CAPÍTULO 1


Introducción

PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA

La segunda carta a Timoteo, juntamente con la primera y con la carta a Tito, forman el grupo de las llamadas «cartas pastorales». Las tres son muy semejantes entre sí por el contenido y por la forma. Las tres van dirigidas a personas particulares, pero al mismo tiempo son cartas de oficio, destinadas a las comunidades regidas por Timoteo y Tito, que son respectivamente sus pastores. Las tres tratan de los deberes del oficio pastoral y contienen análogas prescripciones e instrucciones. Las tres presuponen la misma situación histórica y forman una unidad en cuanto al estilo, el vocabulario y el tono en que están escritas.

Estas cartas pastorales proceden de la última etapa de la vida del apóstol Pablo 1 Después de su primera prisión romana del año 63 hizo probablemente el Apóstol de las gentes una tentativa de misión en España 2, acerca de la cual no se nos han conservado noticias directas. Luego se dirige de nuevo a Asia Menor y a Grecia, visita a Éfeso (lTim 1,3) y a Creta (Tit 1,5), pasa por Tróade (2Tim 4,13), Corinto y Mileto (2Tim 4,20) hasta que por fin vuelve a ser detenido y encarcelado en Roma (2Tim 1,8.16s; 2,9), donde tiene que arrastrar cadenas como un criminal. Desde Roma escribe nuestra carta a Timoteo, que verosímilmente continúa en Éfeso ocupando el lugar del Apóstol (2Tim 1,15-18; 4,19).

Timoteo, hijo de padre pagano y de una piadosa madre judeocristiana llamada Eunice (Act 16,1; 2Tim 1,5), originaria de Listra en Licaonia, fue convertido por Pablo probablemente en su primer viaje de misión (Act 14,6; lTim 1,2), y en el segundo viaje, siendo todavía joven (lTim 4,12), fue ganado como auxiliar en la labor misionera de Pablo (Act 16,1-3). Desde entonces fue un compañero casi inseparable del Apóstol. En el segundo viaje misional fue enviado por el Apóstol de las gentes con una importante misión de Atenas a Tesalónica (lTes 3,2-6). En el tercer viaje lo envió con un difícil encargo de Éfeso a Macedonia y a Corinto (lCor 4,17; 16,10s; Act 19,22). Permaneció al lado de Pablo a su regreso de Corinto a Jerusalén (Act 20,4) y durante su primera prisión romana los años 61-63 (Flp 1,1; 2,19; Col 1,1; Flm 1). En seis cartas es nombrado como remitente y colaborador del Apóstol (lTes y 2Tes; 2Cor; Col; Flm; Flp). En la primera carta a Timoteo, que escribió Pablo hacia el año 65 una vez que se detuvo en Macedonia después de su partida de Éfeso, mostraba a su representante los quehaceres que debía desempeñar en Éfeso: lucha contra los falsos doctores en la comunidad, cuidado de la organización y de la vida de la comunidad.

Después de su prisión escribe Pablo desde Roma una segunda carta a su discípulo Timoteo. Con el apremio de un último mensaje le conjura y le exhorta a desempeñar debidamente su cargo y a confesar fielmente su fe, le da instrucciones sobre su comportamiento con los falsos maestros y le informa de su situación personal.

1. Pablo está encarcelado en Roma (1,8.16s; 2,9), lo cual lo condena a la inactividad impidiéndole trabajar en la propagación de la buena nueva. Sabe que sus comunidades están amenazadas por falsas doctrinas, como también sabe que es inminente su muerte. Así, con la mayor gravedad y con todo el apremio de un último mensaje, se dirige en esta carta personalmente a Timoteo, su hijo querido (1,2), y le insiste en que reavive ese don de Dios que hay en él por la imposición de sus propias manos (1,6). En todos sus trabajos y en la proclamación de la buena nueva debe evitar mostrarse perezoso. Porque, en efecto, Dios no le ha dado el espíritu de timidez, sino de fortaleza, de amor y de dominio propio (1,7). Por eso no debe avergonzarse de dar testimonio de nuestro Señor Jesucristo, ni avergonzarse tampoco del Apóstol, aunque ahora se halle en prisión y deba arrastrar cadenas como un criminal (1,8.16s; 2,9). Debe confesar con intrepidez su fe y salir por la buena nueva apoyado en la fuerza de Dios (1,8). Debe ser fuerte en la fe que procede de Cristo Jesús (2,1). Debe conservar la serenidad (4,5) ante las fantasías y caprichos de los maestros de falsas doctrinas. Debe desempeñar la tarea de evangelista proclamando por todas partes la buena nueva (4,5) y llevar a cabo su servicio en todas partes y en todo tiempo (4,5).

Timoteo, como cristiano, pero sobre todo como dignatario en la comunidad y lugarteniente del Apóstol, es un buen soldado de Jesucristo. Por ello debe estar dispuesto a sufrir con Jesucristo (2,3), debe tener participación en los sufrimientos del Apóstol y sufrir juntamente con éste por la buena nueva, soportar persecuciones y escarnios, apoyado en la fuerza de Dios (1,8). Como soldado del jefe celestial tiene el deber de entregarse incondicionalmente por éste y por su buena nueva (2,4). Nunca debe descuidar este deber, distraído por los negocios de la vida cotidiana, pues de lo contrario desagradará al que lo reclutó (2,4). Como un atleta debe luchar reglamentariamente, si no quiere perder la corona de la victoria (2,5). Como un labrador debe bregar con el sudor de su frente si ha de ser el primero en participar de los frutos (2,6). Por ello ha de huir de las ambiciones juveniles (2,22), aspirando en cambio a la justicia, a la fidelidad y al amor (2,22). No debe disputar, sino ser amable con todos (2,24). Al mismo tiempo no debe extrañarse si tiene que sufrir persecuciones, pues tal es la suerte de todo cristiano que quiere vivir religiosamente en Cristo Jesús (3,12). Muy en particular le advierte que tenga cuidado con Alejandro, el herrero, que también a él se le opuso fuertemente en su predicación y le perjudicó no poco (4,14).

