacer «patentes los sentimientos ocultos de su corazón» (ICor 14,25). La Iglesia no está construida solamente sobre los apóstoles, está construida también sobre los profetas (Ef 2,20). Hoy día ya no hay en la Iglesia apóstoles, pero sí hay «seguidores de los apóstoles». De igual manera, tampoco hoy existen ya profetas cristianos, que reciban la revelación directamente, pero sí hay cristianos que «les siguen» y que, como ellos, poseen en forma especial el Espíritu Santo. Allí donde actúa el Espíritu Santo en la forma arriba descrita se construye Iglesia en forma especialmente activa. En toda comunidad cristiana hay que tener en cuenta los dones del Espíritu.
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43. A este respecto, cf., sobre todo, 1Co 14,1-28.
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21 Examinadlo todo: quedaos con lo bueno; 22 apartaos de toda manifestación perversa.

El espíritu profético se sirve, para hablar, del espíritu del hombre. Por eso hay que examinar si todo lo que dice un profeta procede realmente de Dios, pues la comunidad debe mantenerse siempre alejada del mal, incluso cuando éste se presenta bajo la apariencia de discurso espiritual. Los cristianos poseen el don de discernimiento de espíritu 44. El Espíritu Santo da a los fieles un sentido espiritual. Lo que conserva sana la vida de fe de la Iglesia no es sólo el magisterio apostólico con sus decisiones, sino también ese sentido espiritual de los fieles que es capaz de distinguir el bien del mal. Nuestro amor debe «aumentar cada vez más en conocimiento perfecto y en sensibilidad, para poder discernir los verdaderos valores» (Flp 1,9s) y «cuál es la voluntad de Dios» (Rom 12,2). Ese don espiritual de discernimiento no sólo nos capacita para entender teóricamente qué es lo que Dios manda; nos capacita también para conocer práctica y concretamente qué es y qué no es voluntad de Dios en cada situación concreta. El Espíritu Santo debe ayudar a los cristianos a distinguir entre la verdad y el error, y a encontrar en cada situación histórica lo que conviene y lo que Dios quiere.
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44. Cf. 1Co 12,10.
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RESUMEN FINAL (5/23-24).

23a El Dios de la paz os santifique totalmente...

Ya hemos visto (4,3; cf. 5,18) que la voluntad de Dios es nuestra santificación. La santificación es, por entero, obra de Dios. Esta obra no queda concluida con el bautismo; Pablo sabe que sus tesalonicenses no han llegado aún a la plenitud (cf. 3,10.12) y que Cristo debe seguir actuando en ellos después del bautismo, santificándolos (3,13). Dios debe completar la obra que ha comenzado, hasta que todo el hombre llegue a la pIenitud.

23b ...y todo vuestro ser -el espíritu, el alma y el cuerpo- sea mantenido irreprochable hasta el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo.

La preocupación por la perseverancia de los tesalonicenses empapa todas y cada una de las líneas de esta carta (cf., sobre todo, 3,5-6). La santificación, que Dios ha obrado ya en los hombres, está amenazada, de forma que Dios debe custodiar su obra.

En primer lugar y ante todo, Dios debe custodiar los dones del Espíritu Santo, la nueva vida espiritual que nos ha dado. Si Dios hace esto, el hombre permanecerá irreprochable en cuerpo y alma.

El hombre, que es débil, no puede mantenerse irreprochable hasta encontrarse con el Señor, si Dios no fortalece su corazón (3,13). Pablo nos desea aquí algo que también nosotros debemos desear con todo ardor: el don de la perseverancia final.

24 Fiel es el que os llama y lo hará.

Al final, Dios nos llamará, a cada uno en particular, a su lado. Pero este final ya ha llegado; Dios nos ha llamado ya y sigue llamándonos en este momento. Precisamente por eso la hora en que vivimos es tan importante. Toda nuestra vida depende de la última llamada de Dios. Dios nos llama, por medio de sus enviados, a su reino y a su gloria (2,2). Quien ha oído esta llamada, no podrá ya cerrar nunca sus oídos a ella, no tendrá ya un momento de reposo...

