CAPÍTULO 4


Parte segunda

INSTRUCCIONES PARA LA VIDA CRISTIANA 4,1-5,24

La acción de gracias introductoria (1,2-3,13) ha ocupado toda la «primera parte» de la carta. De forma semejante, la exhortación final se extiende ahora para formar una «segunda parte» (4,1-5,24). No podemos limitarnos a ver en esta parte de la carta un mero discurso de exhortación moral; es algo más: Pablo no se limita a exhortar; da consignas apostólicas, directrices fundamentales para la vida cristiana en la comunidad y fuera de ella. Llana y fraternalmente expone en cinco temas la forma cristiana de vida. Esta «tradición» cristiana (2 Tes 2,5) se remonta a Cristo mismo (1,6); el Apóstol la propone en nombre de Cristo. Cierto que está adecuada vitalmente, en el Espíritu Santo, a la situación peculiar de la comunidad de Tesalónica, pero sigue siendo válida y obligatoria para las comunidades y los cristianos de todos los tiempos. El Apóstol intenta formular aquí, en sus rasgos esenciales, qué es lo que agrada a Dios (4,1), lo que Dios «quiere» (4,3; 5,18), y así lo afirma al principio y al fin. Con estas instrucciones pone los cimientos sobre los que ha de asentarse, dentro de la Iglesia, la vida cristiana. Es importante, por tanto, colocarse sobre estos cimientos apostólicos, evitando apoyarse en cualquier otra base.

INTRODUCCIÓN: PROCURAD AGRADAR A DIOS (4/01-03a).

1 Por lo demás, hermanos, éste es nuestro ruego y nuestra exhortación en el Señor Jesús: habéis recibido de nosotros la manera de portaros para agradar a Dios; ya os portáis así; seguid progresando. 2 Conocéis bien las instrucciones que os hemos dado de parte del Señor Jesús.

Cuando un apóstol exhorta, el Señor está tras él. El Señor exhorta por medio de él. El apóstol enseña como quien «tiene el Espíritu de Dios» (lCor 7,40). Por eso puede «saber y estar seguro» (Rom 14,14), en el Señor, de cuál es la voluntad de Dios, y tener esperanza (Flp 2,19). Eso da a sus disposiciones valor de capítulos del derecho sagrado, de instrucciones espirituales dadas «en nombre del señor Jesucristo» (2Tes 3,6; lCor 1,10), que obligan en conciencia y piden obediencia. No es un cualquiera el que nos exhorta... Estas instrucciones apostólicas han pasado a ser tradiciones en la Iglesia 30. ¿Cómo puede uno conocer lo que está bien y es justo? Fíjese en lo que desde el principio se considera en la Iglesia como bueno y conveniente. En la vida y en la conciencia de fe de la Iglesia, es decir, en la tradición eclesial, ha expuesto y fijado el Espíritu Santo la voluntad de Dios; quien sigue esas tradiciones obedece al Señor mismo, que, mediante ellas, da a conocer su santa voluntad.

Es importante el punto de vista al que subordina Pablo todo el quehacer moral: agradar a Dios. En los comienzos de la predicación (1,10) se aludía al juicio futuro (4,6; cf. 3,13). Lo importante, ahora, es agradar en todo a aquel que escudriña los corazones (2,4). Todo quehacer moral debe ser obediencia religiosa. El cristianismo busca con amor la faz de Dios en todo lo que hace. Sólo conseguirá esa obediencia religiosa quien, como Pablo, mire vitalmente el futuro y sea consciente de que Dios vendrá como juez. Sólo quien mire sin cesar hacia el fin podrá obedecer con fidelidad y sin cesar.

Pablo se corrige a sí mismo: no es necesario exhortar a los tesalonicenses a portarse bien y agradar al Señor; basta exhortarles a seguir progresando en ese camino. El esfuerzo por agradar a Dios no conoce medida. Por eso es necesario seguir exhortando a los que se han convertido y se han decidido a portarse bien y agradar a Dios. Es posible crecer siempre, sin llegar nunca al fin; pues cuando el Señor es Dios, ¿cómo puede decir el siervo que ya ha llegado a la obediencia plena?
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30. Cf. 1,6; 2,13s; 2Tes 2,5.
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3a Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación;...