El Apóstol mismo debe ser para él modelo en la predicación de la buena nueva y de la sana doctrina. Con la fe y el amor en Cristo Jesús debe guardar firmemente lo que ha oído de él (1,13). Ha tomado, en efecto, por modelo la enseñanza, la conducta, la forma de vida del Apóstol, como también su disposición a sufrir (3,10s). Con la ayuda del Espíritu Santo que habita en él, debe conservar fielmente lo que se le ha confiado como un depósito, la buena nueva, la palabra de la revelación (1,14). Al obrar así debe tener presente a Jesucristo, descendiente de David, al que Dios resucitó de entre los muertos después de su muerte en la cruz (2,8). Como trabajador que da buena cuenta de sí delante de Dios debe presentar cada vez con más claridad la palabra de la verdad (2,15). Todavía le incumbe una tarea muy especial: debe depositar en hombres de confianza lo que ha escuchado de él, hombres que a su vez estén capacitados para enseñar a otros (2,2), con lo cual se garantice, en el futuro, la transmisión íntegra de la palabra de Dios. Timoteo debe conservar la fe inquebrantablemente, ya que conoce a sus maestros en la fe y desde la infancia está familiarizado con las Escrituras del Antiguo Testamento (3,14). De esta manera estará a la altura de las exigencias de su vocación y bien pertrechado para toda obra buena (3,17). Solemnemente conjura el apóstol a su discípulo ante Dios y Jesucristo, juez en los últimos tiempos, y le recuerda apremiantemente su deber de proclamar la palabra de Dios, sin cuidarse de si ello parece oportuno o inoportuno a las gentes (4,1s). La razón de esta solemne y gravísima recomendación es que han de aparecer falsos maestros, peligrosos para la comunidad (4,3).

2. La amenaza de falsos maestros que pesa sobre la comunidad da pie a Pablo para transmitir a su representante instrucciones sobre cómo se ha de comportar con ellos. Estos falsos maestros están ya en acción, su falsa doctrina se va extendiendo cada vez más y cunde como una gangrena (2,17); tales seductores progresan en la impiedad (2,16). Pablo menciona nominalmente a dos de éstos, Himeneo y Fileto, probables cabecillas de los falsos maestros (2,17). De Himeneo había hablado ya en su primera carta a Timoteo, informándole de que lo había excluido de la comunidad eclesial (1 Tim 1,20). Estos dos hombres se han apartado de la verdad de la revelación porque propagan la idea de que la resurrección ha tenido ya lugar (2,18). Con sus manejos se han convertido en una amenaza para la fe. Producen en algunos la ruina (2,18). Son malas personas, incluso embaucadores, que irán de mal en peor, siendo como son seductores y seducidos (3,13), que han caído en las redes del diablo para cumplir la voluntad de él (2,26). La razón de su falsa doctrina está en que se han apartado de la verdad entregándose a fábulas y mitos (4,4). Incluso se oponen a la verdad. Como en otro tiempo Janes y Jambres, grandes adversarios de Moisés, se opusieron a éste, también éstos se oponen a la verdad, porque son hombres de inteligencia pervertida, reprobados en materia de fe (3,8). Por esto se les hace insoportable la palabra de la revelación, la sana doctrina. Se deshacen de ella como de una carga molesta y, llevados de su propio capricho, se buscan maestros rechazando los maestros instituidos por la Iglesia, porque sólo desean lo que les halaga el oído (4,3). Buscan constantemente nuevos adeptos en la comunidad, para lo cual se introducen en las casas (3,6). Así cautivan a mujerzuelas de mala fama, cargadas de pecados (3,6), que se dejan llevar de sus pasiones y apetitos sensuales (3,6). Tales gentes pretenden ir constantemente en busca de la verdad y están siempre aprendiendo, pero nunca llegan a la verdadera fe, al conocimiento de la verdad (3,7).

Pese a todas las amenazas de la comunidad por los falsos maestros no debe nunca Timoteo caerse de brazos ni perder los ánimos. En efecto, los maestros del error no han de avanzar ya más, porque su insensatez se hará patente a todos (3,9). A esto se añade que la Iglesia, el sólido cimiento de Dios, se mantiene firme e inquebrantable (2,19). Por mucho que los falsos maestros combatan la verdad del Evangelio, el edificio de la Iglesia se mantendrá firme, porque los cristianos están protegidos por la mano de Dios y por el amor de Dios, que los conoce, ama y sostiene. La aparición y los manejos de los maestros del error no debe tampoco sorprender a Timoteo ni extraviar a los cristianos en su fe. Como en una casa grande hay toda clase de vajilla y utensilios hechos de diferentes materiales y destinados a diferentes usos, así también en la comunidad, en la casa de Dios hay cristianos llamados a los más variados servicios (2,20). Por desgracia, también en la comunidad hay cristianos que van por caminos extraviados, que son desdoro de la comunidad, que son accesibles a las falsas doctrinas de los maestros del error. Sin embargo, todavía no están perdidos. En efecto, pueden purificarse aún de estas faltas y volver a ser miembros útiles de la comunidad (2,21).

Ahora bien, ¿cómo se ha de comportar Timoteo con estos falsos maestros? No cabe meterse en discusiones con ellos ni disputar con vanas palabras (2,14). Tal modo de proceder no sirve para nada, sino para echar a perder a los oyentes (2,14). Debe más bien presentar rectamente la revelación divina del Evangelio, la palabra de la verdad (2,15). Debe además esquivar la vana y perniciosa palabrería de los falsos maestros, rechazar sencillamente sus necias e insensatas cavilaciones, sabiendo que las disputas no sirven para nada, sino para causar todavía mayores dificultades (2,23). A él, «siervo del Señor», no le está bien esa manera de disputar (2,24). Debe más bien irradiar algo de la bondad y amor de su Señor. Por ello debe mostrarse afable con todos (2,24), tratarlos sosegadamente y con inagotable paciencia, proclamar con tacto la doctrina del Evangelio y corregir con suavidad a los recalcitrantes (2,25). Si de esta manera muestra Timoteo en su acción un amor verdadero, tolerante y sacrificado, entonces será posible que Dios haga que los extraviados recuperen el buen sentido, vuelvan al conocimiento de la verdad y a la verdadera fe (2,25). Timoteo no debe tener especial contacto con los maestros del error, sino más bien apartarse de ellos (3,5). En efecto, en ellos se abre ya camino esa corrupción de las costumbres que está predicha para los «últimos días», esa perversión y maldad que el Apóstol muestra en un cuadro escalofriante (3,1-4).

