2/13-17 3/01-13

Para Pablo, el evangelio que predica no es «palabra de hombres» ni, por tanto, suya, sino verdadera «palabra de Dios». Como tal la han recibido los tesalonicenses, y como tal obra en ellos por el hecho de haber creído (2,13). El hecho de que han acogido la palabra como de Dios y de que la palabra actúa en los creyentes se refleja, según el Apóstol, en los acontecimientos adversos que, por causa de la palabra, han tenido que vivir, a semejanza de las Iglesias de Dios que están en Judea (v 14). Como éstas han de sufrir persecución de parte de los judíos, así los tesalonicenses la sufren de parte de sus conciudadanos; y su firmeza en mantenerse anclados en la palabra del evangelio le manifiesta a Pablo que su palabra les ha llegado como palabra de Dios, que actúa en los creyentes desde dentro, como la semilla.

Impresiona la dureza del juicio del Apóstol contra sus perseguidores, a los que describe como «enemigos de todos» (v. 15). Lo que les echa en cara es su actitud inexplicablemente inhumana: «Impiden que se hable a los gentiles y se procure su salvación» (v 16). Realmente, no sería fácil imaginar una forma más radical de hostilidad y maldad hacia los gentiles (es decir hacia todos los no judíos) que la de adueñarse de la salvación y acapararla exclusivamente para sí, para los judíos. De esta forma, «judío» viene a resumir a cuantos se oponen a la difusión de la palabra y persiguen a los creyentes. Contra todos ellos se levanta aquí el Apóstol. Su intención no es, pues, desarrollar una teología de la palabra, como si sólo por ella fuese posible la salvación, sino pronunciarse contra la incomprensible oposición de aquéllos a la predicación del evangelio. La salvación no está en manos de beneficiarios únicos y exclusivos, ni siquiera en manos de administradores. Afortunadamente para el hombre, sólo Dios salva. Y el cristiano que ama, suspira por que nadie se encuentre privado de él, ni siquiera los "judíos" perseguidores.

(·GALLART-M._BI-DIA-DIA.Pág. 235 s.)