SANTIFICACIÓN: Como introducción (aquí) y conclusión (5,23), expone Pablo qué es lo que realmente importa en todo quehacer moral: la santificación que Dios pedía ya en el Antiguo Testamento: «Mostraos como santos y sed santos, porque yo soy santo. Yo soy el Señor que os ha sacado de Egipto para ser vuestro Dios. Tenéis que ser santos, porque yo soy santo» (Lev 11,44s). Es difícil que se haya formulado alguna vez con mayor claridad qué es lo que Dios quiere de nosotros. Hoy, en la nueva alianza, la santificación ya no consiste en sacrificar víctimas ni en observar una serie de prácticas cultuales, como opinaban los gentiles; tampoco consiste en cumplir la ley ni en observar las tradiciones, como creían los judíos; lo que se pide ahora es una vida moralmente santa. Esta vida sagrada procede de Dios (5,23), de Cristo (3,13; cf. también lCor 1,30); es obra suya (3,12s), es obra del Espíritu Santo (cf. 4,8 y 2Tes 2,13; lPe 1,2) y constituye por tanto nuestra primera tarea, la tarea a que hemos sido llamados (4,7). Nuestra vida tiene ahora un objetivo decisivo, al lado del cual cualquier objetivo es accidental e incluso absurdo. Pero hemos de estar atentos: la voluntad de Dios, el objetivo vital que nos ha sido propuesto no consiste en que alcancemos la autoplenitud, en que nos realicemos a nosotros mismos, sino en una vida sagrada, es decir: hemos de esforzarnos por agradar a Dios (4,2), hemos de esforzarnos por someternos, en obediencia, a su voluntad.

I. APARTAOS DE LOS VICIOS PAGANOS (4/03b-08).

Pablo comienza con una serie de advertencias. Escribe a antiguos paganos que han abandonado «los ídolos, para servir al Dios viviente y verdadero» (1,9), pero que, después de hacerse cristianos, continúan inmersos en su antiguo ambiente pagano. Por esa razón es necesario amonestarles, incluso después del bautismo, para que permanezcan firmes en su nueva religión y no recaigan en los dos vicios que eran característicos de la sociedad pagana de entonces: el desenfreno sexual y la codicia. Pablo tiene que amonestar y avisar continuamente a los recién convertidos con estas palabras o con otras semejantes: «Fornicación, cualquier clase de impureza o codicia, ni siquiera se nombren entre vosotros, como corresponde a santos..., sino más bien acción de gracias. Porque, tened esto bien entendido: ningún fornicario, impuro o avariento, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios» 31.
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31. Ef 5,3ss; cf. lCor 5,11; Col 3,5.
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1. APARTAOS DEL DESENFRENO SEXUAL (4,3b-5).

3b...que os apartéis de la fornicación; 4 que cada cual aprenda a poseer su mujer con santidad y respeto, 5 no por el ardor de la pasión, como los gentiles, que no conocen a Dios;...

Entre los paganos no se consideraba vergonzoso entregarse a la sexualidad. Cuando un converso perdía su unión con Dios y dejaba de concebir su vida como un servicio a Dios, con frecuencia se entregaba en seguida al desenfreno sexual; corría el peligro de recaer en sus antiguas costumbres. Cuando uno deja de amar a Dios, se produce un vacío en sus pensamientos y en sus aspiraciones; el corazón se oscurece, ya no ve la luz y la concupiscencia del corazón humano se desborda 32. Pablo sabe qué es lo que tiene que aconsejar a estos antiguos paganos, en cuyo mundo el matrimonio monógamo y la fidelidad conyugal durante toda la vida no constituían un ideal: «En un ambiente de lascivia, mejor es que cada uno tenga su mujer» (lCor 7,2). Insta, pues, a contraer matrimonio legítimo y, al mismo tiempo, a vivir el matrimonio como conviene. El matrimonio debe contraerse con santidad y respeto, no por el ardor de la pasión, que deshonra el cuerpo del otro y el propio (cf. lCor 6,18s). El instinto tiende a esclavizar y a desvalorar al cónyuge; cuando, al contrario, uno se esfuerza por la propia «santificación» y desea «agradar a Dios» (4,1-3), la santidad y la castidad impregnan su matrimonio. La fe en Dios construye una casa en la que el hombre puede vivir dignamente como hombre. La fe viva transforma y empapa todas las relaciones del hombre.
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32. A este respecto, cf., sobre todo, Rom 1,21-32.
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2. APARTAOS DE LOS NEGOCIOS POCO LIMPIOS (4,6-8).