3. En esta carta, más que en la primera a Timoteo y en la carta a Tito, informa Pablo al destinatario sobre su situación personal y sobre sus condiciones de vida al tiempo de la redacci6n de la carta. El escrito viene de la prisión de Roma (1,8.16s; 2,9), donde el Apóstol sufre como un criminal (2,9). La razón de su encarcelamiento es la predicación de la buena nueva de Jesucristo, descendiente de David, que fue resucitado por Dios después de su muerte en la cruz (2,9). Pablo ha sido encarcelado por el Evangelio. Por eso no se avergüenza de sus cadenas (1,12), teniendo como tiene buena conciencia (1,3). Todos los sufrimientos que lleva consigo su prisión, los soporta no de mala gana, sino con paciencia y buenas disposiciones por los «escogidos», a fin de que estos alcancen la salvación y la gloria eterna (2,10).

Si bien el Apóstol, debido a su prisión, está condenado a inactividad, sabe, sin embargo, que no por ello está encadenada la «palabra», la buena nueva del Evangelio (2,9). En la misma prisión sigue él siendo un heraldo, un apóstol y un maestro (1,11). Está profundamente convencido de que, a pesar de su prisión, tiene Dios poder de guardar la buena nueva (1,12) y de cuidar de que no se pierda el Evangelio. Incluso en su prisión está tan hondamente penetrado de su vocación apostólica, que concibe la primera vista de su causa ante el tribunal como una predicación del Evangelio. Más aún: está persuadido de que de esta manera cumple el encargo de Dios que le constituyó en Apóstol de los gentiles (4,17). La solicitud por su comunidad le ocupa también en la prisión. Por ello envía su colaborador Tíquico a Éfeso (4,12) y quiere que esté en Roma Marcos, que le puede ser muy útil para su «ministerio» (4,11).

Salta a la vista en forma conmovedora la íntima unión del Apóstol con su discípulo Timoteo. De él hace memoria incesantemente noche y día en sus oraciones (1,3) y se acuerda de la dolorosa despedida (1,4). Es que conoce la sincera fe de su discípulo (1,5), de su madre Eunice y de su abuela Loide (1,5). Así se explica que en la soledad de su calabozo, que sólo comparte con él Lucas, su fiel colaborador (4,11), ansíe de todo corazón ver a Timoteo (1,4). Esto le proporcionaría gran alegría (1,4). Así ruega tres veces a su discípulo que no deje de ir a Roma (4,9.13.21) y hasta que vaya de prisa, pues de lo contrario el invierno, en que queda interrumpida la navegación, y su inminente sentencia de muerte, impedirán que vuelvan a verse. Da a su fiel discípulo noticias sobre otros colaboradores: Demas le abandonó por amor de este mundo y se fue a Tesalónica; Crescente fue a Galacia, Tito a Dalmacia (4,10). Le habla de sus etapas en el último viaje antes de la prisión; de Tróade, donde se dejó la capa en casa de Carpo (4,13); de Corinto, donde se quedó Erasto, y de Mileto, donde dejó enfermo a Trófimo (4,20). Le da su último encargo: que se lleve a Roma a Marcos, que le puede ser muy útil para su ministerio (4,11). Le expresa sus últimos deseos: que le lleve la capa, que se dejó en casa de Carpo, y sus libros, y en particular sus pergaminos (4,13).

En la prisión experimentó Pablo gran gozo y también profundo dolor: gozo, porque después de su llegada a Roma le buscó Onesíforo con diligencia y le halló, no se avergonzó del Apóstol encarcelado y le consoló visitándole con cierta frecuencia (1,1618). Profundo dolor, porque todos los cristianos de Asia se retrajeron de Pablo y le dejaron abandonado en la prisión, incluso Figelo y Hermógenes, cosa que no hubiera esperado de ellos, que al fin y al cabo eran sus colaboradores. Gran dolor le proporcionó Alejandro, el herrero, que le había perjudicado y se había opuesto violentamente a sus palabras (4,4). Pero la más amarga desilusión y el más profundo dolor lo experimentó en la primera vista de su causa. El gran dolor del Apóstol se expresa en forma conmovedora en estas breves palabras: «Todos me abandonaron», sin salir ninguno en su defensa. Sin embargo, aunque los hombres fallaron, Dios no le abandonó, sino que le fortaleció y le libró de las «fauces del león» (4,17). Así aparece el Apóstol como un gran hombre, que no se deja doblegar ni aplanar por la hostilidad de sus contradictores ni por la cobardía e infidelidad de los cristianos.

Cuando está Pablo escribiendo esta carta a Timoteo sabe que su muerte es inminente. Aunque el primer proceso tuvo un desenlace feliz (4,16s), sin embargo no espera Pablo su absolución, sino la sentencia de muerte. Está armado y preparado para la muerte, que es inminente. La acepta con plena consciencia y sin dejarse abatir, como entrega al sacrificio y como marcha hacia Dios (4,6). Con plena calma y sosiego puede mirar a una vida pasada, henchida de dolores y de persecuciones, pero de las que siempre le salvó el Señor (3,11). En su vida plena y colmada combatió el buen combate y conservó la fidelidad a Dios (4,7). Así, penetrado de profunda fe y de una esperanza inquebrantable, puede aguardar la corona del vencedor (4,8) y la admisión en el reino celestial (4,18). Sin dejarse doblegar por hostilidades y sufrimientos, sino lleno de seguridad y de fuerza, camina el Apóstol hacia la muerte y con esta carta transmite a Timoteo su último legado.
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1. Este encuadramiento temporal de las cartas pastorales en la vida del Apóstol es cosa que todavía se discute. Según otra opinión, se sitúan hacia fines del siglo I y se atribuyen a un pastor de almas de época posterior a san Pablo, que se inspiró en el legado del Apóstol de las gentes. Quien desee orientarse sobre esta cuestión que no nos toca examinar aquí, puede leer sobre todo A. WIKENHAUSER . Introducción al Nuevo Testamento, Herder, Barcelona 2, 1966, p. 323ss; L. CERFAUX, Origen de las epístolas pastorales, en A. ROBERT - A. FEUILLET, Introducción a la Biblia II, Herder, Barcelona 2,1967, p. 478ss.