Dios es fiel. Lo es, ante todo, consigo mismo. «El que comenzó en vosotros la obra buena, la irá consumando hasta el día de Jesucristo» (Flp 1,6). Esta idea nos da seguridad, confianza, una confianza que sólo puede apoyarse en Dios (cf. 4,9s). La comunidad está en peligro; por fuera está amenazada y perseguida, por dentro es débil. Sin embargo, Dios lo hará. Esta es la última palabra de la carta del Apóstol, empapada de una gran confianza desde el principio hasta el fin.

CONCLUSIÓN DE LA CARTA 5/25-28

1. PABLO SE ENCOMIENDA A LA ORACIÓN DE SUS FIELES (5,25).

25 Hermanos, orad por nosotros también.

El Apóstol les pide un favor. La comunidad debe ayudarle en su trabajo apostólico (2Tes 3,1). Pablo atribuye valor al hecho de que los tesalonicenses se acuerden de él (3,6). Pero este recuerdo se consuma sólo en la oración, sobre todo en la oración comunitaria que tiene lugar en los actos de culto. En esa oración se manifiesta claramente la comunión eclesial. Por esa razón se dirige a ellos llamándolos hermanos.

2. SALUDO. LA CARTA ES PARA TODA LA COMUNIDAD (5,26-27).

26 Saludad a todos los hermanos con el ósculo santo.

En las comunidades de origen pagano de la era apostólica surgió la costumbre 45 de despedirse después del ágape con un ósculo santo 46, el «ósculo de caridad» (1Pe 5,14). Es un signo muy elocuente del amor fraterno de la comunidad.

Los cristianos lo llamaban ósculo santo para distinguirlo y también porque mediante él se comunicaban los dones del Espíritu Santo, sobre todo cuando, como aquí, se daba a cada hermano por encargo de un apóstol. Es un saludo activo, que nos trae gracia, pues cuando los cristianos están unidos entre si por auténtico amor fraterno, pueden dispensarse unos a otros diversas gracias. Cuando los cristianos forman una unidad, se establece entre ellos un contacto, a través del cual se derraman y actúan los dones de gracia del Espíritu Santo.
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45. Cf 1Co 16,20; 2Cor 13,12; Ro 16,16.
46. Cuando -sobre todo los domingos- se celebraba la eucaristía después del ágape, se conservaba la costumbre de dar el ósculo santo (1Co 16 20ss podría ser un testimonio de esto) y así no fue difícil llegar a considerarlo como una introducción a la celebración de la eucaristía. De ahí surgió la práctica del ósculo antes de la distribución de la comunión.
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27 Os conjuro por el Señor que déis a leer esta carta a todos los hermanos.

Pablo quiere que su carta sea leída públicamente en la asamblea de la comunidad. Todos deben oírla, ya que no se trata de una carta privada. Consciente de su responsabilidad apostólica, quiere que su palabra llegue a todos y cada uno, incluso hoy. Las cartas apostólicas hay que leerlas públicamente. Mediante sus escritos inspirados, los apóstoles siguen viviendo en la Iglesia. Mediante sus escritos siguen hablando a la Iglesia de todos los tiempos y a todos los hombres. A la palabra apostólica no se le puede poner nunca una mordaza en las comunidades.

3. BENDICIÓN (5,28).

28 La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros.

Pablo se despide con un deseo. Tal vez era esto mismo lo que les deseaba a todos al final de las asambleas cultuales de la comunidad. Pero un apóstol no sólo desea la gracia del Señor, sino que también la comunica 47. Todas las gracias espirituales que la palabra de Pablo ha comunicado quedan resumidas aquí en este deseo: la gracia de nuestro Señor Jesucristo. Podemos estar seguros de que este deseo de Pablo se extiende a todos los que lean su carta y no sólo a la comunidad de Tesalónica. Como miembros de la Iglesia sabemos que este deseo del Apóstol, que es medio eficaz de comunicarnos la gracia, se refiere también a nosotros, a los que hemos leído su carta hasta el fin.
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47. Cf. Lc 10,5s.