6a...que nadie en los negocios ofenda ni engañe a su hermano..

La vida pagana de Tesalónica, gran ciudad comercial, estaba determinada en gran parte por la codicia, por el deseo de aventajar económicamente a los demás. Esta ansia egoísta de ganancias era, junto con la fornicación, una de las características de la vida de entonces. Mientras el hombre permanece encerrado en un individualismo egoísta, la codicia constituye un peligro para el corazón humano, pero cuando en el socio se ve a un hermano, las relaciones con él, toda la moral de los negocios, sufren una transformación. La palabra «hermano» encierra en sí una fuerza maravillosa. Con amor fraterno se resuelven muchos problemas...

6b... porque el vengador de todo es el Señor, como ya os lo hemos dicho y asegurado. 7 Porque Dios no nos ha llamado a la impureza, sino a la santidad.

Dios como vengador o juez no es sólo un recurso que se usa en la primera predicación, para llamar a la fe y a la conversión (1,10); es una realidad que se extiende por encima de toda la vida cristiana (2,4; 3,13). Tiene incluso una urgencia especial para los que han sido llamados por Dios. En el bautismo, Dios nos dio el Espíritu Santo, que nos santifica. El Espíritu obra nuestra santificación, para que nos salvemos (2Tes 2,13; cf. tes 5,23s), pero si alguien se le resiste será reo en el juicio. También los cristianos deben trabajar por su salvación «con respeto y temor» (Flp 2,12).

8 Así pues, rechazar esto no es rechazar a un hombre, sino a Dios, que dispensa su Espíritu entre vosotros.

Las instrucciones que Pablo da aquí tienen el peso de una instrucción apostólica. Es algo decisivo para la vida cristiana y debe incorporarse a la tradición de la Iglesia. Tras sus palabras está Dios con su autoridad y el Espíritu Santo. Pablo habla con dureza y energía porque ve surgir un auténtico peligro. No ve sólo el peligro que se deriva del hecho de que los cristianos recién convertidos estén inmersos en un ambiente inmoral; existe también otro peligro: que se trastoquen todos los principios y que se deje de lado la tradición moral que ha sido válida siempre en la Iglesia, considerándola como algo meramente facultativo. Los cristianos deben extraer sus principios morales de la doctrina de la Iglesia; no deben tomar como norma las concepciones anteriores a su conversión.

II. EXHORTACIÓN AL AMOR FRATERNO Y A LA VIDA LABORIOSA (4/09-12).

Pablo pasa ahora a hacer una serie de exhortaciones. No6 da en pocas palabras una serie de directrices para la vida cristiana dentro de la comunidad y en público; la vida comunitaria debe estar regida por el amor fraterno; la vida civil, por la honradez.

1. AMOR FRATERNO (4,9-10).

9 Acerca del amor fraterno, no necesitáis que os escribamos. Vosotros mismos sois discípulos directos de Dios en esto de amaros unos a otros; 10 y bien que lo practicáis con todos los hermanos dispersos por Macedonia. Sólo nos queda exhortaros, hermanos, a que sigáis adelante en el camino emprendido...

Ha llegado el tiempo en el que nadie necesita enseñar a los demás, porque todos conocen a Dios, desde el más pequeño hasta el más grande (Jer 31,34). Ahora Dios mismo es el maestro de todos (Mt 23,8) y todos son instruidos por Dios, son «discípulos del Señor» 33. No es casual el hecho de que lo primero que Dios ha enseñado a los tesalonicenses sea el amor fraterno. Dios enseña interiormente, derramando el amor en el corazón. El amor tiende a amar. Allí donde es Dios mismo, mediante el amor, quien enseña a los hombres qué es el amor, éstos se convierten automáticamente en «hermanos»: «Porque uno solo es vuestro Maestro, mientras que todos vosotros sois hermanos» (Mt 23,8). Allí donde ha penetrado la doctrina de Dios, surge entre los que han sido convertidos por él una nueva comunión fraterna, cuyo principio rector es el amor. El amor es quien da firmeza a los corazones y los hace limpios y santos para el juicio futuro (3,12s).