2. Cf. Rom 15,23s; Carta de Clemente 5, 5-7, véase también S. DE AUSEJO, en Diccionario de la Biblia, Herder, Barcelona 4,1967, col. 1395-1397.
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ENCABEZAMIENTO 1/01-02

1. REMITENTE Y DESTINATARIO (1,1-2a) .

1 Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, según la promesa de aquella vida que hay en Cristo Jesús, 2 al querido hijo Timoteo.

Aunque la carta va dirigida a Timoteo, largos años discípulo y colaborador de Pablo y su «querido hijo», su encabezamiento3 subraya la autoridad del autor. Éste es apóstol, enviado y mandatario de Jesucristo. En efecto, no se trata de una carta simplemente privada dirigida únicamente a Timoteo, sino de un escrito de san Pablo en su calidad de apóstol, que si bien en primer lugar está destinado a éste, y más que la primera carta a Timoteo, sin embargo, va dirigida también a la comunidad en que Timoteo ocupa el lugar de Pablo. Pablo es apóstol, no por elección personal y por su propio arbitrio, sino por «voluntad de Dios». Dios lo ha elegido, lo ha llamado como su enviado y mandatario y lo ha designado y pertrechado para esta misión. Con estos poderes de mandatario toma Pablo la pluma4' y escribe a su discípulo y a la comunidad, con lo cual da un significado oficial al escrito. Tras el Apóstol de las gentes con toda su autoridad está Jesucristo y, en definitiva, Dios. De parte de Dios va a comunicar algo a Timoteo y a la comunidad. Por esto los lectores están obligados no sólo a prestar atención, sino también a obedecer al mensaje de la carta.

Fin y meta de la misión apostólica del remitente es anunciar la vida prometida por Dios. Se trata de la vida eterna, que está fundada en la comunidad de fe y de vida con Jesucristo, vida que perdura más allá de la muerte y vence a ésta 5 y finalmente alcanza su pleno desarrollo después de la resurrección. Pablo sabe que está muy próximo a la muerte, que el fin de su vida se acerca (cf. 4,6-8), y precisamente en estos momentos le domina la convicción y la seguridad de la vida imperecedera que posee en Jesucristo (cf. lTim 4,8). La certeza de la vida eterna otorgada y garantizada en Jesucristo es un fundamento seguro de la vida de todo cristiano, en contraposición con esas personas que «no tienen esperanza» (lTes 4,13).

El destinatario de la carta es Timoteo, su querido hijo (cf. lTim 1,2). Hijo de padre pagano y de una piadosa madre judeocristiana, había sido convertido al cristianismo por el apóstol probablemente en Listra en el primer viaje misionero de éste6. Por esto lo llama «hijo mío querido y fiel en el Señor» (lCor 4,17), que como Pablo mismo «trabaja en la Obra del Señor» (lCor 16,10), que abriga los mismos sentimientos que Pablo, su padre en el espíritu. Así, en efecto, lo elogia en su carta a los Filipenses: «A nadie tengo que participe como él de mi disposici6n de alma, para ocuparse sinceramente de nuestras cosas... Ya sabéis las pruebas que él ha dado; porque, como un hijo al lado de su padre, ha estado conmigo al servicio del Evangelio» (Flp 2,20-22). Lealtad absoluta, entrega incondicional y desinterés que no busca la propia ventaja, son cualidades que distinguen a este veterano colaborador, unido con el Apóstol en fidelidad y amor.
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3. El encabezamiento recuerda a ITim, ICor, 2 Cor, Ef y Col.
4. Cf. 1Cor 1,1; 2Cor 1,1; Ef 1,1; Col 1,1.
6. Act 14,6; 16,1-3.
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2. SALUDO (1,2b).

2b Gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor.

En el saludo griego se desea «alegría», y en el judío «paz». Pablo, en cambio, desea al destinatario gracia, misericordia y paz. El saludo ordinario, entonces corriente, lo eleva al plano cristiano y así desea lo que a él le aparece como más importante: la «gracia», la entera e inagotable bondad y benignidad de Dios, que el hombre puede recibir, pero no conquistar por sus propias fuerzas; la «misericordia» 7, que es tan necesaria al hombre pecador si se piensa en su distancia y dependencia de Dios; la «paz», que podríamos traducir mejor por «salvación», pues incluye también el destino eterno del hombre. Sólo Dios y Jesucristo pueden ser la fuente de estos dones; Jesucristo, por cuanto, como Hijo de Dios y Señor exaltado a la gloria, se halla en el mismo plano que el Padre y se equipara con él. Este saludo no es un mero deseo sin contenido, sino que es eficaz, de modo que con él se comunica a Timoteo toda la plenitud de la gracia de la misericordia y de la salvación: esto lo garantiza Dios, que es nuestro Padre, y Jesucristo, que es nuestro Señor.
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7. «Misericordia» en la fórmula de saludo, también en ITim 1,2; 2Jn 3; Jds 2.
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Parte primera

EXHORTACIÓN A LA FIDELIDAD 1,3-2,13

La segunda carta a Timoteo, al igual que la primera y contrariamente a la mayoría de las cartas del Apóstol de las gentes 8, en las que se comienza mostrando la acción salvífica de Dios, de la que luego se sacan las consecuencias para la vida cristiana, tiene una estructura un tanto floja. En ella leemos, en sucesión poco rigurosa, diversas exhortaciones a Timoteo al debido desempeño de su cargo, instrucciones sobre el recto comportamiento con los maestros del error y una descripción de la situación del Apóstol en la prisión. Con esta carta quiere Pablo exhortar a su colaborador al fiel servicio en la proclamación de la palabra y fortalecer su posición de rector de la comunidad de Éfeso. Por esto lo apoya con la fuerza de su palabra apostólica. Así, en el primer título de su carta da gracias a Dios por la fidelidad de Timoteo en la fe y expresa su deseo de verle (1,3-5). Lo exhorta a reanimar una vez más el don de la gracia que ha recibido y a dar intrépidamente testimonio del Señor.