El amor fraterno que reina en la comunidad se ha manifestado en Ia acogida dispensada a uno que llegó a Tesalónica procedente de Macedonia; fue recibido como hermano. Los de Tesalónica estaban unidos con los hermanos que tenían que vivir dispersos por la provincia. Conviene notar cómo el amor fraterno engendra Iglesia: engendra cohesión, comunión, unidad; no permite que nadie permanezca aislado.
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33. Is 54,13; cf. Jer 31-34, y además Jn 6,45; 8,38; IJn 2,27; Ef1,17.
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2. IDEAL DE HONRADEZ HUMANA (4,11-12).

11a...poniendo vuestro honor en vivir en paz, dedicaos a vuestros asuntos...

Hay problemas en la comunidad. Parece ser que algunos andan siempre rondando por todas partes y se inmiscuyen en los asuntos públicos, descuidando su trabajo. Lo que impulsa a Pablo a hablar como lo hace no es un ideal de vida burguesa, que evita cuidadosamente toda responsabilidad en los asuntos públicos, sino una esperanza viva en la venida del Señor. Cuando uno vive esperando el advenimiento de Cristo, muchas cosas, que en realidad no tienen importancia, pierden su falso valor; no es necesario hablar mucho de ellas.

Se desenmascara el exceso de actividad; lo realmente importante son las pequeñas cosas a que a uno le obliga su propio estado. A la luz de la segunda venida de Cristo se ven las cosas tal como son y se aprende a distinguir lo que es importante de lo que no lo es. Uno aprende también a conformarse con el ambiente en que le ha tocado vivir. El estrecho círculo en que uno tiene que vivir su vida, pasa a ser algo importante. Debemos poner nuestro empeño en cumplir las pequeñas obligaciones cotidianas 34.
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34. Cf. tal vez 1Co 7,17-24.
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11b...y trabajad con vuestras propias manos, como ya os lo ordenamos anteriormente. 12 Así os portaréis de manera honorable frente a los de fuera, sin que tengáis que acudir a nadie.

Probablemente algunos se dejaban arrastrar por la pereza. Tal vez el apoyo que la comunidad, con amor, prestaba a los necesitados, constituía para algunos una tentación. Los cristianos deben tener a honor no ser una carga para los hermanos, como hacía Pablo (2,9; 2Tes 3,8), «dando ejemplo» a los tesalonicenses (2Tes 3,9). La norma siempre válida es ésta: «Mayor dicha es dar que recibir» (Act 20,35). El amor no quiere ser una carga para nadie; no permite fácilmente que alguien se convierta en siervo suyo...

Los primeros cristianos se hacían amar «de todo el pueblo» (Act 2,47) y Pablo les exhorta con estas palabras: «Procurad no servir de tropiezo ni a judíos, ni a griegos, ni a la Iglesia de Dios. Así es como yo mismo procuro en todo el interés de todos, sin buscar mi propia ventaja, sino la de la mayoría, para que se salven» (ICor 10,32s) La vida cristiana ha de ser una luz. Los mismos infieles, a quienes no les dice nada la santidad ni la voluntad de Dios (cf. 4,3), deben ver que su ideal de honradez humana encuentra su plenitud en la vida de los cristianos.


III. UNA ACLARACIÓN CONSOLADORA: TAMBIÉN LOS FIELES QUE YA MURIERON ALCANZARAN LA SALVACIÓN (4/13-18).

Después de advertirles y exhortarles en forma igual o semejante a como solía hacer en todas las comunidades recién fundadas, pasa Pablo a tocar un punto de interés especial para los tesalonicenses. Por Timoteo ha sabido que en la comunidad reina tristeza y tal vez también error, a causa de un conocimiento defectuoso de la fe. Por eso Pablo, al exhortarles a no estar tristes, tiene que hacerlo en forma de aclaración.