Al igual que el Apóstol mismo, debe estar pronto a soportar sufrimientos por la buena nueva del Evangelio y a mantenerse fiel a la doctrina recibida por tradición (1,6-14). Es que el Apóstol mismo ha tenido que sufrir dolorosas experiencias y desengaños con los cristianos, pero también ha hallado fidelidad y consuelo en la fiel adhesión de Onesíforo, puesta en especial relieve (1,15-18). Así también Timoteo, fortalecido por la gracia de Dios, debe transmitir de manera segura las enseñanzas del Apóstol y, como soldado de Jesucristo, soportar el duro servicio y los sufrimientos que éste acarrea. Pensando en el Señor resucitado cobrará para ello un valor inquebrantable. El autor cierra esta parte de su carta (2,1-13) con palabras tomadas de una oración del cristianismo primitivo.
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8. Cf., por ejemplo, ITes; 2Tes; Ga; Rom; Col; Ef.
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1. ACCIÓN DE GRACIAS Y ANSIA DEL REENCUENTRO (1/03-05).

a) Acción de gracias por la fidelidad en la fe (1,3).

3 Doy gracias a Dios, a quien sirvo, como mis antepasados, con conciencia pura, cuando hago constante mención de ti en mis oraciones día y noche.

Conforme al antiguo estilo epistolar, comienza el autor dando gracias. Pero inmediatamente eleva esta acción de gracias al nivel cristiano, y así da gracias a Dios. Con clara mirada ve la acción de Dios en las comunidades paulinas, en las almas de los cristianos y también en su colaborador Timoteo. Sabe que en su vida personal, como en la vida de las comunidades cristianas, todo debe hacerse remontar a Dios, de quien descienden «toda buena dádiva y todo don perfecto» (Sant 1,17). Todo debe transformarse en acción de gracias, «a fin de que la gracia... haga abundar la acción de gracias para la gloria de Dios» (2Cor 4,15). Así exhorta a los cristianos de Tesalónica: «Dad gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios desea de vosotros en Cristo Jesús» (/1Ts/05/18).

Pablo da gracias cuando en sus oraciones hace constante mención de Timoteo día y noche. Es que Timoteo es su «querido hijo» (1,2), su «verdadero hijo en la fe» (lTim, 1,2), un «hijo querido y fiel en el Señor» (lCor 4,17), que sinceramente tiene solicitud por la comunidad cristiana, que con probada fidelidad ha servido juntamente con Pablo a la buena nueva del Evangelio (Flp 2,20-22), al que, pese a su juventud (lTim 4,12), se le había confiado la dirección de la comunidad de Éfeso por razón de ciertas predicciones (ITim 1,18), y el cual, en vista de los maestros del error, debe salir en defensa de la «sana doctrina» (lTim 1,10, 6,3) de la palabra de Dios. Como el Apóstol piensa constantemente en su colaborador y en su trabajo llevado a cabo con la gracia de Dios, por eso da gracias a Dios sin cesar.

A él sirve, como también todos sus antepasados, con conciencia pura. En efecto, Pablo procede de una piadosa familia judía de la tribu de Benjamín 9. El Dios de sus padres es también su Dios, el mismo Dios que llevó su designio salvífico, de un anuncio en el Antiguo Testamento a su realización en el Nuevo. A este Dios servía Pablo con conciencia pura aun antes del acontecimiento de Damasco (cf. Act 24,14-16). Después de su arresto en Jerusalén puede testimoniar clara y terminantemente ante el sanedrín: «Yo he vivido con plena rectitud de conciencia ante Dios hasta este día» (Act 23,1). Y ante el procurador Félix asegura san Pablo que se esfuerza «en tener continuamente una conciencia irreprochable ante Dios y ante los hombres» (Act 24,16). Pero ¿no persiguió a la Iglesia (Act 26,9-11), no fue antes «blasfemo, perseguidor y ultrajador» (lTim 1,13)? Sí, pero esto se debió a ignorancia e incredulidad (lTim 1,13), a celo mal entendido (Act 22,3; 26,9), pero no a malicia humana. También ahora sirve a Dios en su prisión con conciencia pura, aunque a los ojos de los hombres pueda aparecer como malhechor (2,9), porque si lleva estas cadenas, es sólo por haber proclamado la buena nueva de Jesucristo (2,9). Por esto el Apóstol, en las horas solitarias de oración de su última prisión, donde hace memoria de su comunidad y de sus colaboradores intercediendo por ellos, se mantiene íntimamente unido en amor con su querido hijo Timoteo, a pesar del gran alejamiento material. La verdadera oración une a los cristianos no sólo con Dios, sino también con sus hermanos, rodeando con un lazo de comunidad a todos los hermanos y hermanas.
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9. Cf. 2Cor 11,22; Flp 3,5; Rom 11,1; Gá 1,14; 2,15; Act 22,3.
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b) Ansia del reencuentro (1/04-05).

4 Y, acordándome de tus lágrimas, estoy deseando verte, para llenarme de gozo. 5 Me acuerdo mucho de la sinceridad de tu fe, la misma que animó primero a tu abuela Loide y a tu madre Eunice, y estoy seguro que también a ti.

El Apóstol tiene ante los ojos el duro y doloroso momento de la despedida de Timoteo. No sabemos cuándo ni dónde tuvo lugar esta despedida: quizá al partir Pablo para Roma, donde una vez más volvió a ser arrestado. En la soledad de su calabozo suspira por volverse a ver con su discípulo, y espera que este reencuentro sea para él un gozo completo, que pueda proporcionarle gran consuelo en la situación en que ahora se halla. Esta gran nostalgia de su colaborador recorre toda la carta y al final le mueve a formular esta apremiante petición: Haz lo posible por venir a verme cuanto antes (4,9.21). Pero por ahora debe Pablo contentarse y consolarse con saber de la verdadera fidelidad de su discípulo en la fe, y con la convicción de que en Timoteo reside una fe pura, que es un don de Dios. Esta fe sincera, esta plena consagración en la fe a Dios, el Señor, es efectivamente en Timoteo patrimonio familiar recibido en herencia. En efecto, la madre y la abuela de Timoteo son ya para él modelos de una fe verdadera y sin falsía. Probablemente había conocido Pablo a las dos personalmente durante su estancia en Listra (Act 14,6.8.21; 16,1-3). En estas palabras se pone claramente de relieve la gracia que significa nacer de una familia creyente y piadosa. Pablo no menciona al padre de Timoteo, que era pagano (griego, cf. Act 16,1), y que quizá había muerto ya.