1. INTRODUCCIÓN: NO ESTÉIS TRISTES, COMO LOS PAGANOS (4,13).

13 No queremos, hermanos, que ignoréis la suerte de los dormidos, para que no estéis tristes, como los demás, que no tienen esperanza.

Una vida sin esperanza es una vida triste. El hombre vive de la esperanza, y por eso quien no cree en un mundo más allá de la muerte no tiene más remedio que esperar un futuro mejor sobre la tierra. Sin esperanza, el hombre no puede vivir, se entristece, aunque a veces no quiera admitir su tristeza. La tristeza debilita las fuerzas vitales o, al contrario, saca al hombre de sus casillas (cf. 4,11; 2Tes 3,11), buscando vencer así esa tristeza profunda que le invade. Ambas cosas son igualmente peligrosas para un cristiano. Tanto la falsa pasividad, para la que todo es lo mismo, como la actividad furiosa, que conduce a extravíos. La fe es consciente de que existe un futuro glorioso. La esperanza del cristiano se yergue incluso sobre su tumba. Así se elimina la tristeza, se destierra el fatídico cansancio y se calma la laboriosidad inauténtica.

2. NUESTRA FE EN CRISTO GARANTIZA ESTA AFIRMACIÓN (4,14).

14 Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera Dios, por medio de Jesús, se llevará consigo los que se durmieron.

El hombre no sólo tiene un cuerpo, que puede abandonar y sin el cual cree poder vivir mejor; el hombre vive con su cuerpo, con todos sus sentidos; está condicionado totalmente por su cuerpo. A los antiguos les parecía que la vida de un alma sin el cuerpo, después de la muerte, no era vida humana, sino más bien una especie de sueño tenebroso.

Por eso los judíos y los cristianos esperan, con razón, que la salvación plena consistirá en una resurrección del cuerpo y en una nueva creación. ¿Cómo sucederá esto? Sólo sabemos que seremos semejantes al Señor resucitado. Del cielo «aguardamos como salvador al Señor Jesucristo, que transfigurará nuestro cuerpo de bajeza, para conformarlo a su cuerpo de gloria, según la enérgica acción con que él puede también someter a sí mismo todas las cosas» (Flp 3,20s). Entonces, la creación estará ya libre de la «servidumbre de la corrupción» (Rom 8,21); tendremos un «cuerpo espiritual (animado e iluminado por el Espíritu Santo)» (Cor 15,44); entonces, nuestro cuerpo tendrá dentro de sí mismo su «redención» (Rom 8,23). Esta «manifestación de los hijos de Dios» la «están aguardando con grande ansia todas las criaturas» (Rom 8,19). A quien cree en un Dios creador le resulta fácil creer que Dios puede crear de nuevo todo lo creado, que puede crearlo mejor. Sabe que un día Dios dará la plenitud gloriosa a toda la creación. «Y dijo el que estaba sentado en el trono: "Mirad, voy a hacer nuevas todas las cosas"» (Ap 21,5). Al final habrá un «cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1).

Cristo es «primicia de los que están dormidos» (lCor 15,20). La resurrección de los muertos ha comenzado ya con la resurrección de Cristo. No sólo eso: el Resucitado es también causa de nuestra resurrección. Los «muertos en Cristo» (4,16) «también en Cristo revivirán todos... Primero, Cristo; después los de Cristo, en el advenimiento de él» (lCor 15,22s). En Cristo y por Cristo se realiza nuestra resurrección.

Toda salvación procede de él; de él procede también, por tanto, esta gran acción salvadora final. También los dormidos se incorporarán al victorioso cortejo de Cristo, cuando llegue la gloria final. No debemos alegrarnos sólo por la bienaventuranza eterna, sino también por el día de la parusía, pues ese día será el día de la victoria del Señor. Entonces aparecerá claramente que Dios tenía razón y será un gran día de triunfo para Cristo: «Después, el final; cuando entregue el reino a Dios Padre, y aniquile a todo principado y a toda autoridad y poder. Porque él tiene que reinar hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies» (lCor 15,24). ¿Quién no se alegrará en esa fiesta? La esperanza de poder participar un día en ella nos consuela y nos anima en medio de todas las contrariedades.

3. ESTA CREENCIA SE APOYA EN LA REVELACIÓN (4,15-18a).

a) Esto dice la palabra revelada (4,15).

15 Porque esto es lo que os decimos como palabra del Señor: nosotros, los que aún vivamos hasta el advenimiento del Señor, no les cogeremos la delantera a los que se durmieron.

La «doctrina... de la resurrección de los muertos y del juicio final» pertenecía, según Heb 6,2, a los principios fundamentales de la predicación misionera. No hay duda de que Pablo predicó también en Tesalónica que los muertos resucitarán y serán juzgados junto con los vivos, pero Pablo predicaba sobre todo la salvación y había enseñado a los tesalonicenses a poner su esperanza en la pronta parusía del Señor (1,9s; cf. Flp 3,20). Sucede ahora que algunos cristianos recién convertidos de la comunidad han muerto. Estos, que ya se han dormido, ¿no podrán tomar parte en la gran fiesta de la parusía? Es patente que los tesalonicenses tenían una idea falsa del curso que habían de seguir los acontecimientos. Pensaban que la resurrección tendría lugar inmediatamente antes del juicio y a efectos de éste, después de la parusía de Cristo. Pablo tenía que aclararlo, y lo hace invocando la autoridad del Señora5: los muertos no resucitarán sólo para el juicio; los bautizados que mueran antes de la parusía de Cristo serán resucitados a tiempo, para que puedan participar en esa gran fiesta.
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35. Puesto que no hay sobre este punto ninguna revelación expresa del Señor en la que Pablo pueda apoyarse y, según parece, cuando estuvo en Tesalónica no sabía aún nada sobre esto, puede suponerse que tuvo más tarde una revelación especial para aclarar este problema.
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b) Versión libre de la palabra revelada (4,16-18a).

16 Pues el mismo Señor, a una señal dada por la voz de un arcángel y la trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero; 17 después, los que aún vivamos nos uniremos a ellos y, en nubes, seremos arrebatados al encuentro del Señor en el aire.

Para ahuyentar el temor de los tesalonicenses, Pablo tiene que pintar un cuadro del orden en que se producirán los acontecimientos futuros. ¿Cómo será posible que también los muertos participen en el cortejo triunfal? Pablo intenta explicarlo. Dios dará la señal que pone fin a la historia e introduce el acontecer escatológico. «El día y la hora nadie los sabe, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo; sólo el Padre» (Mc 13,32). Todo está decidido en el plan del Padre, y la hora final está escondida en el seno de su santa voluntad.

Cuando haya llegado la hora y Dios haya dado la orden, el arcángel Miguel convocará los ejércitos celestiales, el séquito del Señor (cf. 3,13) y un toque de trompeta dará la señal de marcha. La voz del ángel y la señal de trompeta no resonarán sólo en el ámbito de los cielos; llegarán hasta las tumbas de los muertos, en la tierra. También a ellos va dirigida la llamada del ángel y eI toque de marcha. Junto con los que aún vivamos 36 serán convocados para salir al encuentro del Señor. Entonces empezará la gran fiesta. Cualquier imagen sería pobre para describirla.

El Señor nos librará del castigo futuro (1,10), que caerá sobre el mundo «cuando el señor Jesús se manifieste desde el cielo con los ángeles de su poder y con llamas de fuego tome venganza de los que no conocen a Dios y no obedecen al Evangelio de nuestro señor Jesucristo» (2Tes 1,7s). Por esa razón el encuentro no se producirá sobre la tierra37. Los fieles escaparán al castigo que caerá sobre el mundo incrédulo, porque serán congregados junto a Cristo. De Jesús, pues, no esperamos sólo que nos perdone nuestros pecados, sino también que nos preserve del castigo y de la reprobación definitiva.