2. EXHORTACIÓN A CONFESAR LA FE (1/06-14).

a) Conservación de la gracia de la fe (1,6-8a).

6 Por esto te insisto en que reavives ese don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos. 7 Pues el Espíritu que Dios nos dio no es de timidez, sino de fortaleza, de amor y de dominio propio.

Timoteo se hallaba en Éfeso en una situación nada fácil, como rector de la comunidad en lucha con los falsos maestros, tanto más que él era todavía relativamente joven (cf. lTim 4,12) y de carácter más bien tímido (cf. lCor 16,10 s). Dado que está ligado al Apóstol por una fe sincera y por su fidelidad en el amor, le recuerda Pablo el don de Dios que hay en él por la imposición de sus manos (lTim 4,14). Este don ha sido otorgado a Timoteo para siempre y es, por tanto, su posesión sólida y estable. Así como en lTes 5,19 el Espíritu de Dios y su don es comparado con un fuego, lo mismo sucede aquí, en nuestro pasaje, con el don de Dios que recibió Timoteo con la imposición de las manos. Este don, con la vitalidad que le da convicción personal, puede, a la manera de un fuego, o bien limitarse a arder lánguidamente, o bien llamear y brillar con plena fuerza y resplandor. Este don le da la fuerza de toda su acción, permanece en él en todas las angustias y luchas que le acarrea su cargo, le comunica gozo y ánimos en todas las dificultades.

¿Es que había tenido Timoteo momentos de abandono y decaimiento, puesto que Pablo le recuerda este don de gracia y le exhorta a reanimarlo y a darle nuevo ardor y nuevo brillo? Como gracia de Dios que es, reside para siempre en él. Sin embargo, de él depende el que mediante la oración, la dedicación y los sentimientos interiores se reanime, adquiera nuevo ardor y brille con nuevo resplandor y se convierta en fuente de su fuerza y de su servicio.

Con este don de gracia que le ha sido conferido por Dios, ha recibido Timoteo, en su calidad de ministro de Dios la comunidad, el espíritu de fortaleza, de amor y de dominio propio, las fuerzas de gracia de lo sobrenatural. Por consiguiente, lo que significa elevación por Dios de la natural capacidad humana y de todas las energías humanas, no puede implicar temor y retraimiento de los difíciles quehaceres en Efeso. Es una fuerza divina para un trabajo orientado conscientemente a un fin y para un servicio dispuesto al sacrificio, amor fuerte y sacrificado al servicio de los hermanos, dominio decidido de sí mismo y serena reflexión en todas sus tareas. La bondad y benignidad de Dios arma a su ministro con todos los dones que necesita para el desempeño de su difícil misión.

8a No te avergüences, pues, del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero...

Fortalecido con esta fuerza divina, halla, pues, Timoteo el valor para no avergonzarse del testimonio de nuestro Señor, para no tener el menor temor de confesarlo. Este testimonio del Señor es el mensaje de la palabra de Dios que ha sido confiado a Timoteo, cuya predicación y aceptación va acompañada de oprobio y persecuciones. Entonces tampoco se avergonzará del Apóstol, «prisionero del Señor», cuya vida entera se cifraba en la proclamación de la buena nueva del Evangelio, que había sido constituido por Dios «heraldo» de esta buena nueva (1,11), pero ahora debe arrastrar cadenas como si fuera un criminal (2,9). Esta exhortación del Apóstol a Timoteo ¿no recuerda las palabras del Señor, que se aplican al discípulo: «Todo aquel que se declarare en favor suyo delante de mi Padre que está en los cielos» (Mt 10,32)?

b) Prontitud para el sufrimiento (1,8b-12).

8b...antes por el contrario, comparte conmigo los sufrimientos por la causa del Evangelio, apoyado en la fuerza de Dios...

Pablo da todavía un paso hacia adelante. Timoteo no debe avergonzarse del Apóstol, sino que debe incluso compartir con él los sufrimientos por la causa del Evangelio, apoyado en la fuerza de Dios. Debe entrar en comunión de sufrimientos con Pablo, como lo había hecho ya durante su primera prisión 10; debe acudir a Roma (4,9). Si la confesión de Jesús de Nazaret crucificado era ya una empresa aventurada en un mundo hostil a Dios, ahora este nuevo requerimiento presupone la prontitud para el último sacrificio, el sacrificio de la vida. Así como el Apóstol mismo está pronto a dar su vida, puesto que sabe que «estoy ya a punto de ser ofrecido en libación, y es inminente la hora de mi partida» (4,6), así exige también a su representante la máxima y última entrega al Señor en servicio del Evangelio. Naturalmente, tal entrega y tal sacrificio sólo es posible al hombre con la fuerza de Dios, puesto que es superior a las fuerzas humanas. Pero la fuerza de Dios capacita para sobrellevar y superar el sufrimiento. Pablo sabe, en efecto, que «todo lo puedo en aquel que me da fuerza» (Flp 4,13), y esto mismo experimentará también Timoteo.
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10.Cf.Flp 1,1;2,19; Col 1,1; Flm 1.
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9...quien nos salvó y nos llamó a una vocación santa, no según nuestras obras, sino según su propio designio y gracia, que se nos dio en Cristo Jesús desde la eternidad, 10 pero que se ha manifestado ahora en la aparición de Cristo Jesús. Él ha destruido la muerte y ha hecho aparecer, por el Evangelio, la vida y la incorrupción.

El «Evangelio» suscita ahora en Pablo el recuerdo de la entera obra salvífica de Dios en la historia de la salvación. En breves frases que se suceden a manera de un símbolo de fe, se resume el contenido del Evangelio, la entera obra salvífica de Dios (cf. Tit 3,4 7)11 En tres estadios se presenta el misterio de la redención.

1) Dios reveló su voluntad salvífica, con la que salvó y llamó a los cristianos; porque Dios es salvador y redentor de los hombres (cf. lTim 1,1), «que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (l Tim 2,4) . Este llamamiento a la salvación que se dirige a cada uno tiene lugar con completa independencia de las obras y de los méritos del hombre, es puro e inmerecido don de la gracia de Dios. Se verifica según «su propio designio y gracia» 12. Este llamamiento, esta vocación de Dios es santa, porque procede del Dios santo y tiene por meta la santificación del hombre.

2) Esta obra redentora de Dios está fundada en Jesucristo según el eterno designio salvífico de Dios y será realizada por Jesucristo en el tiempo establecido por Dios «Desde la eternidad», desde los tiempos eternos, significa la eternidad de la voluntad salvífica de Dios, que está cifrada en Jesucristo. «Por cuanto nos eligió en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia. En su amor nos ha predestinado a ser hijos adoptivos suyos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la que nos dotó en el Amado» (Ef 1,4-6). En el tiempo establecido por Dios, a saber, «ahora», se hace manifiesta por Jesucristo la obra de la redención. Por su «epifanía», es decir, por su aparición en la encarnación, su vida terrena, su pasión y su muerte en la cruz, se hace patente a todos.

3) El efecto de la redención por Jesucristo es, por un lado, la victoria sobre la muerte: «La victoria se tragó a la muerte. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh muerte, tu aguijón?» (lCor 15,54s). Sabemos «que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más: la muerte ya no tiene dominio sobre él» (Rom 6,9)13. Por otro lado, la redención causa nueva vida e incorrupción. «Si hemos muerto con Cristo, tenemos fe de que también viviremos con él» (Rom 6,8). Así, mediante la muerte redentora de Cristo en la cruz se destruyó el omnímodo poder de la muerte. En lugar de las tinieblas, que hasta entonces se cernían sobre el mundo de los hombres, aparece mediante el Evangelio la luz de la vida y de la incorrupción, «a fin de que, así como el pecado reinó para la muerte, así también la gracia, mediante la justicia, reine para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor» (Rom 5,21). Los cristianos tienen acceso a esta vida mediante la fe en el Evangelio, que proclama el mensaje de la obra redentora y comunica la fuerza de Dios en él contenida (cf. Rom 1,16). Victoria de la muerte y oferta de la vida son los dones que Jesucristo otorga a los hombres en su primera epifanía, que es su encarnación, y en su segunda epifanía al fin de los tiempos.
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11.Aquí hay muy probablemente resonancias, posiblemente hasta citas de fórmulas litúrgicas fijas.
12.Cf. Rom 8,28-30; 9,11s; Ef 1,11;2,8s; Tit 3,5.
13.Cf.Rom 8,2; Heb 2,14s.
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11 De este Evangelio he sido yo constituido heraldo, apóstol y maestro. 12 y por esta causa sufro también todo esto. Pero no me avergüenzo, porque sé perfectamente de quién me he fiado, y estoy seguro del poder que tiene para guardar hasta aquel día el depósito que se me confió.

En frases breves y concisas ha descrito Pablo la obra de la redención en la historia salvífica y definido con ello el contenido de la buena nueva del Evangelio. Pensando en esta poderosa obra de Dios apenas accesible a la inteligencia humana, puede indicar con gozosa satisfacción que a él, en calidad de heraldo, apóstol y maestro, se le confió la proclamación de esta buena nueva (cf. lTim 2,7). Es un «heraldo» que en forma solemne pregona a todos los hombres esta inconcebible buena nueva, fuente de felicidad; es un «apóstol», enviado y mandatario, que la transmite a los hombres por encargo de Jesucristo; es un «maestro», que ha de instruir y adoctrinar a todos los hombres acerca de esta obra salvífica de Dios y de su amor redentor. Con su prisión actual se ve un tanto coartada esta tarea de su vocación, pero no está suprimida, ya que «la palabra de Dios no está encadenada» (2,9).

Del contenido de la buena nueva, o del Evangelio, vuelve el Apóstol la mirada a su propia persona, a su situación presente. Parece casi imposible imaginar mayor contraste. El «heraldo, apóstol y maestro» de este espléndido Evangelio está ahora encarcelado y encadenado como un criminal (2,9), tiene que soportar el oprobio. Timoteo sabe de lo que ahora tiene que sufrir Pablo en la prisión, sabe que todo esto lo sufre por causa del Evangelio. Pero Pablo no se avergüenza de sus cadenas. Las lleva incluso con orgullo. Aun en las horas más sombrías de su soledad y de su prisión tiene toda su seguridad y todo su descanso en Dios.

La doble aserción, «sé», «estoy seguro» revela su inquebrantable confianza, que está firmemente apoyada en Dios, en el Señor. Porque no se ha «fiado» de hombres, sino de Dios, el Señor, por lo cual su confianza no se verá tampoco fallida. Aunque se halle ahora al fin de su vida, aunque vea rota su vida, lleva en sí la seguridad y la firme convicci6n de que el depósito que le ha sido confiado (cf. 1,14; lTim 6,20), a saber, el Evangelio que anuncia, está bien guardado en la poderosa mano de Dios «hasta aquel día», hasta el fin de este tiempo y hasta el retorno del Señor (1,18; 2Tes 1,10), Dios, por cuyo encargo pregona Pablo constantemente el Evangelio, también ahora que él se halla condenado a la inacción y su vida llega a su fin, cuidará todavía de que no se pierda la fe en el Evangelio y de que la buena nueva sea propagada por sus mensajeros hasta los confines de la tierra (Rom 10,18). En los momentos de su mayor desvalimiento y de su más profunda humillación expresa el Apóstol una ilimitada e inquebrantable confianza en Dios y una seguridad en la victoria de la causa de Dios. Sólo un hombre que está totalmente apoyado en Dios y que se le ha entregado plenamente puede estar penetrado de tal seguridad y certeza.

c) Firme adhesión a la doctrina recibida por tradición (1,13-14).

13 Ten por modelo las sanas palabras que escuchaste de mí, con la fe y el amor de Cristo Jesús. 14 Guarda este buen depósito con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros.