Todas las imágenes son insuficientes: quien es arrebatado al encuentro de Cristo penetra en el mundo del más allá y en la forma de existir que es propia de Cristo. No tenemos más remedio que representarnos este «ser arrebatados» como un «ser transformados». Igual que los resucitados, los que aún vivan serán arrebatados al encuentro de Cristo y penetrarán en una nueva forma de existir. Cuando se designa a este mundo de Cristo llamándole aire, la designación no tiene más valor que el de una imagen. Tampoco son las «nubes» las que nos conducen al encuentro de Cristo; son sólo imágenes para designar el ámbito que está más allá de este mundo terreno, en el que rigen leyes existenciales diversas de las que gobiernan nuestra creación. En este mundo de Cristo es imposible entrar sin sufrir antes una transformación, como Pablo indica ya aquí y dice más tarde expresamente: «Morir, no moriremos todos, pero sí seremos transformados en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al sonido de la última trompeta» (ICor 15,51s). El mundo de Cristo es distinto de nuestro mundo de aquí abajo. Tenemos que cambiar si queremos reunirnos con él. Es necesaria una gran transformación.
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36. Pablo usa en esta perícopa la primera persona del plural, como si se contase a sí mismo entre los que estarán aún vivos en el día de la parusía del Señor. Hay que saber entender la forma de hablar del Apóstol. No enseña con autoridad que él y los tesalonicenses que ahora están vivos no morirán antes de la parusía del Señor. Sería una promesa estúpida. Tampoco se debe pensar que Pablo estaba seguro de esto y que esa seguridad se traiciona en sus palabras, pues sobre este problema Pablo no está seguro (basta leer 5,2ss). Las palabras de Pablo presuponen una condici6n: que esta esperanza no nos defraude. No entra directamente en el problema de si algunos miembros de la comunidad morirán o no antes de la parusía de Cristo. Si se le hubiera planteado este problema expresamente, probablemente -fundándose en las experiencias que había tenido hasta entonces (cf. 4,13)-, habría afirmado que era posible, y habría añadido, sin duda, que hay que contar en todo momento con la posibilidad de que el fin llegue por sorpresa, en cualquier momento (cf. 5,22ss). 37. También en Mc 13,24-27 se dice que el Hijo del hombre envía a sus ángeles para salvar a los elegidos de la catástrofe cósmica que destruirá el mundo y para reunirlos, serán arrebatados «desde los confines de la tierra hasta los confines del cielo».
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38a y así estaremos ya para siempre con el Señor.

Nada sabemos por experiencia sobre el terrible final del mundo y del pecado, pero tampoco sabemos nada sobre el nuevo mundo y la existencia en él. La meta de la historia es la unión de Cristo con los fieles. Cuando se alcance esa meta, ya no habrá más que desear. Con Cristo «se nos ha dado todo» (Rom 8,32). A partir de entonces viviremos siempre en comunión con Cristo 38. Cristo es el compendio de toda bienaventuranza. Estar con él: he aquí la plenitud y la felicidad plena39; estar «alejado de la faz del Señor»: he aquí, en cambio, la «condenación eterna» (2Tes 1,9). La consideración de esta meta nos consuela aquí abajo, nos da fuerzas para soportar todas las dificultades de la vida. Cuando uno pone sus ojos en esa meta, está tentado de exclamar: «Nuestra ciudadanía está en los cielos» (Flp 3,20). Y si sigue ahondando en esa idea, puede llegar a decir incluso: «Nuestra vida está oculta, juntamente con Cristo, en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vida nuestra, entonces también nosotros seremos manifestados juntamente con él en gloria» (Col 3,4).
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38. Cf. 4,14 y también 5,10; 2Ts 2,1. 39. En Flp 1,23, Pablo es consciente de que esta felicidad no se les dará sólo a los muertos en el momento de la parusía; puede serles concedida ya inmediatamente después de la muerte. Desde entonces ya nunca llama a la muerte «sueño».
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4. EXHORTACIÓN FINAL (4,18b).

18b Consolaos, pues, unos a otros, con estas palabras.

Las palabras de Pablo son fuente de consuelo, porque ofrecen esperanza para el futuro. Es importante que los cristianos se consuelen unos a otros. Deben mostrarse unos a otros que la situación no es desesperada, que tienen ante ellos un futuro.

Así, la existencia se inunda de luz y se disipan las tinieblas, que impiden la visibilidad y son causa de tristeza.