El mensaje que Timoteo tiene oído de Pablo ha de ser «modelo» para su propia predicación, para la sana doctrina 14. Sana doctrina, o «sanas palabras», llama él aquí la predicación cristiana, porque ésta es expresión de la salud e integridad espiritual y moral, porque está exenta de todo germen de enfermedad del espíritu y produce una vida sana, moralmente pura, y así puede conservar al hombre interiormente sano. Lo que falsea la doctrina del Evangelio es morboso, contiene gérmenes de enfermedad y conduce a una vida inmoral. Timoteo debe «tener por modelo» incondicional la doctrina y la predicación de su doctor y maestro. Para ello le servirán de indicadores seguros del camino su fuerte y genuina fe y su amor; una y otro están fundados en Jesucristo, y una y otro le unen constantemente con él.

Pablo compendia su exhortación en este breve imperativo: Guarda ese buen depósito, el Evangelio de Jesucristo. Debe cuidar de que no cese de anunciarse, no debe modificarlo, no debe añadirle ni quitarle nada, puesto que es la santa palabra de Dios. La fuerza para desempeñar este difícil quehacer se la dará el Espíritu Santo, que, como en todo cristiano, habita también en él, y añade a sus fuerzas naturales un nuevo poder sobrenatural corroborándolas para la acción.
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14.Sobre la expresión «sanas palabras» o «sana doctrina» cf. 4,3; ITim 1,10; 6,3; Tit 1,9.13; 2,1.8.
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3. RECUERDO DE EXPERIENCIAS DOLOROSAS (1/15-18).

a) Experiencias dolorosas en Asia (1,15).

15 Ya sabes que han desertado de mi lado todos los de Asia, entre ellos Figelo y Hermógenes.

Aquí se refieren detalles de la difícil situación del Apóstol. Las alusiones eran comprensibles para Timoteo, que en todo caso conocía ya la situación del prisionero («sabes»), pero para nosotros son demasiado vagas estas palabras para que puedan decirnos algo cierto. Los cristianos de la provincia romana de Asia (Asia Menor), por lo menos, se habían retraído de san Pablo. No se trata precisamente de una apostasía de la fe cristiana, sino con gran probabilidad de que todos aquellos cristianos dejaron al Apóstol en la estacada por cobardía, porque se avergonzaban del prisionero. Podríamos suponer que en el proceso del Apóstol en Roma se negaron a deponer en su favor, o que ya en el momento de su arresto lo abandonaron sin interesarse por él. Con melancolía y amargo desengaño menciona a dos en particular: Figelo y Hermógenes, de los que no conocemos más detalles. Es posible que fueran personalidades particularmente destacadas e influyentes, de las que Pablo habría esperado otro comportamiento, o quizá su infidelidad aparece a Pablo especialmente dolorosa y descorazonante. ¿Acaso en estas palabras del Apóstol late un ruego dirigido a Timoteo, de que por lo menos él, su hijo querido (1,2), no le abandone en la actual situación?

Así en estos primeros tiempos del cristianismo topamos con toda la flaqueza demasiado humana de cristianos que, en el momento del desamparo, de la lucha, del peligro, se retraen de la Iglesia y de sus ministros, que no tienen valor para hacer profesión de miembros de la comunidad cristiana. Lo que Cristo mismo experimentó por parte de muchos de sus discípulos tras su discurso de Cafarnaúm (cf. Jn 6,66s), lo que en su captura en Getsemaní tuvo que sufrir en forma especialmente dolorosa por parte de sus propios apóstoles (Mt 26,56; Mc 14,50), eso mismo tuvo que soportar Pablo; es que «un discípulo no está por encima del maestro» (Mt 10,24).

b) Fidelidad de Onesíforo (1,16-18).

16 ¡Tenga el Señor piedad con la casa de Onesíforo, que tantas veces me ha dado ánimos y no se avergonzó de mis cadenas, 17 sino que apenas llegó a Roma se puso a buscarme con todo interés hasta que me halló! 18 ¡Que el Señor le conceda hallar misericordia ante el Señor en el día aquel! Y mejor que yo sabes tú los servicios que me prestó en Éfeso.

De ese fondo obscuro de los versículos precedentes se destaca con tanto mayor brillo la fidelidad de Onesíforo, que aquí se contrapone a los cristianos infieles y a su comportamiento en la provincia de Asia. Este hombre intrépido no se avergonzó del Apóstol prisionero. Apenas llegado a Roma se puso a buscar «con todo interés» y tesón a Pablo, cuya prisión era ignorada incluso por los cristianos de la comunidad romana. Cuando por fin pudo hallarle «le dio ánimo» y le fortaleció corporal y espiritualmente.

Pablo es apóstol y se entrega al cuidado de las almas con toda su persona. Ahora se deja conmover su corazón completamente humano cuando recuerda la fidelidad y el amor de Onesíforo. Lleno de gratitud le desea a él y a la entera casa de Onesíforo, a toda su familia, la misericordia del Señor. La forma como hace votos por la familia de Onesíforo (1,16), y por él mismo (1,18) hace conjeturar que aquel fiel amigo del Apóstol no contaba ya entre los vivos a la sazón de la redacción de la carta (cf. 4,19). Que Cristo, «el Señor, le conceda hallar misericordia ante el Señor», ante Dios Padre, juez supremo, «en el día aquel», en el día postrero. En un bonito juego de palabras (él le «halló» en Roma, «halle» ahora misericordia) desea Pablo que Onesíforo halle un juez clemente en la eternidad, que le recompense por toda su fidelidad. Magnífico monumento de gratitud que con esta inscripción funeraria erige Pablo a su amigo difunto...

También con la comunidad de Éfeso se había granjeado méritos Onesíforo. Timoteo, que ahora rige la comunidad como representante de Pablo, puede juzgar de ello mejor que nadie. Pablo no tiene necesidad de gastar palabras sobre el particular. En aquella comunidad dejó el recuerdo de una fuerte personalidad cristiana con los «servicios» que le prestó.

Así ya en los más remotos tiempos de la Iglesia salen a plaza luz y sombras: servicio sacrificado de un cristiano en la comunidad y fidelidad inquebrantable del Apóstol, que arrastra cadenas como un criminal y está encerrado en la cárcel. Por otro lado, infidelidad y cobardía con respecto a Pablo en los momentos de su desamparo y de su captura. Nunca cesará de haber luz y sombras en la Iglesia de Cristo en tanto dure su peregrinación en la tierra. Pero la fe es capaz de soportar incluso amargos desengaños.